Sinopsis: Ella era la única persona con la que se había sentido seguro de llegar a intimar tanto, la única con la que le apetecía compartir sus solitarias noches, la única a la que le permitía ver su lado más humano. No obstante, sólo era sexo... ¿verdad Kanda?

Advertencia: ¡Lemmon a tope! La chica es OCC totalmente, ya que ni Lenalee ni Miranda encajaban con el perfil que quería darle al fic.

Disclaimer: Si DGM me perteneciese, no estaría haciendo fics sobre ello, ¿no te parece? xD.


SÓLO HABÍA SIDO SEXO.



–Llegas tarde.

Frío. Cortante. Desagradable. Así era él, así hablaba siempre.

–Que te jodan.

Fría. Cortante. Desagradable. Así era ella, así hablaba siempre.

A simple vista parecían ser dos almas siamesas, compuestos por la misma sustancia podrida como núcleo interno. Ambos sumergidos en una espiral de odio, de asco y de soledad, sin que ninguno de ellos se quejase nunca de su condición, sin que necesitasen la cura de nadie.

Ella camina con pasos silenciosos, completamente seguros y jaspeados de una arrogancia que la hace sentirse superior a todo cuanto la rodea. Él la mira impasible, inmutable a su belleza, a su altivez. Ella se detiene a dos zancadas, coloca una mano en su cadera y le sonríe de esa forma tan desquiciante.

–¿Tanto me extrañas?

Y se enciende la mecha. Él no sonríe, nunca lo hace, pero sí que le devuelve la misma mirada endemoniada. Corta las distancias, tomando la iniciativa, cayendo en su provocación, como lleva ocurriendo desde el primer encuentro. Sus manos la toman de las caderas y la atrae hacia sí sin delicadeza alguna, haciendo que sus labios choquen y comiencen a perforarse. Ella se aferró a su cuello. Las manos masculinas pasaron velozmente por su cuerpo, acariciando con fuerza y pasión desde sus muslos hasta sus pechos, sin piedad, sin tener ningún respeto, con la misma autoridad con la que le hablaba o caminaba.

–Vámonos de aquí, tu amiguito Bookman tiene que estar a punto de llegar –le dijo ella, separándose de pronto.

–No es mi amiguito –le corrigió con mala cara–, maldito conejo... ¿por eso has tardado?

–Es muy hablador –contestó ella, mientras jugaba con uno de los mechones que no estaban atado en la perfecta coleta del hombre.

Salieron de la biblioteca sin dejar de toquetearse y darse rápidos besos, simplemente: una vez que empezaban no podían parar hasta que no terminaban completamente satisfechos. Vieron una luz al fondo del pasillo y escucharon unos pasos acercarse, así que tomaron dirección contraria hacia los dormitorios.

Durante el camino se devoraron el cuello a besos y a mordiscos juguetones, mientras que sus cuerpos eran recorridos por manos salvajes y hambrientas. Consiguieron llegar a duras penas hasta el dormitorio de él, que era el más cercano. Ella usó su fuerza, que no era nada escasa, para agarrarle de la túnica de exorcista y arrastrarle hasta el interior de la habitación. Él iba a besarla de nuevo, pero antes de que llegase siguiera a rozar sus labios, le agarró de la coleta y tiró hacia atrás bruscamente para impedirlo. Él no se quejó, simplemente se la quedó mirando con ojos molestos y lujuriosos al mismo tiempo.

–Cálmate bestia, o toda la Orden te escuchará bufar –le dijo ella, consciente de la voz sensual que le había dedicado, para provocarlo aun más.

–No te preocupes, si nos oyesen te confundirían con una perra en celo –fue su contestación con una mueca parecida a una sonrisa y en un susurro por el que sus alientos se mezclaron y sus bocas volvieron a retarse en un duelo de lenguas.

Entraron al cuarto finalmente y él cerró la puerta de una patada, produciendo un portazo que seguramente habría resonado en todo el pasillo silencioso. Se desprendieron de los molestos uniformes de exorcistas que tanto se habían interpuesto entre sus cuerpos y lo tiraron de cualquier manera; ocurrió lo mismo con los zapatos. No duró mucho este proceso. Él volvió a abalanzarse contra ella haciendo que los dos cayesen sobre la cama, provocando un sonido sordo pero inaudible fuera de la habitación. Le ayudó a terminar de quitarse la camiseta negra de tirantes que la dejó igual que a él: con todo el pecho al descubierto. Contempló un momento lo que tenía bajo él, y al ver la lujuria de sus ojos celestes y la forma en que su lengua recorría sus labios, la agarró por las muñecas para inmovilizarla y recorrer su cuerpo con total libertad, saboreando toda la zona con su lengua, que fue desde el cuello bajando por los pechos, deteniéndose en los ahora duros pezones de ella, mordiéndolos con gula mientras un quejido salía de los labios de la mujer. Para restarle dolor, le lamió suavemente la zona mordida, como si de un gato cariñoso se tratase, hasta acabar en una caricia de sus labios. Siguió su recorrido descendente sin soltarla; besó su abdomen, su ombligo, hasta que se encontró con los pantalones que le impedían continuar. En el despiste por mirar la prensa, ella se zafó de él y le volcó, colocándose encima. Kanda disfrutó entonces de la vista esplendorosa que le brindaba su nueva posición.

Había una mirada vengativa en sus orbes celestes y una sonrisa felina dibujada en su rostro de diosa. Comenzó a estremecerse de placer cuando la sintió restregándose sobre su entrepierna mientras le lamía lentamente en una linea recta y vertical que ascendió hasta su cuello, ahora centro de sus besos y mordiscos traicioneros. Se sujetó a las sábanas que habían bajo él mientras cerraba los ojos y se mordía los labios para reprimirse los gemidos que amenazaban con salir de su garganta. Ella clavaba una mano en su hombro y con la otra recorría su costado mientras seguía con su labor de animar aun más a su miembro con el movimiento de sus caderas. Poco después se hizo a un lado para que su mano bajase por su ombligo y se introdujese con extrema lentitud por su pantalón, acariciando con sutileza el bulto que la esperaba. Ante esto no pudo soportarlo más y de su boca salió un largo gemido placentero que le arrancó una sonrisa juguetona a ella y que por darse las circunstancias que se daban, a él no le molestó. Dejó de acariciarle y volvió a deslizarse sobre él, haciendo notar sus pechos sobre su abdomen, hasta quedar a escasos centímetros de sus labios.

Era esos momentos cuando Kanda bajaba la defensa y mostraba su lado más humano en esa mirada tan profunda como el mismo mar, cuando correspondía a su tierno beso sin agresión, compartiendo una calidez inusual en él. Era también cuando le acariciaba la mejilla y pasaba su mano con lentitud por su espalda, provocándole placenteros escalofríos.

La chica quedó sentada sobre él y éste, sin romper el beso, se incorporaba dispuesto a quitarle el cinturón del pantalón para después bajárselo, retomando así el juego anterior. Ella se irguió hacia atrás dejándole una postura mejor para que, mientras le desabrochaba el pantalón, pudiese besar su vientre. La tumbó de nuevo y le terminó de quitar el pantalón, despojándose del propio momentos después y así quedar los dos con la prenda más intima. Las nuevas miradas deseosas sustituyeron a la ternura anterior. Con una mano comenzó a acariciarle el muslo mientras la otra hacía lo mismo con uno de sus senos y su boca se concentraba en dejarle una marca morada en su cuello. La espalda femenina forma un arco, su pecho subía y bajaba rápidamente, a la vez que sus manos se aferraban a la espalda de él, clavándole las uñas. Sentía como con cada caricia que le proporcionaba dejaba escapar un poco de flujo involuntariamente, a la par que sentía el roce del duro miembro de él. Ambos habían llegado al límite del aguante. Estaban excitados, pero cuando él se adentró bajo su prenda interior y la acarició, cerró fuertemente los ojos coreando gemidos que intentaba retener mordiéndose los labios inútilmente.

Al sentirla húmeda, no esperó más para retirarle la última prenda que le daba algo de intimidad; por su parte, ella le ayudó a desprenderse también de la única prenda que le cubría, quedando completamente desnudos a los ojos avariciosos del otro. Le dio por fijarse en la maltrecha coleta que sujetaba los cabellos del chico, aguantando la tentación de terminar de deshacerla, ya que sabía que le molestaba tener el cabello suelto. Para cuando quiso darse cuenta, él la había vuelto a tumbar y dos dedos suyos habían entrado en ella para abrirse espacio. La besó por última vez antes de dar comienzo al acto final, sin pedir permiso alguno.

Se agarró a las sábanas por inercia y sintió la primera embestida, la que rompía con todo. Él no era precisamente delicado, ni siquiera al principio, por eso el gemido que soltó ahora fue de dolor y, con lo sádico que era, seguramente ése habría sido el que más le había gustado oír a él, quien la miraba a sabiendas de que le había dolido, pero no por eso iba a detenerse. Afortunadamente, el dolor se tornó en placer a la par que iba incrementando la velocidad con la que envestía hasta que finalmente llegaron al colmo de su placer, al cenit del acto. Sintió como se corrió en su interior ya que ella no le había dado anteriormente ninguna advertencia de que no era fechas para hacerlo, y cuando todo terminó, se desplomó a su lado cerrando los ojos, mientras trataba de hacer regresar su respiración a la normalidad. A esas alturas, ninguno había podido evitar gemir, y es que hacerlo delante del otro era un duro golpe para sus respectivos orgullos.

Se quitó el coletero y lo dejó sobre la mesita de noche. No se abrazaron, nunca lo hacían. Le sorprendió sentir, no mucho tiempo después, una de las juguetonas manos de ella recorrer su torso haciendo circulitos, así que la miró alzando una ceja.

–¿Más? –cuestionó con un deje de asombro.

–¿No será esto todo lo que puedes aguantar, verdad Yuu? –el emplear su nombre de pila conllevaba una segura provocación, que fue acompañada por la lujuria de su mirada. Ni siquiera le había dejado descansar.

En respuesta, Kanda iba a abalanzarse sobre ella, pero ésta, más rápida, se colocó sobre él. Se sentó en sus caderas y comenzó a recorrer de nuevo su cuerpo, provocándole un escalofrío que no pudo disimular. Se entretuvo un buen rato besando sus labios, su cuello, sus hombros, recorriendo con extrema lentitud el torso con sus manos y su lengua, que además le provocó ese hormigueo que tanto detestaba y a la vez le encantaba cuando le tocaban el lóbulo de la oreja. Por más que él intentase girar las tornas, ella no se lo permitía, no le dejó hacer nada más que disfrutar. Deslizó los dedos por el tatuaje de su pecho, que desde el primer momento que lo vio le causó curiosidad, mas no iba a preguntarle porque sabía que no recibiría respuesta. Cuando sintió despertar a su miembro de nuevo, lo acarició mientras le besaba con renovadas ansias y antes de permitirle el privilegio de volver a correrse, se acercó a su cuello y lo mordió fuertemente, asegurándose de que quedaría la marca. Él no pudo evitar soltar un pequeño gruñido, la miró con ojos llenos de falso odio ante su ancha, peligrosa y pervertida sonrisa. Ella se lamió los labios y sin previo aviso, tal y como él solía hacer, se sentó sobre él y comenzó a danzar a un compás lento y tortuoso para él, quien necesitaba más velocidad. Siguió en esa línea hasta que ella misma no lo soportó más, entonces incrementó la velocidad brutalmente, llegando ambos rápidamente al segundo orgasmo, donde ni siquiera se privaron de mostrar su placer. Ella cayó lentamente sobre él, como si hubiese dejado caer un pañuelo de seda. Se quedó a escasos centímetros y grabó en su mente el rostro sereno que había bajo sí. Volvió a besarle con ternura y se sorprendió de volver a ser besada de la misma forma; esos besos lentos eran igual de maravillosos que los furiosos que caracterizaban sus encuentros normalmente. Esta vez, en lugar de apartarse, se quedó encima de él, con su cabeza perfectamente encajada entre su hombro y su cuello, justo en el lado donde estaba el bocado, que era el hombro contrario al que tenía contacto con el tatuaje. Kanda sintió su respiración entrecortada sobre su propio cuerpo, y también el suspiro reconfortante que ella soltó. Cerró los ojos para guardar ese momento en su mente.

No supieron cuanto tiempo estuvieron con esas posturas, pero el suficiente para que las respiraciones de ambos volviesen a ser casi inexistentes a la percepción. Ninguno dijo nada y ninguno se quedó dormido. Finalmente, fue ella quien rompió el silencio, como siempre sucedía.

–Kanda, ¿por qué no tienes ninguna cicatriz en tu cuerpo? –se lo preguntó en un tono de voz muy bajo, pero perfectamente audible.

–No es asunto tuyo - fue su respuesta, en el mismo tono.

Entonces ella comprendió que sólo había sido sexo. El chico volvería a comportarse mañana como siempre, ignorando la existencia de esa noche. Ella se incorporó un poco para poder besarle en los labios, pero no cerró los ojos esta vez, él tampoco. Y mientras sus lenguas jugaban entre ellas, sus miradas vacías se contemplaban. Sin decir nada más, ella se levantó y comenzó a vestirse. Él no hizo nada para detenerla, simplemente grabó en su mente cada milímetro del cuerpo en el que había entrado no una, sino dos veces esa noche. Suspiró imperceptiblemente.

–Esto no significa nada, ¿lo sabes, no? – le dijo, con la glacial voz de siempre.

–¿Necesitas decirlo en voz alta para convencerte? – le contestó ella, volviendo a dirigirse a él con el mismo tono cortante y burlón que empleaba en público.

Una vez vestida completamente, se pasó la mano por el largo cabello azabache para ordenarlo un poco. Kanda se había tapado hasta la cintura y seguía con la vista clavada en ella.

Y mientras la veía marcharse, comprendió que sólo había sido sexo, como en cada encuentro.