Digimon no me pertenece. Esta historia ha sido creada con el fin de entretenerme y entretenerlos, sin ningún tipo de lucro.

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EL RITMO DE LA VIDA

Capitulo 1

"El edificio departamental Komatsu"

Llovía.

¿Por qué tenía que llover justo cuando se estaba mudando? Por suerte no era supersticiosa, de no ser así ya estaría pensando en hacerse una limpia espiritual. Siempre llovía cuando las cosas iban mal en su vida, o cuando menos eso parecía, pues desde que podía recordar todos los otoños lloraba. Pero no era tiempo de pensar en el pasado. Hace un par de años se había prometido dejar las cosas malas de lado y empezar arreglarlas para así no tener que quejarse. Había empezado a tomar las cosas por el lado positivo, eso si es que se le podía encontrar un lado positivo al desastre. Sin embargo, por más que lo intentaba, no podía evitar notar que en los últimos días todo le había salido mal, todo lo que había aprendido a apreciar se había ido por la coladera como si al destino no le importara arruinar aún más una vida mortal. Pero estaba tranquila, ahora todo mejoraría. Empezaría una nueva vida. Debía tener fe en que el clima no auguraba nada, de lo contrario, estaba perdida.

La nostalgia aún la perseguía, con la misma insistencia con la que la había seguido en el trayecto de su viaje a Tokio, ni toda la música ruidosa que escuchó en el camino consiguió evitar que el pasado le susurrara cosas al oído, pero cuando alcanzaba a escuchar aquella melodía suave que trae consigo la tristeza, aún por encima del ruido que generaban las bocinas, la ignoraba y apretaba con fuerza el acelerador del auto al tiempo que subía el volumen de su estereo viejo. No dudaba que cuando menos algunos cuantos trastos estarían hechos añicos por culpa de su cobardía… Aún así, sonrió. Ya compraría después vasos de plástico.

La leve llovizna caía sobre las cabezas del par de muchachos que se habían ofrecido a ayudarle a descargar las cajas que estaban apretujadas en su auto desde hacía seis días –justo el tiempo que le había tomado reunir el valor de dejar su pasado atrás-. Era curioso, pero desde que había entrado en la ciudad de Tokio ésta había adquirido una apariencia sombría, provocada por un ejército de nubes grises que parecían estar siguiéndola desde aquellos largos y deprimentes días por los que había que tenido que pasar, siendo que la ciudad había estado teniendo un clima estupendo y soleado. No importa cuantos kilómetros recorriera, la lluvia parecía estar empeñada en dejar empapada su cabellera pelirroja. Pero no le importaba. Se mojaría cuantas veces fueran necesarias y aceleraría hasta que el tanque estuviera vacío y tuviera que volver a llenarlo. Esta vez nadie le sujetaría la muñeca mirándola con tristeza, sobornando su corazón para después atarla al pasado, obligándola a regresar a aquello de lo que había huido tantas veces. Miró al cielo directamente, dejando que las ligeras gotas de agua le golpearan el rostro. De ahora en adelante era libre.

Ayudó a subir las últimas cajas. Adoraba que el edificio en el que había rentado no tuviera elevador, auque sus amables vecinos no pensaran lo mismo. De hecho se había encontrado a uno de ellos cuando subía las escaleras cargando una caja especialmente pesada, fue entonces cuando él se presentó y se ofreció a ayudarle.

-Me llamo Taichi, Taichi Yagami –le había dicho a la vez que le quitaba la pesada caja de las manos-, pero mis amigos me llaman Tai. Puedes llamarme Tai si gustas.

-Yo soy Sora Takenouchi. Gracias por ayudarme Tai. Hubiera sido muy tardado subir todas las cajas sola, sin mencionar que si no hablaba con alguien en las próximas 72 horas iba terminar volviéndome loca –al ver la cara confundida de Tai decidió explicarse,- llevo 6 días conduciendo sin más contacto con la sociedad que las charlas efímeras con los empleados de las gasolineras, las tiendas de paso y mi propia voz cantando al ritmo de cd´s viejos.

-¿Seis días? –dijo Tai mirándola sorprendido y luego esbozó una sonrisa-, yo no resisto más de 3 horas en un auto ni de broma. Aunque no tengo auto así que no tengo de que preocuparme… Otra cosa, ¿De donde vienes como para durar 6 días de viaje?

-Eh… En realidad, no vengo de tan lejos, es que me perdí en el camino –respondió sonriendo de forma poco convincente, evadiendo la pregunta. Tai bromeó al respecto y siguieron subiendo las escaleras hasta llegar al apartamento numero 707.

-¿Tu apartamento es el 707? ¡Entonces somos vecinos! –Exclamó alegremente- Yo vivo en el 743, al final del pasillo.

-¿En serio? Valla que coincidencia…

-¿Aún te quedan muchas cajas por subir? –preguntó de muy buen humor. Sora se preguntó si siempre era así de alegre.

-Si, de hecho acabo de empezar a descargar, pero creo que te puedes dar cuenta tu solo –dijo señalando las cuatro cajas en el apartamento semivacío

-Bueno, entonces te ayudaré a subir lo que haga falta ¿Te importaría que trajera a un amigo para que ayudara?

-No, no. Por el contrario, lo agradecería mucho.

-De acuerdo, voy por él. Enseguida vuelvo – y siguió de largo por el pasillo dejándola sola

Sora nunca había creído mucho en la bondad de las personas –muchas veces había dudado en que realmente existiera-, por que poca gente había sido bondadosa con ella en el pasado, pero sabía de sobra que había sus excepciones y quería creer en que se encontraba frente a una de ellas. Quizás la buena suerte sí estuviera de su lado después de todo, aunque no quería ser demasiado optimista tan pronto. Iría día por día, hoy sería uno de los buenos, y empezar bien siempre nos hace sentir mejor.

Tai no tardo mucho en volver. Venía seguido de otro muchacho, quien por cierto, era todo lo contrario de él, pues Tai era moreno y de sonrisa simpática, mientras que su compañero era rubio y de rostro dulce.

-Sora, este es Takeru Takaishi –dijo Tai presentándoselo-, en estos momentos es mi compañero de habitación. Nos ayudará a subir las cosas.

-Mucho gusto –dijo Sora tendiéndole la mano

-Un placer –y le estrecho la mano brevemente. A Sora le dio la impresión de que a pesar de ser tan joven tenía una mirada muy triste, e inconscientemente sintió afecto por él.

Había pasado casi media hora desde que habían comenzado a subir las cajas cuando empezó a llover y Sora dejó volar su mente revolviendo la lluvia que caía en su rostro con las memorias que aún le eran dolorosas.

¿Por qué tenía que llover justo cuando se estaba mudando?

Tai maldijo escandalosamente el mal tiempo apresurándose con su tarea, fue aquello lo que la había hecho volver a la realidad. Para cuando volvió a prestar atención al presente, Takeru reía por lo bajo y se excusaba en nombre de su compañero por decir "semejantes palabrotas" delante de una dama.

-Ya quedan pocas cosas por subir –se apresuro a decir Sora-, yo puedo subirlas. Así no tendrán que mojarse por mi culpa.

-No es nada. De todas formas a Tai ya le hacía falta un baño –bromeó alegremente

-¡Oye, te he escuchado! -Gruñó Tai saliendo nuevamente del edificio, y luego murmuró con acento de viejo cascarrabias- Enano malagradecido…

Sora y Takeru rieron. Y al final Tai acabó riéndose también.

Cuando terminaron de descargar el auto de Sora, ésta les agradeció su ayuda y se lamentó por no poderlos invitar a pasar, pues todo estaba en desorden y cubierto por cajas, sin mencionar que no tenía ni siquiera un vaso de agua para ofrecerles. Ellos no le dieron importancia y se ofrecieron a ayudarla en todo lo que necesitara, reiterando que estarían en el departamento #743 y que no se lo pensara dos veces si es que llegaba a necesitar ayuda con algo; desde ayudarla a poner un foco, hasta mostrarle la ciudad. Sora volvió a agradecerles sus atenciones y los despidió entre bromas y risas.

Apenas cerró la puerta de su nuevo apartamento, Sora se recargo en la puerta que tenía el número 707 al reverso y soltó un profundo y lento suspiro, aquel suspiro que descargaba su mente y su cuerpo de todas las tensiones que había alcanzado a acumular en los últimos días. Por fin lo había conseguido. Total independencia. Este sería su nuevo hogar.

Miró con curiosidad alrededor como si nunca hubiese visto ese lugar antes. Le parecía que había pasado un siglo desde el día en que fue a ver el departamento y decidió firmar el contrato de renta. Habían ocurrido tantas cosas desde entonces… El silencio le pareció más reconfortante que nunca y tuvo ánimos para darle una nueva ojeada a su departamentito.

Era un lugar pequeño y acogedor; y aunque le había costado algo de trabajo encontrar un departamento semiamueblado con buena ubicación, al final había quedado muy satisfecha; además, le encantaba no estar en el ultimo piso. La blanca cocineta contaba con barra y tres banquillos, así que quedaba espacio suficiente para dos sillones, una mecedora y una cómoda. El apartamento contaba con dos habitaciones y un baño, además de un cuarto de lavado, éste último tan minúsculo que Sora dudaba poder entrar si cargaba un cesto de ropa. Por lo demás, era bastante cómodo. Las habitaciones tenían linda vista, aunque no contaban con mucho más de lo necesario, un armario fijo y una cama en cada una además de un escritorio en la más amplia, lo cual resultaba muy conveniente, pues Sora ya había pensado que con algunas cosas que comprara y un poco de pintura que llevaba consigo adecuaría el lugar perfectamente a su modo de vida, agregando a ello todas las cosas que había traído consigo. Por lo tanto, no le cabía duda que con un poco de imaginación, tiempo y esfuerzo el lugar terminaría siendo verdaderamente agradable. Estaba tan entusiasmada que decidió empezar de una buena vez. Se inclinó sobre la caja más cercana y sin siquiera quitarse el abrigo, comenzó a desempacar.

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En el piso numero 7, al fondo del pasillo, dos de los inquilinos del edificio departamental Komatsu charlan sentados en un viejo y desvencijado sillón, el cual por cierto, tenía especto de haber gozado mejores épocas, pues no solo estaba opaco y maltratado, si no que también estaba raído de los bordes del respaldo. Sin embargo, a sus usuarios no parecía importarles en lo más mínimo, pues se acomodaban a sus anchas como si no hubiera mejor lugar para pasar el rato viendo el televisor, el cual destacaba por ser lo único realmente nuevo y cuidado de todo el lugar, un SONY con pantalla de plasma de alta definición.

-¿Qué te ha parecido? –Preguntó Tai, al tiempo que le daba un sorbo a la lata de soda que había tenido entre las piernas- Te dije que era linda…

-Si, y también es simpática –Asintió Takeru tratando de cambiar de canal, pero en vano, pues el control remoto tenía los botones atascados

-En definitiva, creo que es mi tipo… Haber, dame acá – y le arrebató el control remoto dejando la soda de lado para presionar el botón atascado con la rapidez y habilidad que solo un gamer puede tener con años de práctica asidua

-Bueno, tú crees que todas son tu tipo –dijo el rubio sonriendo

-¡Por que lo son! –exclamo alegremente- Que canal querías ve…?

-¡Te lo has pasado, era el 82!

-Da igual, ahorita le doy la vuelta… -se mordió el labio inferior con pinta de concentración y presionó aún con más avidez el mañoso botón.

-¿No sería más fácil regresarte? –preguntó Takeru asiendo alusión a la lógica

-Lo fácil es aburrido –sentenció Taichi escupiendo sobre la lógica-, mira, ya he llegado.

-Gracias. Oye ¿Por qué si el televisor es nuevo tienes un control remoto tan defectuoso? –se quejó el rubio

-Por que se lo arrojé a tu hermano, pero para mi desgracia él tiene buenos reflejos, y no lo amortiguó su cabeza como esperaba, si no que dio de lleno contra la pared –dijo muy quitado de la pena-, traté de repararlo pero nunca fue el mismo de antes. Además la garantía no cubría "destrozo total de la mercancía"

Le lanzó el control a su compañero -quien lo agarró en el aire con torpeza- y se levantó con aquella perezosa felicidad que siempre expedía cuando se sentía satisfecho de sí mismo.

-Creo que pasaré a visitarla… -dijo mientras estiraba sus brazos sobre la cabeza

-¿Cómo dices? –Se extrañó el joven rubio-, si no hace ni 10 minutos que la dejamos en su apartamento.

-¿Y qué? –se excusó, y mirando a Takeru con ojos picaros agregó- Podría sentirse sola…

Takeru rodó los ojos con fastidio, gesto que bien podría haberse interpretado como "Hombre, tu sí que nunca cambias", y fijó su atención en el televisor dando a entender que por él podía hacer lo que le viniera en gana.

-¿Sabes Tk? Justamente por esa actitud es que nunca tendrás novia –murmuró Tai burlonamente y salió del apartamento.

Justo acababa de salir cuando en el silencio del pasillo sonó su móvil a todo con "Shissou" de Last Alliance. Era el entrenador Komamura, quien gritaba tan alto que Tai tubo que retirarse el móvil de la oreja para que no le estallasen los tímpanos.

-¡¡YAGAMI!! -bramó el entrenador a otro lado de la bocina- ¿¡Se puede saber en que estas pensando pedazo de escoria!!

-Tranquilo, entrenador. Deje la histeria que podría hacerle daño al corazón, imagínese qué haría yo sí mi entrenador favorito se muere de un coraje… no podría perdonármelo –respondió con cínico desinterés a la vez que asomaba por su cara una sonrisa burlona

-¡No juegues conmigo Yagami!!

-Pero entrenador –dijo fingiendo sorpresa-, si creí que de eso se trataba. De un juego. A menos que la federación Internacional de fútbol haya decidido que el soccer ya no es un deporte y hayan decido convertirlo en…

-¡¡Deja de hacerte el chistosito, idiota!! –lo interrumpió Komamura con un rugido, dando a entender de aquella forma tan sutil y civilizada que le gustaba usar, que estaba "algo" molesto- ¿¡Como demonios se te ocurre faltar al entrenamiento a tres días de la semifinal!! ¡¡Si no fuera por que eres mi mejor jugador yo mismo te haría pedazos!!

-¡Vamos, entrenador! No sea tan duro… -dijo ahora fingiendo clemencia, para después recuperar su tono despreocupado- Además un día que falte a la practica no me hará perder la condición

-¡¡No quiero escuchar ni una más de tus estupideces, haragán!! ¡Un día perdido cuenta muchísimo! ¡¡Te quiero en la cancha AHORA MISMO!! Si no estás aquí en medía hora olvídate de jugar en la semifinal…

-¿¡Qué!? –Exclamó por fin tomándolo en serio- Entrenador usted no puede… Espere… No valla a colgar… ¿Entrenador? –pero era demasiado tarde, el entrenador Komamura ya había dicho su ultima palabra.

Tai maldijo contra el entrenador, e incluso contra la madre de éste, se guardó el móvil en el bolsillo y volvió a entrar en el apartamento que acababa de dejar hacía unos instantes. Al verlo Tk no pudo evitar reír.

-¿Qué pasó? –Preguntó alegremente- ¿Te ha echado a patadas?

-Ja, ja, muy gracioso… -ironizó con fastidio-, el entrenador me ha llamado. Sólo vengo por mi chaqueta.

-Ah, ya. Ahora entiendo los gritos… Yo también voy a salir, ¿Quién se queda con la llave?

-Quédatela tú –dijo distraídamente mientras buscaba su chaqueta entre un montón de ropa arrugada-, el entrenador esta tan molesto conmigo que me hará practicar hasta el amanecer, o cuando menos hasta que caiga muerto de cansancio. Ya me voy. –se puso una chaqueta azul marino con franjas blancas y se precipitó hacía la puerta.

-Suerte con la tortura… - y solo pudo oír como respuesta el portazo que dio al salir

Tai se estaba fijando en la hora cuando pasó presuroso frente al número 707, estaba tan apurado que ni siquiera tuvo tiempo de lamentarse por no haber podido ir a visitar a su nueva vecina.

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A un par kilometros del edificio departamental Komatsu un chico rubio y de ojos azules tocaba su guitarra con suavidad, unos segundos después el sonido había aumentando, para después acompasarse con los demás instrumentos. Los Teenages Wolves ensayaban dentro de un viejo almacén, el cual había pertenecido a una editorial mediocre que quebró a los cuatro años de su apertura. Era un lugar viejo y abandonado, perfecto para hacer ruido sin necesidad de afligirse por las quejas de los vecinos o las demandas de silencio de los padres, y como si eso no lo hiciera ya demasiado bueno, también era suficientemente amplio como para albergar al público que quisiera ir a verlos, incluso en ocasiones solían hacer una especie de conciertos clandestinos, y cuando se cansaban se podían sentar sobre las cajas repletas de libros que sencillamente no habían sido vendidos y terminaron por ser abandonados junto al viejo almacén. Todo un paraíso.

Cada que acababan de tocar una canción, un grupo de chicas que iban a escucharlos de vez en cuando les aplaudían y gritaban como maniacas histéricas, y aunque Yamato detestaba esa actitud de psicóticas obsesivas cegadas por una vana y falsa idea fija, no podía evitar sentirse halagado y secretamente agradecido por que entendía que de alguna manera ellas comprendían y apreciaban la música que él y sus amigos tocaban, que era la forma en la que podían expresar lo que pesaban y sentían. Más de una vez se había prometido a sí mismo que cuando llegaran a ser famosos y ganaran preseas por su música, entre su discurso de agradecimiento les dedicaría unas palabras a las que fueron sus primeras seguidoras, por muy gritonas y desagradables que le parecieran ahora.

Sonrió.

Que agradable le resultaba matar los problemas cotidianos con notas musicales…

Las cinco chicas que gritaban a unos metros de él empezaron a suspirar al ver su sonrisa. Aquella sonrisa que no entendían pero que cada una interpretaba suya. Parte del encanto que tenía Yamato Ishida era su misteriosa personalidad, mientras menos pudieran penetrar en lo que se ocultaba detrás de esos ojos azules, más atrayente les parecía.

Tocaron otras tres canciones más y dieron por terminado el ensayo. Lo único que a Yamato no le gustaba de tocar la guitarra –aparte del corro de chicas riendo y gritando como poseídas-, era terminar de hacerlo, pues era como si el sedante que usaba contra la realidad se esfumara con el último sonido de las cuerdas de su guitarra, pero aún así, se sentía satisfecho de haber podido darle la espalda, aunque fuera por unos minutos, a todo lo que lo rodeaba.

Se descolgó la guitarra roja escarlata que llevaba al cuello y bajó de la caja de madera en la que acostumbraba subir cuando tocaba; sus amigos se daban palmadas en la espalda unos a otros felicitándose mutuamente por el buen trabajo hecho aquella tarde y se despedían brevemente quedándose de ver allí mismo a la misma hora, el día siguiente. Yamato siempre era el ultimo en irse, pero no precisamente por decisión propia, pues había en especial tres chicas que lo seguían con insistencia haciéndole proposiciones de citas, de las cuales, una era la más irritante. La salida siempre resultaba agotadora. Aquel día apenas pudo safarse de su pequeño, pero insistente club de fans. Tubo que utilizar una excusa de lo más elaborada para convencer a Jun Motomiya –quien se proclamaba su fan #1-, de que realmente no podía aceptar su invitación a salir por que estaba ocupadísimo y alegando que con mucho trabajo había encontrado espacio en su agenda para asistir al ensayo –la cual era imaginaría, pues si había algo que no conociera Yamato, eso era la organización-, así que al final a las chicas no les quedó otro remedio que dejarlo ir haciéndose las comprensivas.

-Ni modo- había dicho una de ellas-, así es la vida de las estrellas de rock – y todas suspiraron desconsoladas.

A Yamato le daban mucha risa esa clase de comentarios, en especial por que no creía que el tocar en la bodega de una editorial arruinada fuera parecido, ni de lejos, a ser una estrella de rock. Subió con cuidado su guitarra en el asiento trasero de su auto y luego de subir él, arrancó camino a casa de su mejor amigo, Tai.

A Yamato le encantaba aquel departamentucho descuidado y pequeño. Era como un refugio antibombas; siempre que algo andaba mal o si simplemente quería pasársela bien, entraba en aquel lugar y todo parecía girar de manera más lenta y agradable; sumándole a ello la presencia de Tai, quien era la persona más despreocupada en el planeta tierra, aquel lugar se convertía en una capsula aislada del mundo y sus problemas; y como justo esa mañana Yamato había discutido con su padre, no tenía ni una pizca de ganas de regresar a su casa temprano para tener que verle la cara y verse obligado a escuchar los sermones que le había dejado pendientes.

Luego de conducir por algunos minutos llegó frente a un edificio de diez pisos color blanco con amplios ventanales y terrazas, era un edificio promedio, ni lujoso ni sencillo, en apariencia podría definirse como aburrido, pero bien dicen que las apariencias engañan… El edificio Komatsu no tenía estacionamiento amplio, de hecho los espacios de estacionamiento ni siquiera alcanzaban para la mitad de los departamentos, eso en caso de que hubiera un auto por departamento, claro; pero como no era así, siempre se las habían ajustado bien. Yamato siempre había encontrado espacio al fondo, cerca de la puerta de entrada; espacio que siempre había estado vacío… Hasta ahora. Yamato se sorprendió mucho al encontrar el lugar ocupado por un anticuado Toyota Corolla blanco del 96. Casi se sintió usurpado. El usaba aquel pedazo de estacionamiento desde hacía cuatro años, ¿Cómo era posible que de un día para otro, alguien le robara el lugar?

Estuvo observando con recelo aquel auto como si esperara que en cualquier momento se desapareciera, pero aparentemente su estrategia no funcionó, pues el auto no se movió, y al final tuvo que estacionarse una cuadra adelante pues ya que empezaba a obstruir el paso de los autos que pasaban. Se bajó del auto bastante irritado y fue a preguntarle a la señorita Onimaru –una mujer entrada en años, que solo tenía de señorita lo que tenía de solterona, que atendía la pequeña recepción que había al entrar en el vestíbulo del edificio-, quien había ocupado su pedazo del estacionamiento.

La señorita Onimaru rió tontamente antes de contestar.

-Ay, querido… Me temo que vas a tener que buscar otro lugar para aparcarte. Ese auto es del nuevo inquilino.

-¿Nuevo inqui…? ¡Pero si llevo años estacionándome allí! –Exclamó molesto- ¿Por qué no le dijo que estaba ocupado?

-Si, si, ya sé como te debes de sentir, querido –Yamato dudaba que eso fuera posible -; Pero te recuerdo que tú no pagas el alquiler, así que no tienes ningún derecho sobre ese espacio.

-Bueno, tal vez no –admitió-, pero he ayudado a Tai un sinnúmero de veces a pagarlo, ¿A caso no cuenta el derecho de antigüedad? – preguntó en su defensa

-No, querido. Lo siento mucho, pero como te he dicho, tendrás que buscarte otro lugar para aparcarte –esto lo dijo como si más que pena, le causara regocijo. Aquella vieja amargada siempre había considerado las desgracias de los demás como una diversión perversa.

Yamato maldijo en voz alta a propósito para que la estúpida señorita Onimaru se escandalizara, y sin darle las gracias por la información, comenzó a subir a las escaleras. A lo lejos todavía podía escuchar a la solterona quejándose de lo majaderas que eran las generaciones de hoy en día, pero le importaba poca cosa. Subía las escaleras con desanimo, mirando las baldosas de las escaleras y con las manos en los bolsillos. Realmente le fastidiaba tener que estacionarse a una cuadra, pero ya pagaría el nuevo inquilino por haberle robado el lugar que por tanto tiempo le había pertenecido… Tal vez podría ingeniarselas para molestarlo al grado de obligarlo a irse del edificio, aunque pensándolo bien, le daba flojera dedicarle mucho tiempo a una sola cosa. Tal vez tendría que resignarse e ir caminando siempre que quisiera visitar a Tai, de cualquier modo, luego de aquella mañana desastrosa, dudaba que su padre le volviera a prestar el auto… En eso estaba pensando cuando escuchó a lo lejos unos taconazos. Pensó que sería la señora del 688, una doña a quien no le caía muy bien que digamos, aunque sería mas acertado decir que lo detestaba, esto desde la primera vez que se le ocurrió dar un concierto en el departamento de Tai, y por razones que desconocían no la dejaron dormir… Estaba tan desganado que ni siquiera volteó hacía arriba para hacerle una broma sobre lo bellos y educados que eran sus retoños –un par de diablillos que eran mas molestos que una docena de gatos maullando a las 3 de la mañana-. Los taconazos cada vez se escuchaban más cerca, y él estaba cada vez de menos humor verle la cara a esa mujer.

Fue entonces cuando al cruzar un recodo de las escaleras que daban al sexto piso se sorprendió al ver en su campo de visión unos lindos tobillos bronceados y unas pequeñas zapatillas negras bajar las escaleras con presteza. Apenas puedo levantar el rostro para cuando ya estaba cara a cara con una joven pelirroja, de facciones agradables que le era completamente desconocida. Por un momento se quedó mudo, aquella joven era bellísima…

Para cuando creyó recuperar el habla, pues se había quedado mudo, aquella jovencita ya había pasado de largo. Él se giró para observarla, pero solo pudo divisar su cuerpo de espaldas por un segundo pues ella ya había dado la vuelta a las escaleras…

Aquello le causó una honda impresión… ¿Quien era ella?

Yamato se quedó inmóvil mirando las escaleras vacías hasta que el sonido de los tacones se hubo extinguido por completo.

Continuará…

N/A: Para mi es un placer publicar esta historia, la cual había permanecido –hasta ahora-, flotando vagamente en las profundidades mas remotas de mi cerebro…

Cabe mencionar que este fic está basado en algunas aventuras reales y otras inventadas, pero siempre basándome en esas cosas que nos mueven a los jóvenes: la amistad, la alegría, la diversión, la tristeza, la nostalgia, el dolor y el amor. Espero que disfruten leyéndola, tanto como yo me divertí imaginado cada uno de los detalles que en ella residen.

Los comentarios, naturalmente, son bienvenidos.

Besos

Kuchiki Rukia-chan

P.D.: Cada uno de los personajes en mi historia están representados por algún grupo, cantante o alguna canción determinada que refleja su personalidad. A Tai lo representa Last Alliance