TÚ, QUE ME DISTE LA FUERZA PARA LUCHAR

BROKEN WINGS

Creo que el primer recuerdo que tengo de cuando desperté en aquella cama de hospital con el cuerpo insensibilizado e incapaz de moverme, es el sentimiento de rabia que me invadió; rabia porque antes de que el médico de la TSAB me lo dijera, yo ya sabía que algo se había roto en mi interior, que tal vez mi vida había cambiado para siempre; y sus palabras más tarde no hicieron más que confirmar mis miedos; no volvería a andar, no volvería a volar y ya no habría más magia para mí, todo lo que conocía desde hacía dos años dejaría de existir, mi mundo se desmoronaba, hundiéndome en la desesperación, mientras la rabia me desgarraba por dentro; sólo saber que había protegido a mis compañeros y amigos me traía algo de consuelo en aquellos días, los más oscuros de mi corta vida, cuando sonreír ante los que venían a verme era la más dura de las pruebas; contener las lágrimas que ardían en mis ojos, decirles que todo iría bien, que no tenían que preocuparse por mí… era lo peor. Sólo había alguien entre ellos con quien podía dejar de fingir, permitir que la rabia y el miedo salieran y llorar liberando mis lágrimas, mientras sus cálidos brazos me envolvían y sostenían hasta que el llanto cesaba; no me decía muchas palabras, porque sabía que su silencio me reconfortaba más que los huecos ánimos que ya no necesitaba. Más que mis padres, más que mis hermanos y más que mis otros amigos, era la presencia de Fate-chan y su calidez la que poco a poco fueron devolviéndome las fuerzas y las ganas para luchar, para abandonar aquella cama de hospital y la silla de ruedas a la que estaba atada. Sin ti, Fate-chan, nunca lo habría conseguido…

—Nanoha…

—¿Hm?

—¿Dónde estás? —me volví para ver aquella sonrisa que conseguía disipar todas las sombras de mi corazón.

—Ah… gomen, Fate-chan, sólo estaba pensando en… —sentí arder mis mejillas—… en lo mucho que agradezco que vengas a verme casi todos los días.

El rostro de Fate-chan también se sonrojó levemente.

—No tienes nada que agradecerme —su mano tomó una de las mías y la apretó tiernamente. Le devolví la sonrisa.

Estábamos en el jardín del hospital, en Mid-Childa, sentadas bajo el único cerezo que se alzaba en uno de los extremos del lugar; sus sakura hacía tiempo que habían desaparecido, eran los primeros días de verano, la tarde caía lánguidamente sobre nosotras, una suave brisa mecía las ramas de los árboles, aliviando el calor. Mis ojos volvieron al límpido cielo azul, al lugar que tanto añoraba; por encima de andar, volar era lo que más deseaba, pero aquella era una meta aún demasiado lejana.

—No te sobre esfuerces, Nanoha, poco a poco, es lo que han dicho los médicos.

La capacidad de Fate-chan para leer en mis pensamientos era algo que ya no me sorprendía. Volví mis ojos a su rostro.

—Lo sé, es sólo que desearía que todo fuese más rápido. —Porque odiaba sentirme como un pájaro con las alas rotas.

—Siempre tan impaciente, apenas acabas de recuperarte de las heridas más graves que tenías. Lo primero es la rehabilitación de tus piernas y de tu poder mágico.

—Hmmm… —solté un largo suspiro—. Cómo sea, la semana que viene empezaré con los ejercicios de piernas.

—Pareces animada, eso es bueno.

—Sí. Me he propuesto no darme por vencida, pase lo que pase no me rendiré. No… no volveré a dejarme llevar por la desesperación. —Sé que mi sonrisa resultó triste, porque Fate-chan pasó uno de sus brazos por mis hombros.

Desesperación… mis pensamientos volvieron a vagar a los primeros días que pasé consciente tras salir del coma; mis padres y hermanos se turnaban para estar conmigo y no dejarme sola ni un minuto, mis amigos venían a visitarme siempre que podían y la Administración lo permitía; sentía su calor, pero también veía el dolor que les provocaba verme así en el fondo de sus ojos. Me moría por dentro, pero delante de ellos trataba de ser la misma de siempre… creo que nunca les engañé del todo. Sólo cuando estaba con Fate-chan o completamente sola en aquel cuarto me permitía arrastrar por la desesperación, por el dolor de mis heridas, por la ausencia de mis alas, por todo lo que pensaba que había perdido. Y entonces su suave voz y sus brazos y la calma que sólo ella era capaz de transmitirme. Nunca me presionó para que luchara por levantarme de aquella cama, no le hacía falta hacerlo y sé que tampoco quería, pues debía ser yo la que tomase la decisión por mi misma, la que finalmente reuniera hasta la última de mis fuerzas y las enfocase en el único deseo que había comenzada a arder en mi corazón, volver a andar, recuperar mi magia y alzarme en el cielo que tanto amaba de nuevo. Y ella estaría allí para seguir dándome su apoyo, para abrazarme cuando lo necesitará, para animarme si desfallecía. No podía pedirle nada más.

—Creo que ya es la hora de volver —dijo sacándome de mis pensamientos.

—Sí. ¿Vendrás mañana? —Se levantó y poniéndose a mi espalda, comenzó a empujar la silla de ruedas de vuelta al edificio.

—Mañana tengo una misión, si todo va bien, el domingo pasaré todo el día contigo. Arisa y Suzuka también vendrán, mi madre consiguió un permiso para ellas.

—Bien —realmente me hacía feliz; ahora, cuando por fin empezaría la parte dura de la rehabilitación, necesitaba del apoyo de mis amigos—. Hayate-chan me dijo que intentaría venir también.

Las puertas automáticas de la entrada se abrieron silenciosamente, algunas de las enfermeras y médicos nos saludaban al vernos pasar.

—¿Quieres que te traiga algo?

—No, mis padres vendrán mañana, así que ya les he pedido un montón de cosas.

En mi habitación, con la ayuda de Fate-chan, me subí a la cama; casi era la hora de que ella se fuera y eso de alguna forma me apenaba, aunque no estaría sola, aquella noche mi hermana se quedaría conmigo; de nuevo había sido Lindy-san la que había conseguido que parte mi familia pudiese quedarse en Mid-Childa mientras yo terminaba de recuperarme.

—Buenas tardes —la voz de mi hermana llegó desde la puerta mientras entraba en el cuarto—. Ah, Fate-san, todavía estás aquí.

—Hola, Miyuki-san. Ya me iba, creo que la hora de visitas terminó hace rato, sólo que las enfermeras son muy amables y me dejan quedarme más tiempo.

—Eso es porque saben lo importante que eres para Nanoha-chan

—Ah… —Fate-chan pareció no saber qué contestar y sólo se sonrojó, creo que mis mejillas no andaban lejos tampoco de aquel rubor—. Etto… yo me voy ya, te veré el domingo, Nanoha, y ya sabes no te sobre esfuerces. —Sus ojos me miraron severos.

—No lo haré —sonreí—. Y tú ten cuidado en la misión.

—Sí. Ja ne.

Mi mejor amiga se fue y aunque mi hermana estaba allí, no sé por qué sentí la habitación algo menos cálida.

La rehabilitación fue dura, la batalla más difícil que había librado, lenta y dolorosamente mis piernas aprendieron de nuevo a caminar; perdí la cuenta de las veces que caí al suelo para volver a levantarme apretando los dientes, del dolor que recorría cada fibra de mi ser, de las veces que sólo una mirada de aquellos ojos carmesí hacía que mis ganas de abandonar desaparecieran como si nunca hubiesen cruzado por mi mente.

Me marqué como objetivo ganar "pequeñas" batallas para poder ganar aquella guerra contra la desesperanza y la rendición, primero volvería a andar, luego vendría mi magia y después… después los cielos volverían a ser míos. Paso a paso, sería otra vez yo y los días en el hospital se tornarían lejanos recuerdos.

Aquel verano se fue entero entre mi habitación y el gimnasio del hospital, no hubo para mí ni Tanabata ni Bon Odori, ni playa, ni paseos a la orilla del mar y fuegos artificiales. Y habrían sido días más tristes si Fate-chan no hubiese estado allí conmigo; muchas veces le insistí en que volviera a Uminari y disfrutará de aquellos festivales, de sus vacaciones, que no se preocupara por mí, pero ella simplemente negaba con la cabeza y venía día tras día para estar conmigo, para animarme, para dejarme descansar en su regazo cuando ya no me quedaban más fuerzas.

Y aunque se lo agradecía desde el fondo de mi corazón, había tenido tanto tiempo para pensar, que supongo que no pude evitar hacerle aquella pregunta. Estábamos de nuevo sentadas en el jardín, viendo atardecer, mientras me recuperaba de la última sesión de ejercicios; la silla de ruedas estaba allí, aunque ya podía caminar con muletas, aún me seguía acompañando, como si me recordará la larga senda que tenía todavía por delante.

—¿Es porque te sientes culpable? —Se volvió a mirarme con el ceño fruncido—. Porque tú no tienes la culpa de nada, la única responsable de que esté ahora así soy yo —eran las mismas palabras que le había repetido a Vita-chan innumerables veces y de repente, viéndola dedicarme todo su tiempo libre a mí, me hizo sentir la necesidad de decírselas a ella también, no quería que nadie cargase con un peso que sólo me pertenecía a mí y mucho menos Fate-chan.

—Yo…

—Se sincera, Fate-chan —dije ante su vacilación, quería la verdad, no mentiras para tranquilizarme.

—Mm, es verdad que me siento culpable por no haber estado allí para protegerte como prometí que haría, pero no vengo aquí por eso… o sólo por eso. Vengo aquí porque quiero estar a tu lado para apoyarte, para hacer todo lo que está en mi mano para ayudarte a recuperarte. Vengo aquí porque cuando estabas inconsciente y al borde de… la muerte me dí cuenta de lo importante que eres para mí. No pude protegerte, pero al menos puedo hacer algo, por poco que sea, ahora estando junto a ti.

—Ari…Arigatto, Fate-chan… —no me salían más palabras, así que la abracé mientras lágrimas fugaces escapaban de mis ojos.

—No tienes por qué… —sus brazos me envolvieron con suavidad y, no por primera vez desde que estaba ingresada, deseé permanecer por siempre en aquel cálido refugio. Y fue tal vez entonces cuando nuevos sentimientos que aún tardaría en reconocer y entender comenzaron a mezclarse con nuestra amistad, pero esa es historia de otro tiempo.

Fue en los primeros días de otoño, cuando las hojas aún no amarillean en las ramas y todavía acompaña el calor de los últimos retazos del verano, en que mis piernas estuvieron totalmente recuperadas, podía caminar. Y el mismo día en que las muletas desaparecían de mi habitación, un ingeniero de la TSAB me trajo de vuelta a Raising Heart. Mi querido dispositivo había pasado también por malos momentos, pues como yo, había quedado seriamente dañado.

—Te he echado de menos, Raising Heart.

—Me too, my master.

—Gome ne, por mi culpa tú también lo has tenido difícil.

—Don´t be sad, master. Now I stay with you.

—¿Volverás a luchar conmigo?

—Of course, master. We´ll fight together.

Y con Raising Heart de nuevo a mi lado, llegó el momento de recuperar mi poder mágico por completo.