ORGULLO

(Una noche, un significado, un nombre… un Hiwatari)

Abro los ojos, aún agitada por un mal sueño, y paso lentamente los dedos por mi abdomen abultado.

¡En tan solo 6 meses a crecido tanto!

Ayer justo fue mi visita con el ginecólogo. Llegué muy emocionada, enumerándole las patadas, piruetas y golpeteos de las últimas 2 semanas. El me vio con esa expresión de viejo sabio, y una media sonrisa. Había ocasiones en que me exasperaba verlo tan indiferente ante la maravilla de un nuevo ser. Otras veces comprendía su actuar sobrio, después de ver pasar a tantos; de conocer el ciclo de cada feto extraño, hasta su posterior bienvenida al mundo.

Me recosté y pasó el gel helado sobre mi barriga, me estremecí pero mantuve los ojos cerrados.

-Ahí está-. La voz medida del doctor me dirigió a la pequeña pantalla. Entre líneas claras y oscuras, podía distinguirse una frágil manita tocando la parte inferior de una cabeza. Un par de extremidades largas patalear y estirarse. Pero lo que más me sorprendió fue lo que estaba entre esas extremidades…

-Por fin se deja ver. Ya se dio cuenta de que tiene un saludable varoncito, ¿no es así?-. Mi rostro estupefacto y una débil mueca afirmativa es lo único que pude contestarle.

¡Un varón! Es lo que he venido pensando todo el día. No es que no lo imaginara, de hecho una parte de mí quería que lo fuese. Tener a un niño con los rasgos de Kai pero una personalidad totalmente diferente. Verlo reír, gatear, llorar, amar.. gozar la vida en verdad. Sin ataduras o rencores. Sangre nueva.

Eso me despertó. Soñé a un bebé huraño y desconfiado. Que rehuía mis brazos y me miraba con odio. A un niño agresivo y serio, al mando de una banda de chiquillos igual de atormentados que él. A un adulto perverso que arremetía contra otros y les pasaba por encima.

Y lo peor de todo, a su lado permanecían un sonriente Voltaire y un orgulloso Kai.

No soporté y desperté agitada. Sé bien que ésta familia no se caracteriza por su bondad, y me quedó más que claro el poder que Voltaire ejerce en ésta casa y sus habitantes, Kai incluido.

Fue cuando descubrimos que venía cierta personita en camino. Kai dijo que tendríamos que decírselo al mayor de los Hiwatari, y después tomar una decisión.

¡Increíble el berrinche que armó!

Le lanzó un sermón enorme a Kai sobre su ineptitud y estupidez, mientras le enumeraba diez mil métodos anticonceptivos. Le reprochó las libertades que empezaba a tomarse y "su lugar" en el linaje y la empresa. Le recriminó no haber esperado más tiempo, en lugar de revolcarse con la primera que se le cruzara (ese fue un golpe duro, quise reconvenirlo, pero un gesto imperceptible de Kai me hizo callar, además ese monstruo de cabello largo no se dignaba a dirigirme una sola mirada).

Por último nos ordenó casarnos lo más pronto posible para tratar de salvar lo que quedaba de la reputación familiar. Esto si me hizo mirarlo sorprendida y muda, sin llegar a conectar ninguna idea para contradecirlo. Kai lanzó un débil gruñido y asintió levemente. Después se marchó de la oficina, arrastrándome con él.

Lo demás pasó rápido. En menos de una semana se formalizó el compromiso y dos días después ya era legalmente la Sra. Hiwatari. Claro que Voltaire también subió de puesto a Kai por su nueva "condición" y comenzó a explotarlo brutalmente para compensar la "deshonra" que lo hizo pasar. Había días en que sólo lo miraba un par horas, cuando llegaba a dormir.

Yo tuve que acostumbrarme a la vida en ésta enorme mansión. No salía mucho, así que trabé amistad con todo el personal, especialmente con el amable mayordomo. Era un hombre entrado en años que tenía muchos de ellos con la familia. Inclusive cuidó de Kai cuando era un niño pequeño.

Y por este preciso hombre, de nombre Alexander, me enteré de parte del pasado de Kai. Su estadía en Rusia, que duró años, donde un despiadado abad lo obligaba a entrenar de las formas más terribles; inculcándole ese anhelo perfeccionista que aún conserva, esa necedad omnipresente y el orgullo inquebrantable que lo caracteriza.

Dejo los pensamientos a un lado y desvío la vista a la sombra inmóvil a mi lado. Son casi las 4 de la mañana, lleva dos horas dormido. Dentro de una hora, antes de que amanezca, se levantará, tomará una ducha fría, se vestirá aprisa y tomará un café cargado. Saldrá por la puerta principal, y se montará en su Bugatti Veyron (historia curiosa, no le agradan los autos demasiado vistosos, pero se enamoró en el momento que lo vio). Desaparecerá por el camino y no sabré nada de él hasta mañana en la madrugada, cuando la rutina se repita.

Conformé el tiempo pasa, se devela con más claridad la silueta. Mechones grisáceos viendo en todas direcciones, cubriendo los ojos cerrados, cansados del tiempo en vela; la nariz viendo al frente, sin más particularidad que un tamaño ligeramente superior al normal; los labios descansando en una débil sonrisa, incrédula por si sola. Voy bajando. El cuello pálido, extrañando el abrazo del lino blanco. Los brazos fuertes descansando debajo de su cabeza, dejando ver cicatrices añejas de batallas externas e internas. El pecho desnudo, al compás del vaivén de su respiración. Y debajo del bien formado tórax, una parte del abdomen, que termina de dibujarse sobre la delgada sábana blanca.

Lo veo embelesada; reprimo mis manos y me obligo a pensar otra cosa.

Regreso a mi vientre, entonando en susurros una canción vieja. Dijo el ginecólogo que ya reconoce sonidos y sería bueno ponerle música.

Descubro que comienzo a calmarme. Aún sin haber nacido, ya siento que es lo más amado para mí. Es cierto que su casta no es benevolente, pero se que tendrá un padre que cuidará de él. Un hombre que aún sin demostrarlo abiertamente, espera éste nacimiento tanto como yo.

Lo supe después del torbellino de la ceremonia matrimonial, por la forma anhelante en que veía a las familias con niños pequeños en la fiesta posterior, la forma de mirarme cuando le contaba con excitación cada visita al ginecólogo (aún cuando luchaba por mantener los ojos abiertos), y especialmente, por ese brillo especial cuando le anuncié el sexo.

Ese brillo significaba sorpresa, alegría, satisfacción.. pero sobre todo: Orgullo.

Orgullo.

A decir verdad es lo que mas caracteriza a los Hiwatari. Un desesperante, necio, vehemente, inquebrantable.. y admirable orgullo.

Quizás, además de característica, también sería un buen nombre.

-Gou-. Murmullé sonriendo.

Sentí una mirada, voltee a un lado, y ojos carmesí reclamaban mi falta de tacto al no mantener la boca cerrada.

-Gou-. Le susurré de nuevo, mientras lanzaba una rápida mirada a mi abdomen. El hizo lo mismo, resopló quedo, y asintió débilmente. Cerró los ojos y volvió a dormir.

Pero había una diferencia.

La boca.. esa sonrisa… parecía haber crecido.


Nota de la autora:

Hola!

Tenía ganas de escribir un capítulo así. De hecho mezclé 3 historias distintas.

Metí a Kai más de lo necesario, pero no pude evitarlo.

Deje que la historia tomará forma ella misma. No es pretexto. Al contario.

Me llegó la caprichosa inspiración y me agrada el resultado.

Gracias por sus comentarios!!

Estoy abierta a ideas xd.

Hasta luego!

M.H.