Epílogo: Anticristo

—Te amo.

Sólo había sido un susurro, algo que la tomó totalmente por sorpresa y desarmada. Siempre estaba desarmada bajo sus ojos, pero esta vez era diferente. Por fin escucho de sus labios las dos palabras que calentaban su alma y eran como el motor que lograba hacer bombear a su corazón. ¿Hasta que punto ella estaba muerta?

Su cuerpo podía estar muerto, pero su alma y sus sentidos seguían vivos. Sí, vivos para poder escuchar hoy, e infinidad de veces más, aquellas dos palabras.

Cuando sus labios volvieron a experimentar aquella mágica sensación que soóo lograban despertar uniéndose al otro, el mundo para ella se detuvo de súbito. Podía colapsar, romperse en miles de pesados, pero aún así nada de este mundo, o del mas allá, podía lograr que la separaran de sus brazos.

Nadie nunca la separaría de los brazos del demonio.

Su cuerpo se erizaba calentándose hasta con el más efímero roce de sus bocas en un beso que sólo un ser como él podía proporcionarle. Un beso cargado de pasión y de deseo, pero sobre todo de amor. Un amor que siempre fugazmente sintió, pero que recién hoy se dignaba a confesarle.

Aquella cama a dosel volvió acoger su cuerpo como tantas otras veces recibiendo también el peso de otro intruso sobre el primer cuerpo. Kagome no pudó retener aquella risita que estaba conteniendo estoicamente.

—¿Se puede saber qué es lo gracioso? —preguntó Satán notablemente molesto, levantando una ceja ante la cara totalmente risueña de la humana bajo sus dominios. ¿Acaso no se daba cuanta de las intenciones de él?

Abrió lentamente los ojos tratando esta vez de poder contener otra pequeña burla que amenazaba con escapar. Inuyasha había cambiado un poco el trato con ella, aunque tampoco podía pedirle milagros al rey de los infiernos. Seguía siendo un arrogante pervertido, pero de igual forma ahora era un celoso compulsivo. Estuvo a punto de matar a Shippo, por suerte no literalmente, porque pasaba más tiempo con él en su mundo.

Otra vez una risa traviesa se le escapo, no podía aunque quisiera evitarlo; recordar la cara de él hace algunas horas era la obra más cómica que podía presenciar.

—Endemoniadamente maldita —masculló entre dientes al escuchar otra risa. Últimamente estaba demasiado compasivo con la mujer debajo de su cuerpo, y gracias a eso es que ahora se tomaba tales atribuciones. Y todo se resumía a algo tan simple: Había sucumbido ante una humana.

Si algo había aprendido en el tiempo que llevaba junto a ella era las formas que tenía para poder lograr que la quinceañera obedeciera ciegamente a sus mandatos. Dibujó una sonrisa arrogante y perversa que paso de ser percibida por lo humana al tener cerrados los ojos recordando hechos.

Él la doblegaría eternamente…

Aprovechando que su presa estaba descuidada, en un rápido movimiento inmovilizo ambas manos de ella sujetándola de las muñecas. Kagome silencio su risa de súbito abriendo los ojos para observarlo fijamente.

No estaba bien ver como los dorados ojos de él ahora pasaban a ser de un color rojo sangre. Se había transformado y sólo significaba una cosa.

—El que ríe último ríe mejor, pequeña —habló llevando las manos de ella por sobre su cabeza para poder sujetarlas con una sola mano. Era demasiado fácil dejarla inmovilizada.

—No te atre…

La amenaza de ella murió en su garganta cuando con destreza los labios del demonio demandaron los suyos callándola por completo. Era tan simple y sencillo que su cuerpo responda inconscientemente a las acciones que él le imponía. Actuaba como si una fuerza ajena la dominara cada vez que se encontraba en sus brazos.

Su mente se resistía a caer tan rápidamente en la tentación de estar con él, pero su cuerpo siempre le jugaba en contra devalando ese lado oscuro que tenía en lo más profundo de su cabeza. Un lado que seguramente Satán sabía que existía y que él había ayudado a crear.

Además ahora ella también era un demonio.

Cerró los ojos nuevamente cuando los besos de él llegaron hasta el principio de su cuello solamente para provocarla. Dejó de sentir la presión de la mano de Satán sobre sus muñecas, pero sabía que aunque intentara moverse se encontraba inmovilizarla. Todavía había muchas cosas que no conocía de él o, mejor dicho, de su poder.

Las garras de él rasgaron el vestido que ese día llevaba puesto. Un vestido negro y sin tiras que se amoldaba perfecto a las formas de su cuerpo. Un vestido que usaba nada más que para Inuyasha cuando estaba en su mundo.

Cuando la boca de él se apoderó de uno de sus pezones su cuerpo reacciono arqueándose un poco. El calor aumentaba y las sensaciones del mismo parecían dejarla sin fuerza, demasiado aturdida y turbada.

—No —fue lo único que pudo articular entre las lagunas que ahora ocupaban su mente, al sentir como las garras de él acariciaban de forma lenta sus muslos. Acercándose cada vez más hasta su intimidad.

Entreabrió los ojos cuando escuchó una pequeña risa escapar de la boca de su amante. No podía ver con claridad y, a pesar de haberle pedido que se detuviera, el cosquilleo en su bajo vientre decía lo contrario.

—Para mi uno de tus «no» es sí —susurró en el oído de la mujer antes de tomarlo entre sus dientes.

Todo él era sumamente sensual, provocativo y perturbador.

Buscó con desesperación los labios de Satán cuando éste, luego de romper la última prenda que la cubría, se unió a ella con brío. Él le respondió de la misma forma sonriendo con satisfacción ante el beso y el estado en que se encontraba la mujer debajo de su cuerpo.

Siempre dilataba más el momento de tomarla como suya, pero esta vez ella se lo había buscado.

Levantó un poco las caderas de su pequeña mujer, mientras lograba que ésta rodeara su cintura con sus piernas. La escuchó gemir cuando comenzó a moverse dentro de ella. Observando como el color carmesí de sus mejillas se igualaban al de sus labios.

Era simplemente hermosa en cada uno de sus facetas, pero más hermosa la encontraba cuando deliberadamente se entregaba, a pesar de su inocencia todavía, al deseo que él le proporcionaba. A un mundo de sensaciones que descubrió en sus brazos y que eternamente descubriría.

Los gemidos y los jadeos inundaban aquella habitación mezclándose. Donde ambos sabían que no solamente se compartía un deseo carnal, sino el deseo del alma.

El deseo de sentirse uno al amarse.

La fricción de los cuerpos aumento y con ello la sensación que inundaba a ambos seres. La sangre caliente y espesa corría de forma más rápida, al igual que el respirar costoso y casi escaso. Las pequeñas y perladas gotas de sudor cubrían los cuerpos ayudando sin saberlo en la labor a ambos.

El agarre posesivo de él en su cintura se hizo más fuerte. Estaba a punto de tocar el cielo con las manos a pesar de encontrar en el infierno. Podía sentirlo en cada poro de su cuerpo. Al igual que también podía sentirlo en él.

Y como siempre sucedida cada vez que se entregaba a él, las puertas de ese edén se abrieron escapando de sus labios el nombre de la persona que amaba. El nombre de la persona que tenía predestinada.

Escuchó a la lejanía como gritaba su nombre antes que la cálidez la envolviera por completo.

Era un pecado entregarle su cuerpo al demonio. Pero ella ya hace mucho tiempo que lo había hecho. Y no se arrepentía.

¿Por qué?

Porque ambos se amaban contra todo los pronósticos…Ellos estaba predestinados. Ella nació para ser de él y él para amarla.

Su cuerpo aún sumergido en esas sensaciones que le producían un cierto letargo, poco a poco volvía a la calma.

—Te amo, pequeña.

Ella sólo sonrió sintiéndose feliz, dichosa y, por sobre todo, completa.

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Pestañó varias veces hasta que pudo observar con claridad, el sol le impedía una buena visión de aquella casa del otro lado de la calle. Aunque las largas gradas no le dejaban observar más allá de aquel arco de madera que se alzaba el fin de las mismas, sabía a la perfección cada detalle que se encontraba pasando ese gran arco.

Era su casa, su hogar. Movió rápidamente la cabeza en forma negativa, su hogar era al lado de Inuyasha.

Ahora solamente esa edificación representaba un pasado que algunas veces podía visitar y vivir como si toda su vida fuera normal.

Hacia alrededor de dos años que oficialmente no existía en este mundo, salvo por las veces que venía para ver a su madre. Estaría infinitamente agradecía con Inuyasha por permitirle visitarla. Ojala pudiera compartir la felicidad que en estos momentos tenía.

Casi siempre perdía la noción del tiempo en el Manmaden, pero al venir con frecuencia al mundo que la vio nacer podía llevar más o menos la cuenta del tiempo que convivía con Satán.

Sabía que su madre la tomaría como una total desquiciada si le llegara a contar que ahora era la esposa del rey de los infiernos.

Ella ante los ojos de los súbditos del diablo era su compañera hasta la eternidad. Ambos habían bebido de la copa del juramento prometiéndose amor eterno. Lo que equivalía en el mundo de los humanos estar casados, solamente que ese pacto jamás se rompería.

Sonrió risueña al ser consciente desde hace pocos días que algo tanto de él como de ella crecía en su vientre. Algo puramente de ambos.

No negaba que tenía cierto miedo e incertidumbre a esta nueva etapa que se abría delante de sus ojos. Ella iba a darle un hijo al demonio, el anticristo que acabaría con la humanidad sembrándola de dolor y caos.

Ella daría luz al ser que traería la destrucción a su mundo. Tembló ligeramente abrazándose a sí misma siendo consciente que sus ojos se llenaban de lágrimas que intentaba mantener.

Amaba a este hijo que llevaba en el vientre, pero también amaba el mundo donde ahora esta parada.

El ruido de pasos llegó a sus odios pero no se volteo para ver quién era, solamente siguió conteniendo las lágrimas enfocando sus ojos en el otro lado de la calle. Su vida era todo un dilema.

Una mano cálida acarició su mejilla para llamar su atención. Al ladear el rostro sus cafés se encontraron con los almíbares de él. Inuyasha le sonreía con alegría y comprensión trasmitiéndole un poco de confianza.

Se refugió en sus brazos como tantas otras veces durante estos dos años lo había hecho, y dejo que el calor que su cuerpo siempre emanaba la envolviera casi en un completo estado de sueño.

En este mundo seguían siendo profesor y alumna. Pero ahora eso era lo que menos le importaba.

—¿Cuándo pensabas decírmelo? —preguntó él, acariciando la espalda de ella en forma lenta. La escuchó suspirar y su cálido aliento traspaso la camisa color azul marino que llevaba puesta

—Lo siento tanto —respiró sollozando sin poder contener más la tristeza que rompía su felicidad. Satán había cambiado, pero no sabía si dejaría de lado la lucha interminable que tenía con Dios y todos los Ángeles. Deseaba con el alma darte este hijo, pero tampoco quería ser causante de la muerte de personas inocentes.

Besó sus cabellos e inconscientemente su corazón dejo de latir deprisa. No supo cuando comenzó hacerlo. No le importaba que ella lo viera vulnerable, porque Kagome era su punto débil pero a la vez su fuerza; al igual que lo era el hijo de ambos que pronto nacería.

Entendía a la perfección el dilema de ella y sabía que la respuesta definitiva él la tenía. Su mundo había dado un giro al conocerla, sus planes habían cambiado al momento que sellaron el pacto. Suspiró hondamente para darse valor.

—Escúchame bien, pequeña —dijo tiernamente mientras la separaba un poco de su abrazo para sostener el rostro de la mujer con ambas manos—. Nada le pasará a este mundo porque lo único que deseo es cuidar de ti y del pequeño demonio que estoy seguro será.

Los ojos de ella se abrieron en sorpresa y las últimas lágrimas cayeron contorneando la sonrisa que su rostro dibujaba.

Lo besó feliz mientras él sujetaba su cintura de manera delicada. Toda la tristeza y las dudas se despejaron su mente. Ahora eran una familia, una familia no muy convencional para este mundo, pero en fin una familia.

El Manmaden los recibió a ambos nuevamente, el verdadero mundo donde ella ahora más que nunca pertenecía.

Sí, era cierto que su vida no era convencional y sobre todo para terminar en los brazos del demonio. Pero cada día que pasaba junto a él se sentía más amada.

Ella traería a este mundo el hijo de Satán, pero ahora sabía que no significaba el fin del mundo. Ahora encontraba un nuevo significado a aquel viejo presagio de la iglesia…Para ella y para Inuyasha significaba el principio de una vida eterna.

Condenó su cuerpo y su alma al infierno por entregarse al amor y a los brazos del demonio.

Se condenó eternamente por ello.

Pero si tendría que volver a elegir su destino, elegiría el mismo.

"Por hoy y por toda la eternidad"


Y despues de tanto tenemos el final completo de esta pequeña adaptación mía. Queria primero terminar "Barman" y despues publicar el epilogo pero como siempre las cosas salen de otra forma como las pienso. Tenemos el epilogo de Virgin antes que de termine mi otro fic. Bueno no ma queda mas que agradecer a todas las personas que me acompañaron hasta el momento.

A mi entender no habia otro final que este, si lo lo habia este era el que a mi me gustaba.

Otra vez gracias y nos estamos viendo no solo en mi fic antes mencionado sino en otras locuras que creer despues.

Saludos a todos

Lis-Sama