Abre los ojos.

(Nota de la autora: los capítulos 1 y 2 han sido unidos en el primero y los capítulos 3 y 4 en el segundo. El capítulo 3 es completamente nuevo.


Junio 1996

A veces odiaba vivir en una casa que se hacia tan pequeña. Un hogar donde no existía demasiada privacidad y nadie parecía respetar su intimidad. Solo les preocupaba que la pequeña Ginny Weasley estuviese bien. Y lo único que ella quería era su espacio. Todo se complicaba en verano, cuando la casa se llenaba de todos sus hermanos. A excepción de Charlie que aún estaba en Rumania y Percy, que todavía no había entrado en razón y pedido perdón a sus padres por no creerles durante el último año. Estaba tan furiosa con él que aunque no lo dijese delante de su madre, prefería que su hermano mayor no pusiese un pie en La Madriguera si no era para disculparse por ser tan idiota, por hacerles tanto daño.

Abrió los ojos perezosamente y lo primero que vio fue a Hermione. Su amiga aún dormía profundamente. Todos solían despertarse a la misma hora, y Ginny era la única que se levantaba justo una hora antes para poder estar sola y tranquila. El cuarto de baño producía disputas inocentes todas las mañanas y no le apetecía formar parte de ellas. Caminó descalza hasta el cuarto de baño y se duchó con agua fría. Aquel día se presentaba más caluroso de lo normal. Lo cierto es que aquel verano estaba siendo muy extraño. Algunos días la niebla se hacia presente durante todo un día y al día siguiente el calor era tan bochornoso que casi ni se movían de la casa. Incluso el suelo parecía arder bajo sus desnudos pies.

Se enrolló una toalla de color lavanda al cuerpo y dejó caer el pelo húmedo en su espalda y hombro. Hasta que se secase al menos podría estar un poco más fresca. Cerró la puerta del baño tras de sí y se giró para volver a su habitación.

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Notó como algo chocó contra su pecho y se volvió a frotar los ojos. Todavía estaba medio dormido y le costaba enfocar la vista.

- Lo siento, Harry.

Abrió bien los ojos y ante él apareció la pequeña figura de Ginny Weasley. Una toalla alrededor de su cuerpo y la vista dirigida al suelo. Nunca la había visto antes en semejantes circunstancias y eso que había pasado demasiado tiempo allí. Miró a los pies de Ginny, descalzos y dejando pequeñas marcas de agua en el suelo. Sonrió ligeramente.

- ¿Están todos levantados? –preguntó con voz ronca.

- Oh, no. Aún es pronto.

- ¿Y qué haces levantada tan pronto?

No sabía muy bien por qué lo había preguntado pero sentía una sana curiosidad por saber por qué Ginny estaba despierta aquella mañana antes que el resto. Ni siquiera se oía ruido en la cocina, por lo que la señora Weasley también dormía.

- Porque así puedo ducharme tranquilamente sin que Ron aporree la puerta.

- Entiendo.

Se dio cuenta de que estaba bloqueando el paso de Ginny y se apartó en seguida. Ella sonrió tímidamente. Y él respondió con la misma sonrisa. Y mientras la vio caminar de vuelta se dio cuenta de lo mucho que había cambiado y que ya no era la pequeña Ginny Weasley que había conocido en el andén nueve y tres cuartos en su primer año en Hogwarts.

- Has crecido mucho, Ginny.

Se arrepintió al segundo de decir esas cuatro palabras en alto. ¿A qué venía eso? Seguramente ella se daría la vuelta y le miraría como si fuese algún idiota. Pero le sorprendió ver que ella se giraba y que en realidad parecía divertida por su comentario.

- Tú también, Harry.

Tosió nervioso. Lo único cierto que sabía sobre ella es que siempre se había mostrado insegura y tremendamente tímida ante él. A pesar de que en el último año la había conocido mejor y no se había parado a pensar en lo diferente que le resultaba esa Ginny de la que conocía desde hacía años. Era posible que todos sus problemas, que su relación con Cho, si es que aún podía denominarla así, y la frustración que siempre sentía durante el quinto curso le hubiesen impedido comprender mejor y ver como era Ginny Weasley en realidad.

Y allí estaba, la hermana pequeña de su mejor amigo, con su mejor sonrisa y mirándole con ojos chispeantes como si de una broma se tratase. Abrió la puerta del cuarto de baño y se despidió de ella con gesto airado de su mano antes de cerrar.

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Claro que había crecido. Y ahora que por primera vez parecía prestarle atención, darse cuenta de que ella existía en el mundo de Harry Potter, se percataba de lo diferente que era de la niña que conoció seis años antes. Ginny no pudo evitar reír mientras volvía a su habitación. Harry Potter era tan denso o más que Ron.

A la mañana siguiente repitió su rutina. Se despertó una hora antes y procuró no hacer ruido porque notó como Hermione no parecía tan dormida como el día anterior. Caminó de puntillas hasta la puerta y la cerró con sumo cuidado.

Oyó como otra puerta se cerraba a sus espaldas y al girarse no podía creerlo. Harry Potter, más despeinado que nunca y con una sonrisa casi maliciosa la miraba desde la puerta cerrada de la habitación de Ron. Ginny entrecerró los ojos y se acercó al cuarto de baño expectante.

- ¿Qué haces levantado tan pronto? –preguntó en voz baja.

- ¿Y tú?

Aquello era increíble. Ahora se permitía bromear con ella a esas horas de la mañana.

- Sabes perfectamente por qué me levantó tan… Oh –le apuntó con el dedo índice.- No creas que vas a entrar antes que yo, Potter.

Entonces Harry se apoyó en la pared.

- No pensaba hacerlo –contestó con el mismo tono de voz que ella estaba usando.- Esperaré aquí. Pero no tardes mucho.

Ginny abrió la boca pero no dijo nada. Había algo extraño en el modo en que Harry la miraba. Tal vez solo era el hecho de que le costaba acostumbrarse al hecho de que en realidad, Harry la mirase después de años de pasar completamente inadvertida para él. Y aunque estaba convencida de que si Harry la hubiese mirado de cualquier modo durante esos años ella habría caído rendida a sus pies, ahora no iba a hacerlo. Porque de un modo u otro, había conseguido controlar cada emoción que Harry Potter provocaba en ella y ya no era una niña de once años con un estúpido amor infantil por ningún héroe.

Le dirigió lo que intentó que fuese una sonrisa pero estaba segura de que no había podido sonreír por los nervios. Se encerró en el cuarto de baño. No se sentía muy cómoda con la idea de que al otro lado de la puerta, apoyado en una pared, esperaba Harry Potter mientras ella se duchaba, desnuda. Se maldijo a sí misma por ser tan infantil.

Se enrolló una toalla al cuerpo, de color verde y vio horrorizada como era más pequeña que la del día anterior. O solo era su imaginación jugándola una mala pasada porque no hacía más que pensar en que Harry estaba al otro lado.

- Oh, vamos. Contrólate –le dijo a su reflejo.

Respiró profundamente y abrió la puerta.

Harry estaba sentado en el suelo y la vista clavada en algún punto por debajo de sus rodillas. Definitivamente no era la perspectiva que quería que él viese de ella.

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Observó como Ginny giraba los pies hacia dentro y sus dedos golpeaban el suelo. Al levantar la vista se quedó momentáneamente paralizado. Aquella toalla era demasiado pequeña. No creyó que a ninguno de los hombres de la familia Weasley les gustase ver a Ginny con una toalla como única vestimenta frente a él. Porque por mucho que le quisiesen todos, él seguía siendo un chico de dieciséis años con las hormonas trastornadas. Y aquella no era la Ginny Weasley que se sonrojaba al verle.

Se levantó y al hacerlo, se vio más cerca de ella de lo que hubiese esperado. Por suerte él era más alto que Ginny y no tenía que mirarla a la cara. Porque no tenía ni la más remota idea de lo que ella podía estar pensando en ese momento, pero él se sentía contrariado y cómodo a la vez. Ella se apartó de la puerta y él cerró un segundo los ojos tratando de entender qué demonios pasaba con él.

- También desayuno antes que el resto.

Fue lo último que ella dijo sin mirarle directamente y metiéndose en la habitación.

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Debía estar rematadamente loca para proponerle, sin quererlo, que desayunase con ella aquella mañana. No es que fuese a ocurrir nada, solo un desayuno con Harry Potter. No era una cita y ella ya estaba de algún modo comprometida con Dean Thomas en una reciente relación. Pero algo en ella sentía la urgencia de relacionarse con Harry, de aprovechar que ahora él la tenía en consideración y convertirse en una amiga. Sabía cuando las oportunidades se presentaban delante de sus narices y sabía cogerlas a tiempo. Al menos esta vez.

Sin embargo, no podía evitar pensar en que no eran muchas las veces que había pasado tiempo a solas con él. Solo recordaba un momento cuando ella aún estaba en cuarto curso y lo encontró deprimido en la biblioteca. Entonces parecía más fácil que en ese preciso momento.

Cocinó unos huevos revueltos mientras se mordía el labio inferior. Se decía a sí misma que se tranquilizase por quinta vez en diez minutos. Solo era Harry Potter. El mismo Harry que era el mejor amigo de su hermano Ron y que pasaba todo el tiempo que le permitía Hogwarts y Privet Drive en La Madriguera.

Entonces se dio cuenta de algo elemental. Estaba dando por hecho que él bajaría a desayunar con ella, solo porque se levantase justo a la misma hora para poder utilizar el cuarto de baño sin que el resto de los ocupantes de la casa molestasen. Realmente era muy ingenua.

- ¿Qué huele tan bien?

Notó como todo su cuerpo vibraba. No tan ingenua como pensaba. Giró la cabeza y le miró sobre su hombro. Harry se sentó en una de las sillas y se sirvió una taza de te.

- Huevos revueltos. No es que sea un desayuno de dioses, pero si eres capaz de preparar algo mejor, no te privaré del placer de cocinar.

Estaba convencida de que él había sonreído. No podía verle porque estaba de espaldas a él, pero algo en el modo en que habló le dijo que lo había hecho.

- De hecho los Dursley me hacían cocinar muchas veces. No se me da del todo mal.

Ginny sintió una mezcla de sorpresa y rabia. Aquella familia, su propia familia le trataba con un esclavo. No era justo. Le miró y dijo:

- ¿Crees que tendrían mucho problema si el próximo verano fuese Ron por ti? No le vendría nada mal aprender a hacer algo por si mismo.

De pronto Harry rió. Y no es que fuese que nunca le había oído reír, pero hacia demasiado tiempo que no lo hacia y era como un soplo de aire fresco en aquella cocina. Sirvió dos platos de huevos revueltos y puso uno en frente de Harry y ella también se sentó con el suyo.

- Haremos una cosa. Mañana preparas tú el desayuno. Sorpréndeme con tus dotes culinarias, Potter.

Junio - Julio 1996

Ninguna de la dos estaba dormida. Sabía que a Hermione le preocupaba algo porque no hacía más que dar vueltas en su cama y de vez en cuando la oía suspirar con un claro tono de exasperación y frustración. Ginny abrió los ojos. La luz de la luna llena iluminaba las dos camas. Luna llena. Pensó en el profesor Lupin. ¿Dónde estaría? A veces se sentía demasiado triste si pensaba en él. Porque siempre terminaba recordando a Sirius. Y entonces solo tenía ganas de llorar. Pero hacía semanas que ya no lloraba o se mostraba triste. Desde que Harry llegó a La Madriguera se prohibió a sí misma sentirse así.

- ¿Ginny?

Hermione susurró y ella dudó en contestar o no.

- ¿Estás despierta? –insistió.

- Si, Hermione.

- ¿Tú tampoco puedes dormir?

- No es que me dejes hacerlo ahora mismo…

- Lo siento, Ginny.

- No pasa nada.

Las dos estaban despiertas y estaba claro que algo preocupaba a Hermione. Ginny simplemente no podía dormir por ninguna razón en especial.

- ¿Qué ocurre, Hermione?

Pero ésta no contestó y Ginny pensó que tal vez se había quedado dormida. Cerró los ojos e intentó dormir.

- Me preocupa Harry –dijo Hermione de pronto.

Con los ojos aún cerrados frunció el ceño.

- Oh. ¿Qué le pasa a Harry?

Ella sabía perfectamente lo que le pasaba a Harry. Todos los hacían. No se podía ignorar el hecho de que cada vez que alguien hacía el más mínimo comentario referente al Ministerio de Magia, a la Orden o cualquier detalle que tuviese alguna relación con Sirius, es como si una nube se posase sobre Harry y todo a su alrededor se oscureciese.

- Debería hablar sobre ello, sobre lo que pasó en el Ministerio.

Era obvio que Hermione tampoco podía llegar al centro del asunto, a lo que realmente atormentaba a Harry, pero de lo que quería que hablase.

- ¿Sobre Sirius? –preguntó Ginny.

- Si –contestó Hermione con voz temblorosa.

Ginny giró sobre si misma y apoyó la cabeza en su mano, mirando a Hermione. Su amiga tenía la vista fija en el techo como si allí fuese a encontrar la respuesta a todas sus preguntas.

- Bueno, Hermione. Ron y tú conocéis a Harry mejor que nadie y sabéis que no suele hablar mucho de sí mismo o sus sentimientos. Pero supongo que más tarde o más temprano necesitará hablar con alguien sobre ello y seguro que lo hará con vosotros. Dale tiempo.

Hermione no volvió a decir nada. Ginny hundió la cabeza en la almohada. Quizás Hermione había creído sus palabras o ella misma quería creerlas. Porque en el fondo sabía que Harry jamás hablaría sobre Sirius. Su padrino había muerto y de algún modo, había enterrado cualquier sentimiento en sí mismo y no lo compartiría con nadie.

Ahora era ella la que no podía dormir. No esperaba que Harry se abriese a ella ni mucho menos, pero sí que lo hiciese con Ron y Hermione. Ahora que Sirius no estaba, sus amigos eran su única familia y estaba convencida de que él lo sabía, pero le preocupaba que no pudiese salir del pozo y que siempre se sintiese miserable y culpable por la muerte de Sirius.

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Harry se sentó en la hierba del jardín de La Madriguera. Aquel día era simplemente perfecto. No se veía niebla por ninguna parte y el calor parecía haberles dado un merecido descanso. Ron estaba limpiando su Barredora y Hermione leyendo un libro muggle. Harry se quedó impresionado al verla leer un libro que no fuese sobre magia. De vez en cuando se fijaba en la cara de su amiga, de cómo se emocionaba o su gesto se contrariaba frunciendo el ceño.

- ¿Qué estas leyendo, Hermione? –preguntó por fin.

- Cumbres Borrascosas –contestó sin dejar de leer.

- Oh, me encanta.

Ginny apareció de pronto y se sentó entre Harry y Hermione. Tenía una flor en la mano. Harry no sabía exactamente cuál podía ser.

- ¿Desde cuándo lees libros muggles? –preguntó Ron perplejo.

Ginny lanzó una furtiva mirada a su hermano.

- Desde que Hermione me los presta.

- Aunque este me lo recomendó Ginny –corrigió Hermione.

- ¿Y de dónde sacaste un libro muggle? –insistió Ron.

- Papá me lo regaló hace tiempo.

Ron pareció complacido ante la explicación y volvió a su trabajo. Ginny jugó con la flor entre sus dedos. Tenía los pies descalzos y de vez en cuando hundía los dedos entre la hierba. Harry sonrió al ver la mancha de tierra que tenía en la mejilla izquierda.

Pensó que ella le había oído sonreír porque en ese instante ella torció la cabeza hacia él.

- ¿Qué? –preguntó tranquilamente.

- Tienes una mancha en la cara.

Harry señaló con su dedo a su propia mejilla y ella se pasó la mano por la derecha. Harry reprimió una risa.

- A la izquierda –dijo.

- Has señalado tu derecha.

- Eso no implica tu derecha.

- Tampoco tu izquierda.

Ginny se frotó la mejilla izquierda por fin y pasados unos minutos miró a Harry.

- ¿Ya está? –preguntó.

- Mucho mejor –contestó él.

Ron empezó a hacer un ruido chirriante mientras limpiaba su escoba y Hermione suspiró varias veces profundamente. Harry sabía que de un minuto a otro alguno de los dos se cansaría de esa pequeña batalla no declarada y que explotaría.

Sus expectativas no tardaron en confirmarse.

- ¿Es necesario que hagas eso? –pregunto Hermione lanzando una mirada asesina a Ron.

Su amigo no contestó. Hermione cerró de un golpe el libro y lo sostuvo entre las manos.

- Todo el día limpiando esa escoba –empezó ella.- ¡Es solo una escoba!

Aquello pareció tocar el nervio de Ron, porque levantó la vista hacia ella, con ojos desorbitados y con aspecto ofendido.

- ¿Sólo una escoba? Hermione, no estamos hablando de una escoba que barre, es una escoba que vuela.

- ¿Y? –preguntó Hermione sin darle importancia.

- ¿Y? –la voz de Ron sonó más aguda de lo normal.- Porque a ti no te guste volar no significa que a los demás tampoco, Hermione. Y para tu información, si limpio mi escoba es para no matarme cualquier día de estos mientras estoy volando. Aunque dudo que te importase mucho.

- No me hagas sentir culpable, Ron.

- ¿Por qué no te gusta volar, Hermione? –interrumpió Ginny.

Harry observaba la escena como otras tantas veces. Tampoco le interesaba mucho inmiscuirse en las discusiones de sus mejores amigos porque siempre solían tornarse hacia él y Hermione de algún modo también se enfadaba con él por darle la razón a Ron o lo que fuese.

Pero a Ginny no parecía importarle.

Hermione la miró unos segundos, como si estuviese buscando una buena excusa.

- Es que simplemente no me gusta. Nunca me han gustado las alturas –dijo finalmente.- ¿Por qué os gusta tanto a vosotros, de todos modos?

Ginny se tumbó en el suelo boca arriba y dejó caer los brazos a ambos lados. Cerró los ojos y los abrió. Ron ignoró la pregunta de Hermione y Harry pensó que no haría nada convenciendo a su amiga de lo fantástico que era volar porque él no podía entender como a ella no le gustaba.

- Estás ahí arriba y la sensación es indescriptible –dijo Ginny.- Te sientes libre, Hermione. Completamente libre, pero de un modo diferente, totalmente diferente al resto. No existe nada más cuando vuelas. Solo tú y el viento. Nada importa. Olvidas todo, te olvidas hasta de ti mismo, porque el mundo ahí abajo parece tan pequeño, tan insignificante…

- Ves, la idea de un mundo más pequeño no es lo que me acaba de atraer –comentó Hermione.

Harry estaba asombrado. Nunca supieron que Ginny volaba hasta el año anterior cuando le reemplazó como buscador y aunque no era tan buena como él, reconoció que si alguien tenía que ocupar su puesto, se alegraba de que hubiese sido ella. Tenía talento y solo era cuestión de tiempo perfeccionarlo.

Él siempre experimentaba esa sensación de libertad cuando volaba. Para él se había convertido en una vía de escape y no tenía que demostrar nada a nadie cuando lo hacia.

- ¿Vosotros también os sentís así? –preguntó Hermione.

Harry asintió con la cabeza y vio como los ojos de Ginny brillaban entrecerrados para protegerlos del sol.

- A mi me gusta volar tanto como a ti estudiar –contestó Ron.

Harry agachó la cabeza y sonrió.

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El cielo empezó a cubrirse de nubes blancas que contrastaban con el azul celeste del cielo. Ginny miró a su alrededor. Llevaban demasiados minutos en silencio. Hermione seguía leyendo y Ron limpiando su escoba como si fuese el objeto más valioso del universo. Claro que para su hermano, su Barredora era la joya de su corona. Harry por su parte seguía callado, pero aquella no era ninguna sorpresa. Normalmente se limitaba a observarles y muy pocas veces participaba en las conversaciones.

Ginny se fijó en una de las nubes. Parecía el sombrero de la profesora McGonagall.

- ¿Alguna vez os habéis fijado en las formas de las nubes? –preguntó.

- ¿Qué? –contestó Harry mirándola fijamente.

- Las nubes no tienen formas –dijo Ron.

- Según Luna, las nubes tienen formas muy caprichosas –se dirigió a su hermano.

- No suelo estar de acuerdo con las opiniones de Luna Lovegood –interrumpió Hermione,- pero las nubes tienen formas, o al menos algunas parecen tenerlas.

- Tumbaros y mirad –ordenó Ginny.

Ron la miró como si estuviese loca y Hermione se mordió el labio antes de volver a su libro. Entonces Harry se tumbó a su lado. Sonrió para si misma. Al notar que sus dedos rozaban los de él puso sus manos sobre el vientre. Se sintió extrañamente nerviosa.

- Esa tiene forma de pelota –dijo Harry entre risas.

- Muy gracioso, Harry.

Si no hubiese sido porque era de las pocas veces que no le veía hundido en la miseria, le habría gritado por burlarse de ella.

- Lo siento –contestó con una sonrisa.

- Mira esa –señaló Ginny con su mano derecha.- parece un calcetín.

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No es que fuese lo más divertido que podía hacer para pasar la tarde en La Madriguera, pero no le importaba hacerlo. Era más la sensación de estar tumbado en la hierba sin más preocupaciones que buscar nubes con formas lo que resultaba tan agradable. Definitivamente era algo típico de Luna Lovegood y Ginny era de las pocas personas que parecían tener un afecto real por ella. Incluso él sentía cierto cariño por Luna. Sus dos mejores amigos estaban demasiado ocupados con sus cosas para hacer algo que no requiriese esfuerzo y por primera vez en tantos años sentía que Ginny formaba parte de ellos de alguna forma.

Se relajó y cerró los ojos. Oía a Ginny comentarle las diferentes formas de varias nubes.

Una mano sacudió su hombro.

- Harry, Harry.

Alguien susurraba a su lado. Abrió los ojos. El cielo ya no era tan claro como antes y estaba teñido de colores naranjas, amarrillos y rojos. Estaba anocheciendo. Miró hacia su izquierda. Ginny sonreía risueña.

- Te has quedado dormido. No quise despertarte antes. Parecías tan tranquilo…

Harry se frotó los ojos debajo de los cristales de las gafas.

- La cena está casi lista –Ginny se levantó y le miró desde arriba.- No tardes o Ron se lo habrá comido todo.

Él sonrió y la vio correr hacia la casa. Se incorporó y se quedó sentado durante un par de minutos. Hacia días que no dormía tan bien, aunque fuesen un par de horas. Tal vez las formas de las nubes eran más caprichosas de lo que suponía y pensó en repetir ese juego al día siguiente.