RENACIMIENTO
Por Mal Theisman
Robotech y sus personajes pertenecen a sus respectivos propietarios, es decir: Harmony Gold, Tatsunoko Production y todos los demás, y no es mi intención infringir sus derechos de ninguna manera concebible. Esta historia es simplemente para propósitos de entretenimiento y nada más.
Epílogo II: De cara a la Historia
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Martes 20 de agosto de 2047
La inmensa sala estaba en el ala sur del Palacio de Gobierno, y como el resto de la estructura, transmitía una majestuosidad increíble a través de sus columnas, su boiserie y su decoración clásica, lo que la convertía en un sitio obligado de las recepciones oficiales que brindaba el Gobierno de la Tierra Unida en distintas ocasiones.
Cuando las cámaras estaban presentes, el salón solía bullir de actividad y de funcionarios de todas las ramas del GTU bien vestidos para la ocasión; el resto del tiempo, el lugar estaba completamente desierto, a punto tal que los pasos de los que ocasionalmente lo transitaban retumbaban de manera casi tenebrosa.
Oficialmente se llamaba "Salón Rhysling" en honor al segundo Primer Ministro de la Tierra Unida, pero todos los que trabajaban en el Palacio de Gobierno de la Tierra Unida y muchos que tenían la dicha de vivir en el mundo exterior se referían a él como el "Salón de la Galería".
La razón era obvia. En la pared sur del enorme y majestuoso recinto estaban colgados unas cuantas pinturas, cada una de ellas un retrato oficial.
Aquellos grandes retratos que pendían de la pared correspondían a los de todos aquellos hombres y mujeres que en los cuarenta y seis años de historia del Gobierno de la Tierra Unida lo habían presidido, ya fueran sus títulos el de "Primer Ministro", "Presidente Provisional" o "Presidente del Consejo", y ya desempeñaran sus cargos en la Tierra o, como en el caso de aquellos líderes del Consejo Plenipotenciario que sustituyó al GTU luego de la Invasión Invid, desde alguna de las colonias humanas dispersas por la galaxia.
La paz del recinto cuando no estaba en uso era una de las razones por las que Lisa Hayes, Primera Ministra de la Tierra Unida, solía refugiarse en el Salón de la Galería cuando la ocasión lo ameritaba. Lo curioso era que Lisa nunca había aprobado el grado de lujo y ostentación que los arquitectos y diseñadores de interiores del Palacio de Gobierno habían incorporado al Salón de la Galería; por ejemplo, para Lisa las imponentes arañas y candelabros eran completamente superfluos teniendo en cuenta que la Tierra estaba todavía saliendo del marasmo de la ocupación Invid y que ella misma se daba bien servida con simples y clásicas lámparas incandescentes.
Pero al margen de eso, la segunda razón que llevaba a la Primera Ministra a usar el Salón de la Galería como refugio eran los retratos de las personas que habían precedido a Lisa en sus responsabilidades.
Y de momento, la ocasión concreta que tenía a Lisa yendo y viniendo del primer al último retrato era una junta que debía mantener en cuestión de minutos con un bloque de senadores que representaban a ciertas regiones de la Tierra que exigían medidas para proteger su producción agrícola de aquellas colonias terrestres que ya exportaban alimentos a todos los mundos del GTU; una cuestión que prometía ser un dolor de cabeza creciente para las relaciones entre el mundo hogar y las colonias de la raza humana.
Naturalmente, no podía ser un problema serio sin que cayera directamente en manos de Lisa, por lo que la Primera Ministra aprovechó la primera ocasión que se le presentó para ir al Salón de la Galería y poner sus pensamientos en orden sin la presencia molesta de los teléfonos y comunicadores de su oficina en la Torre Norte.
Lisa necesitaba la paz y el silencio del Salón, y por eso estaba prácticamente sola en el amplio recinto, a excepción de los cuatro o cinco agentes del Servicio de Seguridad Protectiva que la mantenían permanentemente bajo vigilancia.
Rick estaba en esos momentos en Nueva Mumbai, presidiendo la ceremonia de partida de la última promoción de cadetes de la Academia Espacial en su viaje de instrucción, con lo que ni siquiera podía Lisa pensar en evacuar algunas de sus inquietudes con la persona que más amaba en el Universo... junto con sus hijos.
La paz que experimentaba Lisa y que consideraba tan necesaria para poner en orden sus ideas se extinguió en un instante fatídico cuando una voz femenina llamó a la Primera Ministra desde la puerta principal del Salón de la Galería.
– ¿Primera Ministra?
– ¿Eh? – respondió Lisa, girando rápidamente para ver quién la estaba llamando.
Allí en la puerta de la sala estaba su asistente, Colleen Brennan, con su sempiterna agenda electrónica en la mano, mirándola con curiosidad y preocupación súbita.
– ¿La interrumpo?
– En lo absoluto, Colleen – le aseguró Lisa. – Por favor, ven.
Colleen Brennan atravesó rápidamente los tramos de la sala que la separaban de Lisa, pero al acercarse a la Primera Ministra reparó en que ella estaba con la mirada absorta en los retratos de la galería de antiguos Primeros Ministros.
Y entonces, la curiosidad de la asistente no pudo ser contenida ni un segundo más.
– ¿Puedo hacerle una pregunta, Primera Ministra?
– Ya la estás haciendo, Colleen.
La asistente principal de la Primera Ministra se cruzó de brazos y sacudió la cabeza como si ya no supiera qué hacer con Lisa Hayes.
– Ese es un chiste demasiado viejo y obvio, señora.
– Pero efectivo – replicó Lisa, atemperando la respuesta con una sonrisa amable. – Y además no puedo evitar hacerlo. ¿Cuál era tu pregunta?
Colleen recorrió la sala con la mirada, deteniéndose momentáneamente en los retratos de los predecesores de Lisa Hayes como si con eso pudiera aclarar mejor sus pensamientos, y finalmente enfrentó a la Primera Ministra de la Tierra Unida.
– Siempre que hay algo grande en puerta, usted viene a esta Sala... – comenzó la asistente. – ¿Por qué?
Lisa miró también a los retratos de las personas que habían ocupado su cargo antes que ella y sonrió... fue una sonrisa nostálgica y cargada de cosas que estaban demasiado dentro del corazón de Lisa Hayes como para poder ser reveladas simplemente.
De todas maneras, Lisa no hubiera sobrevivido ni seis meses como Primera Ministra de no haber sido por la asistencia invalorable de Colleen, y si eso no hacía que pudiera confiar en la joven asistente, entonces nada lo haría.
Después de ver uno a uno los retratos, Lisa volvió a mirar a Colleen y le sonrió antes de contestar.
– Supongo que es porque necesito pensar... quitar la cabeza del problema por un minuto – intentó explicar la Primera Ministra, mirando de reojo la larga fila de retratos. – Además, con verlos a ellos, siempre termino pensando en cómo lo hubieran resuelto.
La Primera Ministra de la Tierra Unida comenzó a caminar. Colleen Brennan captó la invitación silenciosa y siguió a Lisa, siempre manteniéndose a dos o tres pasos detrás de su jefa mientras ella se movía por la sala para acercarse a los retratos.
Y ya cerca del primero de aquellos retratos, Lisa se detuvo y levantó la mirada para ver la figura inmortalizada.
– ¿Sabes, Colleen? Los conocí a todos ellos... a algunos simplemente de vista y a otros con mayor detalle, pero he estado cerca de todos esos hombres y mujeres en algún momento de mi vida.
– ¿En serio? – contestó verdaderamente sorprendida la joven asistente, para quien aquellos hombres y mujeres eran personajes inalcanzables de la Historia.
Lisa miró a la joven y asintió sonriente.
– En serio.
Luego, Lisa Hayes miró al retrato de un hombre corpulento y de cabello cano vestido con un elegante y sobrio traje típico de comienzos de siglo, cuya expresión inmortalizada en el lienzo era tan paternal que no había duda de lo mucho que había actuado aquel hombre en vida para hacerla creíble. La placa debajo de aquel retrato identificaba al hombre como "Harlan Jefferson Niven", nacido en 1941 y muerto en 2006: el primer hombre en encabezar el Gobierno de la Tierra Unida como su Primer Ministro, entre 2001 y 2006.
– Niven solía conferenciar con mi padre allá cuando el GTU y las Fuerzas estaban en pañales... yo tenía dieciséis o diecisiete años y jamás en mi vida había visto a un tipo tan viscoso y falso – rememoró Lisa con una absoluta sinceridad que posteriormente se convirtió en pena y lástima. – Después lo mataron esos terroristas y... bueno, fue curioso, pero así como en vida me desagradaba, tras su muerte empecé a valorarlo un poco más... y cuando caes en la cuenta de todas las veces que el GTU estuvo a punto de colapsar en los años en que él fue Primer Ministro, empiezas a respetarlo como el gran hombre que fue...
Dos pasos más llevaron a Lisa junto al segundo retrato. El hombre que estaba allí era tan delgado como Niven había sido corpulento, y su expresión, si bien más parca que la de Harlan Niven, tenía la virtud de ser más genuina en apariencia. El porte de aquel hombre era inconfundiblemente aristocrático y elegante, algo que quedaba confirmado con sólo leer en la placa que efectivamente ese hombre había ostentado un título de nobleza en vida: se trataba de Sir Robert Augustus Rhysling, Primer Ministro de la Tierra Unida entre 2006 y 2011... y el hombre que había tenido a su cargo el gobierno de la Tierra durante la guerra contra los Zentraedi.
– Rhysling... a él sólo lo vi un par de veces, principalmente porque ya no estaba en casa sino en la Academia Militar – reveló la Primera Ministra con una leve encogida de hombros. – Papá me lo presentó en un par de ocasiones oficiales... era todo un caballero. Un diplomático de primer nivel... quizás le faltaba la destreza política de Niven para salir de un atolladero, pero a falta de eso no tenía problemas en sentar a los peores rivales y tenerlos encerrados hasta salir con un acuerdo en la mano.
Lisa calló en señal de respeto, no sólo por aquel personaje notable sino por los otros miles de millones de personas que como el propio Rhysling, también habían caído víctimas de la Lluvia de la Muerte treinta y seis años atrás. Colleen se sumó al silencioso recordatorio y aguardó a que Lisa retomara el retrato, cosa que hizo al cabo de unos segundos al llegar al retrato de un hombre bajo, de aire campechano y trabajador, e increíblemente informal en su expresión y atuendo.
Los ojos de Lisa Hayes se llenaron de lágrimas nostálgicas al leer el nombre de Thomas Luan en la placa identificatoria. "2011–2012", resumía aquella placa el mandato de Luan como Presidente Provisional... una mención demasiado escueta y técnica de un período tan tumultuoso y doloroso.
– Luan... Dos minutos con ese hombre y él podía convencerte de que cualquier cosa era posible... tanta energía tenía y tan ingenioso era... – comenzó a decir Lisa, sintiendo los recuerdos del antiguo alcalde de Ciudad Macross como si tan sólo lo hubiera visto el día anterior. – Fue el menos político de todos los que se sentaron en la gran silla... y quizás por eso fue uno de los que más hizo. No sé cómo hubiéramos podido recuperarnos del Holocausto sin él para hacer que todos nos moviéramos.
El siguiente retrato de la galería era el de un hombre que combinaba de cierta manera el aire paternal de Niven con la elegancia aristocrática de Rhysling... una persona que parecía exudar confiabilidad y franqueza, aunque el retrato no dejaba de mostrar una cierta tensión en la expresión de aquel hombre, como si permanentemente estuviera esperando a que cayera una nueva mala noticia.
Lisa se detuvo junto al retrato y limpió de polvo la placa, para que una vez más se pudiera leer bien el nombre de Marcel Édouard Pelletier y su período de mandato entre 2012 y 2014.
– Conocí a Pelletier unos cuantos meses antes de que se convirtiera en Primer Ministro – comenzó a relatar Lisa con voz curiosamente neutra y dubitativa. – Otro caballero y diplomático, uno de esos hombres en verdad encantadores... hubiera sido un excelente Primer Ministro si el GTU no hubiera tenido que lidiar con el caos del post-Holocausto y la rebelión de Khyron durante su administración. Muchos dicen que el cargo le quedaba grande y odio tener que darles la razón, pero así fue... en otro contexto, hubiera sido un gran gobernante.
Colleen asintió con cautela. Su conocimiento de historia no era el más completo; difícilmente había tenido tiempo para estudiar Historia bajo el dominio Invid... pero sí sabía todo lo que se había dicho, debatido, argumentado y discutido sobre el mandato de Marcel Pelletier.
Pero así como Lisa se había mantenido cauta ante el retrato de Pelletier, al llegar al siguiente cuadro su expresión se convirtió en una mezcla curiosa de nostalgia, ira y admiración... y de manera aún más curiosa, el rostro severo y elegante y los fríos ojos azules de la mujer pintada en el retrato parecía devolverle idénticas emociones a Lisa, como si ambas estuvieran todavía enfrascadas en algún curioso duelo de voluntades que trascendía el paso del tiempo.
"Svetlana Alexievna Gorbunova", decía la placa que se llamaba la mujer, cuyo gobierno se había extendido entre 2014 y 2016...
– Diré esto de Svetlana Gorbunova, Colleen... era la mujer más endemoniadamente terca, insufrible, desconfiada, prepotente y estricta que vi en mi vida desde la última vez que me miré en un espejo – reveló Lisa, arrancándose una sonrisa a ella misma y a Colleen también antes de volver a la sinceridad más brutal. – Pero era una mujer de hierro... no sé si alguien hubiera tenido el estómago que ella tuvo para resolver algunas de las cosas que le tocaron enfrentar cuando le arrojaron el cargo en la cabeza. Me crucé con ella en todos los cargos que ocupó: consejera, ministra de Defensa, Primera Ministra, senadora, miembro del Consejo Expedicionario... podría contarte docenas de historias, Colleen, pero temo que las vendas a los tabloides.
– No se preocupe, Primera Ministra – la tranquilizó la asistente con una sonrisa cómplice. – No diré nada a la prensa.
Con esa satisfacción, Lisa pudo seguir con el siguiente retrato. Esta vez se trataba de un hombre de edad madura, de estatura más bien baja y de rostro y cabello extremadamente moreno. El rostro de aquel hombre destilaba tranquilidad y paz, hasta que se le prestaba atención a sus intensos ojos negros... la única señal de lo que de verdad ocurría en el corazón de Severus Mabandla por detrás de la imagen de afabilidad y bonhomía que transmitía, esa misma imagen que confundió a tantos rivales que esperaban debilidad de parte del hombre que rigió al GTU desde 2016 hasta 2020.
– Estaba hasta el cuello con la preparación de la Fuerza Expedicionaria cuando Mabandla se convirtió en Primer Ministro – admitió Lisa, rememorando el caos que fue para ella ocuparse de la Fuerza Expedicionaria en aquellos años tan complejos y tratando de extraer de allí recuerdos sobre el hombre que se había sentado en el sillón de Primer Ministro. – Fue otro caso de prejuicios... como senador no se destacó demasiado y muchos decían que si fue nombrado Primer Ministro, lo fue porque era el único en el Senado a quien nadie deseaba destripar inmediatamente. Te diré que nos sorprendió a todos, Colleen... no fue un diplomático de la talla de Pelletier o Rhysling, un hacedor como Luan o un animal político como Niven o Gorbunova, pero de todos los Primeros Ministros él fue el que mejor combinó todos esos atributos.
El retrato que seguía al de Mabandla era el de un hombre mucho más joven y jovial que cualquiera de sus predecesores, con un aire fotogénico insuperable... un hombre que daba la impresión de ser simplemente una cara bonita sin demasiada sustancia que la respaldara. Y esta vez Lisa Hayes suspiró con resignación... la cabeza todavía le dolía de sólo recordar lo que había sido trabajar cuando Jan Houdemans sirvió como Primer Ministro, entre 2020 y 2024.
– Quisiera poder decir lo mismo de Houdemans... aunque supongo que los tipos que quisieron poner a un pelele y se encontraron con Mabandla esta vez hicieron mejor sus deberes – murmuró Lisa, dándole a Colleen la impresión de estar midiéndose demasiado con sus comentarios. – Un tipo que dejaba que las cosas fluyeran a su alrededor sin control.
Colleen adoptó en su rostro el mismo disgusto que Lisa había dejado notar en el tono de su voz; ella era una persona naturalmente expeditiva y por lo tanto sólo sentía desprecio por aquellos que flotaban por la vida... especialmente cuando ocupaban cargos de responsabilidad para la que evidentemente no estaban listos.
En cuanto a Lisa, el hombre mayor de cabello y bigote blanco que aparecía en el siguiente retrato la hizo esbozar una mueca de asco y de disgusto, como si detrás de ese aspecto tan típico de un abuelo o de un Santa Claus se escondiera en realidad una criatura despreciable. Sin embargo, la placa no decía "criatura despreciable", sino "Wyatt Patrick Moran", Primer Ministro de la Tierra Unida entre 2024 y 2031.
– Wyatt Moran era un tipo siniestro... ya con saber que era amigo cercano de Leonard podías darte cuenta de eso – masculló Lisa como si fuera algo evidente por sí mismo. – No lo conocí como Primer Ministro porque ya estaba perdida en el espacio cuando se hizo con el gobierno, pero si ya como senador era un tipo que le hubiera dado asco a Maquiavelo... imagínalo como Primer Ministro...
La señorita Brennan se estremeció. Ella tenía la edad suficiente para tener una buena idea de lo que había sido la Tierra Unida en tiempos en que Moran y Leonard actuaban como las cabezas civil y militar de lo que observadores un poco menos apasionados hubieran calificado de "gobierno autoritario"... y de la Segunda Guerra Robotech que sobrevino al GTU que ellos supieron dominar.
Dejando atrás al socio político de Leonard, Lisa Hayes reparó en los tres últimos retratos de la galería. Dos de ellos eran de mujeres (una de ellas claramente reconocible y con otro sitial en aquella galería), ambas muy maduras y entradas en años, mientras que el tercero era el de un hombre que se veía reservado pero alerta, como si temiera que una puñalada le llegara en cualquier momento.
– Huxley, Gorbunova otra vez y Sadamoto... no cuentan como políticos y creo que ni ellos mismos se vieron como políticos – mencionó Lisa en referencia a los sucesivos líderes del Consejo Plenipotenciario que había gobernado a las colonias de la Tierra Unida durante la ocupación Invid. – A decir verdad, nadie tenía tiempo para la política durante la guerra con los Invid... había que ser muy enfermo para especular con esas cosas cuando tenías a la Tierra bajo ocupación alienígena.
Ya no quedaban más retratos en la galería, pero de todas maneras Lisa siguió caminando cerca de aquella pared, con sus pensamientos vagando en recuerdos de toda una vida cerca de donde se habían tomado las grandes decisiones. De tanto en tanto, los ojos de Lisa se clavaban en un sitial de aquella galería en donde ella sabía que tarde o temprano acabarían por colgar su propio retrato. Esos momentos no duraban demasiado: el peso de la Historia era demasiado aún para sus hombros acostumbrados a resistirlo todo.
Cuando Lisa retornó a la realidad, se encontró con la cara seria pero comprensiva de Colleen Brennan y entonces sonrió.
– Oh, lo siento, perdón por aburrirte – se disculpó Lisa con su ayudante. – Las divagaciones de una anciana distraída.
– No se preocupe, Primera Ministra... es muy interesante – respondió Colleen, echando luego un vistazo a la hilera de retratos colgados de la pared. – Ayuda a verlos como algo más que retratos.
Lisa volvió a sonreír.
– Eso es cierto.
Las dos mujeres volvieron a caminar por la sala, reparando momentáneamente en los cuadros; mientras Lisa rememoraba las experiencias que había tenido con aquellas personas, Colleen reflexionaba sobre las personas que habían sido en la vida real, detrás de esos retratos adustos y severos con que la Historia los había inmortalizado.
Encontrarse con un vínculo tangible entre el presente y aquellas figuras de las que sólo las crónicas daban cuenta era algo emocionante, aún para una persona habituada a moverse entre las exigencias de lo concreto como Colleen Brennan.
De pronto la Primera Ministra hizo alto y levantó la mano hasta tocar el borde del retrato de Svetlana Gorbunova... y fue para Colleen como si Lisa estuviera usando ese simple gesto para transmitir algo imposible de poner en palabras.
Las palabras vinieron después, dichas con una sonrisa que rejuveneció el rostro de Lisa Hayes hasta darle por un fugaz instante la impresión de ser el de una mujer de apenas la mitad de su edad.
– ¿Sabes? – preguntó Lisa, mirando de vuelta a los retratos. – Una cosa es criticarlos y otra cosa es estar en el lugar de ellos, queriendo hacer lo mejor a la vez que tenían que tomar las decisiones urgentes sin contar con todo el tiempo del mundo y sin el beneficio de la retrospectiva... ahí ya no tienes tanta rapidez para juzgarlos y condenarlos.
La Primera Ministra de la Tierra Unida bajó la mirada y su rostro se tornó oscuro y pensativo.
– Esto te parecerá vano y arrogante, pero no puedo evitar pensar en lo que dirá de mí alguno de los que me suceda en el cargo... qué legado dejaré después de irme de este maldito edificio – terminó de decir Lisa Hayes, en una confesión que le había salido demasiado sencilla para todo lo que la había hecho sufrir.
La nostalgia inundó los ojos claros de Lisa Hayes, pero entonces ella decidió poner fin a aquel momento con una leve sacudida y un intento por volver a su expresión normal.
– En fin... no puedo evitar pensarlo.
Frente a ella, Colleen Brennan se acomodó los anteojos y se encogió de hombros, sin preocuparse demasiado por la tensión o por la incomodidad que pudiera sentir al ser partícipe de esos pensamientos tan privados de la mujer que tenía a su cargo conducir los destinos de la Tierra y de tres docenas de colonias.
– Mi madre decía que el primer juicio que te tiene que importar es el de tu conciencia, y dejar la Historia para los historiadores y los bocones – dijo entonces la asistente, arrancándole una carcajada bien sentida a Lisa Hayes.
– Necesitaba esa sabiduría irlandesa, Colleen.
– En realidad no es irlandesa – la corrigió la asistente, aclarándose después para evitar confusiones. – Mamá no era irlandesa.
Lisa arqueó ambas cejas; a pesar de llevar casi dos años trabajando con Colleen, nunca jamás había escuchado algo acerca de su familia, y casi por inercia asumió que la familia de su asistente era tan irlandesa como ella.
Era algo tonto en cierta medida sorprenderse por el origen nacional de una persona, más teniendo en cuenta que Lisa Hayes presidía un planeta en donde uno de cada veinte habitantes tenía un padre de origen alienígena y en donde uno de cada ocho directamente era alienígena de origen.
– ¿No?
Colleen negó con la cabeza y reprimió una leve sonrisa ante la perplejidad que Lisa demostraba.
– No... ella era norteamericana – comenzó a contar la asistente, mientras Lisa la escuchaba con completa atención. – Se mudó a Irlanda estando embarazada de mí, conoció a mi padre y se casó con él al cabo de un año...
La sonrisa se desvaneció del rostro de Lisa Hayes, sustituída por una mueca de súbita incomodidad.
– O sea que tu padre...
– Mi padre es el hombre que cuidó a mi madre, se casó con ella y me crió como si fuera su hija de verdad – fue todo lo que Colleen Brennan tuvo para decir al respecto, pero no pudo impedir que en esas palabras se escuchara un eco de tristeza demasiado privada. – Sea quien sea el que hizo el otro trabajo, mamá nunca me contó de él y yo nunca me interesé por preguntarle.
– Oh, lo siento... – intentó excusarse Lisa a como diera lugar. – No quise---
– No tiene nada de qué disculparse, Primera Ministra – la tranquilizó la asistente, esforzándose por sonreír como si nada hubiera pasado.
Mientras por dentro agradecía de corazón la reacción tranquila de Colleen, Lisa se mantenía tranquila por fuera y decidió que ya era suficiente tiempo perdido con nostalgias e incomodidades y que ya podía ocuparse de cuestiones que hacían a sus considerables responsabilidades políticas.
– Asumo que no viniste simplemente para la clase de Historia – repuso Lisa, llevándose ambas manos atrás de la espalda. – ¿Llegaron los senadores?
– Así es, Primera Ministra – confirmó Colleen. – La esperan en el Salón Niven.
Una fea mueca de cansancio y disgusto ensombreció la cara de Lisa Hayes, seguida por un resoplido de hartazgo y una frase murmurada que reveló cuáles exactamente eran sus ganas de reunirse con los senadores.
– Cómo quisiera no tener que ir...
– Yo preferiría que no vinieran – confesó Colleen, despertándole a Lisa una sonrisa que se hacía muy necesaria para afrontar las tareas del día.
– En fin, supongo que hay gustos que no podremos darnos en vida... – suspiró con resignación la Primera Ministra de la Tierra Unida. – Vamos a mi oficina, y después ve a decirle a los senadores que estaré con ellos en diez minutos.
– De inmediato.
La asistente inmediatamente asintió y partió para cumplir con el pedido de Lisa, pero a poco de partir se detuvo, ya que Lisa le estaba haciendo una pregunta que la dejó congelada.
– ¿Cómo se llamaba tu madre?
– ¿Perdón? – se volvió la asistente para confirmar que había escuchado bien.
– Que cómo se llamaba tu madre, Colleen.
Colleen miró a Lisa a los ojos y le sonrió antes de contestar.
– Marietta.
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Aún a tres años de la liberación de la Tierra, los viajes aéreos de larga distancia seguían siendo una rareza en el planeta hogar de la raza humana.
A pesar de los ingentes esfuerzos del GTU por restaurar las comunicaciones planetarias, no había suficientes aviones de pasajeros o aeropuertos preparados en el planeta como para sostener rutas aéreas como las que habían cruzado el mundo antes del Holocausto o incluso antes de la llegada de los Invid, por no decir que muy pocos de los habitantes del planeta estaban en condiciones de pagar los costos de un vuelo intercontinental o incluso de corto alcance.
La aviación había regresado, por lo menos a simple vista, a aquella era lejana de sus inicios, en donde sólo los aventureros y los adinerados pensaban en subirse a una aeronave y surcar los cielos.
Aquel avión era de un modernísimo modelo, recién salido de las incipientes fábricas aeronáuticas inauguradas en las zonas más favorables del planeta. Contaba con todo el confort que habían conocido las viejas aerolíneas, amén de algunos nuevos introducidos gracias a los avances que la tecnología había alcanzado en las últimas dos décadas, y ostentaba récords de seguridad que hubieran sido tildados de fantasiosos apenas un cuarto de siglo antes.
Y sin embargo, el vuelo de aquel día estaba semivacío.
Con facilidad, la mitad de la cabina de pasajeros de aquel avión estaba desocupada, y grandes claros se veían entre las personas que estaban sentadas en los asientos. Tres azafatas iban y venían por el pasillo central del moderno avión de pasajeros, que para ese momento sobrevolaba el Atlántico en un vuelo directo entre Nueva York y Ginebra.
Numerosas pantallas pasaban para disfrute de los pasajeros una antigua película de finales del siglo XX, una película de aventuras que en su tiempo había hecho historia pero que ahora parecía el eco de un mundo que ya no existía más. Pocos pasajeros prestaban atención a la película; el resto dormía, leía o se entretenía con la vista incomparable que se abría a través de las ventanillas.
Entre estos últimos había dos jóvenes que estaban sentados uno al lado del otro en el lado de babor de la cabina de pasajeros. Uno de ellos era un joven de alrededor de 19 años de edad, de cabello corto y castaño e inteligentes ojos azules, que alternaba entre ver a través de la ventanilla y echar un vistazo a su acompañante dormida.
Ver a la joven mientras dormía era una de las cosas que más fascinaba al muchacho, quien podía haber jurado que no existía en el mundo mujer más hermosa que ella... y que por eso aprovechaba para acariciar su rostro pecoso con extremo cuidado.
La joven dormía, pero se notaba que el suyo era un sueño tenue y sometido a los sobresaltos del vuelo, que ya para ese momento habían hecho que su cabellera rojiza se desparramara por sobre su rostro. Sin embargo, no fue hasta que el avión se encontró con una leve turbulencia que el sueño de la joven fue destrozado por completo, y el muchacho retrocedió por impulso al ver cómo su acompañante saltaba como impulsada por un resorte.
– ¿Estás bien? – preguntó él con preocupación.
La muchacha miró a ambos lados como si quisiera descartar cualquier posible amenaza, después respiró con fuerza y finalmente enfrentó a su acompañante con una cara que trataba de transmitir tranquilidad y calma...
– Sí, sí, estoy bien... – le aseguró con una sonrisa. – No te preocupes...
El joven arqueó una ceja y se recostó mejor en su asiento para poder ver a la chica más de cerca... y a pesar de lo mucho que deseaba besarla en ese momento, la razón que lo motivaba fue más poderosa y lo contuvo de ir directamente a lo que su corazón pedía.
– ¿En serio? – preguntó una vez más el chico, esbozando una media sonrisa que proclamaba a gritos su escepticismo.
La leve sonrisa de la joven murió inmediatamente, y en su lugar apareció una mueca que combinada con el ceño fruncido encima de sus ojos avellana la hizo aparecer levemente molesta.
– No insistas, Danny.
– Está bien, está bien... – se excusó el muchacho, poniendo una falsa cara de miedo para mostrarse adecuadamente intimidado por su novia. – Sólo preguntaba...
Satisfecha, la joven volvió a desviar la mirada para perderla en cualquier cosa menor, mientras él se acomodaba en el asiento y aprovechaba para mirar por la ventana.
Afuera del avión de pasajeros y allá abajo, las aguas del Océano Atlántico se veían majestuosas e invitantes, expandiéndose en todas direcciones hasta el horizonte lejano. El cielo estaba también de un color azul, y las ocasionales nubes que se podían ver eran tan blancas como lo podían ser en un cuento o en un dibujo infantil. El Sol brillaba a la distancia, y las alas metálicas del avión de pasajeros reflejaban sus rayos a la perfección, completando así el panorama pacífico y majestuoso que se abría ante los ojos de aquel muchacho de apenas 19 años de edad que viajaba junto a su novia.
El joven se volvió una vez más hacia su novia. La chica ya no trataba de dormir; era claro que para ella ya no tenía sentido seguir intentándolo. En lugar de intentar conciliar el sueño, la muchacha permanecía en una posición demasiado rígida y nerviosa, mirando rápidamente de un lado a otro y con las manos aferradas a los apoyabrazos como si con soltarlos estuviera poniendo en juego su propia vida.
No hizo bien a los nervios de la chica el que el avión atravesara por una zona de turbulencia, lo que hizo sacudir a toda la aeronave y poner a la muchacha en guardia y alerta repentina.
– ¡¿Tiene que temblar tanto esta cosa?! – casi gritó la joven, mirando a su novio con algo muy cercano al pánico.
En otras circunstancias, el chico hubiera consolado y tranquilizado a su novia, pero en ese momento ya no pudo resistir el llamado del lado malo de su ser y directamente fue al choque.
– ¿Nerviosa? – insinuó él, aunque atemperó el golpe con un rápido beso en la frente... que no logró atemperar la furia de la muchacha.
– Idiota.
Sin embargo, no hubo ningún problema entre ambos, solamente la reedición de un conflicto que entre los dos muchachos ya había adquirido características de hábito y ritual... y que hacía que la relación entre ambos tuviera momentos entretenidos de vez en cuando.
El joven sonrió y la besó, esta vez en los labios y con más energía, a lo que ella respondió con igual entrega y fuerza, borrando del recuerdo de ambos aquella última pelea ritual en la que habían estado metidos como si jamás hubiera existido.
Cuando los dos terminaron de atenderse, volvieron a enderezarse en sus asientos y a seguir con el vuelo como lo harían dos pasajeros comunes y corrientes... aunque la sonrisa que cada uno llevaba en los labios era demasiado evidente como para poder ignorarla.
Pasados un par de minutos de silencio y paz entre ambos, el joven miró a su lado y le lanzó una pregunta que sonó preocupada a pesar de la tranquilidad en su voz.
– ¿Realmente es tu primera vez en un avión, no?
Ella se volvió para mirarlo, y él se perdió una vez más en esos ojos que había aprendido a adorar.
– No es eso... – susurró ella, y él insistió.
– ¿Entonces?
Los labios de la chica se movieron en vanos intentos por hilar palabras, pero nada salió de ellos. Era como si ella tuviera bien claro lo que quería decir pero había algo que la detenía en el instante decisivo... dejándola con la frustración de no poder expresar lo que sentía.
Por suerte o por desgracia para ella, dependiendo de cómo lo interpretara, él ya sabía muy bien qué era lo que la preocupaba... y no tuvo ningún problema en poner las cosas sobre la mesa antes que seguir al compás de la incomodidad.
– Vamos, no puedo creer que estés tan asustada por conocer a papá y mamá...
– Para ti son "papá y mamá" – contraatacó su novia, ya sin pretender ocultar el porqué de su preocupación. – Para el resto del mundo, ellos son...
– Eso no es tan grave... – se apresuró a interrumpirla él, y no pudo evitar mirar a su alrededor para asegurarse de que nadie estuviera prestándoles atención.
– ¿No lo es? – replicó ella con desconfianza. – Como si no se supiera tanto sobre el temperamento de tu madre...
El muchacho suspiró con fuerza y cerró los ojos, prefiriendo un poco de silencio para pensar mejor la respuesta antes que decir lo primero que se le venía a la mente y así empeorar las cosas en momentos en que no podía permitírselo.
Comprendía perfectamente lo que le ocurría a su novia... lo comprendía demasiado bien.
No había sido una juventud muy tranquila la suya, y menos lo era desde que su madre se había convertido en la Primera Ministra de la Tierra Unida, mientras que su padre era el máximo comandante militar de las fuerzas armadas del GTU.
Pero al menos, a sus 19 años de edad, Maximilian Daniel Hunter ya estaba muy experimentado en esas lides y sabía cómo manejarse en situaciones incómodas como la que estaba teniendo que afrontar con su novia.
– No creas todo lo que dice la prensa, mamá se calmó en los últimos años – aseguró Danny (hacía años que el muchacho había decidido hacerse llamar por su segundo nombre, evitando así las inconvenientes alusiones que podían venir si se lo llamaba "Max Hunter"), sonriendo a su novia para bajar la tensión mientras explicaba. – No he visto a mamá enloquecida de furia en años... y para que se ponga así el culpable tiene que ser un estúpido de proporciones gigantescas...
Sentada en el asiento vecino, Camille Hammond se permitió dudar de la apreciación de su novio.
Ella era una joven valiente que había pasado buena parte de su niñez y de su adolescencia ayudando a su padre, un ex sargento del Ejército de la Cruz del Sur, a montar un movimiento de resistencia contra la ocupación Invid que operaba en la antigua región de Nueva Inglaterra. Desde su base en las cercanías de lo que fue la Universidad de Harvard, el grupo de resistencia de Sheldon "Nitro" Hammond había tenido a maltraer a los Invid de la zona, y desde niña Camille había sido parte de ese grupo, aprendiendo a manejar un lanzacohetes antes de siquiera pensar en estudiar Ingeniería y disparando contra Shock Troopers antes de cumplir los 18 años.
Y a pesar de todo, la idea de conocer a Rick Hunter y a Lisa Hayes aterraba a la joven.
Durante toda su vida ella había escuchado mucho sobre los Hunter-Hayes y sus logros... y como casi todos los humanos que habían pasado buena parte de los últimos 15 años sufriendo el yugo Invid, Rick Hunter y Lisa Hayes eran para Camille prácticamente figuras legendarias y más grandes que la vida misma. No se privaba de criticarlos y de objetar muchas decisiones (de hecho, un incidente de ese estilo fue lo que la cruzó en el camino de Danny Hunter), pero a pesar de todo, ella los admiraba enormemente.
Y ahora, estaba a pocas horas de ir a conocerlos, pues su novio –que coincidentemente era hijo de ambos– la llevaba a la casa familiar para las vacaciones.
Decir que Camille estaba nerviosa era quedarse corto.
– No tienes nada de qué preocuparte... ellos te van a adorar... – continuaba asegurándole Danny a Camille, sin dejar de acariciarla con suavidad. – Además, ¿no le caí bien yo a tu padre?
– ¿Qué tiene que ver eso?
Danny se encogió de hombros y rememoró aquella experiencia que tanto lo asustó.
– Que si yo pude caerle bien a "Nitro" Hammond...
– No seas así – contraatacó Camille. – Siempre le caíste bien a papá.
– Pero no me lo dijo hasta que pude batir todos esos blancos con el rifle – le devolvió su novio, haciendo con las manos una imitación de él sosteniendo el arma. – Después del tercer intento.
– Era sólo por precaución – reaccionó Camille en entendible defensa de su padre. – Papá necesitaba estar seguro de que no se te habían atrofiado los músculos con tantos años en el espacio...
– ¿En serio? – insistió Danny, disfrutando de la discusión como sólo podía hacerlo alguien que se hubiera fogueado en el arte al ver a Rick Hunter y Lisa Hayes. – Yo creía que era porque esperaba que me volara con el rifle así tú seguías tranquila y soltera...
Camille sonrió y se corrió algunos largos mechones de cabello rojizo para que no le taparan la vista de su novio... especialmente de esos ojos azules que la habían enloquecido casi desde el primer momento.
– Ya conoces a papá... si no eras confiable para manejar armas y ser miembro de una eventual Resistencia contra una nueva ocupación alienígena---
– Menos confiable iba a ser para cuidar de su hija, ya lo sé... él me lo dijo – murmuró Danny, desviando la mirada justo para evitar la reacción de su novia y usando como excusa la aparición de la azafata con el almuerzo. Después de que la azafata se fuera, Danny volvió a la discusión. – Diablos, ¿por qué son tan paranoicos ustedes los que estuvieron en la Resistencia?
– Hábitos adquiridos – contestó suelta de cuerpo Camille, reparando entonces en que la comida no parecía ser del agrado de su novio. – ¿Vas a comerte eso, Danny?
Danny miró su plato y con resignación le cedió parte de un platillo que él había creído que se vería mucho mejor de lo que en realidad resultó ser.
La opinión de Camille fue mucho más favorable: comenzó a devorar el plato como si no hubiera un mañana, ante la mirada atónita de Danny Hunter.
– No puedo creer que te guste la comida de avión.
– Créelo, me encanta – dijo ella tras tragar un bocado.
En aquel momento, un hombre joven se apareció junto a los asientos de Danny y Camille. Era un muchacho de unos veinte años de edad, vestido de manera informal y con una sonrisa amistosa en el rostro que por lo general daba una impresión de cordialidad... impresión que un observador más minucioso hubiera descartado al ver la pequeña silueta de un arma personal cerca del bolsillo del pantalón.
– ¿Todo en orden, muchachos? – preguntó el agente especial Kenny Barlow, jefe del destacamento del Servicio de Seguridad Protectiva encargado de la custodia de Danny Hunter.
– Todo en orden, Kenny – confirmó Danny por ambos.
– Me alegro – dijo el agente Barlow con tranquilidad antes de mirar rápidamente los puntos ocupados por los otros cuatro miembros de su equipo en la cabina de pasajeros, para entonces despedirse de su custodiado. – Avisen si pasa algo.
Danny asintió para responderle y miró cómo Barlow seguía su camino, aparentando en todo momento ser un viajero común y corriente.
– Nunca me voy a acostumbrar a ellos – suspiró Camille en cuanto el agente Barlow estuvo lo bastante lejos como para no escucharla.
– Yo tampoco – coincidió Danny, dejando oculto la verdadera magnitud que podía asumir su malestar en los peores momentos. – Al menos reconoce que son discretos.
– Oh, lo son, claro que lo reconozco... no sé qué haría si además de estar en todos lados se hicieran notar.
Danny rió y besó a su novia en la mejilla... hasta que ella convirtió ese beso en la mejilla en un beso en los labios en toda la regla.
Cuando acabaron de besarse, las sonrisas iluminaban los rostros de ambos como preludio al abrazo.
– Piensa que tu papá puede estar tranquilo cuando salimos si sabe que hay todo un contingente de seguridad cerca – le susurró él al oído, provocándole una encantadora risita a la joven y un comentario honesto.
– Creo que con eso te lo ganaste.
– Yo pensé que mi personalidad había tenido que ver...
– ¿Cuál personalidad? – replicó ella al instante.
Daniel Hunter pasó unos buenos segundos con cara de sorpresa, asimilando el fulminante golpe verbal infligido por su novia... la confusión fue total y completa, y debió recurrir a todo lo que tenía para pensar una buena respuesta, cosa que le fue imposible teniéndola tan cerca y tan al alcance de sus propios labios.
Finalmente, el hijo menor de Rick Hunter y Lisa Hayes se rindió a lo que le sugería su corazón y fue al ataque... no sin antes cerrar la discusión con una última afirmación de la que no dudaba.
– Le caerás de maravillas a mamá... tienes su sentido del humor.
Dicho eso, Danny le quitó el aliento a su novia de la mejor manera.
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El auditorio estaba repleto; no debía quedar ni un solo asiento libre en todo el imponente recinto. Era en verdad un mar de uniformes hasta donde la vista alcanzaba a captar... uniformes de colores predominantemente blancos y negros cuyos dueños hablaban y conversaban, dándole al Auditorio un mar de fondo de murmullos indescifrables pero perfectamente reconocibles.
Tan reconocibles eran esos murmullos que incluso alguien que no pasó por la Academia Militar, como el almirante Rick Hunter, podía saber a la perfección qué era lo que estaban queriendo decir.
La emoción de estar graduándose, naturalmente.
En rigor de verdad, la ceremonia que había llevado a Rick Hunter a la sede que la Academia Militar de la Tierra Unida tenía para los cadetes que escogían el servicio espacial, en la ciudad de Nueva Mumbai, no era la graduación real de los cadetes de aquella promoción: la graduación oficial de los cadetes ocurriría en alrededor de cuatro meses, una vez que los cadetes hubieran regresado a la Tierra.
Y era porque en ese día, toda la promoción de cadetes embarcaría en su viaje de instrucción, poniendo fin así a sus estudios formales con cuatro meses de viaje espacial por toda la galaxia a bordo del portaaviones UES Marcus Antonius, en el que los cadetes se desempeñarían en toda clase de tareas y labores para completar con práctica la teoría que habían recibido... además de familiarizarse con las tradiciones y "la manera de hacer las cosas" que tenía el servicio espacial.
El viejo portaaviones espacial de la clase Tokugawa había sido retirado del servicio activo con la flota poco después del final de la Tercera Guerra Robotech, una vez que la producción de nuevas naves de guerra bastó para poder ir retirando a aquellas naves veteranas que llevaban décadas de exigido y a veces brutal servicio.
Sin embargo, eso no había significado el final para el viejo portaaviones, sino el principio de una nueva etapa de su vida útil: una etapa en la que serviría a las Fuerzas de la Tierra Unida como un navío escuela para que los oficiales que recién salían de la Academia Militar pudieran foguearse en el espacio y poner en práctica lo que sus profesores e instructores habían tratado de enseñarles.
El día en que los cadetes embarcaban en el Marcus Antonius era, en lo que a las ramas espaciales de las Fuerzas concernía, la verdadera graduación de sus oficiales, aunque no la formal. Y por lo tanto, era tratada con toda la pompa y circunstancia que merecía la ocasión.
Esa pompa y circunstancia incluía una ceremonia como esa... y no había ceremonia militar que no incluyera discursos, lo cual era la razón de la presencia de Rick Hunter en la sede de la Academia Militar en Nueva Mumbai.
Después de mirar mejor a la clase que se graduaba –la primera clase de la Academia Militar en varias décadas que realizó sus estudios enteramente en tiempos de paz– el almirante Hunter sonrió y se volvió hacia el almirante de dos estrellas que lo acompañaba.
– Una clase sobresaliente, almirante.
– Así es, señor... han sido todo un orgullo – respondió un particularmente orgulloso contralmirante Ricardo Ibañez, Superintendente de la rama espacial de la Academia Militar de la Tierra Unida. – Su desempeño ha sido excepcional, dadas las circunstancias...
– No lo dudo – aseguró Rick con plena confianza en el superintendente, a quien luego le echó una mirada cómplice que terminó en los cadetes. – Espero que no haya habido problemas con los locales...
– En lo absoluto, señor – contestó el almirante Ibañez, haciendo además un gesto de menosprecio con la mano. – Sólo la cuota usual de peleas y encontronazos.
– ¿Cuántos deméritos?
– Muchos menos que el año pasado, gracias al Cielo.
El almirante Hunter miró a la asamblea de cadetes que esperaban en el auditorio y sonrió, aliviado más allá de lo que se permitía mostrarle a Ibañez. Aún sin ser él un graduado de alguna academia militar, Rick sabía bien que los cadetes de cualquier academia militar solían tener malas relaciones con los habitantes de las ciudades vecinas... con consecuencias predecibles y usualmente causantes de reprimendas verbales extraordinarias.
Nueva Mumbai podía ser una de las ciudades más modernas y civilizadas del planeta, con rascacielos que se veían a kilómetros de distancia y que se alzaban cientos de metros, y todos los servicios que cualquier ciudad humana podía desear, pero sus jóvenes podían ser tan intolerantes y pendencieros como cualquier cadete... una combinación que había probado ya su letalidad a lo largo de la historia.
Pero si el curso que ese día estaba reunido había tenido menos problemas, quizás Rick podía estar ante un cambio de la Historia.
No sería la primera vez en su vida.
– Es bueno saberlo.
El almirante Ibañez respondió con una carcajada, que en su figura corpulenta y maciza sonó casi como un rugido al que Rick se sumó instantes después.
Las risas de los altos oficiales acabaron, empero, cuando hizo su aparición un suboficial del staff de la Academia, que le comunicó a Ibañez algo muy importante con un simple y silencioso movimiento de su cabeza. Ibañez respondió asintiendo y le indicó al suboficial, con igual gesto, que volviera a su puesto, cosa que el suboficial hizo inmediatamente.
Estando solos una vez más, el almirante Ibañez miró a Rick con expresión de "llegó el momento".
– Y creo que ya está todo listo, señor, así que si me acompaña...
– Será un gusto.
De inmediato, Rick siguió a Ibañez a través de la puerta principal del auditorio, y en el preciso momento en que el Supremo Comandante de las Fuerzas de la Tierra Unida hacía su entrada, un sargento mayor vestido con el uniforme de gala del Cuerpo de Marines se colocó en posición de firmes y gritó con tanta fuerza que un altoparlante hubiera sido una inútil redundancia.
– ¡ATEN...CIÓN! – bramó el sargento. – ¡ALMIRANTES EN CUBIERTA!
En lo que a cualquier testigo le pareció un único movimiento, quinientos jóvenes que portaban el uniforme de las Fuerzas de la Tierra Unida se pusieron de pie y se mantuvieron firmes a la espera de que Rick e Ibañez atravesaran el auditorio para llegar al podio principal. Los rostros de esos jóvenes cadetes que ese día se convertían en oficiales eran duros y casi inexpresivos; no se movía un sólo músculo que no tuviera que hacerlo, y ni una arruga o mancha se veía en los inmaculados uniformes que vestían.
Nada que no fuera los pasos de Rick, Ibañez y los tres oficiales que los acompañaban se escuchaba en el Auditorio de la Academia Espacial.
Cerca del podio, una comitiva de altos oficiales militares de todas las ramas de las Fuerzas se había puesto de pie para recibir al Supremo Comandante. Los rostros y expresiones de aquellos oficiales quizás carecieran de la juventud y dureza de los cadetes, pero portaban la dignidad y la entereza de quienes habían atravesado todas las etapas de la vida militar en medio de las peores condiciones. Más de uno, en un despliegue de ruptura protocolar que hubiera espantado a los instructores de la Academia, se permitió sonreírle a Rick mientras éste se acercaba.
Al margen de eso, la atención de Rick se concentraba en las filas y filas de cadetes que estaba atravesando en su camino hacia el podio. Tres cuartas partes de esos cadetes vestían un uniforme blanco de gala y charreteras con el color rojo del personal de flota, un uniforme idéntico al que el propio Rick vestía... con la única diferencia de que las charreteras de Rick tenían los tres galones dorados sobre otro galón dorado mucho más grueso que lo identificaban como almirante, mientras que todos los cadetes llevaban el solitario y delgado galón de un alférez en comisión.
El resto de los cadetes, en cambio, llevaban con innegable orgullo un uniforme de idéntico diseño, pero de color tan negro como blanco era el de sus contrapartes; las charreteras de aquellos cadetes eran del color verde que había elegido el Cuerpo de Marines de la Tierra Unida para distinguir a su personal del resto de las ramas de servicio. Un muro invisible parecía dividir a los Marines del resto de sus compañeros de clase: un muro de tradiciones, orgullo e identidad que los Marines cultivaban furiosamente para validar su imagen de extraños que surgía de su condición de ser soldados de tierra embarcados en las naves de las Fuerzas Espaciales.
Pero de todas maneras, tanto los cadetes que habían optado por la flota espacial como aquellos que eligieron los escuadrones de caza, e incluso los Marines, eran hermanos en ese día tan especial, y permanecieron en el más respetuoso de los silencios hasta que el almirante Hunter hubiera llegado a la tarima donde estaba el podio desde el que hablaría a la audiencia.
Allí, Rick sólo tuvo que hacer unos mínimos ajustes al micrófono para que todo pudiera comenzar de una vez por todas, los que realizó con absoluta tranquilidad ante un auditorio completamente silencioso.
Y para empezar, el almirante Hunter arrancó con la frase de rigor en esas ocasiones.
– ¡Buenos días, cadetes!
– ¡BUENOS DÍAS, SEÑOR! – le respondieron quinientas voces a coro, y Rick decidió darles un respiro.
– Descansen.
El sonido que aquellos cadetes hicieron al sentarse fue casi tan estruendoso como el que ocurrió cuando se pusieron de pie; al igual que en aquel caso, al sonido le siguió un silencio verdaderamente atronador, mientras todo un auditorio repleto se disponía a escuchar las palabras del hombre que comandaba las Fuerzas de la Tierra Unida.
Y Rick les sonrió a todos mientras ganaba tiempo para sus nervios pretendiendo poner en orden algunos papeles, maniobra que sólo le insumió unos pocos segundos... luego de los cuales, dio inicio a su discurso.
– No quiero quitarles mucho tiempo en este día tan especial, pues estoy seguro que ustedes atesorarán más la experiencia que inician hoy que cualquier cosa que les diga un viejo almirante.
Algunas risas se oyeron desde el palco de los oficiales invitados... y también de los asientos de los cadetes.
– Hoy ustedes dejan la seguridad de la Academia y la tranquilidad del estudio para sumergirse... con perdón de los muchachos de las Fuerzas Marítimas... en la vida que escogieron vivir. Es una vida ardua y sacrificada, en donde se les pedirá que den todo de sí y a veces más en cumplimiento del deber y de sus responsabilidades.
Más risas acompañaron la referencia de Rick, pero se extinguieron bien rápido una vez que la broma dio paso a la seriedad de las palabras del almirante.
– Ustedes son la primera generación de cadetes de la Academia en casi veinte años que ha podido realizar sus estudios completos estando nuestro mundo en paz – les dijo Rick a los cadetes, de quienes ya no se veía el menor signo de diversión. – Ustedes, al igual que sus camaradas de los dos años anteriores, finalizan sus estudios y se unen a nuestras Fuerzas sin la perspectiva de ir directamente al campo de batalla, pero son los únicos que no comenzaron sus estudios en medio de una guerra interestelar.
"Y no saben qué endemoniadamente afortunados que son por eso", se contuvo Rick de decirles, al tiempo que se tomaba unos segundos para ver alguno de esos rostros y fijarlo en la memoria.
– Su misión no será la de combatir, sino la de mantener la paz en la Tierra y en el espacio. Ustedes se unirán ahora a la tarea de construir la paz duradera que con tantos sacrificios hemos ganado, ya sea patrullando en lejanos sistemas estelares, asistiendo a nuestros esfuerzos de colonización o capacitándose y adiestrándose para estar listos cuando sea necesario llamarlos a las armas. Ustedes serán los guardianes de esta paz que tanto necesitamos para reconstruir nuestra civilización y restaurar nuestros mundos.
Los ojos del almirante Hunter, aquellos ojos azules que habían visto tanta guerra, muerte y sufrimiento, se nublaron de lágrimas pasajeras al pensar exactamente en la magnitud de los sacrificios que habían sido necesarios para que esa paz que vivían fuera una realidad. Sacrificios que para el común de la gente eran números y que para esos cadetes quizás no fueran más que notas en los textos de sus cursos... pero que para Rick Hunter eran el recuerdo de camaradas y amigos que ya no estaban más.
El almirante levantó la mirada para ver mejor al auditorio. ¿Cuántos de aquellos rostros jóvenes y enérgicos que veía correspondería al del héroe o mártir de una guerra futura?
Rick llenó sus pulmones de aire y pasó a una parte más inquietante de su discurso... una parte que le dolía decir, pero que no podía ocultar en buena conciencia.
– Pero la paz, desafortunadamente, jamás es perpetua... y siempre existirá la posibilidad de que debamos acudir al llamado de la Tierra para defender a la raza humana de alguna agresión que venga de más allá de las estrellas. Y ese día, ustedes serán nuestra primera y más vital línea de defensa.
Si antes el silencio del Auditorio había sido absoluto, en ese momento se convirtió en la negación completa del sonido... pues sólo había oídos para las palabras de aquel héroe de guerra que por entonces comandaba las fuerzas armadas de la raza humana.
– Quizás, algún día que espero en Dios no llegue jamás, alguno de ustedes deba hacer el sacrificio máximo. No les mentiré: no hay gloria en la guerra... no hay medalla, honor o monumento que compense el sufrimiento de quienes quedan atrás para llorarlos o el sacrificio de una vida que de seguro tenía tanto más para dar.
Los recuerdos atravesaron la mente del almirante como si fueran lanzazos de dolor... esos recuerdos tenían nombres y apellidos que la crueldad había privado de vida.
– Nada vale la pérdida de una vida... nada excepto el saber que ese sacrificio puede ayudar a sus camaradas a sobrevivir, o mantener seguros a quienes confían en nosotros para su defensa y protección. Las vidas que puedan seguir gracias a su sacrificio y a su esfuerzo serán mejor testimonio de su lealtad y dedicación que cualquier medalla, promoción o distinción.
El almirante calló, dejando que el peso de sus palabras cayera en las mentes jóvenes que lo escuchaban.
– Ustedes se han unido al servicio por propia voluntad para interponerse entre sus seres amados y aquellos que deseen hacerles daño. Ustedes escogieron una vida en donde se les pedirá que luchen para proteger a la raza humana, a la Tierra y a sus colonias... y que mueran en su defensa. Hemos hecho lo posible en esta Academia para ponerlos en conocimiento de la carga que conlleva esa responsabilidad y lo seguiremos haciendo mientras sea posible, pero ustedes sólo podrán entender lo que significa portar el uniforme y asumir las consecuencias de esa decisión el día en que esa responsabilidad se manifieste en toda su magnitud... y crudeza.
Muchos de los cadetes se miraron con inquietud; las palabras de Rick estaban empezando a pesarles.
Ante esa escena, el almirante Hunter contuvo una muestra de satisfacción. Mientras más rápido supieran los muchachos lo que debían enfrentar, mucho mejor para ellos.
– Hasta que ese día llegue, ustedes vivirán sus vidas en cumplimiento de esa obligación y de esa vocación... y lo harán bien. No tengo ninguna duda de ello, y tampoco la tienen sus profesores, las autoridades de esta Academia... y los oficiales que a partir de hoy los conducirán en los rumbos que tomen sus carreras – les dijo el almirante Hunter a los cadetes con su sonrisa más orgullosa y segura. – En menos de una hora, ustedes embarcarán en un viaje que marcará el final de sus estudios formales y el comienzo de una vida en las Fuerzas de la Tierra Unida que, estoy plenamente seguro de ello, será larga y nos llenará de orgullo a todos. Disfruten de la experiencia a pesar de lo ardua que será, porque aún cuando el Marcus Antonius regrese a puerto, el viaje que ustedes comienzan hoy no acabará jamás.
Una reacción extraña se hizo sentir en el Auditorio... era como si todos los que estaban allí estuvieran juntando fuerzas para ponerse de pie en cuanto Rick terminara.
Y en efecto, Rick estaba por terminar.
– Ustedes son las personas que estábamos esperando – proclamó el almirante a los cadetes, a quienes saludó haciendo una venia perfecta. – Bienvenidos a las Fuerzas de la Tierra Unida, señores oficiales.
Inmediatamente, los cadetes se levantaron y devolvieron el saludo del almirante con toda la precisión que sus instructores les habían enseñado, manteniendo los brazos en venia hasta que Rick bajó el suyo y les dio una orden final.
– ¡RETÍRENSE!
En medio de un aplauso estruendoso, todos los cadetes de aquella promoción lanzaron sus gorras al aire y prorrumpieron en exclamaciones de celebración, destrozando así la formalidad de la ocasión y convirtiéndola en un verdadero momento de felicidad para ellos... el cierre perfecto de tres años de sacrificio y trabajo arduo.
Inmediatamente después, los oficiales responsables del curso comenzaron a organizar a los cadetes para que se formaran y se retiraran del auditorio en orden y precisión, algo que tomó un poco de esfuerzo teniendo en cuenta la algarabía de los cadetes. Finalmente, los esfuerzos de los encargados del curso surtieron efecto y los cadetes de todos los cuerpos abandonaron el auditorio en formación cerrada y ordenada, dejando solo a Rick, al almirante Ibañez y al resto de los invitados como únicos ocupantes del Auditorio.
Rick se había quedado mirando la puerta abierta por la que los cadetes se habían ido, ensimismado él con sus pensamientos, hasta que una voz bien conocida lo sacó de sus pensamientos y lo devolvió a la realidad.
– Te estás puliendo, Rick.
El almirante Hunter se volvió y se encontró con el rostro risueño y curiosamente jovial de su mejor amigo, un almirante de cuatro estrellas como él. A pesar de que Rick sólo era dos años mayor que Max, quien hubiera visto al Jefe de Operaciones Espaciales de la Tierra Unida lo habría tomado rápidamente por alguien mucho más joven que sus 55 años de edad. En el rostro de Max se notaban las mismas líneas y patas de gallo que tenía Rick, pero algo hacía que el afamado y varias veces condecorado piloto de combate mantuviera un aspecto aniñado que era tan clásico en él como su modestia y su legendaria habilidad.
– Ugh... – gruñó Rick. – Odio cómo sueno cuando doy un discurso.
– Suena bien oficial, señor – dijo una voz femenina.
La dueña de esa voz era otra almirante de cuatro estrellas como Rick y Max, pero apenas llegaba en altura a los hombros de los otros dos oficiales. Los ojos de esa oficial tenían el mismo tono de azul intenso que el de Rick, pero su cabello era bien rubio, con algunas pocas canas que asomaban por allí. Y si Max Sterling parecía joven para su edad, sólo las incipientes canas traicionaban el aspecto juvenil y fresco que caracterizaba a la almirante Kelly Hickson-Azueta, Jefa de Estado Mayor de las Fuerzas de la Tierra Unida y segunda al mando de Rick Hunter en la cadena de comando militar de la Humanidad.
– Kelly, no me mientas más – imploró Rick, y Kelly le sonrió en aire bromista.
– Pensé que ese era mi deber como Jefa de Estado Mayor.
– Pensaste mal – replicó el almirante Hunter. – ¿Cuántos se durmieron este año?
– Ninguno, Rick – negó Max con la cabeza, y Rick pasó a su Jefa de Estado Mayor.
– ¿Kelly?
– Ninguno, señor.
Ansioso por una respuesta negativa que le quitara falsas esperanzas, Rick se dirigió al Superintendente de la Academia Espacial de la Tierra Unida.
– ¿Almirante Ibañez?
De Ibañez, Rick recibió la misma expresión negativa, aunque matizada por una sonrisa.
– Créame, señor, yo sé lo que son estudiantes que se duermen al escuchar una clase... no se durmió nadie.
– Es bueno saberlo. Bueno, algún progreso estoy haciendo... – murmuró un cansado Rick Hunter, que luego buscó aliviar una de sus dudas. – ¿Cuánto tiempo más tenemos antes del despegue?
Max miró su reloj de pulsera e hizo cuentas.
– Calculo que dos horas.
– Tiempo suficiente para un almuerzo – calculó el almirante Hunter antes de consultar a sus camaradas oficiales. – ¿Me acompañan?
Con una expresión de verdadera lástima, el contralmirante Ibañez sacudió la cabeza.
– Lamento no ser de la partida esta vez, señor, pero me esperan en el muelle...
– Por supuesto, Ricardo – dijo Rick comprensivamente, para despedir al Superintendente de la Academia. – Lo veré en un rato.
– Lo estaremos esperando, señor.
El almirante Ibañez se sumó entonces a otros tres oficiales que descendían del podio y charlaban entre ellos tras saludar sucesivamente a Rick, Kelly y Max: se trataba del almirante Nikolai Reshetnikov, Jefe de las Fuerzas Espaciales, del almirante Kiyohide Onishi, comandante de la aviación de las Fuerzas Espaciales, y el general Anthony Satterfield, Jefe del Cuerpo de Marines, quienes ya estaban en camino hacia la plataforma desde donde despegarían los transbordadores que llevarían a los cadetes al Marcus Antonius.
Por su parte, Rick se volvió a Max y a Kelly para lograr apoyo a su propuesta.
– ¿Vienen? – preguntó el Supremo Comandante.
– Claro que sí, Rick – contestó Max, a lo que Kelly se sumó instantáneamente.
– Seguro, señor.
En ese momento, el almirante Hunter esbozó una mueca de molestia y pareció luchar contra algo que lo perturbaba, luego de lo cual miró a la Jefa de Estado Mayor de las Fuerzas de la Tierra Unida y la llamó por su nombre de pila.
– Kelly.
La almirante Hickson arqueó una ceja como si no supiera de qué estaba hablando... aunque por dentro sí que lo sabía.
– ¿Señor?
– ¿Por qué diablos me tratas de señor?
– Porque estamos en la Academia, almirante – replicó la almirante Hickson con una sonrisa que Rick conocía demasiado bien. – Hay cadetes dando vueltas y no quiero darles el mal ejemplo de confraternizar demasiado con el Supremo Comandante.
– Tiene un buen punto, Rick.
– ¡Tú confraternizas conmigo, Max! – contraatacó un exasperado Rick Hunter, y Max no tuvo más reacción que encogerse de hombros como si no fuera problema.
– Porque en el caso nuestro no hay nadie a quien engañar, viejo amigo.
Rick trató con desesperación de encontrar una buena respuesta, pero el ingenio le falló estrepitosamente, hasta que no le quedó más alternativa que admitir la derrota y murmurar con el ceño fruncido:
– Argh... odio cuando ustedes tienen razón.
– Odias no tenerla, Rick – lo corrigió Max con suma tranquilidad. – Nada más que eso.
Esta vez el Supremo Comandante no intentó defenderse, sino que ignoró por completo a su mejor amigo y a su segunda al mando y fue directo al comedor de almirantes de la Academia. Max y Kelly lo siguieron, dejando atrás la discusión... al menos hasta que el momento fuera propicio para retomarla y continuar atormentando a su amigo y superior.
Al cabo de una breve caminata, los tres almirantes llegaron al comedor, en donde sólo fue cuestión de tiempo para que encontraran un lugar y le hicieran un pedido a los camareros de servicio. El comedor de almirantes era una enorme sala bastante bien decorada para el gusto de Rick, Max y Kelly, ya que quienes lo habían diseñado lo hicieron para que fuera del agrado y comodidad de oficiales con más apego por los placeres terrenales que ellos tres.
De cualquier forma, cumplía con su propósito, y fue así que Rick, Max y Kelly se dispusieron a esperar a que viniera el almuerzo y a charlar mientras tanto.
– Todavía no puedo creerlo, Rick... – dijo Kelly, notándose muy emocionada por ello. – Ya una clase entera de la Academia que no sabe lo que es la guerra.
– Se siente raro, ¿no es verdad? – observó Max, mirando de reojo al almirante Hunter a la espera de que éste contestara, lo que hizo después de meditar en silencio y paz todo lo que eso significa.
– Ya estábamos demasiado habituados a la guerra... desgraciadamente.
El silencio de Rick se contagió entonces a sus dos amigos... y el tiempo pasó mientras ellos pensaban, como no podían dejar de hacerlo por momentos, en el costo increíble de todo lo que habían tenido que afrontar durante sus largas carreras militares.
Y las vidas que habían visto extinguirse ocupaban un gran lugar en esas tristes reflexiones.
Todo acabó cuando el almirante Sterling se irguió de manera repentina, sobresaltando a Rick y Kelly justo en el momento en que Max murmuró algo para romper el silencio.
– Sí... te hace pensar...
– ¿En qué? – quiso saber Kelly, y Max sólo se encogió de hombros pensativamente.
– En tantas cosas...
– Max, ¿te estás poniendo divagador en tu vejez? – lo aguijoneó Rick, al tiempo que le daba una palmada en la espalda.
Curiosamente, el almirante Sterling no reaccionó a la broma con una risa o con una broma suya, sino con un asentimiento lento y cansado, y una admisión que sonó demasiado triste.
– Diste en el clavo, Rick.
– ¿En lo de divagador?
Max negó lentamente con la cabeza, y Rick supo entonces que lo que venía era grave.
– No... en lo de "vejez" – dijo Sterling para sorpresa de sus acompañantes, siendo Kelly la primera en presentar objeción.
– Max, apenas tienes 55 años...
– Ya lo sé – se defendió Max. – Y también sé que no soy ningún niño---
– No necesitas serlo – interrumpió Rick. – Y tampoco tienes que---
Lo que Rick no esperó fue que Max le cortara a mitad de la frase... y que lo hiciera para dar un anuncio como el que efectivamente les lanzó a Rick y Kelly en ese momento.
– Voy a pedir el pase a retiro, Rick.
El aire en el comedor se congeló, y tanto Rick como Kelly debieron hacer esfuerzos para comprobar que seguían vivos o al menos en la realidad, porque lo que Max acababa de decir carecía por completo de sentido... ¡¿Max Sterling, hablando de retirarse del servicio activo?!
¡¿Acaso había explotado el mundo y ni Rick ni Kelly se habían dado cuenta?!
Tanta fue la sorpresa que invadió a los otros dos almirantes, que sólo pudieron manifestarla reaccionando al unísono.
– ¡¿Qué?!
– A partir del año que viene – les contestó resuelto Max, para después hundirse en su sillón como si el cansancio lo hubiera molido. – Ya ha sido suficiente.
Rick arqueó una ceja: su sorpresa era demasiada como para que pudiera demostrarla físicamente. Kelly, por su parte, miró a Max con ojos agrandados por la incredulidad... y le quedó claro a Max que lo que sus amigos esperaban era una explicación del porqué de aquella tremenda decisión que acababa de anunciarles.
– Llevo 38 años en el servicio y he visto más combate y muerte que cualquiera de ustedes. Ya no hay mucho más que pueda aportar, sobre todo ahora que hay nueva gente para hacerse cargo de la tarea difícil – trató de explicarse el almirante Sterling, hallando que era difícil poner en palabras tantas emociones e ideas como las que lo abrumaban. – Además, después de ser Jefe de Operaciones Espaciales, ¿qué más me queda por hacer? ¿Dar vueltas por ahí y dar un discurso de vez en cuando para que los demás vean qué tan decrépito me vuelvo?
– Puedes quedarte con mi puesto – replicó Rick.
– Olvídalo, Rick – exclamó Max de manera tan tajante que pareció como si se hubiera ofendido por la idea. – No lo quiero y no lo pienso aceptar. Busca a otro que se quede con tu silla, porque no seré yo.
Como si quisiera darle énfasis, Max meneó la cabeza y se recostó en el sillón que ocupaba, dejándose hundir en él una vez más mientras decía:
– Ya es hora de que vaya pensando en cosas menos estresantes y más relajadas...
– Wow – respondió Kelly, que finalmente se había sacudido la estupefacción y parecía más normal. – Pensé que para ser un momento histórico, iba a venir con más pompa y circunstancia.
– ¿Perdón? – dijeron a coro Max y Rick, y la almirante Hickson sonrió.
– Ya puedo ver la tapa de la Gaceta Militar: "Héroe más condecorado de la historia de las Fuerzas pasa a retiro tras 38 años de carrera"... – graficó la Jefa de Estado Mayor, gesticulando para acompañar su broma. – Y todo lo que yo vi fue a un almirante gruñón anunciándonos su retiro mientras esperamos los sandwiches.
Como si quisiera hacerle honor a lo de "almirante gruñón", Max se cruzó de brazos y fusiló con la mirada a la segunda al mando de las Fuerzas de la Tierra Unida.
– Ja-ja, eres graciosa, Hickson.
– Lo soy – se ufanó Kelly, para después tratar una cuestión quizás más urgente. – ¿Hablaste con Miriya?
– ¿Tengo cara de suicida? – exclamó Max con horror en el rostro. – ¡Por supuesto que hablé con Miriya!
– ¿Y qué dijo? – quiso saber Rick.
Max levantó la mirada al techo y su expresión se volvió nostálgica y divertida a la vez.
– Cito: "Ya era hora. Todo lo que hiciste desde que te sacaron de la cabina fue pérdida de tiempo".
Rick y Kelly se miraron y ambos menearon la cabeza en resignación, intercambiando además sonrisas comprensivas ante lo que acababan de escuchar, mientras por su parte Max hacía lo posible para no estallar en carcajadas.
– Siempre tan... comprensiva – dijo Rick en una subestimación de varios órdenes de magnitud, mientras Kelly esbozaba una sonrisa de oreja a oreja.
– Ponla en el puesto que quieras, pero Miriya siempre será Miriya.
– Sabes cuánto odia ella el trabajo de escritorio – agregó Max, y sus dos amigos levantaron los brazos al cielo y colapsaron en sus sillones para demostrar así el propio odio que los dos sentían por aquel concepto.
– ¡Amén!
Las risas de los tres almirantes inundaron el virtualmente vacío comedor por un buen rato, hasta que finalmente Rick contuvo un poco sus carcajadas, llenó sus pulmones de aire y miró a su mejor amigo con seriedad innegable.
– Así que... estás decidido – dijo el Supremo Comandante con una voz seria y cerrada a las bromas.
– Totalmente, hermano. Todos los papeles están firmados y sólo falta presentarlos – le reveló Max sin dudarlo. – Éstos son mis últimos meses de actividad... a partir del primero de enero, seré solamente un veterano disfrutando de su retiro.
Rick calló y prefirió desviar la mirada, mientras Kelly, que se veía todavía azotada por la sorpresa del inimaginable anuncio de Max, hacía lo posible por mantenerse sonriente y alegre frente a Sterling.
– Las cosas no van a ser igual sin ti por aquí, Max.
– Vamos, Kelly, no mientas...
– No miento – se defendió Kelly. – No tienes idea de lo mucho que inspiraste a mi generación---
– ¿Mi generación? – replicó Max guiñando el ojo. – Kelly, tenemos la misma edad...
– Como sea – dijo la Jefa de Estado Mayor para poner fin a esa discusión paralela. – Lo que digo es que es imposible imaginarse a las Fuerzas sin Max Sterling haciendo de las suyas por algún lado... y mal que te pese, eres una leyenda. Va a ser difícil verte partir.
– Bueno, quizás sea hora de que las leyendas nos hagamos a un lado – argumentó el almirante Sterling. – Al menos, así no empiezan a vernos como los viejos carcamanes que somos y nos podemos ir con algo de gracia.
Si bien tanto Rick como Kelly rieron, también sentían que la respuesta de Max los hacía enfrentar algo que quizás no fuera visible a simple vista, pero cuyos efectos claramente estaban empezando a sentir... el tiempo los estaba alcanzando.
Rick lo sabía cada vez que se veía en el espejo: casi todo su cabello era cano, aunque por alguna razón insistía en mantenerlo levemente despeinado. Su rostro estaba surcado de arrugas y tenía patas de gallo a ambos lados de sus ojos, y aunque no quisiera admitirlo, la espalda ya empezaba a molestarle cada vez que se levantaba o se sentaba con demasiada fuerza. Kelly se veía muy joven, pero eso era más por la actitud que la Jefa de Estado Mayor tenía ante la vida que porque ésta no hubiera dejado su marca en la pequeña almirante.
Pero el propio Rick...
El almirante Hunter estaba a pocos meses de cumplir 57 años de edad, pero su vida había estado cargada de demasiadas emociones y eventos cataclísmicos... y por tanto, ya empezaba a sentirse un poco viejo y cansado como para seguir al frente de todo. Ya de por sí él no era el joven que se había unido a las Fuerzas de la Tierra Unida casi cuarenta años antes, pero tampoco era el oficial enérgico y decidido que había llegado al almirantazgo antes de cumplir 30 años de edad, o el hombre maduro que había liderado a las Fuerzas Expedicionarias durante más de 20 años.
Los años y la vorágine habían hecho valer su peso en el ser del Supremo Comandante de las Fuerzas de la Tierra Unida... y ese era un hecho que Rick ya había aceptado desde hacía un buen tiempo.
Max había estado en servicio como piloto de combate durante más tiempo que cualquier otro en la historia de las Fuerzas: su palmarés de derribos estaba cerca, afirmaban las versiones más exageradas, de alcanzar los cuatro dígitos si es que no los había alcanzado ya; había recolectado más medallas que nadie en la historia de las Fuerzas de la Tierra Unida y era una leyenda en vida... pero sólo Rick sabía el terror que Max había sentido durante todos esos años de montarse en un Veritech y salir al cielo o al espacio a pelear o morir en combates en donde sólo bastaba con un disparo afortunado para reducir al caza y al piloto a átomos.
Sólo él lo sabía... y aún así, Rick no quería saber lo que debió ser para Max hacer eso durante casi treinta años.
Si el propio Rick estaba cansado, Max debía estar no sólo agotado, sino ansioso de disfrutar la vida que tantas veces estuvo a punto de perder en combate.
– Además... – agregó en ese momento Max, trayendo al almirante Hunter a la realidad y arrancándole una sonrisa a base solamente de su tono. – Quiero irme antes de que alguien me diga que lo de "almirante Sterling" era una broma.
– No es una broma, Max – devolvió Rick con exagerado cansancio. – Fue una pesadilla completa.
– ¡Gracias! – bufó Sterling, ganándose una palmada amistosa de Kelly como recompensa.
Los tres almirantes continuaron su conversación, interrumpiéndola solamente cuando vinieron los camareros trayendo los sandwiches y bebidas que constituirían su almuerzo.
Nadie que los hubiera visto en el resto del día, ni los camareros de servicio en el comedor de almirantes, ni los oficiales que se fueron cruzando en el camino mientras estuvieron allí, ni el resto de los altos mandos en la ceremonia, podría haber imaginado el cambio radical que la Historia había tomado en aquel comedor.
Lo único que vieron fue a tres amigos.
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– Transposición completa, almirante – anunció el primer teniente Sebastian Turner con el tono neutro y profesional que cabía esperar de un oficial de su posición.
En el imponente sitial que tenía en el centro de la Cubierta de Mando de Flota, la vicealmirante Karin Birkeland-Shelby respondió con un leve asentimiento de su cabeza. Para quienes la hubieran visto, la respuesta de la vicealmirante tenía la sobriedad esperable de una oficial de su alta jerarquía y puesto, pero para la propia vicealmirante Birkeland-Shelby, la realidad era muy distinta.
Había asentido porque su cabeza ya estaba en movimiento a partir de la destransposición de la inmensa fortaleza de batalla, y no había hablado porque el mareo que sentía y el malestar estomacal que la aquejaba eran todavía demasiado poderosos.
Además, la regla que Karin se había fijado para las destransposiciones era esperar a que la habitación dejara de girar y a que los colores se quedaran dentro de las formas.
Cuando ninguno de sus oficiales la pudo ver, la vicealmirante Birkeland-Shelby gruñó.
Tras de ella había treinta y seis años de carrera militar. El pecho de su uniforme rebosaba de condecoraciones al mérito y al valor en combate. En el cuello de su chaqueta de servicio había tres estrellas que, junto a los tres galones (uno grueso y dos más finos) que tenía en cada bocamanga, la identificaban como una vicealmirante de las Fuerzas de la Tierra Unida.
Había comenzado su carrera desde lo más bajo: como recluta para convertirse en piloto de combate, sin haber pasado jamás por más Academia que no fuera la Instrucción Básica, la capacitación de vuelo y la cruel enseñanza de la realidad. Había ido escalando puestos y responsabilidades, ganándose el respeto de camaradas, superiores y subordinados, hasta convertirse en la oficial comandante de una de las diez flotas de batalla de las Fuerzas de la Tierra Unida, con su insignia a bordo de una de las naves de guerra más poderosas y modernas de la galaxia conocida.
Y a pesar de semejante palmarés, todavía no conseguía superar el shock de una destransposición.
Su estómago, sencillamente, no toleraba los efectos que semejante aberración tetradimensional le provocaba, y no tenía empacho en hacer sentir su descontento cada vez que la nave en la que ella estuviera embarcada regresaba al espacio real tras una transposición.
Por lo menos, se consoló Karin, ya tenía experiencia en salir rápidamente del malestar, cosa que hizo al instante para poder volver a estar con los pies sobre su cubierta de mando a bordo del UES Victory (más conocida en la flota por su indicativo de SDF-7) en momentos en que la nave insignia de su Cuarta Flota, escoltada por su grupo de batalla, regresaba al sistema Valhalla tras un largo y extenuante patrullaje.
Karin se tomaba un buen tiempo para ver la labor de sus ayudantes y subordinados. La Cubierta de Comando de Flota era un espacioso y moderno recinto ubicado en las entrañas de la enorme fortaleza de batalla, desde donde ella (o quien fuera que estuviere al mando de la flota) podía dar las órdenes necesarias para comandar cualquier clase de formación de combate.
Para facilitar la tarea, la Cubierta de Comando estaba dotada de numerosas estaciones de trabajo que constantemente recibían información de los sensores propios del SDF-7 y del resto de su escolta, además de los puestos de comunicaciones necesarios para coordinar las operaciones de la flota y de sus escuadrones de combate aéreo.
La silla del almirante estaba en el centro de la Cubierta; en los mamparos laterales estaban montadas las estaciones de sensores y de control de radares, mientras que al frente de la Cubierta y ordenadas en tres grandes hileras estaban los puestos de comunicaciones para la coordinación de la flota y de los escuadrones de combate. La parafernalia de pantallas y puestos de trabajo daba a la Cubierta de Comando de Flota un aspecto moderno y vanguardista que siempre impresionaba a la almirante... aún en esos días en que el trabajo era un desquicio insoportable.
En suma, era un verdadero centro de comando móvil a cuya cabeza se hallaba la vicealmirante Birkeland-Shelby, y cuyos oficiales se ocupaban permanentemente de tenerla informada de todo lo ocurrido.
– El radar está limpio... no hay más que tránsito de rutina – anunció la teniente Yuriko Shimoda. – Todas las naves han completado la transposición sin incidentes.
Para ilustrar su punto, la teniente Shimoda transfirió los datos de sus sensores directamente a la pantalla personal de la almirante Birkeland-Shelby, un pequeño dispositivo montado directamente frente a su silla y que podía mostrar imágenes holográficas a escala para beneficio de la comandante de la flota.
Allí, Karin pudo contemplar en el centro del display una representación tridimensional de su enorme nave insignia. Aún cuando fuera pequeña en aquella pantalla, nada podía ocultar la majestuosidad e imponente porte de una fortaleza de batalla clase Liberator. La enorme y maciza nave de combate se asemejaba a un inmenso ladrillo puesto sobre uno de sus costados, flanqueado a ambas bandas por ladrillos más pequeños y con un ladrillo aún más pequeño colocado en su vientre. No sería nunca una nave hermosa, pero nadie se confundiría jamás sobre la letalidad y potencia del SDF-7.
Alrededor de aquel coloso espacial que se veía magnífico aún en su representación 3D, el resto del Grupo de Batalla 41.1 de las Fuerzas de la Tierra Unida se desplegaba en una perfecta y precisa formación de escolta.
Con las siluetas más elegantes y estilizadas típicas de las naves de la clase Shimakaze, los cruceros de batalla L'Indomptable, Gepard y Hatsuyuki se colocaban respectivamente a proa, a babor y a estribor del SDF-7, complementando el armamento de la inmensa nave insignia con sus propias y respetables baterías. Si el SDF-7 era comparable con un inmenso mamut, los cruceros de batalla eran verdaderos lobos; pequeños, ágiles y devastadores.
A mitad de camino entre la elegante letalidad de los cruceros clase Shimakaze y la monstruosa potencia del SDF-7 estaban los tres portaaviones clase Ikazuchi del grupo de batalla: el De Ruyter, el Kuznetsov y el Bonaventure. Los portaaviones compartían el estilo rectangular del SDF-7, sólo que era mucho más evidente en estas naves que no en vano se habían ganado el mote de "ladrillos estelares" en el seno de la flota. Sin embargo, nadie esperaba de los Ikazuchi que se midieran en combate directo con otras naves, sino que lanzaran sus enormes contingentes de cazas de combate y les prestaran apoyo con sus armas de a bordo.
Y revoloteando en torno de las naves más grandes de la flota, una quincena de escoltas clase Garfish cubría los huecos que quedaban en la formación. Las pequeñas naves eran casi insignificantes comparadas con el SDF-7 y los cruceros y portaaviones del grupo, pero cumplían a la perfección su tarea... y su pequeño tamaño escondía desagradables sorpresas para quienes esperaban que fueran blancos fáciles.
Veintidós naves mostraba aquel display en 3D... la flota personal que la vicealmirante Karin Birkeland-Shelby había llevado en misión de patrulla durante semanas. Y aún con eso, esa formación representaba apenas la quinta parte del poder de fuego que tenía la Cuarta Flota en su totalidad.
Esos eran los pensamientos que de vez en cuando sacudían la habitual modestia de Karin.
– Excelente, teniente – respondió la almirante, antes de mirar al oficial encargado de la navegación de la flota. – ¿Posición actual?
El teniente comandante Aaron Reitman sólo tuvo que confirmar con sus instrumentos por un segundo antes de dar la respuesta que Karin necesitaba.
– Estamos a cuatrocientos mil kilómetros de Valhalla, almirante.
– Muy bien – asintió la almirante, quien luego se ocupó de su oficial de comunicaciones. – Envíe una transmisión al control orbital de Valhalla para reportar nuestro arribo, comandante.
– De inmediato.
Mientras sus oficiales se dedicaban a mantener todos los sistemas en funcionamiento y a seguir las instrucciones de la almirante, esta última se encontró repentinamente con la cara curiosa y vagamente divertida de su jefe de estado mayor, quien le hizo una pregunta que Karin no esperaba.
– ¿Se siente bien, almirante?
– Sí, capitán, muchas gracias... – confirmó con una sonrisa la vicealmirante mientras se tomaba el estómago de manera levemente teatral. – Es sólo que nunca termino de acostumbrarme a las transposiciones.
El capitán Mohinder Shekhawat se dio el gusto de dirigirle a Karin una sonrisa que los almirantes sólo aceptan recibir de aquellos que son de su extrema confianza, a lo que Karin respondió con una confesión tan honesta que hubiera sorprendido a Shekhawat de no haberlo sabido él todo ese tiempo.
– Casi cuarenta años en el servicio y todavía me mareo.
El jefe de estado mayor asintió otra vez y se encogió de hombros antes de buscarle el lado bueno a la situación.
– Al menos ya estamos en casa.
Karin miró primero al capitán Shekhawat y luego a otra de las pantallas... una que mostraba la imagen gloriosa del planeta Valhalla conforme el SDF-7 y su escolta se aproximaban a él.
– Eso es cierto, capitán... – coincidió la vicealmirante Birkeland-Shelby con una voz muy cargada de emoción. – Eso es totalmente cierto.
– Disculpe, almirante, pero estamos recibiendo transmisiones de saludo – intervino entonces la oficial de comunicaciones, trayendo a Karin de regreso a la realidad de su cubierta de mando y borrándole del rostro la nostalgia y la emoción para el momento en que la subordinada comunicó los mensajes. – Una del comodoro Schepke desde el Centro de Comando en Bernadotte y otra del capitán Richmond, del Saratoga. Nos están dando la bienvenida.
– Responda a los saludos, comandante – ordenó la almirante. – Y pídale al control de Bernadotte que nos asigne una ruta para inserción orbital.
– Sí, almirante.
Luego, Karin giró su silla hasta quedar frente a otra oficial de comunicaciones, la que se encargaba de las transmisiones entre la nave insignia y el resto de la flota. La joven oficial se enderezó notablemente al ver que la almirante la estaba observando y así se quedó hasta que Karin le diera una orden.
– Transmisión a todo el grupo, Janie – ordenó la almirante, a lo que la joven teniente reaccionó lanzándose sobre su consola sin perder ni un segundo.
– A la orden, almirante.
En menos de lo que Karin esperó, aún teniendo en cuenta lo malacostumbrada que estaba a causa de su muy eficiente staff, la teniente tuvo lista una transmisión general a todas las naves del Grupo de Batalla 41.1, la cual inició con el sonido agudo de un silbato, una vieja tradición naval que las Fuerzas de la Tierra Unida mantenían a rajatabla.
Y con una sonrisa, la vicealmirante Karin Birkeland-Shelby oprimió una tecla de la consola de su silla y carraspeó.
– A todo el personal, les habla la almirante Shelby – anunció Karin para los atentos oficiales y tripulantes de su grupo de batalla. – Estamos de vuelta en casa. Deseo felicitarlos a todos ustedes por la magnífica labor en este crucero de patrullaje y desearles además un muy feliz y merecido descanso en compañía de sus familias y seres queridos.
Todo el personal de la Cubierta de Comando de Flota sonrió al escuchar ese mensaje, dejando de lado cualquier tipo de seriedad profesional o disciplina militar; nadie necesitaba preguntar, pero todos sabían que la escena se repetía en el resto del SDF-7 y en las otras naves del grupo de batalla. Habían estado demasiado tiempo lejos de su hogar y de sus seres amados, y saber que lo único que los separaba de ellos era una distancia ínfima y un breve lapso de tiempo emocionaba a cualquier ser de sangre caliente que estuviera a bordo de esas naves de guerra.
Y la almirante Birkeland-Shelby no era la excepción. Y menos lo sería mientras la esfera azul moteada de nubes de Valhalla ocupara la pantalla principal de la Cubierta.
– Da realmente gusto volver a casa – dijo Karin, esforzándose por reprimir una lágrima. – Shelby, fuera.
Dicho eso, Karin se retrajo en su silla, pensando en todo lo que la esperaba una vez que volviera a poner pie en aquel mundo al que llamaba "hogar". Una casa familiar, un esposo y dos hijos a los que adoraba... y la posibilidad de descansar...
Desafortunadamente para la cansada almirante, aquel momento de ensueño fue rudamente interrumpido por su oficial de comunicaciones con un anuncio que no por ser rutinario fue menos molesto.
– Almirante, tenemos una ruta de inserción orbital – anunció el comandante Sebastien Savigny. – El Puente informa que estaremos en órbita de Valhalla en cuarenta y cinco minutos.
Karin asintió al oficial de comunicaciones y luego se puso de pie. Después, miró a su jefe de estado mayor al tiempo que con un gesto de la cabeza señalaba la puerta principal de la Cubierta como clara señal de su intención de irse de allí inmediatamente.
– Mohinder, me retiraré a mi camarote para dejar todo listo. ¿Puedes hacerte cargo?
– Por supuesto, almirante – le aseguró el capitán Shekhawat. – No se preocupe.
– Se lo agradezco – respondió Karin con una enorme y grata sonrisa. – La Cubierta es suya, capitán.
– Almirante.
Entonces, la vicealmirante Birkeland-Shelby cedió su lugar a su jefe de Estado Mayor y caminó por la Cubierta de Comando hasta llegar a la puerta, y a pesar de no estar prestando atención, sus oídos captaron un aviso que el oficial de comunicaciones le hacía al jefe de Estado Mayor.
– Capitán Shekhawat, tenemos una transmisión del crucero Temeraire – anunció el oficial. – Solicita permiso para enviar un transbordador. Dicen tener a bordo al...
Karin ya no escuchó más; la puerta de la Cubierta de Comando ya estaba cerrada tras de ella, dejándola con un enorme pasillo frente a ella como primera etapa del viaje hacia su camarote.
El camino de Karin la condujo por el pasillo hasta un enorme ascensor, el cual pudo tomar sola gracias a que los tres tripulantes presentes le cedieron cortésmente el lugar. El ascensor recorrió las entrañas del enorme SDF-7, conduciendo a la comandante de la Cuarta Flota desde la base de la torre de mando de la nave hasta la sección en donde se hallaba su camarote personal, ubicada hacia el centro del casco principal de la fortaleza de batalla.
Llegada a la puerta del camarote, Karin saludó militarmente a los dos Marines que hacían guardia allí y luego entró a su refugio personal.
Como todo lo que en esa nave estaba marcado como "exclusivo para el almirante", el camarote privado de Karin Birkeland-Shelby era pecaminosamente grande y cómodo.
En realidad llamar "camarote" al lugar era el equivalente de llamar "bote" a un portaaviones; se trataba de un complejo compuesto por un dormitorio, una amplia sala de estar y comedor, un baño personal y una oficina privada, con terminales de computadora y comunicación en cada cuarto para beneficio del ocupante. El mobiliario, si bien no podía compararse con verdaderas piezas de lujo, era sin embargo infinitamente superior a lo que las Fuerzas de la Tierra Unida solía proveer a aquellos de sus miembros que no ostentaban estrellas de almirante o general.
De hecho, Karin todavía recordaba lo cerca que había estado de quedarse dormida y perderse una reunión de Estado Mayor tras probar la cama del camarote en su primera visita a su nueva nave insignia.
Con esos recuerdos despertándole una sonrisa en los labios, la vicealmirante se adentró en el camarote y fue directamente al dormitorio. Su ayudante personal, un suboficial al que ella había mandado de regreso a su propio camarote para atender sus propios asuntos, ya había dejado armado el equipaje sobre la cama impecablemente tendida, evitándole a la almirante el trabajo de hacer sus propias valijas.
Eso era uno de los puntos malos del almirantazgo, gruñó Karin para sus adentros; aparentemente, la opinión consensuada de las Fuerzas de la Tierra Unida era que ningún general o almirante podía ocuparse de cosas que cualquier hijo de vecino hacía todos los días... cosas como ocuparse de la ropa, armar el equipaje o preparar la comida.
Pero al menos todavía tenía el camarote... y si bien la cama la invitaba a echarse a dormir por un buen rato, hubo otra cosa que Karin podía hacer.
La almirante tecleó una serie de comandos en una terminal de computadora e inmediatamente una enorme pantalla montada en la pared del camarote se encendió, mostrando una vista de la que Karin Birkeland-Shelby jamás se cansaría de ver... aún cuando su camarote no tuviera estrictamente ventanas como para verla.
El planeta Valhalla ocupaba casi la mitad de la pantalla.
La belleza de su mundo adoptivo seguía fascinando a Karin como si fuera la primera vez que lo veía.
Valhalla aparecía ante ella como una esfera de un color predominantemente azulado, moteado de continentes e islas y cubierto por nubes blancas... amén de la imponente extensión blanca de las regiones árticas del planeta. Era "invierno" en el hemisferio norte de Valhalla, y como siempre la nieve cubría el tercio más septentrional del planeta, trayéndole a Karin imágenes no sólo de su vida en ese lugar sino de su infancia y de los inviernos de su lejana patria terrestre.
La almirante continuó observando. A juzgar por la posición de los continentes, era de noche en Nueva Copenhague pero recién acababa de amanecer en Bernadotte... e inmediatamente acudieron a la mente de Karin imágenes gloriosas de los amaneceres sobre las costas del Mar de Kalmar...
De sólo pensar en volver a su casa y ver esos amaneceres con sus ojos y no a través de una fría pantalla, el corazón de Karin se emocionó...
Y en ese momento sonó el timbre, despertándole bufidos y quejas ahogadas a la almirante mientras iba de regreso a la sala de estar para poder contestar el llamado.
– Adelante – autorizó la almirante Birkeland-Shelby al tiempo que liberaba el cerrojo de la puerta del camarote para dejar pasar a su visitante.
Y la sorpresa que se llevó fue bien justificada, pues de ninguna manera ella hubiera esperado ver allí a esa persona.
Esa persona lo sabía, y la sonrisa bromista en su rostro fue tan encantadora para Karin como enfurecedora.
– Siempre tan ordenada, ¿eh, almirante? – dijo el gobernador planetario de Valhalla, el brigadier general (retirado) Daniel W. Shelby, mientras entraba al camarote de su esposa aprovechando el estupor de ella.
Ese estupor no duró mucho tiempo más, y cuando pudo superarlo, Karin exclamó con toda la fuerza de sus pulmones.
– ¡Dan!
Los dos Marines de la guardia se quedaron quietos y firmes según lo mandaba el protocolo, pero Karin hubiera jurado que pudo ver a uno de ellos esbozar el equivalente Marine de una sonrisa de oreja a oreja.
Pero eso ya no la preocupó: su esposo se había aparecido sorpresivamente en la puerta de su camarote en su nave insignia... cuando se suponía que con toda la suerte él debía estar todavía en medio de la transposición de regreso desde la Tierra.
– ¡Sorpresa! – exclamó Dan, plantándole un veloz beso a su esposa en los labios.
– ¿Qué diablos haces aquí?
Dan se paseó triunfal por el camarote, cuidando siempre de no forzar demasiado su pierna ortopédica en el intento, y cuando se cansó de tener a su esposa en ascuas, se volvió hacia ella y la abrazó y la besó rápidamente.
– Como te dije: sorpresa – se limitó a decirle él en tono bromista. – ¿O sigues mareada por la transposición?
– Idiota---
– Es "Gobernador Idiota", almirante – replicó Dan, alejándose de ella para enfrentarla con insoportable suficiencia y pomposidad. – No se le olvide el respeto a las autoridades civiles.
Karin, por su parte, no se quedaba atrás en pomposidad oficial.
– Y usted tampoco se olvide de que soy una vicealmirante, brigadier general.
Los dos esposos compartieron una buena y necesaria carcajada que terminó con un rápido beso que fue cierre y promesa de algo nuevo... pero algo que no compartirían en aquel camarote del que Karin deseaba huir cuanto antes.
Sin embargo, todavía había algo que hablar entre los dos, algo que despertaba poderosamente la curiosidad de la almirante y que sabía que no soportaría hasta tanto no pudiera satisfacerla por completo.
– Ahora que terminamos con la payasada, ¿qué haces aquí? – inquirió Karin para sorpresa de su esposo. – Deberías estar volviendo de la Tierra...
– Ah, eso es cierto, pero no contaste con mis amigos en el Alto Mando...
Ella arqueó una ceja y lo miró con curiosidad, mientras que él comprobaba una vez más que no importaba qué tanto la superara en altura... nada lo intimidaba más que ver los ojos grises de la mujer a la que amaba taladrándolo sin encontrar resistencia.
Además, era una buena historia... con la que esperaba tener a Karin bien entretenida por un tiempo.
– El Temeraire estaba asignado para viajar a Valhalla y el almirante Hunter creyó apropiado facilitarme un camarote para volver más rápido.
– ¿No te da vergüenza explotar esos contactos que tienes? – le reprochó ella con exagerada seriedad. – No esperes que te defienda cuando te acusen de abuso de autoridad, gobernador.
Dan no perdió tiempo en ensayar una defensa apresurada.
– Oye, yo sólo me subí a una nave que ya estaba en camino hacia aquí...
– Seguro – se burló una almirante que se cruzaba de brazos. – ¿Qué mentira dijiste para que Hunter te hiciera ese favor?
Dan hizo una buena actuación de esforzarse por retener un detalle que se le escapaba de la memoria, sin molestarse por la creciente impaciencia de su esposa, a quien esperó poder calmar con un rápido beso en los labios. Sin embargo, nada podía tranquilizar a Karin salvo una respuesta concreta, y eso fue lo que Dan estuvo dispuesto a proporcionarle al instante.
– Dije que era imperativo que regresara a Valhalla para ocuparme de mis impostergables deberes como gobernador planetario... y además que quería ver a mi esposa y a mis hijos, a quienes extrañaba tanto que me dolía en el alma.
El rostro duro de Karin se conmovió tanto que Dan sintió un anhelo casi irrefrenable por besarla... y debió ser por alguna clase de milagro o influencia sobrenatural que él no lo hiciera de inmediato. A falta de eso, el gobernador tomó a su esposa de la mano, la miró a los ojos y la besó una vez más en los labios antes de decirle:
– ¿Te pareció creíble?
– Necesito pruebas – dijo ella con un tono de sospecha que era demasiado forzado para el oído de Dan.
El gobernador Shelby suspiró y levantó los brazos al Cielo.
– Almirante, usted jamás está satisfecha.
– Llevamos 31 años de casados, gobernador – susurró ella con un tono de voz que no se había tornado menos irresistible para Dan en esos 31 años. – Debería saberlo a esta altura.
Él asintió con una enorme sonrisa y ella caminó a su encuentro al paso lento y provocador que sabía que todavía lo volvía loco. Y en efecto, loco estaba volviéndose el gobernador al ver a su esposa acercarse a él con una mirada encendida que significaba demasiado para él... y que nunca jamás era suficiente para calmar la sed de ella que sentía.
Ella se mordió la comisura de los labios; la señal que tanto ella como Dan esperaban para ir directamente a lo que les interesaba.
Y entonces el timbre de la puerta resonó en el camarote, destrozando el clima logrado con la misma efectividad que podía haber tenido un arma Reflex...
– Qué oportuno – gruñó Karin mientras estiraba una mano para encender el intercomunicador. – ¿Quién es?
– El capitán Shekhawat, almirante – se reportó el jefe de estado mayor. – Venía a informarle que ya estamos en órbita planetaria y que su transbordador está listo para llevarla a Bernadotte.
Dan Shelby escupió dos o tres maldiciones irreproducibles y se separó de su esposa para que ella pudiera atender a su principal ayudante sin correr el riesgo de ser retenida a fuerza de besos.
Con una sonrisa, Karin agradeció el gesto y le imploró paciencia a su esposo. Luego, ella accionó un control y la puerta del camarote se abrió, dejando el camino libre para que el capitán Mohinder Shekhawat ingresara en el recinto privado de la comandante de la Cuarta Flota de la Tierra Unida.
– Excelente – dijo la almirante mientras el capitán Shekhawat entraba en el camarote... callando luego mientras su mente concebía algo para recuperar el buen humor. – Mohinder, ¿por qué no me avisaron que el gobernador Shelby había abordado la nave?
– ¿Perdón, almirante?
– Hay protocolos que cumplir, capitán – dijo secamente Karin, sonando como uno de sus sargentos de la Instrucción Básica. – A un gobernador planetario se lo recibe formalmente con un destacamento de bienvenida de Marines y toda la parafernalia.
A pesar del tono y de la seriedad, la almirante no había hecho mella en el buen humor del capitán Shekhawat, quien ya tenía una respuesta lista y un guiño hacia Dan.
– Lo sé, almirante, pero el gobernador Shelby dijo que convencería al capitán del Temeraire de dispararnos si pensábamos en darle una bienvenida formal.
– Lo entiendo – murmuró resignada la almirante antes de tratar una cuestión más concreta. – ¿Ya están organizando el transporte de la tripulación?
– Sí, almirante – confirmó el jefe de estado mayor. – Los primeros transbordadores ya están descendiendo al planeta o en camino a la estación orbital. El capitán Freeman dice que estaremos atracando en el muelle en aproximadamente veinte minutos.
– Excelente, capitán. No lo molesto más.
Shekhawat se cuadró e hizo una venia a Karin y a Dan antes de despedirse.
– Almirante, gobernador...
Dicho eso y recibida la venia de respuesta de parte de Karin, el capitán giró sobre sus talones y abandonó el camarote. La puerta automática se cerró tras de sí, volviendo a aislar al camarote del resto de la nave, y una vez segura de que nadie más los podría molestar, la vicealmirante Karin Birkeland-Shelby se plantó frente a su esposo y le clavó un dedo furioso en el pecho.
– Daniel Shelby, ¿estás amenazando a mi personal?
– Es que... odio todas esas ceremonias – murmuró quejumbroso el gobernador, no tanto por el dedo que su esposa le había clavado sino por el tema en discusión. – Aún cuando estaba en actividad, lo más que tenía era una docena de Marines y un oficial para recibirme en la bahía de aterrizaje... no veo por qué tenga que soportar más que eso ahora que no tengo uniforme.
Con suprema e infinita resignación Karin meneó la cabeza y miró al techo como si pudiera ver directamente el cielo... y después enfrentó a su esposo.
– Algún día habré de civilizarte, Daniel... algún día.
– Quizás – le concedió él. – Pero no hoy.
La almirante pareció estar por responder pero ninguna palabra salió de su boca... y de pronto su expresión se volvió nostálgica y lejana, como si hubiera abandonado espiritualmente aquel camarote.
– ¿Amor? – le preguntó Dan después de dejarle algunos instantes de silencio.
Sin siquiera mirarlo, Karin le contestó con voz distraída.
– Es hermoso...
– ¿Perdón?
Ahí la almirante reaccionó y se volvió a su esposo con una enorme y emocionada sonrisa en el rostro.
– Estar de vuelta en casa... es hermoso...
Él la abrazó y ella se dejó abrazar... fue un instante mágico que los retrotrajo fugazmente a un tiempo lejano, un tiempo donde había más futuro y menos responsabilidades... un tiempo en el que ambos podían dedicarse el uno al otro sin tener que compartirse con gobernaciones planetarias o comandos de flota.
Un tiempo que ambos trataban de recuperar cada vez que les era posible.
Y si tenían suerte, su retorno a Bernadotte sería uno de esos momentos.
– ¿Vamos a casa? – propuso el gobernador, rompiendo la magia de la ilusión con una propuesta.
– ¡Por supuesto! – exclamó ella con verdadera alegría.
– Usted sabrá para donde hay que ir, almirante – dijo Dan, agregando luego con una sonrisa bromista: – Después de todo, esta es su nave insignia.
– Por supuesto – se ufanó ella antes de devolver el golpe. – Y mi deber, entre otras cosas, incluye asegurarme de que los civiles no se pierdan en ella.
– Almirante Shelby, me encargaré de reprenderla severamente cuando lleguemos a Bernadotte.
– Si tiene alguna protesta, gobernador Shelby, le sugiero que la envíe directamente a la Tierra para que el Alto Mando se ocupe de ella.
– Nah – lo descartó el gobernador con un gesto de su mano que indicaba menosprecio. – Prefiero ocuparme personalmente de mis problemas.
La vicealmirante Karin Birkeland-Shelby tomó una valija en cada mano, se puso luego en puntitas de pie y besó a su esposo con tanta intensidad que él corrió serio riesgo de caer de espaldas en el frío suelo de la cubierta.
Si no lo hizo, fue sólo porque su esposa fue rápida de reflejos para soltar una de las valijas y sujetarlo. Después, ella lo ayudó a volver al equilibrio y le dijo una última cosa antes de devorarlo a besos.
– Esa es una de las cosas por las que te quiero.
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El avión de Danny Hunter y Camille Hammond había aterrizado en el Aeropuerto Internacional Cointrin poco después de las cinco de la tarde, y los dos muchachos no habían acabado de entrar al hall principal del Aeropuerto (siempre bajo la vigilancia permanente del equipo de seguridad) cuando dos hombres y una mujer con prendedores del GTU en las solapas de sus trajes caminaron hacia ellos.
Danny suspiró al reconocerlos; eran los tipos que su madre había asignado para que los llevaran de Cointrin al Palacio de Gobierno. Debían ser de Seguridad Protectiva, pues tenían tanto parecido con el look institucional de la agencia de custodia que no podía ser simplemente coincidencia.
Tanto los "hombres y mujer de negro" como los del equipo personal de Danny se ocuparon de llevar el equipaje de los dos muchachos, y luego a los mismos Danny y Camille, a un automóvil especialmente dispuesto en un área aislada del estacionamiento del Aeropuerto de Cointrin.
Danny y Camille subieron a los asientos traseros del automóvil, mientras que adelante se sentó uno de los hombres de negro y la mujer. El hombre de negro restante y la mujer, en cambio, se subieron a otros dos autos que formaron una caravana bastante informal con el auto que llevaba al hijo de la Primera Ministra y a su novia una vez que éste arrancó.
El viaje a través de Ginebra, naturalmente, estaba planeado para que fuera lo más corto y directo posible, por obra y gracia de la mentalidad paranoica de la gente de Seguridad Protectiva. De cualquier manera y aún con esas limitaciones, fue lo suficiente como para que Danny pudiera mostrarle a Camille algo acerca de la ciudad en donde vivía el resto de su familia.
Y Camille estaba bien impresionada.
La joven había pasado casi toda su vida en medio de la devastación que la Segunda Guerra Robotech y la ocupación Invid habían dejado en América del Norte. Era una vida en donde ella llamaba "hogar" a la colección de caseríos y edificios apenas mantenidos cercanos a lo que alguna vez fuera la Universidad Harvard... y en donde ni siquiera las mejoras que se sucedían en los tres años que siguieron a la Liberación pudieron desacostumbrarla de esa impresión.
Encontrarse con una ciudad como Ginebra, que por alguna razón se había mantenido virtualmente intacta durante las tres Guerras Robotech y la ocupación Invid, fue maravilloso para Camille... todos esos edificios antiguos y bien conservados, esas calles encantadoras y el paisaje imponente de los Alpes la dejó boquiabierta, al punto de apenas prestarle atención a las explicaciones que Danny le daba acerca de los lugares por donde estaban pasando.
Y quedó aún más boquiabierta cuando el auto los dejó a los dos frente al Palacio de Gobierno de la Tierra Unida.
Para cualquier visitante que recordara lo que supo ser la Tierra antes de la llegada de los Invid, o incluso antes de las atenciones que Dolza le prodigó al planeta, la mezcla del estilo clásico de las partes más bajas del complejo con la imponete y vanguardista estructura de la Torre Norte podía parecer chocante, pero no para Camille... o incluso para el propio Danny.
Fue Camille quien mejor puso en palabras la opinión sobre el Palacio en cuanto bajó del automóvil y miró el enorme frente del edificio.
– Wow.
Mientras su novia seguía mirando con la boca abierta y con los ojos como platos el imponente pórtico del Palacio de Gobierno, Danny Hunter miraba al suelo en señal de evidente vergüenza y trataba de parecer un ser humano común y corriente, en lugar de una especie de semidiós residente en el Olimpo.
Aunque en ese momento, Danny Hunter estaba dispuesto a buscar al megalómano que diseñó la casa de sus padres para que pareciera justamente una representación del Olimpo... y aplastarlo bajo las columnas que diseñó para pagarle así por la vergüenza que le hacía pasar frente a su novia.
Cuando por fin reparó en que Camille se había recuperado de la sorpresa, el hijo menor de Rick Hunter y Lisa Hayes se irguió y trató de sonar normal.
– Hogar, dulce hogar.
– ¿Tocas el timbre? – le contestó su novia, arqueando una ceja mientras veía cómo dos empleados empezaban a bajar el equipaje del automóvil, al tiempo que los muchachos del equipo de seguridad de Danny descendían del auto y se apostaban en el área siempre en alerta.
Danny se encogió de hombros y fue a buscar el equipaje, tomando la valija de Camille en la mano izquierda y la suya en la derecha.
Justo en ese momento, de la puerta del Palacio salió una mujer vestida con el uniforme negro del Ejército de la Tierra Unida. La cinta dorada que pendía de su hombro la identificaba como una edecán militar de la Primera Ministra, y con la experiencia acumulada tras una vida vivida en contacto con el mundo militar, Danny no tuvo problemas en reconocer el rango de la oficial como el de una mayor.
"Vaya, vaya... la nueva vigilante de mamá", pensó el joven mientras la oficial se acercaba a donde estaban él y su novia.
Llegada cerca de los dos jóvenes, la oficial se cuadró y tendió la mano para saludar en sucesión a Camille y a Danny.
– Buenas tardes, señor Hunter, señorita Hammond – saludó la oficial. – Mayor Raisa Novikova, asistente militar de la Primera Ministra.
– Buenas tardes, mayor – devolvió el saludo Danny, aprovechando sus lides en tratar con oficiales militares... cosa en la que evidentemente Camille no estaba tan ducha, a juzgar por su reacción.
– B-buenas tardes...
– Estaremos llevando su equipaje al Ala Este – comenzó a explicar Novikova, al tiempo que con un gesto de la cabeza daba las indicaciones correctas al staff del Palacio. – La Primera Ministra está en reunión---
En todos sus años de servicio militar, la mayor Raisa Sergeievna Novikova nunca imaginó que sus palabras iban a ser desmentidas de una manera tan tajante y sorpresiva por la realidad.
– No cuando mi hijo viene a visitarme. Si esos senadores imbéciles se quejan, te doy permiso para dispararles, Raisa – anunció desde la entrada del Palacio una voz conocida por Novikova, Danny y por cualquier otro ser humano con acceso a comunicaciones modernas.
En medio de una sorpresa que ya alcanzaba ribetes de estupefacción, los ojos de Danny Hunter, Camille Hammond, Raisa Novikova, el equipo de seguridad y el personal del Palacio que en ese momento estaba cerca de la entrada se clavaron en la figura que corría desde el pórtico del Palacio hacia el auto que había traído a los dos jóvenes.
Y nadie, absolutamente nadie, hubiera osado decir algo al ver a la Primera Ministra de la Tierra Unida corriendo para abrazar a su hijo menor.
– ¡Danny, qué gusto verte! – exclamó Lisa mientras abrazaba a su hijo menor con una fuerza que hubiera sido la envidia de una pitón. – ¡No tienes idea de cuánto te extrañé!
Danny se pasó los siguientes quince segundos tratando vanamente de recuperar el aire que su madre le exprimía del cuerpo con su abrazo al mismo tiempo que intentaba salvar algo de la dignidad que le quedaba en los ojos de su novia... cosa verdaderamente imposible si se tenía en cuenta que estaba recibiendo el abrazo de la mujer más poderosa de todo el espacio controlado por la Humanidad.
Y que a esa mujer él sólo la pudiera llamar a conciencia con un único término no hacía las cosas más fáciles.
– ¡Hola, mamá! – dijo Danny en cuanto pudo juntar suficiente aire en los pulmones.
Y entonces su madre lo besó en la mejilla, directamente frente a su novia.
Aún cuando él se considerara por encima de vergüenzas filiales, más con una madre a la que él amaba con la fuerza con que lo hacía, el rostro de Danny Hunter se sonrojó hasta alcanzar tonos de granate previamente considerados imposibles de lograr por un ser humano... situación que empeoró conforme escuchaba las leves risitas de su novia y de su madre.
Pero ya para ese momento Lisa tenía su atención en otra persona: en la joven muchacha de corto cabello castaño y ojos avellana que acompañaba a su hijo.
Los ojos verdes de Lisa chispearon de una manera que cualquiera de sus allegados hubiera reconocido al instante, mientras la Primera Ministra le sonreía a la muchacha y le daba la bienvenida no sólo al Palacio, sino al seno de la familia Hunter-Hayes.
– Y tú debes ser Camille...
Camille Hammond era una chica sencilla. Su vida había transcurrido en medio de la ocupación Invid, y había aprendido a armar explosivos, operar lanzacohetes y disparar con rifles Gallant antes de siquiera pensar que podía llegar a tener una carrera universitaria. Había acabado con mechas Invid antes de cumplir los dieciséis años y para el día de la Liberación ya estaba al frente de uno de los equipos de la unidad de resistencia que comandaba su padre.
Ella había enfrentado momentos difíciles.
Pero ninguno como conocer a la mujer que encabezaba el Gobierno de la Tierra Unida, una almirante varias veces condecorada por valor en combate y que había comandado la lucha de la raza humana por la liberación del yugo extraterrestre durante años... y que a la vez era la madre de su novio.
Sin embargo, Camille se mostró a la altura del desafío, y sin perder ni los nervios ni la tranquilidad, tendió una mano para que la Primera Ministra la estrechara.
– Encantada de conocerla, Primera Ministra.
Lo que Camille no esperaba ni en sus pesadillas fue que Lisa Hayes la abrazara, no con la fuerza con que abrazó a Danny, pero sí de manera bastante efusiva.
– Llámame Lisa, por favor... – pidió Lisa. – Y créeme que el gusto es mío.
La muchacha sonrió con bastantes nervios. ¿Qué diablos puede hacer una chica cuando la líder del gobierno de su planeta y de su especie le pide que la llame por su nombre de pila?
La respuesta era obvia: dado que esa mujer pasaba además por ser su suegra, lo mejor era aceptarlo, acostumbrarse a la idea y no parecer que estaba al borde del desmayo.
Lisa le devolvió la sonrisa y mientras el resto del staff seguía ocupándose de equipaje y automóviles a la vez, la Primera Ministra colocó un brazo detrás de las espaldas de su hijo y de su potencial nuera y los fue llevando hacia el Palacio.
– ¿Tuvieron un buen viaje, muchachos? – quiso saber Lisa y Danny se encogió de hombros.
– Estuvo un tanto movido, pero no nos podemos quejar...
Un brillo letal apareció en los ojos de Lisa al momento de devolver una pregunta.
– ¿No habrás vomitado, no?
Poco faltó para que Danny se tropezara y se fuera de bruces al suelo, pero como eso afortunadamente no le pasó, el karma dictó que su rostro se convirtiera en una roja máscara de vergüenza.
– ¡MAMÁ!
– ¿No me digas que eres de vomitar en los vuelos, tú que tanta experiencia de viajes tienes?
El ataque repentino empeoró los niveles de vergüenza y enrojecimiento de Danny Hunter, al punto de dar la impresión de no estar muy lejos de explotar. Por su parte, Camille arqueaba una ceja y miraba a Danny como si estuviera a segundos de explotar de risa frente a él y de disfrutar su desgracia como si fuera néctar de los dioses.
– Fue hace años – se defendió Danny, siempre con un ojo dirigido a su madre mientras rogaba que el episodio que su madre había dejado implícito desapareciera del Universo y de la memoria colectiva. – Y ya no pasa más.
– Seguro... – se burló Camille, y luego le habló a su suegra sin poder evitar caer en la fuerza del hábito. – No se preocupe, Prime--- Lisa, no vomitó en lo más mínimo.
Lisa Hayes se rió levemente y luego besó a su hijo en la mejilla mientras los tres ya entraban en el vestíbulo principal del Palacio de Gobierno de la Tierra Unida.
– Pues eso es muy pero muy bueno... – dijo a modo de conclusión la Primera Ministra, intercambiando en ese momento un guiño y una sonrisa con Camille a costas de su propio hijo.
– Ja-ja, son graciosas las dos – murmuró un enfurruñado Danny Hunter. – ¿Y papá?
– Está volviendo de Nueva Mumbai... hubo una ceremonia en la Academia – explicó Lisa. – Debería estar llegando en una hora o dos.
Danny se dio por satisfecho y luego fue con Camille, que para ese momento ya estaba admirando la decoración del vestíbulo.
Lisa miró a los dos muchachos por algunos segundos, dejándolos en paz y tranquilidad y disfrutando de una escena que le provocaba sensaciones curiosas y especiales como madre...
– Habrá cena, muchachos – avisó entonces Lisa, que ya podía ver de reojo a la mayor Novikova descendiendo por una escalera para llevarla de regreso a la junta con los senadores, y mientras le daba a su edecán un gesto de inconfundible disgusto por lo que tenía que enfrentar, le agregó un pequeño dato más a la información que le daba a su hijo. – Y Andie y Mitch vendrán...
Muy en el fondo de su ser, Danny Hunter admitía que quería a sus hermanos... pero en ese momento no le dio al fondo de su ser oportunidad para mostrarse.
– Ouch...
– Mientras tanto, pasen por favor y pónganse cómodos... espero terminar con estos malditos senadores cuanto antes – gruñó la Primera Ministra de la Tierra Unida. – Y cuando lo haga, tomaremos algo mientras tu padre y tus hermanos se dignan aparecer.
Y con eso, Lisa Hayes saludó a su hijo y a la novia de éste antes de subir por la escalera y dejar que la mayor Novikova la llevara de regreso a enfrentar sus impostergables responsabilidades al frente del Gobierno de la Tierra Unida.
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Estaba anocheciendo en Ginebra.
Para las últimas horas de la tarde, los pasillos del Palacio de Gobierno de la Tierra Unida estaban prácticamente vacíos, a excepción de los pocos funcionarios, empleados, uniformados y personal de mantenimiento que todavía tenían que trabajar en los numerosos departamentos del edificio. Las luces de todo el edificio, siguiendo la programación de los sistemas internos del Palacio, comenzaron a ajustarse a la cada vez más reducida luz natural, marcando el inicio de la noche en el corazón del Gobierno de la Tierra Unida.
En esa situación, fueron muy pocos los que se sorprendieron de ver a un muchacho de alrededor de veinte años esperando a que se abriera la puerta de uno de los salones de conferencias, sin que ninguno de los agentes del Servicio de Seguridad Protectiva hiciera algo por quitarlo de allí.
Después de todo, si el hijo menor de la Primera Ministra quería esperar a que su madre saliera de la junta, ¿quién podía quitarlo de allí?
Danny Hunter había pasado casi toda la tarde haciendo un tour guiado del Palacio de Gobierno para su novia Camille, lo que llevó a ambos muchachos a recorrer casi todos los recintos del edificio que no estuvieran vedados al personal no autorizado. La expedición fue larga, mucho más que lo que alguno de los dos había esperado, y eso los había llevado a pasar algo de tiempo en las cocinas degustando las muchas delicias que estaban allí guardadas.
Ese no había sido su único entretenimiento, desde luego...
Mientras Danny sonreía y se guardaba los detalles, la puerta de la sala de conferencias se abrió y de inmediato salieron al pasillo algunos senadores con cara de cansados y disgustados, algunos de los cuales empezaron a murmurar entre ellos cosas que Danny no entendía pero que no debían ser nada bueno.
El joven se encogió de hombros mientras el último político doblaba por otro pasillo y desaparecía de su vista.
Senadores... así habían sido siempre y así serían.
Poco después la mayor Novikova y Colleen Brennan se iban de la oficina. Las dos mujeres no tenían cara de disgusto, pero para alguien que las conociera era evidente que el mal humor que sentían era completo.
Y después salió Lisa Hayes-Hunter.
Danny miró a su madre con preocupación. Ella estaba impecable (siempre lo estaba; Danny no podía recordar alguna ocasión en la que ella no estuviera lista como si un almirante viniera a inspeccionar) y no había nada en su rostro, en su peinado o en su vestido que estuviera fuera de lugar... a excepción de la manera en que se mordía el labio inferior y la mirada homicida que tenía en sus ojos claros.
Danny Hunter conocía esa cara. La había visto demasiadas veces, provocada por idiotas que no se imaginaban la clase de fiera que despertaban con su terquedad, su incompetencia o sus intrigas.
Y al hijo menor de la Primera Ministra no le quedó duda alguna del destino fatal que tendrían esos senadores si su madre llegaba a ponerles las manos encima.
Pero eso era un tema del que deberían ocuparse los senadores, pues para Danny lo que importaba no sólo era volver a ver a su madre y tener un tiempo de tranquilidad con ella para que pudiera conocer a Camille, sino una cierta idea que había estado meditando durante el vuelo y que se había decidido a llevar a la práctica después de mostrarle a su novia las habitaciones que le habían asignado.
– ¡Mamá! – exclamó Danny y corrió a abrazar a su madre ante la mirada levemente conmovida de los guardias de seguridad.
Lisa aceptó el abrazo y lo dejó prolongar todo lo posible, pero luego se separó y se llevó ambas manos a la cabeza.
– Dios, me duele la cabeza.
– Pero más les duele a los senadores, ¿no es verdad? – dijo Danny con una exagerada sonrisa. – Todavía deben estar llorando de miedo...
Lisa comenzó a mirar a su hijo con otros ojos... los ojos suspicaces de una madre que sabe que su hijo anda tramando algo.
– Estás tratando de comprarme, Danny – disparó sin piedad la Primera Ministra de la Tierra Unida. – ¿Qué quieres de mí?
El joven se quedó sin aire y miró a su madre con los ojos grandes como platos; luego afinó su actuación y finalmente pudo mostrarse bien ofendido y herido, a punto tal de parecer convincente ante cualquiera... excepto la mujer que lo había traído al Universo.
– Mamá, me ofende que sospeches así de mí...
– ¿Qué quieres, Danny? – insistió Lisa sin perder ni la calma ni el tono bajo.
El muchacho miró a su madre a los ojos y supo que estaba derrotado. La sinceridad era la última opción que le quedaba... y hacia esa opción se dirigió con la calma del condenado.
– Bueno, estaba viendo las habitaciones que nos dieron y pensé que a lo mejor podíamos ahorrar un poco de espacio y de mantenimiento y---
– No vas a compartir habitación con Camille – declaró Lisa de manera inapelable, lo que no evitó que Danny apelara.
– ¡Mamá!
– Es definitivo, Danny – sentenció la Primera Ministra. – No insistas.
Y Danny, como sólo lo podía hacer un joven que se sentía con razones para enfrentarse a las arbitrariedades de un Universo que se ponía en su contra, intentó insistir.
– ¡Ma---!
Su madre sólo necesitó levantar una mano para cortarlo a mitad de la palabra.
– Mira, sé que muy probablemente ya no tenga razones para creerlo, pero déjame mantener en mi casa la ilusión de que tú sigues siendo mi bebé inocente...
– Esta no es tu casa, mamá – trató de contraatacar el muchacho. – Es de los contribuyentes.
Sólo entonces el tono de Lisa Hayes cambió... y se hizo más amigable, lo que espantó al muchacho como pocas cosas podían hacerlo.
– ¿Quieres discutirlo? – fue todo lo que dijo la Primera Ministra, terminando la pregunta con una enorme sonrisa.
Danny no quiso discutirlo, y eso era exactamente lo que Lisa Hayes quería de su hijo.
– Me lo suponía.
En ese preciso instante Danny sintió el llamado de la inspiración. Un nuevo camino se le había abierto, un camino que su conocimiento de la historia familiar le había iluminado como si fuera el glorioso sendero hacia el éxito en la cruzada que se había impuesto... y si con eso no conseguía nada, al menos podía estar satisfecho de haberlo empleado todo.
– Tú y papá---
– No son casos comparables, Danny – le advirtió Lisa, y esta vez ella estaba claramente cansada del tema. – Ni en un millón de años.
El muchacho se rindió. Su último gesto de resistencia fue tratar de conmover a su madre con una cara de desamparo, ante la que Lisa se mostró inusualmente impávida.
– Ahora, ¿por qué no vamos con Camille? – sugirió Lisa, poniendo una mano detrás de la espalda de su hijo. – Me dijeron del Cuartel General que tu padre ya está viniendo a casa.
Ante la propuesta de su madre, Danny aceptó y pronto siguió a Lisa mientras la Primera Ministra emprendía el camino hacia las salas de estar del Palacio. A lo largo del trayecto, Danny no pudo dejar de notar cómo todo el personal saludaba con sumo respeto a su madre. En sí mismo, eso era algo que él había visto durante toda su vida... pero siempre le sorprendía que le guardaran a su madre el mismo respeto y protocolo militar que cuando todavía portaba el uniforme.
Quizás podías quitarle el uniforme al almirante, pero no podías quitarle el almirantazgo a la persona. Y Lisa Hayes-Hunter, Primera Ministra o no, era una almirante de raza.
Y así lo sería siempre.
Llegados a la sala de estar en donde Danny había dejado a Camille cuando partió en busca de Lisa, la Primera Ministra y su hijo se hallaron ante una escena que no podían haber previsto nunca.
Camille estaba allí tal como Danny la había dejado, pero estaba hablando con alguien más. Un hombre, de unos cincuenta y cinco años de edad, de cabello progresivamente cano y que llevaba un uniforme blanco perfectamente reconocible como el uniforme de un almirante.
Y la conversación entre Camille y el almirante Rick Hunter, Supremo Comandante de las Fuerzas de la Tierra Unida, se veía muy animada y entretenida, como si ambos se hubieran conocido de toda la vida.
Sólo cuando Rick y Camille callaron por un segundo pudo Lisa interrumpir.
– Oh – dijo la Primera Ministra, atrayendo la atención de su esposo y de su "nuera" a ella y a Danny. – Veo que ya se conocieron.
– Así parece – contestó Rick, para después excusarse ante la muchacha súbitamente sonrojada con la que había estado hablando segundos antes. – Si me disculpas...
– Por supuesto, almirante.
– Ya te dije... es "Rick".
Dicho eso, el almirante Hunter fue a saludar a su esposa y a su hijo, pero cuando todo indicaba que iba a ir derecho hacia Lisa, un cambio de curso de último momento lo llevó a abrazar a su hijo con todas las fuerzas que tenía.
No hizo falta decir nada. Toda palabra estaba de más en ese saludo. Y nadie, ni siquiera Lisa, se atrevió a interponerse en el reencuentro entre padre e hijo.
Rick eventualmente soltó a Danny y lo dejó respirar e irse con Camille. Por su parte, el almirante tenía una esposa a la cual saludar y besar tras un largo día en el otro lado del mundo.
– Hola, amor – dijo Rick tras besarla con todas sus fuerzas. – ¿Mucho cansancio?
– Ni te imaginas – suspiró la Primera Ministra. – ¿Qué tal la ceremonia?
– Hermosa y formal.
Una sonrisa traviesa apareció en los labios de Lisa y se contagió a sus ojos verdes.
– ¿Se durmió alguien en tu discurso?
– Ja-ja – replicó el almirante Hunter. – Nadie... todos se quedaron despiertos.
– Ese es mi almirante – dijo orgullosa la Primera Ministra como si Rick fuera un niñito. – Quisiera haber podido ir...
Rick la besó en la frente y la abrazó comprensivamente.
– Lo sé, pero tenías esos impostergables asuntos oficiales... ¿por cierto, cómo están mis queridos amigos del Senado?
Al instante Lisa se llevó una mano a la frente y gruñó como si estuviera por estallarle la cabeza de dolor.
– Ughhhhh...
Asintiendo al dolor de Lisa, el almirante Hunter miró a su hijo y consultó con él.
– ¿Le dolía la cabeza, Danny?
– Mucho – dijo el muchacho, sin preocuparse por la expresión homicida en el rostro de su madre ya que le interesaba mucho más saber qué había pasado entre Camille y su padre. – ¿De qué estaban hablando?
Camille y Rick se miraron y sonrieron, dándole a Danny la impresión de que se reían de él, pero antes de poder él reaccionar, su novia se encogió de hombros y dio una respuesta elíptica.
– De varias cosas...
– ¿Te conté, papá? – mencionó al pasar Danny. – Camille es reservista.
– Ya me lo contó ella – respondió Rick, poniendo luego su "voz de almirante" al dirigirle la palabra a la muchacha. – ¿No es verdad, teniente Hammond?
– Así es, señor – contestó Camille en un tono y porte marcial que dejó sorprendidos a todos los demás. – Por cierto, el coronel Hammond me pidió que le dijera, si tenía la oportunidad, que enviara tropas regulares un poco mejor preparadas para los ejercicios.
– Esperaba eso de Nitro Hammond – dijo Rick con una gran sonrisa en el rostro. – ¿Debo suponer también que el mensaje que me acaba de dar es una versión edulcorada porque las palabras del coronel son irreproducibles?
– No puedo confirmar o negar eso, señor.
– Bien, teniente, asumiré entonces según mi criterio – resolvió el almirante, cambiando luego de tono por completo cuando abandonó los temas militares. – ¿Qué tal la universidad?
Camille sonrió y miró a Danny como si entre ambos estuviera siendo dicho un chiste privado del que ni el almirante ni la Primera Ministra podían enterarse.
– Muy interesante... realmente muy interesante – se limitó a contestar la joven. – Estamos aprendiendo mucho.
– Ella sobre ingeniería y yo sobre historia, papá – aclaró Danny, a lo que Camille asintió vivamente.
– Ya lo veo – afirmó Rick. – ¿Y hay ofertas de trabajo?
– Posiblemente consiga un trabajo con una empresa que está en el proyecto de reconstrucción de Nueva Inglaterra – contestó Camille, y Rick arqueó una ceja mientras miraba a Lisa. – Necesitan gente con experiencia en ingeniería de puentes.
El almirante Hunter intercambió una sonrisa cómplice con su esposa y luego volvió a hablarle a la novia de su hijo con el tono más inocente que pudo lograr.
– ¿Especialmente sobre cómo volarlos?
La muchacha se detuvo en seco y después miró al almirante con pánico; su rostro estaba muy sonrojado y su boca parecía estar a punto de decir un estentóreo "¡¿QUÉ?!" apenas prevenido por la falta de aliento.
Y mientras Danny miraba extrañado a su padre, y mientras Lisa hacía lo posible para no reírse demasiado, el almirante Hunter palmeaba a Camille en el hombro para tranquilizarla.
– Leí lo que le hicieron a esa columna de Guardias Invid cerca de Nueva Boston, Camille – dijo Rick con verdadero orgullo y admiración hacia la joven. – Muy ingeniosa tu manera de demoler un puente con los explosivos que tenían disponibles.
Al tiempo que la muchacha sobrellevaba la sensación de ser elogiada por un héroe de guerra que había combatido por más tiempo que el que ella llevaba viva y que comandaba todas las fuerzas armadas de la raza humana, la esposa de ese hombre aprovechaba para hacerle un pedido al almirante.
– Tienes que pasarme ese reporte más tarde, Rick.
– Por supuesto, señora – contestó formalmente el almirante Hunter, como si en vez de su hijo y de Camille estuviera la prensa y la totalidad del Senado.
– Bueno... – apenas atinó a decir Camille, que no se esperaba que el almirante Hunter trajera a colación una de sus mayores "hazañas" de sus tiempos en la Resistencia. – Era lo único que podíamos hacer.
Lisa Hayes asintió y después expresó su opinión.
– Y fue mucho más que suficiente.
Los cuatro llegaron al comedor familiar del Palacio de Gobierno, en donde ya los estaban esperando sus lugares y algunas bebidas y comidas livianas para ir pasando el tiempo hasta que llegara el plato principal. Rick y Lisa se sentaron primero y luego lo hicieron Danny y Camille, esta última un tanto sorprendida por el aspecto del comedor.
Ya estando todos sentados, comenzaron a servirse algo para beber y empezaron a comer de lo que había, pero antes de que pudieran retomar la conversación, apareció cerca de la mesa el mayordomo principal del Palacio, quien como era su costumbre se quedó en un conspicuo silencio hasta tanto se le hablara.
– Disculpen – dijo Lisa antes de hablarle al recién llegado. – ¿Sí, Heinz?
Cuadrándose levemente, un gesto que traicionaba su pasado como suboficial de las Fuerzas de la Tierra Unida, Heinz Meinhold informó a la Primera Ministra el motivo que lo había llevado al comedor.
– La teniente comandante Hunter acaba de llegar.
– Hazla pasar – pidió Lisa, dándole la noticia al resto de la familia en cuanto Meinhold partió. – Andie llegó.
– Esta es la prueba definitiva – le dijo entonces Danny a su novia en un tono bajo y levemente conspirativo. – Si ves que mi hermana tiene una sonrisa, entonces puedes respirar tranquila.
– ¿Y si no?
Danny Hunter se estremeció teatralmente y puso cara de pánico, como para que Camille pudiera entender lo que quería decir.
– Si no...
– Ouch – dijo la muchacha, quien había entendido a la perfección.
Segundos después hizo su entrada la teniente comandante Andrea Hunter.
La abogada militar caminaba a paso rápido y estaba ligeramente encorvada hacia adelante. No vestía uniforme, pero daba toda la impresión de habérselo quitado hacía menos de una hora. Su largo cabello negro estaba atado y recogido según las regulaciones militares, pero tenía ese aspecto extrañamente desgreñado que solía aparecer luego de una jornada en extremo exigente... y si el cabello era una evidencia sutil, la mirada asesina en sus ojos verdes era algo más claro y contundente.
Era en momentos como ese que tanto Rick como Danny Hunter reparaban en qué tanto se parecía Andrea a su madre, aunque sea en la mirada.
La abogada llegó cerca de la mesa y al instante Camille le susurró algo a su novio.
– ¿Eso es una buena señal?
Danny realmente no sabía qué contestar, y apeló a la honestidad.
– No sé.
– ¿Cómo estás, amor? – preguntó al mismo tiempo Lisa, mientras su hija se agachaba para poder besarla.
– Muerta – gruñó Andrea, y Rick no pudo contenerse de hacer un chiste.
– Pues para estar muerta, te ves muy saludable.
– Papá, no bromees conmigo – gruñó la abogada mientras se quitaba el abrigo y lo dejaba en un perchero cercano. – Aparentemente a todo el mundo se le ocurrió que sus problemas eran urgentes y que todo el Servicio de Justicia Militar tenía que ocuparse de resolverlos cuanto antes... no tienes idea de la locura que tuvimos que atravesar en la oficina y---
Andrea cortó su queja a mitad de la frase y miró con extrema sorpresa al muchacho que estaba sentado a la mesa... definitivamente ella no esperaba ver a su hermano en la mesa familiar, y eso se volvió evidente para cualquiera que pudiera verla.
– ¿Qué hace él aquí? – apenas atinó a preguntar ella, y su padre contestó.
– Vino de vacaciones.
La teniente comandante Hunter miró extrañada a su padre y a su hermano menor.
– No sabía.
– Sí sabías – insistió el almirante Hunter, a quien ya se le veía una sonrisa pícara naciendo en la comisura de sus labios. – Te lo dije la semana pasada, pero estabas ocupada con tu caso.
Andrea hizo una mueca de fastidio y estuvo a segundos de replicar, pero se contuvo de hacerlo, se encogió de hombros en señal de resignación y fue al encuentro de su hermano menor.
– Esa es mi hermana para ti – murmuró Danny al oído de Camille, para después levantarse y saludar a su hermana. – Tanto tiempo que no nos vemos, Andie.
– Es cierto... – contestó la comandante Hunter mientras abrazaba a Danny... sólo para reparar luego en la presencia de Camille en la mesa familiar, hecho sobre el que comentó unas palabras. – ¿Y ella? No me digas...
La novia de Danny, que no en vano era buena observadora, se levantó y fue a saludar a la recién llegada.
– Camille Hammond – dijo la muchacha mientras tendía la mano a la teniente comandante Hunter. – Es un placer conocerte.
La hermana mayor de Danny le sonrió y estrechó la mano que Camille le había ofrecido.
– Andrea Hunter... y me alegro que todavía puedas decir eso después de conocer a mi familia.
– Créeme, con tu hermano ya tuve mucha experiencia – rió Camille, despertando las sonrisas no sólo de Andrea, sino de Rick y Lisa.
– Gracias, querida – replicó un enfurruñado Danny Hunter. – ¿No tienes otra cosa para dejarme mal parado?
Camille eligió como primera reacción una cálida sonrisa y una mirada dulce en sus ojos avellana... combinadas con la postura de una cobra a punto de atacar.
– Puedo decirles cómo nos conocimos – sugirió con calma la muchacha, logrando que Danny empalideciera como si hubiera visto a un fantasma.
– ¡No te atreverías!
La mirada de Camille se tornó aún más desafiante y su sonrisa realmente comenzó a asustar al hijo menor de Rick y Lisa.
– ¿Crees que no?
Mientras Rick y Lisa se miraban divertidos y comentaban cosas en ese lenguaje silencioso e inescrutable que sólo ellos conocían, Andrea se relamía y contemplaba el sufrimiento de su hermano con ese sadismo amoroso que sólo puede sentir un hermano.
– Ya me despertaste el interés – dijo la abogada militar como si nada, mirando después a su madre. – ¿Qué hay para cenar?
– Un "especial de papá".
Andrea hizo una mueca de horror ante la respuesta de su madre, siendo esta vez el almirante Hunter el que reaccionó con cara de ofendido.
– ¿Alguien quiere antiácido? – dijo la hija mayor de Rick y Lisa, ocupándose luego de su potencial "cuñada" y de la historia que le había prometido. – Entonces, Camille... ¿cómo fue que se conocieron?
La muchacha se reclinó en su silla y sonrió con nostalgia, mientras a su lado Danny sufría como un condenado a minutos de la ejecución. El contraste entre ambos despertó risas y sonrisas entre los dueños de casa y la hermana mayor del muchacho, lo que sólo hizo que Danny se sintiera peor y apelara al patético recurso de tratar de conmover a su novia y a sus parientes con una cara de desamparo... obteniendo fracasos épicos en su afán.
– Fue hace ocho meses... – comenzó a contar Camille ante la audiencia improvisada. – Me habían invitado a la fiesta que daban los estudiantes de Derecho...
De pronto, Danny salió de su mutismo y la interrumpió sin delicadeza.
– Eran los de Economía.
– Eran los de Derecho, Danny – replicó ella.
– No, eran los de Economía – insistió el joven con argumentos para respaldar su afirmación. – La fiesta de Derecho fue cuando Mike Snowden cayó a la piscina desde la ventana... y eso había sido dos semanas antes.
– ¿Estás seguro?
Por primera vez en un buen rato, el rostro de Danny Hunter salió de su enfurruñamiento y se derritió en una sonrisa nostálgica y cargada de cariño.
– ¿Cómo olvidarlo?
Por un rato, el mundo de los dos muchachos se redujo a la mirada del otro y a todos esos recuerdos que se despertaban... pero bien pronto salieron de ese trance, conscientes de que tenían entre su audiencia a dos personas que eran a la vez padres, suegros y las dos figuras más poderosas del planeta.
Y además estaba la hermana de Danny, a quien el muchacho tenía un temor reverencial.
– En fin, estábamos en la fiesta de Economía... – retomó Camille su narración. – Yo estaba con unos amigos y no sé por qué razón empezamos a intentar hacer imitaciones y---
De pronto, la muchacha abrió enormes los ojos como si un fantasma se hubiera aparecido ante ella. La boca de Camille se movió sin que salieran sonidos de ella, y al unísono Rick, Lisa y Andrea se levantaron para ayudarla si hacía falta.
– ¿Pasó algo? – preguntó preocupado el almirante, pero fue su hijo el que le contestó.
– Pasó lo que imaginé que pasaría, papá – dijo con extraña soltura y algo de alegría el hijo menor de Rick y Lisa, para después susurrarle algo al oído de su aún aterrada novia. – Te dije que no te atreverías.
Salida finalmente de su espanto, Camille clavó unos ojos furiosos en los de Danny y le devolvió el guante con impecable precisión y simpleza.
– Entonces tú síguela.
– Con gusto – respondió el muchacho con exagerada elegancia, y después le habló a sus interesados familiares. – Yo estaba llegando con unos amigos y mientras ellos iban a buscar algo para beber, escucho una voz de mujer que dice...
Danny se detuvo; no fue temor en su caso sino deseos de darle más dramatismo a la escena... sin embargo, esta vez Camille lo azuzó sin la menor paciencia.
– Hazlo.
Y Danny Hunter aceptó el desafío... y cuando volvió a hablar, tanto su expresión como el timbre de su voz se parecían demasiado al de cierta oficial militar que se había convertido en Primera Ministra de la Tierra Unida.
– "¡Senador, si usted anda tan ansioso por encontrar idiotez en el Gobierno, debería haberse mirado en el espejo!"
Danny Hunter calló y esperó la reacción de su familia... y esperó... y esperó.
El ambiente del comedor se congeló.
De parte del resto de la familia Hunter sólo hubo un atónito silencio... y dos de sus miembros, sin salir de ese mismo silencio, empezaron a mirar con nervios a la madre de la familia, que alternaba una cara de rotunda sorpresa con una mirada indescifrable que iba de su hijo a la novia de éste. La joven en cuestión, en tanto, estaba aterrada hasta lo indecible... tanto que parecía que con un simple toque, la pobre Camille colapsaría en infinitas piezas.
En medio de ese tétrico silencio, lo único que la estupefacta Lisa Hayes fue capaz de decir fue un ahogado:
– Dios mío...
La agónica voz de Lisa, como por arte de magia, rompió el silencio como lo hubiera hecho una bomba atómica, y mientras Rick abrazaba a su esposa y la besaba, conteniendo las risas que todo el episodio le provocaba, la Primera Ministra meneaba la cabeza y comenzaba a sonreir... al tiempo que Andrea Hunter le daba una palmada en el hombro a Camille.
– ¡Bien hecho, niña! – exclamó la abogada militar, y Camille se relajó como si le hubieran perdonado una casi segura sentencia de muerte.
Mientras su novia respiraba aliviada, Danny aprovechaba para retomar el relato del episodio, esta vez con la atención completa de sus entretenidos padres y hermana.
– Y me doy vuelta, muerto de pánico de pensar que mamá estaba por ahí, pero no... estaba esta señorita rodeada de otras damas, haciendo una hermosa imitación de mamá en medio de aquel debate con Windbourne...
Danny miró a Camille y le sonrió; debajo de la mesa, lejos de la vista de los demás, el joven tomó la mano de su novia.
– Y era una magnífica imitación – concluyó el hijo menor de Rick y Lisa, pero su novia protestó.
– No fue eso lo que dijiste---
En aquel preciso momento volvió a aparecer el mayordomo, haciéndose notar con un carraspeo casi inaudible que sin embargo atrajo la atención de todos hacia su figura alta, delgada e impecable. A pesar de que todos lo estaban mirando, el mayordomo siguió hablando como si Lisa fuera la única persona presente, tal como se lo exigía el protocolo oficial.
– Disculpen, pero acaba de llegar el teniente Hunter, Primera Ministra.
Lisa asintió y le agradeció al mayordomo, pero su agradecimiento quedó oculto por la explosiva voz de Andrea Hunter, que no tuvo mejor idea que lanzar una queja estentórea frente a sus padres acerca de su hermano.
– ¡Tarde como siempre!
Mientras Lisa le lanzaba una mirada amenazante a la comandante Hunter, Danny intuyó la posible naturaleza del problema y quiso que su padre le confirmara o refutara sus sospechas.
– ¿Papá, pasó algo entre Andie y Mitch?
– Lo de siempre – contestó el almirante Hunter, encogiéndose de hombros y bebiendo un sorbo de agua como si nada tuviera que preocuparlo.
Danny miró el rostro de su hermana, que para esas alturas ya era una máscara de furia.
– ¿Cuánto tiempo de sanción? – inquirió el muchacho.
El almirante respiró y meneó la cabeza, luego miró a Andrea y finalmente le contestó a su hijo.
– Un mes.
– Ouch – se sacudió Danny por el shock, y Camille se preocupó tanto que fue directamente a interiorizarse.
– ¿Qué pasó?
Danny le sonrió a su padre y luego se dirigió a su novia con un aire conspirativo en el rostro, cuidando que su madre no estuviera escuchando lo que entre ambos se decía.
– Digamos que mi hermano no entiende que la disciplina militar no es una sugerencia sino un deber... y los superiores de mi hermana en el Servicio de Justicia Militar creen que los problemas de Mitch deben ser mejor resueltos en familia.
Camille asintió; la naturaleza del problema empezaba a serle clara.
– O sea que cada vez que tu hermano hace algo...
– Que es demasiado seguido... – acotó Danny en un tono mucho más bajo; su padre podía estar escuchándolos.
– Tu hermana tiene que ir atrás...
– Bingo.
Antes de que Camille pudiera decir algo más, hizo su entrada en el comedor el primer teniente Mitchell Hunter. El joven oficial militar vestía unos jeans y una camisa en lugar de su uniforme militar, y por su aspecto parecía que no hacía mucho que había salido de la ducha. Por lo demás, lo único que resultaba curioso del aspecto del segundo hijo de Rick y Lisa era la cara de extremo cansancio que tenía... como si hubiera pasado el día entero en cosas demasiado agotadoras para un piloto de combate.
Mitchell vio a sus padres, a sus hermanos y a la otra invitada, y viendo que le tomaría demasiado tiempo saludar, decidió resumir lo más posible.
– ¡Buenas noches a todos! – dijo el recién llegado, a lo que los otros le contestaron de manera amable... a excepción de la teniente comandante Hunter.
– Llega tarde, teniente.
– No tengo que reportarme contigo, teniente comandante – le contestó Mitchell a Andrea en un tono igual de agrio.
Si bien Andrea no dijo nada, eso no significó que Mitchell estuviera fuera de peligro... ya que otra mujer de ojos tan verdes y lacerantes como los de Andrea se hizo cargo de contestar ese desafío.
– Pero sí conmigo, teniente Hunter.
– Y conmigo también – agregó el almirante Hunter, asintiendo a la par de su esposa y comandante en jefe.
Dado que los únicos que todavía no lo habían atacado eran su hermano menor y la invitada de éste, Mitchell supo inmediatamente que su posición era en extremo desfavorable y suspiró resignado.
– Diablos – murmuró el teniente Hunter en señal de rendición. – ¿Me voy a perder la cena?
– Todavía no, Mitch – le contestó su padre, con una media sonrisa en los labios que bajó la tensión. – Siéntate.
Mitchell hizo lo que se le pedía, pero antes de tomar asiento fue a saludar a su hermano, a quien abrazó con la fuerza de una pitón en cuanto lo tuvo cerca.
– ¡Hey, chico, qué sorpresa! – exclamó Mitchell, reparando después en la muchacha que acompañaba a Danny y haciendo dos más dos en su cabeza. – ¿No me digas que---?
– ¿Cómo estás, Mitch? – alcanzó a decir Danny, pero a su hermano ya no le importaba la bienvenida sino el muy fraternal orgullo que sentía.
– ¡Bien hecho! – lo felicitó Mitch en voz baja, para después preguntarse en voz mucho más notoria. – ¿Cómo fue que---?
– Justamente estaba contándonos cómo cuando tú llegaste tarde, Mitch – acotó Andrea desde su silla, y Mitch sólo le respondió con una mirada indignada antes de ignorarla por completo y concentrarse en la novia de su hermano.
– Primer teniente Mitchell Hunter, señorita – se presentó con exagerado formalismo y cortesía el hermano de Danny, tomando la mano de la muchacha con delicadeza. – Encantado de conocerla.
Camille le sonrió y aceptó el gesto galante al tiempo que respondía a la presentación.
– Camille Hammond...
– Ya está aprendiendo – acotó Andrea para clavarle un puñal en la espalda a Mitchell. – ¿Ves que nadie está encantado de conocerte, tonto?
– Andie, deja en paz a tu hermano.
La orden de Lisa, dicha en ese tono tan típico de ella, obró en la teniente comandante Andrea Hunter de la misma manera que lo hizo en generaciones de militares durante casi cuatro décadas: la calló por completo y no le dio pie a seguir insistiendo, so pena de castigos tan vagos como seguramente crueles.
Pero no fue Andrea la única víctima del don de mando de su madre, sino que le tocó en suerte al propio Mitchell segundos después, justo cuando éste último ya se sentía vencedor del combate y estaba por dedicarle a su hermana la sonrisa más triunfal del universo conocido.
– Y en cuanto a ti, Mitch... – dijo la Primera Ministra. – Me pierdo la historia.
– Está bien, está bien, ya me siento... – se apuró a decir Mitchell, haciéndole luego gestos a su hermano para que retomara la historia. – Por favor, sigan...
– Para que te pongas al día, Mitch: les estábamos contando cómo nos conocimos.
– Wow, esto es interesante – exclamó el teniente Hunter. – ¿Me pasas las papas fritas?
Danny hizo lo que Mitchell le había pedido, y mientras su hermano se llenaba la boca con algunas papas fritas, él se acomodó en su silla y le hizo un escueto resumen de lo que habían estado contando hasta el momento de su llegada.
– Fue en una fiesta, llego yo y la encuentro a ella haciendo una imitación de mamá...
El primer teniente Hunter se estremeció como si algo hubiera explotado a centímetros de él.
– Ouch.
– Exactamente lo que pensé – agregó Andrea, arrancándole a Mitchell una sonrisa por la inesperada coincidencia mientras Danny proseguía con el relato.
– En fin, la escucho terminar su imitación...
– Y entonces viene con cara de buscar pelea conmigo – acotó Camille, imitando la cara que Danny Hunter habría puesto en aquel momento.
– Para qué lo hice – murmuró el hijo menor de Rick y Lisa. – No sé cómo no llegamos a los golpes en ese momento.
Camille entró a reír.
– Porque Eddie Rocha te sujetó.
– Y Cynthia Landry y Ekaterina Korsakova te tomaron de cada brazo para que no me golpearas.
Después de imaginarse vívidamente la escena, Mitchell lanzó una sonora carcajada seguida por un reproche hacia su hermana mayor y cancerbero personal.
– ¿Podrías ocuparte de estas cosas, Andie?
– No están dentro de las Fuerzas, tonto – replicó cortante la abogada militar, quien luego habló a su hermano menor con amabilidad e interés. – Sigan, por favor...
– ¿Cuánto estuvimos discutiendo esa noche? – le preguntó Danny a Camille tras el "permiso" de su hermana. – ¿Una hora?
– Más bien dos... – repuso ella. – ¿O fueron tres?
El hijo más joven de Rick y Lisa sonrió de oreja a oreja al recordar.
– De la fiesta tuvieron que sacarnos a la fuerza, porque si no, seguíamos discutiendo.
– Pero no pudieron sacarnos antes de que acordáramos seguir la discusión en otro momento – mencionó al paso Camille... y nada podía disimular las emociones que todavía despertaban en ella el recuerdo de aquel momento tan especial.
Y tampoco Danny tenía interés en disimular esas emociones, que eran más que evidentes para quien pudiera descifrar la mirada en sus ojos azules.
Y en medio de esa ternura que los dos muchachos se profesaban silenciosamente, también Rick y Lisa se miraban y se decían cosas con la mirada que sus hijos no podían siquiera imaginar, y mientras Andrea le sonreía a su "cuñada" como haciéndose eco de sus emociones, Mitchell miraba a Danny con curiosidad e inquietud, e inmediatamente le salió con una pregunta que de seguro nadie más hubiera podido entender.
– ¿Comida italiana? – preguntó el piloto de combate.
– Restaurant al paso – contestó el estudiante de Historia, haciendo que su hermano estallara de indignación.
– ¡¿Es que no te enseñé nada?!
Las risas de toda una familia coronaron el estallido de Mitchell Hunter, segundos antes de que el mayordomo se apareciera para anunciarles que la cena ya estaba por ser servida.
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– Muy bien, espero que la pasen todos bien... no se desvelen – dijo Lisa por el auricular del teléfono, y al instante asomó una sonrisa en sus labios. – Ya sé, ya sé, ya sé... déjame jugar a que soy todavía una madre, ¿quieres?
Desde la cama matrimonial en donde estaba acostado y leyendo, lo que era una rutina suya en las últimas horas del día, el almirante Rick Hunter arqueó una ceja y miró divertida a su esposa mientras ella continuaba riéndose en el teléfono.
– Yo también te quiero mucho, Andie – se despidió entonces de su hija mayor la Primera Ministra de la Tierra Unida. – Diviértanse.
Lisa colgó el teléfono y volvió a meterse en la cama, donde Rick la esperaba para besarla y para pasarle un brazo por detrás de la espalda, de modo de poder acercarla a él y tenerla bien al alcance suyo. Ella recompensó su bienvenida con una deslumbrante sonrisa y un rápido beso en los labios, para luego acomodarse y acurrucarse junto a su esposo.
– ¿Qué harán al final? – quiso saber el almirante.
– Se fueron a tomar algo al bar...
Rick Hunter se acomodó los anteojos y cerró el libro que estaba leyendo. Luego, dejando el libro sobre su pecho, el almirante meneó la cabeza y suspiró con resignación:
– Esa es la juventud de nuestros días, Lisa...
Su esposa lo miró con incredulidad, aunque un atisbo de sonrisa se podía ver en sus ojos verdes.
– ¿No me digas que ya te sientes viejo, Hunter? – lo desafió ella y Rick reaccionó poniéndose a la defensiva.
– ¿Viejo? ¡Jamás! – proclamó el almirante Hunter muy ufano. – Soy un clásico, Hayes... más envejezco, mejor estoy.
Lisa siguió mirando a Rick... pero esta vez había hambre en sus ojos, había urgencia en su respiración y había por sobre todas las cosas una pasión que ella exudaba en todo su ser... una pasión que no había mermado en casi cuarenta años de vida en común.
Una pasión que, si Rick Hunter podía leer bien los signos que la precedían, iba a consumirlos a ambos una vez más...
Sólo unas pocas palabras escaparon de labios de Lisa antes de que lo inevitable llegara.
– Eso, almirante, es muy cierto...
Rick Hunter cerró los ojos y se entregó por completo a las atenciones de su esposa, esperando con aliento entrecortado y un leve temblor en todo el cuerpo a que Lisa lo besara... y los segundos que pasaron hasta que sintió el contacto de los suaves labios de su mujer se le hicieron tan eternos como insoportables al viejo guerrero.
Sabían exactamente como aquella primera vez... la verdadera primera vez de ambos, en medio de esa Tierra desolada que les hizo temer ser los últimos seres humanos vivos... aún a décadas de aquel momento, de todo lo que les había pasado, de lo mucho que ellos habían cambiado en lo físico y en lo personal, ese beso era el recordatorio de que había cosas en su universo personal que nunca iban a cambiar.
Como el amor. Y el deseo.
Y cuando Lisa dejó de infligirle su dulce tortura a los labios de Rick, tras casi un minuto de locura y amor, lo que vio el almirante Hunter al abrir sus ojos fue la mirada amorosa de su esposa... la misma que lo venía enloqueciendo desde hacía casi cuatro décadas.
Y el temblor de su cuerpo era el mismo que ella siempre le dejaba... y por el esfuerzo que le había puesto Lisa al beso, Rick juzgaba que el temblor tardaría un buen rato en irse de allí.
– Wow... – suspiró Rick en cuanto pudo juntar suficiente aire para hacerlo, y Lisa se rió.
– Tenía que esperar a que los niños no estuvieran cerca...
– Sabia decisión – coincidió Rick.
Lisa exageró una pose oficial y le habló a Rick como si fuera un díscolo senador.
– Por algo soy la Primera Ministra, ¿no es cierto?
– Deja de imponerme el cargo – reclamó el Supremo Comandante y al instante recibió un cariñoso codazo en el hombro.
Rick Hunter miró a su esposa, a su compañera de lucha, a su camarada inseparable de casi cuatro décadas... a la mujer que a fuerza de tenacidad, terquedad, entrega constante y valentía había conquistado su corazón. Casi cuarenta años habían pasado desde que la conoció... y aún después de todo ese tiempo, ella seguía siendo para él la mujer más hermosa de todo el Universo.
Casi cuarenta años... en esos cuarenta años él había pasado de ser un piloto civil a ser un piloto de combate, un oficial militar, un almirante y ahora era el máximo comandante militar de la raza humana. Y ella... ella siempre lo había estado guiando, siempre lo había estado conduciendo, primero desde una consola, luego desde un centro de mando, desde el puente de mando de su nave insignia y finalmente desde la oficina más importante de toda la Humanidad.
Y en cada momento él pudo contar con ella... y sentir que además ella lo amaba.
No... saber que ella lo amaba.
Eso valía más para él que cualquier cosa en el universo... quizás con la excepción de sus hijos.
De pronto, Rick comprobó que se había quedado absorto por un buen rato mirando a su esposa a los ojos, y en ese mismo instante de conciencia notó la adorable y nostálgica sonrisa que iluminaba el rostro de Lisa Hayes.
– ¿Por qué la sonrisa, amor? – quiso saber Rick, sólo entonces notando que ella también se había quedado congelada, pero en sus propios recuerdos...
Después de volver por completo a la realidad, Lisa volvió a acostarse y a apoyar la cabeza en su almohada, y trató de poner sus pensamientos en claro para explicarle a Rick lo que le pasaba.
– Estaba pensando que cuándo fue la última vez que tuvimos a toda la familia junta...
– ¿Navidad? – aventuró el almirante, y la Primera Ministra se encogió de hombros.
– Puede ser...
– No fue hace mucho, Lisa.
– Pero se siente como si fuera una eternidad... ya casi ni los reconozco – suspiró con nostalgia Lisa, y su mirada verde se perdió en el techo como si pudiera atravesarlo hacia el espacio.
Rick reconoció exactamente lo que le pasaba a su esposa... lo sabía casi más que lo que sabía él sobre sí mismo, y al instante lo puso en claro para que Lisa dejara de ignorarlo.
– En especial a Danny, ¿no? – dijo con absoluta normalidad el almirante, y ante la sorpresiva reacción de su esposa, Rick rió y volvió a hablar como si hubiera sabido con precisión lo que Lisa estaba por decirle. – Camille no es una mala chica, Lisa.
– Lo sé, claro que no lo es... – se apresuró a aclarar la Primera Ministra, sin escatimar en vehemencia. – Es sólo que...
– Que Danny siempre fue y será tu bebé, ¿no es verdad?
Lisa ya había abierto la boca para contestar pero de pronto decidió que no valía la pena, por lo que se limitó a asentir y a sonreír antes de explicarle a su esposo un detalle que, si él lo hubiera adivinado, le habría valido la calificación de psíquico o lector de mentes.
– Hoy me preguntó si podían compartir dormitorio...
Pero a juzgar por la cara de total sorpresa de Rick, ese era un detalle que el Supremo Comandante no conocía sino hasta ese preciso momento... y Lisa lo disfrutó con esa constante sensación de estar ganando la partida que le daba ese sabor especial a la relación entre ambos.
– Wow – exclamó atónito el almirante y Lisa arqueó una ceja.
– ¿Esa es la única respuesta que se te ocurre, Hunter?
– ¿Necesitabas algo más detallado? – replicó Rick, puesto a la defensiva. – "Wow" lo cubre bastante bien, Lisa...
– Supongo que sí... – coincidió la Primera Ministra. – Es que no me imaginé que algún día iba a ver a Danny con una...
El silencio fue tan intolerable que tuvo que ocuparse Rick de terminar la frase.
– ¿Una mujer?
– Exactamente – reconoció Lisa Hayes, y otra vez cayó el dormitorio en el silencio absoluto.
Otra vez tuvo que intervenir Rick para hacer que su esposa dijera lo que ella misma no estaba dispuesta a decir.
– Dilo, Hayes.
– Es muy joven – dijo entonces Lisa, y de inmediato miró a Rick como si lo que acababa de decir hubiera sido algo horrible.
El alivio que Lisa sintió de ver que Rick sólo sonreía fue inconmensurable.
– No es mucho más joven que lo que era yo, Lisa... – razonó el almirante con exquisita calma. – De hecho y si no me equivoco, yo apenas tenía un año más que él cuando me gané a cierta vieja comadreja parlanchina que no hacía más que molestarme día y noche...
Cuarenta años de conocer a ese hombre habían hecho que Lisa se ablandara un poco en lo que hacía a ciertos temas... pero no demasiado.
El puño de la Primera Ministra de la Tierra Unida se colocó a centímetros de la nariz de su máximo comandante militar.
– Hunter, no busques morir...
– Sabes que no – le aseguró él, poniéndole luego fin a la distracción para que Lisa no se fuera por la tangente. – Ahora, Lisa, dame tu opinión... ¿es Camille una buena chica para Danny?
Con reticencia tal vez exagerada, Lisa se tomó su tiempo y puso a Rick bajo un sufrimiento considerable antes de decir la palabra que el almirante esperaba oír... porque la sabía verdadera.
– Sí – reconoció Lisa, y Rick la besó en la frente primero y en los labios después... aunque la Primera Ministra no permitió que ese placer terrenal durara demasiado. – De todos modos, mañana tendré que tener mi charla "de suegra a nuera" con ella... necesito medirla en persona y sin Danny cerca.
– Pobre niña – se lamentó Rick. – Tenle misericordia.
Lisa sonrió de manera inocente y traviesa a la vez.
– Oh, creo que va a salir muy bien parada de todo esto, Rick... unas palabritas después del desayuno, no más de media hora y después ella podrá seguir tranquila mientras yo me subo al avión.
– ¿Al avión? – preguntó preocupado su esposo. – ¿Tienes viaje?
La Primera Ministra suspiró con resignación: discutir sus deberes con Rick cuando los dos debían estar ocupándose de cosas más agradables era algo que aún después de cuarenta años le costaba superar.
– Inauguran el nuevo puerto espacial de Durban... calculo que estaré volviendo a Ginebra alrededor de la medianoche.
– Aquí me tendrás... – le aseguró el almirante con una mirada y sonrisa lascivas. – Esperándote siempre y manteniendo la cama calentita y lista.
– Rick, eres un pervertido.
– Casi cuarenta años y nunca te has quejado de eso.
Los dos entraron a reírse con ganas y después, como si fuera lo más natural del mundo... que lo era para ellos... aprovecharon el momento para besarse y despertarse así aquellas ganas que ambos sabían que más tarde los haría tocar el paraíso con las manos.
Fue breve, pero fascinante para Rick y Lisa... y tal como ambos lo deseaban, los dejó con hambre de más, la cual tratarían de saciar más adelante.
Pero antes, un pensamiento repentino y fulminante sacudió al almirante Hunter y lo hizo perderse en melancólicas reflexiones.
– Eso es cierto... – admitió entonces Lisa, y para su sorpresa notó que su esposo no sólo no reaccionaba sino que estaba con la mirada perdida en el infinito. – ¿Qué te pasa?
Rick tardó en reaccionar, y Lisa debió sacudirlo para que le prestara algo de atención.
– ¿Eh?
– Estás preocupado – observó ella.
– No, no estoy preocupado... – respondió Rick mientras intentaba ponerse en orden. – Sólo estaba pensando.
– ¿En qué?
El almirante Hunter finalmente se deshizo del libro que de cualquier forma ya no estaba leyendo, y tras dejarlo en el suelo, se enfrentó a su esposa... y ella pudo ver en sus ojos azules el principio de una confesión dolorosa y difícil.
Lisa se fortificó en espera de lo que vendría, y con un simple asentimiento le indicó a Rick que podía decir lo que tenía para decir, pues ella ya estaba lista para escucharlo.
– No sé si sabías de esto, pero... bueno, Max va a pasar a retiro – reveló Rick, y la sorpresa de Lisa ante tamaña noticia fue grande.
– ¿Qué?
– Lo que oiste, Lisa – confirmó con voz extrañamente neutra el almirante Hunter. – Será efectivo a partir de Año Nuevo.
Mil cosas pasaron por la mente de Lisa Hayes, mil dudas e inquietudes acerca de lo que acababa de escuchar. ¿Qué le estaba ocurriendo al piloto más condecorado en la historia mundial como para que pensara en el retiro? ¿Había algún problema del que ella debía enterarse? ¿Qué razones impulsaban esa decisión? ¿Qué tan firme era la decisión de retirarse de las Fuerzas?
Y por sobre todo: ¿cómo estaba tomando Rick la noticia del retiro de su mejor amigo?
– ¿Cuándo te enteraste de esto? – inquirió Lisa.
– Hoy en la Academia... nos lo dijo a Kelly y a mí durante el almuerzo.
– Wow... – fue lo único que Lisa pudo decir luego de concebir en su mente la situación que Rick le estaba mencionando – Qué momento histórico.
Una carcajada triste escapó de boca del almirante Hunter.
– Eso fue exactamente lo que le dijimos.
Lisa se rió con Rick por unos instantes y después, casi por impulso del lado racional de su ser, abordó una cuestión técnica que no podía hacer a un lado ni aunque lo hubiera querido.
– ¿Y a quién piensas poner en su lugar?
Rick no respondió de inmediato; la pregunta de Lisa, como tantas otras cosas de aquella noche y de aquel día, lo había tomado por sorpresa, y fue sólo al cabo de un rápido repaso mental que pudo darle la información que la Primera Ministra necesitaba.
– Reshetnikov es el primer nombre que me viene a la cabeza...
– Pensé que pondrías a Onishi – comentó Lisa y Rick sonrió; era bueno para él que su liderazgo político estuviera al tanto de sus asuntos.
– Onishi es un piloto de combate como Max... y por más que yo lo sea, no puedo dejar que la Jefatura de Operaciones Espaciales sea un feudo de los pilotos de combate – explicó el Supremo Comandante. – Tiene que haber balance, Lisa. Es hora de darle ese puesto a alguien de la flota, y ese alguien es Reshetnikov.
Lisa se limitó a asentir levemente y a mirar a su esposo con orgullo y admiración... aunque todo lo que su esposo notó, tal vez por obra del cansancio, fue el silencio completo que recibió de parte de ella.
– ¿No vas a decir nada? – preguntó exasperado Rick en cuanto el silencio se le hizo del todo insoportable... y para su sorpresa, Lisa sólo se encogió de hombros como si nada estuviera pasando allí.
– Confío plenamente en el juicio del Supremo Comandante de las Fuerzas.
El almirante Hunter meneó la cabeza y aprovechó para besar una vez más a su esposa, retirando sus labios justo cuando parecía que Lisa estaba disfrutando más y más... dejando a Lisa con un tremendo disgusto al ser interrumpida, disgusto que dejó traslucir en el ceño fruncido y en la mirada fiera que le lanzó a él.
Pero hubo algo más en esa mirada... algo que Rick sólo pudo notar cuando ya era demasiado tarde para él, pues reconoció esa mirada como la que Lisa tenía cuando estaba analizando algo de él que pensaba poner en la mesa de discusión.
En el momento en que la Primera Ministra se acomodó el cabello y le habló, Rick maldijo el ser un libro completamente abierto para ella.
– Rick, hay algo más que tienes que decirme.
– ¿Eh? – trató de evadirla Rick aún cuando sabía que no iba a servirle de nada.
– No te hagas el tonto – lo presionó ella, llegando al punto de acorralarlo cuando él parecía estar retrocediendo. – ¿Qué te estás guardando?
Rick se rindió a lo inevitable y reconoció ante su esposa algo que estaba guardando en su interior... algo que lo carcomía y que lo tenía sufriendo en silencio desde hacía un buen tiempo... desde que supo sin lugar a dudas que su tarea ya estaba completa.
El almirante miró a su esposa, a la compañera de toda su vida, y encontró fuerza en los ojos verdes de Lisa para seguir adelante. Si no podía confiar en su esposa, ¿en quién más podía encontrar el consejo y el respaldo que tanto necesitaba?
Finalmente, Rick Hunter suspiró y comenzó a hablar.
– Algo que no le dije a Max en ese momento...
– ¿Piensas retirarte tú también? – preguntó Lisa antes de que Rick pudiera siquiera terminar la idea, y tras dejar que su esposo colapsara momentáneamente ante la sorpresa, ella lo invitó a proseguir. – ¿Por qué?
– Hoy estuve frente a cientos de cadetes para despedirlos en su viaje de instrucción, Lisa... toda una nueva generación – reconoció Rick, mientras todas las emociones sentidas al ver a aquellos cadetes lo volvieron a abrumar como si los tuviera frente a él una vez más, y la idea asomó en su mente con absoluta claridad. – Llegó el momento de que gente como yo nos hagamos a un lado y les dejemos el camino libre a personas más jóvenes y a nuevas ideas.
En silencio, la Primera Ministra de la Tierra Unida asintió y dejó que su esposo siguiera desahogándose... todo lo que ella tenía para decir ya lo decía con su mirada y con la manera en que lo estaba tomando de la mano.
– Lo último que necesito es empezar a creer que soy indispensable, amor. No soy indispensable – sintetizó Rick, y la voz se le quebró por un instante cruel. – Y le haría un daño demasiado grande al servicio si quiero aferrarme al puesto.
Mientras su esposa seguía alentándolo en silencio y demostrándole su cariño y su apoyo con gestos tan pequeños como milagrosos, Rick trataba de parecer normal y relajado, aún después de algo tan íntimo y trascendental para él como admitir que ya había pasado su momento en la historia.
– Además ya estoy viejo y demasiado cansado... – gruñó Rick mientras se acostaba nuevamente y se quedaba con la mirada perdida en el techo.
– No estás viejo, Rick – lo molestó Lisa. – Un poquitín arrugado, tal vez... pero eres un clásico.
– Oh, qué generosa es usted, Primera Ministra...
– Gracias – replicó ella. – ¿Cuándo vas a pedir el retiro?
– Todavía no lo sé... pero ahora que sé que Max también se retira, me parece que aguardaré unos meses más para que no sea un cimbronazo demasiado fuerte – consideró el almirante Hunter. – Sería un golpe demasiado grande tener que poner a un nuevo Supremo Comandante y a un nuevo Jefe de Operaciones Espaciales al mismo tiempo.
– Coincido – le dijo su esposa. – Y dado que tendré que tomarme el trabajo de encontrarte un reemplazante, ¿quién piensas que puede hacerse cargo?
Rick lo pensó muy bien antes de contestar... después de todo, estaba acostado con la persona que tenía el poder para convertir sus propuestas en realidad.
– En honor al balance que mencioné antes, yo nombraría a Reinhardt...
Al escuchar ese nombre, Lisa no pudo evitar carraspear e intervenir a como diera lugar.
– Reinhardt es---
– Lo sé, Lisa, lo sé y pienso como tú... – se apresuró Rick. – Reinhardt es un tipo muy capaz y sabe lo duro que es el cargo... pero nadie podrá aceptar a un general que ordenó el bombardeo nuclear de la Tierra, aún en las circunstancias en que lo hizo.
El almirante sacudió la cabeza. Su posición sobre las acciones que el general Gunther Reinhardt había tomado durante la Batalla del Punto Reflex era la misma que había tenido durante toda su carrera militar: nunca jamás iba a criticar las decisiones que un camarada oficial tomaba en medio de la batalla. Sin embargo, el caso de Reinhardt era uno muy urticante que de vez en cuando azotaba al GTU; nadie le perdonaba al que fuera comandante accidental de la Fuerza Expedicionaria su decisión de bombardear la Tierra con misiles Neutron-S cuando parecía que los Invid no podrían ser expulsados del planeta.
Ya era difícil de tragar para muchos la permanencia de Reinhardt en el servicio activo como Jefe del Ejército de la Tierra Unida... el vendaval político y mediático que podía surgir de nombrarlo como Supremo Comandante de las Fuerzas de la Tierra Unida iba a ser increíble.
Y era por eso que la idea no podría pasar nunca de aquella etapa. Reinhardt lo sabía tanto como el propio Rick... y sólo entonces recapacitó Rick en que aún si llegaba a avanzar con la idea, el propio general Reinhardt se ocuparía de torpedearla con los mismos argumentos que él tenía, y que irónicamente proclamaban quienes no toleraban la presencia de Reinhardt.
– No... – siguió diciendo Rick. – No se lo perdonarán jamás.
– ¿Y entonces? – insistió Lisa tras revisar en su mente su propia lista de generales. – No hay ningún otro general en el Ejército o en los Marines que esté en condiciones.
– Lamentablemente eso es cierto... de modo que tendré que poner a otra persona.
Ante el silencio súbito de Rick, silencio que vino con la cara traviesa que solía anteceder a una sorpresa de parte de su esposo, Lisa Hayes insistió y fue directamente al grano.
– Nómbrala.
– Kelly Hickson – fue todo lo que Rick dijo, mientras su rostro se deshacía en una sonrisa increíble.
La boca de Lisa se abrió tanto como sus ojos... pero ni siquiera así podía ella expresar la rotunda y completa sorpresa que sentía.
– ¿En serio?
– Tan serio como la muerte, amor – dijo el almirante Hunter con un tono adecuado. – Kelly me reemplazará como Supremo Comandante de las Fuerzas de la Tierra Unida... o debería decir "Suprema Comandante".
Lisa Hayes sonrió; en su mente todavía estaba vívido el recuerdo de aquella joven teniente que se había presentado en el departamento provisorio que Rick y ella ocupaban en Monumento, informándoles a ambos que la habían asignado al staff personal de una almirante que todavía no sabía que lo era...
Y esa joven se había convertido en la mano derecha de Lisa por varios años, antes de continuar una carrera que la llevó a comandar naves cada vez más importantes, luego grupos de batalla y finalmente flotas enteras, llevándola hasta la mismísima Jefatura del Estado Mayor de las Fuerzas de la Tierra Unida... y de allí, si todo seguía como lo planeaban, seguiría hasta convertirse en Suprema Comandante.
Y así como Kelly, las vidas de Rick y Lisa estaban llenas de personas que habían crecido junto con ellos en esas décadas... Max Sterling, que de cabo bisoño pasó a ser héroe y leyenda en vida, Miriya Sterling, que de ser piloto enemigo se convirtió en otra heroína de la Tierra y en una de las confidentes más importantes de Lisa...
O Karin Birkeland, que había comenzado siendo la mascota de un escuadrón y luego llegó a comandar una flota entera... o Dan Shelby, que se elevó de las brutales filas de la Infantería hasta recibir el generalato y la confianza de un planeta entero para que sirviera como su gobernador.
Tantos rostros... tantos momentos... tantos años...
– Dios mío, qué lejos ha llegado esa chiquilla – suspiró con nostalgia Lisa. – ¿Se lo dijiste?
– No todavía.
La Primera Ministra se estremeció.
– Pobrecita, no quiero imaginarme lo que sentirá cuando se entere.
– Tendré a un equipo médico a la espera... – le aseguró risueño el almirante Hunter. – De todas maneras, falta mucho hasta que haga todos los trámites.
Ella agradeció con un gesto y luego se vio acosada por otra duda que deseó calmar con urgencia.
– ¿Pero ya sabes cuándo piensas hacerlo? – quiso saber Lisa, y Rick no tuvo otra respuesta salvo su propia incertidumbre.
– Nunca antes de Año Nuevo... quiero dejar que todo lo de Max se solucione.
Lisa pensó un poco antes de volver a hablar, y ese silencio le indicó a Rick que quizás había algunas complicaciones a tener en cuenta.
– ¿Podría pedirte que lo hagas unos meses antes de septiembre del año próximo? – solicitó de pronto la Primera Ministra, pero Rick le contestó con otra pregunta.
– ¿Por qué?
Lisa esbozó una gigantesca sonrisa... el tema que quería tratar era muy serio y trascendental, pero la sola idea de volver a sorprender a Rick –esta vez con el equivalente de una bomba atómica en términos de sorpresa– fue demasiado para ese rincón de su alma que se mantenía siempre jovial y juguetón a pesar de todo.
Mientras tanto, él seguía mirándola, con inocencia y perplejidad en esos ojos azules a los que cuatro décadas de esfuerzo y sacrificio no le habían quitado ni brillo ni encanto... y Lisa debió morderse los labios para no besarlo allí mismo y dejar el tema colgando en el aire.
Resuelta, la Primera Ministra inhaló y luego fue directo al grano:
– Porque pienso dejar el cargo después de las elecciones y no quiero dejarle a mi sucesor el regalo de despedida de tener que nombrar una nueva Suprema Comandante... así sea Kelly.
El silencio que siguió a esas frases fue ensordecedor. Y no era para menos, ya que ni siquiera Rick Hunter, que conocía a su esposa como nadie más lo hacía, podía imaginar que ella albergaba la intención de dejar el cargo de Primera Ministra luego de las elecciones senatoriales fijadas para 2048.
El efecto fue el que Lisa esperaba... sólo que más grave: Rick se sacudió como si le hubieran golpeado la cabeza con un mazo, y todavía confundido, no atinó más que a mirar a su esposa y comandante en jefe con absoluta incredulidad. La boca del Supremo Comandante había quedado abierta hacia un costado, y era un milagro que no le colgara un hilo de baba...
Luego de contener los esfuerzos por reirse, Lisa trató de traer a su esposo de regreso al mundo de los vivos.
– ¿Rick?
A Rick le tomó unos buenos instantes recobrar cordura y conciencia... y aún así, su voz tuvo un dejo de estupefacción que era más digno de un niño de seis años que del comandante uniformado de las fuerzas armadas de la Humanidad.
– ¿Vas a renunciar?
– No... – intentó explicar ella. – Veré qué sale de las elecciones para el Senado y le dejaré el gobierno a quien el Senado quiera poner en mi lugar.
La mano derecha de Lisa acarició suavemente la mejilla de Rick, infligiéndole un dulce tormento al hombre de su vida como para curarlo del shock.
– Y mis razones son las mismas que las tuyas, pilotito – dijo suavemente ella antes de besarle la barbilla.
Pero, cosa curiosa, Rick no reaccionó al beso como Lisa estaba acostumbrada a que lo hiciera; en vez de eso, el Supremo Comandante seguía con la mirada medio perdida, tratando de asimilar la histórica noticia de la que acababa de enterarse.
– Esto es una primicia... una verdadera primicia – repetía Rick, y después miraba a Lisa con ternura y complicidad. – Si tan sólo supieran qué historia hacemos en esta habitación...
Ahora sí él la besó con todas sus fuerzas, y sonrió al sentir que Lisa arqueaba la espalda y maniobraba para ponerse sobre él... quizás ya estaban cerca del momento que los dos querían alcanzar desde que se acostaron en la cama.
Pero antes de ese momento, los dos se miraron a los ojos... y al hacerlo, cada uno miró el alma del otro.
– Y después hablan de la "relación demasiado cercana" entre nosotros dos – bromeó ella, y Rick la besó antes de contestar.
– Si tan sólo supieran... – gruñó él entre beso y beso. – Así que me has dado una linda sorpresa, Lisa. A partir del año que viene, no tendremos nada que hacer...
– Querrán que asuma una banca vitalicia en el Senado – murmuró la Primera Ministra, aunque rápidamente buscó consolar a su esposo. – Pero trataré de ocuparme de eso lo menos posible.
– Excelente – dijo Rick con toda la satisfacción que podía lograr y con toda la expectativa que el futuro le deparaba. – Sólo quiero que los dos estemos juntos y disfrutar el tiempo que tenemos...
La sonrisa de su esposa pudo iluminar la noche sin problemas.
– En Woodland... en medio del silencio y de la tranquilidad... despertándonos a la hora que queramos.
– ¡Naturalmente! – coincidió efusivamente el almirante Hunter antes de perderse en lo que su imaginación le prometía. – Lejos de cualquier ciudad... lejos de cualquier ruido... lejos de cualquier crisis, emergencia o político demente que quiera hacernos molestar.
– Y contigo.
Rick asintió torpemente, todavía hechizado por un par de ojos verdes que lo enloquecían.
– Y contigo – repitió él, igualando la sonrisa que le regalaba su esposa.
– Es el mejor panorama que puedo imaginar... paz absoluta...
Los dos volvieron a soñar con ese futuro... con esa paz que habían comprado al precio de tanto sacrificio y esfuerzo, con ese mañana de reposo y tranquilidad que ciertamente se habían ganado a pulso. Y ese mañana venturoso y pacífico, en el que el peso brutal de las responsabilidades que ambos habían aceptado ponerse sobre sus espaldas iba a liberarse, se abría ante Rick y Lisa como la meta de sus vidas.
Y en ese mismo momento lo sintieron.
Estaban a tiro de piedra de la meta. La línea final. El momento final de la larga carrera que ambos habían empezado en su lejana y tierna juventud... el final de todos los desafíos.
Ya no quedarían desafíos para ambos. No habría nuevas metas por alcanzar, nuevos triunfos, nuevos logros... sólo el futuro. El largo atardecer de sus vidas.
Y la noche inevitable luego de una tarde calma y pacífica.
Fue como descubrirse al borde de un precipicio... o al menos así lo fue para Lisa Hayes, quien repentinamente se irguió en la cama y miró a su esposo, con preocupación y una leve ansiedad en sus ojos.
Rick se incorporó para verla mejor. Ella estaba hermosa allí a su lado... y tan preocupada que todos los instintos protectores del almirante se activaron al instante.
– ¿No te parece, Rick? – dijo ella con preocupación, y Rick debió pedir una aclaración.
– ¿Qué cosa?
Lisa recorrió el espacioso y cómodo dormitorio matrimonial, buscando las palabras adecuadas para traducir sus sentimientos... pero cuando su recorrido la llevó a ver los ojos y la sonrisa de su esposo, su corazón supo qué decir, aún cuando las palabras pudieran sonar toscas a oídos suyos y de Rick.
– Que ya no nos queda nada por delante... que ya lo hicimos todo en esta vida... que lo que viene no va a ser especial...
Pareció por un segundo que Lisa tenía algo más para decir, pero bastó que Rick pusiera un dedo en sus labios para que no lo dijera. Él ya lo había entendido todo sólo con mirarla a los ojos.
Y al instante supo qué hacer.
– ¡Por favor! – comenzó a decir Rick, sonriéndole a su esposa mientras se acercaba para abrazarla y acostarla junto a él.
Ella se dejó abrazar, sin dejar de mirarlo a los ojos, y por unos segundos ninguno de los dos dijo ni una palabra.
– ¿De qué estás hablando, Lisa? – dijo Rick Hunter mientras Lisa Hayes lo escuchaba con toda la atención del mundo. – Lo mejor todavía está por venir.
---------- FIN ----------
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NOTAS DEL AUTOR:
* Bueno, mis muy queridos amigos, acá termina "Renacimiento" luego de dos años de escritura y catorce meses de publicación. Llegar al final, después de todo este tiempo, es algo que no puedo describir… es una mezcla de alivio, satisfacción, alegría y tristeza que no tiene nombre que la pueda definir bien. Y quizás sea mejor que no pueda hacerlo, porque no le haría justicia a esas emociones…
* A quienes de ninguna manera podré hacerles justicia es a todos ustedes, que han estado siguiendo y leyendo estos capítulos con los que los he atormentado durante estos meses… realmente no saben lo que significa para mí que hayan dedicado su tiempo a leer la historia que les presenté, a hacer sus comentarios, dejar sus reviews y darme el verdadero honor y gusto de su amistad. Espero seguir en contacto con ustedes aún en este período en que me llamo a cuarteles de invierno en el mundo de los fics… y como siempre, les deseo la mejor de las suertes y todas las bendiciones para ustedes y para los suyos.
* Además, no podía cerrar esta historia sin extenderles un agradecimiento infinito y un abrazo enorme a mis amigas, betas, colegas de escritura y de martirio, a Evi, a Sara y a Kats, sin las cuales mi paso por esta locura de los fics hubiera sido mucho más solitario y desolado… ¡muchísimas gracias por su apoyo, su aliento y su amistad! ¡Suerte, colegas!
* Y va desde ya un pedido de disculpas por la demora en publicar el capítulo… la locura de la vida cotidiana no deja ni un solo respiro.
* ¿Qué sigue ahora?
Bueno, ahora me esperan algunos meses de "H2olidays" para reposar de toda esta locura, pero esto no quiere decir que no vuelva por acá… en principio les comento: ya tengo la idea y el argumento para el próximo fic de varios capítulos, vengo pensándolo en la cabeza desde hace un buen tiempo. Sin embargo, ese fic no tiene ni siquiera una palabra escrita, por lo que ni pregunten por la fecha de publicación porque ni sé la fecha en que voy a comenzar a escribirlo…
Muy probablemente, antes de eso, me de una vueltita por este sitio con algún one-shot (o quizás historias de dos o tres capítulos)… los temas de estas historias me dan vueltas por la cabeza, y uno de esos temas tiene que ver con cierto "spin-off" que veo que algunos andan pidiendo por allí… jejejejeje… pero no puedo prometer nada… ni siquiera sé con qué voy a empezar.
Por mi parte, y habiendo publicado lo que debía publicar, agradecer lo que tengo que agradecer, y decir lo que me quedaba por decir, ya es hora de despedirme...
¡Muchísima suerte en todo, muchísimas gracias por todo y espero que sigan bien!
Hasta la próxima historia.
M. Theisman
Buenos Aires, República Argentina.