Observándote

Nunca te pedí que me protegieras para siempre, Sentaro. Era sólo hasta que mi carne terminara de crecer.

Mientras que jugábamos en la montaña, sin perdernos, porque me tomabas de las manos y me guiabas por entre las rocas en esa inmensidad laberíntica.

Búscame, Sentaro. Encuéntrame. Abrázame. Cúbreme. Bésame. Ámame. Defíneme. Dí mi nombre. Toma mi cuerpo. Prueba mi dulzura. Hazme sentir humana.

Soy tiempo acumulado en las fauces de un dragón: gástame y vuélveme tu presente, como un caramelo en el interior de tu boca, como una oruga que se transforma en insecto alado y luego es quemado por los rayos del sol o destrozado por manos ingratas. Hasta entonces, sé mi amor, dame muestras de que existe. Necesito devorarlo todo y llevárselo pronto a los Reyes del Firmamento, con la sangre de la Primavera.

Mírame fijamente, con esos ojos tuyos que parecen miel cayendo de un panal cubierto de avispas. Déjame acariciarte ese cabello color tabaco. Permíteme probarlo, lamerlo, morderlo, consumirlo.

Presénciame en la despresencia de la muerte: desde todas partes, observándote con dolor.

Soy la lluvia que cae rápidamente sobre tu cabeza y limpia tus cabellos empapados en sangre seca. Poso mis manos en tus hombros y te doy escalofríos.

Siente mi aliento en tu cuello, oye mis pasos indiscretos que te siguen por el camino a la aldea, una vez que ha caído la noche y has terminado de llorarme a escondidas, con la cara metida en la hierba que ha crecido en el lugar donde enterraron mi cuerpo, todavía caliente mi sangre.

Veo las lágrimas que caen de tus ojos y el brillo que encierran cuando me ves emerger de las sombras, para vengarnos.

Entiende que he aspirado el incienso que flota en el aire del submundo y la flora silvestre que crece en las aguas de la puerta al Infierno acarició mis manos. Ninguna infusión que me prepares podrá aliviar mi pena eterna.

Estás narcotizado por la sangre que mancha mi ropa y gritas cuando trato de abrazarte.

El pan y el agua del que vives desde esa noche turbia, no es suficiente para mantener la salud de tu cuerpo. Ya no quieres oír mis gritos.

Por eso, al dejar de hablarte, fundo el lenguaje del silencio entre los dos. Ahora me verás andar muda por encima de los sepulcros nunca cavados, de mis víctimas consumidas por las llamas de mi odio. Siempre.