DISCLAIMER: No, no me pertenece. Sí, ya sé que pensaban que era mío y esas cosas, pero lamento decepcionarlas #bitchplease.


FALL TO PIECES

Capítulo IV: "How can you mend a broken heart?"

By: Nah-Kuroi


La fría mañana le hizo despertarse más rápido de lo que hubiese querido. No había podido pegar ojo durante toda la noche y tan solo logró conciliar el sueño a las cinco de la mañana.

Se desperezó con lentitud y sacó el teléfono móvil para ver la hora: eran las ocho; deseaba seguir durmiendo, pero el fresco se estaba volviendo insoportable y las sábanas que la cubrían no le abrigaban lo suficiente.

Se incorporó —con dolor de cabeza incluido—, y todos los sucesos de la noche anterior se amotinaron en su mente. Mas no había la desesperación y angustia pasadas, el nuevo día había dado paso a la resignación.

Sin embargo, y muy a su pesar, el insomnio y el cansancio aún mermaban en ella, volviendo insoportable su jaqueca, y haciéndole caer en cuenta de que estaba en el armario del sustituto. Inspiró aire profundamente, tratando de apaciguar el leve nerviosismo que brotaba al pensar en él; y se apresuró a percibir su reiatsu. Suspiró aliviada al no encontrarlo, y trató de sentir si había alguien más en casa; pero tampoco había nadie, y eso era más de lo que podía demandar.

Deslizó con delicadeza la puerta del armario, corroborando lo que había previsto. Se levantó con pesadez y sintió que la cabeza le explotaría.

Salió de la habitación y se dirigió al cuarto de baño a tomar una ducha caliente para aplacar el frío, y para sofocar el martilleo incesante de pensamientos que agolpaban su memoria.

Entró y se dirigió al lavabo. Se observó en el espejo por un buen rato, escudriñando su rostro con detenimiento: sus cabellos desaliñados, sus ojos ligeramente rojos, sus profusas ojeras, sus mejillas pálidas, sus labios secos… definitivamente, esa había sido una amarga velada.

Se introdujo en la artesa con parsimonia y dejó que el chorro de agua tibia la invadiera por completo, relajándose y olvidándose del mundo a su alrededor, dejando que el vapor la elevara por encima de todo lo que pudiese cruzarse por su cabeza. Sentía en cada poro cómo el agua caliente la abrasaba; como quemaba cada centímetro de su piel, como se llevaba la intranquilidad y traía una nueva calma; una calma estoica.

La ducha caliente había hecho buen efecto en ella; se sentía mucho más serena, con la cabeza despejada, la jaqueca había casi desaparecido y ya no tenía tanto frío.

La mañana había traído con sus bríos mayor control y una nueva perspectiva.

Abandonó la residencia de los Kurosaki para dirigirse al almacén de Urahara, lugar al que nunca llegó a recoger su gigai debido al apremio que sintió por ver al muchacho de los cabellos naranjas; si hubiese hecho primero lo primero, hubiera podido ahorrar algunas lágrimas.

Y también el interrogatorio del rubio tendero.

Sabía de antemano que le esperaba, si no más, unas cuantas preguntas por no haber acudido la noche pasada; además que las notorias ojeras y el rostro decaído no le iba a pasar nada desapercibido, muy por el contrario, le iba a jugar un par de puntos al rubio. Tendría que utilizar todas sus cualidades histriónicas para armar una treta más que convincente con el fin de engañarlo.

El transcurso del camino le permitió divagar un poco sobre el pasar de los acontecimientos.

Se dice que hay cosas, que por mucho queramos, no se pueden cambiar; y eso era por fin, lo que ella había comprendido.

Había comprendido, aunque inconforme, que no le quedaba más que reconocer hidalgamente su destino, como siempre lo hacía. Había comprendido, por milésima vez, que la felicidad y la dicha eran únicamente fugaces en su existencia —además de sólo pertenecer a los típicos finales de cualquier manga shoujo que estaba tan acostumbrada a leer—; y por último había comprendido también, que ella había sido sustituida en el corazón de Ichigo.

Que había alguien más ocupando ese lugar, ese sitio que creyó suyo, ese que de repente, alguna vez le perteneció.

Y ese alguien era nada menos que su mejor amiga.

Tal vez era esa la razón por la que aceptaba gallardamente haber perdido.

Ella intuía que Inoue estaba perdidamente enamorada de Ichigo pero nunca quiso aceptarlo; intentó ponerse una venda en los ojos, trató tapar el sol con un dedo… aunque sabía que esa verdad le dolería más cuando saliera a la luz, cuando cada cual obtuviera lo que merecía. Y eso era exactamente lo que pasaba: Ichigo e Inoue juntos, enamorados; ella, de nuevo, siendo la tercera de la historia, otra vez siendo solo la amiga.

¿Pero, qué le quedaba? ¿Tendría que luchar por amor, como no lo hizo la primera vez? ¿Tendría armas y válidos argumentos para "conquistarlo"? ¿Podría hacer ella algo contra su "rival"?

"Rival", sonaba tan irónico cuando ella aún la consideraba su confidente, esa persona que siempre estuvo ahí y que no dudo ningún momento en apoyarla.

Es que Inoue Orihime era un todo.

Amable, cándida, sincera, simpática, tierna, inteligente—no por nada tenía el tercer puesto en la escuela—, y aunque bastante torpe, era lo que se decía comúnmente, lo más cercano a ser perfecta. Y es que no era únicamente la belleza interior la que le adornaba; su cuerpo, desvergonzadamente despampanante, todo simétricamente ordenado, una altura promedio, un cabello largo y sedoso; una piel nívea, suave y tersa, unos ojos profundos y expresivos. Era una beldad divina, casi inhumana. Ella era el paquete completo.

Se dedicó un gesto socarrón.

¿Cómo podría competir con eso?

Era consciente de que no era un patito feo, pero, a comparación de Inoue, se quedaba pequeña.

Además, había una ventaja, la más fuerte, algo con lo que nunca podría lidiar: Inoue Orihime era humana.

Ella era capaz de darle a Ichigo esa vida que tanto añoraba: una vida normal.

Así que por mucho que él correspondiese sus sentimientos, ellos nunca podrían estar juntos.

Como leyó una vez en algún libro sobre la normativa de la Sociedad de Almas:

"Humanos se relacionan con humanos y shinigamis con shinigamis. No hay manera que un shinigami y un humano se relacionen sentimentalmente, ya que esto supondría el exilio inmediato o el encarcelamiento del shinigami en mención.

Es así como las cosas han sido siempre, como tienen que ser; y es así, como seguirán siendo."

Porque así es como las cosas tienen que seguir siendo —se repitió en un inaudible susurro, aceptando su destino otra vez, rindiéndose a cualquier otra cosa que pudiera hacer.

No obstante, rememorando lo que le había dicho el Capitán Ukitake la noche pasada, las cosas comenzaban a cobrar un sentido diferente.

Logró salir victoriosa de la tienda de Urahara. No hubo preguntas, al parecer, el rubio aún tenía la información de que ella recién llegaba ese día.

Suspiró aliviada mientras daba un pequeño paseo por las calles de la ciudad. El día se iba despejando cada tanto, extrañándola bastante; estaban en pleno invierno, por lo tanto, ver el día así de claro —a pesar de que se viera hermoso—, se le hacía raro.

—"Ha de ser el cambio climático del que tanto hablan" —pensó mientras se sostenía la barbilla y se encogía de hombros. De todas maneras, y aunque la mañana se hiciera más bella con cada minuto, el frío era abrumador.

Continuó en su andar, mientras retomaba el tema que había dejado inconcluso en su mente.

La pasada noche hubo pasado por agua tibia lo que le había dicho su capitán, pero a decir verdad, era realmente una información poco digerible.

Y recién ahora realizaba que más que poco digerible, era como para atragantarse.

Otro golpe de sucesos se desató en su cabeza sin darle oportunidad de procesarlos.

Entonces recordó lo que le había dicho el hombre con mayor claridad, una claridad que no había tenido la noche pasada —y no precisamente por los rayos de luz que se colaban por entre las nubes—; ella lo había tomado a la ligera, muy a la ligera.

"Teniente… Teniente... Teniente".

— ¡TENIENTE! —chilló a todo pulmón. Algunas personas que circulaban por ahí voltearon a verla entre confundidos y molestos por semejante grito; ella tan solo atinó a sonreír apenada, disculparse y caminar a paso ligero.

"¡Mierda! ¡Como demonios puedo darme cuenta recién de las implicancias que tenía esto!" —pensó furibunda en lo que recordaba el discurso de su capitán.

Ukitake Jyuushirou, se encontraba bebiendo té y revisando unos documentos —incluyendo el informe de Rukia—, hasta que tocaron la puerta de su oficina, hizo pasar a quién había llamado, y como él suponía, la menor de los Kuchiki se encontraba ahora delante de él.

—Kuchiki-san, has llegado muy rápido —dijo amable, en lo que le sonreía y la invitaba a tomar asiento.

—Buenas noches Capitán, llegué lo más rápido que pude —se sentó, dejando ambas maletas a su costado derecho.

—Bueno, viendo de que ya es hora de que te marches —la actitud calmada que había mostrado hacía poco, fue reemplazado por un rostro más tenso y severo—, solo te he llamado para informarte lo que hemos decidido el Comandante General Yamamoto y yo en la última reunión que hemos tenido.

Rukia arqueó una ceja y arrugó un poco el ceño sorprendida por cómo se mostraba el peliblanco. Él no actuaba de esa manera, por lo que no le parecía que lo que viniera fuese algo bueno.

Asintió expectante, esperando que su superior hablase.

—Bueno, iré directamente al grano —inspiró quedamente, tomándose su tiempo —. Debido a los acontecimientos sucedidos en Hueco Mundo, y sobre todo, por las bajas que ha tenido la Sociedad de Almas, es que en estos últimos meses se ha iniciado un reclutamiento de shinigamis, esto es más que nada para los altos rangos que han quedado vacantes.

»Como tienes entendido, hay tres divisiones que carecen de capitán; además de que a la Teniente Hinamori se le ha dado de baja por las secuelas físicas y psicológicas que le ha dejado todo lo de la rebelión de Aizen y la guerra; lamentable pero entendible, dado el hecho de que ella era muy cercana al ex capitán de la Quinta División. Sumado a eso, tenemos que yo sigo sin contar aún con un reemplazo para el puesto de teniente —suspiró entrelazando ambas manos por debajo de su barbilla, mirándola con más intensidad.

»Como ya te habrás dado cuenta, la Corte de los Espíritus Puros está pasando una reestructuración completa. Es por tal razón que se ha decidido que cada capitán recomiende a una persona, con habilidades comprobadas —hizo ahínco en esa afirmación—, para cualquiera de los puestos vacantes.

Rukia se inclinó un poco sobre el escritorio para no perder detalle de lo que estaban por decirle, a pesar de que vagamente sospechaba que se traía el hombre entre manos.

—Sí —afirmó como leyéndole los pensamientos—, te he recomendado para el puesto de Teniente de la Décimo Tercera División.

La morena casi se atraganta con su propia saliva cuando confirmó lo que en su mente fugazmente pasó. En lo que recobró la compostura, se apresuró a contestarle al peliblanco.

—P-pero Ukitake-taichou —tartamudeó insegura—, pienso que hay gente con muchas más cualidades que yo para el puesto —farfulló contrariada—. Además, ¿p-por qué me propuso a mí? ¿Por qué no a los terceros oficiales?

Jyuushirou la miró deferente, esbozándole una pequeña sonrisa.

—No he sido el único que te ha propuesto al parecer, tengo entendido que varios capitanes, entre ellos Kuchiki Byakuya, han estado de acuerdo con mi decisión —se detuvo un momento para observar su reacción; tal como esperaba, ella lucía renuente a creerlo.

La shinigami abrió los ojos desmesuradamente, y se irguió en su asiento al asimilar lo dicho; no podía dejar de sorprenderle que su hermano haya aceptado la recomendación. ¡Él la había aceptado! No cabía en su asombro.

—Además debo decir —agregó Ukitake—, que el Comandante General Yamamoto ya ha aceptado también. Todos se han dado cuenta que te has convertido en una luchadora mucho más experta, además de fuerte; y eso es lo que estamos necesitando.

»No queremos apresurar tu decisión, así que hemos conferido brindarte dos semanas para que resuelvas con tranquilidad, si esto es lo que te conviene.

"Sí claro, como si dos semanas me permitieran meditarlo plenamente" —pensó mordazmente la morena en lo que salía de su espasmo momentáneo.

—Bueno, Kuchiki-san, el aceptarlo ya es cosa tuya; pero deberías saber que me encantaría que lo hicieras. Sería fantástico tener un subalterno como tú —concluyó dedicándole una sonrisa sincera, esperando de todo corazón que ella aceptase; después de todo, eso tan sólo era la primera parte.

"¡Carajo!" —profirió para sí misma. La habían propuesto para teniente y ella recién caía en cuenta del compromiso que encuadraba.

Una parte de ella se sintió furiosa por la actitud tan torpe que hubo adoptado, no obstante, una fibra en su interior se removió inquieta.

Quizá, alguien más se encargaba de ensamblar todas las piezas de ese confuso rompecabezas; quizá, todo lo que había vivido, todo el sufrimiento y la amargura, estaban ya escritos.

Ahora todo encajaba, ella tenía que alejarse de él de cualquier manera, ya sea por el hecho de que iba a ocupar un cargo mucho más importante en el otro mundo…

O porque sencillamente, él jamás correspondería sus sentimientos.

—"Es el destino" —musitó cediendo al fin, comprendiendo que no tenía más remedio que aceptar lo que se le presentaba.

Y renunciar, por enésima vez, a su felicidad.

A su felicidad por la felicidad de otros.

Y la helada seguía perenne, aunque el día estuviese completamente despejado; mostrando una aparente belleza, encubriendo la crueldad del intenso frío.


Eran las seis de la mañana y él ya estaba fuera de casa.

La falta de sueño durante la mayor parte de la noche y el haber dormido alrededor de una hora, hizo que pudiese levantarse con bastante premura.

Salió sin mayor preámbulo y con suficiente sigilo, teniendo en cuenta que su padre, sus hermanas y Rukia seguían dormidos.

Aunque él podría jurar que ella tampoco había podido pegar un ojo.

Sabía que su familia saldría a una excursión esa mañana, y con algo de suerte, su padre no lo despertaría. Si lo hiciese, ya se inventaría una buena excusa… o lo patearía hasta que quedase completamente zanjado el tema.

A pesar del rocío mañanero y de que no estuviera del todo claro fuera; se sentía un clima bastante apaciguador, cosa que a él le sentaba bien. Necesitaba ese sosiego, el respirar nuevos aires, el poder despejar su mente por completo.

Andaba con poca prisa, arrastrando el cansancio y permitiéndose divagar acerca de lo ocurrido la noche pasada.

No acababa de entender del todo lo que hubo acontecido; y es que, mirándolo desde otro ángulo y con el soporte de la serenidad y la cabeza fría, se hacía —aunque menos doloroso—, bastante confuso.

En horas, había confirmado el estar enamorado, recibido el rechazo y la desilusión del primer amor; había sentido la frustración, vivido el despecho, escuchado una declaración, y hasta aceptado un beso. Todo sin medios tiempos o descansos. Todo de corrido y sin pausas.

Todo demasiado rápido como para poder asimilarlo.

Había sido rechazado de una manera ilógica, infantil y estúpida. Así lo consideraba. Por Dios, ¡él se había enterado en medio de una "declaración" que no era correspondido! ¿Era lógico que una persona te rechace de una manera indirecta, y encima, diese pie al inicio de otra relación?

Pues, no acababa de entenderlo.

Si lo hubiese meditado hace un par de días, podría haberse jurado que entre la pelinegra y él había un vínculo más estrecho; uno que rayaba en sentimientos más profundos. Él estaba casi seguro, que la intimidad de la cual gozaban, era atisbo de que había algo. Mas ahora, ya no sabía a que límites habían llegado esas confianzas.

Tal vez, él se había anticipado. Tal vez, solo tal vez; el no debió albergar una conclusión tan apresurada.

Una que le decía que su conexión con la pelinegra iba más allá que un simple compañerismo o una simple amistad.

Suspiró con pesadez y sacudió la cabeza pausadamente, emitiendo un bufido claramente sarcástico. Se llevó ambas manos a los bolsillos del pantalón y levantó su mirada al infinito.

Esbozó una sonrisa forzada, él mismo le exigía una explicación al cielo; porque daba por sentado, que era injusto lo que le sucedía.

¿Por qué le volvían a arrebatar a una mujer que amaba? ¿Por qué de nuevo le taladraban el alma de esa manera?

Estúpida. La respuesta a esas preguntas era estúpida y él sabía. Porque nadie le había arrebatado nada ahora; él solito se la había sacado del camino.

Porque no había tenido el arrojo necesario para intentar algo con ella, para enfrentársele y desnudar su alma, mostrándole sus sentimientos.

Pues el podría ser un shinigami fuerte, valiente y muy diestro en el arte de la guerra…

Pero era un reverendo idiota en cuestiones afectivas.

Además de ser un cobarde de primera, preocupado más en su reputación y en el "qué dirán", que en su propio sentir.

Pensar que se había esmerado tanto en mantener esa faceta de "adolescente-mojigato-sin hormonas" y ésta se había venido abajo en menos de una noche.

Chasqueó la lengua y frunció aún más el entrecejo. Se maldijo interiormente pensando que si de todas maneras iba a acabar con su reputación, pues hubiese sido con la verdad y con Rukia.

No con esa vil mentira. Una que tenía nombre y apellido: Inoue Orihime.

¿Cómo carajos había acabado "aceptando" los sentimientos de la pelirroja?

Bufó recordándolo, era sencillo: Despecho.

Pues esta es una de las sensaciones más indómitas en la naturaleza de cualquier persona; sobre todo, en un adolescente dolido.

Y él, una vez más se dejaba llevar por sus impulsos, por ese torrente de emociones que emergían cuando se veía vulnerado. Nunca utilizaba la cabeza y esta vez no había sido la excepción.

Imbécil. Se lo podía repetir millones de veces, mas no remediaría nada.

Si bien era difícil creerlo —debido a su 1.75 m de estatura, su porte atlético y sus rasgos adultos—; él aún seguía siendo un crío, uno que había resuelto encerrar su adolescencia dentro de esa coraza de hombre frío y maduro, un niñato que aún se hallaba en la flor de la juventud.

Él no era más que eso, un simple adolescente que había tenido la necesidad de madurar mucho antes que cualquiera de su edad; pero que en esencia seguía siendo sólo eso, un simple adolescente. Uno que tenía todo el derecho a equivocarse, a tropezar y a caer.

Y aunque quizá esa caída sea una de las más intensas, de esas que dejan cicatrices, él se sobrepondría y aprendería de su error.

Por lo menos eso esperaba.

Emprendió el camino de retorno a casa, estaba de más que siguiera deambulando sin rumbo, puesto que de alguna manera tendría que verla, vivían en el mismo sitio después de todo; pero él tenía ya una determinación, y no iba a dar marcha atrás.

Con su alma hecha jirones, él aprendería de sus errores; tal vez no de la mejor manera, pero haría el intento.

Volteó una esquina, resopló sonoramente, y se sonrío socarronamente por enésima vez en el día.

¿Cómo había llegado a convencerle el maldito despecho, que un clavo saca otro? No lo captaba, pero por lo pronto, ese resentimiento le decía que quizás Inoue le haría olvidarla… o en algo ayudaría.

Aunque muy dentro de su ser sabía que era inútil, y no era para menos, ¡él ni si siquiera la llamaba por su nombre!

"Mierda"— se dijo en lo que sus cejas estaban al borde de toparse—, "esto va a ser mucho más difícil de lo que parecía".

Miró el cielo una vez más, notando como las nubes se disipaban, dejando un cielo intensamente azul, y a un sol brillando en toda su magnitud, trayéndole un nuevo color a su andar, una nueva luz a su vida y una clara figura: la resignación en toda la amplitud de la palabra.

Y sí, él sabía que era cobarde.

Y prefería esa cobardía, atándose a otra persona; pero siempre teniendo cerca a su enana mandona, aunque sea únicamente como su compañera.

Preferiría eso mil veces, a perderla definitivamente, como su padre había vaticinado.

—"Es el destino" —susurró a la lejanía, aceptando una derrota invisible, y esperando que todo sea mucho más fácil de esa manera.

Y ahí estaba el sol alumbrándole el camino, aunque con el viento cortándole la cara.

000000

—Oi, Kisuke… ¿lo notaste? —preguntó la mujer al hombre que yacía sentado sobre el tatami, abanicándose a pesar del viento helado colándose por entre las persianas abiertas.

—¡Oh, Yorouichi-san! ¿Notar qué? —dijo alargando las palabras y fingiendo sorpresa.

—Por Dios Kisuke, no hagas el idiota —dijo dedicándole una mirada furibunda—, sabes perfectamente a lo que me refiero —entrecerró los ojos para impregnar de seriedad sus palabras.

—¡Kuchiki-san se veía terrible! ¿A que sí? —levanto su mirada por sobre el abanico para dirigirle una ojeada cómplice a la morocha— Y no es para menos, lo que ha visto ayer —su voz se endureció—, le ha de haber dolido… y mucho.

—Hasta ahora no comprendo como el idiota de Ichigo pudo haberle hecho esoañadió Yorouichi—; además nunca pensé que el llegara a corresponderle los sentimientos a esa chica —bufó aburrida en lo que tomaba su café.

—Yo también pensé que ese siempre sería un amor no correspondido —concluyó el rubio, asintiendo quedamente—; pero siempre la vida da giros inesperados —finalizó, volviendo adoptar su postura relajada—. Aunque, puede que este giro haga más interesantes las cosas —cuchicheó para sus adentros, levantándose del piso y dirigiéndose a la puerta, pero lo suficientemente alto para que la mujer que reposaba a su lado lo oyera; en lo que procedía a atender al incauto que había osado entrar en su tienda.


—Solicitó mi presencia, Comandante Yamamoto —expresó la cabeza del clan Kuchiki en lo que hacía su aparición por la entrada de la oficina principal de la Primera División.

Los dos presentes voltearon a verlo y el mayor de todos le hizo un ademán para que tomase asiento junto con ellos.

No obstante, a Kuchiki Byakuya se le hacía raro que lo requiriesen por segunda vez en esa semana.

La primera vez, había sido apenas hace cinco días cuando le informaron, y solicitaron su permiso, para el ascenso de su hermana; y aunque él en un primer momento se sintió consternado ante tal noticia, tratando de debatir esa disposición, acabó aceptándolo, más por formalidad que por pleno consentimiento.

Y ahora lo volvían a convocar, y a él eso no le gustaba; sabía que esas invitaciones continuas siempre acababan por darle alguna mala noticia, o informarle de alguna decisión.

Se desplazó con ese garbo tan característico suyo, y tomó asiento ceremoniosamente.

Ninguno de los presentes articulaba palabra y se advertía, por el rostro perturbado del peliblanco, que algo no marchaba bien del todo.

Byakuya permaneció impertérrito a pesar de lo tenso del ambiente, en lo que Yamamoto pasaba su vista inexpresiva entre capitán y capitán. Después de pasar algunos minutos en esa incómoda afonía, Genryuusai se irguió en su asiento, y después de volver a pasar su mirada intercalando entre los asistentes, inició su discurso.

— Bueno —se aclaró la garganta—, esta reunión ha sido estimada, básicamente, para hacer una proposición al clan Kuchiki.

Byakuya se quedó con la garganta seca, pero no modificó ni un instante su semblante rígido.

Ukitake entrecerró ligeramente los ojos arrugando el ceño, y logró distinguir como se tensó el cuerpo del Capitán de la Sexta con lo que había proferido el Comandante.

No había reaccionado, tal como lo había previsto, simplemente se quedaba escuchándolo; inspiró profundo, sabiendo que lo que tenía que decir iba ser bastante turbador.

—El Resquicio de las Almas tiene que ser abierto nuevamente, Kuchiki Taichou.


¡Hey! Esto es serio, tienes un mensaje. Tienes un mensaje ¿No oyes? ¡Que tienes un mensaje, joder!

Adormilada y balbuceando incoherencias, comenzó a tantear sobre su velador buscando el ruidoso aparato que la había despertado de su apacible sueño; no tenía ni la menor idea de que hora era, pero de que era muy temprano, tenía la completa certeza.

Con los ojos nublados y aún en media noche, abrió el teléfono móvil con desgano, aguantando las enormes ganas que le habían dado de destruirlo, y no pudo creerse lo que leía.

Ella sabía fehacientemente que su amiga era una loca de remate, ella lo sabía; pero esto, era el colmo de los colmos.

"¡Taaaatsuki-chaaaaan! ¡No sabes lo que pasó! Yo… él… ¡él y yo! Tatsuki-chan ¡no te lo vas a creer! ¿Crees que puedas venir ahora a mi casa? ¡Necesito hablar contigo! ¡Es urgente! ¡No he podido dormir en toda la noche! Te iba a llamar, pero pensé que no era adecuado… Creo que esta es una hora más prudente, ¿a que sí? ¡Ven por favor! Nosotros… Kurosaki-kun… ¡nosotros! ¡Kya! ¡Moriré Tatsuki-chan! ¡Vente ahora por favor! ¡Ya yo te preparo un rico y nutritivo desayuno! ¡Te sorprenderás! Tienes que saberlo Tatsuki-chan ¡tienes que saberlo! Te espero —Orihime"

Sabiendo como cocinas, ten por seguro que me sorprenderé —expresó entre murmullos, en lo que se incorporaba y procedía a asearse.

Había tres cosas que le habían quedado claras de los cinco mensajes de texto continuos que le llegaron de su amiga pelirroja:

Primero, el término "loca" no calzaba adecuadamente para describir a su amiga, le quedaba demasiado corto; ella ya viraba en lo maniático ¡venir a despertarla, un día sábado, a las 5:58 am! Eso sÍ que estaba fuera de cualquier orden natural para una estudiante que espera para su fin de semana, por lo menos, doce horas de sueño continuas.

Segundo, o ella había tenido de nuevo esos sueños raros, o le había pasado algo demasiado cercano con algún muchacho, puesto que era en lo que se había centrado todo su bendito mensaje; mas no podía creer que haya sido con Ichigo. Ella pensó que su amiga ya había superado el tema del sustituto, que por fin se había rendido, pero por lo que había leído, algo bastante extraño había ocurrido. No pudo evitar que por su mente cruzara la pequeña Kuchiki.

Y por último, si ese día tan sólo le diese una indigestión, viviría agradecida con los dioses por toda la eternidad; sabiendo como hacía Orihime los alimentos, tendría suerte si no iba a parar a un hospital en emergencia.

Bostezando cada tanto, y caminando con pasmosa pereza, llegó a la casa de Inoue. Fue el apenas rozar la puerta para que la efusiva anfitriona abriera y la abrazara como si no la hubiese visto en años.

—¡Tatsuki-chan! ¡Por fin llegaste! —Exclamó aún asiéndola con los brazos y hamaqueándola de un lado a otro — ¿Por qué te demoraste tanto, eh? ¡Pensé que ya no venías! No sabes lo… —no pudo concluir, la paciencia de su amiga se había consumido.

—T-te parece si mejor entramos, me estás asfixiando —pronunció con la voz entrecortada por la falta de aire y con un dejo de fastidio debido a la incomodidad.

—¡Oh, lo siento! Es que me emocioné mucho — soltó sonriendo nerviosamente en lo que se hacía a un lado, dejándola pasar—, ¡pensé que ya no venías! Como te has tardado más de una hora... ¡Y yo que me había esforzado tanto con la comida! Y las tostadas…

—¿No esperabas que viniese inmediatamente, no? — La cortó, sabiendo que empezaba a irse por las ramas, mirándola reprobatoriamente — Por Dios Orihime, es sábado, ¿qué persona en sus cabales se levanta a las seis de la mañana? ¡Dame un respiro!

—Y-yo lo siento Tatsuki-chan —masculló apenada, entrelazando sus dedos timoratamente —, no quise despertarte tan temprano… es sólo que yo tenía que decirte…

—Está bien Orihime —la interrumpió por tercera vez en el día, acariciándole la cabeza como si de un niño pequeño se tratase — ¿de todas maneras ya estoy aquí, no? — le sonrío amablemente, como siempre lo hacía —¿te parece si mejor nos acomodamos y tomamos desayuno primero?

Y enseguida se arrepintió por lo que había utilizado para tranquilizarla.

La dueña de casa había desechado cualquier rastro de pena de su rostro para reemplazarlo por una gran sonrisa, procediendo a traer todos los mejunjes que había hecho para el desayuno. Llenó la mesa con infinidad de platos de varios colores y tamaños, armando todo un festín. Le extraño en demasía que varios de los platos servidos se viesen comestibles puesto que su amiga no era muy partidaria de cocinar "como una persona normal", y se la pasaba experimentando con lo que encontrase en la alacena o en el refrigerador; así que ver platos extrañamente apetecibles en la casa de su mejor amiga, no se adecuaban a lo que ella estaba acostumbrada.

La miró con algo de recelo en lo que ella terminaba de poner las tazas y el jugo de naranja, ignorando el hecho de que estaba siendo analizada, para saber por qué ella estaba tan radiante, y por sobre todo, por qué parecía tan normal.

"¿Quién eres y que has hecho con Orihime?" —profirió para sí en lo que no despegaba sus ojos de los movimientos que realizaba la pelirroja.

Si bien todos sabían que Inoue Orihime era una persona con una felicidad extrema y palpable, ella en esos instantes, simplemente brillaba. No era su alegría habitual a la cual ella estaba más que acostumbrada; había un plus, un "algo" que la hacía resplandecer como un sol a medio día.

Y ese algo, por más que la hiciese fulgurante, le incomodaba. Un imperceptible presentimiento, una suave voz, le susurraba que algo iba mal.

Siguió escrutándola con detenimiento hasta que por fin terminó de acomodar la vajilla colmada de alimentos y se acomodó frente a ella. La miró sonriente, dándose cuenta del asiduo seguimiento del cual estaba siendo presa.

—¿Pasa algo Tatsuki-chan? —preguntó naturalmente, arrugando ligeramente el filo de la nariz.

—¿Has tenido otra vez ese tipo de sueños? ¿Los del príncipe y el corcel blanco? ¿Qué has comido anoche? ¿Cuántas veces te he dicho que cada vez que tengas esos sueños raros, no te los creas? —hablaba sin parar atropellando palabra tras palabra.

Normalmente, cuando Orihime tenía esa clase de fantasías, amanecía eufórica; la llamaba muy temprano en la mañana, instándola a venir a su casa, contándole todos los pormenores de sus quimeras nocturnas, las cuales siempre tenían como protagonista al mismo muchacho de cabellos naranjas; ya sea como príncipe, superhéroe, o hasta barrendero. Ella estaba preparada para ese espectáculo, pero esta vez era peculiarmente distinto: su mirada, la comida normal, su deslumbrante júbilo, el mensaje, la hora del mensaje, sus mejillas sonrosadas. Todo, absolutamente todo, indicaba que esta vez sí había sido real.

Inoue por su parte, la miraba entre sorprendida, confusa e indulgente; empezaba a comprender por qué su amiga lucía tan liada.

Tatsuki captó su mirada condescendiente y se contrario aún más. Se quedaron en silencio mirándose los rostros la una a la otra, tratando de descifrar, en el caso de Tatsuki, el motivo de tan repentina y genuina algarabía; y en el caso de Orihime, la maraña de confusiones que se habían formado en la mente de la pelinegra.

Las sonoras carcajadas de la muchacha pelirroja la sacaron de su ensoñación.

—¡Y ahora de qué te ríes! —le espetó airada— No es gracioso, Orihime —se rindió formando un imperceptible puchero.

—¡Es que eres muy ocurrente Tatsuki-chan! —se detuvo al ver que su amiga estaba hecha un caos por lo que estaba sucediendo —No, no fue un sueño —comenzó a explicar, tornándose seria por un momento—, esta vez fue real… esta vez si sucedió.

Observó prudente cómo ella cambiaba su rostro, estaba algo seria, pero aún con esa ilusión pegada en la cara. Estuvo por sonreír cuando ella dijo la última parte; se la veía tan dichosa, aunque a ella no le terminara de encajar del todo.

—K-Kurosaki-kun —tomó aire, aún se le hacía algo extraña la situación, además de que no sabía siquiera como abordarla —… me besó. ¡N-no, no, no! ¡Así no debí haber comenzado! ¡Tonta!... —comenzó a revolotear las manos y a balbucir, en lo que se reprendía y luego sonreía apenada. Miró a su compañera, lucía calmada, aunque pudo bisbisar algo de sorpresa en su semblante; vio como movía ligeramente la mirada, exhortándola a continuar.

Tatsuki había quedado sumergida en un mutismo total. Por más que quisiera, no podía articular palabra; sin embargo, ahí estaba la pelirroja detallándole todo lo que había pasado la noche anterior, desde que lo citó, cómo se preparó, el nombre de su plan… todo lo que hubo acontecido. No obstante, todo se había quedado en un murmullo lejano cuando hubo pronunciado "Kurosaki-kun" "beso" "me" juntos en una sola frase.

La escuchaba, era cierto, mas ya no la oía.

Todo en su cabeza, se había convertido en una anarquía total, insultándole la inteligencia. ¿De cuándo acá Ichigo tenía algún tipo de "interés amoroso" en alguna chica? Y lo que era peor, ¿Cuándo ese "interés" se había enfocado en su mejor amiga, y no en la única chica que ella creyó entraría en esos asuntos?

Ella se había dado cuenta de sobra que Rukia le había cambiado el mundo a Ichigo; y por mucho que le pesase a Orihime, la menor de los Kuchiki fue capaz de hacer en meses, lo que la pelirroja no pudo —y ni siquiera trató— hacer en años, le devolvió los deseos de vivir.

Y por sobre todo, ella logró que él sonriera una vez más; logro que se comportara como hacía años, como cuando ella recién lo conocía.

Como antes de que su madre muriera.

Estaba ahí en cuerpo presente, mas su mente divagaba muy lejos de la pelirroja.

—… ¡Además Kuchiki-san me ayudó mucho dándome ánimo! —se emocionó al recordar cómo la menuda shinigami la persuadió a intentarlo —No pensé que pudieran servirme tanto sus palabras…

Y seguía hablando y hablando, no cayendo en cuenta, de la estupefacción que había causado en su compañera esa inocente afirmación.

Tatsuki, que había permanecido ausente durante todo el parloteo de su amiga, atinó a reaccionar, interrumpiéndola por reiterada ocasión.

—¿Qué Kuchiki qué? —lo que había pretendido decirlo en voz alta y clara, salió como un suave murmullo; como si aún estuviera asimilando lo anteriormente dicho.

Había estado platicando ella todo el rato y sólo recién logró vislumbrar el aturdimiento de su amiga; el ceño plegado y los ojos desencajados. ¿Por qué justo ella tenía que reaccionar de esa forma? No lo comprendía, normalmente la alentaría y hasta la felicitaría por semejante hazaña; mas ahora, el verla con el semblante rígido y sin el menor atisbo de regodeo por la situación, le molestaba.

—Kuchiki-san me ayudó a declarármele —respondió cautelosa, no sabía hasta qué punto o por qué, a ella le perturbaba el que la hubiera mencionado. ¿Tal vez celos? No lo entendía —. Ella me dijo que no me rindiera —se alentó a continuar —, que siguiera adelante; así él me aceptase o no…

—¿Le dijiste que te le ibas a declarar a Ichigo? —añadió mirándola fijamente a los ojos, tratando de sacar algo implícito en ese contexto, algo que se le había escapado de las manos a su mejor amiga.

—No… ella no me dejó —soltó sintiendo un gran peso caerle encima, notando por fin, esas voces que se había rehusado a oír.

Una repentina culpabilidad la cerró con todo en un halo de remordimiento que la envolvió por completo; haciéndola caer en esa cuestión que le había inundado la cabeza tantas veces, y que ahora se ceñía clara en sus recuerdos.

Y Arisawa comprendió, que ahí estaba el quid del asunto. Pero ella no la iba a juzgar, no podía hacerlo; después de todo, Ichigo la había correspondido —aunque le resultara increíble aún—, y parecía que su amiga aún se aferraba a esa idealización del "príncipe azul con cabellera naranja".

Súbitamente, Ishida se le pasó por la cabeza. Ella tenía entendido que Orihime y el Quincy habían afianzado sus lazos desde que terminó esa dichosa batalla hace ya algún tiempo; tal vez por eso pensó que Inoue había dado cabida en su corazón a alguien más; al joven que siempre estuvo ahí por ella y para ella. Si bien ella pensó que su amiga había empezado a sacarse a Ichigo de la cabeza, no había advertido cuán equivocada estaba.

Suspiró pesadamente, ella no podía hacer nada, no era su vida; por mucho que le importara su mejor amiga.

¿Esto es lo que realmente quieres, Orihime?

La pregunta la tomó por sorpresa. Si bien toda la noche pasada y esa misma mañana había estado disfrutando la emoción del momento, algo dentro de ella se sentía ligeramente vacío. Y no fue hasta esa pregunta que se dio cuenta por qué era.

¿Era eso lo que realmente quería? ¿Efectivamente, seguía queriendo tanto al sustituto como pregonaba? ¿O era tan sólo la satisfacción del capricho realizado?

¿Realmente le importaba si tan sólo era un antojo o el verdadero amor? Ella ya había luchado bastante por ocupar ese puesto junto a Ichigo; lo había dado todo, absolutamente todo. Ya había derramado suficientes lágrimas por ese amor, que ella especuló alguna vez, no le sería retribuido.

No le importaba más, ella gozaría de ese momento, su momento.

Aunque tal vez luego, las heridas se hiciesen más profundas, tanto que no se subsanen con una simple sonrisa o un "lo lamento". Quizá se estuviera mintiendo a sí misma, pero por una vez ella lucharía por eso que tenía, efímero tal vez, pero suyo; porque él se lo había consentido.

Lo que hubo soñado por años, estaba ahora en su mano… aunque tal vez a ella ya no le satisfacía de la manera en la que había fantaseado durante todo ese tiempo.

—Sí Tatsuki-chan —concluyó severa, desmoronándose ante su propio engaño—, esto es lo que quiero.


El hermoso —aunque frío— crepúsculo, se iba terminando; llevándose con él, un día "bastante ajetreado", según el pensamiento de Kuchiki Rukia.

Se sentía agotada. Había pasado medio día deambulando, y otro medio día en casa de la pelirroja. Y eso, había sido lo más extenuante de todo.

Llegó a su casa pasada la una de la tarde y se encontró con que justo Arisawa estaba de salida; se sorprendió con la actitud de la peleadora, jamás de los jamases había visto su rostro con esa expresión tan meditabunda y, a la vez, completamente embrollada.

Lo dejó pasar, y sucedió a permanecer lo que quedaba de la tarde con su voluptuosa amiga.

Escuchándola, viéndola; sentía que no se equivocaba. Era la adecuada. Estaba bien si Ichigo había decidido quedarse con ella; ella lo merecía, no había por que darle más vueltas al asunto.

Era una persona espectacular que se merecía eso y más, ya había sufrido demasiado. Teniendo esta perspectiva, suponía, tal vez las cosas se tornarían más fáciles… o menos complicadas.

Regresó a casa de Ichigo con un muro de resignación rodeando su corazón. Era tarde para lamentaciones, tarde para arrepentimientos y aún más tarde para sus sentimientos.

–¿Aló? –contestó el teléfono sin siquiera mirar el identificador de llamadas.

–¿Rukia? Estoy en la tienda de Urahara, me quedaré unas semanas, pero sería muy bueno que vinieras un rato por aquí, a cenar algo tal vez.

Y ahí estaba Renji, como siempre. Él nunca se había ido, y tal vez esa era la razón que necesitaba. Tal vez…


Notas de la autora:

Ay, muchachitos del señor, les debo millones de disculpas. En primer lugar, por haber tenido tantísimo tiempo abandonado este fic, casi dos años, si mal no van mis cálculos. Y, en segundo lugar, por el bodrio que acaban de leer xD

Pero, nonono, no desesperen, tengo explicaciones. Este capítulo ya lo tenía casi terminado desde el año pasado, pero lo que pasa es que siempre pensaba que estaba inconcluso y se me iba toda clase de inspiración. Y así fueron pasaron los meses... y fui dejando de ver Bleach. Sí, así como lo leen, me alejé por completo de este mundo, la universidad y la vida de adulta me consumieron :( Y sufrí mucho. Pero me acordé de ustedes, corazones de melones, y decidí terminar este capítulo que, en realidad, mucho no le faltaba. Lamento haberme ido sin haber terminado la historia, pero así es la vida y esa es mi mala noticia: probablemente no termine el fic.

Sí, soy de lo peor (nomeodien). Pero estoy alguín en duda, la historia la tengo en mi cabeza desde que empecé a escribir el fic, mas como estoy tan desactualizada de bleach me da miedo caer en el AU y en el OOC. Es por eso que aviso que probablemente no termine el fic, pero está quedando abierta la posibilidad de que lo continúe (tododependedelosreviewsxD). Igual, he aquí alguito, y cualquier cosa, un review y estarán satisfechos.

Adiós, adiós, no sufran, siempre se puede comer queso y mermelada (dejarélasdrogas,dejarélasdrogas) xD