Hola!
Este es el primero de una serie de drabbles (en principio 7) sobre los "7 Pecados capitales". Cada viñeta pertenece a uno de los pecados, que forman parte de los retos de la Comunidad de Livejournal "Retos a la carta" (link al final de mi profile). Resumiendo será una historia muy cortita de 7 drabbles relacionados. Los subiré a menudo :) espero que os gusten!
Se agradecen comentarios, hortalizas y piruletas :)
Edit (07/06/09): Estoy editando la historia para corregir un par de cosillas y esencialmente sustituir los guiones cortos por guiones largos ;)
04# Envidia
"Tinta y pergamino"
Draco Malfoy siempre había tenido lo mejor, todo lo que hubiera podido desear. Si no podía conseguirlo por méritos propios, se valía de su apellido, de su astucia, de las mentiras o la manipulación. Fuera como fuera, era de esas personas que siempre se salían con la suya.
Las mujeres no suponían una excepción. Podía decirse que las había probado de todas las formas y sabores, y de todas las casas. Siempre sangre puras, por supuesto. Incluso se había permitido un par de deslices con alguna que otra sangre mestiza especialmente atractiva. Las sangre sucia para él simplemente no existían. Pertenecían a una raza asexuada e inferior, como subespecie de elfos domésticos.
Claro que también obtenía su particular placer de ellas. Por supuesto no era nada sexual, sino más bien psicológico. Disfrutaba atormentándolas, recordándoles que eran la escoria de la sociedad mágica, un espécimen arribista que debería desaparecer.
Y después estaba ella. Hermione Granger, el máximo exponente de la especie "asquerosa sangre sucia". La mojigata amiga de San Potter y Weasel, la marisabidilla cuya mano aleteaba en cada clase sabedora de cada jodida pregunta que cualquier profesor tuviera a bien hacer, la remilgada que hacía cumplir cada norma, la justiciera que defendía a los alumnos más indefensos de sus "despóticos abusos de poder".
Sobra decir que para Draco ni siquiera era una chica. Mucho menos aún que el resto de las sangre sucia. Sólo ella podía lucir una túnica del colegio de modo que pareciera el hábito de una monja y llevar el pelo como si se pasara el día revolcándose por graneros.
Precisamente por eso le intrigaba tanto el hecho de que Cormac McLaggen –sí, ese grandullón de Gryffindor que se creía poseedor de toda la sabiduría del quidditch y que era más simple que un lapicero –alardeara por ahí de ir al baile de Navidad de Slughorn con Hermione Granger. Para empezar, si él tuviera que ir con Granger lo único que le preocuparía sería encontrar algún hechizo, poción o tupido pasamontañas que le ocultara el rostro para que nadie supiera que llevaría a la comelibros oficial a la fiesta. Por Merlín, seguro que sabía a tinta y pergamino.
No obstante, sentía un morboso interés por eso hecho. Esa era la razón de que estuviera merodeando cerca de las mazmorras la noche del baile de Slughorn. Oculto tras una estatua pudo ver como McLaggen se acercaba por el pasillo con una aburrida Granger, hablando de jugadas de quidditch en las que él siempre era el protagonista.
Pero había algo diferente en Granger esa noche. Se había peinado, sujetando su enmarañado cabello en un recogido bajo y flojo a la altura de la nuca, y ya no llevaba la túnica Hogwarts, sino una suave túnica de color lavanda que casi la hacía parecer un miembro del sexo opuesto. Además parecía infinitamente aburrida del monólogo de McLaggen, por eso tardó unos segundos en percatarse de que él se había detenido y la miraba fijamente.
— ¿Qué ocurre? —preguntó ella, parándose junto al chico.
—Ha llegado el momento —dijo él con una sonrisa de suficiencia.
— ¿El momento? ¿El momento de qué?
McLaggen hizo más amplía su sonrisa –si es que eso era posible -, señaló con un movimiento de cabeza algo que colgaba en el techo sobre ellos y le puso rudamente las manos en los hombros a la chica, cerrándolas como grilletes en torno a ella.
—El momento de mi mejor jugada —aseguró él y se precipitó hacia la chica con los labios en posición de ataque. La reacción instintiva de Draco fue cerrar los ojos y arrugar la boca en una mueca de asco, pero después de unos segundos, su curiosidad natural se impuso y abrió lentamente un ojo, temeroso de lo que pudiera encontrarse.
El bestia de McLaggen había redistribuido la posición de sus manos sobre el cuerpo de la muchacha, una aferrándola a la cintura para sostenerla contra él, la otra hundiéndose brutalmente en su pelo, deshaciendo el recogido. A pesar de la poca libertad de movimiento que el gryffindor le dejaba, Draco se percató de que Granger forcejeaba desesperadamente para liberarse. Parecía horrorizada, pero McLaggen la aferraba con ansias como si llevara deseando besarla mucho tiempo.
Por razones ajenas a Draco, él parecía estar disfrutando y extrañamente, por un fugaz segundo de locura transitoria y profunda enajenación mental, deseó ocupar el lugar de ese orangután. Deseó ser él quien le enredara los dedos violentamente en el pelo, quien la apresara por la cintura, quien dominara su boca, quien se le impusiera.
Porque al verle besarla, Draco había decidido que quería descubrir personalmente si realmente sabía a tinta y pergamino.
(continuará...)