¡Hola! Ya sé que algunos dirán ¿Otra vez? ¿Qué hace esta tipa publicando...? Pero bueno, el vicio es el vicio xDDD

Esto en realidad tendría que ser un One-shot, pero se me hizo tan largo que lo publicaré en dos capítulos. Para variar, viniendo de mí, es un Dramione. Tiene escenas de sexo y lenguaje de adultos xDD

Es una historia que se la dedique a una amiga por su cumpleaños y ahora la traigo a .net para que lean y disfruten o se asqueen (?)

Bueno, sepan que bien no está ubicada en un momento preciso de la línea del tiempo, simplemente quedó como fue saliendo del horno =)

Para los que lean La Espía, no se preocupen, dentro de poco 8o nada xD) se viene la continuación Y QUE CONTINUACIÓN xDD

¡Ahhhh me olvidaba! Mi cabello no es rubio y sin duda alguna no soy inglesa, por lo que, todos los personajes y lugares le pertenecen a JKR, el resto es pura habladuría mía

Ahora ¡lean, lean, lean!


Euskadi

By

Meli.

1.

Despertar

HERMIONE

El día estaba frío, curiosamente la nieve había invadido cada rincón de aquel lugar. Era de esperarse que se amontonara en la fachada de alguna casa o en las bocacalles; quizás los niños podrían jugar hechizando bolas de nieve para lanzárselo al primero que se cruzase por su camino. Pero como allí no existían tales cosas, nada de eso podía ocurrir. Nadie necesitaba calles, nadie necesitaba casas, nadie necesitaba niños.

La causa era simple: en aquél lugar solo vivían dos personas.

Lo que si era necesario, era una gran plaza, llena de flores y arbustos. Con algún arrollo lleno de piedras exóticas y hermosas. Quizás también una cama de jazmines y almohadones de algodón. Con sábanas de seda roja y mantas pesadas. Un cielo celeste como el color que gobernaba sus corazones y un poco del susurro del viento contra el agua y las hojas de los árboles altos y florecidos.

No existían las sombras, ya que uno cumplía aquella función en el otro. Además en aquel imperio jamás se ponía el sol. De lo contrario, siempre los miraba desde lo alto, regalándoles suaves reflejos dorados y cálidos.

El clima siempre era igual, siempre era primavera. Era temeroso que variara, ya que significaría que algo no estaba bien, que el futuro de aquel reino estaba en crisis.

Por eso cuando despertó de su letargo y vio la nieve, tembló. No solo por el frío, sino por entender lo que aquello significaba.

- ¿Draco? – preguntó, pero como respuesta solo obtuvo el suave eco de su propia voz contra la nieve que, conmocionada, cayó de la punta del risco más alto.

Ella se llevó una mano a la boca y cerró los ojos. Como palomas volando contra el viento, su estómago respondió al dolor que la embargó. Era como si alguien se hubiera empecinado en sacarla de su perfecto reino hacia ese lugar que ella no quería recordar y que llevaba horas intentando olvidar. Una solitaria lagrima se escurrió de sus ojos y delineó su rostro para perderse en su vestido de verano que tan descolgado quedaba para el momento.

La fuerza ejercida sobre su débil cuerpo, era similar a la que cumplía un anzuelo. Pero desde el pecho y eso dolía más. Tanto luchaba contra aquella sensación que pronto el vacío la llenó.

- ¡Draco, por favor! – gritó.

Se abrazó a si misma y rompió en llanto. No podía creer que hasta ayer él había estado a su lado, bajo el sol de Euskadi, disfrutando de la suavidad y aroma del reino donde nunca se ponía el sol. No quería recordar, pero debía hacerlo.

Cerró lo ojos y mientras su mente se volvía al blanco se convenció a sí misma de que el Imperio volvería a ser tan brillante como antaño solamente si decidía enfrentar los recuerdos y aceptarlos…

2.

El comienzo

HERMIONE

- ¡Maldito Narciso!, Tendría que regalarte un espejo para que te veas reflejado y te mueras, sin siquiera ensuciarme las manos – chilló Hermione.

Él, como era su costumbre, rió sintiéndose totalmente poderoso.

- Se ensuciarían las mías Granger, por tocar el mismo mango que una sangre sucia.

- ¿Y con eso qué? Ya estarías muerto, tendrías el resto de la eternidad para lamentarte en el infierno.

- Puede ser, si el espejo remotamente llegase sano y salvo después de reflejarte a tí.

Hermione no supo bien que contestar a aquello. Decirle que su madre creía que su belleza era "exótica y enigmática" solo causaría que el chico se muriera de un paro cardiorrespiratorio a causa de la risa.

- ¿Tan mal mago eres que acaso no sabrías conjurar un simple Reparo Malfoy? – tanteó y por la cara de su contrincante se vio victoriosa.

Los ojos de Draco, fríos como un témpano, se clavaron en Hermione, cual daga en la diana. Apretó con fuerza las mandíbulas y los nudillos, volviéndolos blancos.

- Nunca, en tu despreciable vida, se te ocurra hablarme de ese modo Granger – espetó.

Hermione inconcientemente retrocedió un par de pasos. Intentó aparentar compostura y tranquilidad. Aquel tono de voz, junto con la postura del Slytherin la había tomado por sorpresa asustándola.

- Yo preferiría no tener que hablarte en absoluto – dijo.

Luego se agachó para tomar sus libros, causa de la discordia del día entre ella y Draco Malfoy. Una vez recogidos, se puso de pie y pasó al lado del chico sin siquiera mirarlo.

Draco al verla pasar, creyéndose la reina de Inglaterra, caminando pomposamente sin dignarse a mirarlo, sintió que la furia se apoderaba de su cuerpo, obligándolo a decir lo primero que le viniese a la mente.

- Maldita sea Granger, las cosas no quedarán así.

Ella de espalda sonrió. No, las cosas no quedarían así, nunca quedaban así. Siempre había una "otra vez" que los dejaba verse y hablarse, aunque fuese de manera tan estúpida.

- ¿Te molesta no quedarte con la ultima palabra Malfoy? – gritó, perdiéndose en el recodo de una esquina.

Draco se llevó las manos al pelo y suspiro.

- Si, me molesta – contestó, pero ya era tarde, ella ya estaba lejos para oírlo

3.

Anochecer

HERMIONE

Las imágenes de aquel día se vieron envueltas en una nebulosa blanca. Para cuando Hermione abrió los ojos, el cielo de Euskadi se había teñido de un violeta furioso. Maldita sea, iba a anochecer, después de tanto tiempo…

La nieve se había derretido y las hojas caían de los árboles, como si estuviesen en otoño.

El clima se había trastornado por completo

4.

Descargando.

HERMIONE

No aguantaba más. Necesitaba encontrarlo en algún pasillo, discutir por cualquier idiotez y después ir a la biblioteca a estudiar. Descargar, eso es lo que necesitaba. Descargar todo el peso que iba guardando en su mochila. Descargar horcruxes, muertes, dolor, injusticia y los labios de Ron contra los de Lavender…

Tomó su cartera de cuero, donde guardaba todos los libros, y salió caminando con prisa.

En el recorrido se detuvo varias veces al ver a lo lejos alguna cabellera rubia. Pero ninguna de ellas era la de él. Era fácil distinguirlo de los demás, el maldito tenía tonalidades platinadas mezcladas con el resto del pelo rubio.

Finalmente en un rincón lo encontró. Para variar, estaba molestando a un par de estudiantes de primer año.

¡Bingo! Ya tenía la excusa perfecta.

- Niños, vuelvan a sus salas comunes. Y vos – dijo dirigiéndose a Malfoy y apuntándolo con su dedo índice – que sea la última vez que te vea abusando del poder.

Draco sonrió burlón y ladeó la cabeza.

- Por favor, Granger, no me apuntes con el dedo, no es que tu uña encarnada sea precisamente adorable.

Hermione apretó las mandíbulas y dejó que la ira fluyera libremente alimentándose de aquella risa peculiar que él emitía entre dientes.

- Ya me oíste Malfoy, si tuviste un maldito mal día no te desquites con los demás – chilló.

El rubio puso los ojos en blanco y acomodó su peso sobre la pierna derecha.

- Tres palabras Granger: No me jodas.

Hermione era conciente de que tenía la mirada algo crispada y los labios tensos de ira.

- Se lo diré a McGonagall – amenazó.

Draco alzó las manos a la altura de sus ojos y las balanceó con rapidez de un lado al otro.

- Mira como tiemblo. Insisto, no me jodas.

- Maldito hurón – bufó.

Dio la vuelta y caminó en la dirección opuesta, con la frente tan alta que podía sentir el cuello incómodamente rígido.

Al lo lejos se escuchó la voz de Malfoy gritar "Hey, tú. Diez puntos menos para Hufflepuff".

5.

Tic, tic, tic.

HERMIONE

- ¿Te molesta? – preguntó por decimacuarta vez.

Y ella tenía – por decimacuarta vez – ganas de decirle "Si, con un demonio. Me fastidia hasta lo indecible."

- No, para nada.

Él ensanchó su sonrisa burlona.

- De acuerdo.

Tic, tic, tac.

Tic, tic, tac.

Tic, tic, tic,

Tac, tac, tac.

Pum, pum, pum.

Pum, tic, pum, tac, tac

Taca, taca, taca.

DRACO

Realmente habría parecido que no le molestaba si no apretaba con tanta fuerza la pluma o si su letra en el pergamino no saliera tan cuadrada en partes y tan puntiaguda en otras.

Dos días atrás se había enterado de que su padre estaba en la cuerda floja con quien-no-debe-ser-nombrado. En cuanto había leído la carta la había tirado a la mierda y, acto seguido, había salido a buscar a Granger. Caminó sin rumbo alguno hasta la torre Gryffindor. Si, porque ahora sabía donde carajo estaba. No porque la siguiera, sino porque… Bah, yo no se acordaba.

La había buscado por la cabaña del oso Hagrid, por la sala multipropósito, por la biblioteca, por los terrenos, por la sala de los profesores. Y siempre había obtenido el mismo resultado. Nada.

Puta barata. Castor de mierda. Gusano mocoso. Impura del demonio.

Y mientras la insultaba de arriba abajo, buscando cualquier defecto por insignificante que sea para anotarlo en su lista de "Imperfecciones que Granger puede tener", había escuchado a los imbéciles de los amigos que tenían todo el tiempo y la libertad para verla, comentando lo deficientes que eran y lo mucho que deseaban que Hermione volviera del Hospital para pedirle que los ayudara con los deberes. Perfecto.

Con cuidado de no ser visto, había parado el oído, deseando saber porqué mierda Granger estaba en el hospital. No creía que finalmente fuese a operarse el rostro como él muy a menudo le sugería.

- Está esperanzada ¿a que no? – había preguntado el imbécil de Weasel.

- Creo que si. Espera ser la madrina.

Bah, y una mierda.

Nada interesante, resolvió. Granger se había ido del castillo a presenciar un nacimiento, como si eso fuese más importante que su necesidad de largar todo el veneno que lo estaba consumiendo.

Para la hora de la cena, Draco la había visto llegar y ocupar su lugar junto a los deformes de sus amigos. La muy maldita sonreía, se la veía feliz. Todos a su alrededor consumían la felicidad que irradiaba de ella. La felicidad que él debía consumir.

Por eso, enrabietado como estaba, había jurado no dejarlo pasar y absorber, hasta dejarla más seca que una planta muerta, toda su maldita felicidad.

Al día siguiente había pasado frente a su caldero y mientras le preguntaba si finalmente la habían elegido madrina de un ternerito, le había metido ojos de sapo disecado a su poción y le había cagado las dos horas de preparación.

- Hijo de una gran puta – le había dicho ella lo más dura y seca que pudo. Intentando destilar desprecio en cada palabra. Todo esto, teniendo encuentra que Snape estaba frente a ella, ridiculizándola por su pésima poción. Hasta Neville lo había hecho mejor.

Aquella mañana, en la clase de defensa contra las artes oscuras, le había pedido al profesor si no era tan amable de dejarlo hacer el trabajo grupal con Granger, porque él podría ser de gran ayuda para todo lo que su compañera no entendiera.

Y todo eso, era la razón por la cual se encontraba golpeando la mesa con la pluma mientras ella escribía su parte del trabajo.

Tic, tic, tic

Aumentó la velocidad

Taca-taca-taca.

Taca-taca-taca.

Taca-taca-taca.

Hermione estiró la mano y le arrancó la pluma con ira. Era sorprendente observar como perdía el control en compañía de Draco Malfoy. Con la locura reflejada en la mirada, revoleó el objeto en cuestión contra una estantería de libros.

HERMIONE

El rubio curvó sus labios en una sonrisa burlona y era increíble como su satisfacción le llegaba a los ojos.

- ¿No es que no te molestaba? – preguntó y reprimió una carcajada.

Si me molestaba, albino de mierda.

- No lo hacía, ahora lo hace.

- ¡Oh! Claro, muy simple. Eso, Granger, se llama "salirse por la tangente". – Canturreó – Dicho muggle, ya sabes.

Ella se limitó a mirarlo con furia, si, furia, y luego bajó los ojos al pergamino. Pendejo de mierda.

El silencio se extendió, pero Draco Malfoy no necesitaba de una pluma para molestar, desde luego que no, el tenía armas mucho mejores. Como el habla, por ejemplo.

- ¿Por qué te fuiste antes de ayer? – preguntó y clavó su mirada en ella. Y Hermione, que alzó el rostro, bien sabía que ese par de ojos a veces podían llegar tan profundos que daba frío con solo imaginarlo.

- Mhn, bue… yo... eh… - de pronto se perdió en ese mar grisáceo. ¿Qué mierda se supone que debo decir en estos momentos? ¡Ah, si! - ¿Qué te importa?

DRACO

Todo y mucho.

- Intento hacerte creer que me interesa tu vida – lo cual burdamente quiere decir que no pude dormir pensando si realmente te convertiste en madrina de un ternero o qué.

- Ah.

"Ah" no dice una mierda, Granger.

- ¿Y? ¿Qué fuiste a hacer? – insistió.

La castaña lo contempló sin decir nada durante unos segundos. Nadie, y cuando pensaba nadie era realmente nadie, había demostrado tal grado de curiosidad por su breve ausencia en el castillo. Aquello la descolocaba, pareciera como si Draco Malfoy realmente estuviera intentando mantener una conversación y si pensaba salir viva de aquel calvario que él tenía pensado para ella, vaya-uno-a-saber-por-qué, sería mejor actuar con naturalidad y no dejar que su vista vagara mucho por aquel bosque gris para mantener la mente a salvo de cualquier ofuscamiento.

- Eh, está bien. Mi prima Mary tuvo una hija antes de ayer y como yo soy la madrina quería estar presente cuando naciera. Pedí permiso a Dumbledore para asistir al parto – comenzó y se entusiasmó tanto con la noticia que no pudo dejar la explicación en aquel punto – Verás, esperaba poder estar con Mary cuando diera a luz. Y como Mark, su marido, es sensible a la sangre, me cedió su derecho y me pidió que filmara todo. Yo estaba esperando cualquier cosa, ya sabes, sangre, coágulos, placenta, lo que sea… menos que la bebé lograra quemar la cinta…

Ella lo miró significativamente y Draco se dio cuenta que contenía la respiración y que se habían inclinado sobre la mesa para cuchichear. Pensando en lo agradable que se sentía el aliento de Granger sobre su rostro, no entendió el significado de sus palabras.

- ¿No es fascinante? – preguntó ella y pareció saltar de la alegría sobre su banco.

Draco se pegó al respaldo de su asiento, intentando aclarar las ideas. Parpadeó varias veces como un idiota y enfocó la mirada en ella. Una sonrisa enorme surcaba su rostro y sus ojos brillaban tan vivaces que él creyó que si apagaban todas las luces de Inglaterra, aquella mirada bastaría para iluminarla por completo.

- No Granger, creo que me perdí pensando en algo más interesante- dijo en cuanto fue capaz de razonar.

Hermione pateó el intento de insulto y chilló.

- ¡Mi ahijada es una bruja!

¡Oh magnífico! Otro castorcito endemoniado para Hogwarts.

Quizás en algún futuro su hijo tuviera que lidiar con lo que él estaba lidiando en aquellos momentos. Esperaba entonces que si algo así ocurría, ya existiera alguna manera para mágicamente borrarse el cerebro y evitar el pensar en una impura de mierda.

Mierda, mierda, mierda.

Al menos su hijo tendría que vérselas con alguna mini-Hermione que no esté afectada por los genes de los Weasel, porque ahí si que estaría más perdido de lo que él lo estaba en aquellos momentos. Y el solo imaginar el rostro de Granger afectado por pecas o pelambrera roja hizo que se envarara.

- Ah. – musitó con desprecio.

Abrió el libro que se suponía que tenía que leer y concentró su mirada en él. Lástima que su cerebro vagó por caminos menos seguros.

Hermione bufó molesta. Pendejo de mierda.

6.

Muerte a Mickey Mouse

DRACO

Las cosas se estaban poniendo feas. No, qué feas, eso era quedarse corto. Las cosas se estaban yendo bien a la puta madre. Mierda, todo estaba mal. Carajo, mierda, concha, puta. Hasta su padre se lo estaba planteando. Maldita la hora en que Voldemort había vuelto. Iban a terminar todos muertos, si, inclusive ellos, los grandes Malfoy.

Todo era negro. Los estúpidos de Goyle y Crabbe no habían vuelto al colegio, por lo que ahora él estaba solo. Tiempo atrás no le habría molestado en lo absoluto, prefería diez mil veces pasar tiempo consigo mismo a escuchar a los monigotes que tenía por amigos hablar las gansadas que decían. Pero ahora no. Ahora que su tía y su padre se había mandado la cagada más grande de toda la historia de Inglaterra, no le gustaba pasar tiempo a solas, porque todos lo rechazaban por ser Malfoy, razón por la que tiempo atrás había tenido a toda la casa de Slytherin a sus pies.

No sabía bien por donde iba. Ni que le interesara mucho. Últimamente vagueaba tanto por el castillo que creía conocer todos sus rincones. Patético.

Llevaba puesto un saco largo, una bufanda verde y las manos guardadas en los bolsillos del abrigo. Mierda que hacía frío. Pero ¡Que va!, el frío pegaba bien con él.

En medio de su errante caminar se encontró con algo que parecía una cabeza de madera en miniatura. ¿Quizás un ratón? Sin modificar mucho su postura, se inclino levemente sobre el suelo y observó con pobre curiosidad el objeto. Bah, nada interesante, ese maldito ratón sonriente de Mickey Mouse.

Se irguió nuevamente y lo miró desde su altura. El bicho endemoniado le sonreía con falsa alegría. Resultaba irónico estar tan furioso con la vida y encontrarse con aquella basura muggle sonriéndole.

Muerte a Mickey Mouse.

Él también sonrió, pero con ironía. De un puntapié lo arrojó varios metros por delante.

"Jajaja", mira como me río, ratón del demonio, "jajaja". Quien ríe último ríe mejor, eso dicen, ya sabes.

Perfecto. Ahora su mente le hablaba a una maldita cabeza en miniatura de un roedor negro e hipócrita.

Caminó despreocupadamente hasta la figura de madera y volvió a patearla. La pequeña cabeza golpeó contra la pared de mármol, y antes de rebotar y cambiar su dirección hacia otro pasillo, perdió una oreja.

Draco Malfoy vio a Mickey doblar la esquina, aún sonriente a pesar de haber perdido una oreja. Lo siguió, como era de esperarse. Lo patearía y golpearía hasta reducirlo a un pedacito de madera inservible. Su suplicio no terminaría allí. Oh no. Le borraría aquella sonrisa al estilo muggle.

- ¡Mickey! ¿Qué es lo que te ha ocurrido? – le habló alguien a la mierda esa de madera. Las palabras destilaban tanta dulzura y tristeza que el rubio se empalagó.

Pero aquella voz no era cualquiera. Era la de Hermione me-creo-la-mejor Granger. Casi respirando satisfacción, el rubio se presentó con fingida inocencia. No esperaba encontrarla hasta después de las cuatro de la tarde, cuando se suponía que salía de su clase de Aritmancia. No es que él supiera su horario, solo suponía que sería algo así.

- Mickey… ¿qué… qué le has hecho a MI Mickey Mouse? – tartamudeó Hermione. Parecía estar tragando veneno.

Draco curvó una media sonrisa que decía mucho y a su vez no decía un carajo. Todo como él.

- Veras Granger, Mickey y yo discutimos. Él intentó morderme y yo solo me defendí…

Hermione lo miró con los ojos crispados y Draco notó que tenía los rojos y levemente hinchados. Había estado llorando. Otra vez.

Cualquiera en su lugar habría dado media vuelta y la habría dejado sola. Bueno, cualquiera en su lugar no. Cualquiera en mi lugar y siendo como yo.

Pero Draco se quedó. Se encogió de hombros y empujó al roedor con la punta del pie.

- Quizás tendrías que llevarlo con Madam Pomfrey, sufrió una perdida auditiva significante – dijo burlonamente.

Listo, le había dado la excusa perfecta para que quisiera arrancarle los ojos con sus propias manos. Al menos eso era mejor que llorar. Canalizar. Vamos Granger, canalicemos. Curvó una sonrisa de suficiencia y esperó el golpe sin sacar las manos de los bolsillos.

Hermione por el contrario sacó la varita. Su rostro pasaba por una metamorfosis interminable. Asco. Rabia. Dolor. Agradecimiento. Y alguna otra cosa que Draco no supo entrever.

- Maldición – soltó ella y desvió la mirada al cuerpo de Draco – maldición, maldita sea. ¡Mierda, mierda, mierda!

Draco se apoyó en la pared del pasillo y la contempló blasfemar a lengua suelta. Con cada insulto pateaba el suelo y alzaba los hombros. Mierda, maldición, puta vida, y muchas más que él desconocía por ser dichos muggles.

- Juro Malfoy que no hay palabra que defina lo que eres, juro que no la hay – chilló finalmente.

Él se limitó a encogerse de hombros y seguir sonriendo aún con esa mueca que era capaz de dejarle el culo por el suelo a cualquiera.

- Si que las hay Granger, y aquellas serían: hermoso, carismático, puro, perfecto, entre otras – dijo.

Seguía esperando el golpe físico, mágico o verbal de Hermione, pero la tenía frente a él. Los puños cerrados con fuerza alrededor de la varita. Los brazos cayendo de forma recta a ambos lados de su cuerpo. Los hombros rígidos. Las mandíbulas apretadas. Los labios y el entrecejo fruncidos. Toda ella emanaba fuerza. Contención. Si, eso era. Se estaba conteniendo, pero ¿De qué? Lo tenía a tiro. Él lo sabía, le estaba dando la oportunidad de descargarse con su cuerpo indefenso, recostados contra el mármol y con las manos guardadas en los bolsillos. Por más que intentase repelerla de alguna manera ella siempre llevaría ventaja. Porque estaba lista para atacar, aunque claro, no lo hacía. Quizás, solo quizás, necesitaba un incentivo más.

Draco reacomodó el peso de su cuerpo sobre sus piernas y con un solo golpe envió a Mickey de vuelta a Magic Kingdom. El debate interno de Hermione pareció consumirse como un fénix en su propio fuego para después renacer.

Perfecto. Él lo esperaba casi de modo masoquista, quería sentirla descargarse en él. Quería que su dolor luchara contra el suyo propio y lo hiciera olvidar al menos por un minuto toda la mierda que lo rodeaba, toda la puta suerte que tenía y que lo traía errando por Hogwarts todo el maldito día.

Hermione tiró con rabia la varita al suelo. Por lo visto iba a ser a lo muggle. Mejor.

Caminó hasta estar a solo unos centímetros de distancia y movió su mano con furia hasta encontrar la cabellera que nacía de la nuca. Draco recordó un día en casa de Theodore, los dos aburridos, viendo peleas muggles femeninas. Lujurioso, Granger. Vamos, tira del pelo.

Pero lo que vino a continuación él lo había visto miles de veces, lo había experimentado muchas menos y lo había deseado en incontables situaciones. Pero nunca en una como esta, mucho menos con ella.

Hermione lo atrajo contra su rostro y presionó sus labios con los de él. Si, lo había golpeado, pero mucho más fuerte de lo que él se esperaba. Su golpe era mágico, porque al contrario de apartarla la hizo girar y la presionó contra la pared y su cuerpo. Llevaba horas con las manos enfundadas en los bolsillos y en medio segundo ellas estaban encaramadas en la cadera de Hermione, la cual pegaba contra la suya propia.

Con el mismo odio que ella lo había besado, él pedía la entrada de su lengua a su boca, porque a ese juego podían jugar los dos y él pretendía ganar. Como siempre.

HERMIONE

Cerraba los ojos con fuerza, como si no abrirlos fuese a cambiar las cosas y ella no hubiera cometido la estupidez que sin duda alguna había llevado a cabo.

Sentía como los labios fríos a causa del invierno se movían sobre los suyos. Y como su lengua demandante lamía de ida y de vuelta, de arriba hacia abajo su boca, exigiendo el paso. Porque claro, ella había comenzado, pero ahora ya no manejaba la dirección del caballo. Ahora él tenía las riendas y las iba a mandar como a él se le antojara.

Sus manos blancas y grandes habían estado en un principio sujetando su cadera como garfios. Ahora una de ellas recorría la curva de su hombro, cuello y mandíbula, mientras que la otra rodeaba su cintura, obligándola a pegar su cuerpo hasta lo imposible con el de él.

En un principio creyó que sería un beso que, como mucho, entraría en la categoría de lo "bueno", llegó a creer que sería agradable una vez que ya se había encaramado a su boca. Pero jamás se le ocurrió se sentiría como si el infierno vacacionara divertido en su sangre. Como si respirara después de años de abstenerse. Como si tomara agua tras décadas de delirar en el desierto. Jamás pensó que perdería la razón y el equilibrio; que el placer se haría en ella y se descargaría como fuerza imparable en cualquier lugar que él rozara su lengua contra sus labios o que sus cuerpos se tocaran.

Impelida por la misma furia transformada en deseo, siguió. Abrió su boca y probó la delicia de tocar con su lengua la de él. Habría sido imposible que fuese más delicioso, más dulce; podría vivir a dieta de besos, porque aquellos eran la cosa más rica que hubiese degustado en su vida. La impresión la obligó a respirar con fuerza y no fue la única. Draco Malfoy suspiró con ferocidad y sus manos demandaron irracionalmente más contacto, más cercanía. Lo podía sentir por todos lados: arriba, abajo, en sus mejillas, en su pelo, por todos lados. No había centímetro que él no tocara. Con las piernas levemente abiertas y con la espalda contra la pared, ella sentía que era toda una invitación a que la poseyera, algo que no estaba muy lejos de la realidad. Y a juzgar por la menara en que la besaba y embestía podía jurar que él también lo creía. Porque en aquel juego ella era la mejor presa y él sin duda alguna el mejor predador.

La estaba buscando, cada embiste suyo era una invitación a acceder. Sus besos no eran más que una sugerencia a canalizar todo entre sábanas y no entre insultos. Sus caricias eran la demostración pura de lo suave y delicado que podía ser sin siquiera apagar el fuego. Porque él no era bombero ¡Oh no! Él era el combustible, la chispa, el calor, la mismísima llama que la estaba consumiendo.

DRACO

Se podría decir que la muy santa estaba cada vez más lejos de serlo. Si ella creía que su manera de tocar era algo deliberado, hecho por el simple gusto de hacerlo, estaba totalmente errada. Lo estaba calentando, con cada suspiro, cada roce de sus labios, con cada lamida de su lengua. Sus manos se movían en su espalda y por momentos sus dedos jugaban delicadamente en su nuca, matándolo a descargas eléctricas.

No sabía cuando había embestido por primera vez; lo único que podía razonar era que en el momento que ella aventuró una de sus manos por debajo de su ropa, acariciándole la piel de la espalda, había terminado de perder los papeles y se había puesto duro. Todo duro.

Que ella lo parara, porque ya no estaba en plan de hacerlo por su cuenta. Lo que si estaba a un palmo de hacer, era de olvidarse de todo y arrancarle el pulóver, la blusa y el sujetador. De eso si era capaz, muy capaz.

Como si le pudiera leer el pensamiento, Hermione se pegó aun más a su cuerpo, lo besó con mayor ímpetu y luego lo empujó con las manos.

- Me las vas a pagar Malfoy, voy a vengar a Mickey Mouse – dijo.

Draco sonrió. Ella estaba tan agitada como él. Con fingida inocencia volvió a guardar las manos en sus bolsillos. Esta vez no era por frío, sentía como si su piel estuviese formada por pequeñas llamas. No, esta vez refugiaba los puños en su tapado para ocultar su magnífica erección.

Hermione Granger se acomodó las ropas deliberadamente y le dedicó una última mirada contaminada por el fuego y el descontrol de su encuentro. Caminó hasta encontrar la cabeza desvencijada del pequeño Mickey Mouse. Lo alzó del suelo y desapareció de su vista.

"Me las vas a pagar Malfoy, voy a vengar a Mickey Mouse" Claro que lo vengaría y él estaría esperando que lo hiciera, tan o más deseoso que ella.

Vamos Granger, véngate.

Rió entre dientes y se escabulló al bosque, necesitaba privacidad para menguar el fuego.


Bueno, eso es todo por hoy xD

¿Apesto o no apesto?

Es simple, apretá el botón verde a votá ;)

Saludos. Meli