Cap. 35 El Más Allá.

"Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos."

Jorge Luis Borges

SEGUNDA PARTE

—¿De qué te ríes, estúpido Escorpión?

—Eres tan patético Johan, tan patético.

Haeilk hizo un gesto de resignación. Las reuniones con el Patriarca nunca podían transcurrir en silencio y en paz. Todos ahí tenían personalidades tan opuestas y egos tan grandes, que al Santo de Géminis le parecía extraño que ellos pudieran caber en la habitación. Miró de reojo a esos jóvenes Santos que ahora recibían sus armaduras como parte de la nueva generación que estaría al servicio de Atenea, pero sobre todo, de la humanidad. Todos parecían absurdamente jóvenes. Algunos aún tenían facciones infantiles, pero un físico de adultos. Era sorprendente lo que el entrenamiento había hecho con ellos.

—¡Atrévete a repetir eso de nuevo y te juro que-!

—Tranquilos chicos, tranquilos. —Dijo un sonriente Santo que portaba la armadura de Leo, interponiéndose entre Cáncer y Escorpión—Somos camaradas, no deberíamos estar…

—¡Cierra la boca, Siroe!—gruñeron los dos al mismo tiempo.

Haeilk alcanzó a escuchar el chasquido de Helga, la única chica de la Orden, que seguramente debía estar un poco decepcionada de los bárbaros compañeros con los que tendría que convivir.

La pesada puerta de la habitación se abrió de par en par. La imponente figura del Patriarca entró al recinto avanzando con solemnidad. Los Santos que habían estado sentados observando el espectáculo ofrecido por sus compañeros se levantaron de inmediato. La paz por la que Haeilk suspiraba minutos antes por fin parecía haber llegado.

El Patriarca los miró a todos, uno por uno. Lentamente, pero con seguridad, se despojó de la máscara. Su rostro adusto y serio cambió cuando esbozó una ligera sonrisa.

—¡Cómo los he extrañado, mis pequeños camaradas! Especialmente sus gritos, Johan y Eetrin. ¿Llevan siete años de conocerse y aún no comprenden que ninguno es mejor que otro?

Los aludidos se cruzaron de brazos. La primera reprimenda del día, por supuesto, tenía que ir dirigida a ellos. Kratos dejó que Eetrin notara la sonrisa burlona que se dibujó en su cara, lo cual no hizo más que enfurecer al oriundo de Egipto.

Antes de que la situación se pusiera aún más peligrosa, el Patriarca continuó:—Me da mucho gusto verlos aquí, mis Doce Santos. Es la primera vez que estamos reunidos y que ustedes ocupan el lugar que les corresponde como Santos pertenecientes a la Orden de Atenea, por supuesto, portando la armadura del signo que les corresponde. Creo que no es necesario que les recuerde que sólo unos pocos privilegiados tienen el honor de llevar las armaduras doradas y esos son, precisamente… los más fuertes.

Shion se tomó unos minutos para examinar sus reacciones. Realmente, todos parecían mucho más poderosos ahora. Podía sentir su cosmos nada más al entrar a la habitación.

—Así que bienvenidos al Santuario de Atenea. Algunos de ustedes ya ocupan los Templos correspondientes, los otros tendrán que comenzar a hacerlo. Es su deber y responsabilidad resguardarlos y sobre todo, servir a la misión que se les ha encomendado expresamente que no creo necesitar recordarles cuál es. Adelante, jóvenes Santos, den su vida por Atenea.

El silencio fue total hasta que la máxima figura del Santuario abandonó el recinto. Todos se miraron fijamente, escudriñándose, estudiándose.

—Interesante, ¿eh, Eetrin? Jamás pensé que lograrías llegar hasta aquí.

—¿Acaso pensaste que sólo una jarra de agua engreída podía ser un Santo Dorado, Kratos? —bufó Eetrin aburrido. Menos mal que el Templo de Acuario era el que seguía mientras bajaban la escalera.

El Acuariano sonrió. De nuevo lo hacían, sin querer comenzaban a comportarse como los chiquillos que se supone que ya no eran.

—No olvides que tenemos una pelea pendiente, Kratos.

—Jamás olvido lo que prometo.

Ambos hombres sostuvieron la mirada unos minutos. Eetrin creyó reconocer a su amigo de antaño en los ojos azules de su compañero. Algo de él, se dijo, aún residía ahí.

—Eso espero, Kratos. Que cuando te derrote haré que me cuentes todo eso que te has estado guardando. Tu mejor amigo necesita saber ese tipo de cosas sino, ¿cómo podría reprenderte por ser un idiota? —Eetrin sonrió. Una sonrisa fugaz se dibujó en el rostro de Kratos. El habitante de la 11ª Casa se dirigió a su Templo, donde desapareció.

—Nunca he entendido la relación que hay entre ustedes. —Dijo Siroe a Eetrin mientras continuaban su camino.

—A decir verdad, yo tampoco.

El Escorpión cruzó los brazos tras la nuca. Estaba ansioso de que el día en que se enfrentaran llegara pronto. O al menos, el día en que pudieran reunirse de nuevo, como en los viejos tiempos. Habían muchas esperanzas que compartir y reprimendas que necesitaban darse y Eetrin sabía (no sabía porqué) que Kratos también pensaba lo mismo.

El horizonte estaba teñido de púrpura cuando llegó a su Templo. La noche permeada de estrellas comenzaba a saludarlo. Sonrió. Era su primera noche como un Santo de Atenea. Lo había conseguido.

—¿Y qué harás ahora, Eetrin?

Johan se sentó en una de las escalinatas. A veces incluso ellos podían tener simples conversaciones.

—Beber, por supuesto. Esto merece ser celebrado.

—Eres un idiota. ¿Cuántos años dices que tienes?

—¿Vas a beber conmigo o te vas a comportar como mi madre?

—Por supuesto que voy a beber contigo. ¿Has visto todos los jodidos escalones que faltan para llegar a mi Templo?

Eetrin fue por las botellas. Nada como comenzar su nueva responsabilidad bebiendo. Amanecer con resaca en su primer día como Santo. ¡Eso era lo que siempre había soñado!

Y si así de esperanzador pintaba el presente, ¿cómo estaría planeado el futuro?...


El funeral había sido sencillo. Unas cuantas palabras predecibles y obvias que seguramente habrías odiado con todo tu ser. ¿Dónde estaba el ron que amabas, las mujeres hermosas que debían fingir que lloraban por ti y ensalzar tus virtudes? Nada. Sólo el viento árido que nos despeinaba nos recordaba que en ese lugar estaba ocurriendo algo.

Miré a mis compañeros uno por uno, intentando descifrar sus miradas. No había lástima, ni interés pero tampoco había desprecio. Nadie llegó a conocerte de la manera en que yo lo hice, quizá a nadie le importaste como a mí. ¿Era este el funeral que querías, Eetrin? ¿Estar rodeado de toda esa gente a la que tu nombre sólo remitía a un Santo especialmente revoltoso con una risa demasiado estentórea? No te merecías eso. No sabía ni siquiera qué era lo que yo estaba haciendo ahí.

Recuerdo que el Patriarca dirigió unas cuantas frases mientras colocaba los oblones correspondientes. No se quitó la máscara. Moría de ganas de inspeccionar su rostro, leer sus sentimientos, saber qué pensaba de ti. Pero en ningún momento se salió del protocolo. Su voz, extrañamente grave y hasta cierto punto nerviosa, culminaron con la ceremonia.

Lo único que recuerdo es la mano de algunos de mis compañeros posándose en mi hombro. Palmaditas en la espalda. Un "lo siento" ahogado. Pasos que se alejaban. Murmullos que se perdían.

Me senté enfrente de la tumba. Nunca te pregunté si te gustaban las flores. Jamás vi decoración alguna en tu Templo que me hiciera suponer tal cosa, aunque en realidad en tu Templo no habría gran cosa. Me había costado trabajo hallar alguna ropa que no fuera demasiado estrafalaria para tu ceremonia. Nunca fuiste alguien muy común, después de todo.

Observé el crepúsculo dibujándose en el horizonte. A lo lejos, los sonidos de un pueblo que por costumbre seguía dedicándose a sus actividades cotidianas. Nada había cambiado realmente y sin embargo, mi mundo era completamente diferente.

Tu nombre tallado en la roca me devolvió a la realidad, la que había estado tratando de evadir. No había podido hacer nada para salvarte. Había llegado demasiado tarde. Únicamente me había encontrado con tu cuerpo sobre la arena, una arena manchada de sangre que brotaba de tu pecho. Ni rastros del enemigo. Ninguna señal del cruento enfrentamiento que seguramente habrías librado; sólo tú. Tú, ignorando mi llamado y mi llanto. Y con esa estúpida sonrisa en el rostro, porque sabías que hasta el último momento me habías enseñado algo.

Tenía miedo de que volvieran por mí, pero por alguna razón, estar ahí a tu lado me tranquilizó. Ya no respirabas. Ya no te escucharía de nuevo. Te había perdido para siempre. Y contigo se había ido la única persona cercana en el mundo que me quedaba.


¿Cómo soportabas esto? Llevaba unos días en el lugar y mi urgencia por ver el sol, hablar con alguien, sentir el calor proveniente de algún sitio que no fuera la vieja chimenea comenzaba a desquiciarme. Ese retiro que tú mismo te habías impuesto probablemente era lo que había acabado de volverte loco. Porque, ¿estabas loco, no?

O eras excéntrico, nada más. Hay cosas que jamás alcancé a entender de ti. No decías gran cosa. A veces soltabas cosas crípticas relacionadas con mi madre y mi pasado y nunca sabía si creerte o simplemente ignorarte. Eras demasiado confuso incluso para mí.

Siberia era mi nuevo hogar. Era curiosa la manera en que vagaba de un sitio a otro. París, Grecia, Siberia. Detestaba París. Esperaba que Grecia no hubiera cambiado mucho. Siberia seguiría tal y como siempre hasta el final de los tiempos, de eso estaba seguro.

Recordé que al menos había un buen pretexto para salir de ahí un momento. Tomé la carta escrita por el Patriarca que había llegado esta mañana donde se solicitaba mi presencia. Grecia, nos hemos echado de menos, ¿eh?


Nadie en ese lugar parecía interesarse por los demás y eso estaba asqueando un poco al Santo de Escorpión. Algunos de los nuevos Santos habían comenzado a llegar, algunos que él conocía sólo por el nombre aunque habían compartido su "infancia" en aquel sitio. No le inspiraban mucha confianza algunos de ellos, pero los viejos conocidos como Aioros y Aioria al menos estaban ahí para recordarle que la generación que ocupaba el Santuario definitivamente ya no era la misma. Las cosas habían cambiado muchísimo.

Acabó de limpiar el desorden en que se encontraba el Templo. Era catártico hacer la limpieza. Poner en bolsas de basura lo que traía recuerdos amargos. Guardar en cajas aquellas cosas entrañables que quizá en otro momento nos traigan recuerdos gratos. Eliminar las telarañas que habían comenzado a tejer sus nidos… así, todo parecía más esperanzador.

En la basura de Eetrin había logrado conocerlo un poco mejor. Habían varios discos de vinilo que seguramente nunca había tenido oportunidad de escuchar de nuevo, fotografías de Egipto, libros sin algunas páginas, garabatos que pretendían ser escritos entre pequeños pedazos de "basura" que probablemente él consideraba tesoros, incluyendo rocas y plumas extrañas en la colección. Ojalá su maestro hubiera tenido más tiempo de contarle más cosas.

Cayó rendido en su cama cuando el sol comenzaba a ocultarse. Enterró su cabeza entre las almohadas, escuchando nada más la brisa y el canto de los grillos. Que soledad había en un sitio tan grande.

—Pensé que ibas a convertirte en un Santo de Oro, no en una criada.

Levantó la cabeza con rapidez. En la puerta de su templo (que como siempre, había olvidado cerrar) una figura lo miraba desde ahí. El fulgor de su armadura dorada lo hizo reaccionar. La media sonrisa que se dibujaba en su rostro le hizo darse cuenta de quién se trataba.

—¿Camus?—preguntó, como mero formalismo.

—¿A quién esperabas?

Un gran abrazo entre los dos confirmó que la distancia y el tiempo aún no había hecho mella en ellos.

—¿Qué diablos haces aquí?

—Muy bien Milo, ¿y tú?

—¿Y además con armadura? ¿Eso quiere decir qué…? ¡Me alegra tanto que…!

—¿Me vas a dejar hablar?

El Escorpión asintió. Había sido un largo viaje el de su compañero, sin duda, así que lo dejaría descansar un momento antes de continuar acosándolo con interrogantes.

—Me encontré a Aioros en el camino. Me ha contado un poco lo que ha pasado. Parecía apresurado por dirigirse hacia el lugar del Patriarca. ¿Sabes qué es lo que está ocurriendo?

—No, ni idea —Milo se dejó caer en su cama. No. Y era verdad, no tenía idea de lo que pasaba, pero seguramente Aioros podía sentir con mayor claridad ese cosmos que parecía emanar del Recinto del Patriarca. Tal vez…

—Lo lamento mucho, Milo.

—¿Uh? —el Escorpión salió de sus cavilaciones—, ¿lo dices por Eetrin? Creo que no le gustaría que lo recordaran con lástima…

—Tienes toda la razón. —Camus se sentó a un lado de Milo, en silencio.

El cantar de los grillos.

—Me alegra mucho que estés aquí. —Dijo el griego quedamente—. Creo que hace mucho que no tengo a alguien con quien hablar.

—¿De qué quieres hablar?

—¿Cómo son las auroras boreales, Camus?

El francés lo miró extrañado.

—Hermosas. Tienes que verlas para poder entender su belleza.

—¿Acaso crees que me gustaría ir a un sitio como Siberia?

—¿Ni siquiera de vacaciones?

Milo rió. Eso era lo que echaba de menos. El gesto de Camus, tranquilo momentos antes, se endureció.

—Creo que pronto pasarán cosas para las que no estamos preparados, Milo.

—No digas tonterías. Por supuesto que estamos preparados. Tuvimos a los peores maestros del mundo, pero confío haber aprendido algo.

El futuro, que momentos antes le había parecido tan gris a Camus, comenzaba a tomar más forma. Ya no estaban ellos ante una situación de entrenamiento, se enfrentarían a situaciones reales. Misiones donde quizá tendrían que arriesgar la vida. Miró a Milo, que se encontraba a su lado. Él parecía mucho más relajado, más apto. La sonrisa que le devolvió lo hizo sentirse quizá, un poco esperanzado.

Todo lo que habían aprendido a través de esos hombres que los ayudaron a seguir el camino correcto tendría su recompensa. No habían sido años en vano.

¿Debería contarle a Milo cómo había muerto Kratos, lo que le había dicho, cómo se había sentido? Quizás…

Una explosión proveniente del Recinto del Patriarca los hizo sobresaltarse. A lo lejos, escucharon las órdenes enfurecidas del mismo dirigiéndose a alguien.

—¿Qué demonios…? —Espetó el Escorpión Celeste.

Camus decidió guardarse sus sentimientos para otra ocasión. Sabía que la aparente paz sólo era síntoma de una inminente guerra. Ellos ya estaban listos.

—No sé, pero ponte la armadura, ¡rápido!

El griego obedeció en automático. El Santo de Acuario miró hacia el Recinto donde ahora se filtraba la luz de una torre destruida. Eso no estaba bien, nada bien…

Era momento de honrar los nombres de sus maestros.


Nota de la autora.

Hace mucho tiempo, cuando comencé esta historia, era un proyecto que debía terminar en unos cuantos capítulos. Poco a poco, esos "cuantos" capítulos acabaron mutando en una historia demasiado larga que me ha llevado demasiados años acabar. Honestamente, este capítulo final lo había escrito hace mucho y publicado nada más en un sitio. Creo que es momento de que llegue aquí para despedirse como se debe.

No me queda más que agradecerles por su infinita paciencia. Actualizo muy poco, la inspiración me llega a cuenta-gotas y aunque me gustaría que no fuera así, no puedo evitarlo. Pero este fic merecía tener una especie de final. Los personajes necesitaban crecer y Eetrin, Kratos, Siroe, Johan, Haeilk y demás personajes necesitaban decir adiós. Y yo, por supuesto, necesitaba agradecerles.

Muchas gracias por los reviews, los alientos, las opiniones. Nada mejor para alguien con pretensiones de escritor que una opinión, que el saber que lo que escribe de una u otra forma le llega a los demás y les importa lo suficiente como para dejar una opinión.

Así que por eso, muchas, muchas gracias. Un placer habernos leído (y espero que haya sido recíproco).