Hola!

Pues bien, esta es mi primera historia sobre la pareja que a muchas nos fascina tanto: Draco y Hermione. Debo dejar en claro que muchos de los acontecimientos que relataré no tienen una correlación con los libros de Harry Potter. Sin embargo, en cuanto a los personajes, intentaré en lo posible, mantener la personalidad original. Esta es una historia escrita con mucho cariño, tanto porque me gusta mucho cada uno de los libros de HP ,asi como también, porque tengo un gran amor hacia la literatura.

Disclaimer: Advierto que los personajes y hechizos, entre otras cosas, no son creación mía, sino que pertenecen a J.K.Rowling. Exepto algunos que he inventado para poder, de esa manera, dar curso a la historia que he ideado en mi cabeza.

Antes de comenzar con la historia, les pido reviews, ya sea para decir que la odiaron, que las mantuvo indiferente o que les encantó... un fic con reviews es un fic feliz!!!

un abrazo enorme a los que lean el fic!!

¿un consejo?

"nunca, pero nunca dejen de soñar"

AMNESIA

Capítulo 1

Un nuevo nacimiento.

Sentía un dolor tan profundo, que temía averiguar la causa del mismo. No sabía ni entendía por qué no reaccionaba su cuerpo ante los dictámenes que su mente emitía. Era como si dos seres diferentes y distantes coexistieran dentro de ella, uno que se esforzaba irrefrenablemente por salir de aquel estado inerte en el que permanecía inmerso, el otro, que aparentaba no tener relación alguna con la vida misma. No parecía existir, y sin embargo existía, no parecía estar, y sin embargo, allí estaba, como un cadáver no alterado por el deterioro producido por el efecto propio del tiempo.

Responde, por favor, responde.

Su batalla interna por vencer su inactividad estaba perdida, y ella lo sabía, pero seguía sin embargo, intentándolo. Sólo sus párpados, solos sus ojos parecían no haberse sumido en aquel estado de reposo generalizado que la perturbaba. Pero no. No era tan valiente como para abrirlos y descubrir, de esa manera, el entorno en que se encontraba.

No recordaba. No podía evocar su pasado, y mucho menos, su presente. No importaba, más tarde lo averiguaría. Sí, era el dolor que no la dejaba pensar, ni mucho menos, desenterrar un pasado extraño en aquel momento de agonía.

Vamos, sólo el índice. Sólo muévete.

Su mano se alzó por el aire, pero, para su sorpresa, nada tenía que ver con los esfuerzos que hasta ese entonces había empleado ¿Quién se la sostenía? No quería saberlo. Temía saberlo. No sabía por qué se amedrentaba tanto. Era como si el instinto, que de su interior afloraba, le exigiera a gritos que no confiara, que permaneciera inquieta e incluso temerosa. Nada bueno podía resultar de esa situación de incertidumbre. Ella había basado su seguridad en la certeza que sus conocimientos le proporcionaban. Ahora, dicha convicción se había esfumado, porque ni siquiera su mente parecía prestarle el auxilio respecto de la información que requería.

El chico le sostenía la mano. Una satisfacción generalizada embargaba su cuerpo, su mente y todo su ser. Era como si todo el odio del mundo encontrara, de pronto, un recipiente para poder volcarlo… y ella era ese recipiente. La observaba como un artista analiza su obra. Su mirada evocaba rencor. Sus ojos habían adquirido un brillo tan intenso, que parecía haberse transformado en blanco el gris que los caracterizaba. Tanto había deseado ese momento. Ella subyugada al alero de sus decisiones. Ella transformada en su dependiente. Ella reducida a su mínima expresión. Como una simple muggle indefensa ante los dictámenes de un mago. Como una asquerosa sangre sucia. Como la repugnante persona que era.

Ella abrió sus ojos.

Sus miradas se clavaron como si no hubieran tenido alternativa observar un rincón diferente de la habitación en la que se encontraban.

- ¡No me mires! No tienes derecho a hacerlo, maldita asquerosa – dijo el chico de la cabellera rubia, mientras soltaba su mano de una manera tan brusca que el dolor que la muchacha creía el más inmenso de los existentes, se había intensificado.

Ella cerró sus ojos. Su cuerpo no podía efectuar otro movimiento. Si así hubiera sido, habría luchado para defender el honor, que de alguna manera, la sola presencia de ese individuo transgredía.

Por favor reacciona. Te suplico que me hagas caso.

Tanto la odiaba. La aborrecía. Era tan desagradable la idea de vivir con ella bajo el mismo techo, que su odio se había extendido a todos aquellos que le impusieron aceptar esa medida adoptada. Imbéciles. Ya se darían cuenta de la persona que se escondía tras esos ojos que provocaban el mayor de los deseos, pero también, el mayor de los odios.

Salió de la habitación con la certeza de haber presenciado de cerca al ser más despreciable de todos.

Ella abrió sus ojos ¿Dónde se encontraba? No parecía ver nada. El efecto de la luz la había encandilado, luego de unos segundos comenzó, por fin, a distinguir, entre los diversos objetos que allí se hallaban reunidos.

Una habitación de un blanco digno de ser elogiado. Era inmensa, no lograba distinguir, al estar impedida por su inmovilidad, hasta donde se extendía. Ella se encontraba recostada sobre un soporte de metal. Su ropaje se notaba gastado, rasgado y endurecido por la sangre seca que había absorbido. Arriba había tres focos encendidos juntos, pero dirigidos, cada uno, hacia una dirección diferente. Uno apuntaba directamente a ella, resaltando cada atributo suyo, así como cada una de sus imperfecciones. A su derecha, un estante de metal, y sobre él, recipientes metalizados. Cada recipiente con una etiqueta que identificaba su contenido ¿Qué decían? Ella hacía esfuerzos para saber de que se trataba, pero era tanto su dolor, que hasta su sentido de la vista parecía afectado. Luego de unos momentos comenzó a distinguir cada una de las palabras, su mente trabajaba a toda velocidad mientras leía lo más rápido que le era posible las palabras que delante de sus ojos se presentaban; Esencia de díctamo, Esencia de murtlap, Poción herbovitalizante, Zumo de mandrágora, Poción de la memoria, Filtro de los muertos, poción multijugos, Filtro de la paz, Poción para olvidar, Plantas mágicas, Poción reabastecedora de sangre, Veritaserum y Ungüento Amnésico del Doctor Ubbly.

Reconocía cada uno de esos nombres, distinguía el contenido de cada recipiente, así como los efectos que cada uno producía. Pero ¿Cómo lo sabía? No recordaba su nombre siquiera, pero era como si el resto de sus conocimientos hubiera permanecido inalterado, su inteligencia estaba intacta, era su identidad la que se hallaba perdida.

Habría dado todo por poder tomar un trago de Zumo de mandrágora en ese momento. Lo necesitaba tanto. Parecía ser la primera vez que el destino de su vida estaba al alcance de su mano, y ella, no podía acudir inmediatamente a su conquista.

Por Merlín, qué es lo que me ha sucedido.

De pronto escuchó unos pasos, parecía ser que se acercaban a la habitación en la que se hallaba ella recostada contra su voluntad. Por el modo de caminar, parecía ser un individuo decidido, el sonido de sus pasos retornaba en los pasillos del recinto. Se trataba de una mujer, ella lo sabía. Era imposible confundir el sonido de los tacones pisando la acera. El temor la obligó a cerrar una vez más los ojos que se habían convertido en la única evidencia de que no estaba muerta.

- ¡Bellatrix! - Gritó un hombre de una voz pérfida.

- ho… ho… hola Lucius – Dijo la mujer con una manifiesta inseguridad.

- ¡Donde te habías metido¿Es que no entiendes que no puedes desaparecer de esa manera?

- ¡No me levantes la voz!- dijo la mujer de la cabellera negra y prominente con el tono maléfico que la caracterizaba- Además, mi intención no era preocuparlos. Sólo me estuve entreteniendo un poco torturando a unos cuantos sangre sucia que se me cruzaron por el camino.

- Hace días que te estábamos buscando. No quiero que vuelvas a comportarte como la idiota heroína que busca mantenerse incógnita.

- Debes comprenderme querido Lucius. No acostumbro a exponerme.

- Pues tendrás que acostumbraste a la idea. Hemos ganado, ya no tendrás que volver a ocultarte jamás.

Hermione no sabía quienes eran los individuos que discutían fuera de la habitación en la que se encontraba, pero estaba segura de una cosa; aquello no podía ser bueno ¿Ellos habían ganado¿Ganado qué? Ella estaba allí, recostada, como una estúpida estatua sin poder arrancar de ese lugar que le parecía espantoso. Sí, si ellos eran los vencedores, de seguro que se encontraba la muchacha en el bando de los derrotados. No sabía y entendía de donde emanaba dicha certeza, pero su intuición era tan fuerte que estaba segura que no podía ser de otra manera.

- Me encanta cuando me recuerdan que hemos vencido- Dijo la mujer luego de emitir una estruendosa carcajada

- Pues compórtate como la ganadora que eres y no como una rata asquerosa que debe ocultarse para su supervivencia.

- ¿Y para qué me necesitas tanto¿Qué diría Narcisa de tu obsesión por mi presencia?- dijo la pérfida mujer introduciendo su mano entre los ropajes del rubio, llegando a tocar, con ese movimiento, su espalda, para poder, de esa manera, atraer su cuerpo hacia el de ella.

- ¡No me toques!

- Lástima que no me hayas dicho eso la noche que quisiste celebrar la victoria.

- Cállate- dijo el hombre con un dejo de ira en el tono de sus palabras.

- Por ahora no diré nada, pero no te creas, Lucius Malfloy, que te dejaré tranquilo – Dijo la mujer con el tono despiadado que la caracterizaba – Cuando menos te lo esperes, volverás a ser mío, querido compañero.

Ambos individuos tomaron, sin despedirse, direcciones diferentes. La muchacha de los ojos marrones que permanecía inerte en la habitación más cercana escuchó como el resonar de los pasos se alejaba, para dar, una vez más la bienvenida a ese silencio incómodo que la molestaba tanto.

Preferiría morir antes de vivir de esta manera.

Horas pasaban. Una tras otra iba dejando su estela por el paso de la existencia. El silencio se había convertido en el más fiel de los compañeros. Qué era lo que estaba pasando. Qué era lo que sucedía. Lágrimas recorrían las mejillas de la dulce castaña que mantenía los ojos abiertos sin observar nada. Su vista había permanecido nublada por horas, sin distinguir ni ocuparse de los objetos que le hacían compañía en esa habitación extraña. Quién era ese muchacho rubio. Quién era aquel que había alzado su mano esa mañana, que para ella constituía un recuerdo disipado por el paso del tiempo. Por qué le había gritado de esa manera. Por qué la aborrecía tanto.

Un ruido interrumpió el silencio que parecía haberse convertido en la antesala de una muerte segura. Alguien abrió la puerta de la habitación en la que la pobre muchacha seguía recostada hacía tanto tiempo. La castaña cerró inmediatamente sus ojos ante lo que se había convertido, prácticamente, en una reacción inmediata de su cuerpo frente a una presencia extraña.

- ¿Por qué cierras los ojos? - Preguntó una muchacha con una voz tan dulce que parecía introducir a la castaña en un paraíso extraño – No creas que no me di cuenta que los tenías abiertos.

Hermione, con inseguridad, abrió sus ojos. La miró. Era una muchacha de más menos diecinueve años. Tenía el cabello negro azulado. Sus ojos eran tan azules que parecía introducir, al quien los mirara, en la mayor de las confusiones. Tenía la piel blanca, tan blanca como la habitación en la que se encontraban. Sus cejas y sus pestañas eran tan negras como el cabello liso que sobre su rostro recaía. Era una muchacha delgada. Su delgadez se acentuaba por el traje que llevaba puesto. Una vestimenta negra, apegada de tal manera al cuerpo que si no fuera por el color del traje, habría parecido que andaba desnuda. El ropaje cubría su tronco y parte de sus piernas. Se extendía hasta las rodillas, pero de sus brazos, sólo alcanzaba a cubrir sus hombros.

- Tu mirada se encuentra perdida. No te pierdas por los parajes de la existencia, porque de vida, aún te queda bastante – dijo la misteriosa chica, mientras se sentaba en la especie de catre de metal en la que yacía la confundida castaña.

La dulce muchacha tomó la mano de Hermione. La misma mano que el misterioso rubio había alzado esa mañana. La observaba con una dulzura tan grande, que la estática muchacha parecía haber disipado hasta el mayor de los temores. No sabía de quien se trataba, pero esa misteriosa joven, estaba allí para ayudarla, y, Hermione Granger, lo sabía.

- Eres muy bella. Es una lástima que no recuerdes el pasado que te ha permitido llegar a ser la mujer que eres.

Una lágrima recorrió la mejilla derecha de la castaña. No sabía lo que estaba sucediendo, y no entendía tampoco, por qué esa misteriosa muchacha sabía acerca del vacío en que estaba inmersa su cabeza.

- Tienes suerte. Yo lo recuerdo todo y no puedo dejar de olvidar. Ellos no lo saben. El resto piensa que, al igual que todas, me hallo sumida en el vacío.

¿Todas¿Quiénes eran todas? Por Merlín, qué era lo que estaba pasando. No aguantaba los misterios. No soportaba no poder descifrar un código o un acertijo. Todo tenía una respuesta, nada quedaba sin contestación, pero ese día las soluciones no existían, y los acertijos abundaban. Que existencia más indigna era la de estar recostada sin siquiera poder respirar de manera normal.

- ¿Por qué te pones triste con lo que he dicho¿Es que acaso te gustaría evocar un pasado extinto por el paso de los acontecimientos actuales? – preguntó la muchacha con un tono tan dulce que parecía estar cantando una sinfonía propia de los ángeles en los que gran parte de los muggles creía – No te preocupes, los individuos hemos sido hechos para acostumbrarnos a situaciones extrañas, y no creo que seas tú, la que sucumba ante las exigencias de unos mortífagos desesperados.

- ¡Qué has dicho! – Dijo el mismo rubio que había estado en la habitación esa mañana, mientras entraba al cuarto en el que la estática castaña creía que se convertiría en su principal compañía - ¿Desesperados quienes?

- Muggles, por supuesto, mi querido amo – Dijo la muchacha con un tono tan convincente que habría sido aberrante poner en dudas sus palabras.

- Esta bien Arianne, por un momento creí escuchar otra cosa.

- Usted sabe, estimado amo, que mi fidelidad está a su lado. Todo de mí le pertenece… incluso mi cuerpo.

- Lo se, y si así no fuera, ya estarías muerta – dijo el rubio con un tono tan cortante, que no resultaba posible, continuar con éste conversación alguna – Retírate Arianne, déjame sólo con esta esclava.

- Sus deseos son órdenes – dijo la muchacha de cabello negro, mientras se retiraba por la puerta.

El rubio permanecía estático, observado a la que hasta entonces había sido la muchacha más despreciable que había conocido. De ser por él, ella estaría muerta, pero no le habían permitido matarla. No entendía por qué consideraba el resto que se trataría de un aporte fundamental dentro de la casta de guerreras que los vencedores habían estado forjando. Él quería humillarla, sabía que el orgullo de la muchacha debería desvanecerse si quería conservar su vida mientras formara parte de su ejército de esclavas. Él quería escucharla gritar y clamar una y otra vez por una oportunidad de vida. Él quería ser el responsable de cada uno de sus males, pero también de sus recompensas. El quería ser el responsable de su vida, y si lo estimase necesario, también de su muerte. Sabía que no podía emitir palabra alguna, y que era esa la principal razón por la que no se había atrevido aún a insultarlo con esa asquerosa actitud que la caracterizaba. No podía ser de otra manera, cuando recuperara el habla y la movilidad, Hermione Granger se le echaría encima como una perra enfurecida. Pero en ese momento, él se encargaría de darle su merecido.

Draco la miró tan fijamente a los ojos, que Hermione sintió una necesidad irrefrenable de cerrarlos. No lo hizo por orgullo. Al menos esa cualidad, no se la arrebataría nadie.

- Supongo que ya has notado que las cosas han cambiado - dijo el Rubio tan secamente que el corazón de Hermione comenzó a latir a toda velocidad - Yo soy el amo y tú, asquerosa sangre sucia, eres la esclava. No hay objeción posible hacia los dictámenes que yo emita. Tú serás desde ahora mi servidora, y ni aún tus quejidos más molestos, te permitirán liberarte de mi mandato.

El rubio se dirigió a la estantería en la que, hace ya muchas horas, Hermione había dedicado su total atención. Para sorpresa de la chica, el joven tomó la poción que la muchacha había deseado tanto alcanzar para adquirir la movilidad que necesitaba.

- Zumo de Mandrágora. Sí, creo que es esto lo que necesitas, para que tu repugnante cuerpo pueda volver a molestar por el mundo. Te lo advertiré ahora, repugnante sangre sucia, si te atreves a atacarme, de la manera que sea, lo lamentarás el resto de tu vida.

El rubio sabía que la muchacha no se tragaría su orgullo en ese momento. Sabía que ella lo atacaría, no podía ser de otra manera. Pero él se hallaba preparado, más que mal, él era el amo.

- Bébete esto – dijo el chico, mientras introducía unas gotas de la poción requerida dentro de la boca de la confundida muchacha.

Por qué me odia de esa manera. Por qué cree que lo odio tanto como para atacarlo.

La castaña comenzó a sentir cómo un calor renovador recorría su cuerpo. Era como si la vida se hubiese introducido dentro de ella de pronto, para otorgarle, de esa manera, una esperanza de que no todo estuviera perdido. Sea como sea, sin importar los insultos recibidos de parte de ese muchacho, ella de alguna manera, le estaba agradecida, y estaba segura, que encontraría alguna manera de retribuir su asistencia.

- Muchas gracias – dijo la muchacha mientras se sentaba en el soporte de metal en el que había permanecido tendida todo el día – no se cómo podría agradecerte todo lo que haz hecho por mí el día de hoy.

- ¿Gracias¿Me das las gracias? A mi no engañas.

- No veo por qué debería engañarte.

- Siempre te haz caracterizado por tus triquiñuelas mentales. No se cómo llegué a creer que no tendrías planeada una reacción propia de una sangre sucia repugnante.

- ¿Qué es una sangre sucia?

- ¡¿Qué?!

- Te he escuchado todo el día repetir esas palabras, y la verdad, es que no tengo la mínima idea de lo que podrían llegar a significar.

- Eso es lo que tu eres – Dijo el chico con un manifiesto desprecio demostrado en la comisura de sus labio superior.

- Pues, si eso es lo que soy, explícame de qué se trata. Y de paso me explicas qué está sucediendo, qué es este lugar, quién eres tú, y si fuera incluso posible, quién demonios soy yo.

Fue en ese momento que el rubio entendió lo que estaba sucediendo. Esa muchacha había perdido la memoria. Pero por qué. Él no lo sabía. Él la había encontrado tendida inconciente en el bosque prohibido. Ya nada importaba. Sus planes parecieron, por un momento, derrumbados ¿Cómo se supone iba a poder humillar a esa asquerosa si ni siquiera entendía que debía sentirse humillada por el sólo hecho de servirlo? Clavó su mirada en la chica, que sin saberlo, era la mujer más inteligente, audaz y sagaz de todas las que habían pisado ese establecimiento. De pronto, el rostro de Draco se iluminó con una sonrisa astuta. Ella no comprendía nada. Ella no entendía la situación en la que se encontraba ¡La estúpida de Granger le había dado las gracias! Era la mejor oportunidad de humillar hasta el cansancio a la bestia de mujer que tenía en frente sin que siquiera lo notara.

- Tu nombre es Vania.

- ¿Vania? – preguntó la muchacha con un tono de elocuente agradecimiento.

- Exacto.

- y ¿sabes algo acerca de mi pasado?

- Tú no tienes pasado.

- Todos tenemos un pasado. Te suplico que me lo digas.

- Vania, recuerda este día, como el día en que tu vida comenzó. Nada sé acerca de tu vida pasada, nadie sabe acerca de tu vida pasada. Eres una cualquiera que encontré agonizando, y que, me permití rescatar.

- No sé como agradecerte.

- Sólo tienes que hacer todo lo que yo te diga por el resto de tu vida.

- Está bien.