Hola! Yo soy LiaOsaka92 autora de "Sentimientos, recuerdos y el campeonato mundial (Beyblade) y "Érase una vez en Egipto" (Yugioh) (OK lo admito los títulos están del asco) este es mi 3ro y es de este súper anime llamado Saint Seiya o Caballeros del Zodiaco, como prefieran. Bueno, antes de empezar haré algunas aclaraciones

Este fanfiction puede llegar a contener palabras altisonantes no se aceptan quejas (a menos de q haya cosas tipo 25 güeyes x frase)

Este fanfiction se divide en 2 partes: la primera se titula "Las Cinco Estrellas" y la segunda "Los Doce Sellos" y lo siento en el alma pero al menos esta se acaba hasta que se akba (a menos de q me pidan q d plano le corte) xq están muy interrelacionadas. Luego ya vienen otras 2 que serian como secuelas: "La saga de los Bosques" y "La saga de los Ángeles" las cuales solo se publicaran en caso de q así lo quieran los lectores

Saint Seiya y todos sus personajes son propiedad de Masami Kurumada yo solo los tomo prestados para este fanfiction

Este fanfiction inicia unos meses después de la guerra contra Hades y se basa mucho en la historia original aunque se le harán varias modificaciones: en principio las edades cambian

Hummm... puede que algunos datos de tiempo no concuerden (yo se los iré mencionando en caso de q sea necesario) lamento eso pero si lo cambiara se arruinaría la historia. Ad+ ¿Q anime no tiene disconformidades temporales? X ejemplo, Shura se veía a los 10 años q a los 23 (si no me creen chequense las 12 Casas)

Las técnicas y ataques los voy a poner en el idioma original (es q así me gustan +) y las traducciones van a estar al final de cada capitulo OK?

Saga de las Estrellas Las Cinco Estrellas

Introducción

Hola, soy Cygnus Hyoga, uno de los Santos de Bronce al servicio de Athena. Junto con mis compañeros Seiya, Shiryu, Shun e Ikki tenemos la misión de mantener la paz y proteger a la diosa Athena de las fuerzas malignas que desde tiempos mitológicos han tratado de controlar el planeta.

Pero eso ustedes ya lo saben (quiero pensar), así que no tiene caso que se los repita. Entonces, se preguntarán, ¿Qué diablos hace ese rubio oxigenado aquí? Bueno, la única razón para que mis compañeros y yo estemos aquí es para contarles una historia que antes no había sido contada. Es probable que muchos de ustedes la consideren pura patraña, eso dependerá sólo de ustedes.

Esta historia no trata sólo de mí, sino de nosotros cinco, y más adelante, de otras muchas personas que ustedes conocen bien, incluyendo a la mismísima Athena; pero también, de otras personas de las que seguramente no han oído hablar. Todos nosotros seremos los encargados de contarles esta historia, desde nuestras diferentes perspectivas y puntos de vista.

Aclarado lo anterior, es el momento de comenzar. Todo esto inició un 21 de noviembre del año 2006. La última Guerra Santa en la que combatimos con Hades había concluido en agosto de ese año.

Yo contaba apenas 21 años, estaba a punto de cumplir los 22. Comenzaremos pues, conmigo, la mañana del 21 de noviembre del 2006 en mi tierra natal; Siberia, el país del hielo eterno. Mis razones para estar ahí iban mucho más allá de visitar el lugar donde solía yacer el barco donde mi madre descansaba en las profundidades del mar, antes de que mi maestro Camus lo hundiera por completo y lo destruyera en la batalla de las Doce Casas, dos años antes. No, esta vez tenía otros motivos.

Con estos motivos fijos en la mente, y el corazón encogido por el miedo, me dirigí a mi destino; una pequeña casa de madera, antigua residencia de mi maestro el Caballero Cristal, a quien yo mismo asesiné cuando él fue controlado por Arles. Mis piernas temblaban sin que yo pudiera evitarlo mientras daba tres golpes en la puerta. Sin embargo, los minutos transcurrieron y no obtenía respuesta. Fue entonces que una voz llamó mi atención.

-Es inútil. Se fueron hace un par de días- me dijo un niño amigo mío, quien casualmente pasaba por ahí con un trineo.

Sus palabras me dejaron helado. Todo el coraje que había acumulado durante el viaje se desplomó completamente, erigiéndose dentro de mí una infinita desesperación y decepción, rabia y tristeza -¿Qué dices Jacob? ¿Se fueron? ¿Adónde?- interrogué tratando de no descargar mi rabia contra el niño.

Jacob se encogió de hombros e hizo ademán de marcharse. –Ni idea. Solo dijeron que se irían, todas ellas- respondió para después seguir su camino sobre su trineo.

Me quedé estático. Vaya suerte la mía. Después de dos años había decidido afrontar mis errores y aceptar las consecuencias de mis actos, para nada. Una rabia hacia mí mismo me invadió súbitamente, y sin poder contenerme, maldije a los cuatro vientos mientras aporreaba la puerta.

En ese mismo momento, en Japón pasaban otras cosas. Había un grupo de cinco chicas que observaban la ciudad desde la Torre de Tokio, que para ese momento estaba a solas. A continuación las describiré.

Una de ellas tenía el cabello amarrado en una coleta negro como la noche, igual que los ojos. Vestía una blusa blanca de manga larga y holgada y un pantalón rojo. A pesar de tener porte de extranjera, llevaba estas ropas características de las sacerdotisas de Japón. En su hombro había un ave, un halcón color negro con plumas blancas en el pecho y la cola.

Otra tenía el cabello rubio y suelto hasta la cintura. Su cabeza era adornada por una corona de laurel. Sus ojos eran azul cielo y su piel era tan blanca como la nieve. Vestía una blusa blanca de manga larga, con un abrigo de lana del mismo color con felpa en los puños y en el borde de la capucha. También llevaba una larga falda igualmente blanca sostenida por un cinturón del mismo color que simulaba las hojas del laurel. Sus botas eran altas y blancas con el mismo tipo de felpa en el borde.

Otra más tenía el cabello color azul cielo, únicamente controlado con una diadema azul marino. Sus ojos tenían el color de su cabello. En su frente se dibujaban dos puntos azules. Era la más alta de las cinco. Su vestimenta era como un mar; toda azul. Desde la chamarra azul marino que apenas llegaba a las costillas, la blusa color azul cielo, la falda corta del color del mar y las botas ligeras y cortas en tono azul rey con una flor de un azul más claro en los costados.

La cuarta tenía el cabello castaño y largo. Los dos mechones de enfrente estaban peinados en trencitas. Su piel era tostada y sus ojos verdes. Llevaba una blusa verde sin mangas, notablemente escotada y unos pantalones largos y marrones con un caballo negro bordad a lo largo de la pierna derecha y una enredadera en la izquierda. Llevaba zapatos deportivos cafés que lucían muy gastados.

La que parecía más bajita tenía el cabello color añil, quebrado y disperso, similar al que verían en colores verdes adornando la cabeza del caballero de Andrómeda. Sus ojos eran color índigo. En su blanca frente había un punto rojo, característico de los hindúes. Vestía una blusa azul marino muy pegada a su esbelto cuerpo, un pantalón color verde-azul y sus zapatos eran negros.

-Bueno, ya llegamos- anunció esta última con una sonrisa alegre y un tono de profunda emoción en la voz, extendiendo sus brazos hacia la ciudad como si quisiera tocarla aunque hubiera un vidrio de por medio.

-Es una linda ciudad- comentó sin mucho ánimo la chica de cabello castaño, dando la espalda a la ciudad y mirando al techo, recargándose en el barandal y cruzando los brazos.

-¿Ya vieron? ¡Se puede ver en las casas con esto!- comentó maravillada la chica más alta con los ojos pegados al mirador como si nunca en su vida hubiera tenido contacto con uno antes. Cuando el mirador se apagó, dio un grito escalofriante tratando de comprender qué diablos había pasado.

-Pobres mortales que necesitan esos aparatos para ver a su alrededor. Yo te puedo decir que la reina de Inglaterra está en este momento está pensando que los regalos que recibió por su cumpleaños son muy insignificantes y que está usando medias blancas- comentó con una sonrisa burlona la chica con el halcón en el hombro. Miraba a la ciudad con cierta satisfacción en el rostro, el rostro de alguien que lleva mucho tiempo esperando por algo y al fin lo ha conseguido. Una luz dorada brillaba desde su nuca y sus negros cabellos bailaban a pesar de la falta de viento.

La chica de cabellos rubios miraba a la ciudad con melancolía. Una lágrima delgada y casi invisible se deslizó por su pálida mejilla. Digo "casi" porque si la chica del halcón sabía qué hacía la reina de Inglaterra, no podía dejar de notar que su compañera lloraba. No fue necesario que hablara, con una mirada le hizo entender a la otra que quería saber la razón de sus penas.

-Seguramente él no me recuerda- replicó simplemente, limpiando a la atrevida lágrima. Forzó una sonrisa cargada de tristeza y nostalgia. La otra le rodeó los hombros con un brazo y le sonrió con dulzura.

-Tranquila hermanita. El pato y el ponny no han conocido el significado de "dolor" hasta ahora- comentó sonriendo sádicamente. De la dulzura su rostro tomó la expresión igual a la de un asesino serial en potencia. Luego se dirigió a las otras –Bueno señoritas, me voy, quiero dar un paseo- anunció. Tocó el vidrio que la separaba del mundo exterior y lo rompió. El halcón pasó a través del agujero que se había formado. La chica lo siguió. Saltó al vacío. Pocos segundos después se la vio montada en el halcón, que ahora era diez veces más grande, y ambos partieron.

-Yo también quiero dar un paseito- avisó la menor con la misma sonrisa emocionada que tenía desde el principio –Nos vemos en la casa- agregó estirando aún más sus brazos hacia Tokio para luego, después de un momentáneo resplandor en el punto de su frente, desaparecer frente a los ojos de las otras chicas.

La chica de cabello castaño se desperezó y forzó una sonrisa –Nieve me espera allá abajo. Lástima que no dejan entrar caballos, le hubiera gustado- comentó serenamente, midiendo el hueco en el cristal que la otra chica había hecho para luego saltar a través de él. La chica rubia se asomó y a lo lejos, en el suelo, del tamaño de una hormiga, pudo distinguir un punto negro que se alejaba a gran velocidad.

La otra chica, la del cabello azul cielo, estaba a unos metros del cristal roto, con el cosmo encendido y los dedos índices juntos. Los puntos azules en su frente brillaban -¿También saltarás por la ventana?- preguntó a la rubia, que negó con la cabeza.

-Recuerda que mi único medio de transporte son mis pies- señaló con un tono de triste ironía. En otras palabras, lamentando no poder moverse con tanta facilidad como las otras. Y ciertamente, de las cinco, ella era la más normal, la más sencilla. No tenía mascotas que la pudieran llevar como la chica del halcón, o la castaña, ni se podía tele-transportar como las otras dos. Lo único que ella tenía eran veinte palomas, pero ellas no podían transportarla, así que sólo le quedaban los pies.

-Me gustaría que Kikyo y Aiko fueran así; siempre termino limpiando sus destrozos- se quejó la peliazul con voz lastimosa, encendiendo de nuevo su cosmo y haciendo brillar de nuevo los puntos en su frente, de forma que una chispa brotó de ellos y los pedazos de vidrio regados se levantaron del suelo y regresaron a su posición, sin dejar rastro de haber estado rotos.

-¿Y las cámaras?- preguntó la chica rubia encaminándose al ascensor

-Las apagué desde que Kikyo dijo que se iba- replicó la peliazul mientras la rubia apretaba el botón del ascensor –Vaya cosa más extraña ese ascensor- agregó cuando un pequeño tintineo avisaba que el ascensor había llegado ya.

La chica comenzaba a avanzar en dirección a este, cuando sintió una punzada en la frente. Se dio la media vuelta y corrió hacia la ventana. La chica rubia la llamó cuando las puertas comenzaban a cerrarse.

-Adelántate. Hay algo que tengo que hacer- dijo sencillamente, desapareciendo sin más.

La rubia suspiró. Ahora, además de tener que caminar para encontrar una casa que no conocía en una ciudad que no conocía, donde hablaban un idioma que medio conocía, y donde usaban tecnologías que no conocía; tendría que irse sola. Finalmente, las puertas se cerraron, y ese aparato que aún no se explicaba cómo se movía, comenzó a descender.

En otro punto de la ciudad estaba Shiryu, el caballero Dragón, sentado bajo la sombra de un árbol y leyendo un libro tranquilamente. La paz nos sentaba de maravilla a nosotros, los caballeros de Bronce, puesto que quedábamos libres de cualquier obligación hasta una próxima guerra. Saori estaba en el Santuario, así que su cuidado ya no nos correspondía. Ya éramos libres. Y Shiryu aprovechaba su libertad… leyendo.

Y como dije, leyendo estaba Shiryu cuando sintió que había alguien a sus espaldas. De inmediato se puso en guardia, e hizo bien, porque quien lo acechaba era un hombre cubierto por una armadura negra que rió maliciosamente cuando los ojos del Dragón se posaron en él. No necesitó palabras, el tipo encendió su cosmo color negro y un círculo de fuego rodeó al Dragón.

Shiryu comenzaba a desesperarse. No podía moverse, no veía a su agresor, el calor lo sofocaba y cada vez podía respirar menos. Cayó al suelo y se tapó la boca con una mano, tosiendo violentamente por el humo que asfixiaba sus pulmones y hacía llorar sus ojos.

Fue entonces que una voz femenina se hizo escuchar a través del fuego. Shiryu alzó la vista pero no distinguió nada. Sin embargo, sí pudo escuchar esa voz, que extrañamente le pareció familiar -¡Por Athena! ¡Una que viene del polo y la agarran con un incendio forestal!- exclamó con tono infantil -¡Se considera muy bajo atacar a un caballero sin armadura! ¡Eso es aprovecharse de la ventaja!- ahora parecía hablarle al atacante en un tono mucho más serio y, cabe decirlo, furioso.

Shiryu sintió un cosmo elevarse del mismo lugar de donde provenía la voz de la mujer. Apenas pudo ver un resplandor azul desde el mismo punto –TIGER CLAW!- se escuchó del mismo lugar del cosmo y la luz.

"La conozco, estoy seguro"

CONTINUARÁ

Vientos! Como pueden ver, estoy mejorando los viejos capitulos (seamos sinceros, apestan) osea que antes de actualizar el fic, verán mejoras en todos los capítulo previos a Memorias de los Tiempos Libres. Espero que les guste, porque personalmente me siento muy satisfecha de cómo he mejorado en esto últimamente. Espero sus reviews