N/A: Esta historia no me pertenece, es de LadyCornamenta! Ella es la creadora de ella, yo solo le cambie algunos detalles para hacerla Sasu-Saku, todos los créditos son para ella!

Bajo el mismo techo.

By LadyCornamenta.(Autora original)

Capítulo 23: Sobresaltos.

Neji se fue, no extendiendo demasiado su visita. Después de todo, según sus propias palabras, aún se sentía en el territorio del enemigo. Se despidió, no sin antes pedirme que le diera las gracias a Fugaku, a quien parecía guardarle una enorme gratitud después de lo que había hecho por él.

La semana pasó rápida y las cosas parecían estar tomando un curso positivo. Hinata se había enterado de la charla que habíamos mantenido con Neji, por lo que toda la familia ya estaba al tanto de ella. Todos se habían alegrado, claro, ya que el fin de todo aquello representaría un alivio para Sasuke; y, como Hinata me había comentado en privado, seguramente para mí también lo sería.

Todavía llovía, después de días de interminables tormentas. Eran alrededor de las dos de la tarde del viernes, cuando Sasuke y yo nos dirigimos a la sala. Ese día, afortunadamente, no habíamos tenido escuela por motivos de desinfección. Angela, después de enterarse de la noticia, me había dicho que no era necesario que fuera a trabajar y que ella podía encargarse de todo, al presentarse la jornada tan poco activa. Me negué, pero ella insistió; y la verdad es que ¿qué podía decir? Todo día libre no se presentaba todos los días. Después de un almuerzo abundante, Sasuke y yo nos dejamos caer en el sofá, en silencio, buscando el cuerpo del otro. Una atmósfera reflexiva nos rodeaba a ambos, mientras cada uno se encontraba perdido en sus pensamientos. Aún todos los sucesos de los últimos días se encontraban demasiado presentes, tanto en mi cabeza como en la suya. Pasamos un largo rato allí, mientras la lluvia cada vez golpeteaba los cristales con más fuerza; sólo el timbre del teléfono interrumpió la paz en la que nos encontrábamos sumidos. Parpadeé, con pereza, antes de correr hacia el aparato.

—¿Si?

Saku —habló la alegre voz de Hinata—, prepárense para salir. En un rato estaremos con Naruto por allí.

Tardé algunos segundos en procesar la información.

—¿Eh? —fue todo lo que pude decir.

Media hora, no más —apuntó, hablando a gran velocidad—. Abríguense. Adiós.

Y, sin más, cortó la comunicación, dejándome con la palabra en la boca. Resoplé, con exasperación.

Maldita costumbre de Hinata.

Volví a la sala, arrastrando los pies y aún con aquel rostro de pocos amigos. La atenta mirada de Sasuke se posó sobre mí, mientras volvía a sentarme a su lado. Lo miré y se me escapó un pesado suspiro, antes de hablar.

—Hinata nos quiere preparados en media hora —apunté, de mala gana.

—¿Preparados? —preguntó Sasuke, parpadeando varias veces—. ¿Preparados para qué?

Me encogí de hombros.

—No lo sé —gruñí—, sólo me dijo que nos abrigáramos.

Sasuke se puso de pie, tendiéndome la mano luego.

—No sé qué nos espera, pero ya sabes cómo es Hinata —apuntó rápidamente, robándome una suave sonrisa—. Mejor no hacerla enojar.

Asentí, para después dirigirme a mi cuarto.

Me di una ducha y luego rebusqué en mi armario un par de pantalones limpios. Cuando los hallé, tomé una camiseta verde y un jersey oscuro. Me arreglé un poco el cabello y, después de tomar una campera gruesa, bajé las escaleras, teniendo el habitual cuidado de no matarme. Cuando llegué al primer piso, Sasuke ya se encontraba listo. Con unos simples pantalones negros y un jersey blanco se veía mejor de lo que cualquiera podría verse en ellos. En el momento en que llegué a su lado, una suave sonrisa se extendió por su rostro. Me sorprendí cuando sentí que sus dedos se entrelazaban con los míos.

—¿No crees que te has abrigado demasiado? —apuntó, dirigiéndome una rápida mirada.

Me encogí de hombros, con una sonrisa.

—Con Hinata, nunca se sabe —respondí.

—No puedo negarlo, en eso tienes toda la razón.

Hinata llegó a la hora señalada, anunciándose con alegría. Abrí la puerta para encontrarme con su sonriente rostro. Naruto nos saludó con la mano desde el Porsche amarillo, el cuál venía conduciendo. La pequeña Hinata tomó mi mano y la de Sasuke y nos arrastró tras ella, dándonos tiempo tan sólo a cerrar la puerta. Ambos nos sentamos en la parte trasera del vehículo, mientras Hinata se acomodaba en el lugar del copiloto. Antes de que Naruto pusiera el auto en marcha, la pequeña Uchiha se volvió para mirarnos a mí y a su hermano.

—¡Nos vamos de viaje! —exclamó, feliz.

—¿¡Qué! —preguntamos Sasuke y yo, al unísono, mientras la suave risa de Naruto se hacía oír.

—Debemos ir a registrar la casa de campo que papá compró hace unos cuantos años —explicó Hinata, sin dejar que la enorme sonrisa que traía abandonara su rostro—. Queríamos darles una sorpresa a Ino y a Itachi, realizando la fiesta de bodas allí.

—¿Los terrenos de Hoquiam? —preguntó Sasuke, confundido—. ¿Hinata, estás segura de que, con todo lo que sucedió, papá…?

—Él no tienen ningún problema con ello —respondió Hinata rápidamente—; de hecho, le pareció una buena idea.

Sasuke murmuró algo inteligible, dando el asunto por terminado.

—Pasaremos todo el fin de semana allí —apuntó, felizmente—. ¡Hay tanto por hacer!

—Espera, espera, espera… ¿¡cómo que todo el fin de semana! —pregunté—. ¡Hinata, no llevamos nada!

—Oh, no te preocupes, ya me he encargado de eso —apuntó ella, restándole importancia al asunto.

Sasuke tampoco parecía muy contento con la idea de salir en un viaje de improvisto, por lo que también expuso sus argumentos frente a Hinata. Claro, como siempre, la pequeña tenía preparada una respuesta excelente para cada una de nuestras preguntas y quejas. Finalmente, resignados, ambos aceptamos, aunque hubo un pedido al que Hinata no pudo negarse.

—Quiero ver a mis padres antes de que nos vayamos —pedí—. Por favor.

No tuve que decirlo dos veces para que Naruto comenzara a conducir rumbo al hospital.

Afortunadamente, nos encontramos con Fugaku en uno de los tantos pasillos del edificio. Sasuke me acompañó a ver a mis padres, quienes presentaban leves mejorías en su estado conforme iban pasando los días. Según palabras del padre de los hermanos Uchiha, mi madre había evolucionado notablemente desde la operación, recuperándose a una velocidad increíble; con aquellas palabras, dejamos el establecimiento. Una cálida sensación inundó mi pecho y se quedó allí, incluso cuando ya nos encontrábamos en el auto, camino a Hoquiam.

Nuestro viaje por la carretera fue ameno. Naruto, a diferencia de Hinata y Sasuke, conducía con un poco más de moderación, aunque la velocidad seguía siendo bastante más alta de lo normal. Hicimos alguna ocasional parada para ir al baño y para comprar algunos comestibles. Cuando atravesábamos las zonas de espesa vegetación, me permitía perderme entre el reluciente paisaje verde, mientras las anécdotas que Hinata contaba llegaban tenuemente a mis oídos.

Estaba a punto de quedarme dormida, cuando el auto disminuyó su marcha. Comenzamos a abrirnos paso por unas pequeñas calles de ciudad, bastante parecidas a las de Port Angeles. Después de atravesar un largo tramo, volvimos a ingresar en una zona más abierta, con algunas ocasionales casas ubicadas a una distancia considerable. Minutos después de pasar por el frente de una de las tantas casas, cuando pensé que no llegaríamos nunca, Naruto bajó la velocidad hasta detenerse. Con sorpresa, abrí mi boca y mis ojos: frente a nosotros se encontraba una hermosa casa de ladrillo, con detalles blancos en los marcos de sus innumerables ventanales. El tejado gris relucía bajo las nubes de lluvia, que aún manchaban el cielo. Unas largas escaleras de piedra subían una pequeña loma que llevaba a los amplios jardines, hasta llegar a un amplio arco de ladrillos viejos que se erguía frente a la puerta de entrada. Los enormes árboles que la rodeaban le daban una especie de privacidad, que la hacía ver bastante más acogedora. Sasuke rió suavemente al ver que no separaba mis ojos de la ventana, mientras me ayudaba a bajar.

—Espera a verla por dentro —comentó, con una dulce sonrisa, mientras bajábamos del auto.

Puedo jurar que vi como Hinata me guiñaba un ojo, antes de correr hacia la puerta de la enorme casa. Naruto la siguió, pidiéndole que tuviera cuidado, mientras cargaba unas maletas, que parecían bastante pesadas. Sasuke ayudó con dos más, mientras yo llevaba un pequeño bolsito de la más pequeña del grupo.

Cuando llegué hasta el arco frente a la puerta, la misma ya se encontraba abierta. Ingresé, detrás de Sasuke, a un enorme recibidor. Todo lucía bastante lleno de polvo y abandonado, aunque, bajo aquella capa de suciedad, podían apreciarse los pisos de mármol, las paredes blancas y los muebles lujosos. En cierto modo, me recordaba a la casa de los Uchiha en Forks, aunque con un estilo un poco más rural.

Sasuke dejó las maletas junto a las que había cargado Naruto, mientras Hinata daba saltitos, juntando sus palmas con emoción.

—¡Tenemos tanto por hacer! —exclamó—. ¡Quedará hermosa!

—Creo que deberíamos limpiar algunas habitaciones —apuntó Naruto, con su usual tranquilidad—. Dentro de algunas horas necesitaremos dormir.

Hinata asintió, tomándolo de la mano.

—¡Vamos, vamos!

Sasuke rodó los ojos, aunque podía notar cierto matiz divertido en su mirada.

Con cuidado, nos abrimos paso por una polvorienta sala, hasta alcanzar una escalera recta, que llevaba al piso superior. Cuando terminamos de subir, nos encontramos en una habitación rectangular, con una alfombra raída en el suelo, con varias puertas. Hinata abrió una de ellas, permitiéndonos la entrada a una oscura habitación. Con alegría, se dirigió hasta una pared, para correr una pesada cortina. La luz entró por los sucios cristales, revelando una enorme cama doble de estilo antiguo.

Me sorprendió el arsenal de productos de limpieza que Hinata había transportado. En algunas horas, conseguimos limpiar dos de las enormes habitaciones y el pequeño cuarto que las conectaba. La diferencia era completamente notable: ahora los cristales dejaban ver el hermoso paisaje, manchado por la lluvia; las alfombras de colores claros relucían bajo nuestros pies; las paredes parecían recién pintadas, contrastando con los adornos que habíamos limpiado con esmero y los muebles brillaban, desprendiendo un delicioso aroma a madera. Hinata y yo nos encargamos de cambiar las sábanas de las camas, mientras Sasuke y Naruto iban a encargar algo para comer.

Estábamos terminando de limpiar el amplio balcón de la segunda habitación, cuando Naruto se asomó por el ventanal. Se quedó unos segundos apreciando la hermosa vista que teníamos, mientras Hinata y yo lo observábamos, levemente divertidas. Cuando salió de su ensoñación, nos miró, con una sonrisa.

—Es una vista hermosa —comentó.

Ambas asentimos; después de todo, aquello no podía ser más cierto.

—¿Y Sasu? —preguntó Hinata, haciendo que su novio riera ante el apodo.

Sasu, no lo sé; pero yo estoy aquí —apuntó Sasuke, claramente molesto con el apodo.

—¿Qué comeremos? —inquirió Hinata, de forma inocente.

—Pizza —respondió Naruto, encogiéndose de hombros—. Fue lo que encontramos más cerca.

Sasuke nos mostró las cajas, mientras las apoyaba sobre la pequeña mesita del balcón, la cual recién habíamos limpiado. Naruto alcanzó la bebida y algunos vasos, depositándolas también en la superficie de madera. Nos sentamos sobre el piso de piedra, aprovechando que el lugar era lo suficientemente amplio. El pequeño techo del balcón, que no permitía que la lluvia nos mojara, creaba un agradable sonido cuando las gotas golpeaban sobre él. Allí, ubicados alrededor de la mesa, comimos los cuatro, entre charlas cortas y ocasionales.

—Me estoy muriendo de sueño —apuntó Hinata, para después acallar un bostezo con una de sus manos.

—Entonces, creo que les dejaremos su habitación y nos retiraremos a nuestros aposentos —bromeó Naruto, ayudando a la pequeña Hinata a levantarse—. Mañana tenemos mucho trabajo por hacer.

Hinata, divertida y emocionada ante la perspectiva, se subió a la espalda de Naruto, enredando sus piernas en su cintura y sus manos en su cuello. Después de soltar una suave carcajada, el joven Uzumaki se llevó a su novia fuera de la habitación, comentándole algo, aún con una sonrisa pintada en su rostro.

Me quedé mirándolos fijamente.

—Realmente hacen una pareja preciosa… —susurré.

—Ya lo creo —apuntó una voz de terciopelo, sacándome de mi ensoñación.

Sacudí levemente la cabeza, para observar los ojos azabaches de Sasuke. Compartimos un leve silencio, que me resultó bastante incómodo.

—La verdad es que yo también estoy bastante cansada —apunté, como quien no quiere la cosa.

Sasuke, ante mi comentario, se puso de pie. Me tendió la mano y me ayudó a levantarme.

—Hinata me dijo que te dejó ropa en el cuarto de baño —comentó—. Yo me iré a cambiar abajo.

Asentí en silencio. Él, después de sonreír de forma casi imperceptible, se dirigió fuera de la habitación. Suspiré y caminé hasta una puerta blanca, ubicada a un lado de la habitación. Habíamos tenido tiempo de limpiar, junto al cuarto que Sasuke y yo ocuparíamos, el pequeño baño que éste incluía. Las pequeñas paredes de azulejos celestes brillaban con intensidad, bajo la pequeña bombilla. Sobre la tapa del váter, se encontraba una pequeña pila de ropa. Revisé lo que Hinata había dejado allí y mi boca se abrió de par en par.

¡Yo no iba a ponerme eso!

Cuando sacudí el pequeño camisón oscuro, un pequeño papel cayó de él. Lo tomé con cuidado y leí la ajustada caligrafía.

Más vale que mañana a la mañana, cuando me levante, te vea con esta prenda; sino, sufrirás mi ira. Te quiero, Hinata.

Demonios. ¿Cuándo había hecho aquello? ¿Cómo hacía siempre para estar un paso adelante?

Suspiré. Hinata Uchiha era imposible.

Me puse el camisón a toda velocidad y abrí un poco la puerta, tan sólo dejando espacio para asomar mi cabeza. Al hacerlo, me dí cuenta del frío que hacía, aunque aquél no fuera mi principal objetivo. Al ver que Sasuke aún no había llegado, corrí por la habitación, hasta alcanzar una de las camas individuales. Con torpeza, corrí las sábanas y frazadas y me metí debajo, tapándome hasta el cuello. Pocos minutos después, Sasuke cruzó el umbral con una camisa y un pantalón a juego, de algún color oscuro que no podía identificar con exactitud, al encontrarse la habitación en penumbra. Después de cerrar la puerta, su figura se deslizó por la habitación, hasta que se acostó en la pequeña cama individual, ubicada junto a la mía.

—Hasta mañana, Saku —susurró su voz de terciopelo.

—Hasta mañana, Sasuke —repliqué.

Giré mi cuerpo, encontrándome con su hermoso rostro a sólo unos cuantos centímetros del mío. Me estiré un poco fuera de la cama y él, al instante, se levantó un poco. Recorriendo el escaso espacio que separaba ambas camas, los dos juntamos nuestras bocas en un lento beso. Mis manos se encontraban apoyadas sobre el colchón, intentando mantener mi peso, aunque sólo querían viajar a su cabello. Quería abrazarlo, besarlo, tenerlo conmigo. Su lengua recorrió, con cuidado, mi labio inferior, dándome lo que necesitaba para decidirme.

Me separé lentamente de él.

—Sasuke —llamé suavemente, con la voz más ronca de lo normal—. ¿Te molestaría… dormir conmigo?

Mi cara, de seguro, debía estar como un farolito de navidad.

Vi la mueca de sorpresa en su rostro, así como también la tenue sonrisa de lado que se formo en él. Contuve la respiración mientras él se ponía de pie. Automáticamente, giré un poco sobre la cama, acomodándome sobre uno de los extremos. El cuerpo cálido de Sasuke se ubicó junto al mío, mientras sus manos rodeaban mi cintura. Pasé mis brazos alrededor de su cuello, enterrando mi rostro en su pecho.

Aspiré su aroma y agradecí el hecho de estar acostada. Su fragancia era tan exquisita como embriagadora.

Sentí sus dulces labios sobre mi cabello, mientras sus manos acariciaban mi cintura, de forma suave.

—Ahora duerme —me pidió, con un susurro arrullador—, que mañana tenemos bastante que hacer.

Una risa tonta se escapó de mis labios, mientras me abrazaba más a él. No sabía cuánto tiempo había tardado en conciliar el sueño, pero estaba segura de que sus dulces labios sobre los míos habían sido lo último que había sentido antes de caer en los brazos de Morfeo.

Al día siguiente, la claridad golpeó mis ojos adormilados, dificultándome la visión por unos cuantos segundos. Con pesadez, alcé una de mis agarrotadas manos y la pasé por mi rostro, consiguiendo ver un poco mejor. Frente a mí, pude divisar el pacífico rostro de Sasuke. Sus ojos azabaches me estudiaban en silencio, con una muy tenue sonrisa surcando sus labios. Estaba sobre uno de sus costados, apoyando su codo sobre la almohada y reposando la cabeza sobre su mano. Hice una mueca con mi rostro, antes de hablar en un susurro adormilado.

—¿Hace mucho que estás despierto?

Él negó suavemente con la cabeza.

—No te preocupes, he dormido excelentemente —apuntó.

—Qué bueno, porque tengo tendencia a moverme mucho e, incluso, a pegar algunas patadas —murmuré.

Su melodiosa risa llenó la habitación.

—¡Tortolitos, vengan a desayunar! —gritó Hinata, del otro lado de la puerta—. ¡Nada mejor, después de una noche agitada, como una buena comida! —agregó, con picardía.

Entrecerré los ojos.

—Con permiso —pedí, corriendo las sábanas—. Voy a asesinar a tu hermana.

Me puse de pie y, cuando me disponía a salir de la habitación, escuché el grito ahogado de Sasuke. Me volví para mirarlo, encontrándome con su rostro sorprendido. Seguí su mirada y entonces…

¡Oh, Dios!

Mi rostro debió cambiar a todas las tonalidades de rojo existentes, mientras me quedaba congelada en mi lugar. ¿Cómo demonios me había olvidado que tenía aquél ridículo y diminuto camisón puesto? Sin demasiadas opciones, corrí hacia el baño. Cerré la puerta y me apoyé sobre ella, intentando tranquilizarme y olvidar mi patética actuación. Mojé mi rostro con agua helada varias veces. Cuando creí que toda la vergüenza se había ido —por lo menos de mi rostro—, me quité aquella prenda y me puse mis pantalones y mi camiseta.

Era oficial, ¡iba a matar a Hinata!

Salí se la habitación, pensando seriamente con qué cara miraría a Sasuke. Entonces, cuando escaneé el cuarto con la mirada, no tardé en chocarme con aquellos hermosos ojos azabaches. Aún se encontraba en la cama, aunque ahora estaba sentado en ella. Cuando me vio salir, se levantó lentamente, con aquel andar felino tan propio de él. Pocos segundos después, se encontraba frente a mí. Al ver la suave sonrisa divertida en su rostro, desvié la mirada.

—Perdón… esto… perdón por lo de recién —balbuceé yo—. Fue culpa de Hinata y yo n…

Uno de sus largos dedos interrumpió mi frase, posicionándome sobre mis labios.

—Entonces, recuérdame que le agradezca a mi hermana —comentó, y su rostro se adornó con aquella sonrisa torcida que tanto me gustaba.

Me sonrojé visiblemente, mientras mis ojos volvían a viajar lejos de los suyos.

Sentí una de sus manos sobre el costado de mi rostro, obligándome a mirarlo de nuevo. Su frente chocó con la mía, mientras su otra mano me capturaba por la cintura. Pronto me encontré atrapada entre la puerta del baño y su cuerpo, y, antes de que pudiera hacer nada, sus labios presionaron los míos. Con una desconocida necesidad, aferré mis brazos a su nuca. Comencé a mover mi boca sobre la suya, hasta que decidió profundizar el beso. Había una ferocidad dentro de mí, cuya existencia me había sido indiferente hasta aquél momento. Quería todo, cada parte de él. Separamos nuestras bocas por un segundo, para tomar aire, y me di cuenta que mis piernas se encontraban alrededor de su cintura. Antes de que tuviera tiempo para sonrojarme por aquello, sus labios arremetieron otra vez contra los míos.

Entonces, Sasuke se separó de mí, mientras mis piernas se deslizaban hacia abajo. Sus brillantes ojos azabaches me miraron con intensidad.

Aun respirando agitadamente, su boca se abrió.

—Saku… yo…

Su voz ronca me dificultó aún más la respiración.

—Sasuke…

—¡Hey! ¡Los estamos esperando para desayunar! —chilló Hinata, del otro lado de la puerta—. ¿Piensan quedarse en la habitación todo el día? ¿Qué demonios están haciendo? —hizo una pausa—. De acuerdo, no quiero saberlo.

Suspiré.

—¿Bajamos? —pregunté.

Una mueca contrariada se dibujó en el rostro de Sasuke, mientras asentía.

Los dos salimos de la habitación y agradecí que, después de todo aquello, mi corazón siguiera dentro de mi pecho.

¿Era normal que alguien tuviera tanto efecto en mí?