Sanando Heridas

By: Brisa Black


Capítulo 1


¿Árboles parlantes y cuartos cerrados?


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Un día de verano cualquiera.

Un año más de lo mismo.

Era ridículo pensar en lo poco que cambian las cosas en una persona cuando te empeñas en quedarte estancada, porque odiaba admitirlo pero estaba donde estaba porque no quería cambiar. Dio un vistazo distraído al cielo que a esas horas comenzaba adquirir tonalidades oscuras, que se mezclaban agradablemente con los tonos rojizos y naranjos. El sol, poco a poco, estaba por ocultarse en el horizonte. Cerró los ojos disfrutando de la sensación de esa brisa traviesa que le acariciaba el rostro, como un bálsamo relajante después de un día abrasador y estresante. Algo bueno que viniera luego de esos veintitantos grados que la habían dado un día nefasto.

—Estoy hecha polvo… — resopló, antes de recostarse más firmemente en el marco de la ventana. Algo en el aroma a verano y bosque, hicieron que su mente se fuera por ese sendero que no le gustaba recordar. Sus pensamientos volaron a ese pasado que no quería revivir. No era fácil hacerle frente a ese batallón de recuerdos en días de este tipo, era una de las poderosas razones porque no le terminaba de gustar el verano. Le desquiciaba volver a ese espiral que le absorbía el cuerpo, que le recordaba lo vivido. Lo hecho. Y lo perdido. La pequeña y terrible puerta, que le llevaba a un viaje a su infierno personal. Todo volvía a ella; la humillación, la ira y la tristeza. La envenenaban, la enfermaban, la destrozaban. Se mordió el labio con las mismas preguntas bailándole en la mente. Dolía como el infierno sentir como esa ilusión pequeña y brillante terminó aplastada.

Si eso era lo que se proponía cuando le dio esperanzas, pues bravo, lo había logrado. Sonrío ácidamente. Algún día, Kami le daría la oportunidad de plantarle cara a ese…a ese canalla. De todos esos años serviles, y de promesas mudas lo único que quedó fue su hija. Único vestigio tangible y visible del que fue el amor de su vida. Esta reminiscencia, inevitablemente la llevó a esa última noche en el Sengoku. La mueca fue inevitable y boqueó alterada, mientras las memorias volvían de la tumba abierta que eran sus recuerdos.

Se vio sentada sobre ese viejo tronco de abeto, cercano a la cabaña de la anciana Kaede. No podía dejar de sonreír, mientras un sonrojo coloreaba sus mejillas doradas al volver a los últimos recuerdos que estaban gravados a fuego sobre su propia piel.

Esa sonrisa enamorada, y algo tontorrona se amplió.

Y no le importó siquiera.

Estaba feliz y que el resto del mundo se lo bancara y punto. Después de todo el infierno que los tocó enfrentar para escapar de Naraku. De todas las trabas, trampas, miedos y vergüenza al fin habían podido dar ese paso fundamental.

No podía no estar feliz. Pasó uno de sus dedos por la base del cuello donde estaba la marca de InuYasha. Una llamarada de calor la azoró ante la fuerte certidumbre de que eso significaba. Había tenido que usar una blusa más cerrada de lo normal para poder cubrirla, pero en realidad no le importaba hacerlo. Solo saber que era para él lo que él era para ella, la hacían querer dar un brinco.

¡La quería!

No lo podía creer, y a veces se despertaba a media noche sobresaltada preguntándose si aún estaban en alguna aldea remota buscando pistas de los fragmentos. Le había pasado muchas veces las dos últimas semanas, pero luego un brazo posesivo la aferraba por la cintura y la atraía hacía su pecho en un gruñido mal genio que decía algo como "mujer, vuelve a dormir" Ese calorcillo reconfortante de saber que estaba ahí, le bastaba para espantar el miedo lejos. Era tan bueno poder tocarlo con libertad; que la abrazara contra él, y le dirigiera esas miradas intensas de pupilas intensamente doradas, que lo hacían ver tan magnifico y poderoso en su propia forma. Amaba sus ojos francos, que decían más que sus palabras. InuYasha no era bueno con las palabras, pero habían aprendido a comunicarse en silencio con los ojos.

Había aprendido a leerlo.

Y él se había suavizado. Sí gruñía y maldecía como un marinero, pero no podría amarlo de otra manera; ya no estaba ese borde áspero, su mirada más abierta. No había defensa. No la hacía retroceder con groserías, y cuando estaba decaído simplemente la dejaba entrar y se aferraba con fuerza. La amaba apasionadamente. Lo sabía por como la tocaba, como no quería dejarla ir sin ver algo en fondo de su propia mirada que ni ella lograba entender.

La vida era buena para ellos.

Y las noches eran fogosas cargadas de suspiros y jadeos. Abrazos y susurros a media voz, caricias lentas y besos hambrientos. Eran los dos en su mundo sin personas, sin intervenciones sin apariencias, solo ellos. Uno aferrado al otro.

—La vida es buena. — se dijo.

Y hubiera seguido de esa forma, sino hubiera sido porque vio esa serpiente caza almas pasar por sobre su cabeza. Frío le recorrió la espalda. Si había uno de esos bichos revoloteando era porque ella estaba cerca. Un agujero se le abrió en el estómago, mientras un amargor le cubrió la boca.

¿Qué hacía Kikyö aquí?

Oh no, nada bueno podía salir de eso, se dijo. Antes de que ese un extraño presentimiento le golpeara el pecho. Podría ser que viniera por él… podría ser que él fuera hasta ella otra vez… ¡NO! ¡Eso no podía ser! InuYasha nunca le haría algo así. No jugaría con su corazón. Una poderosa batalla se desató en su interior. Por un lado estaba ese amor ciego y terco que le decía que no pasaba nada y por el otro, la constante debilidad por esa mujer.

Mordió su labio inferior, en un gesto de indecisión. Temía que el fuerte presentimiento fuera verdad, pero, ¿y si no lo era?... ¡No podría verlo a los ojos de nuevo! Se mantuvo quieta cuestionándose. Hasta que finalmente pudo reunir ese esquivo valor que la hizo ponerse de pie dejándose llevar por su corazonada y corrió detrás del ente espectral que se internaba en el bosque.

Avanzó con seguridad por entre los árboles, tropezando de vez en cuanto con alguna raíz. Nada la detuvo hasta que delante se abrió un hermoso claro con una laguna de aguas cristalina en el centro, custodiado por dos enormes rocas. No sentía las piernas y por dentro era un mar de dudas, pero en ningún momento flaqueo en su resolución.

Por un instante ínfimo se quedó estática ante la magnífica belleza del lugar.

Sintió unas presencias, que se acercaban. Rápidamente se escondió detrás de un gran árbol. Teniendo la precaución de ubicarse contra el viento, sólo para asegurarse de no ser detectada. Las voces se hicieron cada vez más potentes, según se internaban en el claro, pero aun así no alcazaba a captar lo que decían. Por primera vez deseó tener algo más desarrollados sus sentidos.

Se asomó desde su escondite y vio a Kikyö de pie mirando el vació, o eso pareció hasta que la silueta masculina de InuYasha se plantó frente a su antecesora. Un ramalazo de horror le azotó el pecho y descubrió que su gran temor se estaba materializando.

—InuYasha… — musitó compungida. En ese instante algo le gritó, que debía alejarse lo más rápido posible. Que no se quedara a ver. Intentó mover sus piernas pero no le respondieron.

Estaba estacada al suelo sin poder quitar la vista con una morbosa fascinación que le causaba nauseas. No podía escuchar lo que decían sin acercarse al lugar, situación que no le convenía si quería pasar desapercibida. Ambos se movieron y gesticularon. InuYasha haciendo uso de su fuerte expresividad movía los brazos dando énfasis a sus palabras, mientras la espalda recta de Kikyö se mantenía en su postura y su rostro no daba muestra de ningún cambio. Algo terminó por exasperar al chico porque la cogió por los hombros y la remeció sin dejar de mirarla intensamente.

A Kagome se le aguaron los ojos, pero no pudo moverse. Fascinación morbosa, recuerdan. Pero lo que vino después le quitó el aliento, y realmente quiso evaporarse literalmente. Kikyö erguida ante él, se alzó en puntillas aferrada de sus hombros y lo besó sin una gota de duda con desenfado.

Como si tomara lo que le pertenecía.

Esa fue su señal de retirada. Y volviendo a tener control sobre sus miembros se volteó y hecho a correr como nunca había corrido antes. Y sin ningún otro objetivo en mente que alejarse de ese lugar con el firme propósito de desaparecer de esa época y olvidar cualquier rastro de la horrible pesadilla que estaba viviendo.

Había escuchado audiblemente el crujir de su corazón al romperse. Fue un crack crudo, y certero que la hizo doblarse y correr sin poder enderezarse. El aire no entraba a sus pulmones, y la garganta se le había secado. No podía pensar en nada más que la imagen de ellos besándose. Un sollozo desgarro su pecho de forma tan violenta que tuvo que morderse los labios para retenerlo.

La mente la tenía nublada. No podía hilar nada coherente más que ese deseo primario de huir lejos. No importaba donde solo tenía que alejarse y gritar hasta que no le saliera la voz.

Detuvo su loca carrera, y el pozo estaba a unos metros.

Se quiso morir. Y deseo con toda su alma jamás haber aparecido en esa época.

Adolorida y rota se sentó en el borde del portal. Las lágrimas no dejaban de empañarle la vista al punto de que apenas podía discernir donde ponía los pies. Había tropezado un par de veces durante el trayecto. Su cuerpo tiritó con un frío inexistente. Algo dentro de ella había desaparecido.

Volvió la vista hacía el bosque y susurró bajamente. — Nunca más.

Y sin esperar más, se lanzó por última vez para después cerrarlo definitivamente.

Tembló a merced del pasado. Boqueó con dificultad, antes de pasarse una mano por la frente agobiada. Ese sentimiento derrotista la volvió a vencer, haciendo que su cuerpo se resintiera ante su propia rigidez. Después de eso, le costó mucho levantarse. Su ánimo, varió del suelo al subsuelo aleatoriamente.

Se hundió en la desesperanza y la miseria. No comía. No salía. Apenas hacía lo justo para mantener esa normalidad esquiva que se le hacía tremendamente amarga. Se estancó en su mente y en el dolor. Había días en que se castigaba solo recordando imagines que le desgarraban.

Era una vena sádica que no se conocía. Nunca creyó pudiera ser del tipo auto destructivo.

Pero claramente, lo era.

La depresión la consumía de a poco y no movió ni un dedo para evitarlo. Se castigó por ser tan débil. Renegó de su inocencia y maldijo su ceguera. Siempre todo estuvo a la vista pero se había negado a verlo. Cuando cumplió el mes y medio en el subterráneo emocional, se enteró que estaba embarazada. La noticia la golpeo tan fuerte que se quedó en shock por casi dos días y rompió a llorar de pánico.

Lloró y lloró hasta que le quedaron fuerzas.

Se quedó quieta aterrorizada de su cuerpo. Y se mantuvo así hasta que su madre entró a su habitación con una mirada endurecida y el cuerpo rígido. No dijo una palabra y solo caminó tan enérgica y enojada como no la había visto nunca. Fue hasta su ventana y abrió las cortinas que mantenían a oscuras la cárcel en que se había convertido su cuarto.

—Ya basta Kagome.

Tres palabras.

—Mamá… — murmuró temblorosa, y pálida. Las náuseas y los vómitos no ayudaban a su aspecto desmejorado.

—No más. — fue todo lo que dijo. No había rastro de la mujer comprensiva y suave que la había cuidado y consentido toda la vida. — Eres una adulta. Y pronto serás una madre. No más niñerías.

Y sin una palabra más salió. Y fue ahí cuando volvió a vivir. Ese hombre no tendría sus lágrimas, no las merecía y a partir de ahí, concentró todas las fuerzas en el ser que se estaba formando.

Se prometió a si misma que se sacaría de adentro a InuYasha, aunque tuviera que arrancarse el corazón con las manos. Muy de culebrón, pero fue algo como eso con otras palabras. No llegó tan lejos, menos mal, pero al menos podía vivir medianamente tranquila. No habían pasado quince años en balde, y aunque le costara reconocerlo era una herida sangrante.

Negó molesta consigo misma. Apretó los puños con fuerza ante su tozudo inconsciente que la volvía atrás, una y otra vez. Tan ensimismada estaba que el golpe desconsiderado de la puerta de entrada la hizo saltar. Revisó su reloj de pulsera, y frunció el ceño. Se suponía que debía volver hace una hora.

Apurada salió de su pequeño estudio y fue hasta el pasillo del apartamento. Vio claramente las converts descuidadamente ubicadas junto a sus cuadradamente ubicados tacones. Los ruidos venían de la cocina, así que caminó apurada hasta allá cada vez más molesta.

Ajena al estado de ánimo de su madre, Akari, tenía la cabeza metida en el congelador buscando una de sus tarrinas de helado. Vaya que le sentarían bien en ese momento, aún le ardía un poco la garganta luego de haber bebido ese vodka. Torció el gesto, ese idiota de Irasawa, ya se enteraría que no debía pisarle los cojones.

Tenía muy buena tolerancia al alcohol, y como ese licor no tenía olor. Daba igual, su madre no podría cogerla. Aunque si le caería una buena por llegar tarde, bufó. Para lo que le importaba. Sacó una cucharilla de un cajón y la enterró directamente en el helado sacando una enorme porción.

Escuchó la respiración pausada y un carraspeó fuerte. Tuvo que suprimir el suspiró exasperado, ahí le caía el regaño. Se armó de paciencia, con su mejor cara de póker mientras su madre le soltaba el sermón del siglo por llegar tarde. No eran ni las nueve, pero seguro se encargaría de armar un lió de la nada. — Una hora tarde, Akari. — empezó con voz tensa.

Se volteó sin soltar el helado, con la cuchara colgando de sus labios. — Lo siento. Perdí la noción del tiempo. — alzó los hombros sacando otra cucharada.

—Esa es tú excusa. — rebatió, incrédula de la falta de reacción. — Perdí la noción del tiempo. — movió la cabeza realmente sin terminar de creerlo. — Solo me dices eso, y esperas que me quede tranquila.

Akari alzó las cejas. — Bueno, asumo que esperas que te diga la verdad. Por lo que lo te he dicho debería funcionar, porque eso fue lo que paso. — le soltó, tragando otra cantidad de helado.

Kagome, la observó sintiendo que el enojo empezaba a bullir. Parada enfrente más alta con su largo pelo plateado, a medio teñir con negro que se hacía solo para enfadarla; se unía al conjunto de múltiples piercing y argollas que tenía por el borde de la oreja y para terminar de rematar esos ojos dorados tan indiferentes y fuertes como los de su padre. Su postura era relajada, pero tenían algo arrogante en la forma de moverse. Se le parecía tanto en maneras, reacciones y respuestas que a veces quería gritar lo injusto que era que su bebé fuera un reflejo de él. Y lo peor era esa irreverencia, que decía jodete que no había podido corregir y que la desesperaba.

—No es la respuesta que buscó. Si te doy una hora de llegada, respetas esa hora. Así funcionan las cosas. — su tono era duro.

—Mamá, ni siquiera ha anochecido. — alzó el rostro y rodó los ojos. — Y aunque hubiera anochecido, no me pasaría nada. — torció una sonrisa petulante.

— ¡Las reglas que te doy son para seguirlas! Me vale que sea de día, si te digo que vuelvas a una hora a esa hora te regresas.

—Joder, madre. ¡Lo siento, vale! — dejó la cuchara con brusquedad dentro de la tarrina, pero su aire relajado se diluía. — Perdóname la vida por llegar tarde. — se pasó una mano por el pelo.

— ¿Por qué actúas así?

— ¿De qué rayos hablas?

—De esa nefasta actitud tuya. ¡No me escuchas! ¡Haces lo que se te antoja! ¡Esas horribles amistades nuevas! ¡Y esas terribles costumbres!

—Así que salió el gato de la bolsa. — torció la boca.

—Deja de doblar las cosas, Akari. Solo dime porque estás haciendo esto.

—No estoy haciendo nada. Pero ya que quieres empezar a hablar, entonces podemos hacerlo. — dejó con violencia el helado sobre el mostrador. — Estoy hasta las cejas de tus explicaciones a medias sobre cualquier cosa que te pregunte. Estoy harta de que me obligues a encajar donde no me interesa hacerlo y claramente me tiene jodida que decidas todo sin siquiera preguntarme que es lo que quiero. — hizo un gesto violento con la mano. — ¿Tú dices que no te escuchó? Es gracioso, porque resulta que tú no me has escuchado jamás. Y me sigues dando esas miradas, como si no soportaras verme… — hizo una mueca desagradable. Frunció el ceño, y empezó la retirada para salir de la cocina y encerrarse en su habitación. Kagome extendió la mano y la agarró de un borde de su sudadera.

No la miró. — ¿Cómo puedes pensar que no soporto verte? — le dijo con voz entrecortada.

—Es lo que tú expresión demuestra. Lamento no ser lo que querías madre. Pero esto es lo que tocó. — hizo un movimiento y se soltó del agarre antes de apresurarse a entrar a su habitación dando un portazo.

Kagome se quedó quieta, mirando hacía la vacía cocina preguntándose cómo sus discusiones estaban terminando tan irremediablemente mal. Sintió un sollozo en su pecho que reprimió apretando los labios resistiendo las ganas de ir hasta Akari y abrazarla. ¿Podría ser cierto que él parecido con su padre pudiera empezar afectar en la forma que la trataba? No. Kami. No podía dejar que eso pasará. Akari era su bebé, no InuYasha. No podía dejar que su dolor la cegara.

Dio unos cuantos pasos hasta casi tomar el pomo de la puerta, apretó los labios pero no fue capaz de entrar. No era capaz de enfrentarla. Así que silenciosamente caminó por el pasillo y se encerró en su propio cuarto.

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Eran casi las cuatro y estaba hasta las narices.

Pateó una lata de soda y la estrelló con violencia en una canaleta. No la podían culpar, estaba cabreada. Y lo peor era su cuarta detención de esa semana, cuatro en siete días era bastante malo hasta para ella. Su vida estudiantil era un maldito desastre, necesitaría mantenerse limpia de aquí hasta graduarse si no quería seguir ampliando su expediente estudiantil, con un poco de suerte y podía eximirse de las clases de verano. Fuera de eso el resto podía irse al infierno, porque no le importaba.

Aunque tampoco le importó darle una tunda al manilarga de Yuzo, frunció el ceño, realmente no la podían culpar por reaccionar violentamente si un sujeto intenta meterle mano a sus amigas así como así. Solo recordar la mirada asustada de Sara y Mami, la hacían querer volver a machacar a ese cabrón. No ayudaba en nada que la hubiera cogido el pesado del sensei Korion, que ya le traía una ojeriza desde que entró a la preparatoria por su repertorio de secundaria (que no era nada comparado con el actual y solo llevaba un semestre en preparatoria).

Pese que no hacía tanto calor como ayer no podía ver lo agradable a esa tarde con toda la mierda que estaba pasando. Apretó su mochila en su hombro, a lo menos la idea de estar en el templo la consolaba. No se molestó en revisar la hora, no tenía ningún interés de llegar temprano para trata con el pesado de Mamoru. Y si se enojaba, pues que hiciera la cola para irse al infierno como todo el resto del maldito mundo.

Un suave viento, la hizo sujetar su falda con fuerza. No era del tipo de usar vestidos y esas cosas de niñas por lo que su modestia femenina no estaba del todo desarrollada, así que para evitarse problemas usaba un par de calzas debajo que no se molestaba en ocultar y se podía ir olvidando de algún chasco con su ropa interior. Aunque dudaba que alguno de esos idiotas fuera lo suficientemente osado – salvó quizás el mismo Irasawa – para tocarle las narices.

Se encontró frente a la escalera del templo, y se detuvo pensativa. Estaba casi un cien por ciento segura que su vida iría mucho mejor si viviera aquí, donde se había criado junto con su abuela y tío. Las cosas no se habían destensado desde que prácticamente su madre la obligó a mudarse a ese apartamento que ni siquiera le gustaba. Suspiró, era agotador no sentirte cómoda en ninguna parte, y a veces hasta su propia piel le cansaba. Las cosas con su madre no mejoraban en lo absoluto, y las discusiones cada ver era más fuertes. Ambas estaban agotadas de no ponerse de acuerdo, pero ya no quería fingir que no pasaba nada. Más cuando le daba esas miradas cargada de amargura.

No mentía cuando decía que a veces la miraba como si no quisiera verla. No entendía muy bien de que iba eso. Pero asumía que tenía que ver con su desaparecido padre. No era ninguna tonta sabía que no tenía ningún rasgo de su familia materna, y que probablemente eso debía volver loca a su mamá. Ser igual a un tipo que no conociste, no era algo de lo que quisiera presumir. No quería sentirse culpable por eso, ella no escogió su cara o algo así. Pero se sentía de esa forma, y lo odiaba.

Odiaba sentirse culpable. Frunció el ceño molesta y reviso su reloj de mala gana antes de jurar por lo bajo.

Estaba retrasada.

Volvió un poco la cabeza, y dio una revisada a la calle para evitar cotillas, antes de flexionar un poco las rodillas y dar un salto totalmente poco común. Sabía que eso no era algo que los humanos harían. No conocía ninguno que pudiera hacerlo, por lo que sus opciones respecto al tema eran limitadas y confusas. Realmente se preguntaba si era una especie de fenómeno o un experimento, era estúpido, pero sino, que alguien se molestara en darle algunas malditas respuestas de porque podía saltar más alto que el canguro Jack. Era capaz de tumbar a un chico de un golpe de mediana intensidad, ninguna chica podía hacer eso, o correr tan rápido o sentir tantos olores o escuchar tantas cosas. Era como el set completo de un juego de espías, ¡y ni siquiera le gustaba espiar!

Por lo que concernía a su madre no poseía nada de esos aditivos. Y si se volvía aún más crítica ningún ser humano normal que conociese tenía capacidades iguales. Lo más similar que había encontrado era Mamoru o Irasawa, pero no era igual. Nadie era igual. Todas estas contradicciones la llevaban a pensar en que rayos era. De pronto la idea de ser una especie de alienígena o un experimento científico fallido, no le parecían tan descabelladas.

Rodó los ojos fastidiada nuevamente, detestaba pensar en el asunto. Cayó silenciosamente de pie con plop seco en las baldosas. Se enderezó y hecho su cabello hacía atrás. Se encontraba a unos metros de la puerta de entrada, cuando su vista se desvió hacia el Goshinboku. Un extraño sentimiento la embargó, era algo que no sabía cómo describir, pero sabía a nostalgia.

Algo que no había sentido nunca.

Sin pensarlo dos veces se acercó al tronco. Lo observó hipnotizada hasta que inconscientemente posó su mano en el. En ese instante, una voz se hizo presente aturdiéndola.

"¿Dónde estás? Vuelve por favor..." — Era masculina, aterciopelada, y que además tenía un tinte melancólico, de quien ya no tiene esperanzas. Realmente sintió tristeza, y algo sobrecogedor dentro. Abrió los ojos asombrada, y cortó el contacto con el árbol de forma tan brusca, que quien la hubiese visto habría pensado que le había dado una descarga eléctrica.

Se alejó de un salto, asustada.

—Eso ha sido aterrador… — se dijo con incredulidad, mirando con aprensión el árbol. — Un árbol parlante y depresivo en mi patio. Era lo que me estaba faltando, para volverme oficialmente la reina de los chiflados. — lo soltó rápidamente, buscando sacudirse de esa sensación incomoda.

Caminó sin darle la espalda, estudiándolo con precaución, no fuera a ser que le diera por jugar a la piñata con ella. A lo mejor, era como el sauce boxeador, no se arriesgaría a que se la jugara. Retrocedió algunos pasos hacia atrás, hasta que chocó con algo duro. Se volteó sobresaltada, y algo molesta consigo mismo por actuar como una lunática.

—Joder, es un maldito cuartucho. — se reprendió. — Akari, das vergüenza, maldición.

Y así era, tal cual lo decía. Se encontró con un cuartucho bastante feo, que jamás había visto, donde se notaba que nadie había entrado en años. Y que de seguro actualmente servía como hogar a las ratas. Enormes ratas grises y feas.

—Ewww... — una mueca de asco apareció en sus facciones, mientras un escalofrío la recorría ante lo evidente. Vale, le daba grima esos bichos, algo de niña debía cargarse a parte de que le llegara la regla. Aún con el corazón saltándole, la obvia y lógica pregunta apareció. — Pero… ¿desde cuándo esta esto acá?

Tenía la curiosidad a flor de piel, pero de pronto recordó que no tenía tiempo para eso ahora, y aún no se había cambiado de ropa. Esa vocecita malévola que últimamente la dominaba le susurró que saciara su curiosidad, daba igual lo otro. Si ni siquiera le gustaban esas clases, y Mamoru era un fastidio que ni siquiera le caí bien.

Escuchó las risas suaves y entrecortadas femeninas. Debían ser esas pesadas que se pasaban seguido a molestar, gruñó de mal humor. Escuchó los pasos de su abuela y su suave bienvenida, desde que el bisabuelo había muerto un año atrás se estaba haciendo cargo del templo. Seguro las dejaba pasar a rezar. Montón de mentirosas, solo iban a echarle un ojo a Mamoru. El mal humor burbujeó, ya de pronto se le habían acabado las ganas de husmear, mejor sería irse a preparar y correr a esas asediadoras.

Se apresuró y cruzó el patio a grandes zancadas, dándole una mirada demoledora que las hizo callar hasta que entró a la casa. Olfateó el olor a la cena, y sintió su estómago rugir. Rayos, tendría que esperar hasta terminar de entrenar para poder llenar su vacío estómago.

— ¡Tadaima! — se anunció, mientras se cambiaba los zapatos. Las pisadas calmadas y pausadas de su abuela resonaron apagadas contra la madera del corredor. La vio asomar la cabeza de la cocina, mientras se dirigía a las escaleras.

—Akari, vas tarde querida. Ve cámbiate rápido y baja a comer antes de que llegue Mamoru-kun.

—Oba-san, no me lo recuerdes. — fingió un escalofrió. — Prefiero fingir que no tengo que tratar con ese psicópata.

—Querido cielo, siempre tienes una respuesta para todo. — negó divertida, para luego apresurarla. — Ya, ve a prepararte.

—No te apures por mí, cenare después de entrenar junto con todos. — aseguró, mientras subía la escalera.

—Pero no es saludable, que te esfuerces con el estómago vacío. — un pequeño fruncimiento en el ceño preocupado. Un gesto tan de su dulce abuela.

—Es peor si como y salgo corriendo. — suspiró a detenerse a explicar. No podía seguir adelante si la estaba dando la mirada. — Me vuelvo demasiado lenta, y Mamoru me pateará el trasero. — hizo un puchero, que aún con su pelo medio teñido de negro y sus múltiples piercing en sus orejas la hacían ver como una niña. — No quieres que ese mezquino le pegue a tú nieta, ¿cierto?

—Si me miras así no te puedo decir que no. Tramposa. — hizo un mohín, antes de entrar a la cocina de nuevo.

Akari sonrió torcidamente, y uno de sus pequeños colmillos sobresalió en un mueca traviesa. Se veía como un cachorro, que de haber sido vista por su abuela hubiera lanzado un ¡kya! Antes de saltarle al cuello. Quien diría que bajo su usual calmada sonrisa había un moe total que de poder disfrazar a su nieta lo hacía sin remordimiento. La gran cantidad de álbumes de fotos de Akari disfrazada, que había en una de las repisas de su habitación daba fe de ello. Y le había creado un trauma con las orejas, muy malos recuerdos.

Terminó de subir las escaleras lentamente, por ningún motivo le haría la vida fácil a ese sujeto. Se demoró algo de un cuarto de hora en ponerse su ropa deportiva. Por lo que los minutos que tenía libre, se lanzó a la cama, y cerró los ojos buscando disipar el cansancio. Estaban por llegar a esa fecha del mes, que no era la regla, sino la otra fecha en que se volvía débil, cambiaba de apariencia y le salían orejas. Quedaban dos semanas, no entendía porque estaba agotada, podría ser SPM.

Oh, sí se cargaba SPM desde que nació.

Se dio una vuelta en la cama, y estuvo a punto de pasar de largo cuando el grito de su abuela casi la tira de la cama por la impresión.

— ¡Akari, ya llegó Mamoru-kun!

—Que alguien me mate, y termine mi sufrimiento ahora. — gimió medio apoyada con un pie en el suelo y la cara aplastada contra la almohada, al escuchar un ¡kyaa!, las descerebradas se habían enloquecido también. Para alguien con sus reflejos a veces se pasaba de torpe.

— ¡Akari, apresúrate!

— ¡Ya voy!

Se levantó de su extraña posición con flojera y se estiró como un gato. Se fue hasta la ventana y la abrió antes de subir de un movimiento fluido al alfeizar y saltar hasta el patio. Apenas se encorvó, y caminó sin apuró hasta la parte posterior del templo donde su sensei la esperaba.

Mamoru, resultó ser un hombre joven de veintiséis años. Alto, y con un poco común cabello cobrizo, junto con un par de llamativos ojos verdes que hacían el juego completo. A opinión de toda mujer sin miopía severa se daría cuenta de que era un apuesto ejemplar masculino. Así opinaban todas las jovencitas que pululaban por el templo durante algunas veces a las semanas con la esperanza de solo darle un vistazo a ese pedazo de hombre con esa actitud tan severa y cool. Claro, que para todas, menos para a Akari Higurashi. Para ella, no era más que el idiota con instintos psicópata que la hacía sudar como un cerdo en el horno.

Su entrenamiento era exhaustivo y fuerte, luego de haberse encontrado por primera vez con esa muchachita con solo trece años que tenía una fuerza descomunal para su edad y esos reflejos, se dijo que el entrenamiento debía ser como para un profesional. No obtendría resultados si trabaja con ella como para una chica común. Y así lo estaba haciendo, era rápida, ágil y fuerte. Tenía un dominio decente de la espada, pero si le pusiera ganas sabía que sería mejor. Mucho mejor.

Ignoró las miradas curiosas y algo acechantes de las chicas escondidas en el templo, no era tan difícil lidiar con las miradas como con esas desagradables risitas. En serio, algo traía la pubertad algunas niñas que las volvía unas acosadoras de lo más aterradoras. Para su alivio, vio a aparecer a Akari que caminaba sin apuro hasta él. Mocosa pesada, lo estaba haciendo apropósito.

— ¡Higurashi, no tenemos todo el día! — gritó cruzado de brazos.

La aludida no respondió nada, pero le dirigió una mirada de desdén que no se molestó en disimular. Mamoru enarcó una ceja indiferencia, era un reto interesante lidiar con ella. A pesar del mal genio crónico, lo divertía chincharla. Lo sabía era un bastardo retorcido, pero en serio era cómico ver sus caras.

—Hasta que la dama se digna a aparecer. — soltó desenvainando su katana, y afirmarla a su lado. —Me alegra saber que tengo su atención.

— No armes un alboroto. Además es para que te enteres lo buena samaritana que soy.

Su expresión se torció. — ¿Así? ¿En que se demostraría eso…? — solo incredulidad.

—Para que el montón de acosadoras que te sigue tenga tiempo de tomar más fotos para sus encantamientos y las cosas raras que hacen esas idiotas. Es mi buena acción del día. — sonrió con sarcasmo. — Ten cuidado Mamoru, no vaya a ser que te aparezcan media docena de novias.

Primero frunció el ceño, para luego sonreír afectado. — Si no te conociera Higurashi, casi pensaría que estás celosa. — vio la tensión inmediata en sus hombros, y como sus dorados ojos relampaguearon. Se acercó un poco hasta quedar a su altura y tomó un puñado de cabello oscuro en su mano en un gesto que hizo agrandar los ojos de Akari. — Deja de arruinar tu cabello con esos inútiles tintes. Estos no te hacen parecer una delincuente aunque te sigas forzando a ello. — los murmullos se volvieron más altos, y las miradas variaban desde reproche a la envidia.

Akari tuvo que hacer un esfuerzo, para hacerse hacia atrás. Su corazón latía fuerte, eso no se lo esperaba. Este idiota se estaba burlando de ella. — ¿Ahora eres estilista? Y créeme, no es por mi cabello que soy una macarra. — el gesto petulante, fue seguido con atención por el hombre. — Además, si ya piensan que es teñido un poco de negro solo lo hace más interesante. El punto de esto es que no es tú asunto instructor.

Sonrió con desinterés. — Sí. En realidad, solo era para desanimar a las chicas. — alzó los hombros. — Volviendo a lo que me interesa. — algo en la forma que lo dijo, hizo que la chica apretará los le interesaba, solo se burlaba para sacarse de encima a esas tontas. Se sintió enojada, e incómoda. Él siguió hablando. — Primero vamos hacer una prueba con la espada. Haz mejorado mucho este último tiempo… — Akari apenas lo escuchaba, sus palabras resonaban en su mente, y no podía evitarlo. Al notar su falta de atención, Mamoru, decidió que lo mejor sería que empezaran. — Claro, para ser una novata descuidada como tú. – completó, cruzándose de brazos.

Solo oyó la parte de novata y descuidad, y supo que nuevamente estaba criticándola. Sabía que era una tontería, pero este idiota vivía haciéndole la vida difícil con su presencia y esas maneras de jugar con ella. Solo la criticaba, solo se burlaba.

Lo detestaba.

Se limitaría a no decir nada, pero su mirada se encendió en cólera.

Ya vería, lo que podía hacer.

—Agarra, tú espada. — se la lanzó sin ninguna sutileza, y ella la tomó por los pelos sin cortarse.

— Mierda. — masculló. — ¡Joder, casi me cortas! — replicó, sujetando el arma con dificultad.

—Que son esas palabras. — se burló, torciendo un poco la cabeza.

—Tengo un montón y mucho más coloridas. ¿Quieres oírlas? — se puso en guardia. Él no se dio ni por aludido, y aún sin poseer el don de leer las mentes, se dio cuenta de le estaba dando una sarta de feos calificativos.

Sonrió más visiblemente. — No niña, pasó. Mejor enséñame que tanto has mejorado con la espada. — hizo un floritura, molestándola. Akari le entraron ganas de borrarle la expresión a golpes. — Ahora ponte en guardia, recuerda que tienes que centrar toda tu atención en tu enemigo. Nunca lo pierdas de vista, mantente alerta y jamás subestimes a un rival. — hizo una pausa. — Vamos a pelear con todo. Utiliza todo lo que te he enseñado. A la cuenta de tres partimos uno…dos…¡TRES!

Fijo sus ojos dorados irascibles en Mamoru, antes de dar el primer golpe con mucha fuerza. Lo detuvo con dificultad, no se esperaba un ataque frontal. Esto se pondría bueno, un gesto taimado se cargó de anticipación, antes de devolver aplicando fuerza volvió a poner distancia entre ellos.

Mamoru se puso en posición defensiva. Estaba teniendo que aumentar su velocidad para frenar los golpes. La mocosa había mejorado notoriamente. No podía no sentirse orgulloso de los progresos. Alzó las cejas con satisfacción. Pero ahora le tocaba atacar y sin más el empezó aumentar la ofensiva poniendo más fuerza en los mandoble, y presionándola. En un momento ambos quedaron sosteniéndose con fuerza los filos en el aire, hasta que Mamoru hizo un rápida maniobra que la hizo tener que dar un apresurado salto hacia atrás cayendo unos metros más lejos antes de apretar el mango y empezar por si misma el ataque. Ambos estaban muy parejos, pero en un giro, Akari quedó observando el cuarto y su atención se perdió, casi como si ese viejo edificio medio derruido la estuviese llamando. Perdió la concentración, y un par de ataques más quedó sentada, totalmente fuera de combate.

Mamoru se quedó de piedra, no se terminaba de creer que se hubiese dejado vencer de forma tan abrupta. Después de unos cortos segundos vio rojo. ¿Está chiquilla se creía que estaba jugando? ¿Qué tenía tiempo demás para perderlo con sus niñerías irresponsables?

— Me haces el favor de explicarme que cojones ha sido eso. — empezó con una impaciencia muy mal disimulada.

No respondió de inmediato, y se veía distraída. Era como que en un segundo se hubiera olvidado de lo que estaba haciendo perdida con algo de su mente. Parpadeó retornando. — Yo… me despisté.

— ¿Te despistaste? — enarcó ambas cejas. — ¿Solo te olvidaste que estábamos en medio de un entrenamiento? — se le estaba empezando a notar el cabreo, al temblarle una ceja.

—Eh, no sé. — soltó a boca jarro. No entendía que le había pasado, solo que de pronto ese pequeño cuartucho estaba casi brillando con luces y un enorme dialogo imaginario que leía "ven a verme". Pero como le explicaba eso a Mamoru. — Yo solo, me perdí.

—Esto te parece una especie de juego. — su tono cortante y duró, la hizo mirarlo. — Te crees que esto es para que te lo tomes como una puñetera broma. ¡Tiempo, Higurashi! No se juego con el tiempo de las personas, maldita sea. — gruñó acercándose de mal humor. — Tú madre se está deslomando para que tomes las jodidas clases, solo por gratitud ¡deberías tomarte las en serio de una puta vez!

Akari tensó los labios, y se irguió con una expresión furibunda. La chispa se habían encendido y la hoguera los empezaba a quemar a los dos. — Lo que haga o deje de hacer no es tú problema.

Sonrió cáusticamente, mientras daba unos pasos largos hasta quedar a su altura con sus narices rozando. — Realmente era una cría mezquina, ¿no Higurashi? — su tono era lento, lo que hizo sonar su declaración aún más ofensiva. La chica apretó los labios. — Deberías madurar un poquito, nos harías un favor a todos.

Eso que le dijo la caló a fondo, tuvo que esforzarse para mantener su expresión. Por un momento solo sentía un peso en el estómago y un dejo amargo subirle por la garganta. La despreciaba. No quería sentir ese picor ante ese pensamiento incómodo. No quería sentir nada, solo ordenar el lío que era su mente lleno de pensamientos y emociones contradictorias.

Mamoru se enderezó impertérrito, y guardó su katana en la funda. — Continuamos el lunes y espero tomes en serio lo que tienes que hacer. — le dio la espalda, y fue por sus cosas, no se molestó en darle una última mirada solo hecho a andar por el patio hasta la salida del templo.

Apretó los puño doblemente furiosa, y humillada. — ¡Realmente no te soporto! — le chilló, con la quijada tensa volteándose a verle.

Se detuvo un momento, y volteó solo la cabeza. — Créeme, puedo vivir con eso. — su sonrisa fría, la hizo inspirar antes de voltearse alterada y dar grandes zancadas hasta la casa. Abrió la puerta con brusquedad y dio un portazo que hizo temblar los vidrios de las ventanas.

La sonrisa suficiente de Mamoru perdió intensidad, antes de soltar un suspiro. Quizás, solo quizás se le había pasado la mano. La inquietud de ese pensamiento ante el destello de dolor que captó en esos ojos dorados solo terminó de devolverle el cabreo y salir rápidamente.

Otra vez tendría que machacarse en el gimnasio, o se pasaría otra noche en vela.

.

Iban a ser casi las seis de la tarde cuando Kagome llegó al templo. Como todos los fines de semana, se fue a pasarlo con su madre. No lo diría en voz alta pero era su forma de compensarla por haber decidido vivir lejos, era su forma desesperada de arreglar algo el lío en que estaba convirtiendo su hija. Porque gran parte de los problemas que tenía con Akari actualmente era precisamente por haber salido de la casa donde se crió.

Suspiró exhausta, hoy había sido un día especialmente agotador. Tres audiencias y dos escritos, habían sido lo suficientemente terribles como para dormir el resto de la tarde y la noche. Pasó una mano por el pelo, y necesitaba una ducha urgente, todo eso y cuarenta grados de calor la tenían hecha polvo.

—Necesito un café. — masculló a medias, subiendo el último escalón. — Hoy no fue mi día. — se detuvo, en realidad si era honesta últimamente ninguno había sido su día. Dio una mirada hasta el inicio de la escalera, y se preguntó cómo era que lo hacía antes para salir corriendo cuando iba tarde. Se tomó unos segundos para descansar afirmada en sus rodillas. Unas hebras negras se le fueron al rostro, y las metió arregló tras su oído.

Cuando su respiración se calmó, pudo escuchar a lo lejos el chocar del acero. Provenía del patio posterior del templo. Todavía no terminaban de entrenar. Curiosa, se dirigió a hurtadillas para espiar el entrenamiento. Se escondió detrás de un árbol y observó la práctica a hurtadillas. Akari esquivaba y mandaba golpes de mandoble con ferocidad, los ojos ambarinos resplandecían con peligrosidad, mientras su cabello plateado danzaba detrás por el impuso de los movimientos.

Por unos momentos se sintió asombrada, y solo se dedicó a observar casi con un dejo de incredulidad. Sabía que era fuerte. Lo supo desde que la vio levantar un enorme jarrón a los cinco años. Pero en ese momento era impresionante.

Era buena. Muy buena.

Tan impresionante como él.

No. No se iría por ese lado. Ni hablar, si seguía comparándolos entonces terminaría alejando a su única hija. Sacó esos pensamientos rápidamente de su mente y se alejó del lugar lo más discretamente posible.

Apretó su cartera y se apuró en entrar a la casa.

— ¡Tadaima! — se quitó los tacones y los dejó junto a los zapatas de Akari.

— ¡Estoy en la cocina! – se dirigió hacia allí. Abrió la puerta y dejo su cartera en la encimera, y frente al horno estaba Aiko secándose las manos con un mantel. —Kagome, hija. — se acercó y la abrazó. — ¿Cómo estás? – le insistió mientras le indicaba una de las sillas de la mesa.

—Bien madre, solo un poco cansada. — se sentó. — ¿Dime como le haces para subir esas escaleras todos los días?

—Creo que lo mismo que hacías tú, cuando vivías aquí. — sonrió con nostalgia. — Querida, ¿quieres un café?

Kagome se removió incomoda, era difícil tocar ese tema. Mejor era hacer como si nada. — Sí, por favor. Mi cuerpo pide cafeína a gritos. – pidió con ansias, haciendo un además exagerado. Intentando obviar el último comentario hecho.

Un fuerte portazo remeció la casa.

Iba a dar el primer sorbo a su tazón, cuando sobresaltada estuvo a punto de resbalarse de sus manos, quemándose un poco en el proceso. —Maldición. — masculló, dejándolo sobre la mesa bruscamente.

Ambas se miraron sorprendidas y algo sobresaltadas. Su madre, apretaba el mantel con una mano en el pecho. Ninguna se esperaba semejante golpe. Luego de eso vieron pasar a Akari furiosa, echando humo por las orejas y murmurando dios sabe qué. Para después escuchar otro gran portazo y silencio.

A Kagome le tomó un minuto completo saltar de su lugar enojada. — ¡¿Pero que se cree esta niña?! — por unos momentos solo abrió y cerró la boca buscando las palabras adecuadas que decir. — ¿La haz visto? No, está vez me va a oír. — soltó rápidamente volteándose para ir a encararla.

Aiko, se apuró a cogerla del brazo impidiéndole la salida. Su hija la miró casi con incomprensión. — Será mejor que le des su espacio, y se calme.

— ¿Espacio? — repitió incrédula. — Debería darle una azotaina.

Negó con compresión. — No. Sabes que no daría resultado. Y no es la solución. — le dio una elocuente mirada. — Déjala que se calme.

—Pero… — replicó, desesperada antes de dejar caer los hombros agotada y sentarse en la silla. Suspiró. – ¿Por qué será tan rebelde? — soltó exhausta, sujetándose la cabeza con las manos.

—Es joven y está en la difícil etapa adolescente. Además, tiene ese fuerte temperamento, lo que solo hace todo más difícil. Y si a eso, le sumamos todo lo demás… — no tuvo que terminar la frase para que su hija entendiera a que se refería, y se tensara al instante.

—A que te refieres a todo lo demás. — empezó, sintiendo la tensión acumularse en sus hombros. De pronto las palabras de la última discusión que tuvieron volvieron a su mente, "es como si no soportarás verme".

—Ya sabes a lo que me refiero, su padre por supuesto.

Oh, demonios. Cuando no se trataba de InuYasha. Como era posible que después de todos esos años de distancia, aún le causara tantos problemas. Algún día podría ser capaz de vivir una vida que no girara alrededor de él. Debía ser una maldición.

Sabía a donde se dirigiría la conversación, pero no lo hacía más fácil.

—Akari ya sabe la historia.

Aiko negó.

—Conoce tú parte de la historia.

— ¿Y qué otra parte podía tener este asunto? — no pudo evitar el tono mal humorado.

Y por primera vez, la mujer mayor frunció el ceño molesta. — Estás siendo muy egoísta con tu hija. — fue la dura afirmación. — Una cosa fue la relación de ustedes como pareja, pero otra muy distinta es la que ellos pueden llegar a forjar. Estás mezclando las cosas.

—P-pero no me ha preguntado nada sobre él. — tartamudeó, buscando encontrar un argumento de peso para evitar los que se le estaba planteando. No se sentía capaz. No podía.

— ¡Como podría! — alzó la voz sin perder su aire autoritario. — Solo hay que ver como te pones cada vez que hablas del tema. —seguía seria, como si todo lo que le estaba diciendo lo hubiese tenido guardado por mucho tiempo. — Tiene derecho a saber sobre él. Sobre su historia. Sobre lo que es realmente.

—Oh, cielos. — se dejó caer sobre la mesa aplastada por el peso de su decisión. — No tengo idea como hacer nada de esto.

—Nadie tiene idea de cómo ser un buen padre, querida.

—Sí. Pero yo he cometido error tras error y ahora estoy en un punto en que no sé cómo lidiar con todo. — masculló.

—Kagome…

—Ella me dijo que la miraba como si no soportara verla. — se desordenó el pelo mortificada. — ¿Me puedes creer eso? La he mirado de esa forma. No puedo creer que le haya dado alguna mirada como esa. Es mi bebé. Es mía. La amó, por todos los demonios.

Se acercó y cogió una de sus manos. — Solo tienes que resolver esto. Habla con ella, y podrás dejar atrás esa pesada carga del pasado. Podrás dejar de ver a InuYasha en todos lados, y mi nieta podrá decidir qué hacer.

—Yo tengo que meditar en esto. Necesito pensar una forma de hacer esto sin despedazarme en el proceso. — farfulló a media voz. — Creo que será mejor que me vaya a dormir.

Asintió conforme. — Ve tranquila, querida.

—Buenas noches, mamá. — se levantó con los hombros caídos y casi arrastrando los pies salió de cocina.

—Buenas noches tesoro. — susurró quitando la taza de café a esas alturas frías. Esperaba que todo saliera bien, y finalmente pudieran resolver esos problemas de convivencias.

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Akari había subido como un bólido las escaleras, pisando fuerte y con los hombros crispados. Lo odiaba. No podía creer todo este maldito asunto. No podía creer que le dijera eso ese jodido cretino. Y lo peor, no podía creer sentirse así de herida por sus frías palabras de desprecio.

De un portazo brusco abrió la puerta de su cuarto, importándole un maldito cuerno que la escucharan. Realmente todo el maldito mundo podía irse al mismísimo infierno. No podía importarle menos. Respiró apresuradamente, parada en medio de la habitación aún con los hombros tensos dando miradas fastidiada. Corrió hasta la ventana sintiéndose desquiciada y la abrió dejándose caer su peso contra el alfeizar.

Inspiró hondo, pero el enojo bullía mezclado con desesperanza.

Se odió aún más por eso.

Solo por unos momentos solo se quedó quieta buscando aferrarse a su poca cabeza fría que le gritaba que no se lanzara por la ventana y correr hasta el maldito tugurio de Irasawa para beber y meterse en alguna pelea. Sus puños ardían de ganas de azotarlos contra la cara de alguien. Golpear cosas la ayudaba a botar su mierda cuando le llegaba al cuello.

Dio una mirada distraída a los póster de grupos de rock, bandas Hardcore y rapcore a la que era tan aficionada. No le iba demasiado el metal, no se entendía ni una mierda con los gritos del vocalista. Aunque debía admitir que las guitarras eran una maldita pasada. Su favorito, Limp Bizkit destacaba por sobre los demás. Esos tipos sí que tenían onda para lanzar su mierda y seguir brillando.

Bien por los cabrones.

Fue hasta la ventana buscando distraer la acuciante necesidad de volver a enredarse en esas riñas de bandas. Necesitaba tomar algo de distancia si se enredaba en algo esa noche terminaría haciendo algo que se arrepentiría. Pese a su mal temperamento, y poco tolerancia había aprendida a saber cuándo era prudente abstenerse de hacer algo. Especialmente dado que aún tenía la cabeza prendida por culpa de Mamoru.

De pronto todo vino a su cabeza, mientras la invisible atracción hacía ese cuarto distraía su mente de cualquier necesidad de apalear cosas. Esa inexplicable necesidad acuciante que la había llamado en la tarde volvía, pero esta vez no había nada que la detuviera.

—Esto tendrá que valer… — murmuró entusiasmada. Esto sería la mejor forma de bajarse el estrés. Ya encontraría la forma de cobrársela a ese patán. Fue hasta su espada que descansaba afirmada en su mesita de noche, y se la metió en la funda que colgaba cruzando su espalda. La ventana estaba destraba, por lo que solo la abrió un poco antes de saltar silenciosamente al patio.

Las luces de la cocina estaban encendidas, pero fue lo suficientemente precavida para colarse por la parte de atrás. No la verían. Ni siquiera quiso pensar en lo que discutían su madre y la abuela. Seguro tenía que ver con sus problemas de conducta. Últimamente era de lo único que se hablaba.

Cruzó el patio con éxito, y se encontró justo fuera de la puerta. Estudió la forma más fácil de entrar sin romper el sello de afuera. Si lo hacía la cogerían en el acto. Las puertas y ventanas estaban clausuradas, por lo que estaban descartadas desde ya. Mala cosa.

Unos pequeños pasos apresurados la hicieron alzar la cabeza para encontrarse con una GRAN rata pasar cerca de ella. Se puso tiesa. No eras sus animales preferidos, pero no era algo que compartiera a menudo. Sería una pesadilla si los cabrones de la banda se enteraban.

Una mueca de desagrado le torció el rostro. —Pero que repugnante… — El pobre y asqueroso animalito siguió avanzando en dirección al cuartucho, sin saber que era discriminado por feo. Escaló por algunos escombros hasta el techo y ahí se perdió de vista.

Si la pequeña ratita había entrado. También podría hacerlo.

El ligero peso de la katana en su espalda, la hace sonreír con petulancia. No eran un grupo de matones con ganas de camorra, pero no podía decir que no la calmaba llevarla, al saber que si había un nido de ratas de tamaños cercanos a un perro ahí dentro tendría con que defenderse.

Separó un poco las piernas y flexionó las rodillas antes de dar un ágil salto. Para caer justo sobre el techo de dos aguas del cuarto. Piso cuidadosa, ya parte del techo había cedido por lo que tenía que estar atenta. Se acercó al borde y escrutó la oscuridad. Esta demás decir que no vio nada, pero le dio igual. Porque saltó dentro de todas formas. En el interior de este, había suficiente luz que se colaba por el techo.

Dentro fue cuando sintió la fuerte concentración de energía espiritual. El aire estaba cargado por los sellos. Esto había cerrado muy calculadamente, con una gran cantidad de energía espiritual.

Su madre se había tomado muchas molestias con este cuarto.

Ansiosa buscó el origen. Lo que fuera que estaba siendo custodiado debía ser importante. Tan importante para haber creado este campo de fuerza. Ahora, no le sorprendía que no lo hubiese visto antes. Seguro había un selló de invisibilidad y otro de distracción. Debían de haberse debilitados. Era la única explicación que había para que de pronto lo hubiese visto.

Su mirada se clavó en un artesanal y viejo pozo. ¿Por qué había sellos mágicos en un intento de pozo? No podía refrenar su curiosidad. Ni siquiera la alerta de que podría ser peligroso la detendría.

—A la mierda. — farfulló antes de acercarse.

Cuando llegó cerca, cerró los ojos y espero el impacto. Era cosa de tiempo para salir suspendida en el aire…y espero…espero, pero… no pasó nada. Así que siguió avanzando hasta llegar al borde. Ahí se afirmó en la barandilla para poder ver hacia abajo.

Se inclinó un poco.

Si estaba custodiado por tantos conjuros era porque debía guardar algo importante, ¿no? Siguió observando el fondo con atención, pero entre más buscaba menos veía.

Volvió a bufar decepcionada. Tanto resguardo para nada. Se iba a enderezar cuando sintió que algo la tiraba con fuerza hacia abajo. Un jalón repentino, que no alcanzó a reaccionar a tiempo. Siendo absorbida por la oscuridad…

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Continuara...