¿Qué es el amor? El anhelo de salir de uno mismo.

Charles Baudelaire


8. Anhelo


Draco Malfoy atravesaba los pasillos sin el menor interés en lo que lo rodeaba.

Siempre había vivido con una rígida tensión creciendo en sus entrañas, así lo habían criado y conforme crecía, la gravedad de su vida se había acentuado desde el regreso del Señor Tenebroso y los líos con el bueno para nada de su padre.

Sin embargo, aquella mañana, Draco era una persona más entre los estudiantes, un Slytherin más, un rubio (innegablemente atractivo) más.

Escuchó risas; alzó la vista para ver al grupo que solía frecuentar unos pocos pasos delante de él, jóvenes e ignorantes de tantas cosas que él sí que conocía. Por una vez, se sentía mimetizado con aquellas imágenes tan cotidianas, si bien no tenía ninguna intención de acercarse a fingir cordialidad; menos con Pansy mirándolo como una mendiga cada vez que pasaba a su lado.

Claro, sólo porque en una o dos ocasiones, él había cometido el error de besarla – con varias copas de whisky de fuego encima, todo sea dicho-, la chica todavía se creía con el derecho de ser perdonada por cuanta tontería cometiera.

Ilusa.

Era la primera hora de la mañana. Pociones con los Gryffindor.


Ron siguió haciendo rodar su pequeño y viejo – heredado- caldero por el extenso escritorio, adormecido. A su lado, Harry dormitaba plácidamente sobre sus pergaminos.

- Deberían verse a ustedes mismos, son el vigor encarnado.- se burló Hermione, antes de sumergirse en la revisión de sus insoportablemente extensos apuntes.

Ronald suspiró pesadamente, justo en el momento en que los Slytherins de sexto año hacían su siempre triunfal llegada. Por supuesto, el objetivo (tache el error) profesor Snape pocas veces reclamaba a las serpientes su evidente tardanza.

Lo cierto es que todavía no se acostumbraba a la adrenalina que parecía poseerlo cuando escuchaba las despóticas risotadas de los integrantes del grupo verde y plata, mientras su subconsciente buscaba entre las voces un tono conocido…

Un estrépito lo sacó de su ensimismamiento; alguien acababa de tirar su caldero – cuyo estado ya era deplorable- al pasar. Alzó la cabeza, más por inercia que en espera de una explicación – porque era obvio que había sido uno de los recién llegados, y dudaba bastante de la posibilidad de que un Slytherin hubiese hecho aquello casualmente- y se encontró con un par de ojos hinchados y de matiz poco amigable. Era Parkinson.

- ¿Cuál es su problema contigo? – Hermione se había inclinado hacia él, el ceño fruncido, la indignada intriga bailando en sus palabras. Ron sólo se alzó de hombros.

- Tal vez le gusto.- dijo lo primero que se le ocurrió (que resultó ser tamaña tontería), antes de que un familiar rostro ocupara su campo de visión.

- Weasley.

El caldero volvió a su sitio.

Las cejas de Hermione se alzaron, los ojos de un repentinamente despierto Harry se agrandaron, las pulsaciones de Ron incrementaron – sin ninguna delicadeza, cabe señalar- y la sonrisa de Draco era la misma de siempre, de cuando todos los veían y no podían comerse las caras, sólo que acababa de recoger el dichoso caldero sin ninguna palabra insultante, y posiblemente – según los hechos- sin ninguna doble intención.

- …

Un gracias habría estado bien, probablemente. Aunque un ¿y éste qué se tomó? también habría caído como anillo al dedo. Pero la nueva capacidad adquirida por el pelirrojo para mentir/disimular descaradamente acababa de expirar frente a esa sonrisa.

Era la de siempre, pero al mismo tiempo, era una completamente distinta.

- Sólo falta que Zabini venga a bailarte sobre la mesa.- el acertado comentario, emitido por su amigo, dejó el asunto por zanjado.

Al menos, por aquel día.


Sala de Menesteres. Once cuarentaisiete pe eme.

Cuando el cuerpo del otro estuvo a escasos centímetros de él, Ron se dio cuenta de que por más que lo intentara, sólo podía vencer la timidez en momentos de absoluta tensión o rabia, caso que no se daba en aquellos instantes.

Ahora, sin embargo, algo en todo aquello era distinto. Algo había cambiado. No sabía si el hecho de que Parkinson hubiera metido sus narices había influido en ello, pero lo sospechaba. Después de todo, a presente, Ronald sabía que Draco daba a esto – como afectuosamente lo apodaba- más importancia de la que quería demostrar.

Lo que habría servido para fastidiarlo durante un buen tiempo, si la cosa no hubiese sido silenciosamente mutua.

- Mírame, Weasley.- la misma voz, la de siempre, demandante, desagradable casi.

Por qué no.

Pocos podrían haber leído, al acatar lo exigido, el anhelo en los ojos grises de su acompañante.

Era algo chocante que todo hubiera terminado de esa manera, por lo que Ron prefería no ver hacia atrás, ni hacerse tantas preguntas que, probablemente, no tenían una respuesta concreta.

- No eres tan malo como pareces, ¿eh, Draco?

De todo lo que pudo esperar, jamás pensó que eso sería un beso.

Por lo que, de momento, lo mejor era no pensar.


Admiro vuestra belleza, ahora, en total adoración, y canto sobre ella, porque os anhelo.

Adam Mickiewicz


En el nombre de un elfo doméstico adicto al crack, ¡nadie me dijo que había puesto Parvati en lugar de Pansy en el primer capítulo! ¡El primero! Y yo, como es obvio, no me di cuenta ni por si acaso xD

Whatever, igual ya lo cambié.

Bueno, éste va para todos, espero que esté decente u0u, y muchas gracias a quienes siguen el fic… a cada lector, sin excepción. Todos.

Toditos xD

Nos vemos :3