Across The Universe.


1. Buenos, regulares y malos recuerdos. (Sirius Black)

Hay algo en esta casa que sigue poniéndole los pelos de punta. Es el frío que se filtra por las paredes y humedece el ambiente. Y a veces huele a podrido. Como si hubiese un montón de cadáveres en descomposición en el sótano. Seguramente es ahí donde su madre guardó a su hermana Andrómeda y a él mismo. Todo está cubierto de moho y polvo. Es como la casa encantada de esa película muggle que Lily les enseñó una vez.

Si James le viese ahora se echaría a reír y se burlaría de él. Puede oír su voz en su cabeza. Es de las pocas cosas buenas que le quedan. "¿No dijiste que no volverías a esta casa mientras estuvieses vivo?" Luego esa risa que no era tan basta como la suya pero que resonaba casi lo mismo en los amplios corredores de Hogwarts. Otra voz trémula, la que solía sonar en la celda más fría y más húmeda que esta casa contestaría con un "a veces estoy muerto, James." Nadie se echaba a reír después.

Sube las escaleras con paso lento y pesado. Como si fuese el último día de su vida, sus últimos minutos y al final de las escaleras le esperase la muerte más atroz. Ríe. Ha muerto ya varias veces, de diferentes modos y todas demasiado intensas como para poder explicarlas sin que alguien piense que todos los años en Azkaban han acabado volviéndole realmente loco. Posiblemente tendrán razón.

Se para a leer la inscripción en la puerta.

No entrar sin el exclusivo permiso de

Regulus Arcturus Black.

Maldito Regulus y su pomposidad.

Pasa la mano por las letras y recuerda un tiempo en el que los dos fueron niños y su madre intentaba envenenarles la mente sobre la pureza de los magos. Ambos demasiado inocentes como para entender de qué hablaba su madre con tanta pasión, o para comprender las historias sobre aquel hombre que liberaría al mundo mágico de los sangresucia que solía contar su padre en la cena. Porque estaban ocupados es ser solo unos niños, que correteaban por las escaleras y jugaban a duelos en los que utilizaban como varita viejos palos de madera o ramas que Kreacher recogía en el jardín. Un tiempo en el que Sirius pensó que su hermano pequeño era su mejor amigo y que jamás podría querer a otra persona de ese modo. Simplemente le adoraba.

Irónicamente fueron sus años en Hogwarts, la época más feliz de su vida, cuando se destrozó su relación por completo. Odiaba todo lo que Regulus quería ser y el hecho de quererlo del modo en que lo hacía solo agudizaba la desazón y la repugnancia que le originaban aquellos discursos sobre ser mortifago.

Se tumba en su vieja cama con los posters de todas esas chicas muggles sonriéndole desde las paredes. Pensó en todas las noches que lo habían hecho mientras se masturbaba y oía los gritos de su familia alabando al Señor Oscuro. Golpea con los pies la vieja colcha y una nube de polvo se eleva hasta el techo. Cierra los ojos y maldice mil veces a Dumbledore. A Voldemort. A Dumbledore otra vez. A la maldita Orden del Fénix. Sin un orden muy coherente porque entiende que todos tienen la culpa de su encierro aunque a niveles diferentes y para él es una razón suficiente.

- Maldito hijo de puta.

Se permite decirlo en voz alta porque su madre ya no está para gritarle. No en su habitación y es muy posible que no le oiga desde el retrato que con tanto amor se encargó de dejar para la posteridad. Incluso estando muerta es capaz de recordarle que es un bastardo y un traidor. Esta vez ha preferido no gastar saliva en ella. Merlín sabe que la necesitará para otras cosas. Para discutir con Remus porque se quejará todas las veces que le de la maldita gana por estar encerrado. Para gritar a Snape y pelearse con él, aunque sin James no será lo mismo. Para hablar con Harry.

O tal vez para no hacerlo.

Hará lo que su ahijado quiera que haga y lo cierto es que lo único bueno de este encierro es que en apenas una semana volverá a verle la cara. Flacucho, triste, con ojeras debajo del verde que tanto le recuerda a Lily y con esa sonrisa que otras veces le recuerda tanto a James.

Fin.


N/A: más información en mi profile.