Hola¡Cuánto tiempo! XD. Vale, ya lo sé. Me había replanteado seriamente el abandonar como escritora de fanfics, y bueno, como mi musa cogió la puerta hace ya bastante tiempo, últimamente mi cerebro-esponja solamente tiene capacidad para el rol, retos y algún que otro concurso.

Sucedía además que, para este fic, necesitaba estar especialmente deprimida, (y por suerte para mí, no lo he estado en mucho tiempo ). En cambio, anoche, ante la soledad del msn mi musa me mandó una postal, que no es mucho pero bueno, para una segunda parte sirve.

Así pues, debo agradecérselo muchísimo a Pau por sus compilaciones musicales (esa música melancólica de Pau recommends es justo lo que necesitaba) y por ser mi beta-reader, a Joanne Distte, como siempre, por no darme nunca por abandonada y perseguirme con su látigo hasta los confines del mundo, y a todos los que me dejáis RR, que tanta ilusión hacen ;).

Este capítulo, como el anterior, va dedicado a Dream-Kat por su paciencia, ya que es la segunda parte de su reto y me temo que ha tenido que esperar mucho.

2- Negro

Otra vez. El camino se recorre solo. Tantas veces en tanto tiempo, siempre con las mismas cosas alrededor. Las manos que aferraban el volante seguían enguantadas. A pesar de que era casi primavera el sol no calentaba. Londres llevaba demasiado tiempo sintiendo frío.

Otra vez en ese coche. Ginny Weasley conducía medio sonámbula, como si no supiese a ciencia cierta dónde estaba. Todo era parte de una gran pesadilla, y lamentablemente quedaba mucho tiempo para que pudiese despertarse de ella.

Miró al cielo a través del retrovisor. Negro. El gris plomizo parecía haberse condensado. Ahora, todo respiraba una calma aterradora. Sobre su cabeza, los espesos nubarrones se acumulaban amenazadoramente.

Tormenta.

El tiempo era negro. Ginny añoró la calma melancólica de los bancos de niebla, la tristeza de aquel gris que calaba hasta lo más profundo de los huesos. Ahora todo era terriblemente tétrico.

Ginny aparcó en la acera. No en la misma acera que siempre, sino un poco más lejos. Necesitaba caminar. Necesitaba evadirse de todo, alejar aquel horroroso sentimiento que hacía temblar de frío.

Otra vez era miércoles.

Sintió el cosquilleo de la hierba en sus tobillos. Decía muchas cosas: que no tenía por qué ir, que podía regresar a dónde se sintiese mas segura. Que tenía que regresar.

Pero sus pies la llevaban inexorablemente hacia la verja metálica.

Una vez la hubo cruzado, siguió ascendiendo por una ladera de la misma hierba verde; pero al llegar a lo alto el negro volvió a inundarla. Cinco figuras. Ni una más ni una menos. Todas empapadas en el negro intenso de sus ropas.

Ginny reconoció a Martha, que se frotaba nerviosamente sus manos desnudas y rosadas contra el pesado abrigo de felpa negro; iba acompañada de un hombre mayor que la sostenía con una mano en su hombro y mirada condescendiente. Un poco más cerca de Ginny, su hermano Ron se apoyaba en un árbol, a una distancia prudencial del resto de los integrantes de la pintoresca reunión, y con la mirada clavada en cada una de las hebras de césped que crecían a sus pies.

El conjunto lo completaban un hombre de barba enmarañada que sostenía una pala y una figura cadavérica muy estirada, el único que no se encontraba íntegramente vestido de negro.

Su voz resonó como una vieja campana oxidada, devolviendo a Ginny a la realidad, y obligándola a posar la mirada en el ataúd de madera que tenía a pocos metros de ella.

-Estamos aquí reunidos para darle un último adiós a Hermione Granger, amada esposa y vecina...

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Ya se habían ido. Nadie se quedaba para consolarles. Tan solo unas cuantas palabras de apoyo por parte de la consternada enfermera.

Ron, por su parte, se había mantenido al pie del mismo árbol durante todo el tiempo. Ni siquiera había reparado en su hermana, que seguía clavada en un punto aún más alejado del cementerio, temerosa de acercarse.

Tan solo cuando se hubieron quedado solos, la figura abandonó el árbol en el que se refugiaba y ando con pasos lentos y firmes hacia el montículo de arena fresca, lo que quedaba de su esposa.

Había adelgazado mucho últimamente, pudo comprobar Ginny. Ahora caminaba como si unos hilos invisibles le arrastrasen a donde se dirigiese. La cabeza parecía ser lo único que permanecía clavado al pecho, su pelo rojizo ocultando más de la mitad de la cara.

Al llegar frente a la tumba, se giró, captando la mirada de su hermana por primera vez en ese día. Sus facciones estaban más marcadas que nunca, y la palidez de su cara llegaba a camuflar la multitud de pecas que anteriormente habían adornado sus mejillas. Sus ojos permanecían secos, aunque dos surcos de color púrpura evitaban que pareciese, serenos. Su boca, una fina línea recta, se curvó en una débil y triste sonrisa.

Entonces, esos hilos le abandonaron, dejándole caer clavado sobre sus rodillas, el tronco encorvado resaltando cada una de las vértebras y costillas de su espalda a través del fino traje oscuro. Se llevó una fantasmagórica y temblorosa mano al bolsillo del interior de la chaqueta, y sacó una diminuta violeta medio seca, que depositó con delicadeza sobre la tierra fresca. Como si no fuese suficiente, comenzó a escarbar ligeramente con los dedos, intentando que quedase lo más recta posible, plantada, como para que pudiese germinar de nuevo. Se llevaba las manos al pantalón de tela, sin preocuparse de que éste estuviese llenándose de barro, al igual que sus manos.

Ginny observaba la escena en la distancia, los ojos llenos de lágrimas por la ternura que era capaz de desarrollar su hermano. Al llevarse una mano a la cara, descubrió que la tenía empapada y no sólo de llorar. El cielo estaba cumpliendo su amenaza, y gruesos goterones habían empezado a caer pesadamente sobre ellos.

A pesar de eso, Ginny no se movió. Como tampoco lo hizo la figura arrodillada en la tierra, su pelo rojizo ahora empapado de lluvia y barro, las gotas resbalando sobre su cara, concentrada en colocar la flor de la mejor manera posible.

La tormenta empeoró. Sus manos embarradas temblaban en bruscas sacudidas, desesperadas por conseguir que la agobiada y arrugada flor quedase cómo él quería, pero parecía que nunca era suficiente. Sus manos habían tropezado con pequeños cristales y piedras ocultos entre la tierra de alguna juerga de algunos adolescentes, y en las manchas de su camisa el barro se confundía con la sangre.

Ginny no pudo soportarlo más y se acercó corriendo a donde se encontraba su hermano, empapado de pies a cabeza y sin aparente conciencia de ello.

-Ron –murmuró una vez hubo llegado a su lado, poniéndole una mano en su huesudo hombro-. Vamos a casa.

Él obedeció. Como si aquellos hilos le hubiesen captado de nuevo, se levantó de la tierra y siguió a su hermana al interior de la casa con la cabeza pegada al pecho.

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Ron, encorvado, escuchaba el pitido de la tetera, sentado encima de la mesa de la cocina.

Ginny evitaba mirarle. Se concentraba en la cafetera con esmero, mirando de vez en cuando por la ventana y odiando al tiempo por aquella maldita tormenta que tenían encima.

Por el reflejo del cristal vio a Ron, aún más cadavérico, sin camiseta, todos y cada uno de sus huesos marcados tan solo cubiertos por una piel casi transparente. Se estaba mirando las manos, aun cubiertas de una costra de barro y sangre por algunos lados, y de vez en cuando se quitaba un trozo de cristal sin experimentar una mueca de dolor en su rostro.

Cogió un paño de uno de los cajones que tenía más cerca y se colocó junto al pelirrojo, tomándole por las dos manos y obligándole a poner las palmas hacia arriba. Suavemente, empezó a retirar el barro, con movimientos lentos y cuidadosos, sin dejar de recordar el incidente de la flor.

Evaluó a su hermano de arriba abajo. Sentado, con el pecho descubierto y los pantalones desabrochados tenía un aspecto aún más lamentable que hacía unas semanas. Ni siquiera parecía tener fuerzas para levantarse de donde estaba sin ayuda.

-¿Cuánto tiempo llevas sin comer? –dijo sin despegar los ojos de sus heridas.

Ron se rió forzadamente. Su voz sonaba como cuando se arranca un trozo de corteza de un árbol podrido.

-Llevo semanas sin beber una gota, pensé que te alegraría.

-Pero tienes que comer, Ronald –dijo con el retintín habitual.

-Antes porque estaba gordo, ahora porque estoy delgado –dijo con sorpresa-. ¡Joder, hermanita, aclárate! La botella de Gasoil no me criticaba tanto.

Ginny rió la gracia y le lanzó el trapo a la cara, liberando un poco de la tensión del ambiente. Por unos instantes, ambos se olvidaron de dónde venían y Ron empezó a limpiarse él mismo las manos.

La pelirroja se acercó a la cafetera, la vació en dos tazas que había traído consigo y sirvió un poco de azúcar que encontró en uno de los armarios. Luego, acercó una de ellas a su hermano y comenzó a vaciar la suya, volviéndose de nuevo hacia la encimera, la cafetera, el fregadero y la ventana.

A los pocos segundos, un "crack" la hizo volverse rápidamente. El hombre seguía dónde ella le había dejado, pero ya no sostenía la taza entre sus manos. Ésta había resbalado entre el barro y los temblores y había ido a hacerse pedazos en el suelo, no sin antes verterse en el torso desnudo, manos vacilantes y pantalón de luto.

Ginny ahogó un gemido. El café aun humeaba en su taza. Ron, en cambio, no parecía consciente de que se estaba abrasando.

Corrió hacia él con un trapo que había humedecido bajo el grifo y comenzó a secar el café con él, refrescando la piel ardiendo que había comenzado a enrojecerse.

-¡Ronald¿Qué demonios estás haciendo? El café...

Entonces le miró a los ojos, por primera vez en todo el día se fijó en que sus ojos habían acabado de apagarse. Pero ahora brillaban, contorsionando su cara en una mueca de dolor, como si todas las torturas físicas de aquella tarde llegasen de golpe a su cerebro, acumulándose en sus ojos.

Por primera vez, estaba llorando.

Sus labios se entreabrieron en un esfuerzo por tomar aire de golpe, varias veces seguidas. Las lágrimas comenzaron a resbalar por los pómulos cuando el llanto se convirtió en sollozo.

-Me ha dejado, Gin –dijo con voz pastosa, arrastrando las palabras-. Me he quedado solo.

Ginny le tapó la boca con un dedo. Se fijó en su cara más de cerca. Se había afeitado, diminutas y abundantes heridas cubrían su barbilla y habían comenzado a infectarse a causa del barro. Acarició cada centímetro de su cara con las dos manos, en un esfuerzo por intentar calmarle, intentar que se sintiese seguro.

Y a la vez, intentarlo ella misma.

Le atrajo hacia sí, chocando sus rostros y rodeando su cuello con los brazos, a la vez que con su mano derecha acariciaba su pelo.

-Mírame bien a los ojos, Ronald Weasley, porque no pienso decírtelo más –dijo con voz ronca-. Nunca estas solo¿me oyes? Nunca. Me quedaré contigo el tiempo que haga falta.

Ron sonrió, clavando su mirada en los ojos tristes de su hermana.

-¿Sabes? Eres igual que yo. Tu pelo –acarició uno de los mechones de la pelirroja- es igual que el mío. Eres igual de tozuda

Rió entre dientes, como si acabase de descubrir algo.

-¿Cómo voy a dudar de mi Ángel de la Guarda? Si encima tiene los ojos verdes y todo...

Ginny sonrió. Acercó a Ron más a si, abrazándole con fuerza, notando su respiración entrecortada cuando él también la abrazó.

Ayudó a su hermano a acostarse en el viejo sofá. Ninguno de los dos se sentía con ánimos de subir al ático.

Se sentaron los dos uno al lado del otro, Ron tumbado sobre un costado y su hermana sobre él, ambos mirando fijamente la pantalla del televisor, apagado.

Ella acariciaba su hombro, subiendo la mano hasta la oreja y colocando suavemente su pelo tan bien como podía desde su posición. Él había dejado de llorar, y ahora apretaba su mano en silencio.

Al cabo de un rato, él habló.

-Te necesito.

Ginny levantó la cabeza, extrañada. Él giró la suya para poder mirarla a los ojos.

-Como el otro día –continuó-. Pero diferente. Como una última vez.

La pelirroja frunció el entrecejo, confundida ante las palabras de su hermano. Pero la cara triste y suplicante acabó por vencer, y ella se inclinó para besarle suavemente en los labios. Así le había sentido tan cerca el otro día. Así podría sentirlo ahora y desechar toda suerte de estúpidas ideas que le habían venido a la cabeza a raíz de sus últimas palabras.

Como una última vez...

Sus labios le rozaron, y los capturó sin apenas moverse, dejándose besar por la persona que más quería en el mundo.

De pronto, una serie de imágenes vinieron a la mente de Ginny. Una terrible sospecha la sacudió el espinazo y la hizo separarse bruscamente, abriendo mucho los ojos.

Su hermano se había levantado a la cocina. Había vuelto al cabo de un rato, con un nuevo vaso de café y una expresión meditabunda.

-No –dijo en voz alta, pero más bien para si misma-. No habrás...No habrás sido capaz...

Pero Ron no se movió. Ni siquiera se molestó en replicar. Tan solo sonrió.

-Te quiero, Ginny. No lo olvides.

-¡NO! –sollozó, incapaz de contener las lágrimas- ¡NO HAS PODIDO¡DIME QUE NO HAS PODIDO!

Mientras gritaba, lo zarandeaba con fuerza, tirando de sus hombros sin que él opusiese resistencia, sentada encima suya.

-El veneno aún tardará unas horas –anunció como toda respuesta.

La acarició la cara y el pelo y atrajo su rostro hacia sí, besándola de nuevo.

-Perdóname –musitó.

Ginny respondió al beso con la rabia que da la impotencia y la frustración de quien no puede hacer nada. Sintió las manos de su hermano sobre su espalda, acariciándola con ternura. Ella, en cambio, arañaba su torso y su ropa, desesperada, ansiando arrancarle el veneno que tenía bajo la piel.

Él aguantaba, pacientemente. Cuanto más le arañaba, más acariciaba él cada rincón de su cuerpo, con manos torpes de quien no sabe muy bien como moverse, pero con la rapidez de quien no tiene mucho tiempo. Pronto abandonó su boca para empezar a recorrer la piel de su hermana, más rosada y sana que la suya con diferencia. Ella se aferraba a su espalda sin querer despegarse, como si quisiera acompañarle allá a adónde fuese.

Comenzaron a moverse muy despacio al principio, pero en seguida les surgió la prisa. Entre arañazos y caricias, la ropa de ambos yacía en el suelo del salón, desordenada. Con el sonido de un reloj que dio la hora, el movimiento de los dos cuerpos aumentó el ritmo, asustados del terrible paso del tiempo. Al cabo de un rato se detuvieron, fundiendo sus caras en sollozos.

Ginny abandonó la casa al poco tiempo, dejando a su hermano sentado en el sofá, vistiéndose y escribiendo una nota para cuando Martha regresase.

Caminó un rato hasta el cementerio, donde las horas que hacía desde que lo había abandonado parecían días. La lluvia había escampado, el cielo volvía a ser gris plomizo como siempre, y nada indicaba que allí se había muerto una mujer hacía relativamente poco, por culpa de una tortura de efecto retardado que había conseguido destrozar toda una familia.

Tan solo una flor maltrecha, cuyo color violeta se entreveía entre el barro desordenado que la cubría y rodeaba la tumba donde se encontraba, era la terrible conclusión de todo aquello que habían sufrido durante tanto tiempo.

¡Nada de venir aquí y encontrarte borracho¿Me has oído¡Vuelve a hacer eso, Ronald, y dejaré viuda a Hermione, lo juro!

Ginny corrió como pudo en dirección al coche, se apresuró a abrir la puerta y a darle al contacto. Pisó fuerte el acelerador y corrió a toda velocidad, huyendo de sus recuerdos.

No volvería nunca más.

Los finales no son lo mío. Y creo que me he pasado con la deprimencia de la situación. Pero bueno, dejadme RR con críticas constructivas /destructivas y mejoraré en lo que pueda . Por cierto, como hace mil años que no actualizo, me he hecho un lío impresionante con hasta el punto que no tengo ni idea de cómo contestar los RR. Así que nada, si al final lo consigo, recibiréis la respuesta en mail, creo.

Pues nada, espero que os haya gustado. Son las 01:11 de un domingo (¡si, Joanne, me supero!) y lo he escrito de un tirón. No me lo puedo de creer :P. Me subo a la camita a ver si puedo dormir un poco sin soñar con Ron /Ginny .

Saludos!

Mina