IN FRAGANTI

Por: Tita Calderón

CAPITULO I

- ¡WILLIAM ALBERT ANDREW!

Aquella voz retumbó como trueno en las paredes y se extendió en todos los rincones de la mansión más lujosa de Chicago.

-¡¿Qué significa esto?!

Las palabras cargadas de horror desgarraron la quietud de la habitación y perforaron el profundo silencio que envolvía a dos cuerpos que soñaban placidamente como si fueran uno.

Totalmente desorientados se abrieron dos pares de ojos: un par azul y el otro verde.

La tía abuela estaba parada en el umbral de la puerta con las manos en jarras sobre la cintura, su ceño fruncido y sus ojos totalmente desorbitados por lo que acababa de descubrir. Ni siquiera un paro cardiaco se comparaba a la presión que sentía en el pecho la anciana.

Albert abrió los ojos y lo primero que vio, fueron unos rizos rubios muy pegados a su nariz, aspiro suavemente y descubrió que ese era el aroma que lo había llevado a un sueño tan profundo como nunca antes. Se movió un poco para confirmar que esos rizos eran de ¿Candy?, ella estaba a su lado, mejor dicho en ¡sus brazos! Pero, aquel grito que lo había despertado no era precisamente de ella, porque al igual que él, Candy también acababa de abrir sus ojos.

¡Oh, oh! Esa voz era muy parecida a la de la ¡Tía Elroy! Se le cortó la respiración.

La rubia no entendía muy bien ¿que pasaba?, el timbre de voz de aquel grito no podía ser de otra más, que de la tía abuela, incluso hasta podría jurar que estaba en su cuarto, ¿pero qué iba hacer buscando a Albert ahí? Intentó moverse y fue en ese momento que se encontró con el mismísimo cielo frente a su nariz…pero no era el cielo, eran unos ojos que jamás había visto de tan cerca…unos ojos que la miraban igual de asombrados que ella…era ¿Albert? ¡Albert estaba a su lado! ¡Oh Dios!. Que no sea la tía abuela la que estaba gritando…

Totalmente pasmados intentaron alejarse el uno del otro, definitivamente estaban demasiado juntos. Cuando al fin lograron sentarse, cada uno por su lado, trataron en vano de pensar en una buena excusa para darle a Elroy Andrew, que los miraba con reproche, indignación e ira entremezclados.

Candy intentó taparse, llena de vergüenza por ser encontrada en tan penosa situación. Su cara estaba al rojo vivo.

Aunque estuviera con pijama se sentía desnuda ante la mirada de fuego que la tía abuela lanzaba sobre ella como si fuera un lanzallamas.

Albert se levantó entre trompicones, tratando en vano de ocultar su turbamiento. Aun llevaba puesto el traje que había usado el día anterior, lo único que le faltaba era la corbata, la chaqueta y los zapatos, que posaban en la silla junto a la cama de Candy.

-Tía, no es lo que parece. Es solo un mal entendido – era raro escuchar al presidente de las empresas Andrew trabarse en cada palabra y con cierto rubor en las mejillas.

La tía abuela enarcó una ceja, y cerró la puerta tras suyo con un golpe seco que solo confirmó su ira.

¿Qué pensaba su sobrino que era? ¿Una ciega? ¿Una tonta?

Estaba muy equivocado si pensaba que de esta se iba a salvar. Sobre su cadáver. No iba a permitir, semejante falta de respeto en su casa, bueno era la casa de su sobrino, pero igual no lo iba a permitir.

Rápidamente lanzó una mirada iracunda sobre él, al menos estaba vestido. Su traje italiano estaba totalmente maltrecho, pero sus pantalones estaban en su lugar y el cierre del pantalón en su sitio. Desvió su mirada hacia a Candy que estaba más despeinada de lo habitual, aunque para su alivio pudo distinguir que estaba con pijama. Pero no dejaría que las apariencias la embaucaran. Lo que había descubierto era simplemente inaudito. Dos jóvenes que no tenían ningún lazo de sangre, durmiendo juntos, era un escándalo y mucho mas cuando estos no estaban casados, aunque fuera con ropa en la misma cama, era inconcebible…

-Tía abuela…lo siento…no estábamos haciendo nada malo – habló la rubia casi en un susurro, sin poder ocultar su bochorno.

-¡Silencio! Muchacha desconsiderada. Te hemos dado un hogar, un apellido, una familia…y tú nos pagas de esta manera.

Los ojos de la tía abuela destilaban odio.

-¡Acostándote con William! – espetó la anciana mientras señalaba al implicado que acababa de ponerse los zapatos.

-Tía, no le permito que le hable así a Candy. – los ojos azules de Albert, se encendieron ante las duras palabras de su tía mientras se enderezaba para enfrentarla.

No iba a permitir que se mancillara la reputación de Candy, por un mal entendido. Aunque si lo pensaba mejor…no estaba bien lo que estaba haciendo. Cualquiera en su sano juicio pensaría lo peor, al encontrarlos así. Pero era algo que solo ellos dos entendían. Su amistad se había profundizado a límites insospechados que a veces rozaban con otros sentimientos. Pero ellos jamás pasarían esas barreras. Ni pensarlo.

-No te atrevas a levantarme la voz, William. – espetó la anciana. Mientras levantaba la mirada para ver a su sobrino. Era tan alto, pero no dejaría que su altura la intimidara.

-Entonces, deje de hacer falsas suposiciones y permítame explicarle. – moduló la voz para parecer tranquilo.

-¿Qué me vas a explicar? Si todo esta más claro que el agua. Ya me lo habían dicho. Por eso decidí regresar de Lakewood muy temprano para comprobarlo con mis propios ojos. – agitó la cabeza con resignación.

-¿Para comprobar qué? – Albert apretó los puños.

-Que tú y Candice, estaban durmiendo juntos desde hace varios días.

-¿Quién le dijo eso? – sus ojos se volvieron como hielo ante tal afirmación.

-La servidumbre sabe más cosas de las que tú crees William. – dijo en tono aireado.

Las palabras de la tía abuela les habían caído como un baldazo de agua fría a los dos. Pensaron que nadie sabía de "sus noches" juntos. Claro las mentes maliciosas habían tergiversado lo que en realidad pasaba entre ellos.

William pensó seriamente en cambiar a toda la servidumbre.

Candy, quien se había parado junto a la ventana se tuvo que sostener de las cortinas para no caer de espaldas ante tal acusación. No podía concebir que alguien mal interpretara las cosas. Tal vez, si esperaban a que la tía abuela se tranquilizara y explicarle todo con calma, ella entendería…o quizás no…

Desde que Albert había asumido el manejo de las empresas, su vida se había complicado y llegaba a casa muy tarde. Candy y él extrañaban sus largas conversaciones. Así que una noche, Candy lo escuchó llegar muy tarde. Se asomó a la puerta y lo sorprendió pasando de puntillas frente a su puerta para que ella no se despertara….

"… - ¡Albert!

El pobre Albert casi le da un infarto con aquella voz que le susurraba en las penumbras.

-Candy, casi me matas de un susto.

-Lo siento, no fue mi intención. – ahogó una risa.

-¿Qué haces despierta tan tarde?

-Estaba esperándote. Hace tiempo que no conversamos…- hizo algo parecido a un puchero.

Albert la miró y una sonrisa ligera se asomó en su rostro. Tenía mucha razón. Ella le respondió con otra sonrisa y él sin ningún reparo se adentró al dormitorio de la rubia. Y empezaron a conversar largo y tendido.

Esto se hizo una costumbre que rayaba en necesidad. Era la manera que habían descubierto para liberarse de las presiones y compartir sus cosas. Cuando él no podía regresar temprano se iba a darle las buenas noches en su cuarto, conversaban un rato y luego él se retiraba a su habitación… "

Pero para su mala suerte, la noche anterior el sueño lo había vencido mientras Candy le contaba su día en el hospital y sin darse cuenta había terminado dormido. Era la primera vez que se quedaba dormido toda la noche en el cuarto de Candy, y para su mala suerte, la tía los había sorprendido.

Se suponía que estaba en Lakewood, si hubiera sabido que regresaría a casa, Albert ni siquiera se hubiera permitido ir a darle las buenas noches a Candy, porque sabía de sobra como era su tía.

Pero de nada servía pensar en lo que no debió hacer. Habían sido descubiertos "in fraganti".

-Ahora será imposible casar a esta muchacha. – habló la tía abuela con desprecio.

-¿Qué? – dijeron los dos rubios al mismo tiempo.

-¿Quién va a querer casarse con ella, después de esto?- se llevó la mano a la frente. – ¡Es una deshonra!

-Tía, Candy no ha sido deshonrada. – Albert mordió cada palabra al borde de la ira.

-¿Como podía pensar eso su tía?, él sería incapaz de tocarla y mucho menos mancillar así su reputación. Aunque viéndolo fríamente, eso era lo que había hecho. Nunca se detuvo a pensar en el que dirán, solo pensó en lo bien que le hacía su compañía. La tía tenía razón.

Candy estaba totalmente muda, ni siquiera se atrevía a respirar por miedo a hacer enojar más a la tía abuela. No estaba del todo bien lo que habían estado haciendo, pero tampoco era como para que el mundo se detuviera…

¿Qué pensaba la tía abuela que era? ¿Una cualquiera? Mejor era no responder esa pregunta, la tía abuela siempre pensaba lo peor de ella. Pero Albert sería incapaz de tocarla y pues todo era solo un mal entendido.

A Candy, no le preocupaba su reputación, porque sabía que Albert era todo un caballero y en cuanto a casarse era lo que menos le apetecía. Estaba segura que a este paso se convertiría en una solterona. Pero ni modo. No se casaría con nadie obligada. Ya estaba cansada que la tía abuela le estuviera insistiendo que ya era hora de encontrarle un buen marido. Ojalá y con esto se olvidara del tema por completo. Al fin algo bueno había resultado de todo esto.

-Desde que esta muchacha llegó, ha pasado desgracia tras desgracia. – soltó la tía abuela.

-Tía, no le permito que diga eso. Si no fuera por Candy, yo probablemente, no estaría aquí.

-Lo sé. – reconoció la tía, otorgándole la razón a regañadientes - Pero después de esto…- la tía la miró con desprecio – Nuestro apellido será el hazme reír de toda la sociedad.

-¡Basta tía!

Como siempre, Elroy, sólo pensaba en el que dirán. Estaba tan arraigada a sus antiguas tradiciones que no veía los sentimientos de las personas.

-Claro, para ti es fácil decir: "basta", porque haces lo que mejor te viene en gana. Incluso te has atrevido a desafiar al Consejo, cuando se te sugirió que buscaras una esposa. – al ver que su reclamo no daba el efecto que esperaba cambió de argumento – Pero no te has puesto a pensar que esta muchacha – la señaló despectivamente con el mentón - Será rechazada en todos los círculos sociales. – concluyó pagada de si misma al ver que sus palabras daban en el blanco. Los ojos de su sobrino se volvieron sombríos.

-Tía por favor…- intentó refutar Albert sabiendo que ante eso no tenía argumentos pues sus palabras estaban cargadas de verdad.

Una verdad que no podía ocultarse con un solo dedo. Albert se había opuesto rotundamente a contraer nupcias solo por conveniencia. Era cierto, que era el jefe de la familia, pero el casarse no estaba en sus planes más próximos, por mucho que esto beneficiara a la familia. No había dado su brazo a torcer por más argumentos que le presentaron, incluso hasta tenían a la candidata perfecta, pero de plano el rechazó cualquier presión. Se casaría cuando él lo decidiera y con quien lo decidiera. No había más que decir al respecto.

Pero fue peor, cuando se le mencionó que debería casar a Candy, se negó más enfáticamente. Además, que el Consejo nada tenía que ver, eso sólo dependía de su autorización directa. Y él lo autorizaría sólo si Candy estaba cien por ciento de acuerdo.

A veces, pertenecer a una de las familias más acaudaladas era un verdadero problema. La mención de su solo apellido hacía que las muchachas casaderas se emocionaran y algunas prácticamente se lanzaban a su caza descaradamente. Ni se diga, cuando él, decidía aparecer en alguna que otra reunión, su presencia causaba revuelo.

Ver al presidente de las empresas Andrew era un deleite para la vista y una tentación para el bolsillo. Empezando por aquel físico digno de un dios griego, aquella nariz recta y perfecta armonizaba divinamente con esos ojos que parecían haber captado el azul del cielo en una mañana soleada. Y esos labios sensuales prometían besar con tanta dulzura y pasión que quitaba el aliento de solo imaginarlo. Sus rubios cabellos tentaban a los mismos ángeles. Y aquel porte atlético era indiscutible. Como un hombre podía ser tan guapo y tan sexy al mismo tiempo…Sólo William Andrew podía darse ese lujo y encima de todo adinerado…como si eso no bastara para tener el mundo a sus pies.

-Debimos casarla con Neil – el tono de Elroy Andrew era de impotencia - ...Cuando hubo la oportunidad debimos hacerlo – ser reprochó otra vez -…en cuanto se enteren de esto…ni siquiera el jardinero del parque querrá tomarla por esposa.

-A Candy prácticamente se le cayó la mandíbula ante tal afirmación. Y lo peor de todo, era que la tía abuela hacía y deshacía todo, como si ella fuera sólo un mueble.

-¿Qué futuro le espera a esta muchacha? – soltó con verdadero dramatismo la anciana al ver como estas palabras golpeaban a su sobrino.

Con cada palabra, la incredulidad de Candy aumentaba. No era posible, que sólo la viera como una mercancía que se vende al mejor postor, en este caso marido.

No, eso si que no. Ahora estaba más segura que nunca, que prefería vestir santos a casarse solo por conveniencia. Eso jamás. Ya bastante era ver, como le escogían marido a Elisa que no era para nada de su agrado, pero hay gentecita que se presta para todo y pues Elisa encajaba muy bien en ese paradigma de señorita de sociedad.

Pero ella, ¡no! Incluso Anny le había contado su ansiedad porque Archie le pidiera matrimonio y por lo empecinada que estaba su madre en emparentarse con los Andrew. Era indignante. Pero gracias al cielo, ella tenía a Albert que no dejaría que la tía abuela le impusiera un matrimonio, y con lo que acababa de suceder estaba más segura que nunca que su soltería seguiría intacta por un buen tiempo, eso sino era para siempre. Sonrió para sus adentros.

-El Consejo va a decir: que era por esto – hizo un gesto hacia la cama - que no te querías casar, porque estabas entretenido con tu propia…

-¡No siga tía! – le cortó Albert con ira.

La imaginación de Albert empezó a correr, incluso podía ver a Candy siendo despreciada en el mismísimo altar. Una punzada de culpa atravesó su conciencia.

Él, que había querido darle un futuro mejor…justamente él, era ahora el único culpable de que su futuro se viera oscuro.

Ya se imaginaba los cotilleos de toda la sociedad. Generalmente eso no le importaba. Pero si esos cotilleos hablaban de Candy, ahí si le afectaban directamente. Tenía que protegerla a como diera lugar…

-Jamás pensé que viviría para ver deshonrado nuestro apellido. Pisoteado por los suelos. – la tía estaba al borde del llanto pensando en la cantidad de cosas que dirían de ellos. Y lo peor de todo: no había solución. Tal vez, si Neil quisiera aceptarla nuevamente, sería una buena opción.

Sin saber cómo remediar esta situación se sintió perdido por unos instantes…de repente como una ráfaga de luz, llegó una idea a la mente de Albert, respiró hondo ante la magnitud de lo que se le acababa de ocurrir. Y mientras, su tía, seguía hablando sobre la moral y sobre la deshonra, la idea cobraba fuerza…era la única solución.

-¡Basta tía! – habló Albert con vehemencia tratando de callar a la anciana.

Candy vio con dolor como el rostro de Albert se transformó de repente en uno de preocupación. No le gustaba verlo así. Tenía que hacer algo, tal vez renunciar al apellido era una buena opción y marcharse lejos… La sola idea de alejarse de él le apretó el corazón.

Albert fijó sus ojos por un momento en Candy, y descubrió un destello que le desveló que ella sufría. ¡No! Jamás había querido lastimarla…podía soportarlo todo, menos verla sufrir.

Dio un gran suspiro antes de decir la única propuesta sensata que tenía:

-Yo me casaré con Candy. – Albert posó los ojos en los desconcertados ojos de Candy mientras pronunciaba aquellas palabras. Para su asombro, mirarla le dio más fuerza a su decisión, no había marcha atrás.

-¿Qué? - repitieron la rubia y la anciana al mismo tiempo, al borde de un paro cardíaco.

-Me casaré con Candy…asumiré la responsabilidad de mis acciones. – en sus ojos brillaba la resolución.

Cuando Albert tenía ese brillo en la mirada, no había poder alguno que lograra hacerlo cambiar de opinión. Estaba decidido.

-Pe...pero Albert….tu sabes que entre tú y yo no ha pasado nada. – Candy estaba a punto de desmayarse.

-Lo sé, pero a los ojos de los demás no es así, Candy- su tono se suavizó cuando se dirigió a ella - No puedo permitir que se ensucie tu reputación por un acto inconsciente de mi parte.

-Pe…pe…pero, no tienes porque hacerlo…yo soy la culpable…y…- no pudo continuar porque la voz se le estaba convirtiendo en violines.

-Nadie es culpable Candy…son nuestras acciones las que nos hacen ver culpables o inocentes – su voz seguía siendo suave.

Albert quería ir hacia ella y decirle que estuviera tranquila, que todo estaba bien, pero la presencia de la tía le incomodaba de cierta manera, así que contuvo sus impulsos.

-William…- vaciló la anciana - …No puedes hacer eso…- dijo en tono muy distinto al que había estado utilizando.

-Lo voy hacer tía. – habló con decisión – Soy "yo" el que ha "manchado" la reputación de Candy…es lógico que asuma mi responsabilidad.

-Pero hijo…- la anciana ya no estaba segura de nada…solo sabía que no dejaría que su sobrino se condenara a un matrimonio con esa muchacha descarriada - Tu no puedes cargar con esto…- la voz le temblaba con pánico.

Albert la miró y por un momento le pareció más vieja de lo que era. Pero si algo había aprendido de ella, era sobre el honor.

-Tía, fue usted quien me enseñó a asumir las consecuencias de mis actos y pese a que no he tocado un solo pelo de Candy - le aclaró -asumo que lo hice no fue lo correcto.

La pobre anciana no tenía argumentos ante las palabras de su sobrino que estaban cargadas de verdad.

-Prepare todo – Albert tomó su chaqueta - Empezaré con los trámites legales para poder casarme con Candy.

-William…- tartamudeo la anciana.

-No hay nada que decir tía…

-No es para que te lo tomes así… - la tía abuela sentía que el mundo se tambaleaba a sus pies.

-Tía, no puedo dejar de hacer lo que es correcto. Usted mismo me lo enseñó – le volvió a recordar.

La anciana abrió atónita los ojos…era verdad…ella misma había inculcado los valores morales a su sobrino, en mala hora.

Albert le dedicó a Candy una sonrisa de disculpa.

-Lo siento Candy- sus ojos se encontraron – Mi intención nunca fue hacerte daño, ni manchar tu reputación – se disculpó apenado.

-Pe…pero…Al…Albert – apenas alcanzó a tartamudear su nombre antes de que se cerrara la puerta tras su salida.

La tía abuela y Candy estaban con los ojos desorbitados. Ninguna de las dos se esperaba esto.

Candy trató de salir corriendo tras de su amigo, pero la tía abuela le tomó del brazo con ira.

-Ahora debes estar contenta ¿verdad? – la voz de la abuela destilaba odio.

-No la entiendo.

-Seguro hiciste esto a propósito…

-No tía abuela, se equivoca… – Candy estaba totalmente aturdida.

Sus ojos se enturbiaron en un segundo ante el insólito reclamo y un pinchazo de arrepentimiento punzó en el frío corazón de la tía abuela al ver el afligido rostro de la muchacha que estaba junto a ella. La anciana ocultaba celosamente el sentimiento de gratitud que tenía hacia ella, por haber cuidado de su sobrino en los momentos que más lo necesitó. Fue esta inoportuna gratitud lo que calló sus bien fundados reclamos.

-Vístete de inmediato. – ordenó seca - Es una suerte que William sea un hombre de honor. – suavizó su tono al ver como las lágrimas bañaban el rostro de la muchacha haciéndola parecer más vulnerable de lo que era.

-Tía abuela…pero usted no entiende. – trató de explicar - Entre él y yo, no ha pasado nada, absolutamente nada. Nosotros somos amigos. Él llegó ayer muy tarde y sólo pasó a darme las buenas noches…se recostó a mi lado y…

-No quiero seguir escuchando más. – le cortó la anciana levantando la mano – Te espero abajo.

La anciana no le dio tiempo ni de respirar, se dio la vuelta y salió azotando la puerta, dejándola sumida en la depresión.

¿Cómo se había complicado todo en un abrir y cerrar de ojos?

Tenía que hacer algo para arreglar las cosas. No podía permitir que Albert se casara con ella solo para guardar las apariencias. Sería una locura. Era una locura.

Apenas se hubo vestido, Candy salió de su cuarto sigilosamente, estaba decidida a hablar con Albert, lo haría recapacitar, juntos hallarían otra salida. Se encaminó a la habitación de él y cuando estaba por tocar la puerta, la voz de la tía abuela le paró el corazón.

-¡Candice!, ¿qué crees que estás haciendo, frente a la puerta de William? – su voz retumbó en el pasillo.

-¿Yo?...este…solo quería hablar con él. – Candy sentía que las manos le temblaban. Que mala suerte que la tía abuela hubiera llegado en el momento justo.

-Muchacha descarriada, ya es hora que vayas aprendiendo a comportarte como una dama. No se que fue lo que aprendiste en el colegio – y tan caro que les había costado - Enviaré una carta a la hermana rectora quejándome de su enseñanza. – aunque conociendo esta muchacha mejor se lo pensaba un poco - Yo misma tendré que enseñarte como se comporta una dama…

Ay no, ya se imaginaba la cara de indignación de la hermana Grey cuando leyera esa carta. Candy agachó la cabeza y siguió a la anciana con las manos empuñadas a los costados mientras resignada escuchaba la retahíla de reproches. Seguro que su paciencia debía ser tomada en cuenta para que su alma no penara por mucho tiempo en el purgatorio.

-Desde ahora, yo seré tu tutora – sentenció erguida la anciana, asumiendo con valentía esta difícil tarea - Como la futura esposa de William tienes que refinar tus modales y sobre todo tu alocado proceder.

A la pobre Candy se le abrieron los ojos con horror al ver que la tía abuela había aceptado la disparatada proposición de Albert.

-Pero tía abuela…nosotros no nos podemos casar, Albert y yo somos amigos – intentó hacerle ver lo absurdo que era eso.

-Deja de decirle Albert…Y da gracias a Dios, que William quiere casarse contigo de lo contrario tendría que enviarte a un convento.

-Pero…- tal vez eso sería lo mejor, antes que arruinarle la vida a la única persona que le había dado un hogar verdadero.

-Nada de peros. Cierra la boca, una dama jamás contradice a una persona mayor. Ahora vamos a pulir tu comportamiento en la mesa.

La única esperanza que tenia la pobre pecosa, era que Albert apareciera para desayunar. Pero sus ruegos no fueron escuchados. Porque la tía abuela la llevó a sus habitaciones para seguirla retando y de paso pulir sus modales en la mesa que según la anciana dejaban mucho que desear.

Cuando al fin pudo salir, él ya se había ido a las empresas Andrew. Que lío.

Albert llegó a su oficina, con un cierto aire de preocupación, se sentó tras su enorme escritorio de madera oscura pulida como si fuera un espejo. Había muchas cosas que firmar. Pasó una mano por sus dorados cabellos y fijó su mirada en los documentos más urgentes. El golpeteo de la puerta llamó su atención. George entró con otra carpeta de documentos.

-Buenos días William.

-Hola George. – contestó sin mucho ánimo.

George miró detenidamente al hombre tras el escritorio, tenía una mirada indescifrable.

-George necesito que te encargues de algo muy personal.

-Con gusto William.

-Quiero que arregles todos los papeles para que Candy deje de estar bajo mi custodia.

-¿Cómo? – el moreno se quedó un rato procesando aquella información - Disculpa que me inmiscuya. Pero… ¿pensé que no querías desamparar a la señorita Candy?

-No la estoy desamparando…más bien – Albert tomó aire para decirle lo que pasaba –…No quiero tener ningún impedimento legal para poder casarme con ella.

-¿Qué? – al pobre George casi se le cae el bigote de la impresión.

Sin poder sostenerse en pie, buscó la silla más cercana para sentarse en lugar de caerse.

-No me mires así, que no estoy loco – se excusó al ver como George lo miraba

-Es que no creo haber escuchado bien – tomó aire - ¿Te quieres casar con la Señorita Candy?

-Si, así es.

-No me lo esperaba tan pronto…pero si así lo decidieron.

-¿Qué? ¿Cómo que no te lo esperabas tan pronto? – Albert enseguida vio el trasfondo de aquellas palabras, no era ningún tonto.

George sintió que estaba hablando demás.

-Es que, como tú y la señorita Candy son muy unidos – no era esa la palabra precisa pero era lo más cercano a íntimos.

Albert lo miró dubitativamente por un instante, sabiendo que no lograría sacarle mucho. Era mejor contarle como habían sido las cosas antes que hiciera sus propias conclusiones como la tía Elroy.

-Anoche me quedé dormido en el cuarto de Candy…- empezó diciendo – No pongas esa cara, que no estábamos haciendo nada malo, solo estábamos conversando y hoy en la mañana llegó la tía Elroy y nos encontró dormidos...y ya te imaginarás como se puso…

A George se le vino una clara escena de los dos rubios dormidos y sobre todo de la cara de Elroy Andrew ante aquel inusual hallazgo, era un milagro que la anciana aun estuviera en pie y para variar con lo mal pensada que era….seguro debió haber estado al borde de un colapso…

Simuló una sonrisa, le hubiera gustado ver la cara de los dos rubios en ese preciso instante. Siempre que los veía conversar era como si estuvieran encerrados en una esfera de cristal…en un mundo aparte. Aquella relación que ambos tenían era….demasiado estrecha por así decirlo. Es más, no podía imaginarse un mundo en el que ambos rubios no estuvieran juntos…creo que el efecto de la noticia le había afectado.

-¿Histérica? – tanteó

-Peor – recordó la cara de la tía y sus argumentos – Ya la conoces como es…el apellido está mancillado.- habló tratando de imitar la resignación de su tía.

-Pero eso no te preocupa mucho. ¿verdad? – volvió a tantear.

-En realidad no…lo que me preocupa es Candy…

George levantó una ceja, ahí estaba la verdadera razón. Candy. Aunque él sabía que había algo más, lo había visto, pero mejor que ellos lo descubrieran por su cuenta.

-Entiendo…me ocupare de eso, entonces.

-Gracias.

-¿Quieres que el trámite se demore? – tanteó George, a lo mejor querían esperar a que se le pasara el mal genio a la señora Elroy para que recapacitara mejor y les perdonara.

-No…haz que sea lo más rápido posible.

-Bien.

George salió de la oficina con una sonrisa de confabulación. El destino hacía jugadas maestras.

Albert tomó el primer papel que encontró sobre el escritorio, aunque su mirada estaba fija en el documento, lo que menos hacía era leer. Sólo pensaba en una cosa: Candy.

Nunca había visto sus ojos tan cerca…bueno si los había visto, pero nunca cuando estos se abrían por primera vez en la mañana…aquel verde le pareció tan similar al de la selva virgen…con sus espesas y largas pestañas que le daban un toque exótico a su mirada…

¿Como las cosas habían llegado a este extremo? Se preguntó tratando de evitar pensar en los ojos de Candy.

Pero lo peor, no era el hecho que tuvieran que casarse de esta manera, claro que no, lo peor era…que aquella idea no le parecía tan descabellada como parecía.

Tal vez aun seguía aturdido por la manera tan abrupta como se había levantado en el mañana. Agitó la cabeza en señal de negación y decidió que lo mejor era concentrarse en el papel que sostenía en sus manos….

Continuará…


NOTAS DE LA AUTORA:

Mi nombre es Tita Calderón para las chicas que no me conocen, soy de Ecuador. Para mí es maravilloso poder escribir una historia para mi adorado príncipe de la colina. Espero que les haya gustado este primer capítulo.

Gracias por darme la oportunidad de hacerlas soñar. Espero que me sigan acompañando en esta nueva aventura llamada IN FRAGANTI.

Mil perdones por las faltas ortográficas. Para sugerencias, comentarios o simples tomatazos espero un review.


Y ahora si comienzo a darles los capítulos re-editados, re-masterizados, y recargados!