Esta es la traducción de la historia de Lanaea, 'Home'

Es una historia de Kirk y Spock, y cómo progresa su relación, de la confrontación a la amistad y al amor…por supuesto nada me pertenece, -sólo la traducción-.

Es la primera historia K/S 2009 en español. No va a tener actualizaciones muy veloces ¡ porque no tengo tiempo ! ( Para llevar el ritmo de la autora no debería hacer otra cosa que traducir...Impracticable...Por desgracia).

Cuando vi a los protagonistas del film interactuando, pensé 'Estos dos harían una pareja preciosa'. Parece que a muchos nos pasó lo mismo.

HOGAR, de Lanaea

Capítulo 1

Jim amaba a su madre. Allí donde realmente importaba, ella era una buena persona, siempre preocupándose y tratando de hacer lo mejor por él. Pero, Jim podía vivir sin su larga fila de novios, sin sentido.

El modo en que ella lo miraba, a veces, como si tratara de descubrir el fantasma de algo intangible, algo más allá de él...Jim también podía vivir sin eso. Sin embargo, la amaba, así que cuando la Enterprise regresó al puerto espacial para la reparación de sus computadores, después de un encuentro con una nube de polvo sensible que amaba masticarse los sistemas de memoria, Jim aceptó el pedido de su madre de ir de visita.

Tampoco era que le resultara un inconveniente, ni nada parecido; toda la tripulación aprovecharía la oportunidad de disfrutar la cercanía de la tierra. Pero, si era honesto consigo mismo, le preocupaba un tanto, no sabía qué esperar. Había visto a su madre, muy brevemente, antes de la ceremonia de su promoción a capitán, cuando recibió la medalla, y ella se había comportado casi...extrañamente. Algo así como si no supiera si debía alegrarse o aterrorizarse por el hecho de que él era parte de la Flota Espacial y quería permanecer en ella. Por supuesto, ella le había pedido que la visite, pero eso no le garantizaba su buen humor cuando él llegue. Además, exactamente, no le agradaba el prospecto de conocer a Stan o a Dave o a cómo demonios se llame el último tipo con el que esté viviendo.

Jim había tratado de enganchar a Bones para que lo acompañe, sólo para que le ayude a desviar un poco la atención, pero el médico era un hombre inteligente y no iba a dejarse arrastrar fácilmente a un lío familiar. Los demás estaban ocupados con sus propias reuniones, así que, Jim se resignó. Momento de enfrentarse a la cuestión, lo que demonios sea que le espere en su casa. Era una lástima que la nave de Sam continuara en su misión, si no fuera así, todo esto no luciría tan desalentador.

-Vamos...en marcha.

Jim hizo una pausa, en la plataforma de transbordadores, con el equipaje en la mano; giró levemente al escuchar la voz de Uhura. Las palabras y el tono le llamaron la atención, parecía alterada. Le tomó sólo un momento a sus ojos, ubicarla, y cuando lo hizo, su curiosidad creció: estaba con Spock. Su primer oficial lucía como siempre: calmo, reservado; pero Uhura parecía enojada, hasta nerviosa –y esto último, definitivamente, era algo nuevo en ella-.

-...Muy bien-. Spock accedió, en tono neutro, apenas una tensión alrededor de los ojos demostraba su agitación. Jim giró para retirarse, pero la voz de Uhura lo captó otra vez.

- Spock…- dijo ella, vacilante, indecisa; con una de sus manos abriendo y cerrándose a un lado.

-No fue mi intención ofenderte- Dijo Spock, con sinceridad, después de una pausa breve, mirándola de frente.

Por un momento, parecía que la tensión se extendería entre ellos, pero entonces, Uhura suspiró y se dejó caer un tanto. Levantó la mano y le palmeó el hombro, como para alisar una arruga imaginaria. –Lo sé- Le dijo.

Por un minuto, Jim pensó que sólo estaba presenciando el final de una pelea de pareja y que terminarían besándose como en el cuarto de transporte; sin embargo, no hicieron ningún movimiento uno hacia el otro, en cambio, Uhura le dedicó una sonrisa tirante a Spock, levantó su bolso y se alejó.

Spock la observó irse, y Jim lo observó a él, con creciente curiosidad. No comprendía demasiado qué tipo de relación tenían, ninguno de ellos hablaba sobre el tema; y parecía que eran igualmente cerrados con el resto de la tripulación, porque la ola de rumores nunca tuvo mucho con qué entretenerse. ¿Habría problemas en el paraíso?

Bueno, no iba a ser fácil descubrirlo; sin importar lo metido que tratara de ser con esos dos, siempre le largaban un firme: 'No es asunto tuyo'. Encogiéndose de hombros, Jim resolvió retomar su camino…pero se detuvo. Spock permanecía allí, parado, como un cachorro golpeado. Era algo raro, porque físicamente no lucía triste; sólo estaba allí como todo un estoico vulcano, como de costumbre. Para un observador casual, podría parecer que había decidido que ese rincón particular de la plataforma de transbordadores era un buen lugar para estar parado.

Vamos, él es tu primer oficial, decidió Jim, cargó su bolso sobre el hombro y caminó hacia él.

Al principio, Spock no pareció darse cuenta de su proximidad, pero cuando estuvo a su lado, habló. –Me temo que esta vez no vas a encontrarme particularmente receptivo a ningún intento por curiosear en mi vida privada-. Le informó, con solemnidad.

-...Está bien- Accedió Jim, encogiéndose de hombros. -¿Quieres conocer a mi madre?- Preguntó.

Ah. Bueno, eso fue tan sutil como un ladrillazo. Jim se preguntó si había algo en Spock o en él, que siempre parecía obligarlo a que salieran cosas rarísimas de su boca cuando hablaban uno con el otro. Ni siquiera había planeado extenderle la invitación, apenas se le ocurrió al escuchar el comentario de Spock, y lo lanzó porque no pudo pensar en otra cosa.

Spock lo miró. Bueno, ya que había llegado hasta allí, Jim creyó conveniente insistir. –Estoy a punto de ir a visitarla a casa, pero nunca me gustó ir solo. Ella se pone un poco...ah, bueno, como sea, si no estás ocupado y quieres venir- Explicó. –Ella no es xenófoba ni nada parecido- Agregó en tono esperanzado. Dio un respingo y miró alrededor, deseando que sólo haya quedado increíblemente incómodo frente a Spock. Cosa que ya era bastante mala, pero era lo mejor que podía esperar en ese momento. ¿Ella no es xenófoba? ¿Qué mierda fue eso?

-No me atrevería a imponerme como un intruso en una reunión familiar- Dijo Spock. Sonó como un rechazo, pero Jim notó que no hizo ningún movimiento para alejarse.

-En verdad, no serías un intruso- Dijo. –Prácticamente es una tradición que lleve a alguien cuando voy de visita. Personalmente, creo que ella disfruta adivinando a quién llevaré conmigo-. Lo usual era que llevara a la relación ocasional de esa semana. Estaba seguro de que Spock se negaría y allí terminaría todo este intento rarísimo por acercarse a él. Por lo tanto, Jim se sorprendió cuando, después de unos momentos de silencio y reflexión, su primer oficial giró y lo observó cuidadosamente.

-¿Estás seguro de que no sería una intrusión?- Preguntó, otra vez.

Sonriendo de oreja a oreja, Jim apretó el hombro de su oficial científico con una mano. –Definitivamente, no- Lo tranquilizó, y luego, de buena gana soltó el hombro, cuando la mirada de Spock se desvió hasta allí. Señaló la salida de la plataforma de transbordadores, casi sin creer que lo había logrado. Por supuesto, no sabía cómo tomaría su madre la presencia de Spock, pero apostaría a que podría mantener las cosas sin llegar a ponerse llorosas. No había nada en la conducta del tipo que invitara al llanto.

Además, evitamos que siga parado allí luciendo como si alguien le acabara de arrebar su helado. Agregó a su pensamiento.

A pesar de que la mayor parte de la plataforma se había vaciado, para el momento en que la dejaron, aún quedaba una considerable cantidad de gente pululando alrededor de los transbordadores que entraban y salían de la estación. Spock parecía tensarse marginalmente cuando la gente los empujaba al pasar, haciendo caer las barreras normales del espacio personal, víctimas de la necesidad de transitar. Jim era consciente de lo poco que le gustaba que lo toquen a su primer oficial - aún accidentalmente-, y se encontró a sí mismo como árbitro del movimiento de cuerpos, sin darse cuenta se posicionaba entre el gentío y Spock. No notó la fugaz mirada de sorpresa que se ganó por esa acción.

Un silencio tranquilo se estableció entre ellos mientras abordaban uno de los transbordadores. Jim le dedicó un pensamiento a su vieja motocicleta, la que había regalado cuando se enlistó en la Flota Espacial. No se arrepentía, no la necesitaba, por lo menos no lo haría por mucho tiempo, pero era entretenido pensar en cómo sería convencer a Spock para que suba a la motocicleta con él. Probablemente, el indispensable contacto físico haría que el tipo desparezca antes de llegar a la ruta. Por ahora, no parecía muy entusiasmado con el vehículo de transporte público.

-¿Estás bien, Spock?- Preguntó, cuando comenzaron a moverse y el medio vulcano se tensó notablemente. –Luces un poco verde.

Spock levantó una ceja. - Capitán, tú sabes que mi fisiología vulcana produce un pigmento verde natural…

-Lo sé, lo sé- Le aseguró Jim, levantando una mano. Caray. Bones debe estar contagiándolo, esa fue una broma espeluznante. – Sólo estaba tratando de aligerar el ambiente. Y no me llames 'capitán'. Llámame Jim- Insistió.

-…Jim- Concedió Spock, de mala gana, y Jim suspiró aliviado en su interior. Bien. Estaba bastante cansado de que lo llamen 'capitán' y 'señor', todo el tiempo. Como mínimo, lo hacía sentir diez años más viejo.

Le disparó otra sonrisa a Spock y luego dirigió su mirada al escenario que pasaba trás la ventana más cercana. Spock siguió su ejemplo, el runrún del transporte sonando suavemente bajo sus pies mientras observaban la vista: cielo azul claro y suelo sólido. Cosas que, rápidamente se convertían en rarezas porque sus misiones los llevaban más y más lejos del espacio familiar. Jim no las cambiaría por la Enterprise, pero aún así, era algo agradable volver a tierra firme.

-Yo no pasé mucho tiempo fuera de la Academia de la Flota Espacial, cuando estuve en la tierra- Confesó Spock, después de varios minutos, el timbre grave de su voz sacó a Jim de su ensoñación.

-¿Qué?- Preguntó. -¿Nunca hiciste turismo?

Con una mirada que parecía decirle a Jim lo inútil de la pregunta, Spock negó con la cabeza, cuidadosamente. –No le encontré mucho atractivo al plan; las temperaturas del hemisferio norte de la tierra son demasiado bajas para los estándares vulcanos- Explicó.

-Ah- Replicó Jim, y se preguntó si eso significaba que Spock se sentía incómodo; de todos modos no podía hacer nada si lo estaba. Así las cosas, Spock vestía ropas mucho más pesadas que él; estaban en los finales de la primavera, clara y soleada, pero el Vulcano lucía como si esperase un clima de invierno. -Lo gracioso era que Jim había creído que su primer oficial se vestía así realmente por formal-.

Pensándolo bien…observó los rasgos agudos y distantes por el rabillo del ojo…tal vez por las dos cosas.

-Sin embargo, he estado considerando relacionarme mejor con este mundo- Explicó Spock, sorprendiendo a Jim. Normalmente, tratar de tener una conversación con su primer oficial, y que no se refiera al trabajo, era tan difícil como hacer crecer dientes. Ahora, aquí estaba, tratando de llevar una conversación liviana completamente por su propia voluntad, sin necesidad de que él lo pinche ni lo engatuse. Al principio, Jim se sintió secretamente complacido por el cambio de actitud, pero luego recordó la razón por la que, probablemente, había crecido el interés de Spock en la tierra y su espíritu se hundió en las profundidades de la solemnidad.

Jim se preguntó por cuánto tiempo el fantasma del planeta Vulcano los acecharía a todos; habían pasado sólo unos cuantos meses, y él no podía dejar de pensar. No había llegado a conocer a su padre, hacía décadas que el hombre estaba muerto, aún así, su ausencia le pesaba en el corazón y le dejaba preguntas sin responder. ¿Qué alcance tendría la muerte de un planeta entero? Eso, sin mencionar la pérdida personal de Spock: su madre.

Si le preguntaban, Jim jamás se consideraría una persona sensible. ¿Él? Mierda, no. Él era un despreocupado hijo de puta, el que se acostaba con alguien y lo dejaba después, sin arrepentimiento; él era un tipo que siempre iba hacia adelante. Jim, como Spock, creció representando la imagen que los demás esperaban de él; pero, en verdad, no se necesitaba demasiado para hacerle sentir mal por las personas.

-Bueno, mi ciudad no es muy grande- Dijo, después de un momento, moviéndose levemente en su asiento. –Pero, si quieres que te sirva de guía, podríamos ir a un lugar mejor después de visitar a mi madre-. La verdad sea dicha, Jim nunca había explorado demasiado el mundo en que vivió; sería interesante verlo a través de los ojos de alguien que no creció en él. Otra vez, la idea de tratar de ubicarse en la cabeza de Spock era un poco extraña, especialmente porque una vez –más o menos- sí estuvo en la cabeza de Spock, y no fue una experiencia alegre.

-No me tomaría la libertad de acortar tu tiempo con tu familia- Replicó Spock, nuevamente clavándole esos inescrutables ojos oscuros.

Jim se encogió de hombros. –No te preocupes por eso- Lo tranquilizó. –De todas maneras, iba a zafarme tan pronto como pudiera. Lo único que harías sería darme una buena excusa.

Parecía que su primer oficial no sabía que responder a eso. Jim supuso que seguía pensándolo, cuando el transporte los dejó en el ajetreo de la ciudad y la conversación se mantuvo en su mínima expresión mientras completaban la necesaria danza con los transportes públicos, para llegar a Riverside. Por lo visto, Spock decía la verdad sobre no haber salido mucho durante su tiempo en la tierra, tomaba su observación del planeta con la misma tranquilidad y curiosidad intelectual con las que Jim lo había visto observar otros mundos.

Excepto que este no era otro mundo extraño, ahora, éste era el único mundo que le quedaba.

-Entonces, ¿hay algún lugar que quisieras ver?- Preguntó Jim.

Finalmente llegaron a su ciudad y dejaron atrás el transporte, para tomar las largas y terrosas calles entre las granjas., Un sentimiento breve de nostalgia lo invadió al notar los cambios y todo lo que seguía igual, desde la última vez que estuvo aquí, -no eran muchos-.

-Debo expresar mi curiosidad por visitar Canadá- Admitió Spock, después de un momento. Allí, entre las cosas familiares, sus extraños rasgos característicos parecían notarse más, pero no de modo desagradable…exóticos…pensó Jim, y luego se rió de sí mismo, en su interior.

-¿Canadá?- Preguntó. –Pensé que habías dicho que no te agradaba el frío. Se pone más frío a medida que vas más al norte, Spock-. Cosa que, por supuesto, su oficial científico ya sabía; pero parecía que Jim era incapaz de preguntarle algo sin provocarlo un tanto. Tal vez, porque en algún nivel muy básico, Spock parecía necesitar que lo alegren.

-Soy consciente de ese hecho-. Replicó Spock, con un tono que decía algo así como: 'es así', y unos ojos que decían 'qué tipo de idiota eres si realmente piensas que no lo sé'. Jim le sonrió y él continuó. –No obstante, mi madre nació en Toronto.

La sonrisa mermó. Ah, la madre de Spock. De golpe, se preguntó si no estaba siendo un burro, después de todo, la madre humana de Spock había muerto apenas unos meses atrás, y él estaba arrastrando al pobre a conocer a su propia y, muy viva, madre; en la tierra, de donde eran originarias ambas mujeres. Bueno, pensó, mirando a su acompañante, podría haberse negado.

-Nunca estuve en Toronto- Confesó Jim, tratando de cambiar el humor. –Una vez fui Vancouver, con Sam, pero eso fue cuando era niño…ah…bueno, mejor dicho terminé en un transporte que me llevó allí y Sam debió rastrear mi paradero.

Spock lo miró con curiosidad; Jim aprovechó la oportunidad de lanzarse a un tema alejado de madres muertas, y le regaló varias historias de sus escapadas de la niñez, dejando de lado, con toda intención, el particular incidente cerca de los once años en el que terminó casi lanzándose por un precipicio. Esos no habían sido los mejores años de su vida.

Realmente, el tiempo pasaba volando, mientras su voz sacaba a la luz eventos interesantes o graciosos de su niñez y los mostraba a su primer oficial. Caminaban a la par, con paso firme, levantando leves nubes de polvo. Jim agradecía que, al parecer, el clima se había mantenido cálido y seco, por lo menos la semana previa, y eso significaba que no había vientos fríos. Jim gesticulaba al hablar, a veces animadamente o inmerso en sus propios pensamientos y recuerdos, o a veces riendo para sí mismo. Podría haber sido incómodo hablar así a un compañero tan reservado y al parecer carente de emociones, pero no lo era. Las respuestas medidas de Spock y sus preguntas, en cambio, le ayudaban a organizar mejor sus pensamientos e ideas, además, sabía que tenía el interés del hombre.

Para el tiempo en que se acercaron a la muy familiar construcción, Jim había relatado varias aventuras casi ilegales, imprudentes o simplemente estúpidas, la mayoría de sus años de adolescencia y unas cuantas de su niñez. Comenzó a sentir un dejo de culpa, preguntándose si no habría acaparado la conversación hablando de sí mismo, pero como ya casi llegaban a la casa…Y, suponía que Spock no estaba de humor para hablar de su propio pasado.

La incomodidad se instaló como un manto sobre sus hombros mientras subían los escalones de madera del viejo porche. Esta era la casa de su infancia, el único hogar que había conocido como niño; sin importar con quién se juntara su madre, ella siempre se rehusó a mudarse. Aún cuando pareciera tonto poseer una granja en la que ninguno de los dos tenía interés, y que estaba alejada de los centros de población. Notó unas nuevas campanillas para el viento, colgadas junto a la puerta pintada de blanco, y que alguien había reparado el porche, desde la última visita. Había nuevas cortinas en la ventana y unos cuantos adornos delicados que no reconoció. Levantó la mano y golpeó la puerta, tratando de dejar de lado su falta de naturalidad y sin darse cuenta dio unos pasos hacia Spock. Sólo es Mamá, se dijo, pero ese era justo el punto, ese era el problema –sólo Mamá podía conducir a una enorme variedad de resultados incómodos–.

Pasó un momento y no hubo respuesta. Frunciendo el ceño, Jim espió por la ventana más cercana a la puerta y llamó otra vez. Nada.

Mirando a Spock, dio vuelta el felpudo y levantó una manchada llave dorada que encontró debajo. No usaban ninguna bonita cerradura computarizada. Su madre desarrolló un cierto rechazo contra la tecnología avanzada, después de la muerte de su padre. Una familiar vuelta de llave abrió la puerta, Jim hizo un gesto a Spock para que lo siga al interior y tiró su bolso en un rincón, junto a la puerta. La casa lucía oscura y silenciosa.

-Supongo que salió- Observó. –Pon tu bolso donde quieras. Tal vez dejó una nota…-Dijo, murmurando para sí, mientras Spock bajaba cuidadosamente su carga, mucho más pequeña, junto a la de Jim; sus ojos curiosos paseaban por sobre la vieja casa.

-Solía creer que la mayoría de los domicilios terrícolas eran más avanzados que este- Notó.

Jim se encogió de hombros, camino a la cocina. –Sí, mi madre es bastante anticuada-. Explicó.

-Fascinante- Replicó Spock, casi ausentemente, observando con intensidad la arquitectura de la casa. Jim también andaba observando alrededor, pero por diferentes razones. Había algunos muebles nuevos en la sala de estar, una mesa nueva en la cocina; y parecía que alguien había colocado una mesa de trabajo en el estudio. Grandioso, otro 'hacendoso'. Al menos, como capitán condecorado de la Flota Espacial, pasados los veinte años, seguramente le ahorría la indignidad de ser llamado 'chico'. Anduvo a la búsqueda de alguna señal, de una nota o un mensaje. Buscó en la solitaria computadora, escondida en el fondo de una vieja despensa, y nada.

-Ah, maldición, Mamá, te olvidaste otra vez- Gruñó, rascándose la parte de atrás de la cabeza. En verdad, ella no era una mujer que llevara buena cuenta de las cosas, especialmente fechas o citas. Suspiró y se dejó caer en una de las sillas junto a la mesa de la cocina, apoyándose en el respaldo para observar mejor cómo Spock miraba alrededor de la casa de su infancia. El medio vulcano demostraba una reserva que parecía contraria a su curiosidad natural.

-Adelante, mira lo que quieras- Lo alentó. Spock pareció notar, por primera vez que estaba siendo observado. – A nadie va a importarle.

Bueno, realmente, no podía hablar por el Sr. Novio, si de pronto llegaba y se ofendía porque su primer oficial curioseaba sobre algún viejo equipo de herramientas, entonces, Jim debería ofenderse a su vez. En su vida había aguantado un montón de mierda de parte de mucha gente, pero si había algo que había aprendido, era a devolvérselas en la cara. A veces, le gustaba pensar que tenía un talento natural para sacar de quicio a los demás.

Aunque, verdaderamente, no quiero volver a intentarlo con Spock, pensó, recordando la dolorosa paliza que se había ganado esa vez. Para ser un tipo tan delgado, golpeaba jodídamente duro.

Spock se tomó en serio su permiso y comenzó a examinar algunas de las coloridas piezas de arte de estilo campesino que decoraban las paredes. Jim lanzó una mirada al viejo reloj de la cocina. Habían llegado bastante temprano, por la mañana, ahora ya casi era mediodía. Él había planeado una visita, probablemente, de un par de horas, y luego irse, pero su madre se había olvidado, así que de seguro no se trataba de una salida breve por casualidad, lo más probable era que regresara al atardecer. Sintió la tentación de escribirle una nota: '¡Bueno, vine a verte, como me habías pedido!', e irse, pero sabía que no podría hacerlo. No podría lastimarla de ese modo, voluntariamente; estaría reviviendo su cumpleaños número trece, cuando ella se olvidó la fecha y él explotó, gritándole y amenazando que se iría; y ella lloró y lloró, terriblemente molesta consigo misma. Y Jim se sintió el peor de los hijos; porque sabía que no era fácil para ella recordar su cumpleaños, y la razón tampoco era su culpa.

- Al parecer, tu madre tiene predilección por objetos relacionados con los gallos- Notó Spock, examinando algunos de los adornos y aplicaciones en la cocina. Jim rió, empujando un poco la silla hacia atrás y dejando que su propia mirada recorriera el lugar.

-En verdad, muchas de estas cosas eran de mi abuela- Explicó. –Pero a mi madre también le gustan...supongo. Casi todo lo que hay por aquí es una antigüedad.

Verdaderamente era un tanto gracioso ver cómo Spock dirigía sus habilidades de observación a una pequeña estatua de madera de un pollo con un sombrero de paja. Por lo menos están todos afuera, notó Jim, admitiendo que era bastante buen signo de que, quien fuese el novio nuevo, no era un completo imbécil. Los imbéciles tendían a mandar a los gallos al depósito.

-¿Tienen algún significado cultural?- Preguntó Spock, desviando la mirada hacia el ordinario reloj decorado con gallinas que picoteaban maíz. Jim pensó. –Mm…algo así- Decidió, un minuto después; luego miró al replicador, la pieza más avanzada de tecnología en la habitación; probablemente en toda la casa. Aunque era un modelo bastante viejo, ni parecido a los de la nave. –Bueno, no sé tú, pero yo tengo hambre, además no tengo idea de a qué hora va a regresar. ¿Quieres algo?– Preguntó, controlando la interfase, viendo lo que la máquina tenía para ofrecer. –No hay demasiada variedad-. Advirtió.

Spock lo miró. –No requiero sustento en este momento- Replicó. Luego pareció vacilar –fue un gesto marginal, sutil, y Jim apenas lo percibió-; miró a su oficial científico expectante. -…Sin embargo, no rechazaría un vaso de agua-. Continuó después de un momento.

-Seguro. No hay problema- Accedió Jim despreocupadamente, decidiendo tomar agua, también él, junto a su sandwich de pollo.

Spock aceptó el vaso con cortesía y se deslizó en una de las sillas –que no eran parte de un juego- alrededor de la mesa de la cocina, mientras Jim comía. La mirada curiosa del vulcano aún lo recorría todo.

-¿Nunca estuviste en una casa humana común?- Preguntó Jim, al ocurrírsele el pensamiento entre mordiscos. Spock negó brevemente con la cabeza.

-No se me extendió la oportunidad, previamente- Explicó. –La restante familia humana de mi madre son parientes lejanos, nunca los conocí.

-¿Nunca fuiste a la casa de Uhura?- Preguntó Jim, e inmediatamente se arrepintió cuando la expresión de Spock, de por sí cerrada, pareció tensarse, clausurando la apertura que había entre ellos. Se apresuró a desdecirse, no quería tener que lidiar con un témpano por acompañante. –Lo siento, tienes razón, no es asunto mío-. Concedió, levantando las manos en gesto tranquilizador, muy humano. Spock parecía haberse quedado sin palabras por su inmediata disculpa.

-Qué poco característico en ti, Jim-. Notó. –Creo que esta es la primera vez que te escucho decir que algo 'no es asunto tuyo'.

La mandíbula del capitán cayó, mirando la expresión seria de la cara de Spock, y un mínimo, posiblemente imaginado –pero él sabía que era cierto- jugueteo trás la mirada. –Puta madre- Dijo, y una enorme sonrisa se extendió en su rostro. –¡Spock, te estás burlando de mi!

Sí, lo hacía, ¡bastardo ladino! Lo había llamado metido en su propio enrevesado y muy Vulcano estilo. Pero, el oficial científico apenas le dedicaba una mirada serena de educada inocencia.

-Me temo que estás equivocado- Dijo, en tono neutro. –Los vulcanos no nos burlamos, como tú dices.

-¡Patrañas!

-Te aseguro que no.

Pero tú eres medio humano, el pensamiento quedó entre ellos, en el silencio, como una broma privada, de los dos. Jim podía haberlo dicho en voz alta, para mostrar la falla en el argumento de Spock, pero resultaba más atractivo dejarlo así, aleteando entre ambos como un susurro: 'nosotros sabemos cómo es'. En cambio, le lanzó al otro una mirada cómplice y volvió su atención a llenar el vacío de su estómago. Cuando su sandwich quedó reducido a nada más que unas cuantas migas en el plato, Jim supuso que debería pasar el tiempo haciendo algo, así que decidió mostarle a Spock el resto de la casa y los alrededores. Técnicamente, su madre era propietaria de algunas tierras alrededor de la granja, pero ella siempre pagó para que las trabajaran, y él sólo podía recordar que, para él, el hogar era la zona inmediata a la casa. Su cuarto y el de Sam no habían cambiado mucho después de que se mudaron, excepto porque ahora estaban mejor arreglados para los huéspedes. El gallinero de atrás tenía ocupantes otra vez, y Spock observó a las aves domésticas con interés. Mientras le mostraba la granja a su primer oficial, Jim le obsequió unas cuantas historias más, además de explicaciones y respuestas sobre su vieja vida y su familia. Era extraño, todas las veces que había traído a alguien con él, en el pasado, se había puesto a la defensiva si le preguntaban cosas, sintiéndose espiado o juzgado; sin embargo, el interés de Spock era demasiado abierto y libre de dobleces. Aún así, no había muchísimo de qué hablar, las horas pasaban, y Jim comenzó a cansarse, entonces, lo sorprendió gratamente cuando Spock se hizo cargo de la charla.

Como el clima era agradable, el par optó por sentarse en el porche a observar los primeros trazas rosados en el cielo de la tarde. Jim rumiaba sobre el hecho de que Spock, sorpresivamente, resultó ser una buena compañía.

-Mi madre solía guardar fotografías de la nieve- Dijo, de repente, el primer oficial, arrancando a Jim de sus pensamientos con su comentario inesperado. –Ella...a ella no se le permitía expresar demasiados sentimientos en mi presencia, pero eso no siempre la detuvo. Yo pensaba que sus fotografías eran fascinantes.

Jim lo miró, pensando en cómo habrá sido crecer con una madre que no tenía permitido comportarse como la mayoría de las madres humanas sentían la necesidad de hacerlo por instinto. De seguro, él y su propia madre habían tenido dificultades, pero al menos, ella nunca dejó de demostrarle afecto. -¿Le gustaba la nieve?- Preguntó, deseando que Spock continuara hablando.

-Una vez se lo pregunté-. Replicó Spock, y sus ojos parecían estar a millones de millas. –Ella dijo que no, y que de hecho, consideraba a la nieve una molestia en sus actividades diarias en la tierra- Explicó. – Cuando le expresé mi desconcierto, me informó que aunque no disfrutaba la presencia de la nieve, sin embargo, se sentía insatisfecha por su ausencia en Vulcano. Era un concepto completamente humano.

Jim esperó, sentado, con la sensación de que sabía hacia dónde se encaminaba la situación. No tuvo que esperar mucho, y Spock continuó. –De todos modos, creo que ahora comprendo mejor su estado de ánimo. Hay muchas cosas que encontraba insatisfactorias en mi mundo nativo. No tenía intenciones de volver a Vulcano, a no ser por necesidad; pero ahora que no hay posibilidades de retorno, descubro que me resulta...insatisfactorio.

Tienes un talento para quedarte corto con tus afirmaciones, replicó Jim, mentalmente. Se preguntaba qué sería, precisamente, lo que produjo esa confesión, pero se sentía extrañamente complacido porque Spock se la había concedido. Jim creía que la palabra 'insatisfactorio' ni siquiera comenzaba a cubrir el sentimiento que Spock, simultáneamente, expresaba y suprimía, pero no iba a contradecirlo.

-Sí- Aceptó, mientras su amigo guardaba silencio. Jim quería decir algo, al menos, pero no sabía cómo ayudar a Spock a sobrellevar su pena. –Creo que esa es una de las partes más de mierda de ser humano- Afirmó, al final; y ante la mirada inquisitiva del amigo, decidió explicarle. –Puedes amar algo y detestarlo, al mismo tiempo.

Hubo una pausa, durante la que el medio vulcano rumió las palabras en su cabeza. Luego, lentamente, asintió. –Es lo más ilógico- Dijo, pero en un tono que parecía implicar aceptación, y no objeción.

-Sí- Coincidió Jim. Pensó que, probablemente ese era el final de la discusión, pero fue sorprendido agradablemente cuando Spock se lanzó a hablar, otra vez; son su tono suave, neutro, relatando unos cuantos eventos más, o facetas de su infancia. No era el vendaval de caótica rebelión y los sube y baja de la infancia de Jim, y tampoco revelaba tanto, pero algunas cosas lo sorprendieron, igualmente. La mayor parte de la charla fue sobre su madre. No fueron grandes reflexiones o confesiones, sino sólo…pequeñas cosas: diferencias entre las culturas terrícolas y vulcanas que explicaban algunas conductas que lo confundían cuando era niño...La predilección de su madre por las velas aromáticas y las telas vulcanas, la manera en que ella podía bajarle los humos a su padre, -tan lógico, impresionante e intimidante- , si ella creía que él se había extralimitado.

Jim se dio cuenta de que esas eran cosas que, probablemente, Spock necesitaba hablar, tal vez, más de lo que él creía. No podía decir que alguna vez estuvo en su posición, pero sabía algo sobre la pena humana. No podía hablar del dolor y los vulcanos, aunque suponía que a causa de su crianza, Spock ya tenía cubierta esa mitad. Así que lo escuchó, haciendo algún comentario aquí y allá, y descubrió que disfrutaba los tonos rítmicos de la voz de su primer oficial inmerso en sus reminiscencias.

Para el momento en que se sacó a sí mismo de la cadencia suave de las palabras y de las sutilezas de los sentimientos, el sol ya se había ocultado en el horizonte y Spock lo contemplaba con mirada pensativa. –Parece que no será posible que conozca a tu madre hoy-. Notó, al final.

Jim parpadeó.- ¿Por qué no?- Preguntó, con honesta curiosidad. –Quiero decir, va a tener que venir a dormir, al menos. Eso espero-. Agregó la última parte con un poco de preocupación. Ah, maldición, ¿y si se queda a pasar la noche con algún tipo? Significaría que pasaron todo el día esperando por nada. Pero, él no se arrepentía.

-Si quiero llegar a los alojamientos temporales de la Flota Estelar antes de que deje de funcionar el sistema de transporte, debería irme ahora mismo-. Explicó, razonablemente.

Jim se encogió de hombros. -¿Por qué no te quedas?- Ofreció. –Puedes dormir en el antiguo cuarto de Sam. A él no le importaría. Y mañana podríamos salir hacia nuestra exploración planetaria.

Spock pareció dudar un momento, y antes de que pudiera responder, el brillo suave de unos faros y el zumbido de un motor, cambiaron la atención de ambos hacia la calle. Ya era hora, pensó Jim, observando cómo el familiar 'pedazo de trasto' de su madre se acercaba a la casa. No era tan viejo como el famoso automóvil que él arrojó cuando era niño, pero el vehículo que rodaba suavemente estaba aún muy lejos de los estándares modernos. Jim y Spock se levantaron, el motor se detuvo y Jim sonrió dando la bienvenida a su madre cuando ella dejó el asiento del conductor del vehículo. Parecía que era la única ocupante. Cuando los vio, sus ojos se agrandaron y su expresión abierta mostró, primero, sorpresa, luego algo de confusión, y por último, vergüenza. -¡Ay, Jimmy!- Exclamó, cerrando la puerta del automóvil con un fuerte golpe y después, golpeando las dos manos contra su cara. – ¡Maldita sea, toda la semana estuve recordándome a mi misma que vendrías el sábado y cuando llega el día, voy y me olvido!

De alguna manera, él no podía enojarse con ella; por eso, en cambio, rió, bajando los peldaños del porche y dejando que lo envuelva en un cálido abrazo.

-No te preocupes-. La tranquilizó. –Aproveché la oportunidad para mostrarle los alrededores a Spock.

Ella se alejó un poco, observando los cambios en él, mientras él hacía lo mismo con ella, -para ser honestos, había muy pocos-, luego volvió su atención hacia Spock. Le dedicó una sonrisa amplia, y la misma expresión abierta que, ocasionalmente traicionaba el lado más suave de su hijo cuando él la lucía.

-He escuchado mucho sobre usted, señor Spock- Dijo, separándose completamente de Jim y contemplando al primer oficial con mucha atención. Las cejas de Spock se elevaron marginalmente, en lo que Jim reconoció como una expresión de sorpresa. –Usted trato de estrangular a mi Jimmy, una vez.

Spock se quedó duro, y Jim le lanzó una mirada incrédula a su madre. ¿Cómo mierda supo eso? Porque, definitivamente, él no le había contado nada. Antes de que alguno de los dos pudiera hacer un comentario, ella arremetió. –Sólo Dios sabe que jamás me enojaría con usted por eso. Si tuviese que enconarme con todos los que alguna vez quisieron matar a Jim, no me llevaría bien ni conmigo misma. ¿Y qué están haciendo ustedes dos sentados en el porche? Vamos, adentro está mucho mejor-. Declaró, insistentemente, y Jim sólo pudo mirar con asombrada consternación, cómo su madre empujaba a su primer oficial hacia el interior de la casa.

Después de un momento, los siguió.

-Me disculpo si mi intrusión no es bienvenida-. Dijo Spock. Jim cerró la puerta trás ellos y su madre hizo señas insistentes. –Ah, no sea tonto. Jim siempre trae gente a casa. Francamente, me alegro de que usted no es ninguna chica llamativa en bikini-. Lo tranquilizó. Una las cejas de Spock se elevó, pero cuando miró a Jim, el capitán sólo pudo encogerse de hombros descaradamente.

-Justo estaba tratando de convecerlo para que se quede y pase la noche en el cuarto de Sam- Dijo a su madre, mientras ella se quitaba el abrigo, dejaba su cartera y los conducía hasta la sala de estar.

-¿De veras? Ah, bien, puse sábanas nuevas allí- Dijo, alegremente. Luego, los empujó a ambos hacia el sofá más cercano. –Ahora, cuéntenme todo lo que han estado hacienda en esa nave. ¡Ah! ¿Deberíamos comer, primero? Ya es tarde, ¿verdad?

Jim observó cómo su madre decidía hacer la cena y traerla a la sala de estar para comer mientras charlaban, y luego les indicó que se queden allí hasta que ella preparara todo.

-¡Spock es vegetariano, mama!- Dijo Jim, elevando la voz, cuando ella se alejaba; recibió una seña afirmativa de que lo había oído. Luego, él se apoyó en el respaldo de su asiento. Bueno, parecía que ella decidió alegrarse por su permanencia en la Flota Espacial, por ahora, al menos. Además, a Jim le aliviaba la ausencia de un novio, por el momento, asumiendo que habría uno en alguna parte debido a la misteriosa mesa de trabajo y porque sabía que su madre no podía estar sola durante mucho tiempo.

-Tu madre es muy…expresiva-. Notó Spock.

-Sí, es loca-. Admitió Jim.

-Creo que me ha dado una nueva perspectiva sobre tu amistad con el Dr. McCoy, ella tiene una predisposición similar…aunque, menos antagónica.

Tomó un minuto para que el contenido del comentario de Spock fuera comprendido por Jim; cuando lo hizo, le lanzó una mirada incrédula. -¿Tú crees que Bones es como mi madre?- Preguntó, después de una rato deabrir y cerrar la boca sin producir resultados. Spock lo miró de un modo que le decía que la respuesta era obvia.

-Con frecuencia, el Dr. McCoy ha expresado su preocupación por tu salud y bienestar, incluyendo tu estabilidad emocional, tu sueño y tu dieta; eso excede los estándares normales de un médico dedicado y profesional. Eso me recuerda a las conductas que me han dicho que son consideradas normales en el estilo humano de maternidad. Además, él es extremadamente explicativo y no guarda reserva con sus pensamientos y emociones. Tu madre parece ser igualmente demostrativa.

Jim miró a Spock un momento, luego parpadeó, luego comenzó a reírse a carcajadas, y antes de recordar que debía contener sus instintos, tomó a su primer oficial por el hombro y le dio una cariñosa sacudida demostrándole su diversión, después lo soltó. –¡Ay, hombre, Bones es igual a mi madre! ¡Nunca antes lo había pensado! ¡Ah, me encantaría ver su cara si se lo dijeras!- Declaró, sacudiendo la cabeza.

-Por mis experiencias con el Dr. McCoy, él no parece para nada receptivo a mis observaciones, sin importar lo lógicas que sean- Notó Spock, y Jim creyó volver a ver en sus ojos esa pequeñita y suave mirada divertida.

-Yo no me preocuparía por eso- Lo tranquilizó, de todos modos. –A Bones le encanta discutir.

-Esa sería una característica por demás ilógica. Sin embargo, tu afirmación, probablemente es exacta.

Jim comenzó a reír, otra vez. Había notado que Spock y Bones parecían andar a los cabezazos, -bueno, la mayor parte de la nave lo había notado, en verdad, era algo difícil de no ver-, pero Jim sospechaba que no había real animosidad detrás de los topetazos.

-¿Ustedes dos se están divirtiendo sin mi?- Preguntó su madre, entrando a la habitación con sus cenas y acomodando los platos en la mesita del café. Se había decidido por lo seguro, a la luz de las preferencias dietarias de Spock, concluyendo que todos deberían comer ensalada. Jim se encogió de hombros, internamente, él no venía a casa por la comida.

-Spock estaba comparándote a ti con nuestro oficial jefe médico- Explicó Jim, en buen tono, y eso llevó la charla hacia la vida a bordo de la Enterprise. A pedido de su madre, Jim y Spock le contaron algunas de sus misiones –corregidas por un silencioso acuerdo, ocultando algunos momentos angustiosos- y aventuras, y le hablaron de sus compañeros. Le divirtió mucho saber que Jim había decidido mantener a Checkov a cargo de los anuncios para toda la nave, a pesar del fuerte acento ruso.

-Eso hace que todos se detengan y presten atención- Dijo. –Porque, tienes que hacerlo, de otro modo, no tendrías ni idea de lo que está diciendo-. Su anuncio preferido seguía siendo uno que el joven tuvo que hacer cuando les programaron un encuentro con la U.S.S. Vivaldi, cerca de Venus, apenas después de que le otorgaran oficialmente la capitanía.

Nuevamente, aunque Jim llevaba la mayoría de la charla, descubrió que las contribuciones y comentarios suaves de Spock, complementaban muy bien todo el proceso. Para cuando la noche ya había gastado su voz, estaba muy cansado, pero se sentía mucho más feliz y relajado de lo que hubiese esperado. Su madre recibió los relatos con entusiasmo y buen talante, sus ojos difícilmente se volvieron hacia él con esa mirada que indicaba que veía fantasmas.

Finalmente, el peso del día en él, se hizo obvio. No era para nada angustiante, pero había dejado la Enterprise esa mañana, y una fatiga poco común era un efecto adverso esperable por estar en el planeta, después de haber pasado tanto tiempo en el espacio. Su madre apenas necesitó una mirada a su cara para notarlo, así que Jim se encontró a sí mismo siendo empujado hacia su viejo cuarto, mientras ella conducía a Spock al cuarto de Sam.

Mientras se acomodaba en su cama, Jim pensaba en que esta era la mejor visita a casa que había tenido en mucho tiempo. Y eso que había pasado la mayor parte vagabundeando en los alrededores con Spock. Pero, él no podía negárselo a su cansada mente, él realmente, pero realmente, disfrutaba de la compañía de su primer oficial. Spock era… bueno, para usar una de sus palabras favoritas, era fascinante. Jim se sabía un tipo inteligente, pero comparado con el intelecto del medio vulcano, el suyo propio era una escupida en el océano. Así y todo, la inteligencia no era lo que hacía de Spock un individuo tan admirable. O, al menos, no era lo único. Jim no estaba seguro de cuál era la cualidad que decidía, pero creía que tenía mucho que ver con la fortaleza y la debilidad, la dicotomía, y con lo bien que se sentían uno junto al otro.

Sus pensamientos cayeron en un revoltijo y se durmió, con sus labios curvados en una sonrisa suave.

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Realmente, pero realmente, me encanta la historia, me encanta cómo escribe Lanaea y cómo descubre el interior de Jim…

¿Nos seguimos leyendo?

D.L.