Dsiclaimer: El universo de Harry Potter pertenece a J. K. Rowling y a la Warner Bros. No escribo con ánimo de lucro. La trama es mía, no la publiques en ninguna parte sin mi permiso expreso. Gracias.

Notas:Este será un fic cortito, de un par de capítulos, tres a lo sumo. Se lo dedico a dos de mis fruitis, tuai y Nott Mordred, que son extremadamente convincentes cuando se habla del Draco/Ron xD Gracias también a riatha por el beteo :3

Notas2:Por ahora estoy pasando completamente del tema Draco!culpable mortífago. No sé si luego me dará por explicarlo, pero haora mismo podéis imaginaros que... bueno, el sexto no sucedió, o algo así. Ale.

CHRONOS

(el tiempo vuela)


I.

―Es sábado. ―Hermione resopla, cansada, y ni siquiera le mira cuando lo dice―. En serio Hermione, es sábado ―insiste―. Los sábados fueron hechos para el descanso, ya lo decían los muggles.
―Eso son los domingos, Ron.
―Pfff. ¿Y qué más da? Sábado, domingo... Aunque lo fuera no querrías descansar ni un poquito.
―¿Tenemos exámenes en dos semanas y tú piensas en descansar? Estás hecho un desastre de hombre.

Frunce el ceño cuando entran en la biblioteca atravesando las puertas grandes y de madera antigua, pero aun así no sigue discutiendo. La mujer esa de detrás del mostrador, la de las gafas de carey y un alma antigua encerrada en un cuerpo de joven, es peor que la Señora Pince. Ron está seguro de que tiene un ojo mágico como el de Alastor ―aún sienten ese algo en el pecho al pensar en él― y se ha agenciado unas orejas extensibles de las de sus hermanos, porque sino no puede entender como controla ese enorme templo a los libros que es la bilioteca nacional. Pero sea como sea, puede, y él pretende ir con cuidado con ella. Ya le echó una vez ―en silencio, señalando la puerta con los dedos y susurrando un "por favor, señor" muy estirado―, y no pretende pasar solo todo lo que queda de día. Es mejor poder chinchar a Hermione cuando se aburre mucho que ir a hacer café tras café en el bar de la esquina él solo para no tener que volver a casa y ayudar a su madre con la colada.

Hace un par de semanas se dedicaba a ella enteramente ―a Hermione― cuando se aburría demasiado, convenciéndola para que se fuera con él entre las estanterías y así poder enredar las manos en su pelo y besarla hasta la saciedad, resiguiendo su espalda con la punta de los dedos por encima de la camisa mientras la otra mano seguía enredada en el pelo.

Pero, de un día para otro, ella le dejó y nada fue como habia esperado.

Para empezar ni siqiuera le pareció raro. Es decir, se lo pareció, pero en el fondo era lo que ambos esperaban. No se pelearon sino que se acostaron otra vez entre besos, como siempre que iban a la habitación que tenía ella alquilada, y uno pensaría que Hermione había llorado o algo, pero fue a él a quién le picaron un poco los ojos cuando se quedó dormida y desnuda a su lado. Luego se estuvieron evitando un par de días más hasta que Harry les puso en su sitio y todo volvió a ser como antes. Salvo que ahora la biblioteca es aún más aburrida que antes y si le hacen caso a los muggles él se va a quedar ciego de tantas pajas.

―¿Cómo puede hacer tanto calor, aquí? ¿Eso no es malo para los libros? ―susurra a media voz al cabo de un rato, después de encontrarse con Harry y sentarse todos a revisar páginas algo amarillentas.
―Silencio, Ronald.

Rueda los ojos con Harry por encima de los libros y saluda a una conocida con la mano, hablando sin hablar realmente, moviendo los labios en un mudo saludo. Ella le sonríe y mueve la mano alegremente antes de perderse entre los estantes.

―Las tienes en el bote, tío.

Él sonríe, pagado de si mismo. Y antes de que Hermione pueda dispararles en un susurro que son la cosa más inmadura que se pueda ver en este mundo, levanta un poco la mirada y le ve. Los ojos grises, el flequillo rubio cayéndole por encima de la frente, tapando un poco los ojos y un mucho las cejas. Cara de concentración y las mangas de la camisa subidas, más libros que Hermione incluso, y delante de él un montón de papeles que, presume, serán sus apuntes.

Draco Malfoy.

¿Qué coño está haciendo él aquí?

II.

Intenta evitarlo. En serio. Pasar de él para que Hermione no le riña, no acercársele y así no montar un escándalo tampoco, pues sigue sin querer que le echen. Portarse como una persona adulta y madura y no como un crío. Dedicar su atención a poner cara de tío interesante para pillar esta noche con la chica de los rizos que le ha saludado antes, sobre todo.

De verdad. De verdad de la buena, que lo intenta.

Pero. ¡Pero! Cuando Malfoy se levanta ―y mueve la cabeza como lo hace su hermana, para colocarse bien el flequillo de medio lado―, él no puede hacer nada más que soltar una risita ahogada, la misma que se le escapó al oír su nombre por vez primera, y estirar las piernas debajo de la mesa antes de levantarse.

―¿Dónde vas? ―Harry le pone cara de pena al pensar que se está yendo ya, dejándole entre mil libros y más apuntes aún.
―A estirar un poco las piernas. Ya sabes, voy hasta biología y vuelvo.

Se saben ya todos los rincones de este lugar después de un par de meses viniendo periódicamente. Biología ―esa cosa muggle que Hermione le enseñó a pronunciar, cansada de Bología, Bielogía y demases― es el sitio de los aburridos, algunos incluso se atreven a comer algo allí, pese a la amenaza de expulsión permanente que pende encima de los que se atrevan a incumplir las normas en el sacrosanto lugar. Entre los libros de historia se pierden los pardillos, en cambio, y en literatura muggle están siempre un par de colgados que vienen a leer ―¡a leer, leer de verdad, en una biblioteca!― y las parejitas, que encuentran muy romántico a un tío llamado Shakespeare. Muggle, por supuesto.

Pero Ron no va a Biología. Ronald Weasley se pierde entre estanterías algo polvorientas siguiendo a una cabellera rubia, con los mismos nervios que cuando se escapaban con Harry y Hermione bajo la capa, por los corredores de Hogwarts a las tantas de la noche. Se pasa la lengua por los labios mientras sonríe, con algo de callada malicia, y se pregunta a dónde estará yendo Malfoy, que tantas vueltas da.

Luego se encuentra con que este le está mirando y ya no tiene que preguntárselo más, pues se lo pregunta él.

―Oh, hola Weasley. ¿Ibas a algún sitio? ―Levanta una ceja y sigue teniendo las mangas de la camisa arremangadas, además del tonillo prepotente de siempre. Qué curioso, lo poco que cambian las personas en un par de años. Parecería que estan en la escuela de nuevo si no fuera porque no llevan uniforme y esta biblioteca no huele a casa.

Él no sabe qué responder, pese a todo, así que decide tirar por un poco de agresividad, y luego ya se verá. Al fin y al cabo, están en un sitio medianamente escondido. La bibliotecaria terrible no puede haberles encontrado aún, y de acercarse olería ese tufillo a naftalina que siempre desprende.

―No te importa, Malfoy.

Ve como rueda los ojos e incluso él lo hace, mentalmente. Realmente acaba de dejar escapar un aire de retrasado muy convincente.

―¿Ah, no?
―No ―le interrumpe él antes de que pueda acabar de hablar, contrastando con esa pereza suya al arrastrar las palabras.
―Pues no lo parece, Weasley ―le responde, parando un segundo para apretar los labios―. A mi me había parecido notar que me seguías, fíjate tú.
―¡Ja! ―sus labios se mueven antes de poderlos dirigir él mismo―, ¿para qué te voy a seguir yo?

Intenta meterle el mismo aire de desprecio que él a sus palabras, pero sabe perfectamente que en eso no le llega ni a la suela de los zapatos. Draco Malfoy es todo un maestro, en el viejo arte de ser desagradable con sus congéneres.

―Ah, no sé ―le responde con tranquilidad, encogiéndose de hombros casualmente―. He pensado que quizás querrías preguntarme dónde me compro la ropa, para tener algo que ponerte en lugar de ese trapo que llevas como jersey. Luego he recordado que eres pobre ―añade rápidamente antes de que pueda interrumpirle― y no podrías pagarlo, así que sólo puede ser que me echas de menos después de tanto tiempo.

Con otra persona a Ron se le habría quedado la boca abierta. Así, como una o. Nadie puede ser tan, pero tan borde de buenas a primeras. ¿Pero con Malfoy? Con Malfoy le bulle la sangre nada más verle, ya casi por instinto, así que no es de extrañar que tenga que contenerse para no lanzarse a su cuello y estrangularle, hacer que su cara se ponga morada y dejarle los ojos en blanco. Ron sabe mucho de esto, después de haber utilizado el caso del Estrangulador de Porsmouth como base para un trabajo. Sabe como tiene que ahuecar las manos y dónde apretar para que sea rápido y terrible, para que las víctimas no griten al sentir que el aire se les acaba y el mundo con él.

―¿Weasley? ―Deja escapar una risa seca y prepotente―. ¿Te he dejado sin palabras?

Podría estrangularle, de verdad de la buena. No le costaría nada, pero...

―No ―sus labios vuelven a moverse antes que el resto de su cuerpo―. O bueno. sí. Me deja sin palabras que puedas ser tan gilipollas.

Malfoy vuelve a reirse y él nota como la sangre vuelve a bullirle también, esta vez en sus mejillas. Respira hondo y va a responderle con algo brillante que aún no sabe muy bien qué será, cuando aparece El Terror.

―Señores, ¿puedo ayudarles en algo?
―¿Eh? ―Malfoy se gira y, cuando la ve, se le pinta el desagrado en la cara. Más evidente, mucho más evidente de hecho, que cuando discute con él. Y lo más raro es que la sonrisa satisfecha le desaparece. Así, como por arte de magia.
―No, gracias, sólo estábamos consultando un par de libros.

Si algo sabe hacer Ronald Weasley últimamente es salir de situaciones desesperadas con mujeres de por medio, así que como le consta que ese especimen es de género femenino decide intentar lo mismo que con las otras. Una sonrisa, un cambio en la voz que se le vuelve milagrosamente grave y, voilà, ella cae rendida.

―Ah. Pues si necesitan ayuda comuníquenmelo, no me gustaría que estuvieran vagareando entre los estantes sin nada que hacer.

Bueno, más o menos rendida. Ya sabía él que no era del todo humana.

―Por supuesto, señorita, ya estábamos pensando en volver a nuestras mesas ―asiente Draco con tono condescendiente y haciendo una extraña inflexión de voz en el señorita. Se aleja entre los estantes pero no sin antes, nunca sin antes, acabar de dejar la última gota de veneno en forma de un susurro―: Ah, y cámbiate ese jersey, Weasley. En serio, como sea. Pero cámbiatelo.

III.

Cuando vuelve a su sitio con las manos en los bolsillos y la mirada clavada en el suelo, Harry y Hermione están enfrascados en una acalorada discusión entre susurros y no notan que lleva su mirada de cabreo, esa un poco turbia que siempre presagia tormenta. Se sienta, mueve papeles y dibuja un par de garabatos en un pergamino inútil.

―¡Ron, mis apuntes!

(O no tan inútil).

Sigue pasando el rato. Ve discutir a sus amigos y resopla un par de veces más. Cuando levanta la mirada hacia la mesa de delante, Draco Malfoy le está mirando. Aprieta los dientes y se dice que no. Que para nada, que no va a ceder ni en sueños. ¡Faltaría más! Baja la mirada y sigue moviendo libros, pasando páginas con prisa y apretando las mandíbulas. Al cabo de cinco minutos no puede más, hace un calor de cojones y mierda Malfoy tiene razón.

Resopla, se muerde los labios y echa la silla para atrás. Harry levanta la cabeza y una ceja, y le mira interrogantemente.

―Hace calor ―masculla―, ya lo había dicho antes. Esto es insoportable.
―Ajá. Pues quítate el jersey.

Y Ron no espera nada más. En menos de diez segundos ya ha llevado las manos a los bordes de lana granate y está tirando para arriba, siempre para arriba. Se le atasca la cabeza al intentar sacarla por un cuello demasiado pequeño ―su madre sigue haciéndole jerseys como si tuviera once años sólo que con las mangas un poco más largas― y está seguro de que, al acabar, tiene las mejillas rojas y el pelo despeinado. Resopla, cansado, y se mira la camiseta y las manchas de esta ―aceite repartido en pequeñas salpicaduras de cuando se hace huevos fritos―, para después suspirar satisfecho y esconder el jersey en la bolsa de libros de Hermione.

Luego se concentra en no pensar en Malfoy y no pensar tampoco en que sólo un par de frases suyas han conseguido que se avergonzara de una larga tradición familiar llena de madres pelirrojas tejiendo jerseys la última semana antes de Navidad.

IV.

Tan predecible.

Draco chasquea la lengua al ver como no deja de toquetearse el jersey desde que ha vuelto a la mesa. Sonríe, pagado de si mismo, al ver que sigue consiguiendo lo que quiere del chaval sólo con un par de palabras aún después de un par de años. Ve como escribe algo en un pergamino y la Granger pone esa cara monstruosa de siempre, como si fuera a comerle las manos bocado a bocado sólo por moverle un poco el libro.

Se sentiría como si aún estuviera en Hogwarts si no fuera porque hace calor, aquí, y... Joder.

Ha sido algo rápido, sólo unos segundos. Uno y dos, Weasley echa la silla para atrás, lleva las manos al jersey y tira. Tira para arriba, rápido, y parece realmente imbécil peleándose con el jersey cuando... Cuando. Cuando levanta los brazos del todo, el jersey se le sube y con él lo que fuera que llevara debajo. Una camiseta, o algo.

Es como una epifanía.

Uno y dos, y todo es normal, tres y cuatro y el mismo mundo de antes cambia completamente, se vuelve del revés, se estira, se comprime, se expande, se vuelve de colores y a la vez es absolutamente blanco.

Ronald Weasley está bueno y él hace un par de semanas que no folla.