Disclaimer: Como siempre, todo es de JKR y yo no me llevo un céntimo haciendo fics.

NdA: Después de tanto fic ligerito, me ha dado por el drama. Más que nada, por variar. Este fic es algo oscuro. Pero es que no soporto esas historias donde Sirius sale después de 12 años en Azkaban y está más fresco que una lechuga y él y Remus viven felices y comen perdices. Un poco de realismo, please.

También aviso por si a alguien le interesa que este fic no se va a actualizar tan rápido como el de "Merodeando...". No tengo tanto tiempo, por más que quisiera.

---

1. Lluvia

Observa las gotas de lluvia deslizarse por la ventana, perezosas, lentas, como lo ha sido todo desde que volvió. Lento y doloroso. Se remueve en la cama, atento a cualquier sonido, y lamenta lo cruel que puede resultar dedicar el día a día a la búsqueda de una persona que está contigo pero no está realmente. Remus Lupin es paciente y sabe conservar siempre un resplandor de esperanza en tiempos oscuros, pero ahora le está costando. Han pasado tres meses y nada ha cambiado.

Los días fluyen apáticos, nimios, en espera de algo que no sabe qué es. La rutina lo consume, mata su esperanza de ver tiempos mejores. De volver a verle a él.

Un gemido. Remus lo oye antes de que se produzca y vuela hacia el dormitorio de al lado. Otra pesadilla. Las odia tanto. Sirius se agita, cubierto de sudor frío, gimiendo, sollozando. Suplica y se debate y a Remus le quiebra el corazón verle así. Se le acerca despacio, sabe que los despertares no son buenos y, con cuidado, se sube a la cama y comparte el calor de su cuerpo con el frío y delgado del animago hasta que los temblores parecen menguar. Le acaricia el pelo y le susurra dulces palabras de calma. Y así, poco a poco, el llanto cesa y la respiración de Sirius se vuelve profunda.

Remus sabe que debería marcharse, que ya todo está bien, pero se dice en su interior que sólo por precaución es mejor que se quede velando su sueño. Y breves minutos después, ambos duermen. Juntos, cansados y presas del dolor de sus vidas y sus recuerdos.

Ha amanecido pero apenas se nota. En Grimmauld Place la luz es siempre gris y el día fuera está lluvioso. Cuando Sirius baja a la helada cocina, ahora templada por el efecto de un viejo calentador encendido, Remus ya ha hecho café y tostadas. No se saludan. Nunca lo hacen, es parte de la odiosa rutina. Remus lo intentaba al principio pero jamás recibía respuesta.

El animago toma asiento a su lado de forma mecánica y se agarra a su café. Ninguno mira al otro.

—Te lo dije —la voz de Sirius sale ronca, sin sentimiento, vacía.

—Lo sé —asinte Remus con pesar.

—No quiero que duermas conmigo —insiste la voz indiferente—. No te quiero en mi cama.

—Lo siento.

Durante largos minutos, todo es silencio. Se espera que por la mañana llegue una lechuza de Dumbledore con instrucciones de la Orden y es una buena excusa para estar los dos sentados allí, estando sin estar.

—Tuviste otra pesadilla —dice finalmente el licántropo.

Sirius no contesta, su mirada permaneciendo clavada e inerte sobre la ventana. Nunca habla de sus sueños, de los terrores que le asaltan por la noche cuando aún cree estar en Azkabán. Aire helado, desconsuelo final. Y las figuras de aquellos que murieron por su culpa acechando su lecho desde más allá de la muerte. Cadavéricos rostros, voces de ultratumba reprochándole su error. El pelo y los labios de la visión de Lily son blancos como el mármol de su tumba. James es un esqueleto furioso que arremete contra él. Cuántas veces lo ha sufrido… Otra pesadilla, dice Remus. Y qué es una más.

A media mañana, una pequeña lechuza parda da golpecitos en el cristal de la sala de estar y Remus se levanta para tomarla. Pero ella escapa ágilmente para posarse sobre el regazo de Sirius. Éste la mira con desgana hasta que ve el remitente de la carta, y sólo entonces brillan sus ojos y aparece algo similar a una sonrisa en su demacrado rostro.

—¿Harry? —inquiere Remus con suavidad.

Sirius asiente brevemente y se dispone a leer el texto que le ha dedicado su ahijado. Y en esos momentos Remus sabe que es lamentable. Sabe que es patético y absurdo y vergonzoso, pero no puede evitar sentir celos de un niño. Porque Harry es el único capaz de devolverle algo de vida a Sirius, cosa que él, por intentos que hiciera, jamás fue capaz de hacer. Un nudo le ahoga en la garganta y, dado que Sirius no se ofrece a compartir el mensaje con él, decide subir a su solitaria habitación donde nadie, ni siquiera él mismo, pueda ver su declive.

Es en su cuarto donde Remus recibe la misiva de Dumbledore. Es breve, escrita en letra elegante y pulcra, y no informa de grandes novedades. Envía adjuntos unos pergaminos para investigar y dice que muy pronto la Orden necesitará un voluntario para una misión secreta de alto riesgo. No da más detalles, pero Remus lleva mucho tiempo en la Orden y sabe qué tipo de misiones son esas y por qué las llaman de alto riesgo. Internarse en terreno de Voldemort, robarle algún objeto mágico o reliquia, infiltrarse entre los mortífagos para obtener información… ese tipo de cosas. Misiones de alto riesgo donde, por lógica, la probabilidad de salir vivo es baja.

Informa Sirius de los pergaminos que hay que investigar y se prepara para salir. Se siente ahogado en esa vieja casa y el animago no ayuda a que la sensación sea mejor. Al contrario. Su persistente costumbre de ignorarle como si no existiera, de tratarle con frialdad, de no hablarle de nada en absoluto… El licántropo se siente inútil. Inútil y terriblemente dolido y solo, porque él también tiene recuerdos dolorosos que compartir y si hablaran, si se sinceraran como cuando eran jóvenes y todo entre ellos eran bromas y risas, y nunca había secretos… entonces quizás morirse no sería una alternativa tan aceptable.

Con la capa raída sobre los hombros, Remus se da la vuelta para observar a quien fue su mejor amigo, su amante, su pareja y su vida. La leve esperanza de que la mirada le sea devuelta se esfuma tan rápido como apareció y, sin despedirse —otra rutina—, Remus Lupin se encamina a ver a Dumbledore. Sabe que es el mejor voluntario que pueden encontrar; él, que no es nada ni tiene nada ni aspira a nada. Y jamás dejaría que se arriesgaran personas como Arthur o Bill, cuyas muertes serían trágicas. La suya no sería más que un hecho que comentar entre los compañeros de la Orden, sacudiendo la cabeza pesarosos o comentando lo valiente que fue. Y ni siquiera eso le importaría si tan sólo Sirius le hubiera mirado esta vez.

La lluvia sigue cayendo violenta, poderosa, como un avatar del destino.

---

NdA: Por supuesto, continuará. Agradecería opiniones sinceras, críticas o cualquier comentario que se os ocurra.