En sólo diez días se dio cuenta de que estaba enamorado de ella. Diez malditos detalles que, ahora, lo desarman. Diez detalles que serán, de aquí en adelante, los más maravillosos de su vida.

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Ese día planeaba ser uno de los mejores de la semana. Horario de lujo, profesores ausentes y pocos deberes acumulados, además de un partido de Quidditch que los merodeadores ya tenían apalabrado con unos chicos de Ravenclaw.

Primera hora, Encantamientos. Hora fácil, tranquila y sin muchos comentarios que destacar.

Segunda hora, Pociones. Hora de descanso y de jugar con substancias desconocidas que burbujean cuando te excedes con ellas. Pociones ofrecía también, la posibilidad de mantener una conversación con tus compañeros de mesa sin recibir reprimenda y la oportunidad de mirar a Evans sin que ella te haga trizas con la mirada. Y es que, al ser la prefecta perfecta ama de las pociones, las ilustraciones de cómo hacer una poción era parte de su trabajo.

Desayuno. Suculentos manjares entre los que se encontraban el jugo de calabaza recién exprimido y patatas asadas con unas rodajas de queso fresco. Dios! Deliciosa tarta de arándanos.

Tercera hora, Criaturas Mágicas. Fue en ese momento que Evans se adueño un poco más de mi. La profesora no estaba, se había ido por asuntos personales que ningún profesor había querido comentar. Como trabajo, simplemente había pedido a sus alumnos que recogieran flores. Flores de las más extrañas a las más simples. Desde sencillas margaritas a floripuldas, unas flores moradas con el pico de un guacamayo en el centro. Y ahí radicaba la dificultad del ejercicio. Quien trajera el ramo más bello, pero a su vez más complejo marcaria el diez, y a partir de ese todos sería cualificados.

La primera en ponerse a buscar fue ella, la mismísima Lily Evans. Y fue en ese preciso instante, cuando recogía la primera flor, que me di cuenta de lo ciego que estaba al no haberla admirado antes.

Caminaba con suavidad como acariciando el pasto y el césped con sus pequeños y finos pies. Observaba con sus grandes ojos esmeralda, que se confundían entre tanta vegetación, toda mota de color que contrarrestara con el verde que la rodeaba.

Y descubre una flor, de color azul cielo y sonríe, sonríe... Se acerca y se agacha y dobla sus piernas . Apoya sus rodillas en el suelo y corta la flor con unas tijeras, la guarda en su cesta.

Y vuelve a levantarse, con tranquilidad sin perder el decoro, como una princesa, para impedir que su falda deje adivinar cualquier forma que no sea la de la propia falda de vuelo.

Pero aunque ella lo impida, aunque ella quiera evitarlo veo sus muslos. Sus piernas enteras, tremendamente largas, kilométricas. Redondas pero finas, como sus mismas rodillas que parecen tener el tacto de la seda. Igual también que sus tobillos, que tienen el diámetro perfecto para mi mano. Y me estremezco, me estremezco al pensar que a partir de ahora voy a soñar con besar esas piernas. Desde sus tobillos, subiendo, insistiendo en las rodillas y perdiéndome en el final de sus muslos.

Y es ahí donde me doy cuenta de que sus piernas me vuelven loco.