Gato perdido

Fic Yaoi de SanjixZoro, Universo alternativo (AU).

Capítulo 1: Te encontré

Corría y corría sin parar en medio de una calle desierta, tratando de alcanzar aquel coche de color blanco que cada vez se alejaba más y más. Gritó con todas sus fuerzas, a pleno pulmón: "¡Espera! ¡No te vayas!", con un nudo en la garganta que no le dejaba respirar de la angustia de verlo partir. Un coche pasó a su lado, pitándole para que se quitara de en medio, pero él, con los ojos anegados de lágrimas, no era capaz de ver otra cosa que aquella borrosa mancha alejándose cada vez más de él, llevándose a la persona que más amaba en el mundo, dejándole sólo un amargo sentimiento de soledad, de que todo había terminado para él...

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El chico despertó agitado por el extraño sueño y se dio la vuelta en el futón, buscando una mejor posición. No entendía el significado de aquella pesadilla y tal vez se trataba simplemente de otro de esos sueños sin lógica que nada tienen que ver con uno mismo. Sin embargo se le formó un nudo en el estómago al recordar la sensación de ver marchar ese coche en la solitaria mañana de un día grisáceo. ¿Quién era el que iba dentro? Lo tenía en la punta de la lengua, pero no podía verlo con nitidez; sólo estaba seguro de que era muy importante para él.

Poco a poco fue cayendo en extrañas divagaciones sin sentido, volviéndose a dormir sin recordar nunca más aquel sueño.

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Un par de horas más tarde había empezado a amanecer y a filtrarse la luz a través del verde cortinaje, dándole un aspecto agradable y acogedor a la habitación a pesar del desorden de libros y revistas escampadas por el suelo del pequeño habitáculo.

No quedaban ni diez minutos para que sonara el despertador y el chico se encontraba murmurando cosas incomprensibles estando dormido, aunque por el tono parecía muy feliz. Preparado para aguar el placer al durmiente, una presencia empezó a avanzar hacia él y a observarlo detenidamente, hasta que, harto de esperar, se lanzó encima, cayendo elegantemente sobre sus caderas.

- Ah... ahí... ehfgh... - gruñó, levemente molesto por el peso, pero como ni eso lo despertaba, tuvo que recurrir al Plan B.

- ¡Miauuuu, miamia mian miaaaau! - el maullido era comparable a la sirena de una ambulancia y despertó de golpe al chico, haciendo aspavientos para sacarse al gato de encima.

- Maldita sea con el gato. Siempre igual, joder. - maldijo entre dientes al no haberle acertado, como de costumbre.

Le echó una mirada fulminante pero los enormes y verdes ojos del gato lo ignoraron completamente mientras se relamía las patas, y el chico se dejó caer sobre el colchón, buscando a tientas el reloj. Al ver la hora resopló y volvió a taparse, dispuesto a continuar los pocos minutos de sueño que le quedaban. Después de todo, se había ido a acostar tardísimo la noche anterior por estudiar a fondo el último tema de filosofía que habían dado, y aunque se había puesto el despertador para que sonara unos minutos más tarde de lo habitual, su "compañero de habitación" lo había tenido que ir a despertar.

El felino hambriento no entendía que su amo tuviera sueño y harto de esperar, comenzó a afilarse las uñas con la puerta de la entrada. Y con eso consiguió levantar de un salto al pobre estudiante, que lo agarró apartándolo de ahí.

- Ya voy, gato de los cojones. Mira que eres pesado cuando tienes hambre... - gruñó molesto, metiendo la cabeza en el armario para sacar el pienso para gatos y servírselo en un pequeño bol. El gato negro devoró su desayuno ávidamente y el chico se sentó a su lado y le acarició el lomo. - Perdona por haberte hablado así, Zoro... - dijo, echando un vistazo a su caótico cuarto. - Creo que incluso te tendré que agradecer que me hayas despertado antes de lo previsto.

Se levantó, estirando los brazos y crujiéndose la espalda, soltando un pequeño suspiro de placer y se acercó al fregadero a lavarse la cara, observando unos segundos la imagen que le devolvía un trozo de espejo colgado a la altura de su rostro.

- Porras... Me preguntó por qué - se mojó las manos y se humedeció levemente el pelo, estirándolo con fuerza hacia abajo, intentándolo alisar - ... siempre se me hacen este par de cuernos de diablo cada vez que me voy a dormir...

Cuando por fin su pelo rubio quedó perfectamente planchado y peinado, se lavó la cara y se afeitó, obviando unos pocos pelos rebeldes en su barbilla, y cuando estuvo satisfecho, se vistió con el uniforme de su instituto, compuesto por una camisa azul cielo, corbata granate y chaqueta y pantalones a juego en color gris y sacó los ingredientes para preparar el bentô que comería para almorzar: arroz, un poco de tortilla, calamar, trocitos de salchicha cortados en forma de pulpitos y algunas algas decorativas. Ese día no tenía ganas de matarse mucho cocinando, porque igualmente, el tiempo lo tenía bien justo.

Con los minutos que le sobraron, recogió algunos de sus libros metiéndolos en su maleta o en la estantería del rincón, dejó el futón como estaba, el cuenco de Zoro lleno otra vez de agua y comida y la ventana entreabierta para que éste pudiera entrar y salir cuando quisiera a hacer sus necesidades y a pasear. No tenía ningún temor a que su gato se marchara y no volviera porque sabía que él era consciente de que allí siempre tendría comida para él y un rinconcito calentito para dormir. Y en agradecimiento, siempre le esperaba a la hora de volver en la entrada del bloque de edificios, volviera a la hora que volviera, y entrando de nuevo en casa con su amo, le hacía compañía con sus ronquidos mientras estudiaba. Un vínculo entre el joven estudiante y el animal, aliviando su soledad entre ellos.

Salió de la casa junto con Zoro y cerró con llave tras de sí, bajando juntos las escaleras y quitándole el candado a la bici. El gato le siguió un trecho del camino, pero al no poder seguir su ritmo, se marchó hacia otro lado, a hacer cosas que sólo los gatos saben.

Por otro lado, el rubio miraba insistentemente la hora en su reloj de muñeca, nervioso por el semáforo que no cambiaba y los pocos minutos que faltaban para que sonara la campana. Al final optó por subirse a la acera y esquivar los peatones que le gritaban insultos y advertencias.

- ¡Perdón! - se disculpó, mirando de reojo a la chica que con la velocidad de su bici le había levantado la falda. - Jeje... eran rosas... - murmuró con la cara transformada en la de un viejo verde.

Giró a la derecha, metiéndose en una calle peatonal que hacía cuesta y al final de ella se encontraba su instituto, el "Grand Line". Por suerte, el enorme reloj situado en la parte central más alta del edificio aún no marcaba las ocho, provocándole una hermosa sonrisa y leve euforia.

- Buenos días. - saludaban algunos de sus compañeros al verle pasar, mientras él se iba directo al parking de bicicletas.

- Buenas. - saludó él, amarrando de nuevo la cadena y apresurándose a entrar.

El bullicio en las taquilleras, los jóvenes hablando de temas tan triviales, las chicas cuchicheando y riendo... Lo normal en todos los institutos, al rubio le encantaba esa rutina, y suspiró levemente al recordar que estaba a la mitad de su último curso, abriendo su taquilla y sacando sus zapatillas para ir por clase.

- ¡Ey, Sanji! - saludó un chico de cabellos negros alborotados y una enorme sonrisa en sus labios.

- Hola, Luffy. - le devolvió el saludo, alzando una mano. El chico iba acompañado por otro de pelo rizado recogido en una coleta y una nariz exageradamente larga.

- Eh, Sanji. - le saludó el otro chico. - ¿Qué? ¿Ya las has visto? - le preguntó con una sonrisa cómplice, clavándole suavemente el codo en las costillas.

Sanji le devolvió la sonrisa, agachándose para recoger sus zapatos de calle para guardarlos.

- Vaya si las he visto. - hizo una pausa, juntando su dedo índice y pulgar formando un círculo. - Geniales, Usopp.

- ¿Eh? ¿Qué es eso tan genial? - preguntó Luffy. - ¡A mí no me habéis dicho nada! - se quejó de una manera un tanto infantil.

- Tú eres demasiado inocente para ver esas cosas, Luffy-chan. - bromeó el rubio, despeinando un poco más al joven. - Tienes que mantenerte puro e inocente por mucho tiempo más. - se marchó hacia las escaleras para subir a su clase y los dos chicos lo siguieron, Luffy con los morros hinchados algo enfadado con sus amigos y Usopp riendo disimuladamente.

- Nos vemos luego. - se despidieron.

- Sí. Después del trabajo paso por tu casa a devolverte las cintas. - se despidió Sanji, alzando una mano. El nariz larga le hizo un gesto con la mano como para que no se preocupara y se marchó con su compañero por otro pasillo.

Sanji llegó a su clase y se sentó en su sitio en la última fila, al lado de la ventana, y se puso a mirar el exterior distraídamente. En su clase se llevaba bien con la gente, pero no tenía ningún amigo en concreto, todos iban a su bola. Pero un día conoció al hermano mayor de Luffy, que ya dejó el instituto hace dos años, y se hizo muy amigo de él y de su hermano pequeño, y en consecuencia, también hizo migas con todos sus amigos y amigas. Las relaciones, por sí solo, no se le de daban muy bien, ya que muchas personas no comprendían su carácter tan brusco con algunos chicos, pero tan meloso con las chicas.

El profesor, un hombre de cabello blancos y larga barba y bigote, entró por la puerta al sonar el timbre y todos se callaron y se sentaron en su sitio.

- Buenos días. - saludó el hombre.

- Buenos días. - respondieron los alumnos con formalidad.

Dio paso a la asignatura de historia, y durante media hora, la clase transcurrió tranquila, hasta que de repente, se abrió la puerta de un volantazo.

- Bu... Buenos días... - saludó un chico desde el umbral, intentando recuperar el aliento. - Lo siento, me perdí al venir hacia aquí.

El profesor le miró desaprobatoriamente, arrugando su aguileña nariz al ver varias hojas y ramitas de árbol enredadas en su corto cabello y los arañazos en el chándal del instituto.

- ¿Se puede saber quién eres? - preguntó educadamente, aunque con una nota de enfado mal disimulada.

El chico traspasó la puerta, cerrándola tras de sí y se palmeó los pantalones y la chaqueta para sacarse el polvo y la tierra.

- Soy un nuevo alumno. Debería haber llegado ayer, pero como ya dije, me perdí. - tenía un deje pasota al hablar, y los tintineantes pendientes dorados en su oreja izquierda reforzaban su aspecto rebelde, por no hablar del color verde de sus cabellos.

El profesor se paseó la mano por la barba, atusándosela, y entonces levantó un dedo al recordar algo.

- Ah, ya sé quién eres. Tu tutora habló de ti, que ayer no te presentaste en todo el día. Bueno, por ser la primera vez te perdono que llegues tarde, pero la próxima te mando al pasillo, ¿entendido?

- Sí, señor. - asintió con una leve sonrisa en sus labios y la mano alzada en forma de saludo militar.

- Preséntate. - pidió, con un ligero tic en el ojo por el comportamiento del joven.

- ¡Sí! - se dio la vuelta y escribió su nombre en la pizarra en el silabario katakana. - Me llamo Roronoa Zoro. Supongo que debería decir que es un placer conoceros, pero como no sé cómo sois ni si me voy a llevar bien con todos, me reservo eso para más adelante.

"Desagradable con ganas" pensó Sanji, con la barbilla apoyada en una mano. "Qué casualidad que justamente se llame como mi gato."

- ¿Por qué has escrito tu nombre en katakana? - interrogó el profesor, acariciándose la barba con más fuerza y rapidez, debido al nerviosismo que le causaba aquel alumno.

- Es un nombre extranjero (NdY: el silabario katakana, uno de los tres silabarios escritos japoneses, se reserva casi exclusivamente a extranjerismos y nombres de fuera). ¿No se nota? - le preguntó, empezando a buscar con la vista alguna silla libre.

- ¿No eres de aquí? Quiero decir, ¿no eres japonés?

- Claro que lo soy, pero mis padres, que en paz descansan, estaban borrachos el día que llevaron mi nombre al ayuntamiento.

El hombre tembló ligeramente, queriéndose quitar ya de encima a Zoro y señaló un pupitre vacío.

- Puedes sentarte al lado de Kuroashi. - su dedo apuntaba a Sanji. - ¿Allí se sienta alguien?

Algunos respondieron desganados y otros negaron con la cabeza. "Qué clase más mansa y aburrida..." pensó el peliverde, avanzando entre las mesas hasta llegar a la suya. "Creo que... me gustará esta tranquilidad." Una sonrisa se dibujó en sus labios, captada por el rubio, que alzó una ceja intrigado por lo que debía estar pensando.

- ¿Tienes libro? - le preguntó el profesor, una vez se acomodó y dejó la mochila tirada en el suelo.

- Los de ayer. - respondió simplemente, encogiéndose de hombros. - ¿Qué clase es esta?

- Historia. Soy el profesor Gan Fall. - el peliverde se limitó a asentir en señal de haber entendido. - Kuroashi, ¿te importaría compartir tu libro con Roronoa por hoy?

- En absoluto. - acercó su pupitre al suyo y se dirigieron unas miradas curiosas entre ellos, pero no cruzaron ninguna palabra.

Antes de que terminara la clase, el nuevo se había quedado frito y un hilillo de baba salía de su boca y se derramaba por la mesa. Por supuesto, Sanji salvó su libro antes de que lo inundara y dejó un cuaderno abierto de pié tapando al peliverde, sin estar muy seguro de por qué lo había ayudado, y de vez en cuando le echaba una mirada desaprobatoria. Tal vez era porque le hacía pensar en su gato...

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El timbre sonó, anunciando el descanso, y los alumnos comenzaron a salir a almorzar fuera, aprovechando el buen tiempo. El rubio se quedó observando a su compañero, totalmente dormido. ¿Cómo no se había despertado en toda la mañana? ¿Se habría pasado la noche entera sin dormir? Y eso de que tenía que llegar ayer pero se perdió... Y tampoco llevaba el uniforme del instituto, en vez de eso, el chándal, que aunque era igual de válido si no disponías del otro, mostraba un aspecto desastroso.

Sanji rebuscó en su estuche y sacó el portaminas, presionándolo hasta que la punta sobresaliera cerca de un centímetro, y entonces pinchó la mano izquierda del durmiente, que colgaba inerte.

- ¡Ite! - exclamó, despertando de repente. Luego volvió a relajarse, y se frotó los ojos soñoliento.

- Buenas tardes, lechuga durmiente. - le saludó su compañero.

- ¿Para qué me despiertas? - le preguntó, bostezando sonoramente.

- Es la hora de comer. - dijo, señalando el bentô, aún envuelto sobre su mesa. - Te has pasado la mañana sobando, ¿estás bien?

Zoro volvió a apoyar la cabeza sobre el pupitre.

- Sí... Ahora estoy mucho mejor. - sus tripas sonaron hambrientas, pero no se movió - ... Creo...

- ¡Sanji! - llamó Luffy desde la puerta de la clase, acompañado de Usopp y una chica pelirroja. - ¿Vamos a comer?

- Ahora voy. - se giró hacia el peliverde. - ¿Te vienes?

- Bueno, si insistes... - respondió, haciéndose el interesante, pero el otro ya se había marchado antes de escuchar su respuesta.

- ¡Nami-swa~~n! - exclamó el rubio antes de llegar a la puerta. - ¿Querrás probar mi bentô, mi preciosa pelirroja?

"¿Qué hace este ahora?" se preguntó Zoro, un poco dudoso de ir con ellos. Pero nada más cruzar la puerta, se fue sin darse cuenta hacia el lado contrario del resto y se perdió otra vez.

- ¿Eh? ¿Dónde ha ido Roronoa? - preguntó Sanji, mirando de lado a lado.

- ¿Quién dices? - le preguntó Luffy.

Él negó con la cabeza. Pues sí que se parecía a su gato, si ahora se iba por su cuenta.

- Nadie. Salgamos a comer. - propuso, saliendo al soleado patio.

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Las clases transcurrieron tranquilas hasta que finalizaron, y el chico de cabellos verdes desapareció después de hablar por última vez con Sanji. Él no estaba seguro de si alarmarse o ignorar ese hecho, pero de todas formas, le intrigaba y aún se seguía preguntando dónde diantres se habría metido cuando lo vio salir del gimnasio mientras le quitaba el candado a su bici.

Unos chicos fueron detrás de él, vestidos con kimono de hacer kendo y las manos alzadas en plegaria.

- Por favor, senpai, ven a enseñarnos a nuestro grupo. - pedían suplicantes.

- Sí, por favor. - otro que acababa de salir se les unió. - Ha sido flipante cómo has tumbado a nuestro capitán sin llevar espadas.

"¿Sin llevar espadas?". Sanji se había quedado unos segundos inmóvil, contemplando la escena, y se llevó una mano al mentón de manera pensativa.

- ¿Cómo has hecho eso, senpai? - le preguntaron.

De repente, el peliverde, que había tratado de ignorarles y sacárselos de encima estalló.

- ¡¡¿Y a mi qué me contáis?!! ¡¡No pienso ser el senpai de nadie, ¿entendido?!! ¡Y una mierda os contaré cómo lo he hecho!

- Pufff... - resopló el rubio. Había maneras mucho más amables que decir que no a la gente, pero se notaba que ni la delicadeza ni la dedicación iban con él.

Zoro se percató del gesto de Sanji, y se acercó a él con paso decidido, y una sonrisa socarrona en los labios.

- ¿Qué te divierte tanto, espanta mosquitos? - le preguntó, y sin pedir permiso, se subió a la parte trasera de la bici, apoyando el tobillo de su pierna derecha sobre la rodilla de la izquierda y cruzándose de brazos.

- ¿Y tú qué haces?

- Podrías llevarme. - propuso, con una mano en el mentón y asintiendo.

- ¿Y por qué no te vas a patita, desgraciado? - le cuestionó, pero el peliverde se había quedado dormido ahí sentado, con un globo de moco saliendo de su nariz mientras roncaba. - ¿Cómo lo hace para dormirse así? - se preguntó a sí mismo, atónito.

Pero más importante que eso, ¿ahora qué hacía con él? Tenía que ir a trabajar, y tenía que ir directamente después del instituto. Y no tenía ganas de llevarlo a su casa, él ya tendría la suya para descansar. Así que sólo le quedó tratar de despertarle.

- Eh, tú, especie de marimo. - le golpeó suavemente la cara, pero no reaccionaba. - ¡Oi, Roronoa! Al menos dime dónde está tu casa, ¿no? - se tendría que rebajar a llevarle, ya que no tenía el coraje de tirarlo de la bici y dejarlo tal cual.

- En Hyôgo…- murmuró él entre sueños.

Sanji se quedó con los ojos como platos.

- ¿De qué hablas? ¡Eso está pasado Kyoto! ¡Y esto es Tokio! ¡¿De dónde sales tú, niño perdido?!

Pero estaba en la feliz dimensión de los sueños, y al parecer su sueño era agradable por la cara de atontado que tenía.

- Gilipuertas... - gruñó con cabreo, pegándole un coscorrón en la cabeza, que sólo le sacó una risa idiota. - Mierda... ¿Y ahora qué hago?

"Bueno, en todo caso he de ir a trabajar... No puedo llegar tarde..." pensó nervioso.

- ¡¡Está bien!! ¡¡Me lo llevaré a casa!!

"Me lo llevaré, he dicho... Ni que fuera un gato perdido...". Cada vez se parecía más a su querido compañero de piso, y comenzaba a ser preocupante.

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Pedalear cuesta abajo fue un descanso con el peso extra, pero no se libró de tenerlo que subir a pulso cuatro pisos hasta su pequeño apartamento. Cuando por fin pudo entrar, el gato se cruzó entre sus piernas y le hizo tropezar, cayendo con el durmiente sobre él.

- Maldita sea... - maldijo entre dientes, con la respiración entrecortada por el esfuerzo y el peso muerto sobre él. - ¿Por qué a mi? Tendría que haberlo dejado en el insti...

- Mauu... - le saludó el pequeño Zoro, acariciándose contra su cara.

- Sí, mucho "mauu", y muchos mimitos, pero menudo piño me he dado por tu culpa... - se quejó, apartando la cara para que no entraran los pelos del felino en su boca.

Luego se escurrió por debajo del otro Zoro y al estar libre, lo cogió de la camisa y lo arrastró hasta su futón, tapándolo ligeramente con la manta.

- Espero que no sea así de narcoléptico siempre. No quiero tener que hacer esto cada día... - farfulló, masajeándose la nuca. Se dio la vuelta, mirando su reloj de pulsera y los pelos se le pusieron de punta. - Ay ay ay... De esta no me libro... El viejo mierdoso me echa...

Aprovechó para dejar su maleta del instituto, pero salió corriendo, olvidándose de cerrar con llave, y bajando las escaleras en una exhalación, con el único pensamiento y plegaria de que su jefe no decidiera deshacerse de él esta vez.

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Tuvo suerte, mucha suerte. Tanta que creyó que pertenecía a otra persona. Después del marrón de tener que arrastrar a un compañero nuevo de clase hasta su casa por no dejarlo tirado y arriesgarse a llegar tarde... El viejo jefe Zeff se había puesto enfermo y no había podido ir. Sus compañeros habían abierto igual el restaurante, y aunque no se llevaban muy bien con Sanji por su problemático carácter, decidieron no decírselo al jefe. A cambio, claro, de quedarse una hora más después de su horario limpiando platos y el local. Pero era un mal menor que no le importó sufrir.

Al llegar a casa ya eran más de las once y media. Estaba reventado, pero tranquilo por poder mantener su empleo. Pero con tanto ajetreo había olvidado a su "nuevo compañero de piso". Al entrar se encontró con las luces y la tele encendidas, dándose un susto de muerte, hasta que vio al peliverde sentado tan tranquilo, con un paquete de galletas casi vacío, por no hablar de media docena de latas de cerveza vacías a su alrededor.

- ¡Ey! - saludó tranquilamente, alzando una mano.

- ¿Ey? - se preguntó, con la garganta bloqueada. "Y una mierda tengo suerte..."

- Gracias por traerme, estaba realmente agotado. - le agradeció, aunque con la vista clavada en la tele, con lo que el agradecimiento era bastante poco sentido.

- Pues de nada. - le contestó en tono cortante, poniéndose frente a la tele y apagándola. - Y ahora que estás bien, vete a tu casa.

Zoro alzó la vista hacia él, totalmente serio.

- Aún no tengo casa. - explicó tranquilamente. - He llegado hoy, aún no he tenido tiempo de buscar algún sitio.

A Sanji se le cayó el alma a los pies.

- No... no jodas... - consiguió articular, tras lograr procesar la información en su cabeza con gran esfuerzo. - ¿Y ahora qué...?

- Pues... podrías dejarme quedar aquí esta noche y mañana comenzaré a buscar algún apartamento.

Sanji dio unas cuantas zancadas, se sacó los pantalones y la camisa sin pudor y se puso una ropa más cómoda, metiéndose en el futón, que ahora olía al extraño chico, pero trató de ignorarlo.

- Entonces hasta mañana. - "Cuanto antes me duerma, antes terminará todo esto."

El peliverde se le quedó mirando unos instantes, un poco perplejo por la forma de actuar del rubio, pero finalmente, cuando notó que ya estaba dormido, se marchó a dormir él también.

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Amanecía con la misma tranquilidad que siempre, con los rayos de sol escurriéndose entre sus cortinas verdes e impactando sobre su rostro, y el familiar ronroneo del gato, paseándose encima suyo. Pero había algo más.

El futón estaba más cálido que de costumbre, incluso asfixiaba, sin embargo, se sentía a gusto entre los brazos de aquella persona y sus piernas enredadas entre las suyas.

Su rostro cambió a rojo como si se tratara de un semáforo.

¿Brazos... y piernas?

Se incorporó de golpe, con los ojos desorbitados.

- ¡¡¡AHHHHHH!!! - chilló horrorizado, contemplando como Zoro se removía en busca de calor - ¡¡¿Pero qué coño haces?!!

En respuesta, Zoro simplemente se enroscó en él, abrazando su cadera y volviéndolo a tumbar. Sanji pudo estar seguro de que podía ver su alma escapando por su boca.

Minutos más tarde, ambos estaban levantados y vestidos. Y Zoro con un montaña de chichones encima de su dolorida cabeza.

- Buena manera de despertarme. - ironizó el peliverde, colocándose bien la corbata.

Sanji simplemente le devolvió una mirada de odio intenso. Claramente le decía "muérete, muérete, muérete con mi mirada asesina..." pero Zoro estaba más concentrado en acariciar al pequeño gato negro, que encima se habían hecho muy amigos.

El rubio hizo una mueca de desagrado, mientras servía la comida al animal y la colocaba en su sitio de costumbre.

- Zoro, a comer.

- ¿Yo? - preguntó el chico, señalándose con el dedo. - Qué rápido me has cogido confianza que ya me llamas por mi nombre.

- Ni hablar. A ti te llamo "Ahoronoa". Zoro es el nombre de mi gato. - que al oír su nombre por segunda vez de labios de su amo, se marchó hacia él ronroneando.

- Me tomas el pelo. - sentenció el chico, incrédulo.

- ¿Tú crees que tengo ganas de bromear? - le preguntó con una mirada de profundo fastidio.

Zoro se encogió de hombros.

- Está bien, "Demonio Rubio". - le llamó, señalando sus cuernos.

"Aghhhh... Que esto se acabe ya..." pidió mentalmente a quien lo oyera, mojándose el pelo con furia y peinándose con fuerza, bajándose los dichosos cuernos de pelo.

- Te vas a quedar calvo si te tiras de los pelos así.

- ¿Y a ti qué te importa? - le preguntó. Necesitaba un cigarro más que desayunar, así que una vez se terminó de arreglar, salió del apartamento, prendiendo uno enseguida, seguido por el peliverde.

- ¿No desayunamos?

- No. - sentenció. - Cómprate tú algo y déjame en paz. No te quiero volver a ver.

- Está bien.

Sanji se dio la vuelta, viendo como Zoro cogía el camino opuesto a él, y le fastidió sentirse culpable. Ese chico acababa de llegar, estaba agotado y no tenía ningún sitio donde quedarse. Además no había sido demasiado desagradable con él... sólo había tenido que llevarlo a cuestas en la bici y por las escaleras, y había tenido que trabajar una hora de más para no perder su trabajo, y había terminado con sus cervezas y galletas... ¡¡Y había dormido abrazado a él!!

- Una mierda me voy a sentir culpable... - gruñó, apretando los dientes mordiendo el cigarro. - Que se busque la vida.

Cogió su bicicleta, apagando su cigarrillo antes de subir y se marchó hacia el instituto. Aprovecharía los minutos que tendría por llegar demasiado temprano en desayunar en la cafetería del instituto. Y si no le volvía a ver, mucho mejor para él.

TSUZUKU

Hasta aquí esta vez. Etto... ¿qué opináis? ¿Seguimos, los dejamos, se lo regalo a alguien...?

Quiero coments TT3TT

Ah, y si algo quedó confuso, decídmelo, plis, y yo os ayudo. Que sin querer siempre digo muchas palabras típicas de mi tierra y que hablo con mis amigos, y entiendo que se hagan confusas para los que son de fuera. O también por las cuatro palabrejas en japonés que suelto…