Maldigo el día en que fui a ver Harry Potter y el Cáliz de Fuego al cine. Ese día me enamoré perdidamente de Stanislav Ianevski (el bombón búlgaro que interpreta a Víktor Krum). Y como siempre que me enamoro vehiculo mis ansias por escrito, pues aquí tenéis esta pequeña historia que no tendrá más de cinco capítulos.
El Víktor Krum de este fic está inspirado en el de la película, no el del libro (lo digo porque veréis que la descripción física no coincide con la de Rowling), y he querido hablar un poquito más de él, hacer hipótesis sobre su familia y sobre su relación con sus compañeros en Durmstrang.
Y por supuesto, especular sobre cómo se quedó prendado de Hermione ;).
Por favor, contadme vuestras impresiones en un review! PORQUE…UN FANFIC CON REVIEWS ES UN FANFIC FELIZ!
Los dedos de Hermione se crisparon en torno al libro que sostenía al oír cómo subía el volumen de la agitada conversación que se estaba desarrollando a sus espaldas.
-¿Está mirando?
-Si, sí! No mires ahora!
-¿Nos ha visto?
-Cómo no va a vernos, idiota! Salúdale, dile algo!
-Va a creer que soy imbécil!
-¿Se me ha corrido el rimmel?
-Schh! Sonreíd!
-¡M e ha guiñado un ojo! ¿Lo habéis visto?
-No, se está rascando. ¡Qué guapo es, por Dios! Habéis visto qué ojos tiene?
Basta. Era insoportable. Llevaba quince minutos tratando de leer la misma frase.
Hermione cerró el libro de golpe y se volvió hacia ellas con un brillo asesino en la mirada.
-¿Podéis callaros, por favor?- les espetó, irritada- Si queréis armar jaleo, armadlo fuera. ¡Aquí hay gente que intenta estudiar!.
El coro femenino hizo una mueca de desprecio y una de ellas se rió, poniéndose las manos en las caderas.
-Que a ti sólo te gusten los libros no significa que a las demás no nos gusten los chicos, así que déjanos en paz.
-No- Hermione se puso en pie y la miró a los ojos, desafiante. La chica llevaba tanto maquillaje que quitárselo debía ser toda una clase de arqueología- Aquí se viene a estudiar y a leer. Si no habéis venido a eso, largaos antes de que Madam Pince os eche.
Las chicas soltaron un resuello de indignación.
-¿De qué vas? Empollona sin vida social- masticó desdeñosamente una rubia.
Hermione cerró los puños. La sangre le hervía y lo que más deseaba era convertir a aquel coro en una orquesta de ranas. A nivel de inteligencia, apenas se notaría la diferencia. Abrió la boca para responder al insulto, pero de pronto una de ellas, que llevaba un complicado peinado y purpurina en los ojos, dio la voz de alarma pegándole un codazo a su amiga.
-¡Se ha ido!
Su objetivo, fuera quien fuera, había huido aprovechando la distracción. Hermione se echó a reír al ver sus rostros consternados y sus andares atropellados. Mala suerte.
-¿Dónde ha ido? ¡Si hace un segundo estaba aquí!- se lamentó la del peinado imposible.
La rubia se volvió hacia Hermione, colérica.
-Es tu culpa. Si no nos hubieras distraido con tus monsergas de amargada, esto no habría pasado- bufó, abriendo mucho los ojos pintados.
-Qué pena- terció Hermione, sarcástica. Viendo que no iba a poder estudiar tranquila si se quedaba allí, recogió sus cosas y se dirigió hacia la sección de los libros prohibidos, dejando atrás el coro de voces chillonas, que ahora al parecer estaban organizándose para rastrear la biblioteca.
Hermione meneó la cabeza con disgusto. Siempre se había considerado feminista; siempre había defendido ardientemente la igualdad de sexos. Pero con semejantes especímenes, la lucha quedaba desacreditada. Hermione estaba segura de que la única neurona comunitaria que esas chicas compartían sólo les daba para rastrear machos.
O quizá era ella la rara. Ron se lo decía a diario, e incluso su familia opinaba que pasaba demasiado tiempo leyendo y estudiando. Quizá era poco femenina. Quizá era como Millicent Bullstrode y nunca se había percatado.
Hermione reprimió un escalofrío al pensar en aquella bestia parda de Slytherin. No, no podía ser como ella. Ella aún era capaz de cerrar la boca cuando comía, si es que eso cuenta como atributo femenino.
Con un suspiro, dejó caer pesadamente la bolsa de libros sobre la última mesa de la biblioteca y cerró los ojos. A lo lejos, oía a las fans furiosas proseguir la caza y captura, pero sólo era un rumor agudo y distante; allí había paz. Normalmente, la gente solía sentarse al principio de la biblioteca, porque así podían encontrarse fácilmente con sus compañeros, pero Hermione prefería sentarse hacia el fondo, cerca de las secciones interesantes y lejos del mundanal ruido.
Abrió su agenda y frunció el ceño al ver que aún tenía que documentarse para el ensayo de pociones. Mordisqueó pensativamente la pluma, cavilando sobre el tema.
Usos químcos de la mandrágora? No, qué típico…Posibles reacciones alérgicas a la Belladona Compuesta…no, ése es el tema que le propuse a Harry… Reacciones a…a…mierda.Aquellas arpías debían haber frustrado su inspiración, porque ya no se le ocurría nada. Con una mueca de resignación, se puso en pie y se dirigió hacia la sección de botánica, que se distinguía de las otras porque contaba con olor propio: un maravilloso hedor a alga podrida y a extractos medicinales. Siempre que entraba en ella, Hermione tenía que taparse la nariz y coger rápido el libro que estuviera buscando.Definitivamente, no era el mejor sitio para hacer amigos. Y además, se había fundido la vela y no se veía nada.
-Oh, Dios…- Hermione arrugó la nariz, asqueada por el olor, y se palpó la capa en busca de la varita- Dónde la he metido ahora…demonios…
Avanzó hacia la penumbra murmurando incoherencias, pero no había dado tres pasos cuando tropezó repentinamente con algo voluminoso que estaba agazapado en el suelo.
¿¿Una piedra aquí? fue lo último que cruzó su mente antes de aterrizar contra el suelo dolorosamente frío y dolorosamente desigual de la biblioteca.
Hermione gimió y se llevó una mano al costillar, donde se había clavado el saliente de una baldosa. El corazón le latía desbocado por el sobresalto, y el dolor no mejoraba precisamente su humor. Lanzó una mirada irritada hacia el obstáculo, y se quedó petrificada cuando se dio cuenta de que tenía forma humana. Sí, no había error posible. Contra la escasa claridad del pasillo de la biblioteca, distinguió una cabeza gacha, unos hombros anchos que definitivamente no pertenecían a nadie que conociera.
Con un gesto rápido, Hermione apuntó la varita hacia aquello.
-Lumos- susurró, y la claridad que iluminó la sección de botánica le permitió conocer al misterioso estudiante.
Hermione frunció el ceño. Su rostro le sonaba, ¿dónde le había visto antes? Tenía el pelo rapado y en sus facciones nobles y definidas se distinguía una leve sombra de barba. Parecía joven, no podía ser mucho mayor que ella. Sus ojos oscuros, inusitadamente intensos, la contemplaban con una mezcla de sorpresa y ¿súplica?.
-¿ Qué…-Hermione tragó saliva- ¿Qué haces… aquí?
El chico abrió la boca, pero antes de que pudiera responder, se oyó una voz aguda des del pasillo:
-¡A lo mejor está en la sección apestosa!
Hermione arqueó las cejas y le dirigió una mirada de comprensión. Así que el objetivo de aquel coro de locas no era Diggory, sino este desconocido. Con razón se escondía.
-No te preocupes- le dijo, poniéndose en pie y sacudiéndose la capa- No entrarán aquí si estoy yo.
El chico asintió y se agazapó aún más contra la estantería. Sus perseguidoras estaban muy cerca; los cacareos llegaban desde la sección de zoología. Hermione se arregló la capa rápidamente y cogió el primer libro que vio. Cuando la manada llegó, se la encontraron enfrascada en Reproducción asexual de las gramínidas carnívoras…y en la penumbra.
-¿Ahora lees a oscuras?- se rió una de ellas. Sus amigas le hicieron coro.
-Es mejor que no leer jamás, ¿no crees?- replicó Hermione.
-Oh, cállate- bufó la rubia, apartándose la melena de un gesto- ¿Le has visto?
Hermione sintió cómo su protegido se estremecía, parapetado tras sus piernas.
-¿Ver a quién?- preguntó, con su mejor aire de inocencia.
-A quien va a ser!- restalló la del peinado imposible- ¡A Viktor Krum!
-¿Viktor Krum?
-¡El campeón de quidditch! El héroe búlgaro!- corearon a la vez, prorrumpiendo en histéricas risitas- ¡El buscador má famoso de Durmstrang!
-No se ni quien es- respondió Hermione, aunque no era cierto, le sonaba que Harry y Ron le habían hablado de él.
-Guapo, atlético, moreno- la rubia agitó las manos, como esperando que Hermione cayera en la cuenta. Al ver que era inútil, se puso las manos en las caderas- ¿En qué mundo vives?
-En uno tranquilo- respondió fríamente Hermione, a punto de perder la paciencia- En el que no existe Krum ni nada que se le parezca.
-Entonces no está aquí?- insistió estúpidamente una pelirroja de rostro pecoso.
-No, pero puedes mirar dentro de mi mochila, quién sabe si está allí- respondió Hermione, mordaz. Tuvo que morderse la lengua para no reírse al ver sus expresiones desdeñosas- Seguid buscando en otra parte.
-Vámonos de quí, este sitio apesta- ordenó la rubia- Estará en el campo de quidditch.
-Sí, vamos- coreó el resto, y la siguieron trotando obedientemente.
Sólo cuando sus voces se perdieron por el pasillo y la biblioteca pareció suspirar de alivio, Hermione se volvió hacia el tal Krum, que la observaba con curiosidad.
-Ya se han ido- le informó, saliendo de la sección- No creo que vuelvan por aquí hoy.
El búlgaro se levantó lentamente y se sacudió la ropa mientras la seguía al pasillo iluminado. Allí, Hermione pudo distinguir sus ropas rojas y negras, en las que estaba bordada el águila de Durmstrang; a la luz de la varita no se había dado cuenta. Aunque no era muy alto, la oscuridad no la había engañado respecto a su complexión: era fuerte, de espalda ancha y hombros robustos. Todo él exhalaba un aura de nobleza, de aguerrido valor. Viendo sus grandes manos maltratadas, Hermione se preguntó cúantas horas debía pasar entrenándose.
También se preguntó si se le había comido la lengua el gato.
-Bueno- carraspeó, en un pobre intento de romper el hielo- Has logrado sobrevivido a la horda de fanáticas…supongo que te acosan a menudo.
Se calló entonces y esperó a que él respondiera, pero una de dos: o no entendía el inglés, o simplemente no tenía ganas de hablar. Sólo la miraba, y había algo en sus intensos ojos oscuros que la incomodaba. Hermione lanzó una mirada nerviosa a su mochila y dijo:
-Bueno, yo tengo que irme a clase.- leve gesto de cabeza- Suerte.
Cuando se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia donde había dejado sus cosas, él se atrevió por fin a articular algo.
-Es..perre- dijo, y de repente, se dio bofetadas mentalmente por lo tosco que había sonado. Nunca antes le había importado el inglés, pero por algún motivo le parecía prioritario no quedar como un patán en ese momento.
Hermione se volvió, sorprendida. A juzgar por su fiero aspecto, le había imaginado una voz gutural y ronca, no aquella inflexión cálida y vibrante. Le vio abrir un par de veces la boca y la cerró, haciendo visibles esfuerzos por construir bien la frase. De repente, parecía muy nervioso.
-Grracias- consiguió articuló finalmente. Se quedó unos segundos callado, mirándola intensamente, y añadió- Disculpa…yo… no hablo muy bien tu idioma.
Hermione sonrió aliviada. Sólo era un problema comunicativo, sólo eso. Con una sonrisa tranquilizadora, le dijo:
-No te preocupes. Si practicas, mejorarás - le aseguró.
Silencio de nuevo. Él tenía los brazos caídos a los lados, pero su cuerpo revelaba cierta tensión. Hermione se preguntó si era el momento de marcharse, o si debía esperar a que él dijera algo más. Hizo ademán de girarse, y de nuevo, él habló.
-Quisierra…- de nuevo un silencio de dos segundos, sólo que esta vez a sus problemas idiomáticos se sumaba la vergüenza- Saberr…
-¡Hermione!-llamó una voz aguda desde el pasillo, ganándose una mirada asesina de Madame Pince.
Viktor se interrumpió y vio a una pelirroja que se acercaba rápidamente a ellos. Ginny le lanzó una mirada de extrañeza- ¡el gran Viktor Krum, con Hermione?- pero resolvió dejarlo para más tarde. Con los ojos brillantes por la diversión, se volvió hacia su amiga.
-Hermione, te he buscado por todas partes.- bufó, atropelladamente- Tienes que venir. ¡Fred y George van a intentar echar su nombre en el cáliz!
Viktor la observó con renovado interés. La pelirroja le había ahorrado la pregunta. Hermione, pensó él, mirándola.
-No se atreverán- resopló Hermione, incrédula- Hay que ser estúpido para creer que pueden burlar la Línea de Edad que ha establecido Dumbledore.
-Bueno, el sentido común no es su fuerte, ya los conoces- repuso Ginny, cogiéndola del brazo y arrastrándola hacia la puerta- Tienes que disuadirles.
Sin acabar de comprender exactamente qué podía hacer ella, Hermione se dejó llevar, pero como se hubiera acordado de que Viktor existía, se volvió hacia él, y le hizo un breve gesto de despedida con la mano.
Víktor la siguió con la mirada hasta que desapareció de la biblioteca, y entonces se sentó en la primera silla que encontró, sin preocuparle que pudieran encontrarle de nuevo las chaladas de antes.
¿Qué era aquella extraña sensación que tenía en el estómago? Se sentía como la primera vez que atrapó el snitch, a los siete años. La misma excitación, la misma sensación de haber hecho algo muy importante. En el interior de su pecho, bajo la densa capa de músculo, su corazón se agitaba extrañamente.
Hermione.
-Er mío ne- pronunció suavemente, sólo para comprobar si se acercaba en algo al sonido real.
Como un huevo a una castaña.
Sintió que la euforia se disipaba lentamente, dejando paso a la triste realidad: que un niño de seis años habría sido más locuaz. Y que su inglés era abiertamente pésimo. Por primera vez, se preocupó por la impresión que habría causado, y su expresión se descompuso.
-Patán- murmuró, pasándose una mano por la cabeza rapada.
Aquella chica le había intrigado. No se parecía a nadie que hubiera conocido. No parecía una chica corriente. Le parecía una persona real. Le había hablado con simpatía, con naturalidad, sin afectación alguna. Siendo una estrella del quidditch, nunca le habían faltado admiradoras, pero cuando se le acercaban y le miraban, tenía la sensación de que no le veían; su mirada no penetraba realmente, no le hablaban como a un ser humano. Sin embargo, ella le había visto. En su mirada, franca y directa, se había sentido interpelado por primera vez. Había sentido que era de verdad, una chica con la que podría hablar.
Y sin embargo, se había quedado callado. Aunque de por si no era la persona más sociable del mundo, nunca se había quedado sin palabras cuando realmente había querido hablar. Sus compañeros lo sabían. Pero ante ella, por primera vez, no se había atrevido a hablar. El brillo de su mirada le había revelado una profunda inteligencia ante la que se había sentido intimidado. Aquellos ojos castaños, vivaces, perspicaces, habían
reducido al jugador de élite, estrella de su selección e ídolo de masas, a ser simplemente Viktor Krum, un patán búlgaro con menos léxico que cualquier estudiante de primero.
Sin embargo, la derrota no estaba hecha para él: el cabreo sólo le espoleaba más. La pelirroja había mencionado algo del cáliz de fuego. Aunque él tenía pensado ir a echar su nombre solo, para ahorrarse el gentío, sintió la necesidad de ir ya, aunque sólo fuera para verla una vez más y constatar si había sido un espejismo o no.
Con un enérgico gesto, se puso en pie y salió de la biblioteca en busca de Karkaroff.
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