Epilogo: Feliz aniversario

Gran parte de la noche Inuyasha se dedicó a cuidarla. Para bajarle la fiebre le preparó un té de raíces que por demás ella detestaba, pero aún somnolienta la obligó a tomarlo hasta la última gota. Ese viejo remedio jamás fallaba. Después de eso ella durmió profundamente mientras Inuyasha veló gran parte de su sueño, observándola, nunca se cansaba de hacerlo. Llevaban casados dos años, pero la conocía desde hacía siete.

–Vamos Inuyasha, tenemos que ir a conocer a las chicas de nuevo ingreso –le había insistido Miroku arrastrándolo hacia el edificio de artes –dicen que las de arte de este año están como quieren.

Inuyasha recordaba perfectamente ese día, había chocado con una muchachita bastante alegre, que se había enojado porque le había tirado sus cosas. Ella lo había encarado y curiosamente no se había intimidado por su ceño ni su mejor gesto de "soy-un-chico-malo". Y así era como había comenzado esa peculiar relación amor-odio con Kagome. Al principio se fastidiaba con verla, le molestaba su presencia, y la evitaba con frecuencia, pero después se dio cuenta que su vida resultaba muy aburrida si, casualmente, no estaba peleando con ella. Así fue que comenzó a permanecer más tiempo a su lado para fastidiarla constantemente, y tenía como pretexto el hecho de que su mejor amigo, léase: Miroku, tuviera una estrecha relación con Sango, quien ya en ese entonces era la mejor amiga de Kagome.

Kagome e Inuyasha pasaban tres cuartos de su tiempo juntos peleando, mientras que el resto lo pasaban bien con Sango y Miroku. Pero no fue sino hasta que Inuyasha se graduó un año antes que ella, y que ya no la veía con la misma frecuencia, cuando se dio cuenta en qué medida le afectaba la ausencia de la muchacha y cuanto sus sentimientos hacia ella se habían incrementado. Como él ya no tenía ningún tipo de pretexto valido para verla ahora que sus caminos se habían separado, comenzaron a salir. Incluso en su relación ellos no dejaban escapar esporádicamente una buena discusión, y si no había motivos para reñir entonces jugaban apuestas por cualquier cosa. Parecía como si enfrentarse fuera el placer culpable de ambos.

Una sonrisa se le escapó involuntariamente de los labios al recordar la vez en que le propuso matrimonio. Él no era un tipo excepcionalmente romántico, pero había querido complacerla –y convencerla–, así que ideó todo un elaborado plan, que, curiosamente, también había terminado en desastre. El plan original había sido darle pistas a lo largo del día que pasarían en el parque de diversiones, en la pista de patinaje y en los jardines Rikugien, y finalmente culminaría con un anillo ridículamente caro que iría escondido en el postre de ella. Pero hubo un fallo imprevisto cuando intercambiaron los postres y él se terminó comiendo el anillo. Tuvieron que hacerle un lavado de estomago y allí fue cuando Kagome, en el hospital, conmovida, aunque el plan hubiese fracasado, lo aceptó gustosa y totalmente complacida.

Inuyasha regresó a la realidad cuando su pequeña esposa se removió incomoda en la cama, y con voz débil lo llamó por su nombre.

–Aquí estoy Kag –le respondió tranquilamente con un dulce matiz en su tono.

–¿Cuándo regresaste de Seúl? –preguntó abriendo sus ojos y fijando sus lagunas de chocolate en él.

Inuyasha la contempló unos minutos más, su cara cubierta por una película de sudor, producto de la fiebre que parecía amedrentarse con el paso de las horas, y los hermosos ojos de avellanas vidriosos.

–En realidad, nunca me fui –declaró con una expresión indescifrable.

–Nunca…

–No, solo quería darte una sorpresa, pero parece que no funcionó como esperaba. Ya ves que nunca se me han dado bien.

Kagome sonrió, una sonrisa amplía y sincera que reflejaba amor y el corazón de Inuyasha dio inevitablemente un vuelco, como siempre cuando ella lo hacía, así que topó cariñosamente su frente propia con la de ella mirándola directamente a los ojos mientras con sus manos sujetaba firmemente el rostro femenino.

–Mira todo el caos que causaste Kag, pequeña tonta, y también lograste enfermarte… un desperdició de los boletos de avión y las reservaciones en los hoteles –esperó un instante hasta recibir la mirada interrogativa que necesitaba para continuar su explicación –Pensaba en que tuviéramos una segunda luna de miel en Okinawa, y varios días atrás estuve haciendo llamadas. Hoy en la mañana, es cierto que fui a terminar un negocio para así poder tener libre la semana para esas vacaciones.

–Oh… –murmuró tristemente al comprender el curso que habían tomado las cosas por el malentendido, y lo que había arruinado al tomar conclusiones adelantadas.

–Aún podemos ir pasado mañana cuando te hayas mejorado –le tranquilizó.

Kagome asintió sintiendo los ojos aguársele por las lágrimas, mientras lo rodeaba fuertemente con sus brazos por la cintura.

–Lo siento –exclamó avergonzada. Había dudado de Inuyasha, y lo había insultado pensando que él había olvidado aquel día… –Tú también tuviste la culpa –se defendió intentando quitarse la sensación de culpa.

–¿Nunca te rindes cierto? –la recriminó separándose de ella unos centímetros solo para darse cuenta de que ella lloraba.

–Realmente lo siento, lo arruine para ambos –sollozó desconsoladamente ahora.

–Oh, vamos no es el fin del mundo… espera –Inuyasha salió disparado de la habitación y regresó antes de que Kagome pudiera reaccionar, solo para colocarle en las manos una pequeña cajita de terciopelo. –Anda, ábrelo –la instó.

Dentro había una hermosa peineta tallada en plata con un delicado brocado que brillaba con pequeñas incrustaciones de diamantes. Inuyasha la quitó de las manos paralizadas de su mujer y se la colocó en el cabello recogiendo unos mechones al lado de su oreja.

–Gracias –expresó sonrojada y tímida ante el regalo –me gusta mucho.

–Me pareció que se vería mejor en ti que en el aparador –se encogió, –pero a mí me gustas más tú.

Kagome volvió a abrazarlo. Y realmente ya no tenía más ganas de soltarlo si no fuera porque ella tenía también deseos de dar su regalo.

–Yo también tengo algo…

–¿De verdad?, ¿y donde esta? –al joven hombre le brillaron los ojos, lo cierto es que él parecía un chiquillo cuando le daban un obsequio y a Kagome le encantaba esa reacción.

Con dificultad se levantó de la cama, siendo ayudada por su esposo quien prácticamente la cargaba pues apenas si lograba que sus pies tocaran el suelo con él sujetándola fuertemente. Se detuvo justo frente al amplio armario y abrió la puerta y le señaló el lugar.

Inuyasha se aventuró a dejarla sostenerse en pie sola mientras tomaba el objeto en sus manos. Una vaina de cuero endurecido que no podía contener otra cosa más que una espada.

–¿Y bien?, desenfúndala.

Y sin más palabras él hizo lo propio, descubriendo una hoja de acero excepcional totalmente afilada en condiciones perfectas en comparación con su funda. No cabía duda que había sido forjada por un herrero artista, pues esta no se comparaba con ninguna otra que tuviese en su salón de colección.

–¡Wow! –solo pudo soltar él.

–Tessaiga

–¿Eh?

–El nombre de la espada, Tessaiga. Es una reliquia que estaba en el templo de mi familia. Batallé mucho con el abuelo para convencerlo de que me la diera –Kagome se detuvo abruptamente cuando el suelo bajo sus pies comenzó a moverse. Inuyasha se apresuró a dejar la espada recargada en la pared para tomar a su esposa en brazos y llevarla a la cama.

–¿Estás bien? –cuestionó bastante preocupado tocando su frente para comprobar que la fiebre no había bajado del todo.

–Si, solo me mareé –respondió –en serio, no me mires así, no es como si estuviera agonizando, es normal…

–De acuerdo –aceptó interrumpiéndola no muy convencido.

–Mi abuelo me comentó que esa espada perteneció por mucho tiempo a un legado de youkais perro, y que no sabe cómo pasó a manos de los Higurashi, pero de eso ya hace quinientos años.

–Uhm –articuló ahora sin mucho interés –¿Quizás debería llamar al doctor?

–No Inuyasha, no es nada grave, solo una gripe común… y el segundo regalo.

–¿Segundo regalo?

–Si… bueno, um, ¿ser padre es también un regalo, no?

La noticia fue para Inuyasha como un balde de agua fría, no porque fuera desagradable, si no, porque bueno, no todos los días te enteras de ese tipo de cosas, ¡iba a tener un hijo o hija!, bueno, él no, Kagome, pero la idea se entendía y de pronto sintió que las rodillas se le aflojaban.

–Embarazada… –musitó casi incrédulo.

–Sí, de tres meses –le informó orgullosa tomando su mano – ¿No estás contento?

–No, digo ¡si!, cielos, Kagome –y la abrazó impulsivamente mientras intentaba controlar la euforia –gracias, cielos, yo no… no tengo palabras. –Y para demostrarle su ponto, procedió a besarla, tomando sus labios ansiosamente intentando transmitirle que tan agradecido y bendecido se sentía, no solo con la noticia, si no con ella, el hecho de tenerla a su lado, de tener sus riñas, sus risas, su compañía y toda ella en un conjunto perfecto en una envoltura tan deliciosa, además, no podría ser más afortunado que eso. –Cielos –murmuró, – como te amo – y besó su frente, y terminó con un cariñoso beso en su nariz.

–De nada, yo también –respondió apenas, totalmente turbada por el ataque amoroso que había recibido de su esposo. Y al reponerse depositó un suave y delicado beso en los labios masculinos en réplica –Feliz aniversario, Inuyasha.

De ese día en adelante, Inuyasha jamás necesitaría a Kagome para que le recordara la fecha de los aniversarios, él realmente jamás las olvidaría.

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Fin


Aw, y así termina la dulce tortura, muchos abrazos, muchos besos, los sobre sature de gestos cariñosos y amor, perdonen ustedes. Espero que no hayan terminado con diabetes.

Ojalá les haya gustado, como dije, es cortisima, iba a ser un oneshot pero era demasiado largo para tal cosa, aunque también demasiado corto. En fin, Muchas gracias por leer. les veo en "Sonata del amor" que también la estoy escribiendo.

Saludos y un gran abrazo de mi parte.