Capitulo 16

Decidió que lo mejor era remontar el curso del río e intentar hallar un sitio donde pasar la noche. Las estrellas comenzaban a titilar en el firmamento y la temperatura continuaba bajando tras haberse escondido el sol. Sentía temblar a la miko en sus brazos aunque llevara un grueso abrigo puesto y el mismo comenzaba a sentir las inclemencias del tiempo pese a que su traje de rata ígnea le protegía tanto del frió como del calor extremos.

La garganta se desdibujó poco a poco, dando paso a un valle tan devastado como el paisaje anteriormente visto. Las plantas marchitas regaban lo que anteriormente seguro había sido un prado frondoso, pero ahora todo estaba ajado y seco. Muerto.

Como odiaba el invierno.

Oía crujir los restos de vegetación mientras corría sobre ellos buscando una forma de vadear el río para cruzar al otro lado. No había rastro de ningún refugio y siguió caminando hasta una zona donde el torrente de agua parecía menos profundo.

Se hundió hasta la cintura en el fluido soltando una maldición por lo frío que estaba. Aún así pasó al otro lado lo más rápido que pudo sin poder evitar que tanto sus ropas como las de la chica quedaran algo humedecidas por culpa del cristalino líquido.

Llegó hasta una arboleda que aún conservaba algo vida. Las ramas desnudas de los árboles silbaban por acción de una suave brisa que se había levantado, moviéndose amenazadoramente contra ellos. Continuó su carrera hasta que creyó entrever una edificación escondida entre la espesura. Detuvo sus pasos y agudizo sus sentidos. Una choza de pastores o quizás el refugio de algún cazador. De todas maneras le serviría a sus propósitos. Se adentró entre los árboles hasta llegó a la puerta de la pequeña casa. La puerta estaba desgajada del marco sin ofrecer resistencia para su intrusión. Comprobó que no había nadie dentro y se coló en el interior.

Quien la hubiera habitado se había preparado bien para la llegada del invierno. Gruesos troncos yacían apilados junto a una rustica chimenea de piedra que todavía tenía restos de madera calcinada. Una fina capa de polvo cubría la estancia haciéndole notar que hacía tiempo que sus habitantes se habían marchado.

Dejó a la chica que llevaba en brazos, en el suelo cerca del apagado hogar. Deslizó la bolsa de su hombro y se dirigió a la entrada. Atrancó la puerta y el único ventanuco de la cabaña lo mejor que pudo para disminuir lo mejor posible el frió nocturno.

- Lo primero es encender un buen fuego- se dijo a si mismo.

Apiló un montón de leña en la oquedad de roca y entonces se dio cuenta de que no tenía con que prenderla.

- Si Shippo o Kirara estuvieran aquí- suspiró, recordando las habilidades de sus dos amigos con el fuego.

No le quedo otra que hurgar en las pertenencias de la miko sabiendo del aquellos extraños artilugios de llama que esta siempre portaba en su mochila.

Extrajo su saco de dormir que era lo que más abultaba y el pequeño hornillo abollado donde ella solía cocinar. Todo estaba impregnado de una extraña sustancia blanca, algo espesa que manchaba todo y que olía extremadamente a Kagome. Investigó un poco más y halló el causante de tan intenso aroma, un frasco de plástico que seguramente se había roto cuando la bolsa cayó al vació. Su nariz se llenó de aquel rico olor dejándole algo mareado.

- Huele como Kagome – susurró inconscientemente aspirando aquel aroma tan particular- céntrate estúpido- se reprochó a si mismo.

Revolvió el interior de la bolsa. Nada. Desesperado le dio la vuelta esparciendo todo su contenido por el suelo de la choza levantando una ligera polvareda. Tosió cuando algunas motas se le introdujeron en la garganta y le causaron picor. Examinó el contenido de la mochila, algo de comida ninja, algunos dulces, la tetera, también algo abollada, toallas, botellas de agua, la caja de curas, un bloc, alguna prenda de ropa…Un pequeño paquete de cerillas. Bien, eso era lo que buscaba.

Extrajo uno de los fósforos y lo prendió en el lateral. Acerco la trémula llama a la madera seca, pero esta no ardió.

- Mierda- aulló, cuando la lumbre llegó hasta sus dedos quemándole las yemas- papel, necesito papel- se le iluminó la mente recordando como lo hacía Kagome.

Rebuscó de nuevo entre las cosas de la chica y tomó el bloc de notas que ella usaba cuando hacía aquellos estúpidos "deberes" que ella mencionaba. Tomó unas cuantas hojas sin escritura, las estrujó y las depositó entre los leños. Volvió a encender una de las cerillas y la acerco a los arrugados pliegos. Sopló suavemente con paciencia hasta que finalmente las llamas nacieron temblonas por entre los diminutos tocones. Se tapó la boca con las manos ahogando el grito de victoria que amenazaba con escaparse de su garganta.

- Vamos un poco más- animó a las pequeñas ascuas- solo un poco más- dijo echando algo más de papel a la fogata.

Cuando la lumbre dejó de reclamar su atención se volvió a la chica que descansaba placidamente en el tablado de la cabaña. Debía asegurarse de que la herida no se infectara, pero para ello tenía que retirar las capas de ropa que la escondían y eso significaba…

No queriendo que aquel sucio suelo rozara más ni un milímetro de su nívea piel, extendió el saco de dormir de la chica y lo abrió, tendiendo luego el cuerpo en él. Los bajos traseros del abrigo estaban algo mojados y se recriminó no haber tenido más cuidado al cruzar el río.

Se arrodilló al lado de Kagome sin taparle el calor que emanaba de la chimenea. Hizo un intento de acercar sus temblorosas garras hasta el primer enganche del abrigo, con intención de soltarlo, pero se detuvo. Con la mala leche que se gastaba la miko si lo pillaba in fraganti se oirían sus gritos hasta en el infierno. Resoplando volvió a atrapar el primer engarce y lo soltó. Solo esperaba que si se despertaba le diera tiempo a explicarse. Siguió el recorrido soltando uno por uno hasta que la húmeda prenda quedo suelta y se deslizó por su estomago dejando ver un manchón carmesí aún mayor del que portaba el abrigo.

-Maldición- exclamó al ver la longitud de la mancha de sangre- y esa perra dijo que no era nada- recordó las palabras del fantasma, pero se mordió la lengua temiendo que como había vuelto al interior de la chica pudiera haberle oído.

La incorporó con todo el mimo que pudo y le quitó el grueso atavío y lo retiró a un lado. Bien, solo faltaba quitarle o al menos levantarle la camiseta escolar para curar aquella herida. Sus dedos volvieron a temblar cuando los acercó al borde de la ensangrentada prenda anteriormente blanca. Rogó a Kami por que la chica no abriera los ojos en ese momento y lo tomara por un pervertido que se aprovechaba de su inconsciencia. Subió poco a poco la camiseta despegando con mucho cuidado algunos trozos de la tela que se habían pegado a su piel por la sangre al secarse. La cinturilla de la falda negra de la chica se hallaba también rasgada indicándole que la extensión de la lesión era más amplia de lo que había creído en un principio. Hasta que no la limpiara no vería su gravedad pero definitivamente era extensa.

Retiró completamente la prenda de su cuerpo teniendo cuidado de no moverla en exceso durante el proceso. Sus ojos volaron inmediatamente a la diminuta tela, también rasgada en una de las copas, que cubría sus generosos pechos. Se obligó a retirar la vista de aquella tentación hecha carne y fijó su mirada en la línea que cruzaba su vientre. La herida no aparentaba ser profunda pero recorría parte de su abdomen y se perdía en su cintura oculta por los límites de la falda. Soltó el botón que mantenía la falda en su lugar y la deslizó por la cintura y las caderas de la joven hasta que la despojó de ella sacándosela por los píes. Quedó completamente extasiado al poder admirarla casi por completo. Delineó todas y cada una de las curvas de su cuerpo recorriéndola con ojos anhelantes.

Perfecta.

Ahora notaba, aún más, los cambios significativos que se habían producido en la joven desde la última vez que tuvo la fortuna de contemplar su cuerpo desnudo.

Definitivamente Kagome había dejado de ser una niña para convertirse en una mujer. Una bella mujer adulta repleta de peligrosas curvas sinuosas.

Solo tenía que alargar sus manos y podría tocarla, acariciarla, sentir bajo las yemas de sus garras la calidez que su cuerpo desprendía.

Sacudió la cabeza al ver los pensamientos lujuriosos que surcaban libres por su mente. No, no podía hacerlo, querría más y eso no podía ser.

Solo es una niña mimada, altanera, malhumorada, caprichosa y gritona se decía a si mismo intentando darse excusas. ¿Niña?, ¡y un cuerno! Demonios ese cuerpo no era el de una niña precisamente. Además Kagome era comprensiva y amable y tenía esa sonrisa… capaz de iluminar cualquier estancia con su sola presencia.

- Esto va a ser difícil- suspiró algo molesto, por las reacciones de su cuerpo ante el semi desnudo de la miko- como me puedo excitar en un momento como este, esta herida y yo pensando en…en… maldita sea, definitivamente soy igual que Miroku- siseó soplándose su propio flequillo.

Asió una botella de agua y con ayuda de la esquina de una toalla comenzó a retirar la sangre reseca hasta dejar la piel limpia. No pudo dejar de advertir la suavidad y la tersura de aquella, así como la suavemente marcada musculatura del abdomen. Cada vez más acalorado, abrió la caja que usaba Kagome cuando atendía sus propias heridas y examinó su contenido.

Solo esperaba acordarse de que era lo que ella usaba.

- yodo- leyó en primer bote que atrapó- ¿este era el desinfectante que usaba Kagome?, no me suena esto, es algo como anticeptico…antiséptico- recordó.

Leyó todos y cada uno de los botes, sprays y demás artefactos que se hallaban en el interior de la caja pero en ninguno aparecía la dichosa palabra. Terminó leyendo la letra pequeña de cada frasco hasta que dio con lo que buscaba.

- Así que el yodo es el desinfectante al igual que el alcohol, bien. ¿Qué más necesito?- se preguntó – ah!, sí, una venda y esa cosa para pegarla.

Abrió la rosca del frasco de yodo y vertió unas gotas sobre toda la superficie de la herida. Volvió a repetir la operación porque pensó que se había quedado corto con la cantidad. Arrugó el ceño al ver el color rojizo de aquella sustancia escurriéndose por el vientre de la chica hacia el suelo.

- Ahora me he pasado, ¡seré inútil!- se amonestó a sí mismo.

Secó el estropicio con unas cuantas gasas y vendó la zona con cuidado de no incomodar en demasía a la durmiente chica y terminó con unos cuantos trozos de esparadrapo, los que no se habían enredado en sus largas uñas.

- ¡Kami, que desastre!- se dijo arrascándose la cabeza, ante su lamentable vendaje- y parece tan fácil cuando Kagome lo hace.

Terminó arropándola con la cubierta del saco y con determinación se propuso adecentar un poco el lugar. Creyendo que si estaba ocupado podría superar la tentación de seguir contemplando el bello cuerpo de la miko.