DESEOS, SUEÑOS Y ASPIRACIONES

:::: ÀNGELES Y DEMONIOS ::::

Solo yo puedo sacarte del infierno, Sora.

Había mucho qué decir entre el cruce de miradas, una plateada como la noche de luna helada y la otra como el chocolate caliente en una noche de inverno.

Ella no había tenido que responder y terminar con el fino equilibrio que dictaminaría el desarrollo de la obra, la mítica técnica que estaba costándole la vida misma, porque sin su carrera, ella se perdería, terminando un sueño sin cumplir.

Como le había pasado a Donna Walker.

Porque no tuvo un corazón fuerte, uno que estuviera preparado para luchar por su sueño.

Mijaíl había decidido que era hora de tener algún tipo de conversación con su hermano. Y no dudó en llevárselo a rastras hacia un rincón inclinando la balanza. Su privada discusión amenazando con elevarse cada vez más de tono, al menos por el lado del acróbata.

-Molchat'! /¡Silencio!/ ―Algo más dijo Mijáil en voz baja que ya nadie más escuchó, pero que pareció sentarle como agua fría al ángel ruso.

El silencio siguió después de una cabezada mutua.

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Luego de dejar sus cosas en el área de hospedaje, el elenco fue a reunirse con el resto. Momento tenso en el que el ángel de Kaleido tuvo que sortear la opresiva compañía de Álvaro y la creciente necesidad de hablar con el ex Dios de la muerte.

Aún le debía una respuesta.

Los circos más emblemáticos se encontraban allí, no eran solo los mejores acróbatas, eran los mejores elencos, los más reconocidos guionistas, cantantes y maestros de ceremonias. Sin olvidar a los experimentados técnicos e ingenieros encargados de dar vida a los escenarios, vestuarios y efectos especiales.

― No puedo creerlo ―exclamó Mía asombrada cuando vislumbró el espacio que el circo tenía designado―. Es una réplica del original.

―Al milímetro por cierto ―anunció el jefe técnico ruso encargado de garantizar un escenario de entrenamiento para los acróbatas―. Mucho gusto, Mia Guillem.

― Solo Mía ―exclamó ella emocionada―. Pero es grandioso, me gustaría ver la puesta real.

El técnico negó con la cabeza―. Está prohibido acercarse a la carpa principal ―su respuesta sorprendió a todos, especialmente porque manejaba el inglés americano a la perfección―. Es por motivos de seguridad, ayer una técnico de otro circo casi muere por una viga que no debió estar suelta. Descubrieron al malhechor a tiempo, pero están revisando las cámaras para asegurarse que no se ha ocasionado otro atentado.

―¿Por qué serán tan sucios? ―mascuyó un joven acróbata ruso. Su indignación reflejada en el resto del elenco.

―No se puede evitar ―respondió Yuri esta vez―. Es dinero lo que corre aquí aparte de la destreza y agilidad. Por hoy no haremos nada, mañana nos espera un arduo día. ―Su mirada se enfocó en el trío de acróbatas de élite que esperaba hubiesen arreglado sus asuntos en Moscú.

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Sora recorrió el escenario de prácticas con emoción. Sus dedos picaban por alcanzar un trapecio, sus piernas por saltar libres. Su corazón cantaba con este escenario.

«¿Por qué?»

―Por más que lo intentes, no subirás a un trapecio hasta el gran día.

La sorpresiva advertencia de su jefe no extrañó a Sora.

―Lo sé, es solo que no esperaba que fuera a suceder tan pronto, señor Kalos ―debía guardarse, ella lo sabía.

Enfrentarse a lo desconocido con toda la práctica y fortaleza necesaria era crucial en la cuenta atrás.

Kalos continuó su advertencia con angustia―. Y tus malabares siguen dando mucho qué desear ...

Punto y aparte, ella lo sabía y sonrió nerviosa.

El dueño y maestro de ceremonias de Kaleido asintió tampoco satisfecho. Pero debía recordárselo, por su bien―. No importa cuanto lo desees, debes enfocarte en la tarea que tienes ahora.

Sora suspiró, aun debía practicar la danza en el infierno, con la misteriosa técnica que May había aprendido en su misterioso viaje a Rusia por su cuenta y poner al corriente su fuerza con su destreza. Su magullado corazón latía con fuerza en su pecho, muy fuerte y con tanta energía que la tenía a mil revoluciones.

―Ya era hora, estaba por pensar que tenías un serio problema de inferioridad, Sora ― May ingresó al escenario de prácticas con las mallas listas, el brillo en sus ojos tan vivaces y cargados de energía que deslumbraba―. Prepárate.

Sora notó un cambio sutil en su amiga/rival, algo trascendental también le había ocurrido.

―¡May! ―Sora la nombró emocionada, tenía tanto que hacer con ella, pero a la vez sentía que su energía fluía en armonía, llamándose una a la otra―. ¡Ya voy!

Sora se quitó el buzo y la polera que tenía encima y no duró en lanzarse a la rutina de entrenamiento junto a May Wong. Ambas acróbatas olvidando momentáneamente su rivalidad.

Aunque May no dudó en ladrarle algunas amonestaciones por ser tan borde con su vida.

―Y esto es sólo es un entrenamiento, Sora ―la firme advertencia surgió de repente―. Pienso demostrarte mi nueva técnica muy pronto. ―Y solo así podía ser la May Wong que todos conocían.

―Lo estoy esperando, May.

La determinación en su mirada, y la energía que May pensaba perdidas en París estaban resurgiendo, de sus cenizas, como un ángel en su resurección.

Su corazón dio un vuelco.

―¿Recién estas calentando? ¿Por qué esperas a mi llegada? ―empezó a ladrar por la costumbre, era imperativo, no tenían tiempo. Era muy pero muy tarde.

―¡Gomen...!

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Luego del calentamiento y unos tortuosos malabares después, May y Sora iniciaron una coreografía simple sobre la pista de hielo, preparado especialmente para ese objetivo. La flexibilidad de May era notable, sus giros y brincos sobre la pista la hacían como un demonio jactándose de sus dominios. Mientras que Sora, el ángel caído, quedaba relegado en cuanto a técnica, la resistencia estaba ahí, era algo que el pequeño ángel se había asegurado de ganar.

Hasta el momento que alzara sus lastimadas alas al aire.

―Nada mal, Sora ―la retó May―. Solo un par de años más y podrás aspirar a ser como yo ―la hincó la acróbata de ascendencia china.

Ana tuvo que sugetar a Mía para que no se lanzara a la pista.

―Vamos Mía, que está siendo más normal de lo que...

―No!

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Sora terminó agotada en su habitación. Sorprendentemente no tenía compañera de cuarto. Y era porque May tenía un mejor lugar donde quedarse, aunque no lo dijo.

Deberías poder resistir la danza infernal después de esto ―había dicho May muy convencida después de llevar al límite la resistencia de Sora. Y May había estado en las mismas condiciones.

―Voy a lograrlo ―se dijo el ángel de Kaleido―. Crearé un escenario, mí escenario sin importar la adversidad ―era una promesa que pensaba en cumplir aunque la vida se le fuera en ello.

No supo en qué momento se había quedado dormida, pero al abrir los ojos, tenía a Fool mirándola como un fantasma acosador.

―¡Kiah! ―Un puñetazo hizo que la acción fuera escuchada instantáneamente.

El espíritu del escenario terminó estampado en la pared como un muñeco imantado en la puerta del refrigerador―. Solo quería saber qué soñabas...

Negando con la cabeza, Sora se tranquilizó con una gran inspiración. Su corazón latía como un tren de carga y no había sido grato despertar con aquella sensación de ser acosada por un stalker.

Miró el reloj ignorando los quejidos de cierto espíritu y se levantó. Eran las cinco de la mañana, había cogido por costumbre levantarse a esa hora. No dudó en prepararse para una rutina de estiramiento antes de hacer un poco de yoga.

―Sora, no deberías dormir sentada ―la interrumpió en un momento dado el pequeño espíritu.

Una gran vena latiendo amenazó con estallar sobre la sien de Sora. Por suerte eran las seis de la mañana y la existencia del espíritu del escenario de Kaleido estuvo a salvo de un exorcismo.

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En otra parte de las instalaciones, León corría sobre una caminadora, su cuerpo cubierto de sudor, la tensión ocupando cada una de sus células. Los sueños no habían parado y estaba mellando su resistencia. No había manera de que pudiera llegar al gran día con la cordura o la fuerza necesarias para ejecutar la maldita técnica.

―No es tarde para que renuncies, demonio ―Álvaro se apoyaba en el marco de la puerta del gimnasio. Visionando la futura caída del cotizado demonio León Oswald.

El acróbada francés decidió ignorarlo y continuar con su rutina. Abogaría por el agotamiento extremo para conciliar el sueño.

―Pasé a darte la buena nueva ―continuó Álvaro sonriente―. Vamos de primeros en las pruebas antidoping. ¿No es genial?

Como si León no supiera que el ruso había hecho la solicitud ni bien puso un pie en Holanda.

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Sora llegó al comedor comunal, el lugar estaba abarrotado de gente, aparentemente habían decidido levantarse temprano, o no habían podido dormir de la emoción. Lo que sí encendió al máximo su curiosidad fue ver a su amiga Anna rodeada de varios artistas del circo Kaleido, ella batía un banco para espantarlos, como un domador de leones.

―¡Esto es de Sora, nadie más lo tocará! ―ladraba a los cuirosos artistas. Ella protegía una caja de Fedex, incluso de Mía.

―Pero si no leemos la nota no podremos comprobarlo ―alegó Mía astuta.

―Yo la recibí, y sé que es para ella porque el mensajero me lo dijo.

―¡Buuu! ―la muchadumbre empezó a abuchearla.

Pero el radar de Anna detectó a Sora―. !Tómalo! ―gritó mientras lanzaba la caja con el impulso necesario.

Sora la atrapó por puro instinto y miró a todas las direcciones para comprobar a quién lanzarla.

―Es para tí ―murmuró May a su lado. Llevaba en las manos una caja con cuatro batidos y panecillos rellenos―. ¿Nunca aprenderás Mía? ―amedrentó a la pelinaranja con la mirada antes de emprender la ruta de salida. La rivalidad encendida entre las dos.

―Pero yo no pedí nada ―dijo Sora nerviosa observando la caja amarilla, tuvo que enderezarla y comprobó que había un sobre.

El estómago se le revolvió.

Ya tenía suficiente con sobres y cartas.

―Espero que no te moleste, Sora ―Álvaro apareció con una toalla colgando del cuello. Los suspiros de las chicas no se hizo esperar. En el mercado amoroso o no, él tenía a sus seguidoras―. Solo es en son de paz.

Sora ojeó el sobre y lo volvió a cerrar. Nada en su expresión dijo qué pasaba por su cabeza. Su mirada risueña fue lo único que acompañó su rostro antes de que decidiera que tenía que volver a su habitación.

Mijaíl tomó la caja y la enfundó en un bolso que tenía colgado al hombro―. Te lo guardaré hasta que termine el día, Naegino ―su fría mirada iba dirigida al acróbada ruso.

―Pero...

―No entiendes nada del amor ―masculló Álvaro terminando de ingresar al comedor.

Sora suspiró, la curiosidad iba a atormentarla durante el resto del día.

La mano firme de Mijaíl se posó sobre su hombro―. Debo comprobar que todo lo que recibas sea seguro ―le advirtió confidencial―. Eres nuestra arma secreta, estropeada o no, veré por su seguridad.

Palabras demasiado fuertes para digerir, pero Sora asintió con la cabeza. Era consiente de los peligros a los que se enfrentaba.

Incluso de los que se hallaban en su propio corazón.

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La guerra de vestuarios fue el momento más divertido del día. Sora, Mía, Anna y Rosseta se habían probado sus respectivos vestuarios mientras el resto del elenco hacía lo mismo.

May parecía tener alguna especie de sesión de fotos gracias al grupo técnico de Moscú. Hacía precisamente eso. Aunque el cabecilla principal no estaba por los alrededores.

―Parece que May ha logrado elevar su estrella ―Anna estaba contenta, vestía como un pícaro demonio con corbata michi que giraba con voluntad propia; ella había notado que por primera vez la acróbata de ascendencia china compartía momentos sin tensión con alguien.

Mía contenía un puchero ante la escena, su traje de plumas la marcaba como a un ángel a punto de caer, si se contemplaba su mirada azul estrecha y las chispas que salían de ellos.

Sora contemplaba su traje de ángel, se alegraba que esta vez tuviera un patrón más divertido y muchas más lentejuelas y plumas esponjosas. Y no es que critacara su traje para la actuación angelical.

―Te ves hermosa, mi adorado ángel.

La alabanza de Álvaro barrió con la sonrisa de Sora. Ella veía algo más escondido tras aquella mirada fría. Estaba reconociendo que no era lo que había vislumbrado en un principio, pero tampoco estaba segura de que fuera malo.

La bruma del dolor contenía muchas facetas y ella conocía muchas de ellas.

―En muchos países tu comportamiento se considera como acoso. ―La recriminación de Mía la atrajo a la conversación.

―No te metas en donde no te llaman ―su mirada acerada decía que el ruso estaba de muy mal humor.

Un silvatazo atrajo la atención de todo el mundo. Mijaíl estaba en el centro de los vestuarios, llevaba puestos sus lentes oscuros y su mochila al hombro. Estaba cargada con demasiadas cosas.

―A las diecinueve horas podrán acercarse a recoger su correspondencia ―anunció antes de retirarse con paso apurado.

―Te daré algo más detallado y en persona la próxima vez ―le indicó Álvaro antes de salir de su vista―. No necesitas recoger la minucia.

Sora se rascó la cabeza pensativa, pero no le daría más munición. Iría con el verdadero autor cuando lograra recuperar el paquete.

La cola será muy larga, pensó imaginando los grandes sacos que tendría Mijaíl en su oficina.

A las nueve de la noche, Sora había terminado de cenar junto a las chicas. Tenían que ponerse al día en sus anécdotas, pero ya estaban mucho más tranquilas con la aparente estabilidad de Sora. Ella se había disculpado por preocuparlas innecesariamente.

Y descubrió que no se había equivocado, aún había gente parte del elenco haciendo cola.

León pasaba por el lado contrario, las líneas de tensión en sus ojos grises. Su largo cabello atado en una cola meticulosa. Casi no la ve y estuvo a punto de pasar de ella.

―Sora ―la nombró girando sobre sus talones. Demasiadas cabezas giraron al mismo tiempo.

La nombrada sonreía nerviosa, saludó al resto y no dudaron en alejarse del lugar, caminaban como maniquíes automatizados y con serios problemas de escaldaduras.

Más de una risa se escapó por aquella escena.

Otros suspiraron porque la tormenta había pasado y todo el escándalo había sido un mero chisme barato.

―¡Sora! ―El inoportuno llamado de Ken Robbins los detuvo―. El señor Kalos te anda buscando. ―Su ojos celestes fulminaban a León―. También a Olwald.

―Olvidé que hoy abríamos de nuevo el maletín ―murmuró Sora preocupada.

La gran mano de León se posó sobre su cabeza. El gesto descuidado que decía mucho sobre lo que pasaba por su despejada cabeza. Ella sonrió.

El chico rubio no parecía estar de acuerdo con aquella cercanía. Sora...

Nadie sobrevive al día de la función

Las tristes palabras circularon por la mente de Sora en cuanto vio la realización de la escena clímax de lobra. Redención.

El video era uno antiguo, en blanco y negro, pero la interpretación de los actores era único. Inigualable. Pero Sora notó algo en el ángel de la obra.

Una lágrima rodó por su mejilla sin que se diera realmente cuenta, no hasta que todas las miradas se enfocaron en ella.

―Oh, lo siento ―dijo nerviosa―. Es solo que este ángel es muy triste ―dijo dando una estimación a lo que había sentido realmente.

Álvaro observaba fríamente la escena que se transmitía nuevamente.

―Superaremos ese acto mediocre ―exclamó con determinación―, sin importar qué, Sora es mi verdadero ángel.

Sora no estaba segura de su condición, el temor era abrumador.

―Lo conseguiremos ―León fue más amable con sus palabras―, crearemos un escenario único. Confía, Sora.

Sora miró a ambos acróbatas, aunque tuvieran que lidiar con mil cosas, sabía que podría realizar la obra con ellos. Su corazón decidiendo.

Miró con tristeza el resurgir del ángel.

Lágrimas, habían lágrimas cayendo de ese ángel, porque dejaba algo más que dolor y sufrimiento atrás, dejaba su corazón con un demonio, que por desgracia no pudo verle el rostro, la cámara no lo vio relevante.

Luego de la obra, pensó, tendré que elegir a uno nuevamente.

Su corazón dolió por las deciciones que amenazaban su determinación.