XIX

Pudo verlo claramente, un hilo de sangre caía por la pequeña herida que tenía en la mejilla izquierda, esta había sido provocada cuando Kagome, rápidamente, se interpuso entre ellos y Utsukushii. La cuestión fue así: Cuando Kagome gritó, Taka la tomó por lo hombros con la intención de protegerla del impacto de la masa negra. Lo siguiente que logró ver por sobre el hombro de su hijo, fue a la novia de este extender las manos hacia adelante y parar el ataque con lo que pareció ser un choque de electricidad, pero a pesar de que la muchacha logró evitar que la lanceta se incrustara contra alguno de ellos, una pequeña parte logró herir la mejilla de Kagome. Luego, la lanceta se alejó hacia Aya Utsukushii, donde se mantuvo en alto, listo para un nuevo ataque.

-Kagome…-llamó Taka.

-lleva a tu madre a un lugar seguro. Esto podría ponerse peor-contestó suavemente, pero sin voltearse a verlo.

-¡no te voy a dejar aquí sola!-afirmó con vehemencia.

-ya me he enfrentado a cosas como esta antes-aseguró-además, ésta no es tu pelea. Es mía-gruñó y sonrió irónicamente. Muchas veces Inuyasha le había dicho lo mismo: No te metas, esto es cosa mía. Siempre lo decía con diferentes palabras, pero siempre quería decir lo mismo. Eso la frustraba. Seguramente Taka sentía lo mismo que ella en ese tiempo.

Ahora entendía la necesidad de Inuyasha de que ella no se metiera en sus batallas, aunque la mayoría de las veces terminaba inmiscuyéndose, era ese deseo de proteger a la persona que quería. El mismo deseo de proteger a Taka y a su madre en ese momento.

-¡Esto también me incumbe!-exclamó el muchacho tras ella.

-¡Por el amor a todo lo sagrado, lleva a tu madre a un lugar seguro!-gritó antes de volver a extender su brazo para formar una barrera de energía espiritual para contener el ataque que se precipitó sin previo aviso-¡haz lo que te digo!-

Taka la miró unos segundos y luego fijó su vista en su madre, el cuerpo de ella temblaba de pies a cabeza. Parecía en estado de shock. Maldijo internamente, era su madre, no podía permitir que algo malo le pasara. Rápidamente, la sacudió con suavidad para despertarla de su estado de shock.

-¿Qué es esto?-preguntó horrorizada.

-¡no hay tiempo!-exclamó él. Tomó una de las manos pálidas de su progenitora y emprendió la marcha hacia la escalera más próxima, deseando que nada malo le pasara a su novia y maldiciéndose por no poder hacer nada.

Necesitaba la Tessaiga, debía llevarla consigo siempre.

Kagome bajó las manos suavemente, había algo raro en la posesión de Aya Utsukushii. La muchacha debería estar atacándola con más fuerza, ese era el estilo de Naraku, hacer que alguien más haga el trabajo sucio. Destruir a su enemigo. Se preguntó por qué, por qué la poseída no atacaba con más fuerza, apenas sentía el cosquilleo que el impacto de la lanceta producía cuando chocaba con su barrera. ¿Acaso ella todavía tenía algo de conciencia?

No, no era eso.

Kagome estaba dispuesta a ir al fondo del asunto, comenzó a escudriñas con sus ojos dotados de un visión más aguda que la de cualquiera, en busca de alguna señal. Algo que le diera una pista de lo que la criatura estaba planeando. Al mismo tiempo, se reprochaba no tener el arco del Monte Azusa consigo. Debía encontrar la forma de entrar en el corazón oscurecido y dominado por la maldad de Aya Utsukushii antes de que fuera demasiado tarde y Naraku la destruyera a ella también.

-no es el momento para nuestro encuentro-comentó de repente, descolocándola.

No era la voz de Aya, no totalmente, parecía que mientras hablaba estaba gruñendo.

-¿Eres consciente de lo que haces?-preguntó, levantando sus manos en caso de que decidiera atacarla una vez más.

Aya, o la malvada Aya, meneó su cabeza hacia un lado y le sonrió siniestramente. Como dándole la afirmación de que estaba consciente de sus actos.

-es lo que yo he deseado-contestó.

Un escalofrío recorrió su espalda, no quería creer que Aya realmente deseaba matar alguien. Podía ser una egoísta y a veces hipócrita, pero la creía incapaz de tirar a Yuriko por la ventana. Es que no podía ser cierto.

-no te sorprendas-rió la criatura-después de todo, soy quién soy-dicho esto, la lanceta tomó una nueva forma y se transformó en unas enormes alas negras y semi transparentes que, de vez en cuando, dejaban escapar chispas. Aya sonrió de un forma desquiciada y sus ojos se desorbitaron antes de que las alas se extendieran por toda el pasillo y un grito desgarrador, salido de su boca, hizo que todas las ventanas, inclusive la de las puertas, se rompieran en miles de pedazos que se desperdigaron por todos lados y hacia el exterior.

De repente, parte del techo del pasillo se derrumbó y Kagome alzó la mano en un acto reflejo para protegerse de los escombros de cemento que caían. Hubo una humareda, gritos que venían desde el patio, alarmados por los estallidos de las ventanas y el derrumbe que habían oído.

Kagome bajó la mano con la que había creado el campo de fuerza para evitar morir aplastada, por lo cual este desapareció. Rápidamente buscó una señal de Utsukushii, pero ésta ya había desaparecido y no había rastro de ella, entonces se dispuso a marchar entre los escombros que impedían su paso hacia la escalera.

-¡Higurashi!-Kagome alzó la cabeza para ver quién la llamaba. Era su profesor de matemáticas, estaba completamente agitado, con unas gotas de sudor surcando por su piel arrugada y la respiración entrecortada, debió haber subido cuando escuchó el derrumbe-¡¿Te encuentras bien?!-preguntó alarmado mientras avanzaba hacia ella con rapidez.

-me encuentro bien-suspiró.

-se ha hecho un corte en la mejilla-comentó mientras la ayudaba a pasar sobre los escombros hacia una superficie lisa.

Kagome, inmediatamente, palpó sus mejillas. Cuando se miró las manos se dio cuenta que era cierto, los dedos de su mano izquierda estaban cubierto por sangre.

-no me di cuenta. Debió ser cuando explotaron las ventanas-comentó.

-vamos, salgamos de aquí, es peligroso-apremió el profesor. Ella asintió quedamente y lo siguió hacia las escaleras a paso rápido.

Mientras bajaban, se encontraron con otros dos profesores que venían a investigar qué es lo que había ocurrido, pero el profesor de matemáticas les impidió subir pues él consideraba peligroso el lugar, por lo que se dieron vuelta para regresar y de paso comenzaron a cuestionar a la chica del por qué estaba allá arriba, sospechando tal vez que ella era la culpable del incidente de Tani.

-fui a ver por qué Yuriko había caído por la ventana, pero no alcancé a entrar al salón cuando todo ocurrió. Fue demasiado rápido- mintió con una avidez que no conocía-hubo un grito, las ventanas se rompieron y el techo se me vino encima, creo que fue suerte que no me hubiera pasado nada más que el corte en la mejilla-

Los adultos la miraron y asintieron. Le creían, ellos también habían escuchado ese grito, la chiquilla no podría destruir todas las ventanas del tercer piso al mismo tiempo y destruir medio techo. Era una chiquilla.

Cuando salieron, Kagome pudo ver que la ambulancia había llegado y subían a Yuriko en una camilla. Okami le estaba diciendo algo Zen antes de que se subiera a la ambulancia también, era cierto, una persona podía acompañar al herido en el trayecto hacia el hospital.

Zen gritó el nombre del hospital al que la ambulancia iría, los profesores comenzaron a dispersar a los niños, mientras uno de ellos llamaba a los padres de la joven. Kagome sólo era consciente de que había cometido un error al intentar volver a formar amistades, aún y cuando estuviera rodeada de gente, ella seguiría sintiéndose sola y, más aún, un peligro para el resto de las personas que la rodeaban.

-¡Kagome!-Taka se acercó a ella y la atrajo hacia sí en un solo impulso-¿estás bien?-

-sí-contestó escuetamente, separándose sutilmente de su novio-¿a dónde la han llevado?-preguntó.

-al Hospital Izanami-contestó.

Kagome asintió con la cabeza.

-¿segura qué estás bien?-volvió a insistir.

-ella no se pudo haber tirado, alguien la tiró y no encontré rastros de esa persona-dijo lastimosamente, para que los profesores que estaban cerca la oyeran. Taka entendió la indirecta.

-¿estás segura de que alguien la lanzó, cariño?-

-sí, estoy segura, vi la silueta de una persona tras la ventana, por eso subí. Pero ya no estaba, lo que pasó después fue demasiado rápido-

Los tres profesores que la habían acompañado y que no estaban muy lejos de la pareja, oyeron perfectamente la conversación. Murmuraron rápidamente y llegaron a la conclusión de que debían llamar a la policía, si alguien había sido capaz de lanzar a una alumna desde el tercer piso, no podían permitir que ocurriera otra vez.

Se alejaron rápidamente, en dirección dónde el director parecía estar en estado de shock, sentado en una banca y con las manos en la cara. Parecía un completo inútil.

-¿Qué pasó con Utsukushii?-preguntó Taka cuando los tres profesores se alejaron lo suficiente.

-no logré detener la posesión-contestó ofuscada.

-ya veo. Pareces algo perturbada-

-simplemente hay cosas que desearía que no pasaran-suspiró-¿Cómo está tu madre?-

-choqueada, pero nada grave. Sólo no puede creer lo que vio-Kagome volvió a asentir.

-es por estas razones que no quería involucrar a más personas-comentó-dime, Taka, ¿ahora entiendes por qué me negaba a que ustedes se inmiscuyeran en los asuntos espirituales y demoniacos? Esto no es un juego. Hace un año mi vida estaba en constante peligro-Kagome recordó las tantas veces que estuvo a punto de morir-gente a la que nosotros quisimos o llegamos a estimar, murió tristemente…- recordó a Kagura, a Kanna… a la misma Kikyou-por favor, si lo que quieres es tratar de consolarme o de hacerme sentir mejor, no lo hagas. Yo lo supe desde el principio, así como Kikyou también lo supo a su tiempo, una sacerdotisa no puede sentir como una humana normal. Hacerlo es una sentencia de muerte-

-no digas eso, Kagome-le reprochó Taka, intentando tomar su mano. Cuestión que ella evadió.

-no, Taka, hay que ser realista. Quizá yo no soy una sacerdotisa en todas sus reglas, pero técnicamente lo soy. Nací con una misión. Nací marcada. No lo hice para formar una familia ni tener amigos y ahora lo entiendo-Taka negó fervientemente, frunciendo el cejo visiblemente molesto.

-ni se te ocurra decirlo-le advirtió suavemente. Escuchó la voz de Zen, él se estaba acercando.

-los quiero fuera de mi vida. No vuelvas al templo, no te dejaré pasar. No vuelvas a buscarme, porque no dejaré que me encuentres. Yo no existo-

-¡no digas estupideces, no vamos a dejarte!-exclamó, atrayendo la atención de los que aún quedaban en el lugar.

-¿Qué sucede?-preguntó Zen a un lado de ellos.

Kagome y Taka voltearon a su derecha, donde se encontraba el muchacho, la chica le sonrió y negó con la cabeza.

-cuídate, Zen-pronunció suavemente, el muchacho la miró sin comprender lo que ocurría-y tú-se dirigió a Taka-cuida a tu madre, creo que no está bien-dicho esto, levantó una mano haciendo un gesto de despedida y se alejó rápidamente, sin que ninguno de los dos chicos pudiera decir algo.

Taka quiso ir tras ella, impedirle que se marchara. Lo había sentido en su tono de voz, algo le decía que ella no iba a volver más. ¡No podía permitirlo! Él debía permanecer a su lado, no; más bien, quería seguir a su lado. Ella lo necesitaba, los necesitaba a todos.

-espera, hermano-Zen tomó su hombro, impidiéndole seguirla.

-¡no puedo dejar que se vaya!-exclamó, pensando que él intentaría impedirle que fuera tras ella.

-tu madre no está bien, Taka-comentó, señalando a la mujer sentada en la banca, pálida como un muerto y que miraba fijamente hacia la misma nada-creo que es mejor que la lleves a casa, después puedes ir por ella-

Taka asintió, muy dentro de él sabía que para cuando llegara al templo Higurashi, Kagome ya no estaría allí y su familia no tendría idea de adonde habría ido.

Cuando salió de la preparatoria, oyó los sonidos de las sirenas acercarse. Eran las sirenas de los bomberos y de la policía, iban camino hacia la institución para ver los daños y los testigos. Suponía que los profesores hablarían de ella a la policía, la única testigo del extraño suceso en el tercer piso. Pero no se detuvo, llegó al paradero de autobús lo más rápido que pudo y, para su buena suerte, sólo debió esperar unos cinco minutos antes de que el autobús que pasaba por el templo parara frente a ella.

Su padre y su hermano los esperaban en casa, tan pronto había llamado para avisar del incidente; omitiendo algunas situaciones, ellos dos se habían desocupado de lo que fuere que estuviese haciendo y se dirigieron a casa lo más rápido posible. Cuando estacionó el auto frente a la puerta principal, su padre corrió hacia la puerta del copiloto y la abrió de un tirón para luego sacar a su esposa en brazos. Su madre estaba consciente, pero no parecía reaccionar ante nada, ni cuando Zen la cargó y la sentó en el asiento del auto ni cuando él le pasó las llaves de su moto al chico, ni cuando este se despidió avisando que iría directamente al hospital.

Él no se paró cuando su padre le habló, ni siquiera entendió lo que dijo. Entró en la casa y sus pasos lo guiaron directamente a la sala en dónde estaba la Tessaiga, la espada legendaria que el mismísimo dueño le había heredado.

Abrió las puertas de par en par y entró en la habitación, dando zancadas hasta llegar frente a la espada que reposaba intacta unos centímetros por sobre él. No hubo temor, ni ansiedad, sólo quería la espada para proteger a la mujer que quería, su único objetivo era acabar con todo lo que la atormentaba y le hacía daño a ella y a sus amigos, la tomó sintiendo un cosquilleo en su palma y un palpitar incesante, el palpitar del reconocimiento tal vez.

Kagome sacó una maleta lo suficientemente grande para hacer un largo viaje, puso la clave en el seguro y corrió el cierre. La acostó sobre el suelo y comenzó. Abrió su armario y sacó toda la ropa que tenía colgada y unos cuantos zapatos y un par de zapatillas, de la cajonera sacó la ropa interior y algunas camisetas y camisas. Todo sobre su cama. Rápidamente, comenzó a seleccionar lo que llevaría, la mayoría eran pantalones cortos y largos, pues eran mejores si tenía que pelear, unas cuantas faldas y vestidos, camisetas y camisas, abrigos y un par de bufandas por si llegaba el invierno antes de terminar con todo. Escogido eso, dobló la ropa y la acomodó de tal forma en la maleta para que no ocuparan mucho espacio. El mismo proceso hizo con la ropa interior y los calcetines. Dejó los zapatos y zapatillas dentro de una bolsa y también las metió en la maleta, ella pensaba que ya estaría llena teniendo en cuenta la cantidad de ropa que había puesto, pero aún quedaba el suficiente espacio para meter sus útiles de aseo. Rápidamente corrió a la puerta y fue en busca de su cepillo de dientes, de la pasta dentífrica y un par de útiles de baño de los que su mamá de seguro tendría reservas. Los tomó rápidos, sin querer recordar lo que había ocurrido en ese baño, y volvió a su cuarto.

Cogió un estuche dónde guardaba los útiles de aseo durante sus viajes a Sengoku y colocó en ella los implementos. Hecho eso, los acomodó en el bolsillo de la tapa de la maleta y volvió a la carga por un par de cosas más, entre ella el arco y el carcaj mas el brazalete que le había dado Inuyasha, el cual dejó en un cofrecito, y guardó con cuidado en la maleta también, y luego se sacó la cadena que Taka le había dado y la dejó en el escritorio con la clara intención de dejar el regalo atrás.

Se cambió rápidamente de ropa y luego trató de calmarse. Era lo mejor, pensaba, él la perseguiría y dejaría en paz a los demás, estarían a salvo, ningún otro tendría por qué pasar por lo que estaba pasando Yuriko. Sí, era lo mejor.

-¿Kagome?-al pie de la escalera estaba su madre, en su rostro tenía una expresión de confusión y al mismo tiempo de preocupación, los ojos de ella iban de la maleta al rostro de Kagome en forma alternada-¿Adónde vas, hija?-preguntó inquieta.

Kagome negó con la cabeza, ni siquiera ella sabía adónde iba. Bajó las escaleras, arrastrando la maleta que daba golpes estruendosos al chocar contra los escalones.

-por favor, hija…-insistió.

-ni siquiera yo lo sé-le contestó al estar a su lado.

-¿Por qué te vas? No entiendo, cariño-luego su madre negó con la cabeza-eres muy joven, cómo te vas allá afuera sin saber a lo que enfrentarse-

-uno aprende tarde o temprano. Y yo hace mucho que sé a lo que me estoy enfrentando-

-no, hija-insistió.

Kagome la abrazó y comenzó a llorar en su hombro cuando era una niña de cinco años, su madre compartió su llanto y se abrazaron con más fuerza. Sabía que ella no lo tomaría bien, por eso cuando llegó a la casa y no vio a nadie se sintió aliviada. Souta y Hinata estaban en la escuela y el abuelo aún debía estar en el chequeo médico, había sido una gran suerte hasta el último momento.

Y se repitió, una y otra vez, que era lo mejor. Y se lo hizo saber a su madre.

-es lo mejor, por un tiempo-contestó Kagome mientras calmaba sus sollozos.

-¿estás segura?-le preguntó su madre. Kagome asintió contra su hombro-entiendo, entonces… espera un minuto, te daré algo-

Kagome se separó de su madre, consternada. Su madre se dirigió escaleras arriba y se perdió por el pasillo. Unos cortos minutos, su progenitora volvió a bajar las escaleras, llevaba consigo una caja y una tarjeta.

-esta es tu tarjeta de cuenta bancaria, pensaba dártela en tu cumpleaños. Pero creo que ahora la necesitas más, pero modérate, tampoco es un ahorro increíble-Kagome dejó escapar un par de lágrimas y asintió-la clave es: dos-cuatro-seis-ocho-memorizó rápidamente la clave-y esto-señaló la otra caja-es un celular, era para tu cumpleaños. Actívalo aquí, es menos peligroso-Kagome volvió a asentir. Guardó la tarjeta bancaria en su pequeña billetera que estaba en el bolsito de mano que llevaba y luego recibió la caja de manos de su madre.

-ahora, no tengo mucho tiempo-comentó suavemente mientras abría la caja y comenzaba, rápidamente, a activar el aparato.

Hubo un momento en que pensó que los ojos de su hermano se habían vuelto oro líquido, dorados como los de sus antepasados, pero eso sólo lo pensó una fracción de segundo, porque luego fijó su vista en la espada que sostenía entre sus manos, parecía decidido a usarla.

-¿Qué ha pasado realmente?-preguntó.

-¿Qué?-preguntó.

-sabes a lo que me refiero, Taka. Naraku ha atacado ¿no es así?, ¿Qué ocurrió?-

-¿Cómo sabes de Naraku?-

-sé muchas cosas que tú ni te imaginas-contestó sin dar mucha información, cuestión que frustró a su hermano-lo principal, ¿Kagome está bien?-

Taka sintió a su corazón dejar de palpitar por una fracción de segundo antes de que sus manos temblaran, había olvidado por unos minutos a su novia o ex-novia, ya ni siquiera sabía lo que eran. Hizo ademán de pasar por el lado de su hermano, pero este lo detuvo con más fuerza de lo habitual.

-¿Qué haces?-le preguntó enojado mientras intentaba zafarse del agarre.

-¿te has dado cuenta que estás temblando?-y era cierto, Taka se miró y se sorprendió al ver que su cuerpo parecía moverse sin que él quisiera. ¿Cuándo había comenzado?-puedes estar todo lo determinado que quieras, pero si te va a venir un ataque epiléptico, mejor manejo yo-Taka asintió levemente y el agarre de su hermano se hizo menos fuerte-vamos-

Pasaron por la sala dónde su madre intentaba tomar una taza de té mientras su padre sobaba su espalda cariñosamente y le preguntaba con sutileza qué había ocurrido para que quedara en ese estado. Estaban tan metidos en lo suyo que ni siquiera se dieron cuenta cuando los hermanos prendieron el auto y salieron de la mansión.

-¿sabes adónde voy?-le preguntó.

-eres tan obvio, no tengo que pensar demasiado para saber que deseas ir al templo Higurashi-respondió sin mirarlo.

-¡entonces aprieta el acelerador!-

Aún y cuánto ella había insistido en que no tenía celular, sus amigos se habían empeñado en darles sus números de móvil y ella los llevaba siempre consigo por si acaso debía llamarlos y no estaban en casa. Y ahora aquí estaba, en la estación de tren; aferrando la agarradera de la maleta y presionando la tecla de llamada mientras esperaba al tren que la llevaría fuera de la ciudad, fuera de sus dominios.

-¿bueno?-contestaron.

-¿ella está bien?-iría al grano.

-¿Kagome?-

-sí, soy yo-dijo después de un largo silencio.

-¿Dónde estás?-ella sonrió y negó como si el muchacho estuviese frente a ella y pudiera verla.

-eso no importa-contestó. Hubo otro silencio-¿Yuriko está bien?-

-aún no sale de cirugía, pero creo que estará bien. Okami dijo que los paramédicos creían que podría salvarse-

-que bueno…-

-sí…-

-Zen, escucha, cuando ella despierte quiero que le pidas perdón de mi parte por haberme ido de esa manera-el suelo comenzó a temblar bajo sus pies, no lo suficiente como para asustar. El tren venía.

-¿no vas a volver?-

-por un tiempo, así es-suspiró- por eso, por favor apoya a Taka, que él entienda que lo hago para apartarlos de ese maldito-

-lo sé, Kag. Sé que lo haces para protegernos-

-sé que lo sabes, eres muy comprensivo-sonrió con nostalgia-ya los echo de menos-comentó.

-yo también te estoy comenzando extrañar, amiga, y eso que ni siquiera has cortado-lo escuchó reír sin ánimos.

-cuídate y mándale mis disculpas a todos. Prometo llamarte en unas horas para saber cómo esta Yuriko, de ahí en adelante… será un adiós-

-entonces este es un hasta luego-

-sí, un hasta luego-

-cuídate, Kag-lo escuchó pronunciar.

-lo haré-

Kagome colgó el teléfono en el justo instante en que el tren se detenía y la gente comenzaba a acercarse a las puertas con sus maletas y bolsos. Kagome se les unió rápidamente y abordó el tren sin mirar atrás.

¡Lo sabía, él lo sabía! No iba a llegar a tiempo para evitar que se marchara. Su Kagome se había ido sin decir ni siquiera hacia dónde iba, su madre estaba destrozada, llorando a viva voz sentada en una de las sillas de la cocina. Y él no pudo notar que comenzaba a temblar de impotencia. ¡Maldición! ¡¿Por qué siempre actuaba así, sin pensar?! ¡Se había marchado sin siquiera despedirse de su familia!

-Taka, cálmate-comentó su hermano, que se mantenía sereno como siempre.

-¡para ti es fácil!-le gritó.

-confía en ella, tu chica no es ninguna debilucha. Si tu no le tienes fe, entonces no la mereces-le respondió-¿usted confía en ella, señora?-

La madre de Kagome trató de controlarse como pudo y cuando estuvo en condiciones para responder, alzó el rostro. Sus ojos estaban hinchados y rojos por el llanto, pero se veía en ella que su dolor no era comparable a la confianza que sentía en su primogénita.

-si no confiara en ella, jamás la hubiera dejado marchar a Sengoku la primera vez-fue así de simple y así de segura su respuesta-hay que confiar… y esperar a que todo salga bien-

-sé que saldrá bien-aseguró Seishi.

-¿puedo subir a su habitación?-preguntó sin ánimos, a lo que la mujer respondió con un asentimiento de cabeza.

La habitación de Kagome estaba hecho un revoltijo, había ropa tirada en la cama y el suelo, el armario y los cajones vacíos, algunos peluches y libros ya no estaban. Ella había sido bastante rápida, seguramente ella debería haber parecido un huracán moviéndose de un lado a otro. La simple visión le hizo sonreír por unos instantes.

Se dirigió al uniforme tirado en el suelo, levantó la camisa abierta y que aún desprendía el aroma a flores de la chica y la apretó contra su pecho antes de dejarse caer en la cama y cerrar los ojos por unos minutos. Tan sólo para recordar mientras se escuchaba risas de niños acercándose a la puerta y la voz de un anciano que se quejaba por la presurosa marcha de sus nietos.

-Taka-abrió los ojos adormilado. Seishi y la madre de Kagome le miraban atentamente con una expresión de comprensión en sus rostros.

-¿me he quedado dormido?-

-no quisimos despertarte, era mejor que descansaras un rato-contestó Seishi.

-de acuerdo-susurró y se incorporó. La camisa blanca de Kagome se deslizó de su pecho hasta tocar las sábanas.

-vamos al hospital. Zen acaba de llamar-

-¿Zen?-se levantó de un salto, pisando un poco de la ropa en el suelo-¿Yuriko está bien?-

-los médicos evitaron que se desangrara. Tiene unas costillas rotas, un esguince en el cuello y le dieron puntos en la cabeza, pero aparte de eso… ella está bien-Taka soltó aire, aliviado por la noticia.

-gracias…-suspiró.

-pero Takara no está bien-soltó su hermano.

-¿el hermano de Shinju? ¿Qué pasa con él?-

-es mejor ir ¿no les parecer?-interrumpió la señora Higurashi. Los hermanos asintieron.

El auto era lo suficientemente espacioso para llevar a toda la familia de Kagome en los asientos traseros. Taka los miraba por el espejo retrovisor y no pudo creer que esa era la familia que alguna vez lo había acogido con una sonrisa, parecían tan apagados, parecía como si estuvieran muertos en vida. Así mismo se miró y se dio cuenta de que él no estaba tan lejos de ellos. Muerto en vida… sí, muerto en vida.

Al llegar, los padres de Yuriko hablaban con los médicos y se abrazaban, agradeciendo que su hija estuviera fuera de riesgo vital. Taka estaba aliviado, al menos ella estaba a salvo.

Zen había colgado y borrado el número del que Kagome llamaba, con el fin de jamás memorizárselo, justo antes de que Taka entrara por la puerta principal del hospital juntos a su hermano y los familiares de la chica desaparecida. Sin embargo, él no fue hacia ellos sino que fue directo hacia el asiento junto al de una chica de cabellos castaños que se tapaba la cara y se convulsionaba de manera casi imperceptible. Lloraba.

-Shinju…-la llamó mientras la rodeaba por los hombros para abrazarla-cariño, cálmate-la chica negó con la cabeza.

Zen se apartó un poco y le quitó las manos de la cara para poder verla, sus ojos estaban hinchados y su mirada apagada, sin esperanza, la muchacha intentó varias veces volver a taparse la cara, pero él no la dejó.

-¿Por qué?-pronunció ella-es que no es justo, mi hermano tiene toda una vida por delante. ¡Por qué tiene que llevárselo!-y se lanzó a sus brazos para ocultar su rostro.

-¿no has pensado que es lo mejor?-le susurró.

La chica, instantáneamente, se quedó de piedra y se alejó de él de un solo golpe.

-¿Cómo dices eso?-pronunció-¡es mi hermano!-

-cálmate, Shinju-se mantuvo sereno-desde un principio sabías que ocurriría, a tu hermano le detectaron la leucemia en la etapa terminal-

-lo sé, pero…-

-a veces, los seres humanos somos demasiado egoístas y deseamos tener por siempre a nuestros seres queridos al lado, sea como sea y esa no es la respuesta. En vez de aliviarlos a ellos, nos aliviamos a nosotros mismos. A veces tenemos que dejar de ser egoístas, dejar de pensar en nosotros mismos y dejarlos marchar. Tú hermano ha intentado transmitirles eso todo este tiempo ¿no lo vez?-Shinju negó con la cabeza nuevamente mientras las lágrimas corrían por sus mejillas-él nunca ha llorado por lo que le sucedió, siempre sonríe, siempre te alegra, él quiere marcharse y quiere irse dejándolos bien. Quizás se adelantó el momento, quizá no debería ser ahora, pero el hecho es que está ocurriendo y lo mejor sería que tú le sonrieras por última vez para que se pueda ir en paz-

Shinju volvió a taparse la cara con las manos, reprimiendo los sollozos a duras penas mientras Zen la abrazaba para consolarla una vez más. Él sabía que era difícil, pero sabía que era lo mejor.

-hija-

Ambos se separaron y Zen secó las lágrimas de la chica para que estuviera mejor. Ella le sonrió y susurró unas gracias antes de alzar la vista hacia su padre. El hombre la miraba resignado, había llegado la hora.

-despídeme de él-le susurró Zen. La muchacha asintió quedamente y se levantó para seguir a su padre hacia la habitación donde residía su hermano.

-¿llegó el momento?-preguntó Okami, el muchacho parecía más recompuesto después de la noticia de que Yuriko iba a salvarse.

-sí-contestó-ellos han estado todo el día aquí-comentó.

-Zen-llamó Taka mientras se acercaba.

¡Todos parecían unos zombies!

-Takara está en las últimas-soltó de una. El muchacho palideció más de lo que ya estaba.

-¡¿es que este día no puede ser peor?!-sonrió amargamente.

-¿hay algo más de lo que deba enterarme?-preguntó Okami.

-Kagome se ha marchado no sé adónde, supone que así podrá evitar que alguno de nosotros salga herido como Yuriko-comentó frustrado.

-¿en qué está pensando Kag-chan? Eso no resolverá nada-comentó.

-ella tiene complejo de heroína-gruñó Taka.

Zen sonrió levemente.

-supongo que sí-concordó. No podía decirle que él había mantenido contacto con la muchacha, por lo menos no por ahora.

-¡SU HIJA ES UNA ASESINA!-

Todas las miradas se dirigieron directo al grupo de personas que acaba de entrar por la puerta principal del hospital. Taka se horrorizó al ver a su madre tratar de arañar el rostro de la señora Higurashi en un ataque de ira mientras su padre y hermano la sostenían para evitar que cometiera una locura.

-mi hija no es una asesina, señora-contestó con calma la madre de Kagome.

-¡UNA ASESINA, ESO ES LO QUE ES! ¡QUE USTED NO QUIERA VERLO ES CUESTIÓN SUYA!-gritaba-¡SU HIJA ES LA CULPABLE DE QUE YURIKO ESTE AQUÍ AHORA Y NO PIENSO PERMITIR QUE MI HIJO TERMINE IGUAL!-

Taka gruñó y se dirigió a zancadas hasta el grupo. Zen y Okami le siguieron, preocupados, él no estaba bien emocionalmente en esos momentos como para una pelea con su progenitora.

-¡NO ME PIENSO DETENER HASTA QUE ESA LOCA ESTÉ TRAS LAS REJAS, SE LO ASEGURO!-la amenazó.

-¡basta, madre!-le gritó Seishi.

-¡NO! ¡ESA NIÑA Y SU COMPLEJO DE DIOSA ENCARNADA NO PUEDE ESTAR SUELTA POR AHÍ! ¡MATARÁ A MÁS GENTE!-

-¡nadie ha muerto, Natsumi!-exclamó su padre.

-mi hija no es una desquiciada ni mucho menos una asesina-la madre de Kagome tampoco estaba para enfrentamientos.

-¡ENTONCES QUE DÉ LA CARA! ¡TRAIGA ESA MOCOSA QUE TODOS CONSIDERAN SANTA!-

-ella no tiene que rendirle cuentas a nadie-

-¡CLARO QUE LAS TIENE, LAS TENDRÁ SIEMPRE POR SER UNA BRUJA!-

-¡CÁLLATE, NATSUMI!-rugió Taka, su progenitora lo miró con ojos desorbitados, él nunca la había llamado por su nombre antes- en primer lugar estamos en un hospital, si quieres armar escándalo toma el auto y vete a un bar-su padre lo miró advirtiéndole con la mirada- el accidente de Yuriko no es culpa de Kagome, ella estaba conmigo cuando ocurrió el incidente, no trates de culparla por un crimen que no ha cometido porque no voy a perdonártelo-

-bajo un hechizo, estás bajo un hechizo mi niño… ella te hizo esto-sollozó la mujer-¿cómo estás tan ciego para no ver la maldad en ella?-

-no digas estupideces-

-cariño, cariño… todo saldrá bien, tu madre buscará la manera de que ese hechizo se vaya-decía.

Hubo un silencio mientras algunos guardias habían cerrado fila alrededor de ellos y un par de enfermeras pasaban entre ellos con una jeringa y el rostro enmarcado en una expresión de compasión hacia la mujer que susurraba cosas inentendibles.

-disculpe…-habló una de las enfermeras al señor Mine-creo que lo mejor será aplicarle un calmante, para que vuelva en sí-el señor Mine asintió y la enfermera clavó la aguja en el brazo, con suavidad, mientras la mujer seguía susurrando cosas antes de caer dormida.

Hace mucho tiempo que ellas habían dejado de sentir la presencia de Kagome en la ciudad, la muchacha debía estar muy lejos, pues ni siquiera ellas podían sentirla. Suzume y Yukiko se miraron una eternidad, Kagome iba a necesitar ayuda adonde fuera que hubiese ido.

Al menos Yuriko estaba bien, se recuperaría y eso la aliviaba, pero le dolía saber que Shinju estaba en ese preciso instante perdiendo a un hermano para siempre, sólo esperaba que su pequeña alma llegara al otro mundo y pudiera reencarnar. Estaba segura que lo haría, era muy joven para haber cumplido su misión en ese mundo. Sólo esperaba que su nueva vida fuera más bella y que pudiera volver a ver a su hermana.

Sus ojos se dirigieron al paisaje que pasaba rápidamente junto a ella y se apretó contra el ventanal, habían pasado un par de estaciones ya, el cielo estaba oscuro.

Llevó su mano hacia el collar que Taka le había regalado y que había desistido de dejar y lo apretó con fuerza. Ojalá todo saliera bien.

Continuará...

¡Buff! Este capítulo me quedó más corto que el anterior, la historia está comenzando a avanzar muy rápido, me parece. Kagome ha dejado Tokio con rumbo desconocido, esperando que con eso sus seres queridos esten a salvo, me recuerda a Inuyasha y no sé por qué. Ahora está sola, justamente lo que Naraku ha querido que pasara, Kagome ha caído en su trampa. Parte de ella se siente culpable y ante la probabilidad de que ocurra algo más siniestro ha preferido marcharse.

Si se han dado cuenta, he aplicado uno de los pensamiento de Kikyou. Una sacerdotisa se dedica plenamente a su función, los sentimientos mundanos no pueden interferir por lo que Kagome, a pesar de no ser sacerdotisa en toda su ley, se aplica a si misma esa regla. Hasta que no acabe con Naraku ella no podrá hacer una vida como una mujer normal, lo que quería su encarnación y ahora lo que ella más anhela. Entonces ¿Qué pasará?

Takara tiene leucemia y se está muriendo, a que nadie se esperaba que el hermano menor de Shinju tuviera esa enfermedad. En capítulos anteriores, como en el cumpleaños de Taka y el décimo octavo, Kagome sospechaba que algo no iba bien con Shinju. La mirada que su amiga le lanzó a su hermanito menor fue la primera pista de su preocupación y la segunda es la del capi anterior, cuando todos le dicen que Shinju no se sentía bien ese día y ella se percata de que es una mentira y que algo no anda bien. Sin embargo, ella no indagó por respeto y porque esperaba que el resto se lo dijeran cuando estuvieran listos. Así de simple.

Este capítulo sí que fue trágico, quería cortarme las venas y ni hablar de la reacción de la madre de Taka, creo que he exagerado un poco y la he deado como loca. Bueno, ustedes juzguen.

¡Hasta el próximo capítulo!