Llegó a la funeraria en un relativamente corto tiempo.

A diferencia de Deidara, no estaba limitado por sus piernas (no demasiado). Vestido por completo de negro, con gabardina incluida, caminó alrededor de la famosa funeraria, olfateando y escuchando.

Olía a muerte.

Deidara apareció esa tarde con el mismo olor, uno tan denso pero a la vez tenue que sólo alguien como él pudo haberlo percibido. Se escuchaba música... Chopin, segundo piso. Un gato. No, el gato estaba en la otra calle. También una tetera bullendo, unos pasos resonando...

Trepó al techo con ágiles movimientos y entró por una de las ventanas abiertas. Era, aparentemente, el estudio de Aburame Shino. Aparentemente, también, bajó a preparar té. Era una habitación sobria y hasta cierto punto monótona. Había una inmensa estantería en la pared de la derecha, un escritorio lleno de libros con una portátil y una espeluznante colección de insectos disecados. Se acercó para verlos, al no encontrar nada sospechoso ojeó los libros sobre el escritorio. Eran, tal como dijo Deidara, heridas post-morten. Parecía una investigación. Tal vez el hombre quería publicar un libro, por lo que indicaba la pantalla de cristal líquido de la máquina.

Dio un rápido vistazo a los libros en la estantería y salió justo cuando Aburame Shino entraba de nuevo. Esperó a que se concentrara en sus asuntos. Entonces entró y cruzó la habitación rápida pero cuidadosamente. Aburame Shino miró sobre su hombro, creyendo haber visto una sombra reflejada en el monitor. Se encogió de hombros, pensando que necesitaba dormir.

Itachi miró el corredor del segundo piso sin interés. Eso fue hasta que percibió un olor que nada tenía que ver con el lugar. Era un olor a ciertas hierbas e inciensos, mezclado con un intenso olor a muerte, tan insoportable que arrugó la nariz.

Allí estaba la pista que buscaba.

Las grabaciones de audio no produjeron nada. Las fotografías eran imprecisas pero esto...

Llegó al salón de autopsias, donde encontró, ínfimo y perfectamente oculto, un cabello. No era muy largo, propio de alguien que lo usara hasta la barbilla. Fino y plateado. Olía a cadáver, así como hierbas que él sabía (gracias a una investigación previa realizada ese día, cerca de las once de la mañana, cuando no tenía nada qué hacer más que intentar dormir y esperar a Deidara) eran usadas en ciertos rituales.

El necromante había estado ahí personalmente. También encontró piel, partículas ínfimas de piel y lo que parecía hilo. Despedían un olor a descomposición; cadáveres vivos.

La definición No Muerto acababa de recibir un nuevo significado.

Deidara estaría feliz. Sólo que él no tenía un buen presentimiento. Nunca, ni siendo humano, creyó en esas cosas pero ahora... Todo era posible.

-¡Nii-san, deja de mirarme así! –Itachi sonrió divertido por la reacción de su hermano pequeño. Disimuló lo mejor que pudo, pues no quería que se molestara realmente con él. Se levantó de su asiento y caminó hacia él. Se agachó frente al niño, que jugaba con un mechón de cabello frunciendo los labios. Era un gesto muy común de madre y eso a Itachi le hizo gracia.

-¿Quieres que te ayude?

Sasuke resopló, apoyando la cabeza en el pecho de Itachi.

-Está bien. Ya no quiero hacerlo. Vamos a pasear, nii-san.

-¿Estás seguro? –Sasuke asintió, dejó el arco sobre la silla, recostando también el chelo, y se levantó.

Itachi lo abrigó y lo envolvió en una bufanda antes de salir. Había nevado la noche anterior y estaba seguro de que pronto volvería a nevar. Sasuke lo tomó de la mano, a Itachi le pareció lo más encantador y dulce que había en el mundo con la bufanda cubriendo parte de su cara. Tuvo la tentación de cargarlo en su espalda, pero no iba a dejarlo con el humor así.

Últimamente, padre estaba particularmente desagradable, sobre todo con Sasuke, el más inocente y libre de culpa. Él, bajo la presión de ser el hijo mayor y responsabilizarse de tonterías que pasaran por la mente de su padre, apenas tenía tiempo para hacer algo por él. Quería ayudarlo, hacer todo por él, simplemente para verlo sonreír o escucharlo llamarle nii-san. Desde que Sasuke empezó a hablar, Itachi supo que había algo mucho más hermoso que la melodía de un piano o un violín.

-¿A dónde quieres ir?

Sasuke lo pensó un instante.

-Hmmm… Sólo quiero pasear.

-De acuerdo, haremos lo que quieras.

Sasuke se detuvo. Itachi, cuya mano sujetaba la de su hermano, también lo hizo. Le miró interrogante. El pequeño arrugó la nariz, lo que le dio a su precioso rostro un aspecto que rayaba en lo gatuno. Itachi tuvo ganas de besarlo pero se contuvo, no lo hacía desde que Sasuke tenía cuatro.

-Nii-san –llamó bajito. Itachi se agachó frente a él, sin soltarlo, y ladeó la cabeza, buscando sus ojos, ocultos bajo la melena negra.

-¿Sí? –Silencio-. ¿Sasuke?

Le revolvió el cabello, tratando de llamar su atención.

-¿Qué pasa? –insistió dulcemente.

-Te quiero, nii-san –soltó de golpe, tan rápido que fue difícil entenderlo.

Y el niño, sonrojado, le abrazó. Él lo rodeó con sus brazos, apoyando sobre su cabeza la barbilla. Qué tierno era su hermanito, qué precioso era su Sasuke.

-Yo también te amo, Sasuke –le dijo. El niño refunfuñó por lo bajo, apretándose contra él-. Te prometo que siempre te voy a cuidar.

-Yo también te lo prometo –le miró a los ojos, apretado sus labios en una mueca adorable-. Alejaré las pesadillas para ti, te protegeré.

La noche anterior había soñado con su tío Obito, que había muerto unos meses antes. En el sueño, el ser que lo atacaba, se reía estruendosamente, su viperina lengua danzando fuera de su boca.

De pronto, Obito era Sasuke. El niño le había despertado al escucharlo gritar en sueños. Estaba tan nervioso que atinó a abrazarlo y pedirle perdón. Sasuke no entendió y cuando le preguntó porqué se disculpaba le dijo que había tenido una terrible pesadilla. Volvió a abrazarlo y a disculparse, tratando de contener las lágrimas.

-Kiba, espero que sea importante –Itachi fue arrancado de golpe de su ensoñación por Shino, que abajaba las escaleras de nuevo hacia la cocina. Aguzó el oído, seguro de que no había nadie más en la casa-. Debo entregarle el capítulo seis a mi editor, por supuesto que debo concentrarme.

Hablaba por teléfono, era seguro por los intervalos en la conversación.

-Es seguro que tenga éxito. Hoy mismo vino un periodista. Si el artículo que está escribiendo es tan importante, el libro tendrá mayor éxito por la mención de mi nombre –Uchiha salió al pasillo, dispuesto a irse, cuando escuchó decir a Shino, muy convencido-: Deja de pensar en tonterías. Eres un hombre de ciencia, no deberías creer en cosas como la magia negra… Son sólo coincidencias. Al principio, el periodista también se lo creyó pero estaba bromeando. Es simple coincidencia los estados de salud de esos hombres y que el tren se descarrilara de esa forma. Son cosas que pasan. No hay nada como hechicería implicada. Por otro lado, el libro…

Parpadeó, sabiendo que nada más podía hacer, y se fue de regreso al hotel. Aquello era una señal, estaba seguro. Iban por buen camino, las cosas no sucedían porque sí. Se apresuró a llegar, ansioso por ver al Cazador, preguntándose si estaría a tiempo de despertarlo antes del amanecer para darle él mismo las noticias.

Lo encontró saliendo del baño, con el pecho desnudo y unos pantalones de algodón que llevaba a rastras.

-Deidara –el interpelado lo veía con ceño y brazos cruzados. El agua caía en gotitas por su cuerpo erizado, Itachi supuso que él debía estar helado. Medio sonrió, tocando con su mano el sensible cuello de Deidara, quien hizo una mueca mas soltó un jadeo.

-Suelta, hum.

-¿Por qué estás enojado?

-Yo no estoy enojado.

Itachi no se lo creía pero tampoco podía entender la razón de su enojo. Sinceramente, esperaba encontrarlo alegre o, al menos, sarcástico. Sin embargo, al volver de su investigación, Deidara azotaba la puerta del baño con fuerza, apretando la mandíbula amenazadoramente y arrojando a un lado todo lo que se interpusiera en su camino.

No se había molestado en secarse el cabello, lo que otorgaba un nuevo nivel a su estado irritable. La habitación estaba en orden, la puerta no parecía estar forzada y dudaba que alguien hubiera entrado. No habían traído nada de valor, así que estaba seguro de que no había nada para robar.

Acunó en sus manos el rostro ceñudo de Deidara y lo besó de manera prolongada y lenta. El rubio, que no dejaba de parpadear deslumbrado, torció la boca en gesto pensativo. Miró a Itachi de reojo con cierta displicencia.

-¿Ahora estás mejor? –preguntó la voz de soprano del vampiro, que acariciaba con ternura sus mejillas. Deidara pasó saliva, pero logró mantenerse firme. Por cierto, eso resultaba realmente difícil en esa situación.

-Un simple beso no hará que todo esté mejor.

-Oh. –Itachi tuvo la decencia de lucir confundido. Deidara tuvo que hacer un esfuerzo para no reír. Afortunadamente, Itachi habló antes de que eso ocurriera-. Entonces tendré que esforzarme más.

Podía acostumbrarse a eso con demasiada facilidad, eso era un hecho.

Recibieron la mañana con las cortinas echadas, Itachi recostado de la cabecera de la cama y Deidara recostado del pecho de Itachi, jugando con las manos heladas del vampiro, que besaba su coronilla cada tanto.

-Quieto –graznó, cuando el otro osó a soltarle las manos para jugar con su cabello-. ¿Entonces eso es todo lo que había, hum? Qué mal…

-Aburame cree que no hay nada extraño implicado en esto.

-Sí, el muy maldito habló primero como si algo muy raro pasara y al final dijo que era una broma, alegando que era decepcionante que me dejara guiar por supersticiones –escupió con rencor Deidara, haciendo una graciosa mueca-. Maldito, hum. Tú no eres una superstición, lo hicimos dos veces esta noche. ¡Que venga y me diga que el vampiro Itachi no me hizo el amor dos veces, maldición! Si eso fuera cosa de mi mente, pues qué mente, hum. Me deberían dar un premio. Es decir, son idiotas, todos los malditos escépticos y los que se empeñan en decir que no existes. ¡Claro que eres real! Desgraciados científicos de mente cerrada, hum.

El vampiro Itachi, demasiado halagado y fascinado para ocultarlo, se carcajeó divertido, un sonido como el tañido de campanas brotó de sus labios. Deidara tuvo una idea, girándose la compartió con él.

-Vamos por la tercera vez, hum.

Itachi, por supuesto, no se resistió.

A Deidara le hubiera gustado quedarse en la habitación hablando, discutiendo y besando a Itachi todo el día, pero su estómago le recordó que él sí necesitaba comer con regularidad. Se bañó (arrastrando al vampiro con él, por lo que tuvo que ducharse dos veces) y bajó al comedor. Desayunó mucho, pues pasó la mayor parte de la noche despierto, jugando ni más ni menos que con un vampiro (el vampiro Itachi, específicamente), sin mencionar que no había cenado.

Dio una vuelta por la ciudad, compró el periódico, donde no salía nada del accidente, por lo que fue una pérdida de tiempo, y fue al lugar de los hechos. Las vías del tren habían sido revisadas y evaluadas varias veces, así como cada tren ahí. Habló con un par de trabajadores de la estación y, sin obtener gran cosa, regresó a su cuarto en el hotel.

-Espero que tengas mejores resultados que yo, hum.

-Pensé que podría intentar captar algún olor esta noche que nos condujera al necromante.

-No me hace muy feliz que hagas de sabueso –gruñó el rubio, dejándose caer en el sofá más próximo. Se quitó las botas con desgana. Itachi frunció el ceño.

-Nunca ha sido esa mi intención –replicó, tal vez ligeramente ofendido-. De cualquier manera, he tratado de familiarizarme con él, creo que sería fácil considerando lo tranquila y pequeña que es esta ciudad.

-¿Crees que sea por eso que eligió esta ciudad?

-Posiblemente –Itachi apartó el libro que había estado leyendo la última hora, tras una búsqueda infructífera en la red, y se desplazó al mismo sillón de tres piezas en el que descansaba el Cazador-. ¿Te encuentras bien?

-Algo así, hum –dejó que el vampiro se acomodara sobre él, jugueteando con la trenza que caía por el borde del mueble al piso alfombrado-. ¿Tú? No has comido en unos días y tampoco has dormido.

-Vamos a dormir, entonces –Deidara enredó las piernas en la cintura de Itachi, quien lo cargó cuidadosamente, como si fuera un niño, llevándolos a la cama. En el camino, el rubio se quedó descalzo por completo. Dejó que le quitara la gabardina y, acomodándose sobre él, le acariciara la espalda-. Nos espera una larga noche.

-¿Lo de ayer no te bastó, pervertido? –Itachi le rió la broma.

-Qué elocuencia. Lamento no haberte dejado dormir, ahora luces pálido…

-¿Estás loco? ¡Vivan las noches en vela, hum! –de nuevo, lo hizo reír

-¿Qué sería de mí sin ti, Deidara?

-Una paz perenne, puedes jurarlo. Oye, no sueltes la trenza, que me queda genial. -Acunado con aquella dulce melodía que era su risa, las caricias en la espalda y los continuos besos en la cabeza, se quedó dormido.

Al anochecer, ambos despertaron al mismo tiempo. Deidara huyó de sus labios y se encerró en el baño. Dos segundos después, ante la mirada curiosa de Itachi, salía, revolvía su maleta y sacaba el pequeño bolso con sus enseres dentro. Volvió al baño, se cepilló como si la vida se le fuera en eso y al salir, oliendo a menta, dejó que prácticamente le comiera los labios con un beso.

-Qué quisquilloso eres.

-Ah, tú cállate y besa, hum.

Como dijo Itachi, fue relativamente sencillo encontrar el olor, claro, tras una búsqueda de cuatro horas, cuando captó un muy ligero rastro al oeste de la ciudad. Tras otra hora de deambular sin rumbo, se vieron frente a un almacén abandonado. Lucía aterrador, sombrío y embrujado.

-No hay duda, aquí está, hum.

-¿Por qué lo dices?

-¿De verdad le prestas atención a las películas que vemos?

-Ciertamente, pero tú eres más interesante.

-Idiota, hum.

Una vez adentro, Deidara se dio la razón a sí mismo. Luego, maldijo ser tan condenadamente inteligente. Verse rodeado por un ejército de zombis al más puro estilo de las películas no le hacía particularmente feliz.

-¿Lo ves? Como las películas.

Itachi señaló al único humano aparte de él ahí. Corrección, al otro vivo.

-Aquél hombre es el necromante –susurró Itachi, separando ligeramente las piernas y tensando todos los músculos de su cuerpo. Su acompañante no daba crédito a sus oídos-. Y el que está a su lado es un cadáver. Ya empezaba a mostrar signos claros. Es diferente a los demás.

Deidara parpadeó confuso.

-¿Hidan? –el nombrado sonrió. Era un hombre alto y fornido, de marcados músculos, ojos penetrantes, sonrisa prepotente y presencia desagradable. Notó que llevaba el cabello blanco peinado hacia atrás igual que siempre, justo como el dije que colgaba de su cuello-. Veo que no has cambiado mucho... Lo cual, por cierto, dudo que sea bueno, hum.

-Y veo que tú sigues haciendo ese estúpido sonidito, rubia.

-¡Desgraciado, te he dicho miles de veces que no me digas así! –chilló, haciendo que el momento perdiera cualquier seriedad inicial. Hidan esquivó una piedra que iba directo a su frente y se rió con ganas, apoyándose en la hoz de tres hojas que portaba, con lo que debía controlar a los muertos.

-Y veo que igual de explosivo.

-Yo diría sensible.

-¿Y tú quién eres, intento de Frankenstein? –ladró, dirigiéndose al hombre que acompañaba a Hidan. Se le hacía muy familiar, pero no lograba identificarlo. El hombre sonrió tras su pelo largo, tensando los gruesos hilos cosidos a sus labios. Tenía secciones completas del cuerpo de esa misma forma: cosidas. Parecía que hubieran pegado varios miembros hasta lograr formar a un humano.

-Supongo que también estúpido. ¿Ya no me recuerdas? ¿Acaso es por esta nueva apariencia? He de decir que es mejor que la antigua. Ahora soy invencible –esa voz... Le sonaba tanto.

-Él es Kakuzu, rubia, recuerda –Deidara miró a Hidan con ojos desorbitados. El cadáver, como lo había llamado Itachi, rió con fuerza.

-¿Quién viene contigo, chico? –preguntó, su sonrisa extendiéndose amenazadoramente por una cara de piel más bien cetrina. Era increíble que de todas formas no perdiera el atractivo que tenía de joven, cuando lo conoció-. ¿Tu amante?

-Jódete –gruñó Deidara-. Itachi!

El vampiro lo ignoró y se lanzó directamente contra Kakuzu, justo como lo hizo él. Ambos contuvieron el ataque, si bien Kakuzu era bastante más lento que Itachi y más torpe resultaba increíblemente fuerte, igual que...

Un vampiro.

-¿Qué clase de cosa es la necromancia? –asqueado, Deidara desenfundó el arma que tenía como recuerdo de Sasori y apuntó justo al pecho de Hidan; la bala golpearía su collar, la segura fuente del hechizo. Arrugó la nariz sintiendo el olor a descomposición por todas partes, después de todo, Itachi había dejado demasiadas heridas en los cuerpos y ahora estaban a merced del tiempo, por mucha magia que usara Hidan terminarían pudriéndose-. ¿Qué clase de cosa has hecho?

-No es distinto de tu querido vampiro –Hidan sonrió. Deidara sujetó el arma con más fuerza de la necesaria.

-¿Qué? –Deidara se giró, la larga túnica negra y el cabello suelto agitándose al compás del movimiento. Los ojos purpúreos del muchacho brillaron con maldad-. ¿Qué has dicho, hum?

-Dije que te vistes raro, rubia –el canto de las chicharras se sobrepuso al silencio que reinó repentinamente. Estaba atardeciendo, por lo cual debía regresar pronto para la cena. A Sasori no le gustaba que estuviera fuera de noche sin él. Frunció el ceño, fulminando al chico con la mirada.

-Eso pensé.

Le lanzó un puñetazo justo en la mandíbula, percibió los músculos de sus brazos desnudos tensarse. Esquivó una patada y miró al otro con odio.

-Pegas fuerte, rubia –lanzó otro golpe, oportunamente esquivado. Tuvo suerte el idiota ese, iba directo a su entrepierna-. ¿Eres tú el que vive en la casona vieja del extraño tipo pelirrojo?

-No te importa.

-Entonces sí.

-¿Y tú quién eres?

-Vivo en el pueblo. Te he visto –por fin, el rubio relajó su postura, ladeando la cabeza con curiosidad en el ángulo exacto para no descubrir la parte de la cara que Sasori había reconstruido luego de aquella noche hace años, cuando se conocieron-. Te he visto cuando bajas de la colina a comprar comida o te diriges al bosque temprano en la mañana. Pensaba que eras una chica pero me parecías demasiado pecho plana aun para tu edad.

-¿Cómo sabes mi edad, hum? –inquirió más curioso que enojado.

-No la sé, creo que tenemos la misma. ¿Por qué haces ese sonido "hum"?

-No te importa, hum –ese chico era realmente interesante, irritante, pero interesante, no obstante Sasori le había advertido sobre relacionarse demasiado con la gente del pueblo. Se dio la vuelta para seguir el camino que lo llevaría a la vieja casa de Sasori cuando lo escuchó.

-Coño, pero qué buen trasero. Ese tipo extraño, el pelirrojo, no debe dejarte en paz.

Sasori lo regañó breve pero duramente esa noche por regresar lleno de moretones en los brazos por defender de ataques realmente buenos. Ese chico de cabello blanco era fuerte.

-Niño idiota –gruñó-. Mañana empezarás a leer cierto libro. Es la siguiente parte del entrenamiento. No permitiré que un alumno mío deje que un mocoso bocazas le acarree heridas y marcas vergonzosas como esas –señaló uno particularmente feo bajo el hombro izquierdo-. Idiota.

-¡Él era fuerte! Si no me haces más fuerte, seguirán sucediendo estas cosas. Tomaré tu entrenamiento, hum. Debo hacerme más fuerte.

-Kakuzu fue quien nos separó aquella vez –Deidara le disparó a un muerto particularmente cerca de él para alejarlo, ignorando el comentario-. Me pregunto quién de nosotros dos habría ganado. Te puedo asegurar que mi brazo tardó un mes en sanar pero estoy seguro de que hasta el más débil de mis golpes dejó marca en tu piel. Eras muy interesante, rubia. Demasiado.

Itachi arrojó a Kakuzu contra una pared, haciendo que esta se hundiera y resquebrajara bajo su peso. Como si una brisa hubiera soplado desordenando sus cabellos, Kakuzu se levantó y reacomodó las articulaciones rotas en su cuello, sonriendo morbosamente.

-Aun en ése entonces, eras muy molesto, hum.

-Si me matas, Jashin-sama te enviará al infierno. Fue nuestro trato –una sonrisa malévola se extendió por su rostro-. Debiste haber escuchado los entrañables y fascinantes relatos hace años.

-Tu fe siempre me pareció absurda. Nunca dejará de ser así –Hidan agitó la hoz y Deidara disparó, justo cuando la horda de cadáveres saltaba sobre él.

Deidara se aproximó a la puerta ornamentada con pasos furiosos y rápidos, sus pies descalzos resonando en el silencio que reinaba en la antigua casa. Sabía que no era necesario anunciarse, a esas alturas su presencia habría sido advertida.

Se limitó a exclamar, haciendo un esfuerzo por controlar su tono:

-Danna, no lo comprendo.

-¿De qué hablas? –respondió una profunda voz desde la habitación, traspasando la pesada puerta con facilidad, como si fuera terciopelo-. Reniegas con tanta frecuencia que nunca puedo estar seguro.

Pateó el suelo con fuerza, componiendo una mueca de enfado. Su piel blanca y rubio cabello contrastaba enormemente la larga túnica negra de cuello alto sin mangas que se abría a los costados, dejando a la vista sus piernas y caderas, cubiertas a su vez con los pantalones bombachos negros.

Sasori tenía gustos raros.

-Ése estúpido libro, hum. ¿Qué tiene que ver con mis estudios?

-Mi tiempo es valioso, Deidara, no lo malgastaría dándote deberes inútiles. Retírate y vuelve a la biblioteca.

-¡He estado ahí los últimos cuatro días! Estoy harto. ¿Cómo esto me ayudará a ser más fuerte?

-Yo no cuestiono tus excentricidades con las aves –fue la tranquila réplica.

-¡Intentaste destruir el aviario cuatro veces! Y liberaste a dos de mis mejores aves, hum.

-Eso es lo de menos –la puerta se abrió de un sonoro golpe y el rostro de niño de Sasori emergió. Lucía molesto, a juzgar por las pequeñas líneas en su frente marmórea-. Ven conmigo; te conozco lo suficiente para saber que no me dejarás en paz hasta estar satisfecho. Sería una pérdida de tiempo.

El muchacho lo siguió en silencio, pero empuñando las manos, por lo corredores con ventanas altas llenas de vitrales y los rosetones del techo. Luchó contra el deseo de levantar la mirada, tratando de no distraerse con las extrañas formas que se reflejaban en el piso. Debía mostrar seriedad o su maestro jamás lo tomaría en serio.

Entraron a una sala circular llena de sedas y alfombras de intrincados diseños, con sillas y mesas magníficamente labradas, sobre ellas hermosas figuras hechas de cristal; sus creaciones.

Era inevitable sorprenderse. No entraba en esta habitación con olor a cedro (¿quizá roble?) desde hacía meses. Se sentó en una de las sillas (hechas, por supuesto, por Sasori) frente a su maestro, que lucía como una visión maravillosa, ataviado con sus vaporosas ropas en medio de tanta fastuosidad. Ladeó la cabeza, por esto Deidara supo que debía considerar la situación bastante interesante.

Sasori era un retorcido.

Itachi arrojó con su hercúlea fuerza a uno de los muñecos de Hidan, que a punto estuvo de atacar al Cazador por la espalda. Desmembró a otro, separándolo en trozos, buscando a Deidara con la mirada. Lo encontró recargando su arma y apuntando al necromante, que se cubría con sus creaciones sin dejar de reír estruendosamente.

Destrozó el cráneo de una de las criaturas y se lanzó contra el llamado Kakuzu, que iba contra él.

El estruendo del choque alarmó a Deidara, que peleó consigo mismo para no tener que girarse y gritar el nombre del vampiro. Tenía que recordar que era Itachi, un ser invencible y perfecto. Itachi era eterno, necesitaba que siguiera siendo así por su propio bien, por el de Deidara. Corrió hacia uno de los no muertos, tomó impulso de sus rodillas, subió a sus hombros y con una grácil vuelta pateó la cabeza, que salió despedida por los aires. Cayó con agilidad sobre sus pies, dándose la vuelta a tiempo para ver a lo que quedaba del cadáver tambalearse. Pateó el suelo y la navaja regresó a su escondite en la suela de su bota. Disparó tres veces seguidas al cuerpo que alargó las manos hacia él, destrozándolo en miles de pedazos.

Apretó los dientes, reprendiéndose en su fuero interno por sólo haber traído tres cartuchos de balas explosivas, de los cuales sólo tenía dos a mano, incluyendo el que estaba usando ahora.

-¡Qué lindo juguete, niña! –rió Hidan, con una mueca desfigurando sus atractivos rasgos-. Has destruido a uno de mis juguetes por completo.

-Esto acaba de empezar, hum –apuntó hacia él, pero tres cuerpos se interpusieron en su camino. Resopló con hastío, temiendo que sus balas se acabaran antes de poder llegar a Hidan. Sacó el cartucho y colocó otras que tenía en su chaqueta, sacando la segunda pistola. La miró con cierto orgullo, deteniéndose en el sistema de cables que le había incluido un par de semanas atrás-. Te mostraré un poco de buen arte.

Empezó a correr por todos lados, cambiando de dirección cada tanto, disparando justo antes de hacerlo. Hidan alzó la ceja, bastante curioso. Soltó un juramento cuando, con un chasquito, cables que hasta ese momento no había visto y que salían del arma de Deidara, empujaron a varias de sus creaciones juntas, junto a un par de cajas y escombros.

Deidara sacó algo tan pequeño que cabía en la palma de su mano, lo llevó a su boca y luego lo lanzó. A pesar de que la granada destrozó el cúmulo de cosas y cuerpos entre los cables, Hidan soltó una carcajada.

-Lo recuerdo, hacías muchos de esos cuando nos conocimos. Te gustaba hacer estallar todo.

-Tengo mis dudas de creer que deba sentirme halagado, hum –replicó Deidara, mientras los cables de plata regresaban al carrete en su arma. Había sacrificado la lluvia segura de balas por este ingenioso sistema de poleas. Con suerte, podría ahorrar sus balas especiales para el final-. Itachi!

El vampiro yacía bajo una tonelada de cuerpos, Kakuzu, trepado al techo, hizo una seña a Hidan, que con un movimiento de su hoz hizo que los cuerpos se apartaran, sujetando las extremidades de Itachi, para hacerle espacio a Kakuzu. Deidara sintió un escalofrío cuando el puño de hierro de Kakuzu (era obvia la dureza de su piel y la resistencia de sus tejidos; magia negra) atravesó el pecho de Itachi, cuya boca expulsó gran cantidad de sangre.

El tiempo pareció detenerse en ese momento. Justo ahí, en ese punto, habían herido a su maestro muchos años antes. Era el punto débil de Sasori, el único. Sasori era tan invencible como lo parecía Itachi y ahora Itachi…

No tenía expresión alguna en el rostro y el agarre de sus armas había cedido. Escuchaba de lejos la risa psicópata de Hidan, concentrado en el cuerpo tendido en medio de un charco de sangre negra, que era bebida por Kakuzu, pues la tenía cubriendo todo su brazo izquierdo.

-Si alguien como yo bebe la sangre de un vampiro, se hará más poderoso –dijo. Deidara no lo escuchó, su rostro parecía hecho de piedra, pues cuando empezó a disparar y separar en partes a sus enemigos no dio muestras de sentir nada. Parecía un vampiro, rápido, certero y letal. Dio uso a sus hilos de plata, con los que creó una intrincada telaraña en todo el recinto, que atrapó a los lacayos de Hidan. Usando más fuerza de la necesaria dividió a los pequeños Frankenstein en partes y los prendió en fuego con un encendedor que siempre guardaba en su bolsillo; el incentivo de su venganza por su maestro.

A la vez, esquivaba los rápidos ataques de Hidan y los pesados puños de Kakuzu. Saltó hacia atrás con la agilidad de un acróbata, sangrando en la mejilla y un brazo. Ignoró el dolor de su costado izquierdo, irguiéndose y avanzando, arma en ristre, hacia los dos hombres, sus únicos enemigos todavía en pie.

-Mierda, eres muy bueno, Deidara –asintió Hidan, repentinamente serio-. Supongo que debes odiarnos.

-Vas a terminar como tus muñecos: muerto –Deidara disparó pero la bala fue detenido por Kakuzu, que apareció a un metro de él. Con el corazón palpitando velozmente y cada vez menos sangre en su cuerpo, se agachó al tiempo de que una cortina de humo se extendió desde Kakuzu, que gritó de sorpresa a causa de la bala especial que fungía como bomba de humo. Guiado por los gritos de Kakuzu, Deidara disparó los ganchos con cordones de plata, logrando atravesar con ellos el cuello y las muñecas de lo que alguna vez fue un ser humano.

Dio un salto hacia atrás de nuevo, alejándose del alcance de las piernas del aliado de Hidan. Su enorme figura empezó a hacerse visible entre el humo, luego la aterrada cara de Hidan. Deidara cambió, con el rostro todavía inexpresivo, las balas, disparó hacia una de las piernas de Kakuzu, destrozándola al instante en pedazos. Los gritos de él y de Hidan resultaron ensordecedores, como salidos del mismo infierno.

-¡NO LO TOQUES! –corrió lejos del ataque que pudo haberle decapitado justo a tiempo pero no pudo esquivar el que abrió un profundo corte en su espalda-. ¡¿Cómo te atreves, hijo de puta?! ¡Te voy a matar!

Hidan levantó la hoz, dispuesto a cortar en tanto trozos como fuera posible al desfalleciente rubio a sus pies.

-No lo harás –la cabeza de Deidara dejó de dar vueltas para punzar dolorosamente por el giró tan brusco que hizo. Observó a Hidan, estático en su posición de ataque, mirar de reojo por sobre su hombro. Unas manos detenían la hoz y sujetaban su cuello, mientras un par de ojos rojos le fulminaban.

-HIDAN! –gritó Kakuzu. El rubio ignoró el dolor de nuevo y rehuyó sus ojos de los rojos, que brillaban hambrientos. Se arrastró, sangrando copiosamente, hacia su arma. Quitó el seguro y apuntó hacia Kakuzu, encontrando un espacio entre las piernas de Hidan e Itachi.

Kakuzu, con su arrolladora fuerza, había logrado zafar el brazo izquierdo, la mano destrozada luchaba por liberar la derecha, gritando el nombre del otro. Veía doble, por lo que le quedaba rogar porque la bala diera en el blanco. Apuntó como pudo, ayudándose con ambas manos. Los oídos le zumbaban, en parte por el dolor, en parte por la euforia de ver a Itachi de pie, sano y salvo. Kakuzu arrancó parte de su mano derecha para soltarse, disparó, Hidan gritó, la hoz giró hacia Itachi precedida de un sonido de huesos rotos, lista para decapitarlo.

Lo siguiente que sintió fue frío en todo el cuerpo y vértigo, ensordecido por el rugido de la explosión. Después, algo cálido y espeso en el rostro. Al abrir los ojos, haciendo acopio de sus últimas fuerzas, se encontró con la imagen más triste que en su vida hubiera visto. Sintiendo que la vida se escapaba de su cuerpo, levantó una mano sangrante hacia el rostro de Itachi, a pocos palmos del suyo, cubierto de sangre.

-Lo haré.

Lo apoyaba en su pecho, que parecía estar completo (la capacidad de regeneración en los vampiros era una cosa fascinante y abominable a la vez) y lo acunaba entre sus brazos, llorando lágrimas escarlatas.

-No te atrevas –dijo con un hilo de voz, sorprendido de que pudiera hacerlo cuando respirar era complicado.

-No quiero perderte –susurró el vampiro, mirando sus heridas con el más intenso terror y el más grande deseo-. Por favor.

¿Podía mentirle cuando sabía que iba a morir? Era un Cazador, entrenado desde la infancia para matar a la especie más peligrosa y poderosa de todas, pero también era humano. Tenía una costilla fracturada, quizá dos, una fea herida en el costado, otra en el brazo izquierdo, un corte en la mejilla y, por el agudo dolor de cabeza que le provocaba mala visión, nauseas y le dejaba desorientado, un seguro golpe en la sien derecha, era seguro; sentía algo cálido y viscoso descender por su rostro de ese lado.

-Huye, Deidara, no te tardes. No mueras.

Maldito Sasori…

-No me perderás, no podrás librarte tan fácil de mí, hum –dijo, intentando sonreír socarronamente, logrando una mueca entre el dolor y la diversión. Itachi acercó el rostro a él y luego lo retiró. Era penoso y muy doloroso verlo así, abatido, desesperado, llorando-. Controla tu… -sus palabras se cortaron por un latigazo de dolor pero se repuso al instante-. Controla tu sed, vampiro idiota.

-KAKUZU!

Con dificultad, giró la cabeza, encontrándose que, en un mar de escombros, cadáveres y humo, un maltrecho Hidan sujetaba el destrozado cuerpo de Kakuzu, quien trataba de calmarlo sujetándolo a su vez con muñones en debe de manos y ambas piernas inservibles.

-¡Tu cuerpo, tu cuerpo!

-Podrás reconstruirlo, idiota –dijo, casi cariñosamente.

-¡No, tu cuerpo era perfecto! –chilló, su cabello estaba despeinado y sucio, así su cuerpo, justo como los demás, por culpa de la pólvora, la sangre y el polvo-. ¡Perfecto, maldita sea! Ninguno de estos muñecos podrán suplirlo.

-Eres un genio, estoy seguro que podrás, además, es gratis lo que obtendrás al profanar una tumba o recoger los desperdicios a nuestro alrededor.

-¡Grandísimo imbécil! Mierda, tú y tu maldito fetiche con el maldito dinero. ¡Los mataré!

-Olvídalo. ¿Has visto tu brazo? ¡Puedo ver tu hueso! No seas idiota, no debes moverte.

Deidara reparó entonces en el brazo ensangrentado de Hidan, la herida la producía los mismos huesos, perforando la piel. Además, parecía a punto de desfallecer y, seguramente, tendría terribles quemaduras por todo el cuerpo. Hidan, como él, temblaba. Kakuzu, como Itachi, parecía más preocupado por el chico en sus brazos que por él mismo.

-Vampiro, aún puedo pelear. Estás débil, necesitas alimentarte y yo debo reconstruir mi cuerpo. Aquel rubio está en sus límites, este estúpido también, no ha comido ni dormido casi nada la última semana.

-¡Hidan, pero qué coño haces! –Los calcinados brazos de Kakuzu apresaron a Hidan contra su pecho, justo como Itachi lo hacía con Deidara-. ¡Cierra la puta boca!

-Déjanos ir, evitemos una pelea innecesaria –continuó el no-muerto, mirando a Itachi directamente a los ojos. Deidara, que apenas podía mantenerse despierto, no daba crédito a sus oídos-. Comprendes mi posición, es la misma que la que atraviesas. Pero ayúdalo –se refería a Hidan, que no dejaba de llamarlo idiota en susurros, en la línea divisoria entre la cólera y el alivio-. Si lo haces, evitaré que mates a ese chico por tu sed de sangre.

-Itachi –musitó Deidara. Éste le acarició vehemente el rostro, la expresión más tortuosa de todas en el suyo propio. ¿Estaba dispuesto a sacrificar la misión y ayudar a los enemigos… por él?

-De acuerdo.

Los humanos seguían impactados por el giro de los acontecimientos pero no hubo tiempo de protestar. Deidara perdió el conocimiento y Hidan había sido noqueado.

-Has tenido mucha suerte, chico –Deidara quiso fulminarla con la mirada pero bien sabía que ella tenía toda la razón; había sido bastante descuidado. Se encogió de hombros con una sonrisa torcida. Tsunade apartó las manos de las caderas y se cruzó de brazos.

-Podrías decirlo. Soy todavía más difícil de matar que un vampiro.

-Eso me temo –sonrió la rubia, mostrando un filoso colmillo. Shizune se inclinó sobre Deidara con una tabla con papeles en las manos para revisar un par de cables y tubos pegados a él.

-Un poco de descanso te hará bien, Deidara-kun. Podrás irte en una semana.

-¡Una semana! –se exaltaron Naruto y Deidara a la vez, irguiéndose el primero de la silla y el otro de la cama-. ¡Eso es mucho tiempo!

-Si te dejara ir antes harías cualquier idiotez de las tuyas y nada de lo que hicimos aquí valdría. Eso lo mismo contigo, Naruto –el aludido rió avergonzado, rascándose la nuca.

-Hoy sólo tengo una pequeña herida, nada importante –dijo, alzando una mano vendada.

-Sí, pero las otras veces que has terminado como él –señaló a Deidara con ropa de hospital bajo las mantas y cientos de vendas- hemos tenido problemas para controlarte. Ustedes dos son como niños pequeños: nunca se quedan quietos.

-Ay, anciana, es cosa de jóvenes –rió Deidara. Se escuchó un gran estruendo fuera de la habitación y un grito terrible.

-¡Tsunade-sama, recuerde que está convaleciente!

-¡Terminaré de matarlo yo, entonces!

-¡Tsunade-sama, cálmese!

Tsunade carraspeó, abriendo la puerta para salir del cuarto. Shizune, a su lado, suspiraba resignada, abrazando contra su pecho la tablilla.

-Naruto, sal. Necesita descanso.

Naruto miró apenado a su maestro, despeinado y asustado entre las sábanas desordenadas de la clínica privada de la organización. Le deseó que mejorara y salió seguido de las dos mujeres. Cuando la puerta se cerró, Deidara se dejo caer en la cama, con el hombro descubierto apenas recuperando el color.

-Es ella quien terminará matándome, como dijo, hum.

Su ropa y cabellos se acomodaron de repente, observando la hora en el reloj de pared. Faltaba poco para el crepúsculo pero no podía verlo puesto que no había ventanas. Era un método para que Tsunade pudiera revisar a sus pacientes durante el día sin que la luz la afectara. Parpadeó pensativamente y decidió que mejor intentaba conciliar un poco de sueño, con la esperanza de que así mejorara pronto y pasara rápido el tiempo. Nunca le gustó estarse quieto, como dijo la vampiresa, la idea de quedarse postrado en una cama durante una semana entera sonaba horrible.

En medio de su inconsciencia, dos días atrás, había podido escuchar la preciosa voz de Itachi, su tono ronco y melodioso atrayéndolo al mundo de la realidad. Al recobrar el conocimiento, se encontró siendo atendido por Shizune en lo que parecía ser una sala de hospital. Trataba sus heridas con tal presteza que le asombraba que pudiera sonreír tan cálidamente ante semejante trabajo. Aliviado, se dio cuenta que sólo revisaba sus signos vitales.

-Bienvenido –dijo amablemente la chica al verlo reaccionar-. Qué gusto ver que hayas despertado. La operación ha sido un éxito, tus heridas sanarán pronto. Vuelve a dormir.

-¿Qué…? –debió ser la insistencia en su mirada, pues Shizune le explicó, tal vez pensando que estaría demasiado dormido para reaccionar.

Itachi se había aparecido con él y otro hombre, el necromante, ambos heridos. Pidió que lo atendieran a él también. Shizune lo hizo sin dudarlo demasiado, después de todo, era humano también. Hidan había sido puesto en una celda de alta vigilancia, con el equipo médico necesario para tratarlo. Kakuzu, el cadáver, como lo llamó la compungida Shizune, había aceptado ser apresado si con eso salvaban al necromante.

Tsunade, que poco después entró en la habitación, le dijo que entraría en discusión admitir a los dos fenómenos a la organización con la condición de dejarlos vivir. Mostró un amenazador colmillo entre su macabra sonrisa.

-Puedo matarlos en un segundo, a pesar de que el idiota de Itachi le otorgara poderes con su sangre.

-¡Deidara-kun, por favor, debes permanecer acostado!

Luchado contra Shizune para levantarse, le exigió a Tsunade una explicación, el pánico contorsionando sus rasgos. La hermosa vampiresa suspiró, lo hizo recostarse con una sola mano y le dijo:

-Dejó que bebiera de su sangre, así fue como ambos pudieron llegar aquí contigo y el chico de cabello blanco aún vivos.

Recordó las palabras de Kakuzu:

-Si alguien como yo bebe la sangre de un vampiro, se hará más poderoso.

¿A qué clase de poder se refería? Podía hacerse una idea; seguramente, su piel se haría más resistente, sus tejidos más recios, su velocidad inhumana. Pero estaba muy cansado para pensar esas cosas. En eso entró Naruto, al borde de la histeria, diciendo que acababa de enterarse (recién llegaba de misión) y que se alegraba de que estuviera bien.

-¡Pareces una momia, pero estás vivo, Dei-niichan!

Bien, el mocoso naranja amante del ramen estaba feliz, eso era bueno.

Despertó al sentir la presencia de alguien más en el cuarto. El aire acondicionado zumbaba como único sonido en el cuarto aparte de las máquinas conectadas a él para su observación. Abrió pesadamente su ojo derecho para encontrarse con la perfecta figura de Itachi en un rincón de la habitación, observándolo casi sin parpadear. Parecía un niño pequeño que recibió una fuerte reprimenda. Eso, además de hacerle gracia, hizo que sintiera una inusitada ternura.

-Hola –dijo con voz soñolienta-. ¿Desde cuándo estás ahí?

-Cincuenta y tres minutos.

-¿Y hasta ahora me dejas sentir tu presencia? Qué excéntrico eres, hum.

-¿Deseas que me marche?

Hubo un largo minuto de silencio en el cual sus miradas se encontraron.

-No.

Fue suficiente. Itachi apareció de pronto a su lado, inclinándose sobre él, pero a diferencia de Shizune, ignorando por completo las máquinas para concentrarse en su rostro. A esa distancia Deidara pudo apreciar con perfecta claridad los rasgos espléndidos del vampiro, sus labios cincelados, sus pómulos marcados ligeramente, su nariz respingada y mandíbula angulosa, pero sobre todo sus ojos como dos rubíes, que lo observaban vehementes, como si se tratara de algún tesoro muy valioso.

Acercó sus dedos finos a los vendajes que le cubrían las sienes, creando formas imaginarias mientras sus labios carmines rozaban con premura los pómulos, deteniéndose de pronto para sentir el calor de su piel.

Sobrecogido, Deidara hizo lo único que podía: hablar.

-Me van a tener confinado a este horrendo lugar por una semana, hum. ¡Son diabólicos! ¿Puedes creerlo? No quiero imaginarme cómo será. Además, la vieja bruja se ha aprovechado de que no puedo defenderme y trató de matarme. ¡Y es mi jefa! Vaya suerte la mía... También...

-Perdóname. –Deidara abrió grandemente los ojos. ¿Qué acababa de decir?

-¿Y eso por qué?

-Si te hubiera protegido no estarías pasando por esta situación. Ha sido mi culpa –era estúpido, pero se sentía culpable de que Itachi, redundantemente, se sintiera igual. Con sus labios helados besó cuidadosamente su sien izquierda, suspirando sobre el mechón de cabello rubio que usaba para cubrir parte del rostro.

Itachi olía tan... bien. Un pitido de las máquinas a las que estaba conectado pasó de ser constante a tomar un ritmo acelerado de pronto, tornándose más molesto que antes. Con la piel del rostro contraída y ruborizada, el rubio entrecerró los ojos, los labios de Itachi recorriendo su cara hasta hundirse en su cuello, ocasionándole un escalofrío.

Con el brazo derecho inutilizado por la vía intravenosa buscó tocar con su mano izquierda el rostro de Itachi. Adoraba el contacto de su piel, era más suave que cualquier cosa que conociera y olía increíblemente bien.

Pero eso era repetirse.

Riendo suavemente, Deidara miró los monitores que señalaban su ritmo cardíaco, cada vez más apresurado.

-Tú no necesitas de esa máquina para saber los estragos que causas en mí.

-Es cierto. Me pregunto si tienes una mínima idea de lo que me haces. Si puedes imaginarte, aunque sea ínfimamente, todo aquello que me haces sentir.

-Basta –suspiró, acariciando también sobre el cabello negro-. ¿Cómo crees que puedes decir eso y mirarme de esa forma? Es abrumador. No, no deseo que pares. Es lo mejor que he sentido en mucho tiempo.

-Ocurrirá todas las veces que lo desees.

-Incluso si no –hablaban en susurros, como si temieran ser escuchados. Deidara buscó con apremio la boca de Itachi, que lo recibió con el cariño de siempre. Sus manos mimando los costados de su cuerpo y su nariz rozando la propia hicieron que el monitor cardíaco emitiera pitidos enloquecidos. Volvió a reír, rompiendo involuntariamente el beso-. ¿Lo ves? Escucha. ¿Me veo muy mal? No dejas de mirarme como si en cualquier momento me fuera a romper.

-De sólo pensar en eso, un espantoso sentimiento me aqueja. Por favor, ahora yo te lo pido, basta. No hables acerca de ello. Pensaré que disfrutas con mi sufrimiento.

-¿Y por qué sufres? –preguntó, adormeciéndose con la dulce tonada que era su voz y las suaves caricias que repartía por el rostro-. ¿Qué es aquello que te aqueja?

-Pensar que tú... Imaginar un mundo donde tú no estés. ¿Qué podría ser peor que eso?

-Que me dejaras solo. No mueras.

Sasori tomó delicadamente un búho de cristal y le dio vueltas, contemplándolo pensativamente. Pequeños destellos saltaban cuando la luz que caía a chorros sobre ellos por la glorieta impactaba contra las alas extendidas del animal.

-Tú eres como esto –alzó la mano, refiriéndose a la figura. Un instante después la dejó caer, requebrajándose en mil pedazos.

-Danna! –gritó el niño. En ese entonces, tenía doce años.

-Luces imponente, capas y glorioso pero basta un tropiezo, un descuido –habló Sasori, ignorando el arrebato indignado del chico-para que eso se acabe y no quede más de ti que trozos. Dijiste que deseabas ser fuerte –movió sus dedos y las piezas de cristal se elevaron del piso de pronto, flotando en el aire como por arte de magia.

Movió otra vez los dedos y las piezas danzaron hasta unirse, dando forma al búho que con tanto empeño había hecho Deidara. Se quedó sin habla y esperó. Por fin, su maestro dijo:

-Eres un humano, una criatura frágil, débil, que sucumbe al tiempo. Has crecido mientras yo conservo mi figura. Para tener la más mínima esperanza de sobrevivir contra un ser como yo (por muy inferior que se en comparación conmigo) debes hacerte más fuerte que esto.

Sacudió su mano y los fragmentos de cristal se precipitaron al suelo nuevamente. Deidara dio un respingo pero miró los ojos color caramelo, tan bonitos y temibles como su dueño.

-Te dije, aquella noche, que te ayudaría. Deidara –otro respingo; su voz fue más suave que las telas que adornaban las paredes, el piso y que colgaban del techo-. Tú eres la mejor inversión de mi tiempo en siglos. Si dudara de tu capacidad, no me hubiera molestado nunca en siquiera haberte acogido.

Se puso en pie y Sasori lo miró divertido.

-Sasori no Danna, hablas mucho, hum y debo estudiar. Así que me retiro –inclinó respetuosamente la cabeza, con un ápice de complicidad en la mirada, antes de abandonar la extraña habitación.

Un par de días después, cuando Deidara bajó al pueblo para ver a Hidan (encuentros cada vez más frecuentes que se limitaban a intercambios de insultos y discusiones, que no por ello dejaba de ser divertido), no lo encontró. Se molestó sobremanera, porque era lo más cercano a un amigo que tenía, pero recordó de nuevo las palabras de Sasori.

Siguió entrenando por sí solo, bajo la tutoría de su maestro, sorprendiéndose de lo mucho que había crecido, con la corazonada de que volvería a ver al revoltoso y mal hablado Hidan.

-Danna…

-¿Qué quieres? –pudo haber sido una respuesta cortante de no ser porque así hablaba Sasori normalmente y estaba más que acostumbrado a sus palabras duras, dichas con suavidad. Aquello era un arte, que su maestro dominaba muy bien, el desgraciado.

-¿Le parece que tengo un buen trasero?

Silencio.

-Mañana entrenarás todo el día las piernas.

-¡Pero mañana me tocaba arco y flecha! –su favorito.

-No me importa.

-¡Qué cruel!

Sasori era, a fin de cuentas, un vampiro.

A eso de las seis de la mañana, Deidara despertó extrañando la superficie dura pero agradable en la que estaba posado y los delirantes roces en su cabello. Itachi lo besó una última vez aunque trató de esquivarlo (tenía reparos en que oliera su aliento de recién levantado, por eso no iba a ningún lugar sin crema dental), abrió la puerta y salió por ella.

Con sólo verlo a los ojos, Deidara lo supo: a Itachi le dolía irse. Y eso le fascinaba.

Sabía que no lo dejaría solo.

GRACIAS POR LOS R&R Y LEER!!! Dedicado a todos ustedes, lamento la espera. Ahora sólo queda un capítulo y el epílogo, que es una sorpresita. Besos!