No puede ser.

Una vez más retuerce entre sus manos el pañuelo húmedo, empapado. No encuentra la forma de aceptarlo. No puede comprenderlo.

En la hora que precede al alba el castillo duerme en una calma impuesta. Todos se han acabado retirando a descansar durante unas horas antes de que el día les devuelva a la realidad brutal. Ha dejado a los Weasley acomodados en las habitaciones anexas a la enfermería, ha devuelto a Potter y los demás a sus cuartos. Ha tomado las riendas sobreponiéndose al caos que acecha, tratando de apoderarse no solo del colegio sino de su misma alma.

No puede ser.

En la calma de la noche que ya clarea por el este no hay más pensamiento que éste. Al menos no un pensamiento que pueda ser expresado con simples palabras.

El despacho de Albus (no puede plantearse pensar en aquel cuarto en otros términos) se contagia del silencio tenso y de alguna manera inestable que inunda Hogwarts y sus terrenos. El canto del Fenix es solo un recuerdo borroso e irreal. El aire frío, cargado de una promesa de rocío, se cuela por la ventana que ha abierto en un vano intento de refrescar una frente que le arde. Los ocupantes de los retratos a su alrededor dormitan sin emitir ni el más leve sonido, ni un soplido, ni un movimiento, como si de simples pinturas muggles se tratara. Entre ellos está Albus, dormido con una insinuación de sonrisa en la cara y las gafas de media luna colgando en el extremo de la nariz. No se siente con fuerzas de despertar al eco de su amigo, todavía no.

Dios sabe que Minerva McGonagall ha pasado mucho. Ya no es precisamente una niña y de hecho se siente más vieja que nunca, una anciana impotente, incapaz de reaccionar.

Si, en su vida ha pasado mucho, ha visto morir a mucha gente, ha perdido amigos, se ha sentido derrotada y perdida.

Pero nunca como hoy.

¿Que vamos a hacer ahora¿Que oportunidad nos puede quedar sin él?

Es la primera vez en su vida que se siente completamente desesperada, completamente desahuciada... Siente el impulso irracional de echar a correr. Dominándose, como siempre ha hecho, se hunde aún más en el sillón del viejo director muerto en un intento inútil de recobrar la presencia de ánimo que siempre ha sido su sostén y su bandera.

La claridad empieza a dibujar un contorno de luz en el horizonte del lago. Desearía poder detener el tiempo, unas horas... unos minutos al menos. No está preparada para que se haga de día.

Solloza.

Nota las emociones que fluyen de su cuerpo, duele, es algo físico, como si sus propias entrañas quisieran abandonarla y huir, abandonar el castillo por el alto ventanal con parteluz y atravesar del bosque prohibido dejando un agujero negro y humeante en su pecho. Son tantas... y tan terribles, las identifica pero no es capaz de separarlas, están enmarañadas entre si como pegajosas telas de araña en las que los recuerdos se enredan y se arrugan.

Dolor. Pérdida. Vacío

Sorpresa. Odio. Rabia.

Miedo.

Sobre todo miedo. No solo miedo al Innombrable. No es solo miedo a los mortífagos y a sus crímenes. Ese es un miedo concreto, definido, un miedo al que hace años está acostumbrada. El miedo que aferra su traquea y le muerde el estómago es un miedo mucho más grande, mucho más negro e informe. Es pánico. Es terror.

Es la certeza de que el mundo se desmorona y de que todos mirarán hacía ella en busca de auxilio.