Capítulo Trece

Kenshin se detuvo en la tranquila ciudad de Otsuki, con intención de echar gasolina a su moto. Naturalmente, la única estación de servicio estaba cerrada.

Una vieja guirnalda en la antigua puerta, al lado del letrero que indicaba que estaba cerrada, era el único signo visible de que estaban en navidad.

Así que Kenshin continuó su camino hacia el este, hacia Hachioji. Para marchar más tarde desde allí hacia Tokio.

Y tras tomar una pronunciada curva en la carretera, descubrió ante él una hermosa vista del valle.

Desde aquella privilegiada atalaya, se veía la pradera cubierta de nieve, las lejanas montañas recortándose contra un cielo increíblemente azul y los rayos del sol filtrándose entre las ramas de los pinos.

En el siguiente recodo se detuvo y se quitó el casco, el frío aire de las montañas golpeó su rostro, pero los rayos del sol aplacaban los rigores invernales.

Miles de pensamientos sobre Kaoru se agolparon en su mente. Intentó detenerlos, apartarlos, ignorarlos… Pero allí continuaban.

Recordó el aspecto que tenía la primera vez que la había visto, con unas medias de color crema, un jersey rosa y una expresión de abierta desconfianza. Expresión que había desaparecido completamente de su rostro para ser sustituida por otras: cariño, pasión y…

Amor.

¿Pero realmente había habido amor?

Había visto la pasión infinidad de veces en sus ojos, había reconocido la felicidad de sus sonrisas, había aprendido a distinguir la preocupación en su rostro…

Pero amor… No era posible, ¿o sí?

Kaoru necesitaba a alguien que la cuidara. Eso era lo primero que Kenshin había pensado cuando había entrado en su casa. Y durante aquellos días, mientras se encargaba de las reparaciones de la casa lo había pensado por lo menos una docena de veces.

En cuanto a su trabajo… Kaoru tenía talento, y mucho, pero no tenía ni ganas ni tiempo para intentar hacerlo más rentable.

Si tuviera a alguien con quien pudiera compartir sus responsabilidades, podría ganar mucho más dinero. Sí, necesitaba a alguien que se ocupara de ella…

Lo necesitaba a él.

Pero inmediatamente rechazó aquella idea.

No podía ser él.

Aun así, la posibilidad de que cualquier otro hombre ocupara el lugar que había ocupado él durante aquel breve período de tiempo le resultaba insoportable. No quería que Kaoru fuera para nadie. Pero, kuso, sabía que necesitaba la compañía de un hombre.

De él.

En aquella ocasión, no descartó tan rápidamente la idea; al contrario, se permitió saborearla, analizarla, imaginarse un futuro que hasta ese momento había creído imposible.

Pensó en cómo se había humedecido la mirada de Kaoru cuando se había marchado. Su expresión, sincera y real, le había revelado sus más íntimos sentimientos. Al dejarla, le había roto el corazón.

Y eso era lo último que pretendía hacer.

Kenshin maldijo en voz alta. Había intentado enseñarle el verdadero significado de la navidad y lo único que le había mostrado habían sido sus aspectos externos: los villancicos, las tiras de palomitas, el árbol…

Pero nada de eso era lo verdaderamente importante.

Y durante el proceso, lo único que Kaoru había aprendido había sido que sus miedos y desilusiones eran reales.

No tenía ningún derecho a hacerle eso a Kaoru.

No tenía ningún derecho a hacerse sufrir tanto.

Dejó el casco en el asiento trasero y se llenó los pulmones de aire. Durante los días pasados, el profesor había terminado convirtiéndose en alumno. Porque Kaoru le había enseñado lo que era el verdadero amor.

Y hasta ese mismo instante él no había sido capaz de reconocer que la amaba.

Amaba a Kaoru. Quería que se convirtiera en su esposa, quería compartir con ella su futuro, quería crear vida con ella.

Se había sentido muy mal al marcharse de su lado, pero no había sido, como en un principio había pensado, por aquello a lo que tenía que enfrentarse, sino por todo lo que de pronto había perdido.

Kenshin había abandonado Tokio en una búsqueda, había pasado semanas recorriendo el país en busca de respuestas que había terminado encontrando en una tranquila casa de campo alejada del mundo. Parecía increíble que hubiera llegado a coincidir con Kaoru, era como si algo, el destino quizá, se hubiera propuesto unirlos.

Y sabía, con una certeza absoluta, que tenían que estar juntos.

Sin preocuparse por las posibles consecuencias.

Kenshin siempre había hecho lo que se esperaba de él. Había cursado los estudios que se suponía debía cursar, había hecho deportes para mejorar su expediente, había empezado a trabajar en la empresa de su padre en cuanto se había titulado. Hasta había salido con la chica que supuestamente le convenía. Y jamás había hecho nada por sí mismo.

Aquella vez era diferente. Himura Enterprises era el único amor de su padre, pero, desde luego, no era el de Kenshin. Hiko podía hacer lo que más le apeteciera con su negocio, incluso venderlo al mejor postor. A él no le importaba. Lo único que le importaba de verdad era Kaoru.

Un halcón cruzó el cielo en ese momento.

Amor. Kenshin ya había saboreado el deleite de su poder. Y sabía que solo podía encontrarlo unido a una mujer, a Kaoru.

Kenshin agarró el casco, decidido a ir a buscarla inmediatamente y pedirle que se convirtiera en su esposa.

Cuando vio que Kaoru no abría la puerta, intentó girar él mismo el picaporte. E inmediatamente la puerta se abrió. Una vez más, se repitió que Kaoru necesitaba que alguien la cuidara y sonrió. Por fin sabía quién iba a ser esa persona.

En lo primero que se fijó fue en el árbol, estrellado contra el suelo. Su sonrisa se desvaneció al pensar en lo que habría sufrido Kaoru al verlo.

Continuó caminando sigilosamente y la vio a ella. Sin moverse, la estuvo observando durante algunos segundos. Yuki-chan descansaba a su lado en el suelo.

Enderezó el árbol, y colocó el ángel que él mismo le había regalado de manera que pudiera continuar observando a Kaoru. A continuación, caminó hacia ella.

Se arrodilló frente a la mujer que iba a convertirse en su esposa, y advirtió en su rostro la huella de las lágrimas.

Apartando un mechón de pelo de su rostro, susurró:

–Feliz navidad, Kaoru.

–Mmm –acudió a sus labios una sonrisa.

Lentamente, Kenshin le besó el lóbulo de la oreja.

–¿Kaoru?

Kaoru abrió los ojos y sonrió más abiertamente.

–Bonito sueño –susurró y volvió a cerrar los ojos.

Kenshin, al borde ya de la desesperación, comprendió que había llegado el momento de tomar medidas más drásticas. Así que la besó directamente en los labios.

Kaoru abrió los ojos bruscamente y se sentó con un solo movimiento.

–¡Kenshin! –pestañeó varias veces. Evidentemente, todavía no se creía que Kenshin estuviera realmente allí–. ¿Se te ha vuelto a romper la moto?

–La moto está perfectamente.

–¿Entonces por qué…?

–Kaoru –la interrumpió Kenshin–. Te amo –al ver que Kaoru no reaccionaba a sus palabras, le tomó la mano–. He sido un estúpido al no darme cuenta antes de lo mucho que significas para mí.

–Pero…

–Dime que te casarás conmigo, Kaoru, dime que serás mi esposa…

La vio tragar saliva con dificultad.

–Pero yo… No puedo ir a Tokio.

–Y tampoco te he pedido que lo hagas.

Kaoru se humedeció los labios. Todavía parecía desconfiar ligeramente de Kenshin, pero era evidente también que quería creerle.

–Me quedaré aquí, contigo –el corazón le latía erráticamente, como si hubiera perdido el control sobre sí mismo que normalmente lo caracterizaba.

–Pero tú dijiste… ¿Qué va a pasar con la empresa de la familia?

–No me importa nada –se llevó la mano de Kaoru a los labios y le dio un beso–. Tú eres lo único que me importa.

–Oh, Kenshin –se le quebró la voz–. No puedo pedirte que renuncies…

–No me has pedido nada, Kaoru. Nada. Me acogiste en tu casa, me diste comida y abrigo y al final fuiste tú la que me enseñaste el verdadero significado de la navidad.

–No –Kaoru sacudió la cabeza–. Tú me has entregado los recuerdos que me prometiste. Y los llevaré siempre conmigo.

–Tendrás que guardar también todos los que vamos a ir tejiendo en el futuro.

Kaoru lo miró a los ojos, pidiéndole, implorándole casi no volviera a hacerle daño.

–Vas a renunciar a una fortuna.

–Pienso pasar el resto de mi vida intentando hacerte feliz –insistió Kenshin emocionado–. ¿Te importa que renuncie al dinero de mi padre?

–¿Al dinero? El dinero nunca me ha importado. Oh, Kenshin. Lo único que me importa es el amor. Quiero tener hijos, quiero esperar a Santa Claus con ellos, y hacerles galletas de navidad y… –las lágrimas inundaron sus ojos, impidiéndole continuar.

–¿Son lágrimas de arrepentimiento? –preguntó entonces Kenshin con voz tensa. Estaba aterrado.

Kaoru negó con la cabeza.

–¿Entonces?

–Son lágrimas de felicidad. Oh, Kenshin, soy tan feliz…

–¿Te casarás conmigo entonces?

–Kenshin, te amo con toda mi alma. Y sí, claro que me casaré contigo.

Kenshin temió que el corazón le estallara de alegría. La sonrisa de Kaoru era tan hermosa como un millón de amaneceres y era capaz de reconfortar hasta la última célula de su cuerpo.

Se levantó, llevándola con él y la besó, comunicándole con aquel beso su amor, su compromiso y su promesa de hacerle feliz a partir de ese momento.

Cuando terminó su beso, Kaoru le enmarcó el rostro entre las manos y susurró:

–Feliz navidad, Kenshin.

Continuará…………………………

Ya se viene el epílogo, no se lo pierdan, voy a intentar subirlo a la brevedad.

Gracias por los RR.

Besos.

Mattaneeeeeeeeeeeeeeeeeee