Disclaimer: No hay ánimo de lucro en escribir esta historia, basada en los personajes y en el mundo creado por J.K Rowling


BECAUSE OF YOU

Capítulo 1

A menudo ocurre que la noche no es tomada en serio. Cuando el tenue manto de oscuridad llega al caer el sol, muchas personas cometen un error al pensar que la vida se detiene.

Piensan que con el ambiente nocturno, un castillo como el de Hogwarts permanece inactivo, como si durmiese un profundo sueño. Pero no es así, puesto que muchas veces las cosas realmente interesantes acontecen durante la silenciosa noche, cuando no hay testigos que puedan relatar los numerosos acontecimientos de los que es espectadora.

En ese momento los sólidos muros de piedra que erigían el colegio estaban iluminados por pequeñas antorchas, para que las tinieblas no se apoderasen por completo de la instancia. Iluminaban los vacíos pasillos, en los que no se podía escuchar un susurro, por muy leve que fuese.

Pero como suele ocurrir, no todo es lo que parece. Y aunque la calma aparentemente reinaba el lugar, quien aguzase bien el oído podría escuchar unos tímidos pasos avanzando por el corredor, temerosos de ser descubiertos.

El dueño de esas pisadas era Severus Snape, estudiante del colegio y miembro de Slytherin, la casa a la que pertenecían los más astutos de todo Hogwarts y también unos de los más ambiciosos. Y allí estaba Severus, escurriéndose como una serpiente en medio de la apacible velada, teniendo bien presente un objetivo en su ambiciosa mente: hablar con Lily Evans.

Tuvo suerte de encontrar a Mary, una Gryffindor que en ese instante se disponía a atravesar el retrato de la Dama Gorda e internarse en la sala común de los valientes leones, aunque el toque de queda hacía rato que se había traspasado.

Ya que él no sabía cómo entrar en aquel lugar, Mary fue su salvación. A través de chantajes y ruegos, consiguió que ella transmitiese el mensaje a su compañera. Si todo salía bien, Lily pronto saldría a su encuentro. Y si no, él se ocuparía de hablar con ella más tarde o más temprano. Dormiría allí mismo con tal de verla aparecer por la mañana, antes del desayuno, y poder tener una mínima oportunidad de explicarse.

Severus agachó la cabeza y jugó con sus nerviosos pies, que parecían no querer detenerse. Aguardaba a la espera de la pelirroja, que estaba tardando demasiado tiempo, más del que él hubiese deseado.

Sus mechones aplastaban su alargado rostro, poblado por una nariz aguileña. Sus ojos oscuros recorrían la instancia, buscando desesperadamente el menor indicio de que su compañera por fin se hubiese presentado.

Portaba una túnica negra que le caía hasta los pies, barriendo el polvo del suelo. La túnica, suelta, dejaba adivinar a duras penas la silueta de un joven tímido, alto y delgado.

Su cabeza se giró bruscamente al escuchar un ruido: ¿sería ella?

Y allí la tenía, a Lily Evans ante él. Las palabras se escaparon de su boca antes de que se pudiese dar cuenta:

—Lo siento.

Ella bufó, indiferente:

—No me interesa.

—¡Lo siento!- repitió él, desesperado. Ahora que por fin había cumplido su objetivo no sabía bien cómo excusarse y parecía un ratón acorralado.

Todo había sido un malentendido, ella no podía entender lo que ocurría en las mazmorras. No podía percibir que uno sentenciaba su propia muerte si se proclamaba defensor de los sangre sucia, si había indicios de que mantuviese amistad con uno de ellos. Era un suicidio que sólo los más aventureros se podrían atrever a llevar acabo, y él no contaba de las agallas suficientes como para enfrentarse a toda su casa.

—Que conste que sólo estoy aquí porque Mary me dijo que amenazabas con dormir ante el retrato.

—Y lo hubiese hecho. Escúchame, Lily, yo nunca pretendí…

—Se te escapó, ¿no? —Lily ya había tenido bastante—. Ya no hay nada que hacer… He intentado disculparte todos estos años, ninguno de mis amigos es capaz de entender por qué me he empeñado en seguir hablando contigo. Pero tú sigues con esas compañías, con esos amigos mortífagos… No puedes negar que un día aspiras en convertirte en un seguidor de Ya-Sabes-Quién, ¿verdad?

Severus abrió la boca, pero la cerró sin haber dicho una sola palabra. Todo pensamiento racional había desaparecido de su mente y no quería volver.

—Está claro. Hemos tomado caminos diferentes.

—No, espera, yo no pretendía…

—¿Llamarme sangre sucia? ¿Y por qué no me querías llamar así a mí y al resto de los de mi clase sí? O todos o ninguno…

Severus intentó rechistar, pero antes de que le diese tiempo, Lily le dio la espalda y se dirigió a la sala común de Gryffindor.

Era una muchacha decidida y firme, que siempre parecía conseguir lo que se propusiese. No en vano era prefecta y una de las estudiantes más sobresalientes de todo el castillo. Poseía un brillo de inteligencia y determinación en sus ojos color esmeralda, ellos eran el espejo de su alma, puesto que Lily era siempre sincera y honesta con todo el mundo: no podía concebir las mentiras y por eso estaba tan enfadada con su antiguo amigo Severus.

Sabía que sólo podía escuchar una sarta de mentiras de su parte y ella no podía tolerar construir una amistad cimentada en la desconfianza. Así que, por mucho que le costase, tenía que despedirse de ese viejo compañero de la infancia, de esa relación que ya no le podía traer ninguna dicha.

Era una chica bastante menuda, de ágiles movimientos y silueta recta. Sus cabellos rojos como el fuego le llegaban hasta la cintura y a ella le gustaba recogérselos en trenzas para que ningún mechón se le fuese a la cara y entorpeciese sus movimientos. Así era ella, práctica y resuelta.

Cuando se internó sigilosamente en su habitación, su enfado no pudo ser ocultado a sus amigas, que se habían despertado en medio de la noche al percibir que la pelirroja no se encontraba en el dormitorio.

—¡Lily! —Roanne Dunant, su mejor amiga, la miraba con preocupación.

Roanne cogió de la mano a su amiga y le sonrió dispuesta a tranquilizarla. Sus ojos azules escudriñaron la mirada de la pelirroja, intentando encontrar alguna pista para descubrir por qué sufría. Roanne no soportaba que una amiga lo pasase mal, por lo que siempre intentaba averiguar la razón de sus males para poder ayudar lo máximo posible.

Mucha gente la veía como la típica rubia de ojos azules, la típica rubia tonta que carecía de neuronas o que era demasiado superficial como para preocuparse por las cosas importantes de la vida. Roanne siempre intentaba demostrar a la gente, y sobre todo a sí misma, que ella era mucho más que eso.

Continuamente recibía invitaciones para acudir a las fiestas más importantes de todo Hogwarts, invitaciones que siempre rechazaba ante la mirada atónita de su amiga Rose, que adoraba las fiestas.

—Como sea por un tío, te juro que lo mato.Por supuesto, quien había hablado era Rose Lehman, la loca de Rose Lehman.

Rose era la típica chica que amaba la diversión por encima de todas las cosas, algo que siempre le recriminaba la buena de Lily, que siempre le recordaba que debía ser más responsable y dedicarse a estudiar… Si no fuese por Lily, Rose nunca hubiese aprobado un solo examen. Tenía suerte de tenerla por amiga y que siempre la ayudase.

Llevaba su pelo rubio con un corte moderno, como a ella le gustaba decir, por debajo de las orejas. Sus ojos eran verdes, al igual que los de Lily y los de Ethel.

—Cuéntanos qué te pasa, Lily, nosotras estamos aquí para ayudarte —dijo Ethel, que no podía soportar ver a su amiga sufrir sin siquiera saber por qué. Y no saber cómo ayudar a una amiga era una tragedia para Ethel Holden.

Ethel era todo corazón. Antes que ella, estaban sus amigas. La Gryffindor sensible, como era a menudo llamada por quienes la conocían, no dudaba en compartir todo lo que tenía, en ayudar incondicionalmente a las personas más cercanas para ella.

Era una chica pálida, tímida, de mirada insegura. Esto le causaba bastantes problemas a la hora de conocer a la gente, pero cuando ya conocía a una persona de verdad y cogía confianza, los temores quedaban olvidados.

—Nada, no os preocupéis, no pasa nada —quiso restarle importancia Lily.

—Si te hace sentir mal, para nosotras sí que la tiene —dijo Ethel, deseosa de saber por fin qué turbaba a su amiga.

—Es Severus… —suspiró Lily.

—¡Maldito! —gritó Rose, furiosa—. ¿Qué te ha hecho ese condenado? ¡Como lo pille, lo mato! ¡Te dije que ese Snape era un miserable, que no te tenías que juntar con él!

—Tranquila, Rose —se rió Roanne de la reacción de su amiga—. Deja que Lily nos explique qué pasó.

—Severus me llamó sangre sucia, así que me enfadé con él y he decidido no volver a hablar con él, por mucho que él se empeñe en lo contrario —confesó Lily.

Las reacciones de sus amigas no se hicieron esperar. Con un grito de alegría, Rose esbozó una amplia sonrisa, de oreja a oreja, mientras que Ethel y Roanne se dedicaban a abrazar a la pelirroja para reconfortarla:

—Bueno, has hecho bien —dijo Roanne—, así que no te preocupes, Lily, ya verás que ahora todo te va mucho mejor.

—Eso ni lo dudes —se rió Rose—. Ahora que por fin Lily ha tenido dos dedos de frente y ha decidido mandar a la mierda a Snape…

Pero la euforia de Rose fue interrumpida por Ethel.

—¿Siempre tienes que hablar así? —se molestó la morena.

—Ya habló la santa… —se quejó Rose.

Pero Ethel no dijo nada más. Odiaba las peleas y más si eran por una tontería como esa, así que no incitó a Rose a practicar su hobby favorito: las peleas. Bueno, las peleas no eran exactamente su hobby favorito, lo eran cuando era ella la que ganaba.

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Mientras estaban desayunando en el Gran Comedor, Snape pasó al lado de la mesa de Gryffindor, buscando con la mirada a Lily para intentar hablar con ella, pero una vez que se hubo encontrado con los ojos de la pelirroja, ésta hizo un gesto despectivo y ladeó la cabeza hacia otro lado.

Este gesto no le pasó desapercibido a James Potter, eterno pretendiente de Lily.

—¿Te enfadaste con Quejicus? —Tras la pregunta se podía percibir perfectamente su alegría por la noticia.

—No es de tu incumbencia, Potter —y le lanzó una mirada despectiva, de las que sólo dirigía a él.

—Tomaré eso como un sí —dijo el chico sonriendo, haciendo caso omiso de la mirada que le había echado—. Me alegro de que hayas entrado en razón y no te juntes más con…

Pero las palabras del moreno fueron interrumpidas por la chica.

—Pero sí debería juntarme contigo, ¿verdad, Potter? —La pelirroja estaba cansada—. Gracias, pero yo elijo mis amistades, y desde luego no pienso juntarme con un engreído como tú.

James empezó a reírse, visiblemente entretenido por el espectáculo al que estaba asistiendo: Lily perdiendo los estribos.

Se revolvió su rebelde pelo castaño, con un aire que algunos hubiesen calificado de engreído. Sí, James era conocedor de su encanto y le gustaba ser el líder de la manada. Sabía que las féminas del castillo suspiraban por él, jugador de Quidditch, atlético, rebelde, seguro de sí mismo… Era ése el magnetismo-Potter que hacía que muchas acabasen bebiendo los vientos por él.

Todas menos una. Esa impertinente pelirroja que en esos momentos le estaba dirigiendo una mirada de odio. Como un cazador hábil y experto que se dirige a su presa, él había decidido que iba a atrapar a esa escurridiza gacela. Nadie podía resistirse a sus encantos, ni siquiera ella, que se creía demasiado importante como para no prestarle atención.

—¡Calma, Lily! —participó en la conversación Sirius, el mejor amigo de James.

Sirius Black era como un hermano para James. Para él todo eran risas y diversión, y si no las había, él ya se encargaba de facilitarlas. ¿Para qué tomarse las cosas en serio cuando uno se podía reír de ellas y pasárselo bien? Esa era su filosofía, el Carpe diem que siempre predicaba.

Sus ojos eran grises azulados, un mar profundo en el que más de una había querido sumergirse. Sus cabellos eran oscuros y, como buen ególatra, también era plenamente consciente de la sensación que causaba.

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Peter Pettigrew se encontraba sentado en un lugar apartado de los jardines de Hogwarts. Tenía la cabeza agachada y parecía estar reflexionando.

—¿Qué haces aquí solo, Colagusano? —le preguntó Sirius al verle así.

Peter había sido su amigo desde que entraron en Hogwarts, y si bien era cierto que era un poco tímido e inseguro, siempre había seguido incondicionalmente los pasos de los destructores de las reglas.

Era de estatura baja y un poco rellenito, con una cara redonda y unos ojos inquietos que buscaban siempre la aprobación de sus colegas.

—Suspendí el trabajo de Transformaciones —fue su respuesta.

Sirius Black se limitó a encogerse de hombros. ¿Ponerse así por un trabajo? Para él el estudio era algo secundario, por lo que nunca había que preocuparse. ¿Por qué preocuparse por ello cuando había tantísimas cosas por hacer? Había que dejar las cosas aburridas para los empollones…

—Venga, Colagusano, sólo es un trabajo. —Le puso la mano en el hombro—. Sólo eso.

Pero Peter no parecía muy convencido.

—Pero es que me esforcé demasiado y…

Pero no pudo continuar, porque fue interrumpido por Sirius:

—¿Esforzarse? Colagusano, creo que no te he enseñado muy bien la filosofía Black: "sacar el máximo resultado con el mínimo esfuerzo".

Peter esbozó una semisonrisa.

—¿Sabes qué te digo? —dijo Sirius—. Que me parece que es va siendo hora de gastarle una broma a McGonagall, un pequeño regalito de tu amigo Canuto, ¿eh?

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La biblioteca de Hogwarts era uno de los lugares más transitados a lo largo del día por los cientos de estudiantes que acudían allí a estudiar o simplemente a consultar algún libro. Cuando Ethel franqueó la gran puerta que le servía de entrada, se dio cuenta de que ese día estaba especialmente llena; apenas quedaba un asiento libre.

Los Ravenclaws eran los más numerosos: al parecer el saber es infinito, puesto que las águilas parecían muy concentradas en seguir llenando sus mentes con mil y un nuevos conocimientos.

Se dirigió a la zona dedicada a los libros de Pociones, la materia en la que ella tenía especial interés, puesto que las explicaciones del profesor Slughorn siempre le habían parecido escasas y llevaba años documentándose en la biblioteca para poder elaborar las complicadas pociones que mandaba el maestro.

Estaba tan absorta en sus pensamientos, contando mentalmente la cantidad de Ravenclaws que podían llenar una sala, que no se dio cuenta de que chocaba con otra persona.

—Perdón —dijo tímidamente, mientras bajaba la cabeza, avergonzada.

Casi no se había atrevido a levantar la cabeza debido a la vergüenza que en ese momento la dominaba. Odiaba ese tipo de situaciones que le hacían ponerse roja y preguntarse cuál era el motivo por el que estaba en Gryffindor… ¿No eran el valor y el coraje características imprescindibles?

—¡Remus! —exclamó con sorpresa—. No sabía que eras tú.

Remus Lupin era uno de los merodeadores, y, por lo tanto, uno de los chicos más problemáticos de Hogwarts. Se pasaba la vida haciendo bromas, deambulando por pasillos perdidos… Siempre con la compañía de sus fieles amigos, a los que parecía no importarles la cantidad de castigos que habían tenido que sufrir a lo largo de todos esos años.

Remus, sin embargo, era uno de los merodeadores más calmados. Era responsable con sus estudios y un poco tímido comparado con el desparpajo de Sirius o James.

Ethel siempre había admirado a Remus en secreto. Lejos de verle como a un idiota presumido como el resto de merodeadores, siempre le había visto como un chico bastante interesante. Demasiado interesante a su parecer.

Quizás había sido su mirada, del color de la miel, esa mirada que parecía tan sincera. O quizás había sido la forma en la que siempre velaba por la seguridad de sus amigos, demostrando que era fiel a ellos hasta el último momento. Si el muchacho había tenido que sufrir tantos castigos había sido precisamente por sus compañeros, que parecía que olían los problemas. Y él, fiel siempre, tenía que padecer los innumerables castigos cuando no había podido llegar a tiempo para parar sus numerosas locuras.

—Deja que te ayude a recoger el libro —se ofreció él.

Era cierto, pensó Ethel, azorada. Se había olvidado por completo del libro que llevaba en su mano antes de tropezarse y que aún yacía en el suelo. Se dispuso a recogerlo, en el mismo momento que lo tomó Remus.

—Fui más rápido —se rió el chico, mientras se disponía a entregarle el libro.

Ninguno de los dos dijo nada durante el molesto silencio que surgió entre ellos. Hacía tiempo que se conocían, ambos sabían de la existencia del otro desde hacía ya mucho tiempo, pero nunca habían mantenido una conversación completamente a solas, sin sus intrépidos amigos de por medio.

Era su timidez la que dominaba el ambiente en ese momento, haciendo que ambos se sonriesen incómodamente, deseando marcharse cuanto antes y abandonar las arenas movedizas en las que se encontraban: terreno inseguro e incierto.

Ethel no se había querido marchar porque tenía muchas ganas de conocer a ese chico, ya que secretamente le había admirado por su inteligencia y por las pocas palabras que había intercambiado con él cuando se hallaba junto a sus colegas, parecía una buena persona.

Él se despidió de ella con la mano, deseando dar fin a esa situación tan incómoda. ¿Por qué se había quedado ella tan paralizada, como si tuviese algo que decirle? Parecían dos estúpidos mirándose sin hablar claro. Era mejor dejarse de tonterías.

Había comenzado a dar los primeros pasos cuando ella le llamó:

—¿Remus?

Él se giró al escuchar su nombre, confuso. ¿Qué era lo que tenía que decirle?

Ella avanzó hacia él. Había decidido demostrar que era una Gryffindor y tomar las riendas del asunto: si se moría de ganas por conocer a esa persona, tenía que hacer algo al respecto.

—¿Te apetecería dar un paseo por los jardines?

Remus la miró muy sorprendido. Apenas había intercambiado dos palabras con ella. Y además tenía mucho que estudiar, no podía permitirse perder el tiempo con ella, cuando lo más seguro era que iban a estar callados todo el tiempo, sin nada que decirse.

—Lo siento, Ethel, pero tengo mucho que estudiar—confesó.

Ella se encogió de hombros, un poquito decepcionada. Le habría gustado mucho compartir unos momentos con él y conocer mejor qué era lo que se escondía tras el serio semblante de Remus Lupin.

Abandonó el lugar arrastrando los pies, como si ellos no quisiesen salir, vagos y perezosos. Se dejó caer en uno de los bancos que adornaban los largos pasillos del castillo y se dispuso a estudiar un poco de Pociones.

Pero no podía concentrarse, constantemente los ojos color miel del merodeador interrumpían su estudio. ¿Por qué andaba ella pensando en esas cosas? Era normal hasta cierto punto que tuviese interés por conocerle, pero ya empezaba a preocuparle que le impidiese estudiar. ¿Por qué ese interés por el chico?

Siempre había admirado al muchacho, era un hecho, pero nunca se había sorprendido a sí misma pensando en él. ¿Qué era lo que significa eso? No quería pensarlo, resolvió. No tendría importancia si no se la daba.

Continuó estudiando, pero, una vez más, la imagen del merodeador volvió a cautivar su mente. Esto ya no era serio. Ella nunca había tenido problema ninguno en concentrarse, jamás una mosca le había impedido estudiar y ahora se estaba dando cuenta de que no tenía la cabeza donde tenía que tenerla.

No llegaba a comprenderse a sí misma y eso le volvía loca. Se levantó rápidamente del banco, furiosa con su estupidez mental, y se lanzó a correr hasta su sala común, recorriendo los pasillos a una velocidad de la que ni ella misma se hubiese creído capaz antes.

Y, de repente, chocó contra algo. Sus costillas comenzaron a dolerle, algo se le estaba clavando. Cuando vio a quién tenía encima no pudo evitar sonrojarse.

Una caída inesperada la había llevado a los brazos de la persona en la que había estado pensando todo ese tiempo. ¿Cosas del azar? Quién sabía…

Remus no había tenido tiempo de apartarse de encima de la morena, que respiraba entrecortadamente debido al dolor que sentía.

Cuando se quiso dar cuenta, su boca estaba peligrosamente cerca de la suya y su cabeza estaba anulada con el embriagador aroma de la morena. No lo podía negar. Tenía unas ganas locas de besarla. Se acercó más a su boca, que le estaba pidiendo a gritos ser besada. Pero la realidad le hizo tener que considerarlo.

¿Él besando a chicas por los pasillos? Cuando él… Se levantó súbitamente de encima de la morena, bastante azorado y arrepentido por lo que había estado a punto de ocurrir.

No podía permitirse el entregarse a una chica, porque ya de antemano sabía lo que iba a ocurrir. Su complejo de inferioridad le impedía pensar en un buen futuro que ofrecerle, él valía tan poco… Podía hacer tanto daño… No, él no tenía nada serio que ofrecer. Era mejor alejarse, antes de que pudiese causar algún mal.

Así que se fue corriendo, dejando a Ethel confundida, con el corazón martilleándole de decepción.

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—¿Sabéis qué? —dijo James Potter—. Me aburro.

Los merodeadores se miraron, encogiéndose de hombros. Eran activos por naturaleza y siempre tenían que estar haciendo algo. El aburrimiento era su peor enemigo.

—¿Y qué podríamos hacer? —preguntó Sirius, bostezando.

James se revolvió el pelo, pensativo.

—¿Por qué no vamos a Zonko?

Los demás asintieron: era hora de animar Hogwarts un poco.