Disclaimer: La mayor parte de los personajes, lugares, hechizos, y, en resumidas cuentas, ese mundo mágico, pertenecen a J.K. Rowling, y no a mí, que tan sólo los cojo prestados.

Capítulo 19: ¿Quién atacó a Godric Griffindor, Sr. Malfoy?

Apreté los puños con fuerza. Quizás con demasiada fuerza. Menuda mierda. En cuanto desaparecieron tras la puerta salí de mi escondite, debajo de la mesa. Cogí el libro que había cogido ella. Claro. ¿Cómo había podido ser tan imbécil? Lo peor de todo es que la carta ya había desaparecido. Pasé sus páginas. Hice una mueca. El libro era de Aritmancia.

- ¿Han entrado aquí, no es cierto señor Malfoy? Están muy equivocados si piensan que me chupo el dedo. – no lo había escuchado entrar y su voz me tomó totalmente por sorpresa. Tiré el libro encima de la mesa.

- Sí, señor. Y, además han logrado encontrar la carta. – Slytherin no me contestó, pero no se le notaba contento precisamente. Y yo tampoco es que esté eufórico.

- ¿Dónde estaba? – preguntó, tras un largo mutismo.

- Entre las páginas de ese libro.

- Debí imaginarlo. Griffindor lo dejó ahí para que ellos lo encontraran. Espero que no se interpongan más en nuestro camino. Sobre todo Nikelius, Leonard o… Galiana. – Sentí enfurecer cuando nombró a la chica.

- ¿Y Granger? – Torció el gesto al escuchar su nombre. Yo simplemente tragué saliva.

- A la señorita Granger la necesitamos. Ya sabe, señor Malfoy, cuál es el plan. – Yo lo miré, con el ceño fruncido, mientras señalaba cierto libro de una estantería. Apreté más el puño. Conteniendo toda la presión. Deseando poder abandonar ya el despacho.

- Tranquilícese, señor Malfoy. Lo veo demasiado tenso. Puede marcharse. Y recuerde llevar cuidado mañana. Recuerde cómo proteger sus pensamientos. – Asiento, evito contestar, total ¿Para qué?

Sin despedirme, salgo del despacho. Cuando me miro las manos las encuentro impregnadas de sangre. He apretado con demasiada fuerza.

Los pasillos están desérticos, y a cada paso, las palabras de Slytherin, que todavía resuenan en mi cabeza me irritan más.

Y evito también acordarme de la escena que me he visto obligado a presenciar cuando ha entrado el maldito principito y Granger. Totalmente vomitivo. Sé que ella me ha visto. Pero no me importa. ¿Acaso ha pensado por algún momento que tenía miedo de que me viera el principito? Hubiera estado encantado de enfrentarme a él. Me doy cuenta de que vuelvo a apretarme las uñas en la palma de mi mano con demasiada fuerza. Intentaré tranquilizarme. Mientras recorro el pasillo, llega hasta mí un olor a quemado. ¿A quemado? El olor que me llega es mucho más repugnante. Da tanto asco que hasta dudo si ir a ver qué ha pasado. Me doy cuenta de dónde procede. Pego un fuerte suspiro. Viene de la habitación que hay en la torre, de eso no cabe duda.

Comienzo a subir escaleras, y el olor se hace más intenso. Me tapo la nariz con una mano.

Cuando entro a la habitación, el olor es casi insoportable. Me percato de lo que ha sucedido. La puerta quemada del fondo.

Malditos niñatos entrometidos. Granger ha traído al principito y el bufón, por supuesto, aquí arriba, para ver qué hay detrás de la puerta. Creí que no volvería a intentar abrirla.

La puerta ha quedado completamente destruida. Mierda de niñatos. Siempre metiendo las narices dónde nadie les ha dado permiso.

Echo un vistazo detrás de la puerta. Los cadáveres de los muggles vagabundos en descomposición presentan un espectáculo lamentable, y las crías de serpientes ya son de un tamaño considerable, se revuelven, nerviosas, al fondo de la habitación, siseando al verme, como muertas de hambre. Lo mejor de todo es que esos tres no saben para qué sirven, ni cuál ha sido su función. Hago otra mueca repulsiva. No tienen ni idea de que ya todo está preparado para la limpieza.

Giro sobre mis talones y veo que mi violín está tirado boca abajo en el suelo. ¿Pero qué se han creído? Hijos de la gran…

Cojo el violín y le doy la vuelta. Una cuerda rota y la madera un poco hundida de un lado. Lo dejo encima de la mesa y aprieto de nuevo el puño.

- No te muevas, Malfoy. – Oigo a mi espalda. Sonrío con cinismo. Me lo debí imaginar. Me giro, sin dejar de sonreír. De debajo de la capa invisible aparece el principito, apuntándome con su varita. Miro alrededor por si también están por allí el bufón o Granger. Pero no hay ni rastro de ellos. Pero sé que pueden estar ocultos también debajo de la capa.

- ¿No es un poco tarde para que andes tú solito por estos lugares? – le pregunto, arrastrando las palabras.

- Mira, he cazado una serpiente con las manos en la masa – dice, con una sonrisa estúpida. Sé que no me va a atacar, pues eso tiene esta gente, que es imposible que cometan alguna locura sin dejar de sentirse culpables. - ¿Qué es todo eso que hay dentro, Malfoy? ¡Contesta! – Oh, parece que el principito está enfadándose.

- Creo que es obvio, señor Griffindor. – pongo cara de asco. - ¿De verdad es necesario que me interrogues aquí? – Arruga la nariz. Imbécil.

- Malfoy, tú lo debes saber todo. Si no he hecho esto antes ha sido por Hermione. – Levanto una ceja. Me parece patético que nombre a Granger. Primero la besa ante mis ojos y ahora ¿De qué va?

- Parece que te ha dado bien fuerte, ¿No es cierto? – intento desviar la conversación. No me gusta nada estar a solas con este tío. Se le puede ir la olla o algo y chamuscarme. Aunque dudo que lo haga, estoy cansado… No me contesta, pero tampoco espero que lo haga. Hablar de lo que he visto hoy, no es algo que me apetezca. Doy unos pasos hacia la puerta.

- Malfoy, ni se te ocurra mover otro pie.

- ¿O qué? Sabes de sobra que no me puedes hacer nada. Le salvé a Granger la vida allá arriba. Y deberías estar agradecido por ello. – Parece que va a estallar de furia. Al final se le quita esa cara de tonto.

- ¡¿Quién preparó el ataque a mi padre?! – Sonrío con cinismo de nuevo. Se está poniendo nervioso. Me encanta. Doy otro paso más hacia la puerta. Ya me queda menos.

- ¿En serio quieres saberlo? – dejo que mis palabras llenen el silencio. ¿Cómo puede ser tan imbécil? – Sólo te diré… El culpable no está demasiado lejos…

Aprovecho que agacha la mirada, pensativo, para echar a correr y bajar las escaleras.

- ¡Malfoy! - ¿Por qué me grita? ¿Acaso piensa que lo voy a esperar con las manos abiertas? Siento que varias veces está a punto de alcanzarme, pero en cuanto salimos al pasillo principal me relajo. Y comienzo a andar deprisa, pero sin correr. Dejo que Griffndor me alcance. Mi paso se vuelve presuroso, pero tranquilo a la vez. Ha guardado su varita.

- Descubriremos quién está detrás. No sé quién eres Malfoy, pero seas quién seas, no tienes escapatoria. Te cogeremos. - Instintivamente, lo cojo por el cuello y lo pongo contra la pared, dando un puñetazo en la piedra que hay al lado de su cabeza. Los nudillos me duelen, pero mi expresión no varía. El principito tampoco da muestras de miedo. Eso me irrita.

- Cuidado, Malfoy. – me avisa. Eso mismo me hizo él en el partido de Quidditch. Lo dejo y me largo a las mazmorras, donde está la sala común de Slytherin.

He vuelto a perder los nervios. Slytherin ya me lo dijo. Me dijo que llevara cuidado.

Dentro de la sala común no hay casi nadie, todos deben de estar cenando. No pienso bajar a cenar.

- ¡Draco! – Alguien me llama. Es la pesada de Jane. Creo que tiene algún tipo de obsesión conmigo. La verdad es que la chica está muy bien, muchos babean por ella, y no sólo de la casa de Slytherin.

- ¿Dónde has estado? – Lo que menos soporto en este mundo es que intenten controlarme. Me pasan millones de respuestas por la mente, y ninguna nada agradable. ¿Qué le importa a esta cría donde haya estado? Frunzo el cejo. Ella parece tensa.

- Con Slytherin . –digo, sin más. Me apetece ser desagradable con ella, pero por hoy creo que paso. Ella parece haber captado mi mal humor y decide callar. Sabia decisión.

- Dios mío, ¿Qué te ha pasado en las manos, Draco? ¿Quién te…? – Me intenta coger una pero yo la aparto violentamente. ¿Cómo se atreve…?

- Dudo mucho que sea de tu incumbencia. ¿Es que no vas a cenar hoy tampoco?

- No tengo hambre. – baja la mirada. Parece que me quiera decir algo, pero no entiendo el qué. Me siento en la butaca y miro los fríos muros de la sala común. Meto la mano en mi túnica y encuentro un pergamino mal doblado. Cierro los ojos. Son esas palabras que recibí anoche de Granger.

- ¿Sucede algo? – Los abro de nuevo.

- No, Jane, déjame.

- ¿Sabes? Piensen lo que piensen los demás, yo creo que no eres ningún traidor. Así que no debes por qué avergonzarte. – Justo lo que necesito. Que me recuerden que no soy bien recibido con los "míos" desde que me encontraron en la torren en que torturaron a Godric Griffindor. Ni Lizardo ni los demás confían en mí. Pero como tengo el apoyo de Salazar, les toca tragar el orgullo. Su estilo me gusta, pero la crueldad de todo lo que llegan a hacer, vamos no lo trago ni yo.

- Lárgate de una vez. – le digo sin inmutarme. Ella arruga el entrecejo. Sé que está acostumbrada a que le hable así.

Voldemort me dijo que la clave de su victoria residía en cambiar el pasado. "Busca a Salazar Slytherin", me dijo, "Mis mayores poderes proceden directamente de él. Sabrá lo que hacer, para deshacerse del antepasado de Potter".

"¿Por qué no puede hacerlo otro?" Recuerdo que no me tembló la voz, a pesar de que estaba aterrado. "Porque hay una persona… Una persona que debe abrir el portal."

"¿Y quién…?" Supe que era algo que yo mismo debería averiguar. Ahora pienso, y recuerdo la sensación que me recorrió. Viajar al pasado, siglos atrás. Es algo que ni Harry Potter habrá osado soñar…

Pero el trabajo con Granger es más complicado de lo que creía. Sin darme cuenta vuelvo a apretar el puño. Me voy a terminar por destrozar las manos.

Encima ha encontrado la carta, que estaba en nuestras propias narices.

Volver a mi tiempo es la menor de mis preocupaciones ahora. Lo era cuando no tenía el cobijo de Salazar, pues mi supuesto primo no es demasiado hospitalario. Slytherin descubrió que Granger y yo veníamos del futuro. Cómo lo supo, no tengo ni idea. Él ha evitado hacerme muchas preguntas, lleva mucho cuidado en lo que respecta el futuro. Él me ha enseñado que con las cuestiones del tiempo no se debe jugar. Aún así, sé que guarda algo, está preparando algo que sólo Granger o yo podemos hacer… Lo puedo percibir. Puedo percibir que Granger le importa mucho. Y eso, no entiendo muy bien por qué, no me deja de preocupar. Tengo miedo. Claro que tengo miedo, pero sé que cuando vuelva, todo acabará, ya no tendré que temer a nada ni a nadie jamás.

Cojo el pergamino entre mis manos, ese con unas pocas palabras. Tendré que contestarlo. Pero ¿Qué puedo responder? ¿Qué respuestas le puedo yo dar?

Justo cuando me levanto de la cómoda butaca, se abre la puerta principal.

- Huele a mierda. – dice la voz de mi primo nada más entrar. Yo hago una mueca. Será mejor evitarlo.

- Tú, ¿Ni siquiera bajas ya a cenar, traidor? – permanezco serio. - ¿O es que nos tienes miedo? – Más Slytherin comienzan a entrar a la sala común.

- He estado aquí, primo. ¿Necesitas de mi compañía para satisfacer tu cena?

- Uuuhh. – corean algunos. Levanto una ceja. Jamás pensé que no pueda soportar ni a los de mi propia familia.

- Me preguntaba si ahora preferías bañarte en fango en lugar de con agua. Quizás deberías vivir en una pocilga. Hueles a mierda quemada– Yo también te quiero primito.

- Desde luego allí me acogerían mejor.

- ¿A qué huele? – Van preguntando algunos que acaban de llegar. No me había dado cuenta de que mi ropa se había quedado con ese olor putrefacto además de chamuscado de nuestro queridísimo principito.

- ¿Has asado una rata? – me pregunta Elliot.

- Pretenderá traicionarnos, como en el estadio. – Dice Lizardo, con la boca pequeña.

- No. Yo no… - pero no atienden a razones. Algunos se quedan a escuchar, otros pasan y se van a dormir.

- ¿No? ¿Y dónde has estado esta tarde?

- Hemos estado aquí los dos. – Salta Jane antes de que yo pueda volver a responder con una cínica respuesta. Entonces suelta una risita de esas nerviosas, medio estúpida. – No quería que se enterara así todo el mundo pero… - De Lizardo surge una risa lasciva, alguna vez he hecho alguna parecida, pero no recuerdo cuando. Jane me mira, buscando algo de complicidad, de compañerismo. Yo ni siquiera la miro. ¿Acaso se piensa que me está haciendo algún tipo de favor?

Cuando me levanto para ir a la habitación nadie dice nada y se quedan hablando.

¿Qué puedo responder a Granger? Lo mejor sería no contestar nada. Me muero por ver su cara de ansiedad. Saco la carta del bolsillo. Me vienen fogonazos de cuando besa a Nikel. No puedo evitar poner una mueca y apretar instintivamente el puño. De verdad, lo que hay que presenciar. Sin querer noto que me he puesto de peor humor.

Me vuelve a salir sangre de las manos, aunque no entiendo muy bien por qué. Rompo la carta que me ha enviado. Me levanto y me enjuago las manos. Así mejor.

- Draco, ¿Necesitas ayuda? – Me vuelvo, y ya con vestimenta de dormir encima de la cama, veo a uno de los compañeros de cuarto. Es Rutter, un chaval bastante raro. Su aspecto es agradable, aunque su comportamiento…. Parece más un fantasma. El único que me soporta y al único a quién soporto en realidad. Es el típico que parece medio subnormal para ciertas cosas, y después te sorprende con jugadas de ajedrez de infarto. Además creo que toca el piano. A ver con qué me sale ahora.

- Sí. – lo miro de reojo. - Necesito que te calles. Permanece ahí, como si no estuvieras, ¿Bien?

- ¿Para quién es la carta? - ¿Qué le digo para que se calle y se vaya dormir? Ah, ya lo tengo.

- Para una chica.

- Entonces que sea algo bonito.

- No va a ser algo bonito, Rutter.

- ¿Por qué? – me mira con desinterés fingido.

- Porque todo lo que puedo contestar a tres palabras es algo horrible. Algo terrible.

- Eso no le gustará. – Lo dicho, parece que esté hablando con un niño de seis años. Hago una mueca.

- No pretendo que le guste. – Digo a media voz. Cuando vuelvo a mirar observo que duerme como un bebé. Me quedo un rato más frente al pergamino en blanco. Se me ocurren mil cosas que decirle, nada agradables. Sobre por qué, por qué ha tenido que liarse con ese asqueroso… Hago otra mueca. En realidad no me debería importar. En realidad no me importa en absoluto. Lo que haga con su vida la "Doña perfecta" ya no es cosa mía. Además se de sobra que la hará sufrir. Ojalá que la haga sufrir. No, no… En realidad me da igual lo que haga esa sangre sucia… En realidad…

***.

El desayuno del día siguiente no se puede definir como algo agradable. Bueno, en realidad ninguno lo es. Pero, francamente ya me estoy acostumbrando. A tener que hacerle una buena comprobación a la comida para comprobar que mis queridos compañeros Slytherins no se les haya ocurrido envenenarme. Ajá, la lucha por la supervivencia.

Lizardo me envía miradas y gestos grotescos con la mano. Me odia y yo también lo odio. Me da verdaderas arcadas saber que yo desciendo de esa cosa. Al principio parecía que la cosa entre nosotros pintaba bien hasta que comenzaron a martirizarme. Yo tengo mis propias defensas, cómo no. Pero lo peor de todo es que para cualquier movimiento que haga todo el grupo me obligan a permanecer con ellos. Dicen que debemos parecer unidos, porque así seremos invencibles. Y si quieres salir (porque intentar, lo he intentado) te dicen uno de esos agradables insultos y después te amenazan de muerte. A mí amenazas, no saben con quién hablan. Menos mal que ahora tengo la protección del propio Slytherin, que es mucho más de lo que pudiera desear. Me meto otro trozo de huevo frito a la boca, intentando no visualizar todos los insultos que se me pasan por la mente al contemplar a mi "primo".

Tengo a la perrita en celo esta a mi lado, sin parar de mirarme. Jane. No es que desprecie compañía femenina. Por supuesto que no. Pero me da pena. Es una cría y no sabe ni lo que hace. Además, ya ves lo que pasa con ese tipo de mujeres, que después te la pegan con otro, y el honor por los suelos. Además el carmín que se ha puesto es los labios es más intenso si puede ser que normalmente. Por Dios, como no deje de mirarme le voy a soltar una de las mías. Me reprimo un poco más.

- ¿Has dormido bien Draco? – Me dice, mientras se acerca un poco más. ¿Pero qué se cree que hace esta mocosa?

- ¿Acaso no debería dormir bien? – Levanto las cejas. Sé que soy guapo, pero esto está pasando de castaño oscuro. Me echa una mirada sensual. Hago media sonrisa de esas cínicas, de joven salido. Ella se ríe escandalosamente. Ese tipo de risa no la soporto. La detesto.

- Claro que no, pero dormirías mejor si tú y yo…

- Señor Malfoy. – Jane se separa de mí violentamente, y baja la mirada. Lo dicho, una perrita en celo. Levanto la mirada. Es el señor Spivak, el profesor de defensa contra las artes oscuras.

- Creo que lo están esperando para partir al ministerio. – Asiento mudamente y me levanto. Los de mi casa me echan todo tipo de miradas. La verdad es que me he ganado el respeto e incluso la admiración de algunos de ellos, sobretodo de los más jóvenes. Aunque el líder aquí sigue siendo Lizardo.

Sigo al profesor que me lleva al vestíbulo. Tengo pensada la respuesta de muchas de las posibles preguntas. Ya me ha instruido Slytherin a bloquear en parte mi mente para hacer imposible su lectura por medio de legeremencia… Spivak se detiene y me sonríe, con burda fantasía.

- ¿Qué ocurre, profesor? – Le iba a preguntar más bien "¿Se ha vuelto usted idiota? ¿Por qué se detiene?"

- Nada, nada… - parece pensar algo, hasta volver a abrir la boca.- ¿Sabe usted oclumencia? – Arrugo el entrecejo. Era eso justo lo que estaba pensando. ¿Casualidad?

- No mucho… ¿Usted sí?

- Lo suficiente, Malfoy, lo suficiente…

Llegamos al vestíbulo. Y ahí los veo. A los tres. El corazón me comienza a ir deprisa. Están bromeando sobre algo. ¿Habrá leído ya Granger mi carta? Se ha hecho un recogido en el pelo bastante complicado, pero bien logrado. Un momento. ¿Me estoy fijando en Granger? Aj.

Los otros dos van ataviados como siempre. No saben cómo me encantaría ser como ellos. Cómo me encantaría ahora poder bromear con alguien sin más. Bueno, está claro que soy diferente. Y eso también me gusta. Miro al principito antes de estar lo suficientemente cerca como para que nos vean. Parece demasiado feliz. Estúpidamente feliz y alegre. ¿De qué puede estar tan contento? ¿De haber besado a Granger? Vaya estupidez. Además yo le gané, porque lo hice antes, y mi beso fue claramente superior al suyo. En definitivas, soy mejor que el principito. Me miro la mano con asombro. Mierda, otra vez he apretado demasiado.

Bajo las escaleras con el profesor Spivak con la cabeza bien alta.

Nada más aparecer tres miradas se clavan en mí. Eso, observar mi belleza natural. Veo como Granger arruga el entrecejo claramente. Sí, ha leído mi carta. ¿O me mirará así por lo de ayer? Sabe que los vi y ella me vio allí. Después su mirada se desvía a mis manos. Las cubro con rapidez. El principito me mira como afirmando "Tú sabes demasiadas cosas. ¡Ah! Y ni se te ocurra mirar de nuevo a Granger de esa manera". Yo pego un resoplido. Con ellos está el profesor Halfport, quién me manda una mirada ceñuda con sus dos pequeños ojos azules. Desvío mi mirada de la de él, algo incómodo.

- Buenos días Spivak.

- Buenos días. Veo que nos han encomendado el trabajillo de llevar a estos pimpollos al ministerio. – contesta Spivak. Observo como Granger le echa una mirada de tensión. El principito se le acerca por detrás en plan posesivo. Maldito cabrón…

- Iremos fuera de los confines de Hogwarts y de allí nos trasladaremos al ministerio donde serán entrevistados con el ministro para esclarecer este siniestro capítulo del ataque a Griffindor. – dice con cierto resabio, Halfport. Su aspecto es tan débil en estos instantes y tan sumiso, que incluso me cuesta entender que exista alguien así en el mundo. Mi mirada se centra en él sin ningún disimulo.

- ¿A qué hora volveremos? – pregunta el bufón.

- Sin duda hasta que haga falta, señores. – Contesta Halfport, estúpidamente. El profesor Halfport no me ha caído nunca bien. Encima creo que tiene ese rollo que Ravenclaw… No sé qué me hace mirarlo con malos ojos. Con un instintivo impulso se vuelve a poner las gafas de culo de vaso en su sitio.

- ¿Y van a venir con nosotros? – pregunto yo ¿De verdad se necesita tanta protección? - ¡¿Los dos?! – comparten una mirada medio asesina, hasta que al final Spivak vuelve a hablar, a regañadientes.

- Sí, nos han enviado a ambos.

Empezamos a andar. Yo permanezco en silencio. Son demasiadas cosas por las que debería quejarme y que debería exigir. Así que, con el ceño fruncido sigo al grupito, que no para de cuchichear cosas.

Pronto llegamos al linde de los terrenos de Hogwarts. La verja me parece más siniestra que nunca y los muros, llenos de moho, parecen gritar auxilio sin querer.

- Ahora nos apareceremos en el ministerio de magia. – nos informa Spivak, notablemente tenso. No para de mirar, con obsesión, a Halfport. – Sujétate a mi brazo, muchacho. – me dice. Lo miro de arriba abajo, y decido que será conveniente obedecer.

La aparición apenas sucede en un parpadeo. Estoy acostumbrado a la sensación, y sólo me siento un poco mareado. Los otros tres parecen más confusos. Halfport, como único comentario se sube las gafas de nuevo, hasta quedar en su lugar correcto.

Lo que si me termina por sorprender es el aspecto del ministerio de magia. Tan distinto y semejante al actual a la vez. Hay poca gente andando de aquí para allá, y enseguida visualizo la conocida fuente que hay en medio del ministerio. Pero, este ministerio es más luminoso, tiene el aspecto de una gran iglesia, una catedral gótica, con baja iluminación, pero con una gran sonoridad.

Nos llevan a los cuatro a un pequeño cuarto, maloliente a humedad.

- Bien, esperaréis aquí y el secretario Warinor, vendrá a llamaros, para que entréis a la sala que hay justo enfrente. No creo que tarde.

- Señor. – Me vuelvo hacia ella, quizás con demasiada rapidez, pero con un rostro inescrutable.

- ¿Señorita Granger? – le contesta Halfport. Spivak, que ya estaba en el umbral de la puerta retrocede unos pasos, interesado en Granger.

- ¿Vamos a permanecer aquí sin vigilancia y solos…?

- No se preocupe. Nadie va a querer dañar a unos cuantos estudiantes de Hogwarts. – Granger parece morderse el labio. Yo levanto una ceja, pero no digo nada.

- Sólo digo que si alguien quisiera… encontrarnos lo tendría sumamente fácil.

- Querida muchacha – dice, su voz casi parece estar varias octavas para arriba. – Estás en el ministerio de magia. No hay lugar más seguro que este. Nosotros no podemos permanecer aquí, pues tenemos… - le lanza una sobria mirada a Spivak, quién permanece mudo. – que hacer varias cosas por aquí. Además de que no debemos estar aquí. Las vistas son individuales. Mucha suerte, señores. Volveremos cuando hayáis acabado. – Se detiene y, por un momento me parece que me está echando una mirada amenazadora, parpadeo, y cuando abro los ojos, sonríe "encantadoramente" a los otros. Me pregunto si yo sólo he visto esa mirada, o ha sido cosa mía.

Cierran la puerta. El silencio es tal que se oye una gota caer en alguna parte. Granger parece nerviosa.

- ¡Malfoy! – Pego un respingo del susto, pero en seguida me pongo a la defensiva. El principito contraataca de nuevo. - ¿Para quién trabajas? Está claro que no vas a contar toda la verdad ahí fuera. – Hago una mueca.

- Lo que cuente o no, ya sólo es cosa mía. –Entrecruzo los brazos y desvío la mirada. ¿Acaso se piensan que me hace gracia la situación? Ellos están en el banco de enfrente del mío. Esta habitación, más bien parece una celda de Azkaban. El bufón y el principito me observan con el ceño claramente fruncido y parecen dispuestos a atacar de nuevo. No hace falta ser una lumbrera para saber que son mayoría. Mejor andarse con cuidado. Granger parece medio ida. Parece estar en un lugar bastante lejano a esta habitación y a la situación.

- Lo que está claro, es que desde que has llegado todo han sido problemas. Tú sabes quién atacó a mi padre, maldita seas. ¿Quién hay detrás? – El bufón permanece callado.

- Es algo que todos nos preguntamos, ¿No crees? No tienes ninguna razón para creer que yo sé la respuesta. Porque, lo creas o no, principito, no lo sé. – Me meto las manos en los bolsillos y hago como que estoy relajado, como que aquel tema no me preocupa. Que no estoy deseando hacerlo pedazos, porque lo odio con todas mis fuerzas. Porque sé que eso lo pondrá de peor humor. Efectivamente, Nikel se levanta violentamente hacia mí con la varita en ristre. Granger es más rápida que él y se pone delante de los dos. Yo me pongo también de pie, de un solo salto.

-¡Mentira! Voy a contarles todo lo que sé. ¡Estuviste allí!

- ¡Ya basta! – grita Granger.

- Pero si tú no sabes nada. – Granger me taladra con la mirada. Intento no desviarla. Pero es ese algo. Siempre es lo mismo. Es ese algo que veo en sus ojos, esa luz, casi transparente. ¿De dónde viene esa luz? Me mantengo firme.

- Se aproxima alguien. – Dice el bufón en voz alta. La puerta se abre y al otro lado aparece un señor, con un gorro exuberantemente ridículo, con un ancho bigote, con mucha frente y con unos ojos enjutos. Su túnica es escarlata, por lo que puedo deducir de quién se trata. Trae un largo pergamino en la mano. La salita donde estamos está tan pésimamente iluminada que parece que el secretario Warinor trae consigo un halo de luz procedente de los mismísimos cielos.

- Buenos días señores. Por Merlín, ¿Quién os ha metido en ese cuchitril de mala muerte?

- Es eso estoy de acuerdo. – susurro por lo bajo.

- Los profesores Halfport y Spivak, señor. Tenemos ahora la vista, nos citaron aquí para…

- Sí, sí, niña. No me quieras quitar el trabajo con esa retahíla. Se perfectamente por qué estáis aquí. – Nos escrutó con la mirada, con un claro objetivo intimidante, aunque el resultado, por lo menos por mi parte, fue mediocre. Se aclaró la garganta antes de decir claramente:

- Nikelius Gorgulus Griffindor, por favor es su turno. El resto podéis ir a almorzar algo al restaurante del fondo, si así lo deseáis, pero no os alejéis demasiado por aquí. Prestaréis declaración al ministro y a la audiencia por separado. – Le hizo un gesto con la cabeza al principito que ya estaba levantado y esperó a que atravesara la puerta para ir detrás e internarse en la sala que había justo enfrente.

Miré de reojo al bufón y a Granger, quienes contemplaban la puerta abierta, como intentando decidirse si permanecer allí o ir al restaurante mientras el principito estaba dentro.

- ¿En serio estáis pensando en quedaros aquí? – les dije, levantando suavemente las cejas. No dijeron nada, así que yo salí de aquel cuarto y miré a ambos lados del pasillo con el ceño ligeramente fruncido. Al final de ese pasillo, a la derecha, parecía algo así como un lugar dónde servían comida y algo de beber. Comencé a andar, lo más decididamente posible.

- No deberíamos de haber salido – oí como Granger le susurraba al bufón justo detrás de mí.

- Ahí dentro no olía a rosas precisamente. – dijo, en tono burlesco, el bufón. – Por no hablar de la ventilación o las pobres antorchas que mantenían el lugar en un estado… Vaya, que eso parecía más bien una celda de Azkaban. – Escuché como la endiablada Granger reía ante el comentario. Yo había pensado lo mismo momentos antes. Eso me hizo apretar el puño de nuevo.

La verdad es que se le notaba de buen humor. Cosa que me irritaba bastante. Llegamos a las mesas y me quedé mirando a la gente que allí había. No, sin duda alguna, los magos de entonces no eran como los de mí tiempo. Debían ser magos de suma importancia, por sus túnicas relucientes, y sus aires de superioridad. Caí en la cuenta de que casi nadie se percataba de nuestra presencia. Me giré, y vi como Granger y el bufón habían cogido asiento y me dirigían miradas extrañas. Me quedé parado un instante. ¿Debería de sentarme con ellos? La sola idea me pareció tan ficticia, que la deshice. Evité mirarlos, y me senté, yo solo en una de las mesas, demasiado tenso. Y demasiado solo, como siempre.

- ¡Eh, Malfoy! – me puse más tenso si podía. ¿El bufón me estaba llamando? Lo mismo volvía a seguir la "batalla" que su amiguito el principito, mejor dicho, el asqueroso principito besucón, había comenzado. Volví lentamente la cabeza.

- Todavía no hemos mordido a nadie. – Me dijo el bufón, con una sonrisa de esas socarronas. Granger miraba hacia otro lado. – Te puedes sentar con nosotros. – dudé un instante. Hice acopio de toda mi fuerza, manteniéndome siempre a la defensiva y me levanté de la débil y escuchimizada silla en que me encontraba. Pero, ¿Qué estaba haciendo? No importa. No creo que pase nada extraño, ya que no está el principito. Llegué a la mesa y me senté, frunciendo los labios.

- ¿Qué desean tomar? – Nos preguntó una camarera, pero con otro de esos gorrito demasiado ridículos. La escruté de arriba abajo.

- Tiene, eh…. ¿Cerveza de mantequilla? – preguntó Granger. La camarera asintió y apuntó algo en su pergamino.

- Que sean dos. – Dijo el bufón, con esa alegría tan repugnante que tenía.

- ¿Y usted… señor?

- Yo no voy a tomar nada, señorita. – frunció el ceño y me miró. Se dio media vuelta, resueltamente. Hice una mueca instintiva. Volví a mirarlos a los dos. Siempre estoy huyendo de ese tipo de situaciones, de esas incómodas, y esta era sin duda, el colmo de las incomodidades. Granger parecía estar explorando las proximidades con aire crítico, y Leonard parecía demasiado interesado en la madera de la mesa. Yo permanecí imperturbable.

- Bueeeno. – dijo, con tono aburrido, el bufón. Podía notar que no era tan impulsivo como el principito. Granger pareció ver algo interesante y se levantó de su asiento.

- Un momento, ahora vuelvo. – Leo la miró sin comprender, y yo mantuve mi semblante imperturbable. La seguí, disimuladamente, con la mirada. ¿Por qué tenía esa manera de andar ta…?

- Entonces tú también estabas allí, ¿no es así? – Dijo Leo. Parecía querer romper el hielo. Lo miré de arriba abajo, con desconfianza.

- Creo que es obvio, señor Vinci. Si no ¿Qué estoy haciendo aquí? – Levantó las cejas.

- Pero no deja de ser paradójico, ¿No es cierto? Porque si no te vi pelear contra los magos oscuros y estaba allí, sólo puede significar que…

- Que la lógica no es lo suyo, señor Vinci. - él torció el gesto.

- ¿Qué te has hecho en las manos? – Las oculté apresuradamente. Maldiciéndome a mí mismo por no haber cogido unos buenos guantes negros. Entonces me di cuenta de que aquí no tengo guantes. Todas mis cosas están muy, muy adelante en el tiempo.

- ¡Nada!

- Mira, he encontrado un periódico de "El profeta". – Acababa de volver Granger, bastante contenta, por cierto.

- Eso es genial. Hace bastante que no leemos el periódico en el castillo. Desde que nos tienen incomunicados… Bueno, bueno, ¿Y qué dice? – comentó Leo, hablando rápidamente. Noté de sobra como a mí me ignoraban. Sabía que no formaba parte de ningún sitio, que no tengo amigos. ¿Qué hago sentado con ellos? Está claro que sobro.

- Voy a ver, voy a ver. – Mientras abría ella las páginas, algo gastadas, de ese periódico, noté como me había lanzado una mirada huidiza, un poco escrutadora. Fijé mi vista en el periódico.

En portada aparecía la gran pregunta "¿Quién atacó a Godric Griffindor? Salazar Slytherin, el principal sospechoso a través de las investigaciones que se están llevando a cabo… Leer artículo completo, página 7".

Se revolvió algo en mi estómago. Siempre he pensado que Slytherin era un ser poderoso, capaz de manipular también los medios de comunicación. Debería estar alejando de sí toda sospecha y no estar ocupándose de lo de los basiliscos. No tiene sentido si no es capaz de cuidar su integridad física y moral del resto del mundo.

Granger, al leer esas letras, le relució un brillo en los ojos. Como un "¡Lo sabía!" silencioso. Yo comencé a pensar. ¿En realidad Slytherin lo tenía todo tan controlado? ¿El antecesor del señor tenebroso era tan matemático y astuto como él? En tal caso no valdría de nada todo esto.

Vino la camarera y le dio las cervezas de mantequilla al bufón y a Granger, quién se apartó un mechón que caía por sus ojos, mientras le daba las gracias a la camarera. Bajé la vista. Tan sólo llevaban un trago cuando una sombra se nos acercó por detrás de mí.

- Volvemos a vernos. Ya veo que habéis dejado a buen recaudo al joven Griffindor. – volví mi rostro para encontrarme con alguien a quién ya conocía. Ya me había explicado Salazar que los Black eran unos de los mejores magos de la actualidad. Los otros eran los Malfoy. Aunque ese apellido ya no era capaz de llevarlo con tanto orgullo desde que había conocido a mi primo Lizardo. Leo y Granger se pusieron súbitamente nerviosos.

- Buenos días Lord Black – dijo casi en un susurro Granger. Vaya, no es tan cobarde como creía. - ¿Va a acompañarnos en la vista, señor?

- No puedo negar que el asunto es interesante. – Rió, así como sin ganas. Me recorrió un sutil escalofrío. – Puede que más tarde me acerque a ver lo que se cuece. Quiero que le digáis a vuestro joven amigo Griffindor, que controle su poder. Podría estallarle en toda la cara. – Lo miré, escrutadoramente. Envuelto en esa capa absolutamente negra, y esa media barba, hacía de él de un hombre temible para todos. No para mí. En sus ojos se podía discernir un salvaje sufrimiento y una abrumadora rabia, oscuridad procedente de los infiernos. Granger y Leo, lo miraron imponentes. Sus rostros aguardaban mucha rabia.

- Se lo puede decir usted mismo, Lord Black. No tardará mucho en salir de la vista en la que luchó fieramente para salvar la vida de su padre con todas sus fuerzas – dijo la muy marisabidilla. ¿Es que no se puede mantener callada?

- No cabe duda, señorita. – Parecía sorprendido de haber encontrado una respuesta así de ella. - ¿Cómo se llama usted?

- Hermione Granger.

- Su apellido no me suena de nada. En cambio a usted, señor Malfoy, lo reconocería a mil leguas. ¿Qué le ha traído por aquí? – Granger parecía a punto de explotar. Le eché una mirada de advertencia. Agradecí que me hiciera caso y se contuviera, por una vez en su vida.

- Me encontraron también en la torre y quieren saber lo que vi, y las causas que me llevaron a un lugar tan… poco transitado.

- Paparruchas. Estos del ministerio se están volviendo locos. Sólo en ver su apellido sabrían que no ha tenido nada que ver con…

- Perdone, señor, la niña… – interrumpió un hombre bajito, yo diría que era enano, pero no pondría la mano en el fuego. Tenía un bigote muy poblado, y vestía de negro, con mangas rimbombantes, y un sombrero con una pluma de águila cruzando. Sin lugar a dudas se trataba de un criado. – Insiste en que quiere algo de comer.

Granger tenía una expresión de asombro en su rostro, mientras contemplaba al enanito, y escuchaba sus palabras. El bufón tampoco podía contener su curiosidad. ¿Qué me estoy perdiendo? Arrugué el entrecejo y me dispuse a intentar entender algo.

- Pues déselo, pero que no salga del carruaje, ya sabes – dijo bajando la voz. Se volvió hacia nosotros de nuevo cuando el enano se perdió de vista por un de aquellos enormes pasillo llenos de ladrillos oscuros, que tapizaban aquellas paredes subterráneas.

- Me tengo que ir, lamentándolo. Supongo que ya nos veremos… pronto.

- Mi lord. – dije a modo de despedida.

- Malfoy. – al bufón y a Granger ni los miró, y ellos compartieron una mirada confusa. Giró sobre sus talones y entró en la sala en la que estaba el principito.

- ¡Ah! ¡Están aquí, señores! – Otra figura se acercaba a nosotros, presuroso. No pude evitar volver a echarle un vistazo a Granger, quién estaba tan nerviosa que hasta se mordía las uñas. ¿Qué demonios le pasaba? El secretario Warinor se acercó a nosotros de nuevo, con el pergamino repleto de notas, y una pluma en su mano derecha.

- Señor Leonard Vinci, su turno. – dijo sin más preámbulo. – Su compañero ya ha terminado. Permanecerá dentro de la sala, por supuesto, así que hasta que esto finalice no se reunirán con él. – Dijo mirando a Granger y a mí con recelo. – No moveros de aquí. Pronto vendré a por el siguiente. – Captó su atención el periódico que portaba Granger. – Creo que Asriel tuvo una excelente idea al burlar a la prensa diciendo públicamente una hora errónea de la vista. ¿Se pueden imaginar todo esto lleno de periodistas rabiosos? – dijo, más como nota personal como para algo que deba ser dicho en voz alta. Yo no dije nada, aunque no faltaron ganas para decirle lo poco que me interesaban sus pensamientos.

Se alejaron con paso rápido, mientras el bufón hacía así como un amago de risa tonta para intentar no quedar muy mal con el secretario actual del ministerio. A mi parecer, ese cargo le quedaba demasiado grande a ese hombre tan inepto.

Miré a Granger, porque me había quedado solo con ella. Se retorcía las manos, con nerviosismo.

- ¡Deja de mirarme de una vez! – pegué un fuerte respingo. No me esperaba que exclamara, así en público y de repente.

- ¿Algún problema nuevo, Granger? – pregunté, manteniendo toda la calma y la frialdad posibles.

- Ninguno, señor Malfoy, ninguno. – dijo, intentando ¿Sacarme burla? Debía saber que eso no le pegaba para nada. Igual que no le pegaba el principito. - ¿Qué se supone que hacías en el despacho de los fundadores, escondido? – dijo, bajando la voz, pero no menos exasperada. Se estaba poniendo cada vez más nerviosa y eso a mí me encanta.

- Lo que está claro es lo que no estaba haciendo. No me estaba besando con nadie, por ejemplo. – hice una mueca, y ella se puso un poco roja, parecía algo así como dolida y le empezó a temblar el pulso. Se puso de pie y yo la imité.

- Uy, ¿No estarás celoso? – La pequeña Granger aprende deprisa a contestar bien. Mejor, así será más divertido. Levanté una ceja con mi mirada imperturbable.

- ¿Yo? ¿Celoso de quién? – Sin que dejara que terminara mi respuesta, Granger comenzó a andar rápidamente hacia el pasillo.

- ¡Eh! Que no hemos pagad… bueno no importa – saqué un par de monedas y las dejé ahí, aunque las cervezas de mantequilla apenas habían sido probadas. Cerré el puño de nuevo, y comencé a seguir a Granger, que había andado tan condenadamente deprisa que ya doblaba el recodo del amplio pasillo del ministerio, y se empezaba a confundir con la gente. Me armé de algo de valor y la cogí por el brazo. Ella pareció sorprendida.

- ¿Qué haces aquí? No me pongas una mano encima, Malfoy. – Me miró, con bastante mal humor.- Me parecía que tu pequeño cerebro lo tenía ya claro. Es evidente que me equivocaba.

- ¿A dónde crees que vas? Nos han dicho que…

- ¿Y acaso tú siempre haces caso a todo lo que te dicen? – hice otra mueca, para decir algo, pero cerré la boca de nuevo. - ¡Menuda pregunta! Malfoy obedeciendo las normas, ¡uf! – Siguió andando a una velocidad desmesurada, y yo me quedé quieto, decidiendo si seguirla o no. Apreté de nuevo los puños, con frustración, con fuerza reprimida. Y salí andando detrás, lo suficientemente deprisa para que no se me perdiera de vista. ¿Qué es lo que hacía la loca esta?

Llegó a un callejón sin salida, y giró sobre sus talones.

- ¿Qué haces siguiéndome, Malfoy? Creo que te he dejado bien claro que no quiero que vengas conmigo. – Me dijo, poniéndose más furiosa. Yo hice una media sonrisa, sarcástica.

- Intentando que no te pierdas, sencillamente. Creo que no es muy difícil de comprender, ¿No es cierto? – Me miró, ceñuda y desvió la mirada, cada vez más nerviosa, y suspiró, así como algo exasperada.

- Perdone, ¿Señor? – le preguntó de repente a un mago de aspecto serio que en esos instantes pasaba por nuestro lado. - ¿Me podría decir cómo llegar a la entrada por donde llegan los carruajes? Es que no visito el ministerio mucho y… - El mago arrugó la frente, haciendo que aparentara, súbitamente más edad.

- Claro. – dijo, sin sonreír. – Debe subir por aquellas escaleras, esas del fondo, y girar a la derecha. Enseguida verá los carruajes….

- Gracias, señor. – Y echó a andar precipitadamente hacia las escaleras. Yo tuve que hacer otro esfuerzo por llegar hasta ella, sorteando todo tipo de gente, de lo más variopinta, intentando que no me tocasen o me rozasen al pasar. Eso me produce gran repugnancia.

No hacía falta ser un genio saber para qué quería ir la marisabidilla de Granger a esa entrada. Allí estaba el carruaje con la supuesta hija de Lord Black. Esa albina que era incapaz de pasar desapercibida en un estadio de Quidditch. Lo que no entiendo es para qué quería ir allí.

- No vas a poder hablar con la hija de Black, espero que no sea eso que estás recorriendo el ministerio como una loca posesa. – Me miró súbitamente, como si se acabara de dar cuenta de que iba siguiéndole los talones.

- ¿Qué sabes tú de ella?

- Oh, nada que no puedas saber tú, por supuesto. – Caminamos todavía deprisa, pero me he logrado situar paralelamente a ella. Estoy tenso, y varias sensaciones me recorren. Sensaciones que no logro comprender del todo. – Por lo visto todo el mundo tiene mucho respeto a los Black, y está claro que la hija es algo así como un diamante en bruto. – Ella arrugó la frente, pensativa.

Llegamos a la entrada de carruajes, una zona que daba a una amplia calle empedrada, tras atravesar un arco de piedra oscura, con inscripciones grabadas a los lados. La luz del día atravesaba aquella entrada y me deslumbró unos instantes. Todo estaba repleto de gente que entraba y salía. Al otro lado había algunos carruajes, esperando a sus dueños. Lo que tiraba de ellos, en su mayoría eran caballos, en otros parecían unos reptiles enormes que en mi vida había visto, hasta vi a un unicornio. Granger no podía ocultar su asombro, ante la calle que se extendía a nuestros pies. Vi al criado de Black subido en un carruaje verdaderamente majestuoso, negro y gris, tirado por dos caballos absolutamente negros. Ella también pareció verlo y se lanzó hacia su dirección.

- ¡Granger! No tienes ningún motivo para hacer lo que vayas a hacer. – Dije interponiéndome en su camino. – Por más que lo intentes no te van a decir quién preparó el ataque contra Griffindor.

- Ah, ¿Y Me lo vas a decir tú? – Nos quedamos a tan sólo unos palmos mirándonos con el ceño fruncido.

- No te daré ese placer. – Me sorteó y llegó al carruaje. Se puso de cuclillas y se ocultó detrás de él. Yo puse los ojos en blanco, volví a apretar los puños y me agaché a su lado. ¿Se podía saber por qué insistía en estar allí? En la ventanilla estaba aquella chica. Su pelo blanco, caía sobre su espalda, y tenía apoyada su cabeza en una mano, con aire aburrido y deprimente.

- ¡Edgar! ¿Le falta mucho a lord Black para salir? – Su grito hizo que Granger y yo nos sobresaltáramos, mientras seguíamos ocultos allí detrás. Granger me miró de nuevo y susurró algo así como "Lárgate". Yo sonreí. Cómo me encanta ser inoportuno.

- No lo sé, Clara. No lo sé. - Se escuchó en la parte delantera del carruaje.

- ¡Clara! – Dijo Granger mirando a la ventanilla, lo suficientemente flojo para que el criado Edgar no se percatara de nuestra presencia. Pude ver como Clara Black miraba a través de la ventanilla, a un lado y otro, ya un poco mosqueada. – ¡Tssh! Aquí abajo. – Me parece que Granger se ha vuelto idiota. ¿Qué pretende?

- ¿Quiénes son? ¿Qué hacen ahí agachados? – Dijo, poniéndose súbitamente nerviosa. – Respóndame o llamaré a Edgar.

- No sé si me recuerdas, pero en el partido de Quidditch iba con Nikelius Griffindor en el campamento. – Arrugó el entrecejo, repleta de desconfianza. Yo me mantuve al margen. Me mandó una mirada llena de desconfianza.

- ¿Y quién es él?

- Él... Me acompaña. – dijo Granger a su pesar. Yo sonreí maliciosamente. – Quería saber…. Si esta carta es suya, señorita Black. – Le tendió un pergamino amarillento, sin perder un momento más. Ella lo cogió con unas manos cubiertas de unos guantes negros. Maldije para mis adentros. Debía ser la carta que habían encontrado en el despacho. Al fin y al cabo, seguir a Granger estaba siendo fructífero. Clara se puso pálida, más si se podía, y su cara se descompuso unos instantes.

- ¿Dónde… cómo habéis... encontrado esto? – titubeó. Arrugó el entrecejo más.

- ¿Era una trampa para Griffindor, no es cierto? – Preguntó Granger - ¿Quién lo atacó, Clara? Parecía un mar de dudas. Su mirada se entristeció súbitamente.

- ¡Clara, prepárese, que ya viene su padre! – exclamó Edgar ajeno totalmente a aquella conversación. Los caballos se pusieron nerviosos e hicieron que el carruaje se moviera.

- Sí, era una trampa para que asistiera al partido – dijo, rápidamente, y con una nota un tanto preocupada. – Me obligaron a hacerlo. Me tenéis que ayudar. ¿Cómo está Rowena? – dijo, al borde de las lágrimas. - Tengo que salir de la mansión Black cuanto antes. Están preparándolo todo otra vez. ¡Decidme cómo esta Rowena Ravenclaw, por favor!– Granger se puso de pie y se alejó un poco del carruaje, con evidentes muestras de preocupación. Era evidente que venía ya Lord Black. Me pegó un tirón para que me pusiera a su lado. Nos alejamos un poco más, mientras yo mantenía toda la conversación viva en mi mente. Interesante.

Nos ocultamos detrás de otro carruaje y vimos como el de los Black se alejaba con paso rápido. Clara no para de mirar por la ventanilla a un lado y a otro, con muestras de compungimiento, y con un pergamino mal doblado todavía en su mano. Me sorprende lo débil que es esa chica. Y lo idiota. Va contándolo todo a los primeros desconocidos que ve. ¿Y ese interés repentino por Rowena Ravenclaw? ¿Qué significaba?

Granger se puso en marcha rápidamente, para volver a la sala dónde se realizaría la vista. Los zapatos que llevaba Granger no debían de ser muy cómodos, y aún así caminaba mucho más deprisa que yo. Al pasar por una pared mugrienta del ministerio, vi un gran cartel de un chico con una escoba, el pelo revuelto y una media sonrisa saludando con la mano. Me estremecí, sin querer. Era el diablo de rojo. Sabía que debía mi vida a ese extravagante jugador de Quidditch. El cartel mostraba unas letras púrpura que citaban "Desaparecido".

Cuando llegamos a la puerta, el secretario Warinor tenía los brazos entrecruzados.

- ¿Se puede saber dónde estaban ambos? He enviado a dos de mis mejores hombres a buscarlos.

- Perdone señor es que…

- Ahórrese monsergas, señorita Granger. – Se volvió hacia mí y dijo en voz alta – Malfoy, su turno. – Me rasqué la cabeza con una mano, mientras mostraba una mueca. Me volví hacia Granger una última vez. Tenía los brazos cruzados y una mirada desafiante, nada común en ella. Pude ver esa extraña luz en sus ojos. Esa extraña luz. – Michel - dijo esta vez dirigiéndose a un fiero mago, con el pelo absolutamente negro y bastante pálido de piel. Parecía que su cara mostraba un aspecto como si oliera a algo repugnante. – Asegúrese de que la señorita Granger no se aleja demasiado de aquí, ¿entendido? – No logré captar la contestación del "agradable" señor Eriodd, porque yo ya había atravesado la puerta de la sala de la vista.

Intenté tranquilizarme, recordando todos aquellos conjuros que protegerían mi mente contra cualquier intrusión por medio de la legeremancia. Me repetí una y otra vez, que no había nada que ocultar.

La sala era más lúgubre de lo que pudiera imaginar. Era semicircular, y los asientos estaban repletos de magos y brujas con túnicas y atuendos de diversos colores, agrupados por ellos. La sala estaba terminada en una cúpula de color violáceo. Mis pasos resonaron por toda la sala, mientras los magos y brujas susurraban algunas cosas. En el centro presidía el ministro de magia.

Era mucho más joven de lo que pensaba. Era demasiado joven para ocupar semejante cargo. Tenía el pelo castaño con reflejos rubios, los ojos grandes, mostraban algo así como simpatía. No parecía preocupado. Al contrario, parecía manejar al cien por cien la situación. Y esa expresión me hizo dudar de mí mismo. Vestía una suave toga de colores claros. Nuestras miradas se cruzaron un solo instante. Entonces, por una vez, deseé con todas mis fuerzas no ser el malo de la película. Me gustaría estar allí para contar la verdad, y no para ocultarla. ¿Qué les podía ocultar a todos ellos, que me observaban con mirada crítica y cínica? Podía que para un Malfoy en ciertas situaciones se lograra ventaja, pero en seguida comprendí, que aquel ministro no se dejaría intimidar y extorsionar, ni si quiera por un Malfoy. Mientras todas esas ideas cruzaban mi mente, yo me mantuve frío, sin ninguna expresión en mi rostro. Nada que dejara ver en mí todas aquellas dudas.

- Señor Draco Lucius Malfoy. Presta usted audiencia el día de hoy, con el motivo de esclarecer el siniestro encuentro contra El legendario Griffindor. ¿Alguna pregunta? – Tragué saliva. A su lado derecho estaba Warinor, escribiendo con su pluma a una velocidad asombrosa todo lo que iba sucediendo entre esas paredes. A un lado estaban también el principito y el bufón, bastante alejados de esos magos.

- Ninguna, señor. – Caí en mi error de que ni siquiera sabía cómo se apellidaba aquel joven ministro. Deseché la idea, pues no tenía importancia.

- Bien, pues, procedamos. – Se aclaró la garganta varias veces antes de preguntar. - ¿Qué le llevó a la torre dónde se produjo el ataque y tortura de Godric Griffindor? – Bueno, esa era fácil dentro de lo que cabía.

- Cuando estábamos abajo varios alumnos nos percatamos de que faltaban exactamente tres alumnos de Hogwarts. Fui a buscarlos cuando allí los encontré, en pésimas condiciones por cierto. – Cuando terminé, noté como alguien intentaba introducirse en mi mente, de manera sutil y débil. Me relajé y enseguida me di cuenta de que se trataba de una bruja de mediana edad, situada a la izquierda del ministro. La miré con cara de pocos amigos y retiré su presencia de mi mente.

- ¿No es mucha casualidad de que los buscara justo dónde estaba sucediendo el acontecimiento más aterrador de los últimos cincuenta años?

- No, señor. Era el lugar más obvio para buscarlos. De allí salían grandes cantidades de humo y todo el mundo ya señalaba la torre. Y también es cierto que mis compañeros tienen una clara predisposición en meterse en… conflictos – dije, arrastrando las palabras. Eché un vistazo al principito, que ardía de rabia. Hubo murmullos entre los magos y las brujas.

- ¿Entonces no fue capaz de ver a ningún mago oscuro, no es así?

- A ninguno. Llegué demasiado tarde, y entonces hubo una explosión, y desperté en algo así como un… hospital. – volví a sentir que alguien intentaba hurgar en mi mente. Pronuncié un "protego" casi inconsciente. ¿Cómo podían ser tan estúpidos como para creer que no iría preparado?

- Supongo que tampoco podrá explicarnos el comportamiento súbitamente extraño de todos los de la casa Slytherin para bloquear las salidas.

- No, señor.

- ¿Es cierto que vio al jugador de Quiddicht, Michael Marcus Knaak?

- ¿Quién es ese?

- Al Diablo de Rojo. – Dijo, poniendo los ojos en blanco la bruja que intentaba penetrar en mi mente.

- Sí, lo vi corriendo por un pasillo. También tenía un aspecto deplorable. Estaba allí cuando sucedió la explosión. – Hubo un silencio, casi sentencioso a mí alrededor. Warinor seguía anotándolo todo, como si en ello le llevara la vida.

- ¿Entonces no sabe, ni tiene la menor sospecha de quién pudo atacar a Griffindor?

- En absoluto. – sonreí para mí. Mi máscara de hielo puro era infranqueable.

- Bien, creo que nada más. Gracias, señor Malfoy por esa información, tan… ¿valiosa? – Le dediqué una sonrisa patética - Puede sentarse a un lado hasta que terminemos con la señorita…

- Hermione Granger – dijo súbitamente el secretario, Warinor.

Mis tres compañeros Griffindor parecían extremadamente cansados. La tensión había sido aguantable, en mi opinión. Ojalá que todas las pruebas que tenga que pasar sean de este estilo, vamos. Como se nota que nunca han estado sometidos a una presión con el señor Tenebroso. Nada más terminar y salir de aquella sala, nos estaba esperando Spivak. También él parecía cansado, y más viejo dicho sea de paso. Noté como Granger se ponía de nuevo tensa, y escrutaba a Spivak con la mirada, sin ninguna confianza. ¿Qué le hacía desconfiar a Granger de Spivak? Si algo he aprendido es a tomar en serio los gestos de la maldita sangre sucia. Sin embargo el principito y el bufón parecían estar bastante tranquilos.

- Espero que os haya ido bien, señores. Ya es hora de regresar. Han pasado ya varias horas. Supongo que esta tarde tendréis clase con normalidad. Venga, cogeros de mi brazo.

- Hum, señor Spivak – Interrumpió Granger, demasiado seria. Observé como el principito se pegaba a su lado con… ¿Aire protector? Ganas de vomitar otra vez… - ¿No esperamos al señor Halfport? – Se le nubló la mirada un instante, como todavía cavilando con algo importante.

- ¿Qué decías? ¿El profesor Halfport? No, el irá por su cuenta. Ha ido a resolver asuntos importantes, pero no tardará en llegar poco después de nosotros. Agarraos de mi brazo de una vez.

La aparición me dejó un momento sin aliento. Estábamos de nuevo en el bosque. Estaba deseando con todas mis fuerzas volver a descansar en mi habitación. Me resultaba del todo irritante presenciar al principito tan cerca de Granger.

- ¿Te encuentras bien, Hermione? – escuché como le susurraba. Me alejé unos pasos.

-Vamos, no perdamos tiempo – apremió Spivak. – Ya es demasiado tarde.

Entonces me di cuenta, mientras me apoyaba en un árbol ante la aparición repentina. Algo fallaba. No entendía muy bien qué. Pero algo no iba bien. Hacía frío, ya lo creo que hacía frío. Pero no era eso lo que me dejó tenso, y, aunque nunca sería capaz de decirlo en voz alta, algo asustado. No era un olor, o un sabor. Era un extraño presentimiento. Ese silencio, que parecía hasta haber acallado los árboles, a las criaturas malignas del bosque encantado. Olía a muerte.

Cuando cruzamos la verja de Hogwarts y llegamos al edificio, se hizo más intensa la sensación. Tuve un escalofrío, mientras los tres idiotas mantenían una conversación vacía y se reían de no sé qué cosa, algo trivial. Qué imbéciles son.

Cuando cruzamos el vestíbulo, no vimos a nadie cerca. Pareció que Spivak también se ponía alerta. Lo miré, con el miedo rayando su rostro. Rowena Ravenclaw bajó precipitadamente las escaleras, a nuestro encuentro. Para alguien tan poderoso como ella, parecía que algo le había roto el alma, de arriba abajo.

- ¡Ya estáis aquí! – exclamó. - ¿No ha venido Halfport con vosotros? – Dijo, mirando con cierta obsesión a un lado y a otro.

- Vendrá más tarde. Cielos santo, Rowena, pero ¿qué ocurre? – Preguntó Spivak, al ver como la mujer era incapaz de mostrar dos frías lágrimas. Hice una mueca de asco. ¿Cómo podía ser capaz de llorar alguien como Rowena Ravenclaw? ¿Acaso no tenía decencia?

- Han atacado a una alumna. Y ha muerto.

- ¿Pero qué locuras estás diciendo, Rowena? – Preguntó Spivak. El bufón, Granger y el principito al fin se había puesto serios, y miraban la escena con mudo asombro. Yo me mantuve callado, observando y esperando saber más. Aquello no me pillaba de sorpresa. A veces tengo ese tipo de presentimientos. – Sabes que Hogwarts es un lugar seguro aquí nadie sería capaz de cometer un asesinato.

- Me temo que las cosas han cambiado, Spivak. – dijo, mientras trataba de aguantar más llanto. Ridículo. – Han matado a una alumna aquí, en el castillo.

- ¿Pero cómo? – dijo con cierto deje de urgencia.

- Estaba sola subiendo las escaleras del tercer piso…. Y algo o alguien… al estranguló hasta que se asfixió. Por lo visto ella no pudo hacer nada. – Granger se había tapado la boca con una mano, incapaz de contener su asombro y su horror.

- Por las barbas de Merlín. – dijo Spivak, mientras se pasaba una manos por su cabello repeinado. – Vosotros, id a vuestras habitaciones. Se os informará…

- ¿Quién es esa alumna? – preguntó con un tono amargo, el principito. Lo miré con odio y él me respondió con otra mirada, intimidatoria y acusatoria. Yo sonreí con cinismo, de nuevo.

- Era compañera vuestra. – Les dijo a los tres, Ravenclaw. Yo arrugué el entrecejo. – Clarish Clavert. – Los tres se quedaron pálidos un momento. Granger se echó a llorar, como una cría. Puse mis ojos en blanco. No pude evitar hacer lo que hice. Salí corriendo, dejando que se regodearan en su dolor, si es que aquella chica significaba algo para ellos. Yo sabía a quién debía de ver. Subí las escaleras de dos en dos, y noté como el principito clavaba su mirada en mi nuca, repleto de ira. Mejor, que se aguante. Corrí a través de los desiertos pasillos, por aquel camino que me sabía de memoria. Estaba confuso.

Fui directo a ver a Slytherin. Estaba en el despacho, dónde si no. Me franqueó el paso sin ningún problema.

- Oh, que agradable visita, mi apreciado… Malfoy. – yo hice una escurridiza sonrisa. Estaba mirando a través un artilugio, a través de la ventana, sumamente interesado, como ajeno a las desgracias del castillo. No pude sino que envidiar esa frialdad que lo recorría de arriba abajo.

-Ha sido usted, ¿Verdad señor? ¿Ha matado a la chica? – se apartó del artilugio y penetró con sus ojos mi silueta que se erguía frente a la puerta.

- No, no he sido yo. Han sido mis preciosas crías, querido viajero del tiempo. – Sonrió de una forma que me hizo sentir terror. – He comenzado lo que jamás pude hacer mientras estaba aquí Griffindor. – Se movió, con esa majestuosidad suya, por el despacho, acercándose a mí. – Veo que la vista ha ido perfecta, si no la chica esa sería la última de tus preocupaciones.

- No ha ido mal, bloqueé mi mente, como usted me enseñó. Pero eso no importa.

- Claro que importa. Estás aprendiendo deprisa. Eso es importante.

- Señor, acaba de… asesinar a una alumna y mantiene esa sangre fría, ¿Qué...?

- Era media sangre. – Apreté el puño – Puede que la limpieza haya empezado. Ya era hora. – Dijo, mostrando sutilmente una sonrisa.

- ¿Y cómo supo que tenía sangre muggle? ¿Acaso las serpientes…?

- En efecto, en efecto. Ellas lo detectaron y me lo hicieron saber. Igual que ya habían detectado, en el pasado, que tu querida Granger era también, hija de muggles. – Miraba cada vez más atónito a Slytherin. Me vino a la mente, como un fogonazo, a Granger echándome la culpa de que había sido yo el que les había dicho a los demás que ella era Sangre sucia. Hice una instintiva mueca. Después visualicé, sin querer, a Granger sosteniendo un periódico en un restaurante del ministerio.

- Si me disculpa, señor, no creo que sea lo más prudente enfocar todas las miradas a usted. – dije, sintiéndome estúpido. Al fin y al cabo, ¿Quién era yo para decir lo que debía hacer o lo que no?

- Oh, mi pequeño aprendiz. Ya están enfocadas desde el principio en mí. – Dijo, acercándose de nuevo al artilugio, como restándole importancia. – Dime, ¿Quién atacó a Godric Griffindor en el estadio? – Arrugué el entrecejo. No lo decía para pavonearse de su éxito, más bien era una pregunta seria, y eso me resultó desconcertante. La respuesta era demasiado obvia, pues él mismoera el que había dado las órdenes a todos los Slytherins aliados de bloquear las salidas, de prepararlo todo para el ataque.

- ¿Usted, señor? – dije, mostrándome en todo caso frío. Hizo una sonrisa, y me observó.

- Es curioso, muy curioso… Claro, eso es lo que muchos dicen y todos piensan. Pero, le voy a hacer una confesión, que la verdad me mantiene últimamente bastante molesto. – Expuso, como si se tratara de un picotazo de mosquito que le resultara irritante. Me mantuve quieto, observándole.

- ¿De qué se trata?

- No recuerdo haber atacado a Griffindor. Ni siquiera recuerdo bien ese día. Dices que os di no se qué órdenes de bloquear las salidas. No recuerdo nada de nada de ese día. Y no tengo ni la más remota idea de por qué. – Hice una mueca. ¿Era cierto lo que estaba diciendo lo que para mí era el mago más poderoso de la tierra? – Nunca me he llevado bien con él, es cierto. Mis métodos y mis ideas nos han mantenido enfrentados. Pero créeme que si yo hubiera preparado algo así contra Godric Griffindor, no habría dejado tantas pistas por ahí, y no saldría en las portadas de los periódicos como posible asesino.

- Pero… No comprendo… ¿Me está diciendo que otro alguien con tanto poder con usted le echó algo así como la maldición imperius, o quizás… se hizo pasar por usted para… hacerlo culpable de sus actos?

- Algo así. Sí. Y creo que todavía no ha terminado conmigo. No le debo de caer precisamente bien. – Me miró, alzando una ceja y mirándome por encima del hombro. Yo permanecía pálido. ¿Cómo podía ser posible? Cuando lo volví a mirar, me di cuenta de que me volvía a ignorar, rebuscando entre varios papeles y canturreando una vieja canción, como si todo lo demás careciera de importancia.

- Averigüé de quién era esa carta que le mandaron a Griffindor. La había mandado Clara Black, por lo visto obligada por su padre, para tenderle la trampa a Griffindor. Debo confesar que siempre creí que la carta la buscábamos porque usted mismo la había hecho y eso le podía acarrear más problemas… - Me miró, burlón.

- ¿Más problemas? No, el primer interesado en saberlo todo soy yo, Malfoy. – Por mi mente corrían mi preguntas, pero me mantuve lo más sereno posible. Sabía lo importante que era no hacer enfurecer a Salazar Slytherin.

- Pero usted estaba en San Mungo, yo lo vi… ¿Ahí era usted o no?– Parecía armarse de paciencia.

- Sí, ahí ya era yo; recobré mi propia consciencia en un suelo frío y oscuro de Hogwarts, - Sonrió, ante ese comentario, pero preferí no preguntar al respecto. - pero no me costó demasiado saber lo que había pasado. Meterme en la mente de los demás no es algo demasiado complicado para mí. No tuve más remedio que seguir el juego a mi impostor. – Permaneció unos momentos en silencio, y yo no hice nada por interrumpirlo. Hasta que al final dijo, más bien en un susurro, pero sin dejar a un lado su manera tan dantesca de hablar. - ¿Quién me iba a creer si hubiera dicho que yo no había intentado asesinar a Griffindor cuando ya todo había terminado?

***.

Estoy contenta de haber podido subir al fin este capítulo, después de mucho tiempo. Estos meses he estado revisando el fic y he hecho algunos pequeños arreglos. Por ejemplo le he añadido prólogo, y he suprimido cosas allí, alguna frase allá… Pero la mayoría de diálogos sigue intacto, y, por supuesto, la trama es la misma.

Muchas gracias por escribirme esos reviews y por leerme. Y siento no actualizar más a menudo; el fic lo escribo en los ratos libres que puedo, y a veces en esos escasos ratos libres no te sale ni una palabra convincente. Así pues, gracias por seguir ahí.

Aún así, espero fervientemente vuestros reviews, aunque sea para ponerme verde por la tardanza, o porque este capítulo ha sido horrible. Espero que me comprendáis.

Pues bien, muchas gracias a: Aby-Penita, luna-maga, HermiOne PoOtmal (¿Sin uñas? Bueno, ¡ya estoy de vuelta!) ,Sealiah (El beso con Nikel… hum, necesitaba ese beso para enfurecer a un rubio platino, pero a mí tampoco me convence.), Giselle Lestrange (¿Qué hacía ahí Draco? Espero que con este capítulo haya quedado más claro…), Sandy (¡Cómo no!), Claugan2009 (No me has ofendió, tranquila. Siempre quiero mejorar. También siento mucho que no te guste escribir reviews, pero la verdad es que estaréis hartos de que lo digamos, pero sin reviews no hay historia ¿De qué serviría colgarla aquí?) , tati-uchiha (¿Con quién acabará Hermione? Ahá…), annyuska14 (¿Volverán? No, creo que no todavía.), Desesperada xdd, NatsumiVlademire (¡Me alegro de que lo encontraras al final!), pabaji y Josefina (¿Calva? ¿Cortarse las venas? ¡Cada vez me siento más culpable! ¡Espero no haber acabado con tu vida!)

¡Hasta pronto!

Maghika