Pasos para enamorarse.

By: Tommy Hiragizawa

Los personajes de Prince of tennis no me pertenecen, si no, la serie sería una verdadera mierda.

RyoSaku

Nota: gracias por sus comentarios del último episodio.

Primero que nada, advierto que este episodio estará dedicado casi exclusivamente a un Ryoga/Tomoyo. Así que si no quieren leerlo no se perderán de mucho con respecto a la pareja de Ryoma con Sakuno.

En lemon de este episodio he experimentado un poco con palabras que no suelo utilizar por sentir que le quitan un poco de sentimiento al acto del amor, pero espero que les guste. Necesitaba aventurarme un poco.

Y por último, al final del fic hay un anexo, esta vez dedicado a Kevin, porque en próximos episodios se unirá al reparto de "Pasos para enamorarse". Espero que les guste.

Conclusión, este episodio va dedicado a los personajes secundarios.

Un beso muy fuerte para todos y que disfruten de su lectura.

Atte: Tommy

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Paso número dos: Amor; Entrega. Parte dos.

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Ryoga había despertado horas antes junto con las primeras luces del alba, dejando atrás su plácido sueño para dedicarse a una actividad que le reportaba mayor satisfacción. Desde que sus ojos se habían abierto al día se había mantenido en la cama, procurando no haber ruidos ni movimientos bruscos para poder disfrutar del placer inimaginable que la cercanía del cuerpo delgado y cálido de la persona por la que no dudaría un segundo en dar su vida provocaba tanto en su cuerpo como en su corazón.

El hijo adoptivo de Rinko y Nanjirou Echizen no tenía muchas cosas claras de su vida presente o futura. Incluso mantenía serias dudas sobre la forma en que manejó su pasado. De lo único de lo que no dudaba, de lo que estaba plenamente seguro, era que haría cualquier cosa, por muy loca que pareciera, con tal de ver una sonrisa en los labios de su novia.

Ella le importaba más que cualquier cosa material. Le había dolido tener que renunciar a su moto, pero la seguridad de que el empleo de ese dinero la haría feliz lo había impulsado a dejarlo ir. Además, podía volver a comenzar a ahorrar. Esa motocicleta siempre lo estaría esperando.

La contempló ahí, recostada a medias sobre él. Su piel rozado plenamente la suya. Una de sus largas piernas se entrelazaba con las suyas y uno de sus brazos le atravesaba el pecho. Su mano descansaba sobre su pectoral derecho y su cabeza sobre el izquierdo.

La piel pálida de ella, casi completamente blanca, contrastaba con el tono bronceado que él siempre había tenido por naturaleza, y se perdía en el mar de tela clara de las sábanas de la cama del hotel. El fino tejido escondía muy poco de su vista pero era suficiente para frustrar sus deseos más lujuriosos. Sus contornos marcados sensualmente lo llamaban como el imán al acero. Especialmente la curva de su trasero.

El cabello largo de color ébano se extendía sobre el colchón por su espalda, formando lo que a él le parecían un par de alas negras. Del mismo color intenso y brillante de las de un cuervo. Él siempre había visto esas alas a su espalda. Ella era un ángel. Y suya. Lo que no alcanzaba a comprender – no sabía si algún día llegaría a hacerlo – era qué hacía la poseedora de tal perfección con un hombre de tantos defectos como él.

No la merecía, estaba más que seguro de ello. En su vida no había hecho más que dar problemas y ninguno de sus pocos éxitos era merecedor de sus atenciones. Aún así no podía dejarla marchar. Jamás lo haría. Una vez que la había tomado entre sus brazos había estado seguro de ello. Dedicaría lo que le restara de vida, ya fueran apenas unos años o lo largo de las décadas a conseguir los méritos suficientes para poder pararse a su lado y tener la convicción de que ella podía y debía estar con él. Cuando estuviera seguro de que nadie ni nada podría arrebatársela. Cuando la hiciera más feliz de lo que nunca ninguna mujer había sido.

"Sabes que amas en realidad cuando no puedes ver un futuro sin esa persona" había leído alguna vez en un libro que lo habían obligado a leer. En aquél entonces había pensado "Vaya cursilería" y de no haber conocido a Tomoyo, seguramente en ese momento estaría pensando lo mismo. Hacía tanto tiempo de eso que ya lo había olvidado, enterrado en las profundidades de sus memorias, pero no pudo evitar que resurgiera desde ahí para hacerse notar. Nunca había entendido del todo esas palabras – seguramente salidas de una boca savia y experimentada. Por lo menos no hasta que se vio atrapado entre los brazos - ¡oh, dulce prisión! – de su morena y descubrió que no deseaba escapar de ahí.

Sus ojos se perdieron en la suavidad de su piel y el largo de sus cabellos. Le acarició las hebras negras, pasando su mano de la raíz hasta donde su brazo alcanzaba a llegar mientras intentaba no despertarla. Lo único que deseaba en ese momento más que hacerle el amor, era contemplarla a placer todo el tiempo que pudiera. Llenarse de ella con cada uno de sus sentidos para poder regodearse en la sensación de no poder saciarse nunca de su piel, su aroma, su imagen y su sabor.

Dios Santo, la amaba con locura.

Cada fibra de su ser había sido creada única y exclusivamente en ese mundo para responder a sus necesidades. Para alabarla y venerarla como la reina que era ante sus ojos.

Deseaba pasar cada día del resto de su vida a su lado. Por lo mismo deseaba que fuera solamente de él. Y que cuando murieran y reencarnaran, la diosa fortuna volviera a reunirlos, porque sus almas estaban hechas la una para la otra. Era egoísta. Sí. Siempre había sido un muchachito egoísta. Se aferraría a ella con uñas y dientes impulsado por ese egoísmo y que Dios lo perdonara, porque pactaría con el diablo si fuera necesario para mantenerla con él. Lucharía hasta sus últimas fuerzas para que ella no pudiera vivir sin él. Hasta que lo amara con la misma locura egoísta e intensa.

Transcurrió casi otra hora hasta que la sintió removerse entre sus brazos.

El sol entraba de lleno por los ventanales y bañaba la cama con sus luminosos rayos. El cristal fragmentaba la luz blanca y producía un pequeño arco iris que iluminaba con su brillante colorido la blancura de las sábanas. Del otro lado del arco iris estaba su tesoro más valioso.

Como cada mañana ella se frotó los ojos insistentemente para despegar un párpado del otro y se estiró con placidez para desperezarse. Graciosamente, siempre que hacía eso le recordaba a Karupin. Excepto que Karupin no era tan mono ni tan sensual como Tomoyo. Ella ronroneó, frutando la nariz contra su pecho antes de abrir los ojos lentamente.

Sus miradas, amatista y castaño, se encontraron en una cálida bienvenida.

Mmm – se quejó con un ronco sonido áspero que salió por su garganta cerrada, alzando las sábanas para taparse la cabeza sin querer despertarse aún.

Su actitud tan infantil por las mañanas siempre lo enternecía y lo hacía sonreír como estúpido. Justamente como sonreía en ese momento.

Pero bien decían que el amor idiotiza, ¿no?

Un suspiro proveniente de bajo las sábanas le dijo que su novia se había dado por vencida y que estaba casi lista para decir adiós a Morfeo – su dios favorito- para darle los buenos días a Apolo – no tan apreciado por ella a esas horas del día.

De manera lenta y totalmente adorable a sus ojos se bajó la sábana hasta el cuello, dejando visible únicamente su rostro. Sus miradas se encontraron una segunda vez y fueron acompañadas por sendas sonrisas llenas de cariño.

Le echó sus delgados brazos al cuello y se acercó a él todo lo que pudo. Ronroneó sin proponérselo por la sensación de sus cuerpos desnudos tocándose tan libremente. Aún podía sentir la pasión de su entrega nocturna punzar entre sus piernas, los rastros de lo que había sido la noche más hermosa y feliz de su vida.

Te amo Ryoga – le dijo sin dudas.

Para ella no existía mayor verdad en el mundo.

A pesar de ello sintió que no alcanzaba con eso para decirle en realidad todo lo que en ese momento se le acumulaba en el pecho. Lo más seguro era que no hubiera palabras suficientes en todos los idiomas existentes para poder describirlo con exactitud. "Te amo" era lo más cercano que conocía.

Ryoga la abrazó por la cintura y se aferró a ella con más fuerza que nunca. Sentía como se le hinchaba el pecho al escucharla decir esas dos palabras seguidas por su nombre y distinguir la sinceridad plasmada en su voz al pronunciarlas. Eso era lo que más deseaba en el mundo. Amarla y que lo amara. Para siempre.

Ella se acurrucó contra él, sintiendo el dulce calor que la envolvía.

Quisiera poder despertar así todas las mañanas – murmuró besándole el pezón más cercano y acariciándole la pierna con el pie.

Un escalofrío lo recorrió entero al sentir la caricia de sus labios sobre esa parte tan sensible de su anatomía. Las imágenes de lo que habían hecho la noche anterior nada más llegar a la habitación le llenaron la mente, haciendo que su miembro despertara sin ninguna otra clase de estímulo. Las sábanas se elevaron al tiempo que su pene se endurecía y alzaba.

Soltó un gemido ahogado antes de inclinarse para capturar sus labios rellenos en un beso abrasador. Boca contra boca se acoplaron a un ritmo enloquecedor de caricias húmedas y voraces. Ryoga creyó derretirse al paladear su sabor a cerezas, imperecedero. Tomoyo se apretó contra él, arrancándole un gemido gutural, amoldando todas sus suaves formas al cuerpo masculino.

Ryoga sintió que la cabeza se le nublaba y su razón volaba lejos. Quería entrar en ella una y otra vez, mucho más embravecido que la noche anterior. Morderle el cuello con fuerza ahí donde no pudiera esconder la marca, para que todo aquél que la viera supiera que ese ángel tenía dueño y que ese dueño era uno muy posesivo.

Quería hacerle el amor, sin más.

Como si ella pudiera leerle el pensamiento, abrió las piernas de tal modo que su sexo tuvo un encuentro de lleno con el miembro palpitante de Ryoga. Los labios vaginales estaban húmedos, dispuestos a cobijar la dureza creciente del hombre.

Joder – masculló el tenista y en un rápido movimiento la dejó bajo su peso.

La miró a los ojos durante apenas unos segundos pero que a causa de la urgencia que sus cuerpos sentían por el otro y su contacto hicieron parecer una larga y dolorosa eternidad. Una eternidad en la que sus ojos, clavados fijamente en los del otro, nunca dejaron de demostrar que eso nunca sería un acto meramente carnal. Era la manera en que sus cuerpos gritaban juntos lo que no podía ser expresado con palabras.

Volvieron a besarse con pasión desbordante e incontrolada. Ryoga le mordisqueó el labio inferior durante un momento para después introducir su lengua en la boca de Tomoyo. La lengua de la chica salió a su encuentro, dispuesta a dar tanto placer como el que recibía.

A Ryoga siempre le había encantado eso de su novia. Era auténtica. Si quería algo, lo tomaba. Si pensaba algo, lo decía. Era una apasionada de la vida y esa pasión se reflejaba en cada uno de las cosas que hacía. En la cama no era diferente. Era desinhibida, ardiente. Buscaba hacerlo gemir hasta la locura mientras buscaba ella misma su propio placer. No esperaba que todo se lo dieran en bandeja.

No se fijaba en las apariencias o en la opinión pública.

Rompió el contacto de sus labios y se saltó su visita al cuello que tanto le gustaba para ir un lugar que lo llamaba aún con más intensidad. Atrapó un pezón dentro de su boca y le dio ligeros y rápidos toques con su lengua sin liberarlo en ningún momento. Mientras tanto, sus manos recorrían los contornos de su cuerpo y apretaban el pecho que no estaba siendo atendido por su habilidosa boca.

Sí – chilló ella, tan bocal como siempre – Me encanta que hagas eso –

Esa era otra de las cosas que a Ryoga le encantaba de su novia. Los sonidos que salían de su deliciosa boca cada vez que tocaba alguna de las zonas erógenas de su cuerpo. Lo excitaban más de lo que nada podía excitarlo. Lo incitaban a probar cosas nuevas. Así lo demostró su miembro en el justo momento en la que la escuchó pedirle más. No, exigirle.

La necesitó como al aire que respiraba.

Un jadeo brotó de su garganta en el momento en que Tomoyo bajó su mano hasta el nacimiento de su sexo y acarició su longitud de la base a la punta de manera repetitiva. Su dedo índice trazó su vena palpitante, que bombeaba toda la sangre de su cuerpo hacia su zona más sensible. Su palma le masajeó los testículos de vez en vez.

No supo en qué momento pasó, pero se vio de espaldas a la cama. Tomoyo se restregó contra su cuerpo mientras se quedaba a horcajadas sobre su cadera, muy cerca de su miembro, pero no lo suficiente. La sonrisa coqueta que le dedicó desde su lugar lo devastó e inflamó de manera escandalosa la llama que ardía en su interior.

Su polla dio un tirón. La tenía tan dura que comenzaba a dolerle.

¿Te gusta lo que ves? – como se había inclinado para hablar sobre su oído los pezones erguidos de sus pechos le acariciaron el pecho ligeramente. Deliberadamente los apretó contra él y volvió a erguirse – Quiero devorarte –

Que dios lo maldijera si mentía. Pero de morir en ese justo momento lo haría como un hombre feliz y satisfecho.

Ella trazó un camino de húmedos besos y lengüetazos desde su boca. En el recorrido se detuvo a mordisquearla el mentón de esa forma que a él tanto le gustaba. No se detuvo hasta que estuvo en sus pezones, donde se recreó largo rato, torturándolo de la misma excitante manera que él había empleado con ella. Ryoga gruñó y tomó su cabeza como respuesta para acariciarle el cabello, apremiándola para que siguiera con su tarea.

La conocía lo suficiente para saber qué era lo que se proponía y se moría por las ganas de que lo hiciera. Le encantaba el sexo oral.

Nunca lo había hecho con ninguna de sus anteriores novias. Para ellas la simple mención era algo repugnante y escandaloso, por lo que nunca se lo había planteado siquiera. Grande fue su sorpresa el día en que Tomoyo, sin que él dijera una palabra, se arrodilló frente a él y lo tomó enteramente en su boca. Había disfrutado del sorprendente movimiento más que ninguna otra experiencia sexual en su vida.

Cuando se lo contó a Tomoyo – nunca había habido reservas entre ellos – ella lo había convertido e su preliminar favorito.

Su suave y esponjosa lengua trazó un recorrido descendente por la división que marcaban sus abdominales, hizo círculos en su ombligo y sólo se detuvo cuando llegó a su pene. Tomoyo aún no lograba creer su tamaño. La primera vez que lo había visto se había asustado más que en su primera vez. Ryoga era mucho más grueso y grande que ninguno de los hombres – contados – con los que había estado con anterioridad. Y a pesar de las muchas veces que lo había acogido en su cuerpo, aún sentía un poco de dolor cuando sus paredes se expandían para darle la bienvenida.

Tomoyo – gruñó y echó la cabeza hacia atrás cuando ella le lamió el glande, apretando especialmente en la ranura.

Como no podía metérselo a la boa sin hacerle daño con los dientes disfrutaba de lamerlo en todas las direcciones, gozando de saber que ella era la única que le había dado esa clase de placer.

Trazó círculos en la punta hasta que sintió el regusto salado del preseminal. Cerró los labios en torno a él y succionó, haciendo que soltara una retahíla de improperios.

Se separó lo suficiente para embozar una sonrisa llena de poderío y elevó la mirada para verlo a los ojos mientras seguía con su estimulación, masturbándolo con una mano y con la otra acariciándole los testículos. La cara de placer que tenía Ryoga en ese momento era algo que no tenía precio.

¡Dios! – se quejó por el abandono de su boca - ¡Por favor! –

Nunca se había sentido más poderosa en su vida, ni con todo el dinero que su familia poseía. Se sentía femenina, deseada, necesitada. Sobre todo se sentía capaz de todo, omnipotente.

¿Qué es lo que deseas, amor? – ronroneó sin pudor. Sus ojos brillaban por la lujuria.

Lámeme hasta que me corra y trágate todo de mí, joder – bramó.

Tus deseos son ordenes para mí – le lanzó un sonoro beso y volvió a hundir su cabeza entre el par de piernas masculinas, bellas y poderosas. Dio una primera rápida lamida desde sus testículos por toda su longitud.

Ryoma la sentía lamer dejando un rastro ardiente ahí donde pasaba su lengua. Sabía que no tardaría en correrse y que ella también lo sabía. Su sangre abandonó todos los rincones de su cuerpo para concentrarse en su verga, que palpitó con fuerza ante las sensaciones que Tomoyo le estaba ofreciendo.

Soltó una maldición junto con un grito al liberar todo su semen sobre el rostro de Tomoyo. Se veía tremendamente insinuante. Llámenlo pervertido, si desean, pero si hubiera podido endurecerse otra vez después de tremenda descarga, se habría erguido sólo con esa visión. Ella se lamió los labios, liberándolos de su esencia blanquecina y tragó todo lo que había quedado en su boca, justo como él se lo había pedido.

La tomó por los costados para obligarla a alzarse hasta que sus rostros quedaron nuevamente alineados y la besó con fenecí.

Eres todo un festín pecaminoso – gimió ella al tiempo en que sentía los dedos de Ryoga internarse en lo profundo de su sexo – Ryoga – movió las caderas par dar más ritmo a la caricia.

Es mi turno, Tommy –

Ansioso por sentirla correrse, no se entretuvo en hacer el mismo recorrido que ella había trazado en su cuerpo. Estaba tan podidamente caliente que la premura pudo con él. Simplemente se colocó entre sus piernas, le separó las rodillas con las manos, alzándole los muslos hasta que se le pegaron al vientre y enterró la cara en la humedad de su sexo.

Dio una lenta lengüetada desde su clítoris hasta la entrada de su vagina con la que ella liberó todo el aire que retenía en un gemido alto y ronco. Se retorció sobre los almohadones y se aferró a las sábanas como contacto a la realidad. Tomó el clítoris entre sus dientes y lo lamió ocasionalmente, dejando el pequeño centro de su placer sobre estimulado y sensible.

El siguiente toque de su lengua la llevó a ver las estrellas.

Hubiese esperado que él detuviera el ataque de su boca, pero no lo hizo. Su lengua se enterró tan profundamente en su sexo que le arrancó un gemido que ridiculizó a todos los anteriores y siguió. Entró y salió de su cuerpo repetitivamente. Su lengua iba y venía. Se la estaba cogiendo con la boca.

Se retorció, gimió, jadeó. No podía evitarlo o contenerse. Las lágrimas de placer se derramaron por sus mejillas y sus manos le aferraron el cabello, indecisa entre alejarlo o acercarlo aún más.

Entre suspiros y jadeos la llevó al éxtasis del orgasmo en dos ocasiones más antes de apartarse definitivamente de ella. Para ese momento volvía a estar preparado para hacerle el amor.

Tomoyo sobre las sábanas claras, sonrojada en el rostro, los hombros y el pecho era la visión más hermosa que nunca hubiera visto. Llevaba su nombre gravado en cada una de las pequeñas marcas que su boca había dejado sobre su pecho y cuello, en los muslos. Sus ojos aún estaban perdidos en el placer de su clímax.

Viendo la mirada hambrienta con la que Ryoga la miraba, Tomoyo supo que esa sesión de sexo oral sólo había sido el preludio a algo mucho mejor.

El moreno no tardó más de unos segundos en colocarse el condón antes de volver a la cama. Ella lo miraba con una clara invitación. Estaba deseosa de volver a sentirlo en los pasajes más recónditos de su ser. Se puso en cuatro y le mandó una mirada sobre el hombro. Ryoga casi ruge de satisfacción al verla ofrecerse a él.

Le lamió la columna hasta la nuca antes de enterrarse firmemente en su cuerpo con un solo movimiento de cadera. La invasión les arrancó un gemido a ambos. Uno por la presión sobre su eje, la otra por la sensación de sentirse llena.

Los movimientos armoniosos en un principio, rápidos vaivenes, se fueron volviendo erráticos a medida que pasaban los segundos. Perdiendo precisión a medida que la rapidez aumentaba y lo sentía clavarse cada vez con más profundidad.

Ryoga le alzó una pierna y se apoyó mejor, apuntalándose con los pies sobre el colchón antes de ganar aún más velocidad.

¡oh, sí! ¡sí! – chilló Tomoyo y en un último balanceo se corrió, más fuertemente que en las anteriores ocasiones.

Las paredes de su sexo se contrajeron alrededor del pene del chico, causando que este soltara un juramento y la tomara con más fuerza de las caderas. Un grito con el nombre de Ryoga impreso ensordeció los oídos del nombrado y junto con los temblores llegó la humedad del orgasmo.

Ryoga apretó los dientes mientras los temblores del cuerpo femenino perduraban y siseó, deseoso por llegar a su propio orgasmo. Una embestida. Más rápido, más profundo, más fuerte. Dos. Tres más. La humedad le permitía entrar y salir con más facilidad. Tomoyo se retorcía bajo él, gemía junto a él. La estaba llevando de nuevo al cielo.

Se echó hacia atrás, llevando a Tomoyo consigo.

Ambos arrodillados, su delgada espalda contra su pecho musculoso. Los senos yendo y viniendo con cada movimiento. Sus manos tocando su centro mientras seguía tomándola. Tomó entre sus manos los pechos rebosantes. Los apretó con saña y después los masajeó, aliviando el posible dolor de la anterior acción. Siguió haciéndolo, alternando placer con dolor.

La dureza de su miembro le indicó que el orgasmo estaba cerca. El ritmo era alucinante, errático y fiero. Era una danza salvaje que estaba en la naturaleza animal de todos los humanos. Sin ética ni moral. Fue compensado con los jadeos de Tomoyo, igual de excitada que él. Dio una última estocada, más profunda, al tiempo que apretaba sus pechos fuertemente y le mordía el cuello.

El orgasmo los golpeó a ambos con toda su furia al mismo tiempo.

Se derrumbaron, Ryoga sobre Tomoyo, pero sin llegar a aplastarla con su peso. La sonrisa satisfecha en sus rostros era idéntica a la del otro. Ryoga estaba pletórico. Casi suelta una carcajada. Nunca la había llevado a cinco orgasmos seguidos.

Cansados, ambos se acurrucaron hacia el otro. Sus cuerpos sudorosos no les eran molestia para descansar.

Aún eran las nueve y la reserva acababa a las doce.

El silencio que siguió fue reconfortante para ambos. Ryoga le acarició el costado de arriba abajo mientras la veía adormilarse entre sus brazos. Le permitió pensar mientras la veía y acariciaba sin decir palabra. Lo que vino a su mente fruto de sus pensamientos era una locura.

Tenían mucho que vivir aún. Él no conocía a su familia. Eran muy jóvenes. No tenían casa propia. Su trabajo no le daba para mucho. Y una larga lista de etcéteras. Eran muchas y muy variadas las razones por las que su idea era algo infactible pero en ese momento ninguna de ellas significaba para él un peso suficiente que le impidiera llevarla a cabo.

Había parejas mucho más jóvenes que ellos que lo habían hecho y eran felices. Podían vivir juntos todo lo que tuvieran que vivir aún. Rentarían una casa mientras conseguían un crédito. Pronto comenzarían los abiertos internacionales y él no pensaba esperar mucho más para entrar al terreno profesional.

Además, no quería casarse con su familia, sino con ella.

Cásate conmigo – su voz resonó clara y decidida.

Después de todo, eso, y verla despertar cada mañana, era lo que más deseaba en la vida.

Tomoyo se volvió hacia él con un movimiento brusco, mostrándole en sus ojos todo lo impresionada que sus palabras la habían dejado y toda su confusión. A decir verdad, ella nunca había visto a Ryoga como un hombre de familia. Era más el típico hombre que desea una vida de unión libre, sin ligaduras. Pero bueno, pensó, tampoco nadie que conociera a Nanjirou podría pensar en él como un hombre que llevaba casado más de dieciocho años.

Sin poder creérselo aún, no pudo más que preguntar.

¿Qué has dicho? –

Ryoga comenzó a sentirse nervioso, pero aún así, tragó saliva y repitió.

He dicho que te cases conmigo – la miró a los ojos – no tengo un anillo de compromiso y no puedo jurarte que nuestra vida será perfecta. Después de todo, ¿qué es perfecto? Lo que si puedo asegurarte es que intentaré hacerte feliz y que – siempre que no esté en algún torneo – procuraré que siempre despertemos como hoy –

El silencio de Tomoyo no reconfortó para nada a Ryoga en esa ocasión, sino que sirvió para alimentar a un viejo conocido de Ryoga. El demonio que formaban sus inseguridades, aquél que creía hacer desterrado por completo de él brincoteó por todo el cuerpo del tenista, libre de la prisión a la que había sido sometido durante años y feliz de hacerse notar.

Cerró los ojos y esperó una respuesta negativa.

Sin atreverse a mirarla, sólo pudo escuchar como un jadeo escapaba de la garganta femenina y un torrente de lágrimas le bañó el pecho. Asustado, se alejó de ella todo lo que pudo sin caer e la cama mientras un dolor punzante amenazaba con destrozar su interior.

"Idiota" se dijo mentalmente. No se había parado a pensar que tal vez ella no deseara lo mismo que él para su futuro. Quizás ella no deseara casarse, vivir juntos y formar una familia con muchas chibi Tomoyos corriendo por el jardín de su casa o unos cuentos engendros obsesionados con el tennis igual que su padre, tío y abuelo. Quizá ella prefiriera vivir sin lazos matrimoniales. O, tal vez, simplemente no lo deseara en un futuro lejano.

El dolor volvió a punzar dentro de su pecho, muy cerca de su corazón.

Las pequeñas manos de la chica sobre sus mejillas diluyeron poco a poco el dolor lacerante, pero la inseguridad prevaleció, no dispuesta a marcharse después de tantos años de ser ignorada. Sus pulgares le acariciaron las mejillas y los párpados, aún cerrados. Se sentía incapaz de abrir los ojos para descubrir lástima en sus preciosos ojos violáceos.

Sí – lo besó ella ligeramente en los labios – me casaré contigo, Ryoga. Hoy, mañana o cuando quieras –

Los ojos castaños del chico se abrieron todo lo que podían ser abiertos, casi dolorosamente, por la sorpresa que causaron sus palabras. En definitiva, era muy bueno para armar novelas dentro de su cabeza. Y decían que las sentimentales eran las mujeres. Buscó sus ojos con la mirada y además de una gran felicidad sólo encontró un infinito y celestial amor en ese más de amatista. Un amor dirigido hacia él. Fue incapaz de resistirse a abrazarla nuevamente, enterrando el rostro en su pecho.

Esa vez no hubo nada pasional en su cercanía. En ese momento el sexo no formaba parte de sus mentes ni de sus planes. O tal vez sí. En definitiva hacer el amor formaba parte de su futuro. Muchas, incontables veces. Pero en su futuro inmediato no les importaba prescindir de eso.

Sólo había entrega en sus mentes.

Total. Absoluta. Irrevocable.

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Un ligero sonido la despertó pero no la incentivó a abrir los ojos para ver de donde provenía. Era muy bajo y casi imperceptible. Volvió a escucharlo. ¿Qué era aquello? Se acurrucó mejor contra su almohada y su almohada produjo otra vez el sonido que la había despertado.

Era un ronquido.

"Deja de roncar almohada" dijo mentalmente. Se detuvo a analizar sus pensamientos y casi da un brinco. Las almohadas no roncan. Y ahora que se daba cuenta, tampoco se mueven y esa almohada subía y bajaba, casi como si estuviera respirando. Aunque era lógico. Si roncaba era porque tenía que respirar. Además, estaba calentita y dura. En definitiva no era como las almohadas comunes.

Su mano se deslizó por sobre la superficie de al dichosa almohada y palpó los relieves de varios montoncitos entre los que había un pequeño agujero. "Que extraño" pensó y siguió bajando. Su camino se vio interrumpido por una pequeña mata de cabello. ¿Cabello? Bajó un poco más… Y su almohada gimió.

Eso que tenía entre sus manos no era para nada parte de una almohada.

Salió de su ensoñación y miró hacia arriba. El rostro de Ryoga aún mostraba su inconciencia, pero su pene erecto – que aún estaba en su mano – estaba muy pero que muy despierto. Ryoma se acomodó mejor sobre la almohada que estaba bajo su cabeza y soltó otro suave ronquido, repatingándose sobre toda la extensión de la cama que pudo abarcar.

Se sonrojó hasta la raíz del pelo y alejó rápidamente su mano del lugar en donde estaba. Se sentía como una aprovechada por tocarlo mientras él aún no tenía conciencia suficiente como para alejarse de ella. Aún así no pudo evitar que su miraba bajara hasta donde su henchido miembro elevaba las sábanas que cubrían su desnudez. Se podía adivinar su larga longitud.

Sus paredes se contrajeron y su interior se humedeció.

Karupin… - murmuró con la voz pastosa entre sueños.

Ella rió por lo bajo, intentando no despertarlo y después volvió a acomodarse a su lado, acariciando con las yemas de los dedos la superficie de su pecho.

Ahora era una mujer. ¿Se suponía que debía sentirse diferente por ello? Ella seguía sintiéndose igual que antes. Era la misma chica que sería capaz de todo por su novio, la misma chica que amaba sus besos y su toque. No. No se sentía diferente. Sólo había amor. Un amor que parecía más firme que nunca.

No sólo se había convertido en mujer. Era la mujer de Ryoma.

Sakuno – lo escuchó pronunciar su nombre, esta vez sin sonar de manera inconsciente. Su voz estaba cargada de sentimientos que no podrían expresarse más que deliberadamente. – Buenos días –

Buenos días, Ryoma-kun –

Se quedaron viendo por largos segundos, hasta que él bajó un poco la cabeza para besarla en los labios. Fue dulce, muy dulce. Sus lenguas se acariciaron lentamente y sus labios no hicieron movimientos bruscos. Con ese simple gesto Sakuno sentía como él le acariciaba lugares a los que nunca podría llegar de manera física.

Ryoma se detuvo en seco y cuando ella abrió los ojos pudo ver que sus mejillas estaban tan sonrojadas como podrían haber estado las de ella. Los ojos de él estaban clavados en la carpa que se le formaba entre las piernas.

Ella se sonrojó también, como si estuviera compitiendo con él al recordar donde había estado su mano momentos antes. Sintió un cosquilleo en la palma, seguramente debido a la necesidad de volver a sentirlo de alguna forma. Se pasó la lengua por los labios de manera inconsciente y al elevar otra vez la mirada, los ojos de Ryoma le dijeron que no saldrían pronto de la habitación.

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A las once del día Sakuno y Ryoma salieron de la habitación del hotel vistiendo la misma ropa que habían llevado la noche anterior durante el baile, dispuestos a ir a almorzar en el restaurante del hotel.

Sus estómagos exigían comida después de toda la actividad física de la mañana y la noche.

Ryoma hubiera podido jurar que intentaba no parecer el idiota más afortunado del mundo, pero para desgracia de su orgullo sus esfuerzos no tenían frutos. No lograba quitarse la sonrisa bobalicona de los labios por mucho que lo intentaba. Sacudió la cabeza y se apresuró a remplazarla por una sonrisa de superioridad y arrogancia que le salió solita, solo de pensar en lo mucho que Sakuno había gritado mientras le hacía el amor esa mañana. Esa sonrisa y el brillo en sus ojos – con eso no podía hacer nada – no dejaban lugar a dudas sobre lo que habían hecho la noche anterior.

"Y parte de la mañana" agregó mentalmente.

Miró intensamente a Sakuno, haciéndola sonrojar.

Demonios. En definitiva era el hombre más podridamente afortunado de ese jodido mundo.

Nunca más volvería a culpar a su padre por ser un idiota pervertido. Sólo una persona con mucha fuerza de voluntad y auto control podría soportar la tensión sexual con estoicismo. Él aún quería encerrarse con Sakuno la hora que les quedaba de reserva.

En la recepción del hotel aún había algunos compañeros de generación. La gran mayoría iban desaliñados, tenían ojeras pronunciadas y claros indicios de resaca. Se congregaban en grupos pequeños que oscilaban entre los cuatro y los ocho integrantes. Unos llegaban de las escaleras y otros salían del comedor.

Pero, por muy variadas que fueran las actividades que hasta el momento llevaban a cabo o muy interesante que aparentemente fuera la conversación que mantenían, todos dejaron sus actividades y guardaron silencio mientras los veían salir juntos de los elevadores.

Cuchicheos nada disimulados y risillas bajas llenaron el lugar junto con miradas desorbitadas y mandíbulas desencajadas. "Ya sabemos donde estaban anoche" dijo alguien mientras reía.

Con todas las miradas concentradas en ellos, Sakuno palideció considerablemente y no pudo evitar abrir y cerrar la boca, sin lograr emitir sonido, intentando que de ella salieran explicaciones para todos los chismes que correrían sobre ellos como si fueran pólvora encendida. Las palabras no salieron, y el sonrojo habitual le inundó las mejillas como muestra de su incomodidad. Bajó la cabeza, resignada a las habladurías que le seguirían esos últimos días de clases. Seguro la tomarían por zorra y ofrecida. Aún más molesta por sus pensamientos, ocultó la mirada bajo su flequillo.

Contrariamente a lo que le sucedía a Sakuno, Ryoma sintió como el pecho se le henchía de orgullo. Sabía que era una reacción machista y estúpida, pero su cuerpo no entendía de razones, y verdaderamente tampoco le importaba mucho que no lo hiciera. Eran emociones y reacciones naturales, arraigadas en la naturaleza masculina. Era un Echizen, después de todo, y el que con lobos se junta… No llega a viejo precisamente siendo un santo. Debía de ser hereditario. Se sentía como si hubiese ganado los cuatro grandes torneos y el mundo entero estuviera ovacionándolo al unísono. No. Era casi seguro que ni eso se compararía con la emoción que en ese mismo instante estaba sintiendo con tanta fuerza. Se sentía poderoso. Mucho más seguro, fuerte y varonil que el día anterior.

Vaya estupidez. Pero se sentía el dueño del mundo.

Al menos, era el dueño de su mundo.

Contestó a cada mirada envidiosa con una sonrisa de superioridad. Esos tipos no representaban para él amenaza alguna. Ella era suya, completamente. Su cuerpo solo había conocido sus caricias, y él se encargaría de que siguiera siendo así.

A aquél que le pusiera una sola mano encima, se aseguraría de que nunca pudiera tener descendencia.

- ¡Ryoma-kun! – se quejó Sakuno al sentirlo pegarse a ella desde la espalda.

Ante las miradas atentas de todos los presentes se abrazó a su cuerpo sin escuchar sus quejas y le mordió el cuello con gula. Sakuno sentía que se moriría de la vergüenza. Sentía las mejillas hervirle por el furioso sonrojo que las ocupaba. Podía jurar que resplandecía.

¿Es que su novio quería que le diera una embolia?

Al parecer sí, porque hizo caso omiso de su reclamo y le lamió la curvatura del hombro, subiendo por su piel hasta su oído. Mordió el lóbulo sin ocultarse de los ojos curiosos que veían todo aquello como si fuese una actuación digna de un oscar.

En medio de su vergüenza general, Sakuno no pudo evitar reconocer que se sentía excitada. Poderosa. Eran más que evidentes las miradas fulminantes que le eran dirigidas por las que algún día fueron las integrantes del club de fans de su novio. El brillo de la envidia era incandescente. Quiso hacerles un corte de mangas, pero eso iba contra todo lo que su abuela y su padre le habían enseñado. Aún así, necesitó contenerse mucho para lograr evitar el impulso. Ellas podrían ir a las canchas a gritar como posesas mientras ella dirigía los entrenamientos del club de tennis femenino, podían fantasear con él e incluso lo adularían hasta el fastidio para intentar conseguir aunque fuera las migajas de lo que ella dejaba. Y por mucho que intentaran, no conseguirían ni eso.

Era lo suficientemente egoísta para quererlo para ella sola. Ryoma era única y completamente suyo.

"Mío" rugió una vocecilla posesiva en su cabeza. Debía haber adivinado que tarde o temprano se le pegaría algo de la vena posesiva de Ryoma.

Sin detenerse más, caminaron juntos hasta la entrada del restaurante del hotel, dispuestos a tomar un largo y sustancioso almuerzo. El buffet libre acababa a las doce y tanto Ryoma como Sakuno tenían suficiente hambre como para acabar con una vaca entera – y cruda.

Se detuvieron apenas un segundo para besarse mientras esperaban a que el mesero les asignara una mesa. El beso fue dulce, casi empalagoso. Sakuno podría asegurar sin temor a dudas que de haber habido algún diabético cerca caería fulminado al suelo por una sobredosis de azúcar. Y a pesar de ello, era el beso más hermoso que jamás hubiera experimentado.

A decir verdad, sentía como si cada beso que se daban era mucho más bello que los anteriores.

Un silbido venido del interior del comedor seguido por un "¡Eso, Chibi-suke!" dicho por una voz escalofriantemente familiar los dejó paralizados unos centímetros apartados de los labios del otro. El pánico creció de manera exponencial mientras sus esperanzas disminuían. "No puede ser" pensaron a la vez ambos chicos mientras alzaban la mirada para buscar la fuente de dicho comentario. Rezaron por estar confundiendo la voz, aunque el mote usado ya les advertía que no había cabida a la equivocación. Sakuno se resignó a estar perpetuamente de un color fluorescente y Ryoma tuvo sudores fríos.

Maldición. No se habían equivocado. Ryoga y Tomoyo estaban en una de las mesas. Y lo peor, los habían visto.

La mirada que les dirigía el mayor de los hermanos Echizen les dijo que no tenían escapatoria, así que no tuvieron más remedio que acercarse hasta la mesa que ocupaba la pareja.

Tomoyo les dirigió una sonrisa mientras se acercaban. La chica comía con recato comida suficiente para un pequeño batallón del ejército. Las reservas de un año. Cuando dejó el quinto plato vacío en el montón, Ryoma se quedó viéndola con disimulado asombro y curiosidad. Sakuno y Ryoga, por otro lado, que con el tiempo que tenían de conocer a la morena ya debería de estar acostumbrados, no podían dejar de preguntarse – por millonésima vez – cómo era posible que la chica pudiera meterse esa cantidad de comida entre pecho y espalda y seguir estando más delgada que un mondadientes.

Las modelos del mundo matarían por tener su metabolismo ultra-súper-mega-rápido.

Nada más tomar asiento el mesero se acercó a ellos para llenar sus tazas con café humeante y fragante. El silencio de su hermano hizo creer por un momento a Ryoma que se salvaría de las bromas pesadas a las que se había imaginado sometido. La forma rápida en que Ryoga se volvió hacia él tan sólo el mesero se hubo alejado le hizo ver cuan equivocado estaba.

Que iluso podía llegar a ser, se dijo. Estaba hablando de Ryoga.

¿Pasaste buena noche, Chibi-suke? –

Alzó las cejas de forma repetitiva antes de mirarle el cuello con curiosidad. Supo que no se le había pasado por alto las marcas rojas que los arañazos de Sakuno le habían dejado en el cuello, perdiéndose bajo la camisa hasta llegar a la base de su espalda. ¡Por todos los santos! Si aún podía sentir las marcas de sus dedos ahí donde los enterró esa mañana al apretarle el trasero.

No creí que fueras tan salvaje, pequeña pupila – bromeó, abochornando a la chica de cabellos cobrizos.

En menos de lo que una persona común y corriente tarda en decir "" el moreno estaba soltando un adolorido alarido junto con varias maldiciones y tomando entre sus manos su tobillo derecho, donde Tomoyo le había propinado un buen golpe con la punta de sus zapatos sin perder en ningún momento su elegancia al cortar la carne.

En esos momentos era cuando Ryoma agradecía la presencia de su cuñada a todos los ángeles del cielo. Claro que ayudaba mucho que su cámara estuviera fuera del alcance de la mano femenina. Tomoyo enloquecía tanto o más que Kawamura con una raqueta cuando tenía el dichoso aparato cerca.

¿Qué hacen aquí, Tommy-chan? – preguntó Sakuno con el ceño fruncido, formulando la pregunta que ambos querían hacer desde que los vieron en el restaurante.

La morena se limpió las comisuras de la boca con un gesto bien aprendido para luego volver a poner la servilleta sobre su regazo. Tras esto, miró de manera significativa a su amiga.

Seguro que lo mismo que ustedes – respondió, embozando una sonrisa divertida y maliciosa, sacando a relucir el lado que a Ryoma le gustaba menos de ella. Ese lado que era un clon de su hermano.

No deseo esa información. Gracias. – agregó Ryoma con voz torturada.

La pareja mayor se echó a reír con estruendosas carcajadas.

¿Le diste un buen uso a nuestras compras, Saku-chan? – le guiñó el ojo Tomoyo.

Sakuno perdió todo color antes de que un nuevo tono de rojizo apareciera en su rostro.

¡Mi hermanito ya es todo un hombrecito! – chilló Ryoga pasándole un brazo por los hombros al menor y llamando la intención de todos los comensales hacia ellos. - ¡Mira, Tommy-chan! ¡Hice verso sin esfuerzo! –

Por primera vez en su vida, Ryoma deseaba verdaderamente cometer asesinato. La cabeza de su hermano, con la lengua de fuera y todo, se vería genial junto a sus otros trofeos. Lo único malo era que, de hacerlo en ese momento, tendría a muchos testigos oculares para el juicio. Tal vez en casa… Había muchas clases de venenos con las que podía probar. Inhaló profundamente, dilatando sus fosas nasales y lentamente relajó la mano con la que sostenía el cuchillo para carne y comenzó a contar de manera regresiva partiendo de mil.

No se hubiera tranquilizado del todo si hubiera comenzado en el diez.

Sakuno suspiró y se resignó a su destino. Tomoyo le dio un ligero apretón de manos, solidarizándose con ella y, haciendo un gesto con la mano, le señaló su cuello. Entre toda la piel pálida del cuerpo de Tomoyo había una imperfección que la tarde anterior, mientras estaban en el cuarto de Sakuno, no estaba. Justo en el mismo sitio donde ella lucía una marca amoratada había una gemela a esta, pero en el cuello de su amiga.

Ambas marcas eran tan similares, pensó mientras se miraba la suya en el reflejo de uno de los cubiertos, que podían haber sido hechas por la misma persona. Tomoyo rodó los ojos con diversión al tiempo que frotaba la marca con la palma de su mano. Sakuno rió por lo bajo y susurró un "hombres" que sólo la morena alcanzó a escuchar.

Ambas se quedaron viendo a sus parejas. Ryoma estaba entretenido intentando inútilmente fulminar a su hermano con la mirada. Sakuno estaba segura de que de haber sido otra persona el blanco de dichas miradas, esa persona hubiera salido corriendo despavorido… por lo menos. Otra opción, no menos fiable era que mojara los pantalones. Pero seguramente Ryoga había sido vacunado contra las miradas matadoras junto con la del sarampión y la viruela. O tal vez fuera sólo su carácter. Era inmune completamente. Es más, parecía disfrutar de lo lindo aumentando el enojo de su hermano soltando sin contemplaciones comentarios de marcado contenido sexual.

La escena, no pudieron más que reconocer las chicas, parecía sacada de un programa de comedia.

Tomoyo negó con la cabeza, sonriente.

No, Cariño – le dijo a Sakuno sin apartar la mirada de su novio y cuñado – Echizens –

Riendo por lo bajo, Sakuno no pudo hacer otra cosa que darle la razón.

Continuará…

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Anexo: ¿Y Kevin?

Pareja: Kevin/Personaje original.

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Cuando despertó esa mañana de otoño, Kevin supo de manera instintiva que algo iba a cambiar. No sabía si sería un cambio bueno o un cambio malo, pero estaba seguro de que algo pasaría.

Se dio la vuelta sobre la cama y miró la fotografía que había sobre el buró. En ella estaba Sakuno, su mejor amiga, sonriendo envuelta entre sus brazos. Él la miraba con lago que sobrepasaba la amistad que ella quería darle. Y él lo sabía, siempre supo que no tenía oportunidad con ella, y aún así lo arruinó todo. Le dijo lo que sentía en lugar de mantenerla en la ignorancia.

Fue lo suficientemente estúpido como para tratar de imponerle sus sentimientos.

Con un largo suspiro salió de la cama, pero en ningún momento dejó de pensar en Sakuno.

Cómo la echaba de menos.

Después de que él había sido el que dejó que su relación se destruyera no fue capaz de volver a cercarse. No sabía que decirle o que hacer para que todo volviera a como era antes. Algo dentro de él le decía que nada volvería a ser igual nunca. Debió de haber callado y al menos podría estar a su lado. O tal vez, dándole más tiempo, ella se hubiera enamorado de él.

¿A quién quería engañar?

Si dos años no habían sido suficientes para borrar de su corazón a Echizen ni una vida lo haría. Esa era una de las cosas que tanto le gustaban de Sakuno. Era fiel a sus sentimientos, y sólo entregaba su corazón una vez.

Lo último que había sabido de ella era que tenía planes para regresar a Japón.

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Había estado entrenando hasta entrada la noche y estaba hecho polvo. Le dolían músculos que desconocía que tenía. Pero esa era la mejor forma de olvidar lo desdichada que era su vida, era la única manera en que despejaba su mente y dejaba de compadecerse. Entrenaba cada día más fuerte, más horas. Hasta que no podía pensar en otra cosa que el dolor de sus músculos, un baño tibio y una cama blanda.

Comenzó a caminar calle abajo, aleándose del club privado donde iba a entrenar. Qué patético era. Había cambiado hasta su lugar de entrenamiento sólo por no cruzarse con Sakuno. En definitiva, era todo un caso perdido.

Dicha sea la verdad, no iba viendo por donde caminaba cuando algo chocó contra él con tal fuerza que lo mandó al suelo.

Soltó un gemido adolorido. Había caído de espaldas y le dolían horrores los omóplatos y el trasero.

¡Se desangra! – escuchó un chillido muy cerca de él y entonces, cuando elevó la mirada, se encontró con el rostro asustado de una chica rubia.

El pánico que se reflejaba en su mirada no disminuía su belleza. ¡Por todos los demonios! Era preciosa. Sería apenas unos centímetros más baja que él y sus piernas, vistas desde ese ángulo parecían kilométricas. Su cintura era estrecha, tanto que si hubiera puesto sus manos en sus costados, seguro que la hubiera rodeado por completo. Y su rostro… parecía que el cielo había mandado un ángel para que se tropezara con él.

Su evaluación duró apenas un segundo, antes de comprender las palabras que ella había dicho al verlo. Bajó la mirada hacia su pecho y vio la gran mancha roja que se extendía por su camisa y parte de sus pantalones. Lo cierto era que parecía sangre, pero como no le dolía nada más que el trasero y la espalda, dudaba que se tratara de eso. Llevó un dedo hacia la mancha y embarró un poco de la sustancia rojiza en su yema antes de llevársela a la boca.

¡Ah, Salsa de tomate! - exclamó. Y, de hecho, estaba deliciosa.

¡No! – gritó aún más horrorizada la chica.

Extrañado por su comportamiento, alzó una ceja. Y su confusión se acentuó cuando ella se arrolló a su lado y miró la mancha con los ojos aguados.

Calma, no pasa nada. Se va a ir con una lavaba – trató de tranquilizarla.

¡Mis…! – jadeó, aún a voz de grito. - ¡Mis…! –

¿Mis…? –

¡Mis espaguetis! – y se echó a llorar como si la vida se le fuera en ello.

Parpadeó un par de veces antes de comprender que ella lloraba por lo que seguramente hubiera sido su cena. Una gota de sudor le resbaló por la nuca, encontrando toda esa situación completamente extravagante.

Aún así, el llanto de la chica lo conmovió. La manera en que lo hacía era sucia y escandalosa, prácticamente estridente. Todo lo contrario a la perfección que aparentaba a primera vista. Como la de un niño pequeño. No le importaba que la gente se le quedara viendo, justo lo que estaba pasando. No le importaba que él pudiera tomarla por loca. Sólo le importaba que su pequeño capricho – su cena – se hubiera visto truncado.

Te invito a cenar –

No supo de donde sacó esas palabras o por qué las había dicho. Pero se alegró de haberlo hecho en cuento ella dejó de llorar para verlo con unos increíbles ojos verdes llenos de ilusión.

¿En serio? – preguntó.

Su voz, sin ese tono de grito, era baritonea. Suave y cálida. Le recordaba al sonido modulado de una flauta dulce. Y el sonido salía de la boca más deliciosa que hubiera visto nunca. Era pequeña y rellena, aunque el labio superior era más delgado de lo que se hubiera considerado proporcional al tamaño del inferior. Su nariz también era pequeña, y sus grandes ojos, a sus costados, estaban delineados por unas pestañas tan largas y hermosas como las alas de una mariposa.

Le tendió la mano para ayudarlo a parase. Era tan pequeña en comparación con la de él. Podía fácilmente cubrirla completamente con la suya, calentarla en una noche de invierno.

Entonces, ¿Aceptas? – le preguntó, desabotonándose la camisa manchada para quedarse únicamente con una camiseta que llevaba debajo.

Verla sonrojarse furiosamente hizo que se enterneciera. La única persona que había hecho eso antes al verlo quitarse la camisa había sido… Sakuno.

¿Qué demonios le estaba pasando? ¿Desde cuando se ponía a fantasear con una completa desconocida? Se supone que él está enamorado de Sakuno. Sakuno era la única chica a la que él debería de encontrar perfecta.

Ella se puso a jugar con sus manos, mirando directamente al piso, donde descansaba el envase vacío de la salsa de tomate. Y no pudo evitarlo. Es que era preciosa. Se veía tan tierna e inocente ahí, toda sonrojada e indecisa.

¡Lo siento! – Se disculpó sin atreverse a verlo - ¡No me permiten salir a cenar con desconocidos! -

La respuesta le hizo gracia. ¿Sólo salir a cenar?

Entonces te invito a comer – le sonrió, sin darse cuenta de que estaba sonriendo por primera vez en meses – y por si las dudas… Me llamo Kevin Smith. Ya no soy un desconocido –

No le permitió darle una respuesta. Simplemente se acomodó mejor el maletín al hombro y echó a caminar, la camisa manchada bajo el brazo.

¡Te veo mañana a las 2:00 aquí! – le gritó, antes de echar a correr.

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Dos meses después estaba en el mismo restaurante que aquél día, con la misma compañía. Marissa estaba frente a él, con ese precioso y tupido cabello rubio enmarcando su rostro ovalado. Hablaba sin parar, y cuando lo hacía, sólo se detenía para llevarse una nueva ración de sus espaguetis a la boca.

Y después de dos meses – sólo dos meses – tuvo que aceptar que sí, era cosa más bella que había visto en su vida.

Eran polos totalmente opuestos. Él era un deportista nato, casi obsesivo. Había sido educado para tener unos modales exquisitos, gustos refinados y ademanes elegantes. Su madre, miembro de las altas esferas Neoyorquinas no lo hubiera permitido de otra manera. Tanto así, que para él, una verdadera comida no estaba completa sin tener por lo menos ocho platos, incluidos los entrantes y una buena copa de vino tinto- si había pescado podía sustituirse por blanco. Ella, en cambio, era feliz si cenaba espaguetis en ese restaurante, en una avenida normalucha, con manteles de plástico y sillas dispares. Hablaba mientras comía, y si por ella fuera, no saldría de su estudio de pintura.

Y el señor Jonson me ha dicho que expondrá mi último trabajo en su galería. ¡Lo puedes creer! –

Y además, gritaba mucho. Prácticamente cada dos de tres frases las decía a un volumen suficiente para ser escuchada por todo un estadio de fútbol lleno de gente.

Se la veía tan emocionada. En realidad, nunca la había visto triste. Siempre veía el lado positivo de las cosas. Su lema en la vida era "todo puede mejorar mientras esté viva", y nunca había dejado de ser fiel a él. Vivía al máximo.

No la estaba escuchando. Ciertamente, la mayoría del tiempo que estaba a su lado se desconectaba para poder apreciar todos sus rasgos. Bebía su imagen como si se tratara de un hombre que no ha bebido en días. Cada día encontraba una nueva cosa qu8e la hacía aún más adorable. Como ese lunar que tenía cerca del oído o la curva tan extraña que describía su barbilla.

Eran un conjunto de imperfecciones que a sus ojos la hacían perfecta.

¡Kevin! – se escuchó una voz a lo lejos, cerca de la puerta.

Quien le hablaba era una mujer de cabellos castaños y cuerpo firme.

La manager del padre de Sakuno.

No se podía decir que la mujer era hermosa. Tenía los hombros muy anchos, nada de pecho y era demasiado alta. Más que cualquier hombre común. Por lo mismo, nadie se atrevería a hacerle algún comentario desdeñoso. Por temor a sufrir el tormento que podían propinar los fuertes músculos que se dibujaban en sus brazos y abdomen.

Y su voz era todo lo contrario a su imagen. Era dulce, suave, melodiosa. La única vez que la había oído cantar no pudo más que pensar que los ángeles habían bajado a cantar para él.

- Elizabeth – la saludó cuando se puso a su lado y le besó las mejillas.

De cerca era más imponente aún. Pero su sonrisa sincera y sus ojos de un brillante dorado reducían la dureza de sus facciones, aún más marcadas por la cicatriz que bajaba por su mejilla izquierda.

¿Cómo has estado, cielo? – le preguntó ella, mirando de reojo a Marissa. – Hola. Soy Elizabeth, la madre de Sakuno –

¿Sakuno? – la voz de Marissa sonó lo suficientemente curiosa como para que la castaña supiera que ella no conocía a Sakuno.

Elizabeth se volvió a verlo con el ceño fruncido notoriamente y después sonrió hacia Marissa. Sin haber sido invitada, Eliza se sentó en una de las sillas y comenzó a hablar con la rubia.

¿Es que este chico no te ha hablado de Sakuno? –

Elizabeth, ¿Qué hacías aquí? – le preguntó, intentando que la conversación tomara otro rumbo.

Algo en su interior había encendido la señal de alarma.

Viene a recoger un pedido de mi marido – le contestó sin volverse a mirarlo – A mi hombre le gusta mucho la comida Italiana – le comentó a Marissa – igual que a Sakuno, aunque ella prefiere la japonesa. Ahí creció, después de todo –

¿Quién es Sakuno? -

La mejor amiga de Kevin –

Las alarmas sonaron aún más fuerte dentro de su cabeza. Algo le decía que eso no terminaría bien. ¿Por qué no le había contado antes a Marissa de Sakuno? ¡Oh, si! Ya lo recordaba. Había estado muy ilusionado con ella, con esos sentimientos que despertaba en él como para preocuparse del amor no correspondido de su mejor amiga. O su ex mejor amiga. Todo dependía de si ella algún día lograba perdonarlo por ser un idiota.

Tendrías que verlos cuando están juntos. Saku-chan no deja de reír. Podían pasarse todo el día entrenando en las canchas de tennis. A ambos les encanta sabes. Yo aún espero que Saku-chan termine con Kevin. Hacen una pareja tan bonita… -

Elizabeth… - intentó intervenir otra vez, viendo como los ojos de Marissa se opacaban.

¿Podría ser posible que ella sintiera lo mismo que él?

Justo antes de que la madrastra de Sakuno pudiera decir otra cosa, la llamaron para entregarle su pedido. Con las cajas en los brazos se despidió de ellos y salió del restaurante.

Por primera vez, vio a Marissa abandonar su plato de espaguetis. Tomó su bolso manchado de pintura y salió corriendo del lugar.

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No contestaba a sus llamadas. No le abría la puerta en su departamento. ¡Ni siquiera le contestaba en el Messenger!

Se estaba volviendo loco buscándola, intentando explicarle algo que sencillamente no entendía. Y no le importaba. La encontraría, y se disculparía, aunque no supiera de qué se estuviera disculpando. Necesitaba que volviera a sonreírle. Necesitaba que volviera a gritarle con esa vocecilla chillona.

¡Dios! Sabía que lo gustaba, pero en esos días se dio cuenta de que todo iba mucho más allá.

La amaba.

Todos y cada uno de sus defectos y virtudes. Le encantaba su forma de reír, de ver la vida. Ella había nacido dotada de todo lo que a él le faltaba, y él tenía todo lo que ella no. Se complementaban.

Si alguna vez sintió algo verdadero por Sakuno, eso no se comparaba con nada de lo que sentía por Marissa. Era mucho más fuerte. A Sakuno la había querido, pero no la había necesitado como al aire, no la había extrañado al punto de dolerle el pecho por su ausencia. El beso que le había dado a Sakuno no le había despertado ni la mitad de sensaciones que una sola sonrisa de Marissa podía provocarle. Marissa era más verdadera de lo que nunca había sentido a Sakuno.

Comenzaba a sentirse como un acosador, esperándola en todos los lugares que frecuentaba para poder verla, aunque fuera de lejos. Era patético, lo sabía, pero no podía evitarlo. Y por mucho que se regañara y se instara a dejarlo no podía. De hecho, otra vez lo estaba haciendo.

Estaba escondido tras un puesto de revistas, al otro lado de la acera por la que ella iba caminando. Bajo el brazo llevaba sus trabajos. Dos pinturas al óleo en las que había estado trabajando por mucho tiempo. La última vez que las había visto aún eran bosquejos a lápiz sobre la tela, ahora estaban completos. El colorido era precioso, vibrante. Casi como ella. Jamás tanto.

A sus ojos, no había nada que se pudiera comparar a ella.

Estaba por salir de su escondite para poder hablarle. Tenías las palabras atoradas en la garganta, listas para salir. Había ensayado frente al espejo su discurso y mentalmente volvía a repasarlo. "He sido un estúpido" comenzaba su perorata. "Te amo" terminaba.

Cuando volvió a mirar hacia su dirección lo hizo porque escuchó un grito salir de su boca. Junto a ella había dos tipos que justo segundos antes no estaban. Uno de ellos le ponía un cuchillo al cuello y el otro intentaba arrebatarle las pinturas, además del bolso que ya tenía en la mano. Pero Marissa se aferraba a su trabajo como si fuera una tabla salvavidas para un náufrago, y Kevin estaba seguro de que no los soltaría a menos de que la mataran.

No había nadie en la calle además de ella y los matones. No había nadie que pudiera socorrerla.

Nadie además de él.

Corrió hacia ellos con la raqueta en alto. No supo cuando la sacó de su maletín o cuando logró lanzar una pelota hacia el tipo que la tenía sujeta con el cuchillo al cuello. La pelota lo golpeó justo entre las cejas, con la suficiente fuerza como para hacerlo soltar el cuchillo y caer de espaldas al suelo. No le extrañaba. Su saque lograba obtener los 190 kilómetros por hora.

El otro se dio la vuelta en el momento justo para ver como le ensartaba el filo de la raqueta en el cuello. Cayó de rodillas, agarrándose la garganta con fuerza, boqueando en busca de aire.

Ambos ladrones en el suelo, no se paró a pensar en el bolso que aún estaba en la manos del segundo ladrón. Tomó la mano de Marissa, a pesar de que ella parecía no darse cuenta de quien era él, aún aferrada a su trabajo y con los ojos cerrados. Tiró de ella y echó a correr, alejándose todo lo que pudo de aquellos tipos, que seguramente se recuperarían más tarde e intentarían buscarlos.

Corrió sin detenerse en ningún momento, arrastrando a Marissa con él, hasta que sintió que estaban lo suficientemente lejos de aquél lugar. Aún así, metió sus cuerpos en un estrecho callejón. Olía a desperdicios descompuestos y a orina. Pero demostró ser un buen escondite cuando dos figuras, correspondientes a los ladrones pasaron corriendo por la calle sin notarlos.

-¡Dios! – gimió él con la respiración entrecortada. - ¿estás bien? –

Ella asintió pero por el modo en que temblaba Kevin supo que no era así. La envolvió con sus brazos, arropándola con su calor. Los dos marcos estaban entre ellos como una barrera. Kevin los odió por eso. Necesitaba sentirla segura y junto a él para que el susto desapareciera.

Había descubierto que lo que más miedo le daba en la vida era perderla.

Sintió algo húmedo mojarle la camisa. No supo de qué se trataba hasta que sintió el temblor del cuerpo de Marissa acompañado de ligeros sollozos. La abrazó con más fuerza y dejó que llorara. Era lo que necesitaba.

Kevin –

Repitió su nombre hasta quedarse afónica y al final, se quedó dormida, de pie, en sus brazos.

Continuará.

Konichiwa!!!

Hola queridos todos. Espero que les gustara. Creo que todo lo que tenía que decirles lo he dicho en anteriores capítulos o en las notas de antes de comenzar, así que no puedo agregar mucho.

Espero que tengan una bonita semana santa. Yo seguro me hartaré de las procesiones y de las misas hasta el próximo año.

Un beso para todos.

Espero Reviews.

Atte: Tommy