Capítulo 1: Cuando empieza a llover allá.

No que siempre me hubiera importado lo que opinaba acerca de mí. Es más, estaba acostumbrado a su ignorancia. Y hasta a su maltrato, mezcla de ironía y altura. Crecí con ello, y ese no era el momento justo para ponerme mal. No era el momento ni el lugar.

Acomodé mi paraguas roto en una punta a pocas cuadras antes de llegar al colegio. Estaba mojándome el rostro sin que me diera cuenta. Y con ello, mi cofre del taller de costura del colegio. Al verlo todo mojado, me desesperé, de manera que la torpeza también me llevó a tirar el objeto al demonio, que se abriera tal mamushka, saltando miles de cofrecitos más, y que me lo quedara mirando como un idiota. Al paraguas se le había terminado de quebrar el ala que tenía rota también.
No sabía si llorar a causa de lo que mi padre me había dicho, y de lo contento que estaría si habría podido ver todas mis cosas mojadas (incluyendo moldes y notas), o porque había estado la noche entera trabajando en eso que la lluvia se estaba encargando de borrar lentamente.
Acomodé mis lentes, me agaché con ganas de romper absolutamente todo, y empecé a juntar los ovillos, los hilos de colores, los odiosos botones, y las agujas que se habían escapado de su respectivo pequeño cofre.
Dudé si algo de lo que la lluvia estaba mojando iba a quedar utilizable en el futuro. Y con qué cara me miraría la profesora del taller. ¿Cómo, justo a mí, el presidente del taller, se me podía caer absolutamente todo a pocas cuadras del colegio? Absurdo. ¿Era tarado?, ¿qué tenía en las manos, manteca?
Alcé la vista para maldecir a… a lo que fuera. A Dios, a Buda, ¡a Cristo! a quien sea. Ya estaba cansado. Si querían reírse a costilla mía solamente tenían que decírmelo y con gusto armaba un show de salsa, merengue, y hasta pop de los setenta. Pero no había nada. Solo un cielo muy nublado, enceguecedor, blanco, que gota a gota lloraba.
Volví a bajar la vista, y para cuando quise volver a juntar las agujas me di cuenta había mojado mis lentes, y que no veía absolutamente nada. Me los saqué para secarlos con mi camisa escolar, pero estaba empapada. Por lo tanto, otra vez niño Uryû, estabas equivocándote. Mordí mis labios para no estallar en gritos de histérica, loca y llorona.
Y para completarla, cartón lleno, lotería, ¡bingo! señoras y señores, con ustedes, los zapatos más reconocibles del mundo: los de Kurosaki. Alcé mi vista nuevamente, porque sinceramente no lo podía creer. No podría creer mi mala suerte. Tenía que ser un chiste.
Pero no. No lo era. Si hubiera sido un chiste al menos Kurosaki estaría sonriendo. Sin embargo estaba ahí, parado justo frente a mí, mirándome con el mismo ceño fruncido de siempre, con paraguas en mano, sequito y calentito bajo su intacto uniforme, riéndose de mi patética desgracia de estar arrodillado en la lluvia JUNTANDO ALFILERES Y AGUJAS (sin mis lentes, pequeño detalle).

- ¿Te ayudo?- no daba crédito a mis oídos. ¿Era él?, ¿el shinigami ayudándome a mí a juntar agujas?

Iba a acomodarme los anteojos, costumbre que tengo cuando quiero ocultar mi sorpresa o vergüenza, pero recordé que sobre mi tabique no los tenía, sino en mi mano, mojados y con las asquerosas marcas de mis dedos en los lentes.

- Ten- se agachó y cubriéndome con su paraguas, me obsequió un pañuelo de tela- Sécalos, sino dudo que puedas ver algo.
- Tengo miopía- contesté de mal talante- de manera que sí puedo ver de cerca. Y los pañuelos de tela no me sirven. Se me rayan.

No esperaba que me mirara bien. Porque no lo hizo. De hecho, me regaló una de sus pesadas miradas, a medio párpado y pupilas pequeñas. Estiró una pierna y del pantalón de vestir sacó una servilleta de cocina.

- ¿Traes servilletas de cocina en tu bolsillo del colegio?- pregunté con asco. Seguro tenían resto de comida. OK, no, pero necesitaba subir mi buen humor. Y eso significaba molestarlo a él.
- Claro que no, tarado- bien, por fin me había insultado, ya estaba empezando a asustarme- Me sobró del almuerzo de hoy.
- ¡ARGH, entonces si la usaste!- enfaticé con asco.
- ¿Eres idiota?, ¿cómo te voy a dar una servilleta sucia para limpiarte los anteojos?- segundo insulto- Argh, está bien, haz lo que quieras, si no la quieres usar métetela por donde mejor te quepa.

Iba a estallar en carcajadas si no fuera porque el muy tarado alzó el paraguas junto con su rostro, ofendido, dejando que la lluvia empezara a mojarme de nuevo. Incluyendo el papel de cocina de la discordia, con el cual iba a empezar a limpiar mis lentes.

- ¿Mh?- una vez que se dio cuenta que lo estaba mirando, y muy feo, se sobresaltó y automáticamente me cubrió con el paraguas, olvidándose de él- ¡Al menos ahórrate la miradita, huh!
- Te estás mojando- le informé, con frustración, pero muy contento por dentro.

Acomodó el paraguas para los dos.

- ¡Arhg! mira, ¡me mojé todo!- empezó a quejarse, sacudiendo su cabellera llamativamente color mandarina. Mojándome.
- ¡Deja de sacudirte como perro! ¿quieres?
- ¿Quién es el perro aquí, HUH?, ¿tú, debajo de la lluvia como un pollo mojado o yo sacudiéndome el cabello?
- Piensa lo que quieras, Kurosaki.

Kurosaki. Sonaba extraño. Divertido, en realidad. Kurosaki. Su nombre era divertido. Kurosaki Ichigo.
Pasamos alrededor de un minuto y medio sin hablarnos, como es común entre nosotros. Yo reflexionando en su nombre, y él seguramente pensando que soy un maldito Quincy malagradecido.

- Nos vamos a enfermar si nos quedamos aquí.- dijo finalmente, de mal talante- Hace frío, además tenemos la espalda mojada. Convengamos que no es buena combinación.
- Yh, no.
- Por eso.
- ¿Por eso qué?
- Que… nada. Eso. Eh. Que… ¡te ayudo, te ayudo a ver si de una buena vez salimos de esta lluvia!

Verlo nervioso me divertía inevitablemente. Y eso me ponía de buenas, de manera que como dos estúpidos estuvimos juntando alfileres y agujas por unos cuantos minutos. De vez en cuando lo escuchaba renegar.

- ¿Cómo alguien puede ser tan idiota para que se le caigan todas estas porquerías?
- ¿Estás llamando porquerías a mis materiales de costura?
- Sí, ¿a ti que te parece?
- Entonces no lo juntes.
- Ja- exclamó- no soy tan cruel de dejar a un pobre miope bajo la lluvia como un perrito mojado, juntando alfileres.
- ¡¿A quién le dijiste miope, shinigami?!
- ¡Vaya, hasta que te enojaste! verte con tanta cara de lástima me daba miedo.
Era inútil seguir discutiendo con un shinigami. No existía nada más testarudo en este mundo. Así que una vez que terminé de acomodar todos los pequeños cofres en el más grande, no supe que hacer. Si agradecerle (primero muerto), si irme así no más (no soy tan descortés), si decirle que era un idiota (muy probable), que se le hacía tarde (excusa estúpida), que se me hacía tarde a mí (ya era tarde).

- ¿Qué?- me preguntó.

La escena era patética. Estaba sin mis lentes (odio verme sin los lentes, me hacen aún más horrible de lo que ya soy), estaba empapado de pies a cabeza, con el cofre en un brazo y los anteojos en la otra. Sin saber qué demonios decirle.
Estornudé.
Me puse de los mil colores. Odiaba estornudar en público.

- Salud.
- Gracias.

Demasiado patético.

- Tu casa queda muy lejos- me recordó.

Gracias, Kurosaki. Ya lo sabía. Quedaba muy lejos, tenía mucho que caminar, no tenía plata (como es costumbre) para tomarme un tren, y mucho menos pedir un taxi.
Volví a estornudar.

- Te va a hacer mal si te vuelves caminando, ¿sabes?
- …
- Puedes venir a casa, no habrá problema.
- Tengo que tomar clases, Kurosaki- situación incómoda. Iba a acomodarme los anteojos nuevamente, pero llevarme el anular a mi tabique resultó el triple de patético ya que no había nada allí para acomodar.
- Como quieras- murmuró, mirando su reloj de muñeca- Ya son cinco y veinte…
- …
- Me voy, nos vemos, Ishida.

En cuanto sentí las gotas golpearme otra vez, di un paso, y sepa Dios de dónde saqué la fuerza, que le pedí que me esperara. Quizás fue porque esperé que me mirara dulcemente (idiota), pero cuando se dio vuelta de mala gana, como siempre, sentí ganas de ponerle el paraguas de sombrero.

- Me pregunto cuándo dejará de llover- comentó a las cinco cuadras de pleno silencio. Incómodo.
- Sí, ya es molesto- susurré, mientras escuchaba nuestros pasos bajo la lluvia. La calle estaba tan callada.
- A Zangetsu también le molesta la lluvia.
- ¿A tu espada?
- Ajám.
- ¿Por, es alérgico o algo?

Se empezó a reír el muy estúpido. Yo no le veía lo gracioso.

- ¿Qué es lo gracioso?- pregunté, ya molesto.
- Es que- y reía- no es alérgico. Solo que…- y se puso serio de repente- él dice que no le gusta.
- ¿Y la parte graciosa?- oh, sí, podía ser muy antipático a veces.
- ¿Sabes que puedo dejarte aquí nomás, debajo de la lluvia, verdad?- dijo, alzando la voz y acercándose amenazante.
- ¡A mi no me vengas con amenazas, Kurosaki!- le reproché, sabiendo que no llevaba la delantera y que no me convenía en lo más mínimo. Pero discutir con él era una delicia.
- ¿Quién te está amenazando?, solo te recuerdo que no estás en las mejores condiciones para ponerte en mi contra.
- No esperas que te siga como tu vasallo, ¿verdad?
- No, Pettigrew.
- ¡AAH!- exclamé ofendido- ¿¡CÓMO TE ATREVES?!

Y otra vez a reírse a costilla mía. Con el ceño fruncidísimo y la boca muy abierta se reía. Definitivamente parecía que no era el único que disfrutaba discutir con el otro.

- ¡No se de que te ríes tanto!- exclamé fingiendo estar ofendido, y "acomodándome" los anteojos que seguía sin tener puestos- Al menos no soy una calavérica serpiente con cara de muerto vivo- contesté haciendo referencia a Voldemort.
- Pete.
- Voldie.
- Pete.
- Voldie.

Todo el maldito camino convocando ambos nombres. Parecíamos idiotas, realmente. Si es que aún no éramos. Sin embargo, por alguna razón, me estaba divirtiendo. Me había olvidado completamente de la discusión con mi padre. De sus ofensivas palabras. De la lluvia. De mis ausentes anteojos. De mi ropa empapada. Hasta de mis moldes arruinados.

- ¿Está muy lejos la casa, Voldie?- pregunté despectivamente. Hacía mucho que estábamos caminando, y como el clima no acompañaba, mi presión sanguínea había empezando a bajar, como era costumbre.
- Verás, Pete, estamos a dos casas del cuartel general- contestó.

Definitivamente estaba ciego. O muy distraído. Preferí creer en la primera suposición.
Sacó las llaves de su maletín, cerró el paraguas, y me hizo pasar. Me dio pudor sacarme los zapatos tan embarrados y mojados. Creo que me sonrojé, porque se quedó mirándome de reojo, mientras él también se sacaba los zapatos.

- Espera, no pases al living. Quédate ahí un segundo- me pidió.

Una vez que desapareció por la puerta miré mis pies. Eran dos manchas rojas de frío. Si no tomaba un resfrío una gripe iba a ser un milagro. Volteé mi vista, tratando de visualizar algunas de las fotos que estaban colgadas en las paredes pero fue imposible. No veía un pomo.
Finalmente apareció Kurosaki, cargando con ambas manos una fuente de agua muy caliente, un par de toallas en el hombro, y dos pares de medias blancas en el otro. Lo puso justo frente a los sillones y me miró.

- ¿Qué te me quedas mirando?, siéntate.

Nuevamente con un poco de vergüenza, me acerqué al sillón y antes de sentarme en él, lo miré.

- Tengo el pantalón mojado, voy a arruinar el sillón si me siento…- le expliqué.
- Mmhh… como digas. Espera que venga con mi fuente de agua caliente, que traeré otra toalla así la pones en tu trasero.

Justo cuando iba decirle gracias. Idiota.
No tardó en aparecerse. Esta vez volvió no solo con su fuente, sino con tres toallas más y dos servilletas de papel de cocina. Colocó todo al lado de mis cosas y se sentó, suspirando aliviado.

- ¡Arhg! ¡deja de poner cara de perro triste y siéntate!- dijo tirándome literalmente por la cabeza dos toallas más y el papel de cocina.

Fulminándolo con la mirada, acomodé la toalla en el sillón, me senté y suavemente sumergí mis helados pies en la fuente que no paraba de soltar vapor. Mojé mis lentes y comencé a limpiarlos lentamente. El silencio era cada vez más profundo.
Carraspeó. Los pies debajo del agua de vez en cuando rompían el silencio.
Del clima ya habíamos hablando. Y eso que era el tema más fácil de sacar.

- ¿Tus hermanas?- se me ocurrió preguntarle mientras me colocaba finalmente mis anteojos.
- Se acaban de ir a clase de gimnasia.
- ¿Las tienes que ir a buscar luego?
- Hoy sí, está lloviendo mucho- explicó.
- Eres buen hermano- no le tendría que haber dicho eso nunca.

Su mirada cambió por completo. Miró sus pies, y sin bajar el tono de voz, sino aumentándolo, y bien firme, agregó:

- No es cierto. Soy un desastre.

Nunca fui bueno consolando gente, realmente. Y él nunca fue bueno ocultando sentimientos. Maldije una y mil veces mi nombre, ¿no tenía otro tema para hablar?, ¿justo ese, Uryû?

- No creo que seas un desastre… siempre estás ayudándolas. No eres muy cálido que digamos- ¡que me insulte! jamás desee en mi vida que me lleve la contra más que en ese momento- pero siempre estás a su disposición, Kurosaki.

Pero no dijo nada.

- Yo siempre quise tener hermanos.
- ¿No los tienes?- preguntó, finalmente, dando señal de vida.
- N-no…
- Qué raro. Tienes pinta de hermano del medio.

Reí levemente.

- ¡Qué ocurrencias! ¿cómo es eso?
- No sé- exclamó, encogiendo los hombros y jugando con los dedos de sus pies-, tienes cara de ser el hermano del medio al que siempre le toca lo peor. Por eso eres un renegado.
- JA, ¿yo renegado, Kurosaki?, mira quién habla.
- ¡Yo no soy un renegado!- contestó, comenzando a secarse el pelo con otra toalla- … en realidad sí. Soy un renegado. Un cabrón. Y llorón.

Ahí sí que no supe que hacer. ¿Y si detrás de esa toalla lo encontraba llorando?, o por más que no estuviera llorando, encontrarle la mirada triste no iba a ser fácil. No para mí. Mi abuelo lo había dicho. Es difícil, Uryû, enfrentar caras tristes. Y cuánta razón tenía.
Despacio, muy despacio, y con la mano temblando, me acerqué a su toalla. Estiré mi cuello y tratando de espiar debajo de ella, busqué su mirada.

- ¡WUAAA!- gritó, haciendo casi que el alma se me saliera por la boca.

Chillé como una niña. ¡Y yo que me preocupaba por el muy estúpido! todavía tenía ganas de humillarme. Maldito Kurosaki. Me dio tanta, pero tanta rabia que me sobró voluntad de hundirle la cabeza en la fuente de agua caliente.

- ¿¡Quién te has creído, shinigami, eh!? ¡no subestimes jamás a un Quincy!

Y cuando finalmente logró zafarse de mi mano sujeta a su nuca, me empujó con fuerza hacia atrás, haciendo que me cayera del sillón al piso de madera. Tomó aire desesperadamente, perdiendo el equilibrio, y cayéndose justo de cuatro patas frente a mí.
Conmemoré ese día como el Día de Mojemos a Uryû.
Parece que la lluvia no había sido suficiente, ya que ahora era él quien estaba mojándome con la punta de sus mechas mandarina que goteaban sin cesar cálidas y pequeñas gotitas de agua. Tardé dos segundos en sonrojarme. Tenía una de sus manos accidentalmente justo encima de la mía. Y era cálida. Y suave. Y la más… más…
Reaccioné. Y justo con la otra mano, tomando la toalla más cercana y húmeda de todas, la hundí en su rostro, frotándola con fuerza.

- ¡Sécate la cara al menos, mocoso!- le grité, avergonzado hasta los dientes.
- ¡¿A quién le dices mocoso, Quincy?!- protestó, tratando de zafarse de mi mano y de la toalla. Solo usaba la derecha. La izquierda aún estaba apoyada sobre la mía. Era tan…
- A ti, Kurosaki, ¿nunca te viste los mocos?- me encantaba fastidiarlo, tanto, que había logrado sacarme una carcajada.

Para cuando finalmente logró deshacerse de mi mano junto con la toalla, ambos escuchamos la cerradura, seguido de un aturdidor "¡llegué, mis angelitos!", y la silueta de nadie menos que Isshin Kurosaki asomándose por el living donde nosotros estábamos haciendo… cosas de niños. Comportándonos como niños. Riéndonos como niños. Y hasta insultándonos como niños. Sentí vergüenza de mi mismo… hasta que entendí que alguien más, ahí dentro, tenía mentalmente la edad de un infante.

- ¡¡JA, TE AGARRÉ INFRAGANTI, ICHIGO!!- gritó alargando la última sílaba y tirándose encima de él después de regalarle una linda patada al mejor estilo ninja.

Acomodé mis anteojos más que por reflejo porque no podía creer lo que mis ojos veían. ¿Qué clase de padre recibía así a sus hijos?, ¿qué clase de padre se mata a patadas con su hijo en el medio del living?

- Discúlpalo- me pidió Kurosaki- Tiene problemas.
- ¿¡QUIÉN TIENE PROBLEMAS AQUÍ, ICHIGO!?
- ¡Tú, gordo!- gritaba aún más fuerte Kurosaki.
- ¡¿Dónde están tus adorables hermanas?! ¡responde! ¿dónde están mis angelitos?
- ¡Argh! suéltame- protestó, deshaciéndose de las garras de su padre- Las tengo que ir a buscar dentro de cuarenta y cinco minutos. ¿Acaso no te sabes los horarios de tus hijas?
- ¡SHT, CALLATE! ¡MÁS TE CONVIENE QUE LAS VAYAS A BUSCAR!- exclamó el señor Kurosaki, luego aclaró su garganta, y se dirigió a mi- ¿Te hizo algo este salvaje, muchacho?

Era la mejor oportunidad de hacerlo sufrir. Pero verlo todo mojado, con mucha cara de frustración me bastó. Negué con la cabeza, volvió a repetirle que le convenía y se alejó por la puerta de la cocina.
Ahogué una risa.

- ¿Qué es tan gracioso?- protestó Ichigo de mal talante.

Volví a tragarme la risa y le dije que le iba a ayudar a juntar el lío. Ya empezaba a sentir lástima por él. Verlo tan alterado era una de las cosas más exquisitas que se pueden apreciar en este mundo.

- Voy a llevar las fuentes al lavadero. Tú junta las toallas que las vamos a tender ahí también.

Dicho y hecho. Junté las tallas, seguí las huellas de sus pies húmedos para llegar al lavadero y entré. Era chiquito. Ahí estaba él, vaciando ambas fuentes con ambas manos. Inevitablemente me quedé mirando su mano izquierda. Miré la mía. Y para cuando quise pasar para tender las toallas choqué con él. Me miró. Y lo miré.

- Pasa- dijimos a la vez.

Me corrí. Y él se corrió para el mismo lado. Bajé la mirada. Y él también. Y cuando decidí dar el primer paso, él lo dio también.

- ¡¿Eres tonto?!- gritamos al unísono.

Me sonrojé. Y estoy seguro que él también.

- ¡Dame!- protestó, sacándome las toallas de las manos. Las colgó.

¿Y ahora?

- Emph… Kurosaki, yo… yo ya me vuelvo para mi casa, ¿sabes?
- Bueno, está bien.
- …
- ¿No quieres un té antigripal por las dudas?, seguro tomaste mucho frío en el camino.

Sonreí para mis adentros.

- Bueno…
- Sígueme.

Por suerte no tuvimos el mismo problema para salir del lavadero. Lo seguí hasta la cocina, y me ofreció de sentarme. Dijo algo de ir a buscar unas medias para mis pies, y al rato volvió con un par, mientras podía ver la pava calentando agua.

- ¿Sabes?, yo también voy a tomar un té. Odio enfermarme.
- ¿A quién le gusta enfermarse, Kurosaki?
- A Asano- me respondió, con índices de victoria, seguramente orgulloso de hacerme tragar la pregunta arrogante que le acababa de hacer- Dice que es la mejor excusa para faltar al colegio.
- Vaya.

Tomamos el té en silencio. Traté de no ser obvio, pero no podía despegar mis ojos de su mano izquierda. Retorcí los dedos de mis pies bajo la mesa, luego los crucé. Apreté mis labios. Y finalmente levanté la vista.
Él la bajo.

- Gracias por las medias. Cuando llegue a casa las lavo y te las devuelvo mañana, Kurosaki- dije por fin.
- Está bien, cuando puedas. Es lo mismo.

Miré el reloj de pared, y justo cuando ambos terminamos el té, le dije que iba a juntar mis cosas para irme.

- Yo me voy a fijar si encuentro otro paraguas para que lleves. Te vas a mojar otra vez sino.

Caminé hasta el living y justo cuando terminé de acomodarme el bolso, el cofre, mi paraguas roto y los lentes, llegó él. Traía su paraguas y uno rosa.
ROSA.

- Lo siento, es de Yuzu, no tengo otro- mentira. Yo sabía que su otra hermana tenía uno negro. Se lo veo siempre que va al colegio cuando llueve. Maldito Kurosaki.
- Oh… está bien- no estaba en derecho de rechazarle nada. Así que me tragué las ganas de soltar una puteada, tomé el paraguas y esperé a que abriera la puerta de entrada.- Mándale saludos a tu padre de mi parte, Kurosaki.
- Beh, no se lo merece- contestó con un deje de importancia.

Me asomé por la puerta y para sorpresa de ambos, no iba a necesitar el paraguas. Había dejado de llover. Le extendí el paraguas, sonriente. Dios existía.
De la mala gana se lo acomodó bajo el brazo, ya que su hermana quizás lo iba a necesitar por si volvía llover en el camino de regreso.

- Bueno, nos vemos mañana, Kurosaki.
- Nos vemos, Ishida.
- Eh…
- ¿Mh?
- Gracias.
- No me agradezcas. Me dabas lástima debajo de la lluvia.

Se la iba devolver peor, pero preferí no ser maleducado. Después de todo había sido amable conmigo, por lástima o no.

- Zangetsu debe estar contento. Paró de llover- le comenté.
- En realidad… recién empezó- murmuró antes de guardarse las llaves en el bolsillo, saludándome y empezando a caminar para el lado contrario a mi casa.

No había entendido el comentario.
Sin embargo me fui contento.
Me había saludado con la zurda.