Título: Deudas

Beta: Caribelleih (como siempre, muchas gracias LL)

Género: General/Romance

Clasificación: NC-17

Disclaimer: Harry Potter pertenece a Draco Malfoy, ambos, juntos y revueltos pertenecen a J.K. Rowling.

Resumen:"Draco Malfoy ha sido condenado a no usar magia nunca más, y se refugia en la pintura muggle. Pero el mundo del arte no es fácil, y se tiene que ganar la vida dibujando a los paseantes en la calle de una ciudad cualquiera lejos de Londres. Harry está harto de su vida, de los halagos, etc. Así que coge una mochila y se va a recorrer el mundo. Por supuesto, la primera ciudad que decide visitar es esa en la que Draco está pintando..."

Notas: Este capítulo va dedicado a Verobored que con sus comentarios siempre me anima a seguir escribiendo, en especial cuando dudo de la calidad de lo que hago.

Hay algunas frases en francés, si alguien sabe francésy ve algún error, me avisa :).

Debería postearlo en el foro drarry, pero está en actulizaciones.


Capítulo dos

Miré a mí alrededor buscando alguna luz

Pero no había nada excepto tú, excepto tú.

(Deudas, Los Bunkers)

―¿Quieres un retrato? ―preguntó Draco irónicamente, mirando a Potter como si se estuviera tragando una gragea con sabor a vómito, o como si fuera un Weasley, que para Draco era lo mismo.

Potter no respondió inmediatamente, parecía absorto observando los dibujos que Draco tenía para mostrar. Habían pasado tres días desde que se encontraran en aquel club y Draco no había podido olvidar la presencia imponente de su ex-enemigo.

Al parecer Potter, en su primer encuentro, no se había fijado realmente en su trabajo, más asombrado por su presencia que por sus acciones.

―No sabía que dibujabas ―dijo Potter como toda respuesta a sus provocaciones.

―¿Vienes a halagarme? ―preguntó Draco irónico―. No es como si supieras mucho de mí―. Sus ojos se encontraron y Draco no logró entender qué demonios hacía Potter ahí.

―¿Por qué estás defendiéndote?

La pregunta lo sorprendió. ¿Defendiéndose? Él no estaba defendiéndose… él estaba haciendo lo que cualquier persona sensata haría frente a un antiguo enemigo… sí, defender lo que era suyo.

¿Aquel pedazo de cemento donde vendía por pocos euros su arte era suyo? No, ni siquiera era su país.

Draco sintió un peso en el pecho que se transformó rápidamente en rabia; Potter sólo traía malos recuerdos y le hacía enfrentarse a lo que quería olvidar. ¿Qué demonios esperaba de él? Sus puños se apretaron y su flequillo se balanceó súbitamente por el viento. Parecía la pequeña calma antes de una gran tormenta.

Deseó patear a Potter. Con su sola presencia agrandaba la herida que llevaba presente desde que había abandonado su país; le recordaba que era un exiliado. Le recordaba lo que día a día trataba de olvidar.

Potter. Jodido Potter. El Gryffindor era la respuesta ―y de cierta forma el culpable― de todos sus jodidos problemas.

―¿Por qué estás aquí? ―preguntó Draco comenzando a perder la fría calma que lo caracterizaba ―¿No tienes algún monumento que inaugurar? ¿O acaso ya no valoran a los héroes como antes? ―volvió a preguntar con sarcasmo patente, negándose a mirar a Potter, negándose a reconocer que sí lo afectaba, que cada acción de Potter iba directo a su orgullo sin que pudiera evitarlo.

―Porque Francia es tan buen lugar como cualquier otro ―respondió Potter sinceramente, interrumpiendo los pensamientos amargos de Draco.

Potter desvió la vista hacia el río y sus manos, inconscientes, juguetearon con el atril de Draco. Éste miró los rasgos de Potter detalladamente por primera vez desde que se encontraran en sus nuevas vidas.

Aquel chico de diecinueve años, delgado, pero ejercitado a la fuerza, con el cabello alborotado y unos ojos verdes que reflejaban una mezcla de determinación y abandono… no era el héroe del mundo mágico. Aquel era un chico que estaba escapando de su pasado. Al igual que Draco.

¿Acaso sus seguidores no sabían lo indefensa que parecía su mirada? Draco sintió con horror que sus dedos ardían, que comenzaban a cosquillear deseosos de dibujar. Se sentía tentado a grabar en papel la intensidad de aquel verde.

Resistió. El carbón que aguardaba entre sus dedos se quebró por la presión. Draco ni se inmutó. No podía demostrar que lo afectaba.

Los rasgos de Potter eran perfectos para ser dibujados… eran expresivos y simétricos a simple vista. Draco bufó internamente, sí, deseaba reflejar aquel verde, pero no lo haría; seguía siendo Harry Potter.

Dirigió la vista hacia la hoja en blanco que descansaba en el atril, sin detenerse a decir alguna palabra, temiendo que en ellas se filtrara la debilidad artística en que Potter lo había sumergido.

Una pareja se detuvo frente a ellos y Draco sonrió aliviado; una sonrisa real surcando sus labios.

―¿Un retrato doble? ―preguntó, falsamente servicial. Notó como Potter alzaba una ceja, en un claro gesto de que no le creía.

Potter lo rodeó y se ubicó a su espalda, apoyándose en la baranda que lo separaba de una caída libre directo al Sena. Se apoyó en los codos y flexionó una pierna; parecía un amigo observando a otro tranquilamente.

La tarde era tibia. Una fresca brisa removía las hojas en los árboles que se veían desde el puente.

El rumor del agua disolvía lentamente la tensión que provocaba la presencia de Potter. Era como una sombra que se oponía a su talento.

Draco respiró hondo, negándose a permitir que la presencia del otro mago lo intimidara. Quería demostrarse que podía, que era sólo cosa de alzar la mano, fijarse en los detalles y traducir en finos trazos y sombras lo que sus ojos veían.

Comenzó a dibujar, siendo consciente de que Potter seguía cada uno de sus movimientos, cada línea que trazaba, cada realidad que recreaba.

Potter no habló durante los treinta minutos que el pintor estuvo retratando a la pareja. Pero no se había ido, Draco notaba la mirada disimulada de la mujer hacia detrás de él; donde estaba Potter.

Pero no era necesario notar aquello. Podía sentir los ojos verdes fijos en su trabajo, en sus manos y en él mismo.

Lo peor de todo era que aquella audiencia no lo molestaba. Comenzaba a odiar no sentir odio contra Potter.

―¿Te gusta lo que ves? ―preguntó Draco arrogantemente, mientras terminaba de sombrear el pelo del hombre, a la mujer ya la había retratado completamente.

―Yo pensaba que tu único talento era humillar a los demás ―dijo Potter sin moverse de su lugar y con un tono que no desprendía malicia.

Aquel tono casi amistoso lo asustó más que las palabras. Draco casi podía ver la sonrisa suficiente de Potter.

No respondió.

¿Qué demonios le sucedía a Potter? ¿Acaso el estúpido mago creía que simplemente podía llegar y observarlo como si fueran viejos amigos?

Draco quería desaparecer del mundo mágico hasta lograr sus objetivos. No quería tener contacto con nada que le recordara el pasado.

Pero no. Potter debía aparecer.

¿No entendía que él no lo quería ahí? Que no quería compartir su puta realidad con nadie. Que lo que menos necesitaba era encontrase con el Héroe Nacional. Con su antiguo enemigo, con su némesis.

Con aquel hombre que lo miraba con atención, espiando su trabajo e inmiscuyéndose en su vida.

Terminó el retrato. Sonrió con falsa modestia cuando los retratados alabaron los dibujos. Aceptó el dinero con profesionalismo y no como si esa fuera su forma de vivir.

Orgulloso y altivo; como le habían enseñado.

Respiró hondo mientras sus clientes se alejaban comentando lo bueno de su trabajo. Se levantó de su puesto y se giró lentamente.

―¿Qué demonios estás buscando, Potter? ―preguntó, claramente alterado. No agregó nada más, no era necesario; cada palabra estaba impregnada de rabia. Rabia que había aprendido a controlar durante aquellos meses aceptando que sentirse así no le devolvería su magia ni lo ayudaría a vengarse.

Se había reprimido. Se había controlado. Había convertido todo lo que sentía en delicados trazos y oscuras figuras.

Así había sido siempre. Dibujar y pintar era su forma de expresarse. Por su educación no era libre de decir, ni con palabras ni con gestos, lo que sentía. Encerrarse en su mundo de colores y líneas era su forma de ser libre.

Nadie más que su madre lo sabía. Nadie más que su madre debía saberlo. Y ahora el jodido Harry Potter se negaba a responder a su pregunta y a desaparecer de su vida.

―Nada ―respondió tranquilamente―. Sólo te observaba pintar.

Draco lo miró con los puños apretados, reprimiendo las ganas que tenía de empujar a Potter hacia el río y que se perdiera entre la corriente.

No lo haría, no era estúpido. Había perdido su magia por mucho menos que matar al salvador.

Simplemente sonrió de lado de forma malvada, demostrando una tranquilidad que no sentía.

―Nada ―repitió con sorna. Claramente no le creía―. Escapaste ―declaró―. El mundo mágico no es suficiente para ti y vienes a conquistar otra legión de fans―. Draco hablaba con calma, con una lentitud y seguridad exasperantes―. Dime la verdad o vete; "nada" no es suficiente.

Potter parecía sorprendido frente a su honestidad.

―No me escapé ―dijo frunciendo el ceño―. Y si me conocieras sabrías que detesto a los "fans" ―la última palabra la dijo con hastío.

―No, no te conozco. No me conoces, y no nos interesa hacerlo ―dijo Draco sin desviar la vista de Potter―. No tenemos nada más de qué hablar. Vete y no aparezcas más por aquí.

Draco volvió a girarse y se distrajo viendo a las aves trazar figuras sobre el río, intentando no girar el rostro para encontrar a Potter tras él.

―Me interesa.

Fueron dos palabras dichas en voz baja a su espalda. Quizás fue el tono o quizás el dueño de aquella de aquella voz, lo que hizo que Draco se girara velozmente, tanto que el cuello le quedó adolorido.

―¿Qué te interesa, Potter? ¿Reírte de mi vida? ―inquirió Draco a la defensiva mirando con renovada furia al mago. Potter no respondió―. Porque no lo voy a permitir―. Draco dio un paso más, dejando a Potter atrapado entre su cuerpo y la baranda.

Los ojos verdes no se despegaron de los grises. Quizás esperando, quizás buscando.

―¿A qué le tienes miedo? Ambos estamos aquí por un motivo. Pensé que ya lo habías asumido: tú y yo no somos tan diferentes.

Draco dudó entre sentirse ofendido o comenzar a reír.

Potter separó los brazos de la baranda y se enfrentó a Draco. Sus cuerpos separados por menos de treinta centímetros, los brazos a sus costados y los ojos desafiantes.

A su alrededor no había nada más que silencio y Draco podía escuchar su propia respiración.

Cuando el olor de Potter lo invadió, cuando sintió que los ojos de éste podían ver más de lo que él deseaba mostrar y cuando el cuerpo de Potter parecía demasiado imponente como para dejar de mirarlo… Draco se alejó.

―No me interesa. No te creas tan importante, Potter. Aquí y para mí, no eres nadie.

Potter pareció medir sus palabras. Su rostro no expresaba nada.

El sol ahora estaba a la espalda de Potter y Draco no podía distinguir perfectamente sus rasgos, pero podía asegurar que los ojos verdes no dejaron de examinarlo.

―No puedo competir contra tu arrogancia ―declaró Potter, antes de comenzar a caminar a lo largo del puente.

Draco no pudo evitarlo, sus ojos grises siguieron el andar relajado de Potter.

Entrecerró los ojos preguntándose qué quería Potter de él.

-

Había llegado en mayo y aquellos cuatro meses habían sido los más instructivos y difíciles de su vida. Después de la guerra sólo había deseado volver a ser un joven mago viviendo la vida.

Después de haber cargado con la responsabilidad de su padre, después de haber hecho lo imposible para mantener a sus padres con vida…

Pero no, ahora tenía que enfrentarse a la vida de una forma tan real y completa que al principio pensó que lo sobrepasaría. Que era demasiado.

Demasiada responsabilidad para sus diecinueve años.

Hacerse cargo de su propia vida, sin recursos y en un mundo ajeno, poco conocido y a veces hostil… había sido todo un reto.

Pero lo había superado como todo buen Malfoy. Sin embargo, sin el sueño del arte no habría logrado salir de Londres.

El arte; la pintura y el dibujo, ahora lo eran todo. Su presente y su futuro.

Y por eso podía sentirse dueño de sus pasos.

La noche estaba agradable, estaban en primavera, y el paisaje parisense era su escenario. Draco caminaba hacia su departamento-taller luego de haber pintado todo el día. Deseaba visitar una librería, necesitaba un nuevo croquis.

Era esperable, pero de todas formas se alegraba de su gran éxito como pintor callejero.

Se había hecho tarde, y Draco dirigió sus pasos por calles vacías, no deseaba encontrarse con los turistas que inundaban su país actual.

Dobló en una esquina que llevaba hacia un bar que frecuentaba cuando quería desestresarse, sólo por la costumbre de hacerlo.

Un movimiento brusco en uno de los callejones laterales llamó su atención. Se detuvo, curioso.

Vestía jeans y una camisa negra que resaltaba sus rasgos y lo ayudaban a perderse entre las sombras de la noche. Un grito acompañó el movimiento y terminó por llamarlo. Draco, con las manos en los bolsillos, el bolso y el atril al hombro, fue a ver qué llamaba su atención.

Deseó no haberlo hecho. Al igual que deseó no haber mirado cuando Potter había aparecido en el puente.

Quizás tendría que rendirse a las evidencias y enfrentarlo; Harry Potter estaba frente a sus ojos, otra vez.

Draco sonrió a su pesar. El destino le ofrecía la posibilidad de pagar la deuda de vida que tenía con el Gryffindor. Potter estaba borracho, siendo, aparentemente, asaltado y golpeado por otro hombre.

Dudó, no quería salir herido por ayudar a Potter. Un quejido y el sonido de un cuerpo siendo azotado contra una pared, terminaron por decidirlo.

Arrêter (1)―dijo en el tono más autoritario y arrastrado que encontró. El ladrón se detuvo sorprendido de que alguien se inmiscuyera en sus asuntos.

Aucune de vos affaires, l'anglais (2)―contestó el ladrón, alzando el brazo para golpear nuevamente a Potter.

Draco, en un acto estúpido, se acercó rápidamente y detuvo el brazo en el aire. El ladrón se giró para, seguramente, golpearlo. Draco no sabía ni le gustaba luchar. Maldijo por enésima vez a los idiotas que le prohibieron hacer magia, con un impedimenta todo habría terminado.

Algo interrumpió sus pensamientos y el más que probable golpe; Potter se había lanzado sobre su atacante, cayendo, ambos, como peso muerto sobre el piso.

―Tenía todo controlado ―masculló Potter, dándole un tembloroso puñetazo en el rostro al ladrón.

―Por supuesto ―dijo Draco sacudiéndose la ropa y mirando despectivamente a Potter. Respiró hondo, decidiendo qué hacer a continuación―. Estás ebrio ―concluyó con obviedad―, qué gran ejemplo eres: borracho y participando en peleas callejeras.

Potter, sentado sobre el atacante ya inconsciente, no respondió. Al parecer estaba buscando sus documentos y se limpió un rastro de sangre que corría desde sus labios hasta la barbilla. Tenía las mejillas coloradas por el alcohol y el pelo horriblemente desordenado. Su ropa se veía sucia y le daba un aspecto de decadencia que Draco no había visto nunca en él. O quizás sí. Justo después del duelo final.

―Te ves horrible ―dijo Draco, mirándolo con condescendencia.

Potter alzó la vista y gruñó algo inentendible mientras se apoyaba contra una pared. Draco se maldijo por lo que estaba pensando, sin embargo no se detuvo, no podía dejar a Potter ahí. Bueno, técnicamente sí podía hacerlo, pero era una oportunidad en un millón para salvarle la vida al condenado y pagar su deuda. O eso quería creer Draco.

―¿Dónde te estás quedando? ―preguntó Draco mientras ayudaba a Potter a levantarse. Éste no se lo impidió; apoyó un brazo sobre los hombros de Draco y se dejó hacer.

―Ahora en ninguna parte ―gruñó Potter entrecortadamente, sujetándose a una pared y a Draco. Parecía estar a punto de desmayarse en cualquier momento.

¿En ninguna parte? ¿Qué clase de respuesta era esa? Draco comenzó a caminar bruscamente, no tenía ni quería ser amable.

―¿Y tus cosas? ―volvió a interrogarlo Draco. Recordaba que la primera vez que lo vio en Francia, Potter andaba con una gran mochila al hombro…

―Me las robaron ―dijo con la voz más ronca de lo normal. Se separó rápidamente del apoyo de Draco como si lo quemara e intentó caminar solo y erguido. Fracasó. Sus pies tropezaron y se vio obligado a sostenerse de Draco para no ir a dar al suelo. Gruñó otra vez. Seguramente intentando mantener el orgullo a pesar de todo.

Draco bufó molesto y volvió a tomar el brazo de Potter.

―Eres un idiota Potter, ¿cómo que te robaron las cosas? ―preguntó, pero más que una pregunta era un ataque. Luego negó con la cabeza decidiendo que dejaría las burlas para cuando Potter estuviera sobrio―. No, no me respondas, no quiero contagiarme de tu estupidez. Y dime, héroe ―dijo Draco mientras retomaba el paso―, ¿qué pensabas hacer hoy?

―Claramente no estar contigo ―respondió Potter, sacudiendo la cabeza y separándose débilmente de Draco, como si no quisiera hacerlo realmente.

Draco sonrió divertido.

―Oh, me ofendes ―dijo irónicamente, luego continuó un poco más serio ―¿pensabas pasar la noche follando en algún lugar?―. La pregunta estaba cargada de malas intenciones e ironías normales en Draco, sin embargo éste se sorprendió al escuchar un toque de reproche en su propia voz. Negó con la cabeza, intentando no pensar qué le importaba a él lo que Potter hiciera. Bufó contrariado y continuó―: no me sorprendería que planearas eso a pesar de no entender si te dan un no como respuesta ―agregó Malfoy refiriéndose a la ignorancia de Potter para hablar francés. Divertido como estaba mirando a Potter en su intento por caminar erguido y no parecer humillado, Draco no se dio cuenta de que estaba dirigiendo al otro mago hasta su casa.

Potter no respondió y siguió caminando por las calles parisenses en estado de ebriedad, apoyando su peso en Draco.

-

Ni él ni Harry podían saberlo, pero Malfoy era algo más que un soporte, era una salvación y Potter… Potter era un cable a tierra.

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Llegaron al departamento-taller de Draco. La situación era tan bizarra que era mejor no pensar en ello. ¿Qué hacía Harry Potter allí? ¿Qué hacía Draco Malfoy ofreciendo ayuda al héroe? Mejor no saberlo.

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―¡Potter! ―exclamó Malfoy, sacudiendo a un semiinconsciente Harry.

―Malfoy… ―dijo Harry abriendo con pesar un ojo, el que no tenía morado ―¿Malfoy? ―repitió, pero esa vez era una pregunta retórica un poco asustada. Harry logró abrir ambos ojos, despertándose completamente.

―Me alegra que estés vivo, Potter ―dijo irónicamente Malfoy, vaciando un vaso con agua en la cara de Potter, a pesar de que ya no era necesario hacerlo―. Aunque debo reconocer que si te murieras me harías más feliz.

Harry sólo gruñó y volvió a cerrar los ojos, la cabeza iba a partírsele en cualquier momento.

―Eres un imbécil, Potter ―dijo Malfoy, dejándolo solo en la oscura habitación en la que estaba.

-

Pasaron algunas horas, o quizás un día. Realmente no tenía forma de saberlo. No tenía reloj y apenas veía a su alrededor. Uno de los vidrios de sus lentes estaba trisado, sentía un ojo hinchado y le dolía fuertemente un costado. ¿Qué había estado haciendo las últimas semanas?

Joder que no tenía idea de cómo había llegado hasta donde estaba. Un momento, ¿dónde estaba? Lo último que recordaba claramente era a un hombre golpeándolo. Ah, y a Malfoy despertándolo. ¿Malfoy?

Lentamente fue consciente de su alrededor. Estaba recostado sobre un sillón pequeño, pero cómodo. Su cuello estaba doblado y tenía un brazo dormido. Se tocó el cabello, el rostro y los bolsillos. Gracias a Merlín aún tenía su varita. Sus documentos no estaban, pero ya no le importaba tanto como estar vivo y entero. ¿Qué demonios le había pasado para quedar en ese estado?

Se levantó con esfuerzo hasta quedar sentado sobre el sillón. Luego de algunos minutos, sus ojos se acostumbraron a la oscuridad y divisó una puerta a través de la cual se veía un poco de luz. Se dirigió hasta allí sosteniéndose la cabeza con la mano derecha, cubriendo parcialmente sus ojos.

―En la mesa hay dos aspirinas ―dijo una voz sobresaltándolo. Harry se giró rápidamente. No sabía qué esperar. No sabía dónde estaba. Con suerte sabía quién era. Malfoy estaba sentado en el alfeizar de una ventana fumando un cigarrillo. Miraba a Potter intrigado, con una mezcla de curiosidad y condescendencia que Harry no quería ver en aquellos ojos―. ¿Qué demonios has estado haciendo, Potter? ―preguntó, apagando el cigarro en un cenicero de vidrio.

Harry no pudo despegar los ojos de la colilla que estaba siendo triturada contra el vidrio. Se sentía así, como si lo hubiesen pisoteado muchas veces. Necesitaba dormir. Tardó unos segundos en reaccionar, pestañeó algunas veces y fue hacia la mesa. Luego buscó agua en la cocina y se tragó las dos pastillas. Probablemente con un poco de magia habría sido más fácil solucionar su resaca, pero Harry no tenía ni idea de cómo hacerlo. Y Malfoy, bueno, no podía.

Se quedó quieto unos minutos sosteniendo el vaso vacío. Le costaba coordinar sus miembros y, aparte de la cabeza, le dolía el ojo derecho.

Dejó el vaso lentamente sobre la encimera con un ruido sordo que resonó en la habitación. Había demasiado silencio.

―¿Qué me pasó? ―preguntó quedo. No quería saber realmente qué le había pasado, pero sí necesitaba saber cómo es que había terminado en la casa de Malfoy.

Éste alzó una ceja. Parecía decepcionado, aunque no tendría por qué estarlo, no era como si Harry le debiera algo.

―Te emborrachaste como neandertal y te golpearon ―dijo Malfoy incorporándose, caminó hacia un sofá que estaba cerca de la ventana y se sentó con delicadeza. Harry seguía atentamente cada movimiento del rubio sin decir palabra, procesando lo que él decía―. Ah, y te robaron todas tus cosas, creo ―agregó en un tono que claramente decía "eres imbécil".

Harry cerró los ojos incapaz de responder de alguna manera coherente. De cierta forma sabía que se merecía que alguien le recriminara lo idiota que había sido.

Pasaron varios minutos en silencio. Malfoy alternaba la mirada entre la ventana y Harry. Y éste intentaba aclarar su mente.

―Sólo una vez ―comenzó a decir Harry lentamente y en voz baja, pero en el extraño silencio que había en la habitación, su voz era el centro de atención―. Sólo una vez quería hacer una locura propia de mi edad.

Malfoy no respondió inmediatamente. Cruzó las piernas y se acarició la barbilla. Estaba serio y Harry no entendía cómo podía verse tan mayor. Repentinamente se sintió como un niño frente a un adulto, frente a alguien con experiencia… con vida.

―Y bien que lo hiciste. Te emborrachaste, follaste y peleaste ―dijo Malfoy irónicamente―. Te felicito, has agrego más cosas al currículum de salvador del mundo.

La situación era bastante risible. Ambos eran unos chicos de diecinueve años lanzados a la vida como si fueran adultos responsables de sus propios actos. Y claro que lo eran, habían pasado sus vidas luchando por sobrevivir, Harry no entendía por qué vivir era tan complicado.

―¿Qué hago acá? ―preguntó Harry bruscamente, descartando la provocación de Malfoy.

―Estuve tentado a dejarte en la calle.

―No lo hiciste.

―Obviamente.

Harry suspiró derrotado. Malfoy lo superaba en muchos aspectos, eso él podía reconocerlo. Parecía tan controlado y adulto. Tan fino y maduro. Tan responsable de su vida. Tan… tan hombre. Y él parecía un crío.

Se levantó de un salto sin pensar en lo mareado que estaría al hacer eso. En aquel momento fue consciente de la situación en la que estaba; no tenía dinero, no tenía un lugar dónde dormir, no tenía ropa, no tenía nada más que su varita. Pero no volvería a Londres. No. Sólo habían pasado seis semanas…

―Malfoy ―comenzó a decir dudoso, sin mirar a su ex compañero de colegio. Respiró hondo y lo enfrentó―, gracias. Yo… ―continuó, pero realmente no sabía qué decir.

―No hago esto por ti― fue la respuesta de Malfoy. Harry lo miró sin entender―. Si te ayudé no fue por ti ―aclaró―, fue porque tengo una deuda contigo.

Harry no quiso decir nada. Claro. Malfoy no podía hacer algo sin pensar en su propio beneficio. Aquello lo molestó. Él lo habría ayudado sin pensarlo, y lo había hecho, más de una vez. De repente sintió que algo le ardía en el pecho, se sintió enojado y con ganas de decirle a Malfoy todo lo que pensaba.

Pero no dijo nada. Debía pensar en sí mismo también, y él no estaba en estado de discutir con nadie. Sin embargo, se sentía humillado.

Miró a Malfoy con algo parecido al odio, algo que no había sentido en mucho tiempo.

―Eres un… un… ―comenzó a decir incapaz de guardar silencio, pero no continuó. No sabía qué decir. Realmente no sabía.

―Potter ―lo cortó Malfoy―, no intentes recalcarme nada. Te lo advierto ―continuó, serio―. No estás en condiciones de exigir nada. No puedes esperar que yo te ayude sólo por hacerlo. Yo no soy como tú ―aclaró, como si no fuera obvio―. Me alejé de Londres por un motivo, tenerte aquí es recordarlo. Y no quiero eso ―explicó―. Pero tampoco soy un bastardo, Potter, no iba a dejar que te mataran a golpes ―reconoció sin cambiar su expresión.

Harry no supo cómo se sintió frente a aquello, pero probablemente su rostro dijo más de lo que él pensaba, porque Malfoy lo miró entrecerrando los ojos, advirtiéndole silenciosamente que no dijera lo que estaba pensando. Harry no pensaba decirlo, principalmente porque no sabía qué estaba pensando.

Malfoy volvió a hablar antes de que Harry pudiera encontrar algo que decir.

―Dúchate y vuelve a dormir, apestas —dijo el Slytherin sin levantar la vista—. Y repara tus lentes, que pareces un vagabundo —agregó.

Luego Malfoy se levantó del sofá, terminado la conversación. Le dio la espalda y se dirigió hacia una pequeña estancia que Harry no había notado; era un improvisado taller de pintura.

Harry se quedó de pie unos segundos sin saber qué hacer o en qué película muggle estaba. Era todo tan bizarro. Sin embargo, concluyó que ducharse y dormir era la mejor opción. Buscó el baño y se encerró en él. Limpió sus ropas con unos rápidos fregotegos, arregló sus lentesy se duchó durante largos minutos. Su mente se despejaba cada vez más, lo que aumentaba sus ganas de buscar alcohol y emborracharse por haber sido tan idiota.

Salió de la ducha, se vistió y volvió al lugar donde había despertado. Quizás la próxima vez que despertara estaría en la Madriguera y se reiría de sus extraños sueños.

Continuará...

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(1)Detente.

(2)Preocúpate de tus asuntos, inglés.


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