Este es mi primer fic de Harry Potter y el primero que publico en esta web. Espero que les guste.

Es una historia que lleva tiempo pululando por mi mente, desde que conocí al fascinante y enigmático Severus Snape y el mundo de Harry Potter. Fusionarlo en una de las historias que más me gusto en mi infancia. El Último Unicornio

Sobra decir que los personajes originales, perteneces a J.K. R. Asi como el Ultimo Unicornio a P. S. Beagle

Espero que les guste. Reviews Please

LAS NIEBLAS DEL BOSQUE

La profundidad del bosque, las oscuras ramas meciéndose con el viento, el aroma a musgo y tierra mojada, el sonido familiar de las criaturas que lo habitaban, que nada tenían que temer por que ella les protegía desde el amanecer de los tiempos, desde aquella época en que la magia era una con la tierra misma y todas sus criaturas. Apenas podía recordar como una bruma lejana aquellos tiempos en que los suyos poblaban la tierra, camuflados ante los ojos del hombre, solo visibles para aquellos que buscan y creen. Aquel tiempo en que humanos normales, magos y criaturas mágicas convivían en armonía, ese tiempo tan lejano. Ahora solo su bosque era seguro, su hogar durante tantos y tantos siglos, y ahora era la última.

Sacudió elegantemente sus blancas crines y continuo caminando con la cabeza baja hasta su estanque, aquel pequeño claro del bosque con un estanque de aguas cristalinas en su centro, ese espejo que le devolvía su imagen a la luz de la luna, la única imagen que quedaba de un ser como ella. Y es que era el último de su raza, el ser humano los había cazado por el poder de sus cuernos, buscando preparar estúpidas pociones que de nada les servían, todo intentando conseguir una magia de la que se habían separado y en la que ya no creían, bueno no todos…

Suspiró para sí y alzó la cabeza, en el confín de bosque se dibujaba la silueta del castillo, ese lugar aun habitado por jóvenes magos humanos, protegiendo sus secretos del resto de humanos conocidos por ellos como muggles, los últimos que creían y usaban la magia, pero que también la habían olvidado, solo se tenía a ella y a su bosque. A veces los espiaba ocultando su brillo entre las frondosas ramas, cuando algunos de aquellos jóvenes paseaban por el bosque, salían acompañados de profesores para estudiar la magia del lugar o recoger ingredientes para sus pociones, otras veces alguna joven pareja caminaba con las manos enlazadas, se los veía hermosos, desprendiendo una magia especian en sus sonrisas y en sus miradas, embargados por aquel extraño sentimiento, el amor.

Ella no podía saber lo que era, se decía que solo una de su raza había amado, la legendaria Amaltea, aquella que hacía más de mil años, en la edad de la magia liberó a los suyos del encierro en el mar. Ella podía recordar aquel día, como el Toro Rojo del Rey Hagard era empujado entre las olas de aquella oscura playa, a Amalthea relinchando con furia y su cuerno brillando con un fuego azulado, el poder que le daba el amor por su príncipe. La vio por un instante mientras ella y sus hermanos cabalgaban sobre las olas hacia la playa, liberados de su prisión de terror bajo las oscuras mareas, desde aquel encierro ninguno de ellos volvió a ser el mismo, habían descubierto el miedo y la angustia. Pero el amor, seguía siendo un misterio para ella.

Varias criaturas tanto mágicas como no mágicas salían a su encuentro, sus protegidos, mientras ella permaneciera en aquel claro, nada habían de temer, siempre seria primavera. Vio su reflejo los ojos que la miraban anhelantes, pero aun así sentía ese vacío en su ser, la idea de la eternidad la atormentaba de la misma forma que el encierro de Toro. Se sentía como lo debió hacer Amalthea en aquella época, porque ahora ella también era el último unicornio.

Continuo cabizbaja hasta su estanque encantado, absorta en sus pensamientos, hasta encontrarse con la luna llena y su reflejo. Podía ver la tristeza de sus ojos azules, el cuerno de plata en su frente, las crines blancas y sedosas tocando la superficie del agua suavemente, como una caricia, provocando leves ondas en la superficie, y la luna que bañaba todo con su luz plateada, su única compañera en el tiempo. Porque ella era un unicornio, y era tan antigua como la luna, tan vieja como el cielo, y continuaría existiendo en aquella soledad hasta que su compañera dejase de brillar.

Un leve gruñido la sacó de sus pensamientos, sacudió su cabeza y sus crines y con un bufido retrocedió un paso, no estaba sola en su claro. Miró desconcertada a su alrededor, los mismos árboles de siempre, el suelo cuajado de flores que se abrían a su paso, ante la sola presencia de su magia. Y allí bajo un frondoso roble un oscuro bulto se movió levemente.

Por un instante pensó en marcharse y desaparecer, pero el aroma que emanaba le resultaba atrayente, era un olor de humano, pero diferente, olía a pergamino nuevo, hierbas, madera y lluvia, sin duda uno de los jóvenes magos de la escuela dormía plácidamente. Sentía curiosidad, nunca había visto un humano de cerca, lentamente como atraída por una extraña magia se fue acercando, tal vez era la misma extraña atracción por la que muchos de los suyos había sido atrapados al acercarse a una doncella.

Cuando se acerco lo suficiente lo observó con curiosidad, desde luego no era para nada una doncella, conocía lo suficiente de los humanos para saber la diferencia. El muchacho dormía acurrucado a los pies del árbol, abrazando a sí mismo, sus ropajes eran negros, como su pelo que caía enmarcando su blanco rostro, sus finos labios entreabiertos sollozando entre sueños. Era tan diferente a ella, sin poder evitarlo bajo su cabeza y lo observo más de cerca, y vio los extraños surcos de sus mejillas, aquello era lo que llamaban lágrimas, otra cosa que ella no conocía. Aspiró su aroma, y sintió parte de la pena y la congoja que lo embargaban, sintió necesidad de aliviar ese dolor tan similar al de ella, en ese instante deseo transmitirle protección. Acerco su cuerno a su rostro y se encendió con una luz cálida y azulada, sus largas crines apenas le rozaron, y la punta de su cuerno rozó sus labios con un cálido resplandor. Apartó la cabeza y dos ojos negros y profundos se encontraron con los suyos, mostrando confusión y sorpresa.

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Aquel era sin duda el peor día de su vida. Era sábado en Hogwarts, y como siempre el estaba solo. Siempre lo había estado y ya había aprendido a convivir con ese vacío y las tinieblas, eran parte de él. Pero aquel día era diferente, ella se estaba casando con el estúpido de Potter, la única mujer por la que su corazón había palpitado, y la había arrojado a los brazos de aquel imbécil. Todo había sido por su culpa, por su maldito orgullo, por querer ser el mejor, por ser el mejor de los Slytherin y sobretodo un gilipollas. Si eso era un completo gilipollas.

Alzó la vista del caldero en el que trabajaba, aquel día hasta la mazmorra le ahogaba, miró el reloj de la pares de piedra, las 6:30 de la tarde, ya debía haber dicho el sí quiero. Ese maldito Potter tendría una familia y la tendría a ella, y él en cambio, nada, no siquiera el conseguir el ansiado puesto de profesor adjunto en pociones le había proporcionado felicidad, Potter se la había quitado. Se sintió aun más miserable al recordar aquel día, maldita sea él y su bocaza, la llamo sangre sucia, a ella, y ese día lo destruyó todo.

Sintió el nudo en la boca del estomago, que se ahogaba, necesitaba salir de allí, no quería que el viejo lo pudiera ver así, hundido por el dolor y la pena. No soportaría que el director le llamara su muchacho tratando de consolarlo y menos una mirada de lastima en sus ojos. Se envolvió en su túnica negra y salió de su mazmorra, avanzó sumido en sí mismo por los tortuosos pasillos que conducían a la salida del bosque, allí tal vez encontrase algo de paz, y podría despedirse de ella y sus recuerdos, poco le importaba el toque de queda, le había importado un comino en siendo estudiante y menos ahora que ya era profesor.

Avanzó con la cabeza baja, sus cabellos negros caían sobre sus ojos, fundiéndose con las sombras del bosque, ando y ando durante horas hasta que el cansancio ya no le dejara pensar, sin poder evitar derramar alguna lagrima, se juró que las ultimas de su vida.

De pronto sin saber cómo se encontró envuelto por un suave olor a flores, ¿flores a final de otoño?, avanzo sorteando las frondosas ramas hasta ir a parar a aquel pequeño claro. Todo su ser sintió la antigua magia que reinaba en aquel lugar, bañado por la luz de la luna, justo en su centro ese estanque circular, que como un espejo reflejaba la inmensidad del cielo y las estrellas, el lugar transmitía la paz que le faltaba en su alma. Se agacho levemente y palpo con sus manos la fresca hierba y las pequeñas flores que cubrían el suelo como una cuajada alfombra. Miró su reflejo en el agua, sus cabellos negros cayendo lacios a los lados de la cara, la tristeza de los ojos negros, la mandíbula apretada aun por la rabia, unas leves arrugas de preocupación en el entrecejo, las primeras que le salían, era tan joven y a la vez se sentía tan viejo, tan cansado de todo y de todos. Volvió a pensar en Lily y se mordió el labio con un gesto de dolor, debería sentirse feliz por ella, pero en ese momento solo veía la imagen de un miserable y un fracasado.

Sus ojos se llenaron nuevamente de lágrimas, y se maldijo por su debilidad, enterrando su rostro entre sus manos. Debía ser fuerte, él era Severus Snape, nuevo profesor adjunto de Pociones, jefe de la casa de Slytherin, y además mortifago. Pero esa noche necesitaba llorar, hasta que ya no le quedaran mas lagrimas en la vida, retrocedió hasta dar con su espalda en el tronco de un gran roble, se dejó resbalar hasta el suelo y allí acurrucado sobre sí mismo, lo hizo hasta que el sueño le cubrió con su manto.

Durmió durante no sabía cuánto tiempo, reviviendo cada momento de su triste vida, los malos tratos de su padre muggle, la muerte de su madre, la soledad de su infancia, las burlas de sus compañeros, murciélago Snape le llamaban, el estúpido de Potter, y el día en que perdió a Lily. Gimió entre sueños al recordar la mirada de ella al llamarla sangre sucia, esa mirada que le había roto el alma. Sus lágrimas aliviaron esa presión, y se sintió algo mejor dentro de lo que cabía, pero también supo que nunca tendría derecho a ser feliz, y viviría con ello lo que le quedase de vida.

Sintió la extraña presencia rondándole, estaba aun medio dormido, pero su entrenamiento en magia le hacía percibirla con claridad, era cálida y poderosa, con una pureza como nunca había sentido, abarcaba todo a su alrededor, entraba en el bañando cada fibra de su ser, le hacía sentirse reconfortado, si era un sueño no deseaba despertar. Sintió como se acercaba y lo observaba, su aliento sobre su rostro, olía a flores silvestres y lluvia de primavera, y luego noto como algo cálido rozaba sus labios, nunca le habían besado, pero seguro que la sensación no podía ser mejor, no pudo evitar abrir los ojos como un resorte, y quedarse extasiado por su visión.

Unos hermosos ojos azul profundo lo observaron con sorpresa, el ser que apareció ante él era completamente blanco e irradiaba una luz similar a la de la luna, una hermosa yegua blanca, con largas y sedosas crines cayendo a lo largo de un esbelto y largo cuello. Y sobre su frente, resplandeciendo con una suave luz azulada un fino y retorcido cuerno de plata, recto y brillante. El parpadeo incrédulo, creyendo que aun soñaba. El hermoso animal retrocedió dando un relincho, al tiempo que él se incorporaba pesadamente, fue un instante, relincho de nuevo y se alzó sobre sus patas traseras, resplandeciendo con una luz blanca que iluminó el claro del bosque, y girando salió a galope tendido, perdiéndose entre la espesura, dejando tras de sí su aroma embriagador.

Se levantó de golpe, tratando de ubicarse, confundido, desorientado, tratando de entender si había sido un sueño, una ilusión creada por su dolor. En un movimiento reflejo extendió su barita ante él e ilumino el lugar, el estanque, la hierba, las flores en aquel lugar la primavera era eterna, sacudió la cabeza, tal vez lo que había visto no era una ilusión.

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Ahora, después de tantos años, seguía recordando ese extraño sueño, esa presencia que le había traído paz en aquel fatídico día. Lo había buscado en sus frecuentes paseos por el bosque, había leído en libros antiguos tratando de entender el porqué un ser tan indigno como él había podido ver un unicornio, y muy probablemente al último de estos. Levantó la vista y miró a sus alumnos trabajando sobre sus calderos. Mucho había vivido desde entonces, la muerte de Lily, todo lo que había pasado como mortifago a las ordenen de Voldemort, su tarea como espía, la guerra contra el innombrable, el haber vuelto prácticamente de la muerte, y ahora la paz. Debería de sentirse mejor, había sido un héroe, había cumplido con la promesa que le hizo a ella y con todos aquellos con los que estaba en deuda. Pero aun así seguía sintiendo el vacío y la pena, era como si pese a todo, su vida careciera de sentido.

Afortunadamente aun había cosas que le aliviaban, observo con regocijo interno como el torpe de Weasley, arrojaba el ingrediente equivocado a su poción, su noviecita Granger le miró con un reproche, y Potter ahogo un taco, al tiempo que del recipiente empezaba a rezumar una espuma de aspecto poco agradable. En el banco de los Slytherin todo era regocijo ante la metida de pata del pelirrojo. Se puso de pie y en dos zancadas apareció frente al trío maravilla. En momentos como ese le costaba entender como una pandilla de torpes como esos habían salvado a todo el mundo mágico, y a él mismo de ese maniaco de Voldemort.

-Veo Sr. Weasley, que sus habilidades continúan tan espectaculares como siempre. -Rezongó enarcando una ceja con gesto sarcástico. - Los héroes del momento nos deleitan con una nueva invención. - La cosa empezaba a oler verdaderamente mal y ya avanzaba por el suelo amenazando en convertir la mazmorra en lo más parecido una asquerosa pórcatera. En el banco vecino Malfoy contenía a duras penas una carcajada.

El jovencito lo miró contrariado. - Ha sido un error, me distraje y…

Agitó su varita elegantemente haciendo desaparecer la masa viscosa, pero poco pudo hacer con el olor que se les había calado en las narices. - Deben saber caballeros, que aún quedan unos meses para su graduación. - Se cruzó de brazos y mando una mirada de advertencia a su ahijado que callo su risa en seco. -Y pese a los duros sucesos vividos, y a su acertada intervención, nadie les va a regalar nada. Así que háganse el favor a ustedes mismos, y CENTRENSE. - Se volvió hacia su escritorio con el revoloteo de su túnica negra, y tomo asiento con una media sonrisa.

-Murciélago grasiento. -Murmuró por lo bajo Ron, Hermione y Harry lo miraron con gesto de la has cagado.

El profesor los miró nuevamente con gesto divertido. - No crean que lo he olvidado. 20 puntos menos para Gryffindor, por su falta de atención. - Tomo aire. - Y otros 20 por su comentario, o es que se cree que Nagini me robo el oído. - Puf francamente le hacía falta, humillar un poco a los leones era de las pocas cosas que le animaban, y no pensaba cambiar sus costumbres ni por la paz.