Sin feminidad

Sakura Kinomoto dulce a su manera, esa es la definición exacta de ella. Rompiendo lo establecido en cuanto a belleza, y su única naturaleza es ser auténtica. Así me enamoró, desde la primera vez que me mostró su interior, pero eso todavía no lo contaré. Empezaré por el momento en que la conocí, espontáneamente catastrófico. Antes de comenzar a relatar mi historia en la vida de Sakura Kinomoto, quiero darles el adelanto de ésta antes de conocerla. Viví en Hong Kong por más de diecisiete años hasta que mi madre decidió que ya era hora de ponerme al frente de una de las grandes empresas de la familia, y esa estaba en la ciudad de Tomoeda en Japón, así que un día después de mi cumpleaños diecisiete partí rumbo a la ciudad que me concedería las mejores experiencias de mi corta vida. Lleno de seriedad y soberbia llegué al mejor departamento de la zona, por disposición de mí madre entré a la mejor preparatoria de la ciudad: el instituto Sanjoi, y por necesidad de mi duro corazón me enamoré de la mejor mujer del planeta. Basta de prolegómenos, aquí da comienzo mi historia y la de ella, porque aunque estemos lejos mi amor por Sakura sigue sus pasos.

-un gusto tenerlo como alumno en el instituto- el cheque previo que había otorgado mi madre al instituto era precepto para que yo me sintiera a gusto- lo acompañaré hasta su clase- entré el primer día de clases, pero como alumno nuevo sería presentado a mi profesor y compañeros, protocolo inútil a mi pensar.

… todo siguió su curso hasta nuestro encuentro, donde ella con su arrebatada inocencia hizo que mi mundo trastabillara sin control. La vi por vez primera en mi clase de gimnasia, estaba en una de las barras y hacia giros a diestra y siniestra, mientras la profesora Kumiko le gritaba algo sobre tener más firmeza en los giros, recuerdo bien que pensé que en cualquier segundo la pobre joven acabaría vomitando, sin embargo, segundos después dio un giro casi mortal y acabo de pie, aunque también segundos después la profesora acabara reprendiéndola por caer tan a la derecha. Vestía unas mallas blancas y un pequeño leotardo color negro, las mejillas arreboladas por el esfuerzo y polvo seco en sus manos. La miré, así como todos, mientras la maestra la reñía fuertemente, a mi parecer le tenía una manía sorprendentemente, después me enteré que entrenaba para unas competencias y el instituto entero había puesto sobre ella sus esperanzas- el ganar más prestigio y dinero, claro está- así que tenía que ser perfecta. Caminó entre nosotros, al tiempo que la profesora le decía que fuera a los vestidores a ponerse la ropa de gimnasia. Lucía cansada, sin embargo, noté como una sonrisa intangible se deslizó en su rostro, también noté que era castaña y tenía unos enormes ojos verdes… otra ojiverde más en el instituto, ese día le había visto el mismo color de ojos a otras diez compañeras, y ese mismo tono en el cabello a otras veinte- y sólo llevaba dos horas en aquella escuela, así que me aposte a mi mismo que después del receso encontraría a otras tantas- una más del montón me dije a mi mismo… ahora pienso en que ella lucía como una más, pero eso era lo único común en ella. La profesora Kumiko puso a todos a correr en la pista del instituto, parecía un estadio nacional… terrible lugar para correr, la mayoría de mis compañeros quedaron en la primera vuelta, sólo unos cuantos llegamos a la tercera… y sólo cuatro al final del mandato: tres compañeros, yo… y por supuesto la atlética Sakura. ¿Qué acaso no tenía un límite? Supongo que no, ellos tres estaban exhaustos- se derrumbaron al llegar a la meta- Sakura tenía un respirar jadeante y yo… pues sin inconvenientes- una rígida enseñanza china provoca estragos en la condición de una persona-. Después de que la profesora regañara a todo el sector débil- por decirlo de una manera- fue hasta nosotros con premeditación, y con un tajante bien nos mandó a las duchas. Ahí estaba caminando adelante mío mientras platicaba con dos de los compañeros, sonreía con facilidad, y yo aparentaba escuchar a otro- decía algo sobre el arroz y las constelaciones- ya que estaba algo ocupado pensando en el nuevo negocio de la familia… llevaba dos días sin dormir por el miedo que me causaba el provocar una catástrofe- no puedes estar sereno cuando tu familia te llena de expectativas que no estás dispuesto a cumplir- y decepcionar a los demás, sin embargo ese secreto me lo guardaba para mi, y fingía frialdad y fortaleza, aunque me estuviera destruyendo el miedo. Todo eso circulaba por mis pensamientos hasta oír la voz de alguien a mis espaldas.

-Kinomoto, es del tipo de chicas con las que nunca andaría… buena amiga pero nada de cuerpo- escuché como chasqueaba la lengua en tono de desaprobación- está peor que plana- vaya que fijado.

-sí, que lástima. Con lo bien que me cae, hubiéramos hecho buenas migas, lástima que desmerece mucho- otro comentario a tono. Vale, que yo antes no me fijaba en eso, sin embargo, de un tiempo para acá, como a todo adolescente hormonal, se me habían acrecentado los sentidos y cada día me fijaba más en las cualidades femeniles y las catalogaba de acuerdo a mi gusto. Sakura Kinomoto no estaba entre ellos, y yo tenía mi teoría respecto a ello… la ropa volátil era des mejorable para cualquier mujer… se vestía con soltura y naturalidad, haciendo que sus cualidades no se distinguieran entre faldas y blusas diminutas. Tiempo después me daría cuenta de sus atributos y sus delicadas proporciones, ahora sólo daría por sentada la suposición de mis colegas y me iría a dar una ducha caliente para des estresarme e ir a próxima clase.

Rápidamente pasó el tiempo… las clases y el trabajo hacían que mis ratos libres se disminuyeran a nada. Mi llegada después de una semana dejó de ser el tema de cotilleo, como todo acontecimiento nuevo pasa a ser viejo después de un tiempo, así que las chicas que me perseguían para mostrarme las instalaciones, después de varias semanas desistieron para enfrascarse en otro asunto de más prioridad… las rutinas de porristas, la organización del próximo baile, la apertura del nuevo salón de belleza… o algo así. Sakura Kinomoto en esos momentos aun no llamaba mi atención, casi nunca me la encontraba debido a su continuo entrenamiento, sólo una vez afuera de la escuela cuando discutía airosamente con una pelirroja. La había visto en alguna de mis clases, era guapa- hay que admitirlo- y capitana del grupo de porristas del instituto.

-Ya te dije, que no me interesa. Yo no quiero- reclamaba Sakura con un deje de fastidio. Algo que era poco común en ella.

-Pero el director lo dispuso, Kinomoto, no creo que quieras tener problemas con él- vaya que era un poco amenazante el comentario.

-No puedo, en verdad lo siento. Acabo de salir del entrenamiento y tengo tareas que hacer… hazlo tú-

-Pero nosotros no podemos decorar el anfiteatro para la presentación, no tenemos las habilidades que tú tienes- despectivamente austero.

-Vamos, que hasta un mono puede subirse a una escalera y pegar los panfletos- soltó una chica de cabello negro parada junto a Sakura… parecía más molesta que la aludida- vamos, Sakura que tu hermano está esperando y no eres la conserje de ninguna porrista invalida- y así cómo comentó, se llevó a la castaña hasta la puerta del instituto… ahí estaba un joven alto esperándolas… la morena se despidió con un gesto en la mano y corrió hasta una limosina negra aparcada en la esquina de la calle, y Sakura se fue con lo que supuse era su hermano, y que posteriormente conocería tan bien porque me habría de declarar la guerra por tener intenciones con su pequeña hermana.

Ese día me fui a casa con un dolor de cabeza magistral. Me recosté en el primer lugar plano y cómodo que mi cuerpo percibió, y me quedé profundamente dormido. Un continuo chillido hizo que mi dulce dormitar quedara interrumpido. El teléfono sonaba sin cesar acrecentando mi poco humor y el dolor de cabeza que había vuelto gracias a ese no tan tranquilo despertar, y a la dueña de la voz detrás del auricular: Meiling mi inconsistente prima… era tan difícil deshacerse de ella que había decidido dejarla seguir su curso… aferrándose a mis costillas- o cualquier parte de mi cuerpo- cada vez que podía, cuando teníamos siete años decidió hacerme su prometido y diez años después no he logrado convencerla de lo contrario… mi familia encuentra el hecho pintoresco, yo simplemente estúpido… en fin, qué podría hacer… nada, hasta que Sakura llegó y esa relación utópica tuvo que finalizar para darle paso a lo que nosotros hilvanamos como un noviazgo. Sin embargo, ahí estaba mi prima gruñendo unas conjeturas sobre mi desconsideración por irme sin decir adiós… y mi majestuosa falta de cortesía por no llamarle cuando- hace más de dos meses- había llegado a Japón. Decidí dejar el aparatito en el sofá y salir a comer algo, porque el hambre me carcomía las entrañas. Llegué la cafetería más cercana a mi apartamento, a más de medio kilómetro. Había decidió ir caminando para despejarme un rato y recorrer un rato la ciudad, ya que en más de dos meses lo único que conocía era la escuela y mi piso. Entré al lugar y me senté en la mesa más alejada del establecimiento esperando que alguien me atendiera. Ese preciso momento vi a la pequeña Sakura acercándose- pequeña… ese mote se lo puso un amigo suyo, muy cercano para mi pesar, y yo para hacerle ver mi reticencia a su relación siempre lo decía con un deje de celos- con un horrendo uniforme, faldón azul y delantal blanco, y una libretita entre las manos.

-buenas noches ¿Qué va a ordenar?- exclamó tan monótonamente, que me hizo pensar que ese día había dicho tantas veces esa frase que ya salía sola.

- un café expreso y un emparedado de jamón con queso- ordené mientras veía la carta.

-enseguida- después de anotar en su pequeña libretita mi pedido fue hasta la barra a dejar la orden. Esperé al menos cinco minutos y mientras hacia pedacitos la servilleta que tenía entre las manos me dediqué a observar a mi compañera de escuela. No podría decir que de clase, porque en realidad la veía muy poco en ellas, y eso se debía a sus continuos entrenamientos, había días que la veía corriendo en la pista o sino en el salón de gimnasia practicando en las barras. Parecía que se esforzaba mucho, aunque después descubriría que la hacían esforzarse mucho… el director y sus intentos de mejorar el renombre del instituto. Aun así, ella siempre se veía contenta practicando ese deporte, así es ella… tan dedicada y optimista… algo que me transmitiría con la posterior intimidad.

-Aquí tienes, buen provecho- pasó el suculento plato, mi apetito era voraz en esos momentos, por mi nariz dejándome impregnarme con el olor a queso derretido y jamón serrano. No hice mucho caso a lo que sucedió después, porque yo engullía ferozmente el alimento a mi disposición, pero Sakura se me quedó viendo unos minutos y después me habló.

-oye, yo te conozco ¿cierto?- preguntó con curiosidad y yo a un paso de darle otro mordisco a mi emparedado me quedé con la ganas y respondí.

-vamos juntos al instituto- dije con un poco de tedio. Era mi primer comida del día, cualquiera responde rayándole a lo grosero.

-¿enserio? Nunca te he visto- despistada hasta las pestañas… esa inocencia inmaculada es su cualidad primordial y fue eso lo que más me cautivo.

-soy nuevo- respondí esperando ahuyentarla, sin embargo, ella no se daba cuenta de mi indirecta. Se sentó frente a mí y me empezó a escudriñar con la mirada, mientras yo me enfada un poco más.

-esa debe ser la razón ¿cuándo llegaste, ayer?- sí, que es despistada, pero para su desgracia mi cualidad no es la paciencia o tolerancia… así que sufrió mi poca cordialidad

-¿te importaría? Me gusta comer solo-

-oh, lo siento- sonrió con vergüenza, y se levantó. Pensé que la había ofendido, sin embargo, ella no se dio por enterada. Ella misma me diría, tiempo después, que sólo supuso que estaba realmente hambriento y que era algo tímido… pensamiento que no estaría muy alejado de la realidad. Terminé de cenar, pedí la cuenta y Sakura con su sonrisa inherente me dio el pequeño boleto donde estaba el precio de mis alimentos, y se retiró. Dejé el dinero y un poco más para la propina, y salí del lugar. Minutos después vería pasar una motocicleta a mi lado y escuchar la voz afable de Sakura diciéndome adiós, y ver el movimiento de su mano despidiéndose también. Yo no hice ningún simulacro, sólo levanté un poco las cejas en un intento de corresponder, pero no creo que Sakura haya notado alguna respuesta debido a que la noche era oscura y espesa. Seguí caminando y note como la furgoneta desaparecía al dar vuelta a la esquina, ahí me di cuenta que Sakura era el copiloto del vehículo y que un joven de cabello plateado era el que lo manejaba. Me encogí de hombros no dándole importancia al asunto, sin embargo, posteriormente se lo daría tanto que acabaría loco de celos.

Una tarde en la que necesitaba terminar un ensayo de literatura sobre una obra llamada Madame Bovary, decidí ir al lugar más vacío del instituto para acabar de leer ese voluminoso ejemplar y finalizar de una vez por todas con ese engorroso trabajo. Llegué a la parte posterior de la pista de atletismo, y comencé a leer. Estaba debajo de las gradas, dónde habitaba un sepulcral silencio… era delicioso, sin embargo, a unos cuantos metros pude notar la silueta de una joven que estaba en cuclillas con una colilla de cigarro entre los dedos. Después de varios segundos ella también notó mi presencia, se sorprendió un poco, pero posteriormente me sonrió perezosamente, era Sakura con un leotardo azul marino y mallas grises, con su cabello revuelto y pegado a las sienes por el sudor, lucía diferente con el pitillo, un poco más ella… más dulce y natural. Volví a arrastrar los ojos por las páginas, en un intento de retomar la lectura, pero unas piernas delgadas a mi lado hicieron que mi concentración sucumbiera en el olvido.

-hola, ahora sí te recuerdo- murmuró con gracia. Vi sus parpados caídos, y aspiré su aliento a nicotina.

-bien- no tenía ganas de entablar conversación alguna con ella, ni con nadie. Sólo quería terminar temprano mis deberes para ir a casa, darme una ducha y acabar en la cama.

-pareces un joven de pocas palabras- que astuta, me dije.

-y tú una joven muy impertinente- ella sólo ensancho más su sonrisa. Realmente me sorprendió que no se sintiera ofendida y me volteara la cara de un bofetón por la poca sutileza de mis palabras.

-¿Acaso lees Madame Bovary?- mi gesto la hizo reformular la pregunta- sí, tonta pregunta. ¿Ya lo has terminado? ¿Esa está mejor?- pidió mi opinión con chulería… esa gracia para hablar nos llevaría a acabar en peleas donde yo siempre terminaría mal parado.

-no- respondí con sequedad. Desiste, mujer le pedía mentalmente

-yo la leí para hacer una obra de teatro el verano pasado- estaba arrodilla junto a mí. Nunca supe que pretendía con sus intentos fallidos de conversación- es algo trágica.

Kinomoto, Kinomoto, Kinomoto escuchamos de repente. Ella se sobresaltó y dejó caer el cigarrillo de sus manos logrando que la ceniza le escociera uno de sus dedos, dio un pequeño grito de dolor y se llevó a la boca el dedo herido.

-mierda- vimos como la profesora de gimnasia se acercaba a nuestro escondite. Sakura temblaba lánguidamente, se notaba su temor a ser descubierta, haciéndome suponer que su vicio a la nicotina lo mantenía en secreto. Me levanté preparado para irme cuando sentí una mano en mí brazo, aferrándose a él. Era ella, todavía en cuclillas, mirándome con suplicio. Se veía más efímera con esa expresión asustadiza… sus ojos se mostraban más agudos, su boca entreabierta y sus mejillas llenas de palidez… sin embargo, salí del lugar antes de cometer el error de deslumbrarme con ella, nunca había sentido compasión por nadie y ésa no iba a ser la primera vez. Escuché los pasos de la profesora a mis espaldas, unos segundos después la vi pasar a mi lado sin compañía y dirigirse a los vestidores de mujeres. Extrañado caminé hasta el instituto preguntándome cómo le había hecho la castaña para salir sin ser vista. Para mi ofuscada sorpresa, al pasar por el gimnasio la vi, ahí estaba tranquilamente dando giros en las barras. Me quedé unos minutos observándola, admirado por esa castaña común… extrañado por los invisibles vestigios de su serenidad. Entretanto ella bajaba del equipo cansinamente, miro de soslayo a la puerta y me descubrió espiándola… respondió con su sonrisa habitual y un guiño sagaz. Eso fue un gesto de fanfarronería y me provocó el sonrojo más vergonzoso de mi existencia.