N/A: CON MUCHÍSIMO CARIÑO PARA MI VALENCIANA FAVORITA. HELENA DAX, ERES GRANDE POR MUCHAS COSAS Y TÚ LO SABES ^^ HE DUDADO MUCHO, PERO NO PODÍA DEJARTE SIN PUBLICACIÓN EL DÍA DE TU CUMPLEAÑOS. ASÍ QUE LA SEGUNDA PARTE SERÁ TODA UNA SORPRESA INCLUSO PARA TI. ¡¡¡MUCHÍSIMAS FELICIDADES Y BESITOS!!!
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Las marcas que la humedad y las corrientes furtivas a través de las rejas borran cada noche, son rehechas con la primera y efímera claridad del día de forma constante y compulsiva. Allí donde nada se puede hacer más que enloquecer, él ha encontrado un motivo para enderezar la espalda cada mañana, cerrar los ojos, reencontrarse con su odio y volver a su ser. Un botón de su ropa partido en dos le sirve para trazar de nuevo aquellas dos letras. Primero en línea, luego en diagonal, en paralelo al día siguiente… nunca igual, pero siempre las mismas. Allí, donde la memoria acaba cediendo al olvido para no soportar más gritos y súplicas desgarradas, él lucha intensa y fieramente por recordar al hombre al que un día matará. Y la única sonrisa que logra aflorar a sus labios, sólo una mueca indefinida, surge de la imagen de su venganza, en algún día por venir. Una imagen clara y reconfortante: su varita de nuevo en sus manos y el escalofrío de placer en su cuerpo ante el Avada recién pronunciado.
Por eso escarba en el suelo arenoso y dibuja esas dos letras, una y otra vez, una y otra vez, y una vez más. Porque, pase lo que pase, jamás debe olvidar ese nombre.
A.
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Arthur Weasley.
Jamás.
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La decisión había sido más populista que racional. Cuando Kingsley Shackelbolt murió a los cuatro años de tomar el cargo de Ministro debido a una irreversible maldición de guerra, todos sabían que lo que menos necesitaba el mundo mágico en plena reconstrucción era un nuevo vacío de poder, y lo que más, un héroe de la batalla que aún humeaba. Todos los miembros del Wizengamot tenían muy claro a quién deseaban y lo eligieron por unanimidad, pero Harry Potter, auror recién graduado, declinó amablemente la propuesta y ésta tomó una nueva dirección: el resto de la Orden de Dumbledore. Por edad, por la labor de toda una vida en el Ministerio, por las órdenes de Merlín que tironeaban de la tela de su túnica mientras cruzaba el atrio cada mañana, por ser el futuro suegro de su primera elección, el Wizengamot nombró a Arthur Weasley Ministro de Magia en el año 2002. Dos años más tarde, comenzó la llamada "Época de revisión".
Por orden directa del Ministro, se repitieron todos los juicios a mortífagos y se abrieron causas a sus familias. Alegando una extremada laxitud en las penas debido a la conmoción de posguerra, los condenados fueron sacados de Azkaban y rejuzgados a la luz de la severidad del presente. Las sentencias a dementorización llenaron los titulares de El Profeta, y fueron acogidas por brujas y magos con aprobación. Todos los días, alguien leía el periódico y se sentía justamente vengado. Todos los días, ese mismo periódico ardía en llamas en algún hogar, entre las lágrimas de su ejecutor.
Mientras duraron las revisiones, se prohibió la salida del país de cualquier bruja o mago. Cuando, tras obligados exámenes físicos, se elaboró una lista de marcados que serían también llevados a juicio, el Quisquilloso se atrevió a pronunciar por primera vez la palabra "cacería". Alguna voz de apoyo se había alzado amparada en la noticia, pero enmudeció más bien pronto. Las ventas del diario se redujeron de forma tan drástica que la editorial cambió el tono y adjetivó la situación a la semana siguiente como "necesaria actuación".
Lucius Malfoy recibió el beso el veinte de enero, seis días antes de que naciese su nieto Scorpius. Narcisa Malfoy fue absuelta de los cargos tres meses más tarde, debido a su "de nuevo" demostrada colaboración en la victoria, y Draco Malfoy fue condenado en agosto de ese mismo año a veinte años en Azkaban. Las tres sentencias fueron portada a toda página.
Cuando las revisiones terminaron, cuarenta magos y trece brujas ya no disponían de alma o de libertad, pero, a cambio, un sentimiento inopinadamente gris de paz y de justicia fluía en el ambiente.
Justicia, al fin.
***
Al principio, ver a Scorpius es un soplo de alegría al corazón. Astoria siempre le trae en brazos en sus visitas trimestrales, que afortunadamente se producen lejos del ambiente depresivo de los calabozos. En cada una de esas ocasiones, Draco intenta siempre que su pelo y su piel estén lo más limpios posibles, para que cuando estruje a su hijo contra sí no pueda oler en sus ropas la tristeza, el polvo y la desolación que le rodean cuando no puede abrazarle. Para que Astoria vea en él todavía al hombre del que dijo enamorarse. Y lo consigue. Pero cuando Scorpius crece y comienza a hablar, a llorar cuando tienen que separarse, a hacer preguntas cuyas respuestas ahogan, Draco siente que se le quiebra el alma y le ruega a su esposa que no le lleve más. Y ella, que lee el dolor en sus ojos, le comprende.
En la siguiente visita, Draco la ve entrar con otras cosas en sus brazos. Revistas con los cotilleos más inimaginables y un álbum de fotos. Mientras ignora por completo a las primeras, Draco centra toda su atención en el segundo, en las numerosas imágenes que Astoria ha sacado a Scorpius en cada momento importante y no tan importante de los últimos tres meses. Su primera escoba, su cuarto cumpleaños, una canción cantada a coro con Narcisa, un baño de espuma en su habitación o un saludo a su papá que muy pronto volverá.
De vuelta en la soledad de su celda, tras días y días de entereza, Draco se rompe esa noche. Un llanto incontenible y necesario que le deja exhausto pero que, en un extraño sentido, le limpia por dentro. Cuando se despierta a la mañana siguiente y ve en la portada de Corazón de Bruja a Horace Slughorn con el pelo teñido de verde y dos moñitos color plata bajo el titular "Novatada en Hogwarts", se ríe por primera vez en tres años. Y se siente un hombre afortunado por haberse casado con Astoria.
***
La carta descansa encima de su escritorio, en medio de un amasijo de informes arrugados, como un tesoro valioso que parece haber ido a parar al lugar equivocado. El lacre escarlata con el sello del Ministerio atrae la atención de sus compañeros y de algunos jefes de sección un tanto nerviosos. Todos imaginan que se trata de un ascenso, pero ninguno sabe quién de ellos tendrá que dejar vacío su despacho antes de volver a casa esa noche, para cederle el puesto al salvador del mundo mágico.
Cuando Harry entra en la oficina, despeinado, sudoroso y tenso como una ballesta, lo último que desea hacer es abrir ese sobre. Sea lo que sea que el Ministro tenga que ofrecerle, él lo cambiaría por recuperar al hombre que un día mostraba curiosidad por un simple patito de goma. Ya no cree reconocer a Arthur Weasley en aquel mago entrado en canas, vengativo, rencoroso e imbuido de una autoridad que se le escapa. La pérdida de Fred fue dura, muy dura. Harry sabe que Molly siempre esconde una lágrima cuando sirve la comida y siente el hueco vacío en la mesa, aunque físicamente no exista. Sabe que George, pese a Angelina, jamás podrá sentirse completo de nuevo. O que Ginny aún le llora en sus brazos algunas noches. Él mismo, siete años después, aún siente cómo se le encoge el corazón cuando entra en Sortilegios Weasley o adivina la ausencia de Fred en los ojos de Ron. Pero Arthur ha hecho venganza de su dolor, una venganza que no se ha aplacado con la pasada época de revisiones. Cada vez que Harry recuerda la última propuesta que el Ministro ha elevado al Wizengamot le hierve la sangre. Un colegio al margen de Hogwarts para hijos y nietos de mortífagos, con educación "especializada"; todo un San Brutus al estilo mágico.
En realidad, Harry no sabe si la sangre le hierve más por la propuesta en sí o por la calurosa acogida que la familia Weasley le dispensó en la reciente comida del domingo. Ginny incluida.
No lo abre de inmediato. El sobre permanece guardado en el cajón hasta la hora del almuerzo. Cuando la oficina queda prácticamente vacía, Harry lo toma en sus manos, rompe el lacre y lo lee sin conseguir emocionarse. Allí, con una estilizada caligrafía, figura uno de sus sueños hecho palabras. Y allí, entre sus manos, al fin suyo, Harry descubre que no es lo que había esperado. Que no lo desea en realidad. No así, no ahora.
Súbitamente cansado, toma pergamino y pluma, y empieza a escribir, bajo la opresora sensación de que le acaban de robar media vida, su irrevocable renuncia.
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-No puedo creerlo.
Draco mira la revista con los ojos como platos. Atrás han quedado los prejuicios acerca de leer aquella basura para brujas aburridas. Tiene que reconocer que, pese a su dudosa calidad informativa, la ironía y la mala leche de alguna de las noticias le han alegrado más de un día. Sabe que, de la misma forma que él omite que no come siempre, o que le niegan ducharse durante días, Astoria hace una purga considerable en las revistas y diarios que le trae, evitando cualquier comentario sobre su familia, política o justicia. Es ella la que, de forma clara y concisa, le pone al tanto de la situación fuera de los muros de Azkaban. En un mundo que Draco ya a duras penas reconoce.
-Tu madre y yo tampoco podíamos creerlo. Al principio era sólo un rumor, pero el propio Ministerio lo ha confirmado. Dicen que aún no se siente preparado y alaban su generosa humildad.
-Potter renunciando a ser el Jefe de los Aurores… Creía que perdía el culo por ese cargo.
-Todos lo pensábamos. Y está claro que no hay que ser el no va más para hacerlo mejor que Dawlish.
-Y las malas lenguas creen que…
Astoria hace un ademán con su mano y sonríe, después se acerca hasta su marido y baja la voz hasta un tono conspirador y cómplice.
-Que tiene profundas e irreconciliables diferencias con el Ministro.
Los ojos de Draco se entrecierran ante la mera mención del cargo. Cuando va a contestar, Astoria le indica con un gesto que un auror se acerca y le pide prudencia.
-¡Eh, vosotros! Menos cuchicheos y mantened la distancia, o la señora tendrá que irse, Malfoy.
Draco tiene que concentrarse en los ojos de Astoria para no soltar un improperio que le haga perder la próxima visita. Distancia, le dicen. No ha tocado a su esposa desde que llegó a Azkabán ni podrá hacerlo hasta que la abandone. Desde que Scorpius no viene, Astoria se sienta en una silla frente a su celda y todo entre ellos trascurre sorteando barrotes. Draco besa su mano, Astoria acaricia su pelo, se quieren con la mirada y conversan. Conversan hasta que el tiempo se acaba, fingiendo que están en el salón de Malfoy Manor saboreando el más exquisito té entre cojines y almohadas.
Cuando ella se va, Draco concluye que todos los aurores son jodidamente estúpidos, al menos en temas de distancias. Porque para tener cerca a Astoria, no necesita tocarla.
***
A partir de renunciar al cargo, toda su vida parece fracasar sin que él pueda evitarlo. Los Weasley, que en un principio tratan de entender sus razones, a la luz de las teorías de desavenencias entre Harry Potter y el Ministro, acaban encajándolo como un desaire. Todo el que le conoce se empeña en recordarle que él siempre había deseado ese puesto, e incluso Luna, su única esperanza de obtener comprensión, le vaticina que alguien que teme hacer realidad sus sueños, no se los merece. McGonagall usa la palabra desconcierto, y Ginny, en la siguiente discusión surgida de ya no puede recordar dónde, usa una mucho peor: decepción.
De repente, alojarse en la nueva residencia de los Weasley, ostensiblemente más lujosa y espaciosa, hasta el día de su previsible boda con Ginny, ya no resulta una idea tentadora. Harry sabe que no hay momento más adecuado para tomar una decisión controvertida que después de haber tomado otra peor. Hacer su maleta y abandonar la nueva Madriguera tras renunciar al puesto ofrecido por el Ministro, parece un simple agravante y no una tragedia en sí misma. Excepto para su novia. Para ella es un absoluto cataclismo.
Lo que para él significa poco más que un respiro de tanta hostilidad, ella lo interpreta como un abandono en toda regla que se encarga de divulgar a todas sus amistades, que casualmente son también las de Harry. En los siguientes meses, su vida se transforma en una monótona mezcla de trabajo, cabezadas en el sofá, refunfuños de Kreacher y una bronca tras otra con Ginny. Incluso en lo acalorado de éstas, pierde el entusiasmo enseguida. Llega un momento en que sólo ella grita, reprocha y acusa, mientras él la mira tratando de recordar por qué la quería. Cada vez más a menudo, Harry no recuerda nada.
Y avergonzándose de sí mismo, descubre que en realidad no le importa.
***
-¿Te lo puedes creer? Potter ha dejado a los Weasley para irse a la casa que heredó de tu familia. Ginevra Weasley, al parecer, lo lleva fatal.
-Podría apostar a que sí.
-Es como si el niño bueno hubiese decidido rebelarse por todos los años en que se dejó manipular. Supongo que todo cansa.
-Hasta él tenía que darse cuenta.
Pese a que sigue la conversación con total normalidad, Draco no consigue apartar su atención y su mirada de la foto de Scorpius entrando en Hogwarts. Hubiese dado sus propias manos por poder estar en el andén nueve y tres cuartos aquel año. Por verle desparecer con su baúl a cuestas y los nervios bailándole en los ojos. Para abrazar a su mujer cuando se le escapase alguna lágrima, porque estaba seguro de alguna se le había escapado. Qué demonios, él está a punto de llorar sobre una simple foto. Astoria debe notarlo, porque le acaricia la nuca de esa forma que usaba en el pasado para calmar su temerario pronto.
-¿Está guapo, verdad?
-Sí, y tan mayor ya…
-Es un pequeño hombrecito. Si vieras lo maduro que es para su edad, estarías orgulloso.
-Lo estoy, Astoria, no podría estarlo más.
En sus manos, Scorpius se recoloca la túnica, se atusa el flequillo rubio sobre los ojos y, cuando se siente preparado, sonríe a la cámara y saluda a su padres, justo desde el medio de su nuevo cuarto, mientras al fondo sus compañeros liberan los nervios postselección a saltos sobre sus camas. Draco acaricia con cariño la mejilla de Scorpius en la imagen.
-Tu madre dice que es igualito que tú a su edad.
Draco sonríe nostálgico y niega con rotundidad. Después, acaricia el escudo de la túnica de su hijo.
-Él me mejorará.
El escudo de Ravenclaw.
***
Han roto. Uno podría pensar que es el desenlace lógico a varios meses de acumular rencor tras rencor, y no poder mantener una conversación civilizada durante más de diez minutos. Aún así, cuando Harry ve a Ginny cruzando por última vez su puerta, por un momento desea que vuelva. Sabe que tras ella sale la única familia que alguna vez le ha querido, y el mejor amigo que ha tenido nunca. Por primera vez desde que descubrió el mundo mágico, se siente solo, y Grimmauld Place se convierte en una nueva alacena, más grande y más suya, pero aterradoramente silenciosa.
Todos los que no son del clan Weasley parecen asumir también que la culpa de la ruptura es suya y él no se molesta en llevarles la contraria. Sólo Hermione se presenta en su casa una tarde para saber cómo está y, por un momento, vuelve a sentir la calidez de ser querido. La sensación dura lo que tarda Hermione en decirle que quizá no es demasiado tarde para recuperar a Ginny, y le presenta todo un plan de reconquista. Harry se pregunta si ya será muy tarde para recuperarse a sí mismo.
La relación con Ron se vuelve tan fría que Harry cambia todo lo posible sus turnos para no coincidir con el pelirrojo en ninguna misión o patrulla. Llega un momento en que no tiene que hacerlo; el hombre al que le tembló la silla hasta que él renunció al ascenso, le encomienda cada vez más a menudo papeleos de oficina. Y Harry, quien si la acción diaria no es nada, siente que se marchita entre informes y estadísticas, y decide que ya no puede más.
No más.
***
-¡A Londres! ¡Al mundo muggle! Dime si eso no es una noticia…
Astoria le toca. Le toca mucho más que en todas las veces anteriores. Pega su silla a los barrotes, se queda con su mano más tiempo del acostumbrado e incluso arriesga un casto beso en sus labios cuando el vigilante de turno se despista un segundo. Y Draco, que si pudiera le daba un par de clases a los aurores sobre el tema, sabe que la distancia entre ellos es más grande que nunca. Que el miedo que muchas noches en su camastro amenazaba su sueño, se ha hecho por fin realidad. No se siente enfadado, ni sorprendido. Once años son demasiados años, incluso para su leal esposa. Sólo espera que su hijo no haya empezado a llamarle papá.
-Dicen que ha alquilado un apartamento en un barrio pintoresco y que envía a Kreacher para todos sus recados al otro lado del Caldero. Todo un héroe caído del pedestal, quién lo iba a decir.
En otro momento se hubiese mostrado curioso. La noticia lo ameritaba, y no dejaba de ser Harry Potter, en quien, de una manera o de otra, Draco siempre se había interesado. Pero hoy no.
-Astoria…
-Dime, Draco.
-¿Cómo se llama?
Astoria le mira como si acabase de nacerle otra cabeza.
-Harry, cariño. Harry Potter.
-Lo sé. Digo el hombre por el que vas a dejarme.
Se lo piensa. Son apenas dos segundos, pero Draco percibe el debate interno de su esposa. Está seguro de que por su mente pasa la posibilidad de negarlo con rotundidad, pero Astoria parece decidir con rapidez que eso sería traicionarlo dos veces.
-Yo… no quería que fuese así. No quería que fuese de ninguna forma, pero no estando tú aquí. Sucedió… tan de repente… Merlín, Draco, yo…
Es ahora Draco el que coge su mano, y la acaricia con gentileza. Sabe que Astoria le quiere, que ha sido la mejor madre que pueda imaginar, pero sea cuál sea su nombre, ese hombre le da todo lo que él ya no le puede dar. Y, cuando uno lleva encarcelado una década de su vida, desarrolla una capacidad especial para entender cosas que no entendería en libertad.
-Sólo dime que Scorpius…
-No. No sabe nada, ni lo sabrá hasta que salga este verano de Hogwarts. Por ahora, oficialmente, Aidan Maddock es un amigo de la familia y nada más.
Una parte de Draco se pregunta mil cosas sobre ese tal Maddock. ¿Será rico? ¿Será guapo? ¿Será lo suficientemente digno para un mujer como Astoria? ¿Será buen amante? ¿Lo habrán hecho? ¿En Malfoy Manor? Antes de que la cadena de preguntas cada vez más ilógicas siga sin fin, Draco recuerda dos cualidades del candidato que acallan sus celos interiores: libre y sin marca.
-Está bien, entonces.
-Draco, de verdad que yo te…
-Yo también, Astoria, pero veinte años son una eternidad que nunca voy a pedirte.
La A y la W de esa noche son tan profundas que tardan tres días en extinguirse.
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Llámalo patetismo, contestaba siempre Harry cuando Ron le acusaba de volver una y otra vez al mismo sitio en épocas depresivas. Seguramente seguía siendo el mismo hombre patético de siempre porque, camuflado en un hechizo, vuelve al mundo mágico sólo para tomarse un whisky de fuego en aquella triste taberna tras el callejón Knocturn, en la que ningún mago respetable querría ser visto. Es su cumpleaños número treinta y cinco, y esa noche le apetece brindar por la mala estrella del día en que nació.
Sus deseos no se ven cumplidos. Pese a estar agazapado en una mesa oscura con cara de no querer ver a nadie delante, un hombre alto y bajo un evidente hechizo de glamour, nada raro en aquel antro, se sienta a su lado.
-Disculpe, pero esta mesa está ocupada.
-Siempre usando tus influencias, ¿eh, Potter?
Harry mira al mago con extrañeza, para después tomar otro trago y volver a relajarse.
-Me temo que se equivoca.
-No, no me equivoco. En el lado malo también enseñaban a camuflarse. Pero tranquilo, tu secreto está a salvo conmigo.
-¿Quién eres y qué quieres?
-Soy alguien que conoces. Y quiero saber si te marchaste porque un fracaso amoroso pudo contigo o porque no soportabas a tu familia política, Ministro incluido.
Podría pensar que es un provocador presuntuoso que sólo desea que salte como un resorte y descubra su identidad frente al fotógrafo que se esconde en alguna parte. Sin embargo, su voz tiene un tono conspirador y resentido hacia el mundo, que hace que su interés crezca por segundos.
-Digamos que lo que llevaba peor era el tema de la familia.
-Comprendo. Y comparto tus opiniones.
-Pues será mejor que te las guardes. Todo va mejor hoy en día si uno se guarda lo que opina.
-Es posible - con un golpe de varita, un cigarro y un mechero salen de la nada para levitar frente al desconocido. Después de que el cigarrillo se encienda solo, el hombre lo lleva a sus labios y da una calada que expulsa poco después muy lentamente - Aunque yo siempre digo, si vas a protestar, hazlo bien.
-¿Cómo de bien?
-Bien alto y bien claro.
-Eso es arriesgado.
-Lo es. Pero la gente empieza a ver que no todo lo que reluce está en Gringotts. Y sólo se necesita un líder para aunar a toda esa gente en contra.
-Si lo dices por mí, no tengo ninguna intención de acceder al poder.
-Ni yo de ponerte en él. Weasley no es peor de lo que será otro. El cargo de Ministro es una minucia más de nuestro mundo. Los que dictan las reglas son los que cuentan. Y la leyes deberían manar del pueblo, como la soberanía de tus queridos muggles.
Es interesante. No sólo porque lo que dice es lo más atrayente que ha escuchado en años, sino por cómo lo dice. Harry tiene la sensación de que, con un poco más de esfuerzo, ese hombre podría convencerle de comprar agua en medio de un diluvio.
-Dime quién eres.
-Dime si te interesa mi oferta.
-Digamos que podría estar interesado.
-Digamos entonces que podría llamarme Blaise y apellidarme Zabini.
***
-Las cosas cambiarán pronto, papá.
Draco aún se siente idiota por no haber podido evitar llorar. Y no por llorar dos o tres lágrimas, sino todo un torrente cuya prueba aún puede ver en la túnica mojada de Scorpius. Que las cosas cambien ya le da realmente igual. Cuando aquel chico de trece años aparece en la visita al lado de Astoria, Draco hubiese mordido los barrotes para que le dejasen ir corriendo hasta él y abrazarle hasta que no pudiese respirar. Por fortuna, el auror deja a Scorpius acceder a su celda, y aunque es él el que siente que le cuesta respirar entre el repentino llanto que le surge, le abraza todo lo fuerte que puede durante lo que parece una eternidad. Ya no importa nada más. Y así se lo dice a su hijo, mientras le revuelve el pelo, aún más rubio que en la última fotografía que le ha traído Astoria.
-¡Claro que importa! Ya has estado aquí trece años. No quiero que estés ni uno más. Quiero que vuelvas a casa conmigo, papá.
Papá. Le sabe a gloria. Al parecer, el tal Maddock se ha quedado en el sitio que le correspondía estar. Haciendo feliz a su esposa. Astoria ha sabido vallar el campo "hijo de Draco" con un amplio cartel de "No Tocar". Sólo por eso, la querrá para siempre.
-¿A Malfoy Manor?
-Por supuesto. Necesitamos un hombre en casa. La abuela dice que ya va muy mayor, y a mamá le salen canas cada vez que tiene que hablar sobre negocios.
-¡Scorpius Malfoy! Yo no tengo ni una sola cana.
-Se las arranca de noche cuando cree que nadie puede verla, me lo ha dicho Hooky.
-Ten elfos domésticos para eso…
Draco les mira discutir, feliz como nunca antes. Son su familia, y lo serán siempre, Maddocks o no mediante. Y aunque Scorpius es calcadito a él cuando era joven, es fácil observar cómo levanta la barbilla igual que su madre cuando busca una respuesta ingeniosa, o cómo agita sus manos con la misma ceremonia cuando cree haberla encontrado. Al final, nada de eso importa. Se parezca a quien se parezca, Scorpius es lo más grande que él jamás ha hecho ni hará.
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Blaise no sólo es arrogante y convincente, es muy listo y todo un encantador de serpientes. La campaña moral que despliega en torno a su persona sacaría los colores hasta a los voluntarios de la casa cuna de los huérfanos de guerra. Todo el que haya aplaudido una decisión del Ministerio en los últimos catorce años, no puede evitar sentir cierto remordimiento al ver los carteles en los que Merlín, Dumbledore o Harry posan sobre la frase "Yo también fui valiente. ¿Vas tú a callarte?".
Varias fotos comienzan a llegar al Quisquilloso, el único diario que se atreve a publicarlas en primera instancia, y generan tal expectación que El Profeta publica la nueva tanda a color y a toda página. Así, día tras día, brujas y magos pueden contemplar los planos del colegio especial para hijos de mortífagos que nunca se llevó a cabo, las sentencias firmadas unilateralmente por el Ministro, el número exacto de cargos que familiares y amigos de los miembros del Wizengamot ocupan impasibles desde hace años… Harry no sabe de dónde sale toda esa información, pero que ninguno de los medios que se hacen eco de ella sean demandados por calumnia dice mucho a favor de la fuente de Blaise, sea quien sea.
La presión social comienza a fluir en el ambiente, se hace más y más grande, y Blaise convoca la primera manifestación popular del mundo mágico a principios del mes de noviembre. Sin ser apoteósica en cuanto a seguimiento, sirve para que Harry pronuncie un discurso lleno de dignidad y de moral que jamás habría podido salir de sí mismo, pero que la astucia de Blaise sí ha sabido redactar. El hecho de que el héroe nacional haya abandonado decepcionado el mundo mágico le da a todo un plus de credibilidad. A los quince días la segunda manifestación es tan concurrida, que el Ministro anuncia una mesa negociadora que plantee las nuevas reformas.
Ese día, Arthur Weasley sale del Ministerio entre los pitidos y los abucheos de los que no hace tanto tiempo le aplaudían a rabiar.
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La luz del sol es tan intensa que Draco no cree que algún día pueda volver a soportarla. Astoria le guía hasta la otra orilla, donde Narcisa le recibe como solía hacer cuando él era un chiquillo en Hogwarts y regresaba a casa por Navidad. Y no es tan sorprendente, porque eso es lo que hace en realidad.
Cuando Astoria comenzó a venir a verle cada mes en vez de cada trimestre, Draco supo que la revolución Potter comenzaba a ganar. Aún en su pequeño mundo carcelario, los cambios se habían ido sucediendo bastante rápido. Desde la ropa, a las comidas, pasando por el trato. Incluso había creído intuir, supuestamente alucinaciones suyas, que el auror que le había escoltado a las duchas la última vez, le había mirado con cierto matiz de culpa. O es que él se estaba reblandeciendo en aquella isla maldita, tal vez.
El hecho es que ahora está fuera, fuera de Azkaban después de catorce años, para nunca volver. Y como siga así, va a resecar el lacrimal para lo que le queda de vida. Los pavos albinos, la blanca y contundente fachada de Malfoy Manor, el tacto cálido de las zapatillas en sus pies, o el sedoso de su batín en la piel… Draco siente que podría llorar por cada paso que da sobre la moqueta hasta su cama. Cuando las finas sábanas lo acogen y se adormece viendo los suntuosos techos de su habitación en lugar de la humedad mohosa de su celda, ni siquiera recuerda que esa cama ya no es de dos. Sólo que está en casa.
Scorpius llega de Hogwarts a la mañana siguiente. Está mayor, mucho más mayor, y a Draco le complace ver que, sin perder su elegancia innata, se viste con vaqueros, camisas y ropa de todos los colores imaginables, y no del eterno color negro y ropa formal que él siempre solía llevar. Incluso consigue hacer la vista gorda cuando para salir a pasear por el jardín junto a él, se pone una sudadera de algodón de los Halcones de Falmouth. Al menos, piensa Draco mientras le observa hablar sin parar y sonreír por todo, no es de los Cannons.
Esa Navidad en Malfoy Manor, sin invitados, sin fiestas, sin regalos escandalosamente caros, es, sin ninguna duda para Draco, la Navidad más feliz de todas.
***
Se encuentran en el mismo bar, el de los momentos patéticos que quizá ahora tenga que cambiar de fama. Los dos piensan que donde empezó todo es donde es justo que vaya a acabar. Han sido dos años y medio de intenso trabajo que ha cumplido todas sus metas. El Wizengamot se ha renovado por completo y las últimas sentencias han sentado una jurisprudencia de lo más esperanzadora. Como suponían, Arthur Weasley no es ahora más que una marioneta de los miembros del jurado, la cara que los embajadores mágicos y el Primer Ministro muggle se encontrarán en sus encuentros diplomáticos. Ahora Harry sólo quiere volver a su apartamento y darse una cura de mundo no mágico, sin preferiblemente escuchar nada que tenga que ver con política en mucho tiempo.
Blaise, cigarro entre los labios, le sonríe desde la misma mesa del primer día, esta vez sin glamour que oculte sus rasgos. Harry tampoco oculta su rostro.
-Hola, Potter. ¿Te han acosado mucho los fans por la calle?
-He necesitado un par de confundus, pero todo arreglado.
-Lo que hay que ver, de oveja negra a hijo pródigo.
-Usas mucha jerga muggle, ¿lo sabías?
Blaise sonríe y ahoga su respuesta en el vaso. Harry sabe que tiene una novia muggle de Chelsea desde hace unos meses; son demasiadas horas conspirando juntos para no enterarse de esas cosas, pero que ni muerto podría confesarlo. Aún así pueden darlo los dos por sentado.
-¿Te quedarás por aquí?
-No creo, me vendrá bien irme una temporada, ahora que estos ineptos del Ministerio se apañan solos.
Harry sonríe y brinda por eso. Luego mira pensativo su vaso.
-Nunca me dijiste cómo se te ocurrió venir a buscarme.
-Te seguí un tiempo, pero creí que si te abordaba en Londres no me harías ni caso. Necesitaba saber que aún querías volver, que aún te interesaba la magia. Cuando viniste aquí el día de tu cumpleaños, supe que este mundo aún te importaba.
-Siempre me importará y siempre querré volver. Pero el mundo muggle fue lo único que tuve hasta los once años. También forma parte de mi vida y a veces es mi válvula de escape cuando todo se hace demasiado para mí.
-Como este bar.
-Sí, como este bar.
La mente de Harry repasa una a una las veces que se ha refugiado en este sitio, e intenta convencerse después de que no ha pasado deprimido más de la mitad de su vida. Porque, si lo piensa bien, también encontró cosas buenas aquí.
-Yo lo conocía por Draco.
El nombre saca a Harry de sus pensamientos como un anzuelo al pez del río.
-¿Qué?
-Draco. Cuando todo empezó a complicarse solía escaparse aquí de vez en cuando. Siempre llegaba tremendamente borracho.
Harry calla, calla porque sabe que si habla se acabará condenando sin remedio.
-Le he invitado a venir, pero como siempre llega elegantemente tarde.
-¿Le has invitado?
-Espero que no te moleste. Aunque, supongo que después de todo lo que hemos pasado, las rencillas del colegio te parecerán tonterías ridículas. Me ha dicho que quiere agradecerte en persona tu trabajo.
-No era necesario, yo sólo…
-Hola a los dos. Siento el retraso. Apenas recordaba el camino, como siempre entraba a hurtadillas de noche y salía ciego perdido…
Es la primera vez que le ve desde los juicios, hace más de quince años. Azkabán parece haber sido todo lo benévola que podía con él. Quizá esté un poco más delgado, pero él siempre ha sido un junco estirado más largo que un día sin pan; quizá tiene más marcas de expresión o unas ojeras más profundas que antes, pero su postura sigue siendo elegante y aún levanta el mentón de esa forma altiva que siempre le hará parecerse a su padre, por más que intente evitarlo. Con más imaginación que evidencias, Harry aún cree ver en él algo del Draco que conoció en Hogwarts y que un día, en aquel bar, coincidió con él.
-No te preocupes. Al menos yo, estoy acostumbrado. Siéntate.
Draco estrecha sus manos cordialmente y, tras pedir tres nuevas copas, inicia un concienzudo análisis de la estrategia con la que Blaise y Harry han cambiado el mundo mágico. Después, les felicita y apura de un trago su vaso.
-En fin. Yo también tengo un buen plan, ahora que ya estoy en activo otra vez. Lo planeé en Azkabán, en realidad. Se trata de matar al Ministro. He venido porque creo que tú, Harry, podrías facilitarme información para saltarme los protocolos de seguridad hasta su despacho.
Harry se atraganta, Draco casi puede ver cómo intenta relajar la garganta para que no sea evidente. Igual que aquella vez.
-Malfoy… yo…
La sonrisa de medio lado de Draco surge mientras Blaise no puede evitar reír tras su copa.
-Siempre he pensado que eres absolutamente predecible, Potter.
-La verdad es que ya me has dicho eso antes, Draco.
Sea lo que sea a lo que se refiere Harry, Blaise siente que hace contacto con algo dentro de Draco, creando una complicidad demasiado intensa para ser casual. De repente, en esa mesa ya no son tres, y por mucho que eso le sorprenda, él siempre ha sabido cuándo debe marcharse un invitado. Inventando una excusa no muy creíble, anuncia que debe irse. Está preparado para rebatir cualquier intento de acompañarle o petición para quedarse, pero ni uno ni otra surgen. Blaise estrecha la mano de Harry y da un abrazo a Draco, dice "nos veremos" y sale del bar sin que aquello que ha surgido de la nada haya llegado a romperse.
Lo único que se rompe es el silencio en cuanto Blaise desaparece.
-Aún lo recuerdas…
-Lo recuerdo.
-Fue hace veinte años, Harry.
-Lo sé.
-Han pasado demasiadas cosas.
-Sí, demasiadas.
Draco sabe que Harry está recordándolo. Y eso le hace recordar a él cosas que ya creía olvidadas, pero que, agazapadas en algún lugar de su mente, siempre estuvieron ahí.
-No me dirás que todo este escándalo de cambiar las normas ha sido por un lío de adolescentes porque…
-Mira que eres presuntuoso. No he ayudado a Blaise por un par de polvos, Draco.
-Bien, porque ni siquiera fueron tan buenos.
-Estábamos empezando. Y tampoco fueron tan malos.
-No, no lo fueron.
-Pero dejamos de... Dejaste de venir.
-Pues claro, Harry. Tú empezaste a salir con la pelirroja y yo tenía asuntos macabros que atender en casa.
-Quizá los dos nos equivocamos.
-Es muy probable.
-Draco… yo…
Es un impulso. Un maldito impulso que sale de su boca sin que le haya dado tiempo a pensarlo. Y si lo hubiese pensado, Harry sabe que se habría cosido los labios o se habría cortado la lengua antes de decirlo, porque no hay una sola razón que no esté veinte años caducada o empapada en alcohol por la que Draco vaya a asentir.
-Venga, Potter… ¿Quieres revelarme el secreto que todos se mueren por conocer? ¿Sabes el dineral que me pagará el Profeta por el chivatazo? Todo el dinero que el cabrón del Ministro me robó volverá a mis bóvedas sólo con decir la dirección de tu casa.
O tal vez sí...
CONTINUARÁ...