Disclaimer: No soy Rowling, no tuve el halago de ser la madre de los merodeadores...

Me ha venido la inspiración de pronto, hacía mucho que no escribía de este tema, pero me gusta mucho el poder hacerlo :)

Dedicado a Phil, porque ella sabe que Neville y yo, le pertenecemos, porque hace mucho que no hablo con esa guarrilla de mirada perver, y porque la extraño, y quiero que vuelva. En fin, no es como para hacer berrinche aquí, S, mira lo que me haces hacer, llamaré a Chuck para que te azote xD

Sin más, muchas gracias por leer :)


Los Carrows les miran con superioridad en la mesa de los profesores, Neville, desde su asiento casi al final de la mesa de Gryffindor, les ve con asco no disimulado. Seamus, a su derecha, cruje los nudillos como si estuviese preparado para saltar sobre el mortifago y partirle la nariz de un puñetazo. Lavender, unos asientos a la izquierda, sentada entre Colin y Parvati, machaca sus patatas argumentando que imagina que es la cara de aquella tal Alecto.

Snape se pone de pie y les mira con esa maldita sonrisa de "Les he ganado, he derrocado a su rey, su príncipe, ya está a punto de ser historia…" La profesora McGonagall frunce los labios e intercambia una mirada con la profesora Pomona, que arruga la nariz como si estuviese oliendo estiércol mientras el antiguo profesor de Pociones lanza un monólogo sobre los cambios que habrá en el castillo y le cede la palabra a los nuevos "profesores". Entonces, al momento en que la mortifaga consolida su discurso frente a la escéptica mirada de cientos de estudiantes, Neville, con la rabia y determinación refulgiendo en sus ojos, escabulle su mano derecha en el bolsillo de su túnica, roza débilmente con la punta de sus dedos aquella moneda y, no hay que decir más, la decisión ya está tomada.

El discurso termina y no hay aplausos, no hay ni patatas, ni alcornoques, ni parlanchines. No hay un Dumbledore que les abre los brazos dándoles la bienvenida a lo que ha sido para todos un segundo hogar, que les mira pareciendo un niño que ha jugado con la varita y se ha disfrazado de adulto. No hay alegría, no hay Hogwarts, no hay magia.

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Le duele, demonios, le duele demasiado, pero no va a llorar, es firme, es valiente, es Gryffindor. No hay necesidad de que levante los ojos del suelo, porque nunca los ha bajado, no es como si tuviese que hacerlo, no ha hecho nada malo, al contrario, siente que hace la diferencia. Sus ojos chocolate fulminan los de Carrow mientras éste le provoca cortaduras en los brazos, le quema con la varita con diversión e insulta a todos sus antepasados.

Soy firme, se dice, y aguanta, soporta. Sabe que hace la diferencia, o que la hará, por eso no obedece cuando le ordenan que se retracte, que llame mentira a lo que ha dicho sobre que hay magos mucho mejores que otros, y no, necesariamente, de sangre pura.

Neville hace la diferencia, o la hará, lo sabe, por eso se mantiene de pie y con gesto retador, mientras dice -Puff, eres más feo que aquel muggle que vi en King Cross cuando venía aquí- Él aguanta los Crucccio, Sectusempra e Imperio sin emitir queja alguna, porque sabe que eso valdrá la pena, algún día.

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Ha tenido que correr como si se le fuese la vida en ello, bueno, la verdad sea dicha, es que sino corría…

Llega hasta aquel piso tan visitado en su quinto año, pasa tres veces frente a la muralla y su mente grita "Necesito un lugar donde pueda esconderme y que nadie me encuentre, necesito un lugar donde pueda esconderme y que nadie me encuentre, necesito un lugar donde pueda esconderme y que nadie me encuentre" Al final, cuando parece que está a punto de ser tirado a los leones –que irónico ¿no?-, aunque lo más indicado sería decir "seres repugnantes y hediondos", la puerta aparece y él puede meterse en aquella habitación.

Recupera el aliento con su espalda recostada sobre la pared y le deja un mensaje a Seamus, gracias a aquella siempre oportuna moneda. "Estoy bien", le dice, aunque sabe que no lo está, que la cortadura en su brazo derecho le sangra a borbotones y se ha lastimado el tobillo, que milagrosamente pudo estar parado hace un par de minutos y que se le nubla la vista de a ratos.

Neville generalmente no miente, salvo en casos especiales, cuando le importa un comino arriesgar su pellejo si es que puede asegurarse de que sus amigos estén bien.

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Harry ha llegado, Neville siente que el mundo gira, aunque sea, unos treinta grados, que ya no está tan nublado y puede que el sol refulja plenamente al final del día. Sabe que algo va a pasar, lo presiente en la boca del estómago mientras les cuenta todos los detalles sobre su último año en el castillo. Está ansioso, ríe, sí, algo que no ha hecho durante mucho tiempo. Una sonrisa idiota surge en su rostro cuando abraza a Hermione y huele nuevamente ese perfume a jazmines, siente esa melena -siempre un poco enmarañada- haciéndole cosquillas en el mentón. Se ríe para sí al pensar que Ron está más alto, más delgado que de costumbre, y le mira con asombro. Increíble lo que pueden crecer esos pelirrojos si les das un puñado de meses.

Pareciera como si aquello ya fuese Hogwarts, o el atisbo del camino para llegar a él. Por eso Neville se sonríe para si mismo cuando les guía hacia la sala del E.D, porque sabe que está a un solo paso de partidos de Quidditch, banquetes entre risas y cuchicheos.

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Toma su varita y no duda, sabe lo que tiene que hacer, ser valiente, por sus padres, por su abuela, por todos, pero, principalmente, por él. Se aventura a lo desconocido con el hormigueo en la punta de los dedos, Luna caminando junto con Dean a sus espaldas y la sensación de que en cualquier momento alguien saldrá de la vuelta del pasillo y le lanzará un Avada, pero no le importa, ha decidido pelear, y eso es lo que va a ser. Defender con zarpas, dientes, melena, cola, patas, rugido (lo que sea que sirva) a su manada. Porque son una manada, y no importa si hay águilas grandes o gorriones, si el león que va detrás tiene la melena negra o rubia, o si el tejón se ha afilado las garras de sus patas para arañar con mayor eficacia. Son una manada, y se defenderán como tal.

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Acompaña a la profesora Pomona con paso rápido, ya ha recibido sus instrucciones, las acatará hasta el final, hasta su último aliento. Camina, corre, vuela. Marca la diferencia a su manera, como sólo Neville Longbottom lo sabe hacer.

En algún lado, nace una nueva vida, un niño ríe, una madre le canta una nana a su hijo. Neville lo sabe, lucha, precisamente, por aquello, para volver a escuchar las risas de los niños, aunque hace poco tiempo que haya dejado de ser uno.