Misaki creía que jamás entendería por qué a Usagi-san le encantaba tocarlo, manosearlo tanto todo el tiempo.

Es decir, el joven estudiante de Mitsuhashi sabía perfectamente que ya eran amantes y que los besos, las caricias y tener relaciones sexuales no era algo fuera de lo común, ¿pero acaso era normal que el escritor de renombre tuviese un libido tan activo?

Y por ello una noche, antes de sucumbir al placer de encontrarse entre las manos hábiles de Usagi-san, decidió sacarse la duda de encima:

– Es que tú eres mi cosa favorita, Misaki – le mordió la parte superior de la oreja a lo que el otro reaccionó con un suave gemido.

– Ahn… Eso… Eso no tiene ningún sentido… Estúpido conejo… – fue lo único que alcanzó a decir, dado que una vez más su estado mental se encontraba desestabilizado por culpa de su compañero.

– Claro que sí lo tiene – le dirigió una de sus típicas sonrisas seductoras –. Así como hay gente que gusta de releer sus libros favoritos una y otra vez, gente que puede mirar mil veces su película preferida, gente que puede oír repetidamente su canción predilecta sin cansarse; yo no puedo agotarme nunca de tener más de ti – Misaki no pudo controlar sonrojarse, y antes de que volviese a preguntar, Usagi-san se le anticipó: –. Seguro que todavía no lo entiendes porque eres un niño.

Tenía toda la razón del mundo.