N/A: Hola a todos ^^

¡Hasta que al fin termine este fic! ¡Que feliz soy! Bueno, se suponía que iba a ser de un sólo capi, pero resulto más extenso de lo previsto y tuve que dividirlo en dos partes. Les dejo la primera y la próxima semana subiré la siguiente. Ojala disfruten la lectura porque yo me divertí mucho mientras la escribía. Hace tiempo no ponía en aprietos a algún santo y esta vez le tocó a Camuchis XD.

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Para IsPandora con todo el cariño del mundo, porque ya llevamos años adorando a los Golden Boys y todavía no nos cansamos, ¡ni nos cansaremos!

¡Arriba Saint Seiya!

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Marco Aurelio V

Por Luna_sj

Día viernes.

Templo de Acuario: 7 am.

Era un hecho: Milo era su camarada, su mejor amigo, su compadre, su hermano; en fin, toda esa sarta de cursilerías que la gente común utiliza para describir un estado de afecto fraternal entre dos personas que no comparten la misma sangre, pero que aun así se estiman por encima del promedio ponderado de consideración amical. Punto aparte, insértese signos de exclamación mental: ¡Pero esto era demasiado!

Camus de Acuario sintió un tic en su ojo derecho. Se dejo caer en un sillón, que para suerte se encontraba justo detrás de él, apoyo su codo derecho en el brazo del mueble y dejo que su rostro descansara en su puño cerrado. Qué tan malo podía ser después de todo, trato de pensar positivamente, sólo serian tres días: viernes, sábado y domingo, y luego todo regresaría a la normalidad, sonrió satisfecho. Definitivamente se había estado ahogando en un vaso de agua, algo vergonzoso para él.

Se puso de pie nuevamente, esta vez decidido a convertir ese "pequeño" percance en una gran lección de vida. Cuidar de un ser indefenso, a simple vista bobalicón, fastidiosamente lambiscón, bastante mofletudo y patéticamente engreído sería su misión por los tres siguientes días. Le impondría la disciplina que no le habían enseñado, le mostraría lo básico para ser un espécimen civilizado y le brindaría una educación digna de exhibición.

El santo cruzo los brazos, separo las piernas, se soplo los flequillos, frunció el ceño y fijo los ojos en aquello que tenía al frente.

––¡Guau! ––ladro aquello.

Pesando 65 kilos y midiendo 75 centímetros, con pelaje abundante color negro azabache, musculoso, de patas gruesas y fuertes. Nadador excepcional y un rescatista por naturaleza, con ustedes ¡el Terranova!

Y si; se trataba nada más y nada menos que de un perro. Pero no cualquier perro, ¡sino el perro de Milo! Es decir, un ser fuera de los estándares normales de sentido común. Porque bien dice el dicho: "Dime quién es tu dueño y te diré quién eres". Camus meneo la cabeza en señal de desaprobación. ¿A que ser humano sicológicamente estable se le ocurría adoptar un Terranova como mascota de jardín? A Milo por supuesto. ¿Quién más sería lo suficientemente inconciente, patológicamente desenfrenado y estupidamente acogedor para hacerlo? Sólo él. No había remedio con el bicho; estaba rematadamente zafado.

¡Pero esperen! Si aquella enorme bola de maza y pelo era propiedad del honorable, nótese el sarcasmo, guardián del octavo templo; ¿qué hacía en el onceavo templo? ¡Eh ahí el detalle! Sucedía que Camus, dueño y señor del templo de Acuario y altruista como sólo él, se había ofrecido amparar todo el fin de semana al tierno animalillo… Aja, ahora que nos cuenten una de vaqueros… ¡Primero se congela el infierno! Sucedía más bien que se había visto obligado, por no decir que lo obligaron después de echarle encima un discursillo melodramático barato, debido a que su camarada andaba en una misión fuera de Grecia.

Pero ¿cómo empezó todo?

Érase una vez en el Santuario del Nunca Acabar un día como otros, con la diferencia de que uno de sus santos dorados, desobligado y sin más deberes que ponerle cabe al espiritual Shaka de Virgo, decidió adentrarse en el fascinante ciberespacio para matar el aburrimiento. Iba y venia por links, clicleando a diestra y siniestra, hasta que por azares del destino se topo con una pagina titulada "Colas y Patas". Sin otra cosa en que ocupar el tiempo le hizo clic al asunto y entonces se encontró navegando por una serie de llamados a la conciencia, al altruismo para con los animales… Resumiendo, lo invitaban a adoptar un animal, en este caso un perro.

Una semana después se estacionaba en el coliseo un camión de mudanza. Todos los habitantes se acercaron a ver llenos de curiosidad y grande fue su sorpresa cuando el conductor del vehiculo pregunto por el Excelentísimo Señor Santo Dorado Milo de Escorpio, rascándose la cabeza después de asimilar lo que acababa de decir, pero bueno, no importaba tampoco, tenía un paquete para el mencionado y necesitaba que firme los documentos de entrega.

Al día siguiente Milo se paseaba orgulloso por los sagrados recintos con un gigante de cuatro patas, un ejemplar impresionante de Terranova negro de mediana edad. A cada paso iba presentando al animalote a sus amigos, los cuales se quedaban con la boca abierta de asombro, algunos hasta llegaron a pensar que les estaban jugando una broma porque resultaba inverosímil las proporciones del perro. ¡Era descomunal! Milo soltaba carcajadas y los invitaba a acariciarlo porque lo que el canino no tenia de chiquito, lo tenía de bonachón. Pero no sólo la apariencia del perro llamaba la atención, sino también su nombre, que a los oídos de un común mortal resultaba el colmo de la excentricidad: Marco Aurelio V de la Casa Real de Thutumumu. Toda una barbaridad de nombre, que según los archivos de "Colas y Patas" era producto de su linaje, porque Marco Aurelio V de la Casa Real de Thutumumu había nacido en cuna de oro, miembro de una familia de alta alcurnia.

Por esos días Camus había estado fuera de Grecia, de lo contrario seguro que devolvía al perro con todo y dueño, cosa que no fue posible gracias a que Marco Aurelio V, de lo más lambiscón, ya se había ganado el cariño de todos en ese fin de mundo, de la misma diosa Atena, que se derretía cada vez que lo veía tan grandote y bonachón, babosón para Camus.

––Thutu… ¿qué? ––había preguntado el acuariano con cara de no creérselo. Milo se echo a reír y le explico el asunto de la alcurnia canina entre carcajadas, cada vez más divertido viendo como las facciones del francés iban tornándose contradictorias, porque Camus quería reírse, pero también quería regañarlo. Al final sólo le advirtió que mantuviera lejos al animal, nunca le habían gustado los perros y no iban a empezar ha hacerlo a esas alturas de su vida, mucho menos uno tan… tan… En fin, que lo mantuviera lejos de su templo y punto.

Fue así que Marco Aurelio V pasó a formar parte de esa curiosa familia denominada Orden Ateniense. Se volvió el engreído de algunos santos y amazonas, los primeros queriéndole enseñar toda clase de trucos, las segundas queriéndolo apapachar como si de un peluche se tratara.

Todo bien hasta ahí. El problema llego cuando a Milo le asignaron una misión que lo obligaba a ausentarse por tres días completos. Varios santos se ofrecieron a amparar a su mascota, convencidos de que sería genial tenerlo por algunos días. El escorpión agradeció el interés, pero no concedió a nadie la custodia de su perro porque, digamos, ya tenía a la persona indicada para cuidarlo: su buen amigo Camus de Acuario, claro que primero tendría que convencerlo. Al primer intento, Milo y Marco Aurelio tuvieron que salir corriendo del onceavo templo a todo lo que les daba las piernas y patas para no terminar muertos de hipotermia. Al segundo ya fueron mejor preparados, mismos esquimales, hasta gorrito se llegaron a poner, pero nada; Camus era un témpano duro de roer. Pero como la tercera es la vencida, dueño y perro terminaron atrincherados en la entrada de Acuario, amenazando con encadenamiento y huelga de hambre.

Para qué contar el resto de la historia, lo único importante aquí es que Camus acepto quedarse con el Terranova con la condición de que sería la primera y ultima vez que lo haría. Milo le agradeció diciéndole que siempre supo que podía contar con él, su amigo, su pata, su compadre. ¡Dios se lo pagaría!

Dios ya me debe mucho, pensó el francés con resignación viendo como su compañero descargaba en su sala las pertenencias de Marco Aurelio, es decir, su canasto de dormir y su costal de comida, sin olvidar su bebedero, su plato, su correa de paseo, sus juguetes y su cepillo de pelo. Y después de darle todo tipo de recomendación para el cuidado del tierno animalote, se hizo humo.

Durante cinco minutos, Camus de Acuario y Marco Aurelio V de la Casa Real de Thutumumu se sostuvieron la mirada; el santo de pie y tieso como un pilar, el perro sentado y apachurable; cada uno calculando la peligrosidad del otro, midiéndose el nivel de aguante y sobre todo proyectándose en una futura convivencia. Al final Camus se arrepintió de haber cedido. Definitivamente la amistad debía tener límites. Pero bueno, su palabra estaba en juego y primero muerto antes que incumplirla. Para un santo dorado nada era imposible. ¿Qué podía salir mal? Absolutamente nada estando él al mando.

El santo respiro hondamente y enfatizo su semblante serio.

––Se me ha encargado una misión y es la de mantenerte vivo hasta que tu dueño regrese ––hablo mismo militar en campaña de guerra––, misión que pienso cumplir sin mayores contratiempos, para lo cual necesito tu colaboración ––se detuvo, viendo como el canino elevaba las orejas en señal de atención––. Bien, como primera medida de convivencia me veo forzado a modificar aquel nombre ridículo con el que te conocen. Desde hoy responderás al nombre de Marc, ¿entendido?

––¡Guau!

––Sigamos ––continuo Camus––. Para que estos tres días de convivencia sean soportables, te enumerare las reglas que tendrás que respetar… En realidad no sé porqué me molesto, eres un ser de limitado razonamiento, pero bueno, si puedo comunicarme con tu dueño no veo porque no pueda hacerlo contigo ––una sonrisa furtiva asomo a los labios del apuesto caballero. El gesto duro apenas un microsegundo y luego fue reemplazado por una recia mirada––. Regla No 1: No ladrar, ni de día, ni de noche, ni nunca. Simplemente limítate a abrir la boca para comer. Regla No 2: No babear, el bueno para nada de tu dueño me aseguro que no lo haces, pero más vale la aclaración. Regla No 3: No subirte a los muebles de la sala. Regla No 4: Por ningún motivo, razón o circunstancia te asomaras a mi habitación, de lo contrario regresaras a Escorpio en un decorativo ataúd de hielo. Regla No 5: No morder, lamer ni chupar nada. Y por ultimo; regla No 6: Finge que no existes.

El enorme animal emitió un muy decente gemido y se recostó sobre la alfombra, apoyo su cabeza sobre sus patas delanteras, y desde allí miro al santo con sus apacibles ojos pardos. Parecía triste. Camus, con su sensibilidad y empatía característica, pasó por alto la congoja de su huésped, y se dispuso a acomodar sus pertenencias donde no estorbaran. Empezó por llevar la enorme canasta a la cocina del templo, pasaría inadvertida bajo la bara de desayuno, además era un lugar idóneo para que el perro durmiera. Allí también llevo el costalote de comida, lo dejo en una esquina y fue por las demás cosas. Recogió y criticó cada objeto, no podía creer que Milo gastara dinero en esas frivolidades, es decir, ya gastaba una fortuna en alimentar al perro, ¿para qué comprarle un hueso de cuero crudo esterilizado, made in Taiwán? ¡Bah! La próxima vez que Milo le presentara una novia le alentaría a proponerle matrimonio, a ver si así ocupaba su tiempo en cosas más productivas, como asegurar su descendencia, aunque claro, eso tampoco sería bueno porque con un Milo en el mundo ya era suficiente, imagínense unos pequeños Militos, sonaba como una profecía apocalíptica.

Al fin el santo termino con su labor y regreso a la sala para asegurarse de que Marc no hubiera incumplido alguna de sus reglas. Lo encontró en la misma posición en que lo había dejado, muy quieto y somnoliento, entonces decidió no darle cuerda y pasó por su lado como si de un mueble más se tratara. Era viernes y él tenia deberes que cumplir, uno de ellos era ir a entrenar con sus compañeros, pero antes debía darse un baño, cambiarse de ropa, desayunar, presentar su informe… En fin, un día más en su perfecta vida de santo dorado.

Coliseo del Santuario: 9 am.

Los santos, puntuales como de costumbre, ya se encontraban concentrados alrededor de la arena. Algunos platicaban, varios calentaban y otros simplemente esperaban, como Camus de Acuario, que sentando en la segunda escalinata se terminaba de vendar las manos. No era el santo más popular; su semblante inmutable resultaba intimidante, además de que sus fríos ojos azules daban cuenta de estar frente a un hombre sin sentimientos, algo que resultaba poco atractivo a la hora de hacer amigos. Esto hacía que los santos de menor rango prefirieran guardar distancia de él, porque claro, pensaban que al primer contacto visual con el caballero de los hielos pasarían a mejor vida, y no de cualquier manera, ¡sino en trocitos de hielo! Tantos que ni Zeus podría componerlos.

Pero mientras los santos de plata y bronce preferían guardar distancia de Camus, los de oro buscaban acercársele, todo en son de la más buena camaradería. En ese momento, sin embargo, la prioridad de todos era entrenar. Fue así que las peleas se sortearon por el método infalible del "yanquenpo", y por esas cosas raras del destino, a Camus le toco enfrentarse a DM. Se suponía que las peleas de entrenamiento eran de lo más amistosas, es decir, todo estaba permitido excepto matar a tu oponente, con lo caro que les había costado la fianza para salir del Limbo más de un santo no estaba en condiciones de afrontar otra cuenta con el Mas Allá. Sin embargo DM era un caso especial, pues podía ir y venir del inframundo como Pedro en su casa, así que no se molestaba en respetar las reglas de pelea. Era todo un caso el santo de Cáncer.

Con esos malos augurios, Camus camino hasta el centro de la arena y espero a su oponente.

––¿Listo para tragar polvo, Acuario? ––le pregunto envalentonadísimo DM.

––¿Listo para que te reacomode el cerebro, Cáncer? ––le respondió indiferente Camus.

Digamos que cuando se trataba de peleas, estos muchachotes no eran precisamente fraternales. Todos ya estaban atentos a los contrincantes, unos apostando, otros limitándose a observar.

––A la cuenta de tres iniciara la pelea ––puso orden Saga––. Uno… Dos… ––El de Géminis se quedo con el "tres" en la boca porque DM, como siempre, no espero y se fue con todo contra Camus. Saga sólo dio un suspiro de desaprobación y regreso a su lugar en las escalinatas.

Y allí estaban los luchadores, patadas van, puñetes vienen, explosiones por aquí, estallidos por allá; aparecían y desaparecían a la velocidad de la luz, algunas veces sin poder evitar que alguna explosión llegara hasta los espectadores, que muy preocupados se arrimaran hasta donde Shaka permanecía imperturbable rodeado por su poderoso "Khan".

En el momento más critico de la pelea el eco de un "Guau" hizo que Camus se desconcentrara y termino incrustado en una de las columnas. Cayó a la arena inconciente y término enterrado por los restos de la columna. Un gran "!Oh!", de sorpresa salio de los espectadores. Un segundo después DM bajo a tierra firme esbozando una sonrisa victoriosa y camino hacia el lugar de los escombros, haciéndose tronar los dedos para dar el golpe final. Los espectadores se pusieron de pie, no cabían en su asombro, algunos querían intervenir, pero no se atrevían porque Camus detestaba que se metieran en sus peleas.

El tiempo se detuvo cuando DM metió su mano entre los escombros y sin mayor remordimiento saco a Camus del cuello. El acuariano dio señales de vida al tratar de zafarse del agarre, pero DM no lo iba a dejar ir tan fácilmente.

––¿A quién le ibas a reacomodar el cerebro, Acuario? ––le pregunto con sonrisa cínica.

––A un idiota llamado DM ­––murmuro Camus, devolviéndole la sonrisa.

––Apenas puedes respirar y todavía tienes ganas de fanfarronear ––se burlo Cáncer––. A ver si te quedan ganas después de regresar al Yomutsu.

La suerte parecía echada para el acuariano, así lo pronosticaban los demás santos que veían atónitos la escena. Entonces, y de la nada, una gran sombra cruzo la explanada tan velozmente que los santos apenas pudieron darse cuenta.

¡Es un ave! ¡Es un avión! ¡No, es Marco Aurelio! ¡Si! El gigante Terranova, haciendo gala de una agilidad increíble, corría mismo perro de caza hacia donde DM zarandeaba a Camus, saltando rocas y esquivando hoyos, nada más le faltaba la capa y pasaba por superhéroe. Cuando DM giro el rostro ya era demasiado tarde: ¡Marco Aurelio había clavado sus cuatro caninos en sus cuatro letras!

––¡Mamá! ––grito el santo de Cáncer y dejo caer a Camus. Nadie daba crédito a lo que veía, ni siquiera Camus, que apenas distinguía a la enorme mole de pelo detrás de su contrincante. Cuando logro reaccionar balbuceo una orden inteligible y al instante DM cayó al suelo boca abajo, retorciéndose de dolor mientras se agarraba las pompas.

––¡Un medico! ––grito la amazona del Águila, que empujada por sus reflejos ya corría hacia el lugar de los hechos. Todos se apresuraron a seguirla todavía confundidos, pero dispuestos a ayudar. Así el adolorido DM quedo rodeado por una pequeña multitud, entre ellos Afroditha de Piscis, que apenas podía contener las carcajadas.

––¡Ay mi pobre orgullo! ––gimoteaba DM revolcándose en el suelo.

––¡Hay que llevarlo a la enfermería! ––ordeno Dohko. Varios santos se apresuraron a levantar al malherido y sin demora lo condujeron fuera del coliseo. Camus, sentando sobre la arena y con los ojos como platos, vio como la turba solidaria se alejo dejando una polvadera. Una brisa arraso en el coliseo y el santo recién pudo pensar con claridad. Todavía no terminaba de creer lo que había sucedido cuando una agradable sombra se formo a su alrededor. Era Marco Aurelio V, se había sentado a su lado y le miraba con sus tiernos ojos marrones.

––Supongo que preguntar qué demonios haces aquí no tiene sentido, ¿verdad? ­––le pregunto Camus.

––¡Guau! ––ladro el perro.

––¡Guau tu abuela! Yo tenia todo fríamente calculado, ¡no tenias porque meterte!

El santo parecía estar a punto de echar humo por las orejas viendo como el perro le miraba desde distintos ángulos, inclinando su enorme cabezota. En realidad no había sido para tanto, apenas y le había dado una probadita a las pompas de DM, una mordidita muy decente. Sucedía más bien que Mascara era muy llorón, parecía decirle. Camus lanzo un par de maldiciones, deseando que un rayo le cayera a Milo dondequiera que estuviese, ¡todo era culpa suya!

––Pobre DM, se llevo el susto de su vida ––murmuro con una repentina sonrisa––. Debiste ver su cara, parecía un pejesapo a punto de explotar.

Marco Aurelio ladro eufóricamente, feliz de su hazaña, hazaña que de seguro Milo hubiera festejado, pero el que estaba a su lado era el inconmovible santo de Acuario, de quien se rumoreaba ser un témpano de hielo, un hombre que había reducido a polvo sus emociones, un poco más y lo acusaban de tener una cámara de tortura en su sótano.

––Esta gracia me va a costar caro ––murmuro el santo con expresión sombría, logrando que Marco Aurelio dejara de moverse a su alrededor––. Mejor regresamos a Acuario, a estas horas el Patriarca ya debe estar enterado y prefiero presentarme por mi cuenta antes de ser llamado.

Templo Mayor: 10:30 am.

Camus entro a paso firme al recinto portando su sagrada armadura. Una vez al pie de los escalones, se arrodillo.

––Camus de Acuario ––dijo el hombre sentado en el trono, que no era otro que Shion.

––Excelencia ––musito con respeto el santo––. Eh querido presentarme antes de ser llamado al imaginarme que usted ya esta enterado del incidente de esta mañana.

––Lo estoy. ––El hombre hizo una pausa, escogiendo cuidadosamente las palabras––. DM lo acusa de ataque de alta traición… Dice que entreno al perro de Milo para… bueno para que lo mordiera en un lugar inapropiado de su cuerpo. Además, asegura que fue un ataque cobarde porque él estaba de espaldas.

––Nada más alejado de la realidad, Excelencia ––apremio Camus––. No voy a negar que el Terranova mordió al santo de Cáncer, pero le aseguro que yo no tuve nada que ver.

––Le creo, Acuario, pero naturalmente no puedo permitir que un perro atente contra la integridad de los habitantes del Santuario, así que espero sea la primera y ultima vez. El daño que ah sufrido el santo de Cáncer es indescriptible, con decirle que el medico le ha recomendado no sentarse una semana completa. ¿Ya se imagina como será su vida en los próximos días sin poder hacer uso de una silla?

––Me supongo nada agradable ––murmuro Camus.

––Exacto, por eso me eh visto obligado a recomendarle sentarse apoyando sólo medias posaderas.

Camus levanto el rostro sorprendido y descubrió una sonrisa furtiva en los labios del Gran Pope.

––Eso es todo, Acuario, puedes retirarse.

Sala de Acuario: 2 pm.

Camus meditaba viendo el acuario que adornaba la mesita de centro; dentro nadaba un pececillo dorado muy mono. A pocos metros, y recostado sobre la alfombra, Marco Aurelio tomaba su siesta de después del almuerzo. Todo estaba muy silencioso hasta que un repiquetear inundo el pequeño recinto; era el teléfono. El santo tomo el aparato.

––¿Si? ––Pregunto––: Suponía que eras tú… ¿Cómo crees? Todo mal gracias a tu perro. ¿Por qué maldita sea no me dijiste que mordía?... Pues lo hizo y me metió en un gran lió… Adivina... Yo tampoco, pero parece que tu perro si; mordió a DM… ¿Dónde? En un lugar poco apropiado, pero eso no importa; aquí lo único importante es que por primera vez el Patriarca me amonesto… Déjate de estupideces, todo esto es culpa tuya… Milo, hablo en serio. No voy a dejar que un perro arruine mi desempeño de todos estos años… No estoy siendo exagerado… Yo no eh dicho eso… Milo, no tienes que volver. Yo no dije que no podía con el perro… Claro que no… De acuerdo… Si, si, si… Eh dicho que si… ¿Y ahora qué?... Al punto, Milo… ¿Qué?... ¿Bromeas?... Ahora si que se murió la única neurona cuerda que te funcionaba. ¡Primero muerto!

Camus cortó la llamada y tiro el teléfono al mueble. Pasaron tres segundos y el aparato volvió a sonar. El santo lo observo sin intención de contestar, pero finalmente lo hizo.

––¿Si?... Eh dicho que no.

El aparato volvió a estrellarse contra el sillón y luego de tres segundos volvió a sonar.

––Milo, esa fue mi ultima palabra... No gracias… No… No… ¡Dije que no!... No me vengas ahora con eso ¡No lo haré y punto!... ¡Eso es un maldito chantaje, bicho!… ¡Que no!... ¡Arg! Estas haciendo que pierda la paciencia… ¡Maldita sea, bicho, esta me la pagas!… ¡Arg! ¿A dónde?… Si, pasé por ahí una vez… Es un perro, no un niño… No soy insensible, tú eres el idiota… ¿Algo más, señor?... ¿Qué?... ¡Arg! De acuerdo ––el santo se dio vuelta hacia el perro––. Te hablan.

Marco Aurelio se levanto pesadamente y camino hasta donde Camus sostenía el teléfono, se acerco al aparato y escucho. Camus rodó los ojos viendo como de pronto el Terranova empezaba a agitar la cola con entusiasmo, no podía creer que estuviera sosteniendo un teléfono para un perro, pero ahí estaba, viendo como el canino ladraba emocionado al oír la voz de su dueño. Increíble, pero cierto. Ahora sólo faltaba que se enviaran postales.

Por fin la llamada termino y el teléfono termino en el sofá, mientras el santo observaba detenidamente al perro.

––Sé que voy a arrepentirme pero no tengo salida... Iremos a tu cita con el veterinario.

––¡Guau!

––Si, si, como sea. Sólo déjame advertirte que no estoy de humor y a la primera metida de pata, literalmente, te regreso al Santuario sin tu revisión trimestral. Ahora espérame aquí, voy a cambiarme.

Centro de Atenas: 4:00 pm.

Camus y Marco Aurelio salieron de un callejón inhóspito, el santo vestido como cualquier chico de veintiún años y sosteniendo la correa del canino. Había sido toda una lucha ponérsela, primero para agarrarlo y luego para asegurarle el cinturón alrededor del cuello; ahí Camus había llegado incluso a elevar ligeramente su cosmos para doblegar al enorme Terranova de 65 kilos. Hacer eso le había tomado más de media hora y obligarlo a bajar desde Acuario hasta Aries otra media hora. Ya en el primer templo Mu los recibió con una sonrisa amable y Camus, que nunca pedía favores, le pidió que por favor los transportara hasta el centro de Atenas. El lemuriano lo hizo con el mayor gusto y fue así que terminaron en esa callejuela.

––Haré raspadilla contigo si otra vez te niegas a caminar con la correa ––le había amenazado Camus al animalote. Su expresión no debió ser nada amigable porque el perro empezó a caminar muy correcto delante suyo, hasta parecía feliz al tener la correa alrededor de su cuello.

Recorrieron apenas dos cuadras y llegaron hasta la veterinaria. Entraron y en la recepción los recibió una amable señorita. Ya sé porqué Milo eligió esta veterinaria, pensó Camus viendo a la chica. El bicho no pierde tiempo, es capaz de flirtear hasta con una monja si le parece simpática, concluyo indignado mientras la recepcionista manipulaba la computadora buscando la cita de Marco Aurelio.

––¡Aquí esta! ––exclamó––. Su cita es a las 5:00 pm., con el doctor Orejas. Por favor tome asiento mientras llega su turno.

No hay duda de que algunas personas le hacen honor a su apellido, pensó Camus de camino a los sillones. Detrás venía Marco Aurelio de lo más distraído viendo la fauna del lugar. Entre los pacientes que esperaban atención se encontraban perros y gatos de todos los tamaños y formas posibles, unos más extraños que otros, pero todos terriblemente mimados.

Con su carácter social de siempre, Camus termino sentándose en el rincón más alejado y Marco Aurelio lo siguió hasta allí de lo más obediente, al parecer todavía recordando su amenaza anterior. El enorme perro no había pasado desapercibido entre los presentes y más de un niño se había acercado a acariciarlo, no todos los días se veía a un Terranova y además Marco Aurelio era un ejemplar impresionante con su abundante pelaje negro azabache y sus tiernos ojos pardos. Camus al principio se había sentido incomodo con tanto niño alrededor del enorme perro, pero después se relajo al ver que el animalote era muy cariñoso con sus admiradores, no por nada a los terranovas les decían "los gigantes gentiles". Les encantaban los niños y eran especialmente protectores con ellos, por eso eran las niñeras perfectas entre todos los caninos.

A medida que los pacientes eran llamados, la recepción se iba quedando vacía y Camus empezaba a aburrirse. En un intento de distraerse había tomado una revista, pero, chanfles, ésta estaba dedicada a los perros, así que la dejo en su lugar porque para perros ya tenía bastante con Marco Aurelio. Pasaron unos minutos más cuando alguien entro al local.

––¡Hello! ––Saludo el recién llegado y cual mariposa sin alas revoloteo hasta la recepción––. ¡Maritza querida, aquí de nuevo para la revisión de mi Casandra! ––le dijo a la recepcionista. La señorita sonrió divertida y se apresuro a buscar la cita, cuando la encontró le confirmo la cita y le pidió que esperara. El recién llegado giro sobre sus talones dispuesto a buscar un lugar cómodo y entonces, al fondo del recinto, diviso a Camus––. ¡Oh my god! ¿Pero qué veo? ¡Hombre divino a las 9 en punto! ––chilló al borde del desmayo. Sin demora busco en su carterita y saco un espejo, se miro por todos los ángulos posibles y lo volvió a guardar––. Ahí voy, papi, GRRRR.

Camus se había vuelto a acomodar por enésima vez en el sillón y ya empezaba a perder la paciencia cuando de pronto escucho que le hablaban.

––¿Esta ocupado? ––le preguntaron. Levanto los ojos y se quedo sin pestañar. Ahí delante de él se encontraba un muchacho vestido de forma un tanto extraña, con un pantaloncillo playero a la cadera, una remera rosa muy apretada, una pañoleta multicolor alrededor del cuello y un gorrito de lo más coqueto sobre la cabeza. En su mano derecha sostenía una jaula.

––¿Disculpe? ––reacciono.

––Que si esta ocupado el sitio.

––Ah… pues… no.

––Ay que bien ––se sentó el chico, dejo sobre el piso la jaula, cruzo las piernas y se empezó a dar aire con la mano––. Este calor me tiene loco ––le sonrió. Camus frunció el ceño confundido y carraspeo un par de veces viendo como Marco Aurelio miraba de lo más intrigado al curioso personaje. Cuando el chico cayó en cuenta del Terranova emitió un chillido de emoción––. ¡Ay, pero que perrote más regio! ¿Es tuyo? ­––le pregunto a Camus con ojos brillantes.

––No ––respondió el santo.

––¿No? ¿De quién entonces?

––De un amigo.

––Asha. ¿Y cómo se llama?

––¿Mi amigo?

––No, el perro ––se rió.

––Ah… Marc.

––¡Hola, Marc! ––Saludo el chico al Terranova, a lo que el perro inclino la cabeza todavía más desconcertado, por su nombre y porqué no sabía cómo clasificar a su nuevo admirador; él por su parte estaba más que feliz viendo la forma de acortar la distancia con Camus––. ¡Ay! Pero que volado estoy, ni siquiera me presente ––dijo, y le extendió su mano al santo––. Mau.

Voy a matar a Milo, concluyo Camus sosteniendo la mano del chico, porque él podía ser todo, menos descortés.

––Camus.

––Mucho gusto, Camus ––le correspondió Mau más que feliz––. No es por nada, pero se me hace que no eres griego… ¡No me digas, no me digas! Deja que adivine… A ver, a ver ––se puso a examinarlo de pies a cabeza––. ¡Ya sé! Francés ¿verdad?

Claro que antes lo torturare, planeó el acuariano y asintió.

––¡Lo sabía, lo sabía, lo sabía! ––festejo Mau ante la atenta mirada del Terranova.

Camus ya no sabía qué cara poner para expresar sus pocas ganas de conversar. Cuánto más serio se ponía, el rostro del otro chico se iluminaba más, como si en cualquier momento se le fuera a lanzar encima. El asunto se estaba poniendo peliagudo cuando de la nada Marco Aurelio empezó a mostrar interés por la jaula que Mau había dejado a sus pies. De esto se dio cuenta el chico y la levanto para ponerla sobre sus piernas. La abrió y con cuidado saco a un gato ñato y peludo. El felino parecía una esponja con moño.

––Marc, te presento a Casandra. Creo que pueden ser muy buenos amigos.

El Terranova miro desde todos los ángulos a Casandra y finalmente dio un alegre ladrido. Se incorporo y con la curiosidad desbordándole por los ojos, se acerco hasta Mau para observar mejor a la gata. Camus miraba de soslayo la escena teniendo un leve presentimiento de que todo eso terminaría mal, pero como vio que el chico había dejado de conversarle por estar ocupado presentando a los animales, decidió no intervenir. Miro su reloj y eran las 4:50 pm, faltaban sólo diez minutos para que fuera el turno de Marco Aurelio, ¿qué podía pasar en diez minutos? Esperaba que nada, pero por si acaso sostuvo con más fuerza la correa del perro.

Los minutos se hacían eternos para el santo de Acuario. Volvió a mirar su reloj y resoplo con impaciencia; faltaban cinco minutos. Se incorporo y apoyo los codos sobre sus rodillas.

––¿Impaciente? ––le pregunto Mau.

––No me gusta esperar ––fue la respuesta del francés.

––¿En serio? Pues yo soy rápido en todo, bueno, casi en todo.

Camus de pronto se sintió desnudo y le dirigió una mirada mordaz al muchacho.

––Ay, pero que serio, si hasta malo pareces ––se rió Mau––. Y a mí que me gustan los malos malosos.

––¿Perdón?

––Decía que es muy malo que nos hagan esperar tanto.

El santo resoplo y volvió a mirar su reloj. Estaba maldiciendo la hora en que había aceptado hacerla de niñera cuando un alarido lo devolvió al presente.

––¡Perro malo! ––Gritaba Mau––. Camus, Marc lamió a Casandra.

Que se la coma por mi, pensó el santo y amonesto al perro. Pero Marco Aurelio no parecía muy conforme con el regaño y ladro a todo pulmón. Camus tiro de la correa levemente y con una mirada le advirtió que se callara. Sucedía que en un descuido de Mau, la gata había clavado sus garras en uno de los cachetes del Terranova, de ahí que marco Aurelio le había advertido con una lamida que con sus cachetes no se jugaba. Pero como los gatos siempre se la quieren dar de vivos, Casandra, de lo más fresca, le había vuelto a clavar las uñas.

El pobre perrote estaba de lo más indignado y Camus que no lo entendía por estar mirando su reloj. Así andaban las cosas cuando a Mau se le ocurrió dejar sobre el piso a Casandra. La gata se paseó con la cola altísima, desbordando petulancia con cada paso y, aprovechando que su dueño andaba ocupadísimo arrimándose a Camus, le dio un disimulado arañazo al enorme perro. Ahí si que Marco Aurelio reacciono y de un solo tirón se libero del agarre de Camus y salio corriendo detrás de la gata.

––¡Ahhhhhhhhhh! ––Grito Mau––. ¡Mi gata!

Camus salio tras el perro, pero en el camino se le cruzo un empleado con una aspiradora y por esquivarlo termino por perderlo de vista.

––¡En el baño, en el baño! ––Gritaba Mau. Y al baño fue Camus; pero al equivocado porque termino siendo echado a carterazos por una viejecita mientras era acusado de aprovechador, de enfermo, de pervertido. ¡Sucio! Fue lo último que escucho cuando salio del baño de damas y entro al de caballeros. Allí encontró a Marco Aurelio. El perro tenía acorralada a la gata contra una de las esquinas y parecía dispuesto a todo.

Camus se acerco sigilosamente queriendo tomar su correa; cuando estuvo lo suficientemente cerca estiro su mano y la sujeto justo cuando Marco Aurelio se lanzaba contra la gata. No pudo reaccionar a tiempo y termino siendo arrastrado. Resbalo por el piso de loza hasta darse contra la pared y ahí quedo misma estampa. Mientras tanto el perro perseguía al felino. De pronto sólo se oía maullidos y ladridos en toda la veterinaria. Otros perros se habían unido a la persecución y ahora era una manada de caninos los que corrían detrás de la gata.

Cuando Camus salio del baño se encontró con un espectáculo de circo. ¿Por qué a mí?, se pregunto y se dispuso a ir detrás de la manada, pero apenas pudo moverse porque de la nada se le apareció Mau y se le prendió de la ropa.

––¡Sálvala, sálvala! ––le gritaba desesperado. El santo lo iba a ser a un lado cuando escucho un gran estruendo y al levantar los ojos vio como todos los perros se lanzaban contra la gata de un solo salto––. ¡Ay me da algo! ––exclamo Mau y ¡Zaz! Cayó desplomado en los brazos de Camus.

El santo miro al muchacho como si se tratara de un feo bulto y sin la menor consideración lo dejo caer al suelo. Ya libre, pasó por encima del desmayado y fue tras la manada de perros. Uno a uno los hizo a un lado y logro sacar a la gata del fondo. El felino ya no parecía una esponja con moño, sino un trapeador utilizado hasta compensar los impuestos de su precio. Le faltaban mechas de pelo por todo el cuerpo, ya ni bigotes tenía y además su cola estaba torcida. Resumiendo, estaba hecho una desgracia.

Cuando Mau despertó ya toda la trifulca había pasado, pero de su gata no había rastro.

––¿Dónde esta Casandra? ––pregunto desperado. La recepcionista le informo que la estaban atendiendo. Sin esperar mayor explicación se dirigió al consultorio principal y allí encontró a Camus y a Marco Aurelio, ambos veían como el veterinario trataba de componer la cola torcida––. ¡Ahhhhhhhhhh! ––Chilló Mau cuando vio a su gata convertida en un estropajo––. Pero ¿qué fue lo que te hicieron, Casi?

––Al menos esta viva ––le dijo el santo.

––¡Ese! ––Señalo Mau al Terranova––. ¡Ese monstruo le hizo esto a mi Casandra!

––Si su gata esta viva, es gracias a él ––le dijo el santo––. Al final termino protegiéndola de los otros perros.

––¡Igual tendrá que pagarme una indemnización! ¡Mira nada más como me la dejaron!

Camus respiro profundamente y se acerco al muchacho, lo tomo del brazo y lo arrastro hasta una esquina.

––Escúchame bien ––le dijo con cara de matón––. Por hoy ya tuve suficiente de animales. Pagare la consulta con el veterinario y eso será todo.

––¡Pues no! Mi gata necesitara un tratamiento en un spa para gatos y eso cuesta, así que tendrá que pagarlo si no quieres que te denuncio ––le dijo Mau muy serio, pero luego sonrió de manera misteriosa y con voz melosa agrego––: Aunque claro, también podemos arreglarlo de otro modo.

El santo lo soltó como si de pronto fuera una amenaza global. Sacó su billetera y le pregunto:

––¿Cuánto cuesta ese maldito spa?

Sala de Acuario: 8:30 pm.

Camus se masajeaba las sienes sentado en uno de los sillones. No había pasado ni un día, pero a él le parecía una eternidad. Era como si alguien estuviera poniendo a prueba su paciencia. Se suponía que ese tipo de cosas no les sucedían a hombres como él; hombres honestos, responsables, maduros y sobre todo inteligentes. Esas cosas le pasaban a seres patéticos como… bueno, no era necesario decir nombres, pero ese era el asunto. Era inaudito lo que le ocurría. ¿Quién le mandaba a ser tan bueno? ¡¿Quién, por Atena, quién?! Y eso que el día aun no terminaba. No sabía bien por qué, pero presentía que su martirio se extendería un poco más y la sola idea le causo una jaqueca, jaqueca que empeoro cuando Marco Aurelio entro a la sala, feliz después de haber cenado un platón de comida, sonriéndole con los ojos el muy cínico después de haberle hecho pasar por todas esas vergüenzas.

El animalote ni se dio cuenta de la desolación de Camus y camino de frente hasta el centro del recinto, una vez allí se dejo caer sobre la alfombra y como Pedro en su casa se dio unos cuantos revolcones y finalmente quedo sobre su espalda, con las patas extendidas y su cabezota vuelta hacia el santo. Parecía que esperaba algo.

––Ni siquiera lo sueñes ––murmuro Camus––. No pienso rascarte la panza; tendría que pasar mil años antes, y ni así. Yo no soy como Milo, métetelo en la cabeza de una vez por todas.

Diciendo esto se puso de pie, había sido un día largo y necesitaba darse un baño, olía a perro de Grecia a Timbuktu, y no a cualquier perro, sino a un Terranova de 65 kilos. Salio de la sala dejando a Marco Aurelio algo desilusionado sin su ración de cariñito después de la cena y se dirigió a la segunda planta del Templo. Ya en su habitación se fue quitando la ropa de camino al baño y cuando por fin estuvo bajo la regadera, con el agua tibia sobre sus hombros, sintió que nacía de nuevo, tanto así que cuando salio del baño era un hombre nuevo, el mundo era un lugar agradable otra vez. Se vistió con unos jeans y una polera y decidió bajar a prepararse algo para comer, porque claro, el perro ya había comido, pero él seguía con el estomago vacío y todo ese lío en la veterinaria le había abierto el apetito… Tal vez una tortilla de vegetales y un vaso de jugo viendo la televisión…

Con estos pensamientos bajó nuevamente hasta el primer piso, pasó por la puerta de la sala de camino a la cocina y vio que el enorme Terranova dormitaba viendo el pequeño acuario de la mesa de centro; ahí su goldfish nadaba placidamente. Su nombre era Camilo y había sido un regalo de Milo por su cumpleaños veintiuno, de eso ya varios meses. Todavía recordaba el orgullo con que su amigo le había anunciado el nombre del pez, haciendo una mueca infantil cuando él no logro captar el detalle del asunto. "Camus tenías que ser", le había reprochado, "Camilo es el resultado de fusionar nuestros nombres, gran genio".

Milo a veces podía ser un verdadero idiota, pero otras era… increíble. Camus sonrió; nunca lo aceptaría, pero apreciaba mucho a ese escorpión bueno para nada.

Estaba inmerso en esas cavilaciones fraternales cuando su estomago le devolvió a la cruda realidad exigiéndole comida. Pero en la refrigeradora no había ni un mísero huevo y del jugo sólo había la caja. Otra vez había olvidado llenarla con las provisiones de la despensa; ahora tendría que cruzar todo Acuario hasta la habitación en cuestión. Salio de la cocina y volvió a pasar por la puerta de la sala; adentro Marco Aurelio se había incorporado y veía con paciente devoción el ir y venir de Camilo en el acuario. Tal vez sólo necesitaba algo con que distraerse, pensó el santo y siguió de largo. Cruzo ida y vuelta todo el largo de su Templo y regreso con una caja de huevos, pasando de nuevo por la puerta de la sala: Marco Aurelio había acortado la distancia y ahora veía a Camilo con atención prodigiosa. Mientras este quieto, pensó Camus y siguió hasta la cocina. Puso sobre la bara de desayuno la caja de huevos y se volvió a buscar una sartén. Estaba en eso cuando recordó que había ido por huevos y jugo y había vuelto sólo con huevos, soltó un par de palabrotas reservadas para ese tipo de ocasiones y salio de nueva cuenta al pasillo y volvió a pasar por la puerta de la sala: adentro Marco Aurelio se había acercado hasta el borde de la mesita y veía totalmente hipnotizado a Camilo. Vaya, lo que puede lograr un pez, pensó Camus y siguió de largo. Fue y vino, y por quinta vez volvió a pasar frente a la puerta de la sala, esta vez algo distraído buscando la fecha de vencimiento en la caja de jugo. Ya iba a entrar a la cocina cuando recordó algo y se detuvo en seco, ¿qué era?, frunció el ceño, ¿qué es lo que antes estaba y ahora ya no?

La palabra horror no habría podido describir la expresión del santo cuando, dejando caer la caja de jugo, giro sobre sus talones y regreso sobre sus pasos hasta la puerta de la sala: adentro estaba Marco Aurelio, sentado sobre la alfombra, viendo fijamente el pequeño acuario con un brillo de desilusión en sus ojos pardos. Sintiendo que el corazón se le iba a salir por la boca, Camus giro la mirada lentamente hasta la mesita de centro y fue como si le dispararan un tiro: ¡Camilo no estaba!

––¡Te tragaste a mi pez! ––grito desesperado y sin pensarlo entro a la habitación y se lanzo mismo energúmeno sobre el enorme perro. Pero como Marco Aurelio no tenía ni un pelo de tonto, se hizo a un lado antes de que pudiera ponerle las manos encima. Lo que siguió a continuación fue una persecución sin tregua por parte de un santo fuera de si, contra un Terranova grandote pero ágil. Pasaron por encima de muebles y sillas y salieron al pasillo, Camus gritándole que lo mataría, que lo haría picadillo, que lo freiría vivo, que… que… ¡Que no huyas cobarde! Y el Terranova patitas para que las quiero, corría como si el mismo diablo lo estuviera persiguiendo, algo que no estaba muy lejos de la realidad porque Camus tenía cara de psicópata asesino, y por la mela, ni siquiera podía utilizar la velocidad de la luz al estar sin armadura, ¡pero ya iba a ver el desgraciado cuando lo agarrara! ¡Y aguanta Camilo porque papi ya iba al rescate! ¡Guau, guau, guau!

De pronto el sacrosanto templo de Acuario era un gran caos con Camus gritando a todo pulmón y el perro ladrando. Infinidad de cosas salían volando al pasó de perseguidor y el perseguido, las estatuas de mármol se hacían añicos, las cortinas se arrancaban, los jarros volaban; toda una hecatombe. A las 9 en punto hombre y animal se internaron a toda carrera en los oscuros recovecos del sótano, rodaron por las escaleras mismos costales de papa, aterrizaron en algo suave pero pegajoso y apenas recuperaron la conciencia continuaron su loca carrera, dándose contra todo tipo de superficies, duras y blandas, ásperas y lizas, secas y húmedas; cayéndose y volviéndose a levantar, arrastrando un sin fin de cosas, incluso una bacinica que se había trabado en el pie del santo y hacía un ruido espantoso con cada paso.

––¡Te tengo! ––Grito victorioso Camus. Y si, lo tenía, porque el pobre perrote había tropezado y se había ido de frente contra un colchón de la época de Matusalén––. ¡Escúpelo, desgraciado, escúpelo! ––gritaba zarandeando del cuello al pobre animal en la absoluta oscuridad.

––¿Pero qué demonios ocurre aquí? ­––alguien dijo y se hizo la luz.

Un acercamiento de la cámara mostraba a un Camus desfigurado por el coraje, escurriendo pintura por la espalda, salpicado de pelusas, envuelto en una tela agujereada, con telarañas hasta las narices y una bacinica atorada en el pie derecho. Mientras tanto Marco Aurelio lucia un bonito sombrero de mariachi, con su pelaje negro azabache reluciente de cola a hocico, pero apenas respirando al tener a Camus apretándole el cuello.

––¿Camus? ­––Pregunto Shura––. ¿Te volviste loco, qué le haces al perro de Milo?

La mirada de total desconcierto del santo de Capricornio hizo que Camus tomara conciencia de su estado; no sólo estaba envuelto en estropajos, sucio y con una bacinica atorada en su pie, sino también debía verse como un demente al estar aplicándole una llave letal a un indefenso animal.

––¡Camus suelta a ese perro inmediatamente! ––Le ordeno Shura indignado hasta la medula––. ¿No te da vergüenza maltratar a un indefenso ser?

––¡Pero si fue él quien maltrato a mi pez! ––Exclamo Camus desesperado––. ¡Se trago a Camilo!

––¿De que hablas? Acabo de pasar por tu sala y vi a tu goldfish en su acuario.

Camus iba a objetar, pero se detuvo después de asimilar las palabras de su compañero. De un salto se puso de pie y salio corriendo hacia las escaleras, arrastrando una turba de antigüedades y medio cojo por la bacinica. Pasó por el lado de Shura como un ventarrón y se perdió en el pasillo residencial, dejando un rastro de basura a su paso. Entro a su sala y cayo de rodillas sobre la alfombra: ¡Era un milagro! Allí estaba Camilo, con todas sus aletitas completas y nadando de lo más feliz alrededor de su castillo burbujeante.

––¿Satisfecho? ––le pregunto Shura desde la puerta.

––Pero… pero, yo lo vi, es decir no lo vi…

––¿No se te ocurrió pensar que se había metido dentro de su castillo?

Camus se volvió a mirar a su compañero; Shura negaba con el rostro.

––No puedo creer que hayas creído capaz de algo tan vil a Marco Aurelio; tragarse a tu pez, si ese perro no mata ni una mosca.

––Pero…

––Pero nada, Camus, ahora le debes pedir disculpas.

––¡No voy a disculparme con un perro! ­––protesto Camus. Pero lo pensó mejor cuando vio que Marco Aurelio pasaba por el pasillo, se veía triste el pobre animal. Se puso de pie y se quito los restos de telarañas que le quedaban en los cabellos, quiso quitarse también la bacinica, pero ésta estaba tan atorada que ni siquiera logro moverla. Shura echo un suspiro al aire y fue a ayudarlo. Juntos lograron deshacerse del vergonzoso objeto y por fin Camus pudo salir del recinto en busca del Terranova.

Recorrió todo Acuario, pero no lo encontró. ¿Dónde se había metido ahora?, se pregunto el santo y al instante una idea se le asomó a la cabeza. Sin esperar salio de su Templo y bajo en dirección a Capricornio, primero caminando, luego corriendo, y así llego hasta Escorpio. El templo estaba sumido en el silencio sin su guardián. Sólo las luces del salón de batallas estaban encendidas y todo lo demás estaba a oscuras. Camus camino a tientas hasta la puerta residencial y tal como lo había imaginado, allí encontró al Terranova. El enorme animal se había acurrucado contra la puerta y tenía la expresión más triste del mundo con sus pequeños ojos pardos apagados.

El santo se acerco sin hacer ruido y se sentó a su lado.

––¿Lo extrañas, verdad? ­––le pregunto de pronto––. Yo también… Desde que tengo uso de razón, Milo ha sido mi hermano, el único que tuve… La vida en este fin de mundo ah sido agradable gracias a él… Fue por eso que la idea de compartirlo contigo no me gusto, ya sé que suena egoísta, pero cuando tienes tan poco en la vida, tratas de no perderlo.

Marco Aurelio se había incorporado y miraba al santo como si entendiera cada una de sus palabras.

––Supongo que podemos compartirlo ¿verdad? ––Le pregunto Camus y recibió por respuesta un sonoro ladrido––. Hasta que nos ponemos de acuerdo en algo… Sé que no eh sido el mejor anfitrión, pero tú tampoco haz sido el mejor huésped así que ya estas a mano, aunque claro, admito que hoy me equivoque contigo; lo siento en verdad… Se me ocurre que podríamos empezar de nuevo.

––¡Guau! ––ladro entusiasmado el perro.

––De acuerdo ––sonrió Camus––. Camus de Acuario, mucho gusto. Y usted, señor, deber ser Marco Aurelio V de la Casa Real de Thutumumu. Es un honor conocerlo.

El enorme perro se abalanzo sobre Camus emocionado, queriéndole lamer la cara. El santo iba a poner objeción, pero al final su alegría lo conmovió y se dejo llevar, advirtiéndole que no debía saber muy rico después de la excursión en el sótano. Pero eso a Marco Aurelio poco o nada le importaba, estaba feliz por su nuevo amigo y quería demostrarlo.

Sala de Acuario 10:00 pm.

Después de la reconciliación, Camus y Marc regresaron al onceavo Templo, sorprendiéndose cuando al entrar a la sala se encontraron con un grupo de santos dorados. Se trataba de Shura, Aioros, Aioria, Aldebarán y Kanon. ¿Qué hacían ahí? Solo Atena lo sabía, porque si bien el francés era cortes con todos, nunca se mostraba dispuesto a recibir a nadie en sus dominios, así que casi sufre un paro al miocardio cuando vio a la bola de santos. Ellos por su parte ni se dieron cuenta de su presencia al estar concentrados en una plática al parecer importante.

––Así que tu madrecita, ¿no Alde? ––decía Kanon medio burlón.

––Pues si, le dije que no se molestara, pero ya sabes como son las madres en estos casos ––se reía el buen Alde. Camus tosió un par de veces para hacerse notar.

––¡Camus! ––Exclamo Aioros––. Justo te estábamos esperando.

––¿En serio? ––De no ser porque era Camus, Aioros habría jurado que en esa pregunta había un tono irónico, pero bueno no importaba, acá el asunto era otro.

––Si ––confirmo el arquero––. Lo que pasa es que, como sabrás, mañana es el cumpleaños de Aldebarán y él muy cordialmente nos esta invitando a todos a una reunión en su Templo.

¿Cumpleaños? ¿De Alde? Camus tenía que admitirlo, recordar fechas no era su pasatiempo favorito. Pero ahora que lo mencionaban, pues si, era Mayo ¿no? Y se suponía que los Tauros cumplían por esas fechas.

––Se trata de una pequeña reunión ––hablo Aldebarán––. A mi santa madre se le ocurrió visitarme y llegara mañana para, según ella, festejarme a lo grande ––termino con una carcajada Tauro.

––Entiendo ––asintió Camus sin inmutarse.

––Y pues por eso estoy invitando a todos ––siguió Alde––. Lastima que Milo no esta; le habría encantado la comida de mi madre.

––Seguro que si ––volvió a asentir Camus.

––¿Y bien, Camus? ––Le pregunto Shura––. ¿Iras a la reunión, verdad?

Ahí si Camus no pudo asentir, digamos que ese tipo de reuniones, con abrazos, pastel y un deseo, no le atraían en lo absoluto.

––Y por supuesto que Marco Aurelio también esta invitado ––concluyo Aldebarán. El Terranova ladro emocionado y Camus se vio en aprietos; no sólo tenía a sus compañeros esperando una respuesta, sino también al perro.

––De acuerdo, iré ––tuvo que aceptar al fin. ¿Le quedaba de otra?–– Ahora si me disculpan tengo que bañarme, de nuevo.

––Con confianza, Camus ­––le dijo Aioria––, y no te preocupes por nosotros; estamos muy cómodos aquí, más bien ¿no tendrás un vinito por ahí?

Camus tuvo que respirar profundamente para decirles que podían servirse de su minibar. Los santos le agradecieron de lo más frescos y le desearon un feliz baño mientras se ponían cómodos para seguir su conversación. El francés dio un suspiro antes de salir del recinto, de pronto su vida había tomado proporciones impredecibles, a ese pasó su privacidad se vería amenazada.

Por otro lado, los visitantes platicaban amenamente, disfrutando el buen gusto de Camus a la hora de elegir vinos, y en medio de todo el bullicio se encontraba Marco Aurelio, feliz con la compañía, recordando las noches en que su amo armaba fiestas en su Templo e invitaba a medio Santuario. Las fiestas de Milo eran geniales, además no necesitaba fechas especiales porque para el escorpión cualquier motivo era bueno para reunir a sus amigos y armar pachanga. A esas fiestas Camus por supuesto no asistía, por varios motivos, pero principalmente porque no le gustaba tomar de más y sus compañeros si que tomaban. Sin embargo la reunión improvisada en la sala de Acuario no tenía esas proporciones, era una reunión inclinada a lo sentimental más bien.

Sucedía que Aioria, una vez más, se encontraba de capa caída después de haberse declarado a Marín por enésima vez y haber obtenido un "te aprecio como amigo" de nuevo. Leo simplemente ya no sabía en qué forma demostrarle su amor al Águila, la llenaba de atenciones, siempre estaba pendiente de lo que le sucedía, se las ingeniaba para ayudarla en sus misiones, etc, etc, etc. Pero Marín nada, seguía diciéndole que lo estimaba como a un hermano más. Hasta Shura, que había empezado a cortejar a Shaina mucho después que él a Marín, ya era novio oficial de la Cobra, y él seguía echando suspiros al viento. Una verdadera desgracia para el león dorado. Pero eso no era lo peor, sino que por ahí se rumoreaba que su damisela tenía otro pretendiente. ¿Quién? Habría pagado por saberlo, para darle de alma, pero el susodicho era escurridizo y no le daba la cara.

Una situación verdaderamente desesperante vivía el apuesto león, hasta había llegado a pensar que en verdad no tenía oportunidad con la amazona, algo que le resultaba imposible porque modestia aparte, era todo un galán: guapo, inteligente, con un rango envidiable y dueño de uno de los Templos más imponentes del Santuario, si hasta vista al mar tenía. ¿Qué mujer podría resistirse a todo eso? Así lamentaba su mala suerte en el amor el león dorado.

––En el mar hay muchos peces, compadre ––trataba de animarlo Kanon––, es más, sólo dime y cualquier día de estos te llevo de pesca.

––Gracias, amigo, pero esas aventuras vacías sólo harían más grande mi dolor ––se entristeció Aioria––. Pero bueno, supongo que los mártires como nosotros debemos sufrir; ¿te parece bien el próximo fin de semana?

––¡Claro! ––Se emociono Kanon––. Ya veraz como olvidas a esa ingrata con las gatitas que te voy a presentar.

––Lo que un hombre tiene que hacer para olvidar ––se volvió a lamentar Aioria. Shura parecía indignado con lo que oía.

––Justamente por eso Marín no te da bola, Aioria; a ninguna mujer le gusta que su pretendiente busque consuelo en brazos de otra. Intenta nuevamente, pero esta vez con el corazón en la mano.

––¿Para que termine desangrándose? ––Intervino Kanon––. Ni hablar, el gato ya esta bastante apaleado.

––Yo creo que Shura tiene razón ––opino Aldebarán––. Marín es una chica especial y vale la pena luchar por ella.

––Es lo que le digo todos los días ––hablo Aioros––. Vamos, mano, no te des por vencido.

––Pero si ya lo eh intentado todo ––se quejo el león. Shura había estado reflexionando y de pronto se puso de pie con expresión victoriosa.

––¡Tal vez no todo! ––exclamó––. Vamos, Marco Aurelio, acompáñame al sótano.

El Terranova ladro con entusiasmo y siguió al santo de Capricornio, quien salio de la sala de Acuario y se perdió en los pasillos. Debió haber pasado menos de cinco minutos cuando regresaron, pero no solos, sino trayendo algo con ellos. Se trataba del sombrero de mariachi que el perro había encontrado en su loca huida de Camus.

––¡Le darás una serenata! ––anuncio Shura. Un "¿Qué?" general se escucho en la sala de Acuario. Los santos simplemente no daban crédito a lo que acababan de oír, Shura en cambio parecía muy convencido––. Marín nunca esperaría algo así de ti, se llevara una gran sorpresa.

Después de pensarlo a Aioros no le pareció mala la idea.

––Es cierto, además puedes contar con nosotros. Shura y yo tocamos la guitarra, sólo faltaría uno más y estaríamos completos.

––¿Completos para qué? ––pregunto Camus entrando, haciendo que todos los santos lo miraran. ¿Por qué creo que no fue buena idea preguntar?, se cuestiono Camus al ver como Aioros y Shura intercambiaron miradas.

––¡Amigo! ––Lo abrazo Shura de un lado––. ¿Por que no me refrescas la memoria y me haces recordar lo bien que tocas la guitarra?

––¿Yo?

––¿Y quien más? ––Lo abrazo por el otro lado Aioros––. Ya una vez te escuchamos por casualidad en la casa de Escorpio; tocabas con Milo.

Entupido escorpión, ¿por qué siempre tus ideas me meten en problemas?, renegó para sus adentros Camus recordando como hace un par de meses Milo le había convencido de tocar a dúo en su Templo. Ahora Aioros y Shura parecían dispuestos a todo con tal de hacerle tocar.

––Me gustaría complacerles, pero mi guitarra esta averiada ––se libró del agarre de los santos.

––Que raro, yo la veo muy bien ––anuncio Kanon detrás de ellos. Los tres santos voltearon y vieron que el gemelo revisaba al derecho y al revés la guitarra del francés, que cuando no estaba en uso formaba parte de la decoración. Camus camino a trancos hasta el lugar y le arrebato el objeto.

––En realidad esta desafinada ––dijo.

––¡Yo soy el mejor para afinar guitarras! ––Anuncio Shura, yendo también hacia el lugar donde el acuariano sostenía su guitarra––. Dámela, Camus, que en menos de lo que canta un gallo te la dejo como nueva ––Trato de tomarla, pero Camus no la soltó––. Vamos, Camus, no seas terco.

Al final el francés tuvo que entregar su preciada guitarra. Shura reviso cada una de sus cuerdas y cuando las halló en perfecto estado miro a su compañero con mala cara, haciendo que Camus fingiera demencia temporal. Como sea ya no tenía escapatoria; tendría que tocar o se ganaría la indignación absoluta de los presentes. Ahora el asunto era para qué querían que tocara, porque si se trataba de una simple demostración entonces todo perfecto, pero si se trataba de algo más entonces… Todos esos pensamientos rondaban su cabeza cuando Aioros y Shura anunciaron que ya volvían y sin más salieron de la sala. En lo que tardaron, Camus no se canso de maldecir su suerte. Cuando Aioros y Shura regresaron traían sus guitarras con ellos.

––¡Listo! ––Dijo Shura­––. ¿Qué tal un breve calentamiento antes de ir a la guerra?

––¿Qué guerra? ––pregunto Camus, ya bastante preocupado.

––Luego te explicamos ––le respondió Aioros, acomodándose en una de las sillas––. ¿Conoces "La balada del pistolero"?

––Milo me tenía harto con esa canción ––respondió el francés. Aioros se echo a reír y después les pregunto a los demás si la conocían. Los santos sacaron pecho, si hasta la misma pregunta ofendía; esa canción era un himno para ellos.

––Entonces nos acompañaran en los coros ––dijo Shura, también buscando una silla donde apoyar el pie––. ¿Listo, Camus?

Al acuariano le habría gustado decir que no, pero eso iba en contra de su naturaleza porque él había nacido listo para casi todo, además, tenía sobre él los ojos chispeantes de Marco Aurelio. Milo acostumbraba tocar para el perro, hasta le había enseñado a aullar en los coros y todo, porque la mejor manera de conquistar a una chica es cantándole una canción, le había dicho con sonrisa picara. Camus y Milo eran muy distintos, pero esa diferencia desaparecía cuando sostenían una guitarra, en ese momento sus ojos brillaban con la misma intensidad.

Cuando el francés termino de acomodarse apoyando el pie derecho en una silla, anuncio que ya podían empezar. A una señal de Aioros, Shura pasó los dedos por las cuerdas de su guitarra y lentamente le fue dando forma a la enérgica melodía de "La balada del pistolero". Aioros le siguió a los pocos segundos y Camus fue el ultimo en entrar.

–– "Soy un hombre muy honrado que me gusta lo mejor, las mujeres no me faltan, ni el dinero ni el amor" ––empezó a cantar Shura––. "Jineteando en mi caballo, por la sierra yo me voy, las estrellas y la luna, ellas me dicen dónde voy".

––"Ayayayayay, ay ay mi amor, ay mi morena de mi corazón" ––lo acompañaron en el coro el resto de los muchachos, todos muy machotes, mismos mariachis.

––"Me gusta tocar guitarra, me gusta cantar el so, mariachi me acompaña cuando canto mi canción. Me gusta tomar mis copas, aguardiente es lo mejor, también el Tequila Blanco con su sal le da sabor".

––"Ayayayayay, ay ay mi amor, ay mi morena de mi corazón".

La mano diestra de Aioros hizo que la guitarra respingara con una armonía verdaderamente admirable, mientras las otras dos permanecían en silencio.

––"Me gusta tocar guitarra, me gusta cantar el so, mariachi me acompaña cuando canto mi canción. Me gusta tomar mis copas, aguardiente es lo mejor, también el Tequila Blanco con su sal le da sabor".

––"Ayayayayay, ay ay mi amor, ay mi morena de mi corazón. Ayayayayay, ay ay mi amor, ay mi morena de mi corazooooonnnnn" ––. Y como Marco Aurelio nunca se quedaba atrás, acompaño a los muchachotes con un aullido al final, tal y como Milo le había enseñado. Un último repiqueteo de las tres guitarras y la melodía ceso en seco Los santos se felicitaron por tan estupenda demostración y para festejar decidieron brindar con Tequila, el propio Camus parecía animadísimo con el asunto, ¡y que sigan las canciones caracho!

Shura fue a buscar la botella de Tequila que había comprando en México en su última misión, la había estado guardando y esa era una ocasión perfecta para abrirla. Mientras tanto Camus y Aioria fueron por los limones y la sal, y fue ahí donde el león dorado le contó el asunto de la serenata al francés, ilusionado hasta la espinilla con la idea, haciendo que Camus no se pudiera negar a la petición de tocar junto con Shura y Aioros. Si esta en tus manos ayudar, ayuda, pensó Camus y se sintió buenísimo. Shura regreso con la preciada botella de Tequila y sin demora la abrió para deleite de sus compañeros.

––¡Seco y volteado, muchachos! ––Anuncio Kanon con su vaso en alto­––. ¡Salud!

Un poco de sal y limón y de un solo golpe todos vaciaron sus vasos, terminando con la cara crispada por el fuerte sabor del Tequila. ¡Pero para machos quién más que ellos! Se sirvieron otra ronda más y otra vez seco y volteado, y así siguieron hasta que en la botella no quedo ni una sola gota. Durante todo ese tiempo Marco Aurelio había estado muy tranquilo, viendo como Camus de pronto ya no era el hombre frío e inmutable de siempre; si hasta hizo un par de chistes graciosísimos; todo porque no había cenado y el alcohol le había sorprendido con el estomago vacío. El pobre ya estaba medio picachu, pero no importaba porque la estaba pasando genial y además iba ayudar a Aioria en la causa de conquistar a Marín.

Ya bien anestesiados con el alcohol, el grupo de santos salieron de Acuario envalentonadísimos, dispuestos a cantar hasta quedarse sin voz o caer dormidos, lo que sucediera primero. Y por supuesto que con ellos iba el Terranova, muy presentable para la ocasión luciendo el sombrero de mariachi. En su bajada por los diez Templos, los santos iban cantando a voz en cuello, dándole ánimos a Aioria, esta vez Marín iba a caer rendida a sus pies, y así llegaron hasta Aries. Allí Mu sostenía una conversación trascendental con Shaka sobre el las Partículas Subatómicas, conversación que fue interrumpida por ladridos y cantos. Desconcertados, Aries y Virgo salieron a ver a qué se debía tanto bullicio y grande fue su sorpresa cuando se toparon con un grupo de santos cantores, entre ellos Camus.

––¿A dónde se supone que van? ––les pregunto intrigado Shaka.

––Shaka, amigo mió, no me detengas por favor ––le pidió Aioria con voz trágica––, han querido las estrellas que esta noche de mansa luna, yo, Aioria de Leo, tenga una cita con el destino.

Pero si yo sólo pregunte, pensó Shaka, además, ni luna hay, termino confundido el espiritual Virgo, pero bueno, cada loco con su cuento; lo que si se le hizo muy raro fue ver a Camus formando parte del estrafalario asunto, y no era el único, Mu todavía no creía que se trataba del mismo hombre.

––¿Crees que van a estar bien? ––le pregunto Shaka cuando el grupo de santos atravesó la entrada de Aries.

––Si lo dices por las fachas de alcohólicos anónimos que traían, pues supongo que si, a lo mucho se darán contra una pared ––le respondió Mu.

––Ejm… ¿En que nos quedamos?

––Ah si, te decía que los antiprotones no forman parte del núcleo atómico…

Mu siguió con su discurso y Shaka se concentro para no perder detalle.

Aldea de las Amazonas: 0:00.

Los santos llegaron frente a la casa que Marín, Shaina y June compartían haciendo un gran alboroto que despertó a toda la aldea, incluidas a las dueñas de la casa. Shaina fue la primera en despertar, sobresaltada por unos potentes ladridos. Sin encender la luz se asomo a la ventana y casi se cae de espaldas cuando vio al grupo de santos. ¿Qué hacían allí a esas horas? Se recompuso de la sorpresa y con cautela examino a cada joven, terminando en su novio. Shura sostenía su guitarra y con voz autoritaria trataba de poner orden. Entonces lo supo, ¡se trataba de una serenata! ¡Tan lindo su bebe! Con la emoción desbordándole por cada poro, salio corriendo de su habitación y fue a tocar la puerta de Marín.

––¡Amiga, tienes que ver esto! ––le soltó al borde del desmayo. Marín, que también había sido despertada por el bullicio, fue prácticamente arrastrada hasta la ventana de su habitación––. ¿Vez? Es Shura con sus amigos, ¡me va a dar una serenata!

––¿Serenata? ––pregunto Marín somnolienta––. ¿Y tiene que ser a esta hora?

––Ay, Marín, se supone que las serenatas son de noche.

––Si tú lo dices.

En ese momento entro a la habitación June, también somnolienta, pero dispuesta a enterarse por qué tanto alboroto. Shaina le contó el asunto de la serenata y logro que abriera inmensos los ojos. Sin demora se asomo a la ventana y miro el movimiento que se cernía fuera de la casa.

––Que lindo, si hasta a Marco Aurelio trajeron, y con su sombrero de mariachi… ¡Ay no, no lo creo, pero si Camus de Acuario también esta! ––grito al borde del colapso nervioso la rubia, sus dos amigas la miraron escépticas y se asomaron de nueva cuenta a la ventana. Esta vez casi se caen las tres de espaldas; ahí estaba Camus, ¡y con una guitarra! De pronto la amazonas estaban al borde del soponcio, simplemente no lo creían––. Shaina… si se supone que la serenata es para ti, ¿por qué los santos están bajo la ventana de Marín? ––pregunto extrañada June. Ofiuco hizo una mueca de confusión y volvió a asomarse, y si, de pronto todos los santos estaban bajo la ventana de Marín––. ¡La serenata no es para ti, Shaina, es para Marín!

––¿Para mí? ––se sorprendió la Águila, se asomo de nuevo entre las cortinas y distinguió a Aioria, estaba muy concentrado viendo su ventana––. ¡De verdad es para mí, allí esta Aioria!

––Y yo pensando que Shura me iba a cantar ––se desilusiono Shaina, pero luego sus ojos volvieron a brillar––. Tan bello mi bebe, ayudando a su amigo. ¿Qué harás, Marín? ¿Saldrás?

La peliroja no le respondió, parecía sumida en una profunda reflexión. Pero mientras esto sucedía dentro de la casa, afuera los cinco santos acordaban los últimos detalles de su gran actuación. Primero habían elegido cuidadosamente la canción que Aioria iba a cantar, luego le recomendaron un par de frases para antes y después y ya al final le preguntaron si estaba nervioso.

––Apenas y puedo respirar ––respondió el león pálido.

––Aioria, piensa que detrás de esa ventana esta la mujer de tu vida ––le dijo Aldebarán––. Sólo imagínala de pie detrás de las cortinas esperando tu declaración en forma de canción.

––Que poético nos resultaste, Alde ––sonrió Kanon––, pero bueno, supongo que tienes razón ––y le dio una palmadita a Aioria––. Sólo haz lo tuyo, compadre, y si no funciona ya sabes que mis gatitas estarán felices de consolarte.

––Ese no es el punto ––le reprocho Aioros––. Aioria, sólo canta con el corazón y olvídate del resto.

Camus se había mantenido al margen de la situación, el viento que corría por la aldea le había devuelto la buena cordura y ahora veía con espanto todo lo que sucedía a su alrededor. A su lado estaba Marco Aurelio, pero a diferencia suya, él se veía de lo más relajado.

––¿Y a ti quién te puso ese sombrero? ––le pregunto Camus.

––¡Guau! ––ladro el perro, al parecer sonriente. El santo dio un suspiro y recorrió con los ojos el lugar buscando una ruta de escape. Para su mala suerte no la encontró, ni modo, ya estaba metido hasta el cuello en el asunto y tendría que afrontarlo. Pero mientras él cavilaba en estos asuntos, sus compañeros le daban ánimos a Aioria. El león hizo unos cuantos ejercicios de inspira, exhala, y por fin se armo de valor para ponerse delante de todos.

Ya todo estaba listo por fin, los músicos se habían colocado detrás de Aioria y probaban las guitarras para lo que sería un gran concierto nostálgico. Un poco más atrás se encontraban los demás santos y junto a Marco Aurelio esperaban en inicio de la función. De pronto el silencio reino y Aioria respiro profundamente, se volvió hacia su amigos y ellos asintieron; había llegado la hora de la verdad.

––¡Marín, esta canción va para ti! ––Exclamo el león machísimo, y a su señal Aioros empezó a tocar su guitarra, apenas rozándola para hacerle cantar una suave melodía. Fue después de algunas notas que Shura y Camus se le unieron.

"Sé que es tarde ya… para pedir perdón, sé que es tarde ya y lo siento, termina nuestro amor… Si ya nada funciona contigo, el intento no va más allá, no me pidas darle tiempo al tiempo, no puedo esperar... Si la culpa fue tuya o fue mía, el saberlo ya no servirá. No me pidas que sea tu amigo, te aseguro no funcionara… Sólo unos minutos te pido, voy a hablar y tener que explicar, diferencia entre el novio y amigo ¿cuánto tiempo puede funcionar? Con Tequila pretendo olvidarte, mis amigos y esta canción, porque sé… que siempre, que siempre es amargo el adiós… Sé que es tarde ya… para pedir perdón, sé que es tarde ya y lo siento, termina nuestro amor…"

Y la canción seguía de lo más nostálgica con las diestras manos de Aioros, Camus y Shura haciendo llorar las guitarras y Aioria cantando con verdadero sentimiento, sintiendo cada palabra como un dolor en el pecho. Terriblemente triste el asunto, hasta el enorme Terranova parecía conmovido con la melodía de la canción.

Pero si así andaban las cosas afuera de la casa, adentro se había formado un río con Shaina y June llorando sin consuelo. Parecían dos magdalenas las dos amazonas escurriendo agua por todos lados, aun así trataban de no hacer ruido porque Marín permanecía muy quieta frente a la ventana, viendo a través de las cortinas como Aioria terminaba la canción con una expresión de tristeza única. Hubo un largo silencio por varios segundos y como ella no dio señales de vida, Aioria volvió a hablar, esta vez con la mano en el corazón, más trágico imposible.

––¡Marín, mírame, estoy aquí bajo tu ventana, esperando una señal tuya, por favor demuéstrame que todo esto ah valido la pena! ––le pidió. Pero Marín no movió ni un músculo, haciendo que sus amigas se comieran las uñas de la desesperación. No podían creer que la Águila estuviera haciendo eso con el león–– ¡Marín, te amo! ––Volvió a hablar Aioria, esta vez con un par de lágrimas surcando sus mejillas, ¡porque los machos también lloran!––. ¡Si no sientes nada por mí, sal y dímelo, pero no me dejes aquí con toda esta confusión por favor!

Y la amazona sin mover un músculo detrás de la ventana. Shaina no pudo soportarlo más y decidió enfrentarla.

––Marín, las lagrimas de un hombre como Aioria se pagan caro, ¿qué demonios sucede contigo? ––le pregunto indignada––. Si no lo quieres díselo de una buena vez y termina con esto.

Pero para su desesperación la amazona del Águila continuo quieta frente a la ventana. Shaina voltio a ver a June con cara de ¿qué le pasa?, y la rubia se encogió de hombros. Mientras tanto afuera los hombres esperaban pacientemente, todos dispuestos a quedarse a dormir ahí de ser necesario, sin embargo Aioria no parecía tener los mismos planes. Se dio vuelta y camino hacia ellos.

––Regresemos a los doce Templos ––les dijo. Iba a pasar de frente entre ellos, pero Aioros lo detuvo tomándole por el brazo.

––Lo siento ––le dijo con tono comprensivo.

––Ya no importa ––le sonrió Aioria a medias––. Hay que regresar a nuestros Templos o el Patriarca se enterara que vinimos hasta aquí y nos ganaremos una amonestación ––sin decir más, el león se libero del agarre de su hermano y se acerco hasta donde Camus permanecía perdido en la noche––. Gracias, Camus, no sabes lo que significa tenerte aquí esta noche.

––De nada, Aioria ––le correspondió el francés. Leo le sonrió más triste que borrego sin madre y empezó a caminar hacia la salida de la aldea. Iba cabizbajo, si hasta parecía un gato recién bañado. Ya iba a atravesar el portón de salida cuando oyó unos ladridos y luego escucho su nombre. Se dio vuelta y vio que Marín corría hacia él, cuando llego a su lado se lanzo a sus brazos y le sorprendió con un gran beso. El santo apenas podía comprender lo que sucedía, pero no importaba porque su amada lo estrechaba con fuerza.

––Yo también te amo, Aioria ––le dijo apartándose para verlo––. Discúlpame, pero tenía miedo.

––¿Miedo?

––De perderte de nuevo en otra Guerra Santa.

––Tontita, yo regresaría por ti desde el mismo infierno ––la volvió a abrazar Aioria. Y mientras los enamorados seguían apapachandose, los demás santos festejaban su hazaña, porque era suya claro, sino nada más pregunten quiénes se terminaron una botella de Tequila para entrar en calor. Un verdadero sacrificio sin duda, y todo por su amigo caray.

Y fue así que termino ese día, o más bien, empezó otro.

Día Sábado.

Habitación principal de Acuario: 9 am.

Entre sueños Camus sentía que la cabeza le iba a estallar y se revolvía entre las sabanas de su cama maldiciendo la hora en que se le ocurrió tomar todo ese alcohol sin haber cenado. No podía creer lo irresponsable que había sido, y todo por influencia de ese grupo de borrachozos. Ni siquiera recordaba muy bien como es que había terminado en la aldea de las amazonas guitarra en mano, de lo único que estaba seguro era de haber visto a un Terranova con un sombrero de mariachi.

El santo se incorporo de golpe y miro a todos lados, mismo protagonista de película de terror barata. Entonces recordó que Milo estaba fuera de Grecia y que le había dejado a su Terranova para que lo cuidara, como si a esa pequeña criatura le fuera a pasar algo, y hablando de eso, se suponía que el perro desayunaba a las 8:30 y ya eran más de las 9; mejor se levantaba o su cocina terminaría asaltada por el hambriento animalote.

De camino a la ducha, Camus fue recomponiendo pieza por pieza sus últimas horas despierto y logro recordar la serenata que dieron bajo la ventana de Marín, esperaba que los demás santos no se enteraran porque de seguro le restregarían el asunto por semanas, y nada más insufrible que ellos preguntándole desde cuándo era tan romántico.

Su mente andaba sumida en esos pensamientos cuando unos ladridos lastimeros le devolvieron al presente y recordó que el Terranova se deprimía cuando no comía a sus horas, o al menos eso le había dicho Milo, por eso era mejor alimentarlo antes de que empezara a ladrar. ¡Tamales!, justo andaba en medio baño y el perro ya estaba aullando, mejor se apuraba o lo acusarían de matarlo de hambre. Se enjuago como pudo y salio del baño con una toalla alrededor de su cintura, se apresuro a buscar algo que ponerse, pero recordó que la noche anterior había utilizado las últimas prendas limpias del ropero, el resto de su ropa estaba en la lavandería del primer piso. El día había empezado mal sin duda. Bajo al primer piso y en el pasillo se encontró a Marco Aurelio. Nunca lo había visto tan triste, ni siquiera cuando lo acuso injustamente de comerse a Camilo.

Si ya estoy aquí, ¿por qué no le doy de comer y me libro de sus lamentos?, se pregunto el santo, y feliz de su razonamiento se dirigió a la cocina en busca del costalote de comida canina, que les deja el pelo suave y brillante y además ayuda a su digestión, como decía esa ridícula propaganda donde una barbaridad de perros aparecían corriendo en la playa, yendo al encuentro de su dueño, un tipo verdaderamente idiota pata tener tantos perros. El mundo de verdad iba por mal camino, concluyo Camus mientras servia la comida en el plato de perro. Cuando lo tuvo hasta el borde se volvió a buscar a su huésped y no lo halló.

––¿No que estaba muy hambriento? ––se pregunto.

Pero mientras esto sucedía en el interior del onceavo Templo, del doceavo salían tres santos, al parecer después de haberse entrevistado con el Patriarca en el Templo Mayor. Se trataba de Aioros, Shura y Aioria, los tres en poleras y jeans por ser sábado. Bajaban conversando de lo más alegres, riéndose de la incursión de la noche anterior. El más alegre sin duda era Aioria, no sólo ya era novio de Marín, sino también había conseguido el visto bueno del Gran Pope.

Otras que también estaban felices eran Shaina, Marín y June, que cual damiselas de cuentos subían hacia el Templo de Afroditha con la intención de conseguir un lindo ramo de rosas para darle a Aldebarán por su cumpleaños. Muy tiernas ellas subían por las escaleras rumbo a Acuario, recordando cada detalle de la serenata, Aioria de verdad se había lucido en verdad.

Así de alegre era el ambiente en los exteriores del onceavo Templo, sin embargo, adentro Camus ya estaba al borde de las lisuras al no encontrar por ningún lado al perro. El santo se había paseado por toda la parte residencial con el plato de comida en la mano y la toalla alrededor de su cintura, el único lugar donde no había buscado era en el salón de batallas. Sin pensarlo dos veces decidió ir para allá y a gritos llamó al perro. Andaba tan concentrado en el asunto que no se percato de unos pasos acercándose; cuando lo hizo ya era demasiado tarde; frente a él aparecieron tres amazonas, al primer instante distraídas en su conversación, pero luego sumamente sorprendidas de verlo en semejantes circunstancias, es decir, con un plato de comida y sólo una toalla cubriendo parte de su escultural cuerpo.

Camus de pronto se encontraba vulnerable ante la mirada de las chicas, que se habían quedado quietas en medio salón y lo observaban detenidamente, con cuidado retrocedió buscando la mejor forma de disculparse y salir del embrollo. Toda su mente estaba concentrada en eso y no percibió el ruido seco de cuatro patas acercándose sigilosamente por su detrás.

Las amazonas iban a decírselo, pero por alguna razón prefirieron no hacerlo y se limitaron a ver, en cámara lenta, como Marco Aurelio caminaba de lo más fresco hacia Camus, meneando la cola mientras acortaba la distancia entre ellos. Cuando estuvo a pocos centímetros del santo abrió su enorme boca, la cerró al borde de su toalla y ¡zuacate! Tiro de la prenda con toda sus fuerzas.

Al mismo tiempo que la toalla caía al suelo, las tres amazonas abrían sus ojos desmesuradamente, sin poder creer lo que sus ojos veían. ¡Habían muerto y estaban en los Eliseos! Ahí estaba Camus, como su santa madre lo había traído al mundo, pero mucho más grande, ¡y cuando es grande, es grande de verdad!

Cambiando de cámara, por una vez en su vida los reflejos de Camus habían fallado. El santo se había quedado petrificado sosteniendo el plato de comida del perro, sin poder reaccionar ante lo que suponía era la situación más vergonzosa de sus tres vidas. Haciendo uso de toda su fuerza mental logro bajar el plato y vaciando su contendió cubrió con él sus partes nobles, que ya no eran tan nobles después de haber estado expuestas a las tres doncellas frente a él, que dicho sea de paso, no perdieron el tiempo pestañeando y grabaron cada detalle de aquello que les fue mostrado.

––¡¿Pero que demonios es todo esto?! ––Exclamo de pronto Shura con un par de venas saltándole de la frente––. ¡Carajo, Camus, ¿qué rayos haces desnudo frente a mi novia?!

––¡Y frente a la mía! ––Rugió Aioria––. ¡Pedazo de desgraciado, ahora si vas a conocer la furia del león!

––No es lo que están pensando ––trató de explicar Camus, pero al ver como sus compañeros se acercaban peligrosamente, concluyó que a veces la retirada era la mejor estrategia. De un sólo movimiento recogió su toalla y sin más remedio, echo a correr por su vida.

––¡Se escapa! ––grito Aioria.

––O no, no lo hará ––murmuro Shura con expresión asesina––. ¡A por él, Aioria!

Y salieron detrás del acuariano.

––¡Lo matan, Shaina! ––Grito desperada Marín––. ¡Pobrecito!

––¡Vamos, amiga, hay que evitarlo! ––empezó a correr Shaina. Y como Marco Aurelio no es de los que tiran la piedra y después esconden la mano, también salio disparado detrás de las amazonas para defender al mejor amigo de su dueño. En el salón sólo quedaron Aioros y June, que lejos de perturbarse con los ecos de los alaridos, se miraban de lo más risueños.

––Aioros de Sagitario ––se presento el santo galante.

––June de Camaleón ––le correspondió la amazona.

––¿Te gustaría tomar un café un día de estos, June?

––Me encantaría.

¡Bah! Dejemos a estos dos y mejor vayamos a ver como Camus corre escaleras abajo sosteniendo su toalla. Atrás de él corren Shura y Aioria, cada uno más energúmeno que el otro vociferando todo tipo de palabrotas. Detrás de ellos vienen Marín y Shaina pidiendo ayuda desesperadamente para el pobre santo de Acuario. Al final vemos a Marco Aurelio con la cola al aire y ladrando a todo pulmón.

La inverosímil, pero no menos escandalosa turba llego hasta Virgo, donde Shaka y Mu debatían en la entrada sobre la teoría de los Espacios Adimensionales, siendo interrumpidos por Camus, que atravesó la salida del Templo a toda carrera y cruzo el largo del salón de batallas exclamando que no había sido su culpa, ¡fue culpa del perro! Pasó cual ráfaga de viento junto a Aries y Virgo y siguió de largo rumbo a Leo.

––¡Agarren a ese francés descarado! ––Entro gritando al sexto Templo Shura.

––¡No dejen que escape ese sinvergüenza! ––le siguió Aioria. Ambos santos atravesaron la entrada del Templo y después de mirar con mala cara a Shaka y a Mu, pasaron de largo gritándole a Camus que le perdonarían la vida si se rendía. Detrás de ellos pasaron las dos amazonas histéricas y luego el perrote bonachón.

––¿El que iba adelante no era Camus? ––pregunto Shaka.

––El mismo ––respondió Mu. Ambos santos meditaron el asunto por tres segundos.

––Mu, ¿no te parece que últimamente extrañas cosas ocurren en el Santuario?

––Ya lo creo, Shaka, pero me imagino que es producto del clima cambiante, los psicólogos aseguran que el tiempo influye en el carácter de las personas.

––Debe ser eso entonces ––asintió Shaka––. Tus conocimientos son admirables, Mu.

Mu saco pecho.

––Siempre eh dicho que así como debemos cultivar el cuerpo, también debemos cultivar la mente.

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Continuara….