b

DISCLAIMER: Harry Potter pertenece a J.K. Rowling y a todos a los que le hayan pagado para utilizarlo. Esta publicación no fue realizada con fines lucrativos.

RESUMEN:
Después de derrotar al Señor Oscuro, Harry Potter ingresó al Departamento de Misterios, en la división de travesías temporales, donde permaneció por siete años. Al retirarse, decide regresar a Hogwarts para convertirse en el nuevo Profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras, sin embargo Trelawney pronuncia una nueva profecía y el destino le impone una prueba más.
A consecuencia de esto, y aunado a la fuga de algunos mortífagos al pasado; Harry viaja a 1975 donde obtiene la posición como profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras.
Estos mortífagos lograron su viaje gracias una reliquia en una urna: el caldero de Arawn.
Y es por medio de esto que Voldemort, además de averiguar acontecimientos futuros, ejecuta un ritual el día del Samhain, que le permitirá crear la cantidad de horrocruxes que había planeado.
Durante el ritual, Harry logra atrapar a dos de los tres mortífagos, sin embargo estos pierden su alma al no pagar el tributo al artefacto antiguo, convirtiéndose en Dementores.

RESUMEN DEL CAPITULO ANTERIOR:
Harry descubre a un espectro habitando en el cuerpo de su futura profesora. Harry decide que no interferirá con dicho fantasma, pues no quiere alterar más las cosas.
Casi al amanecer, Abraxas recibe la visita de Draco que lo previene de Lucius y le deja el caldero de Arawn a su cuidado.
Mas tarde, Dumbledore le da la noticia a la escuela en general sobre los acontecimientos de Halloween. Lily después de esto, comienza a recordar lo sucedido la noche anterior y tiene problemas para manejarlo. James logra tranquilizarla y ambos salen del Gran Comedor a la vista de una azorada mesa de Gryffindor.
Al mismo tiempo, Harry recibe una carta, misma que lo lleva al Departamento de Misterios, donde averigua que Zabini y Nott se habían convertido en dementores.
Cuando él se dirigía a la oficina de Scarlet para regresar a Hogwarts, ambos son interceptados por una figura envuelta en túnicas grises que los ataca.

Bajo Juramento
Capítulo XXVIII. Los guardianes grises

Harry miró hacia la capucha gris que se cernía frente a él. Un hilillo de sangre se deslizó desde su sien, donde la esfera de luz le había rozado.

Los latidos de su corazón subían hasta su garganta: en ese pasillo angosto no había manera de moverse, de evitar un rápido ataque.

– Ven… Harry – dijo la voz debajo de la túnica.

Harry apretó el báculo que aún llevaba en la mano, y lo transfiguró en su varita mágica, dando un paso hacia atrás, trazó un semicírculo, enviando una ráfaga azul hacia donde estaba parada la figura de la túnica.

El halo de luz traspasó la tela, misma que flotó a donde estaba Harry. El muchacho no viendo opción, intentó golpearla con el codo, pero el impacto sólo deformó la túnica haciéndola caer inanimada a los pies del inefable convirtiéndose en cenizas, que se dispersaron con una brisa inexistente.

Harry, aún con la varita en ristre, miraba hacia ambos extremos del corredor.

Gruesas gotas de sudor se deslizaban por su cuello empapando su espalda, su respiración entrecortada hacia eco con las angostas paredes del pasillo.

¿Dónde está?

Detrás de él… los gránulos comenzaron a juntarse silenciosamente tomando la forma de una túnica nuevamente.

Para cuando Harry se dio cuenta ya era demasiado tarde… no pudo evitar que la mano gris enguantada atravesara su pecho cicatrizado. Las sombras envolvían sus ojos y su cuerpo caía pesado y sin fuerzas… ya no sentía el rápido latir de corazón, ni se ahogaba con las enormes y rápidas bocanadas de aire que necesitaba…

El sonido se fue apagando dejándolo en una oscuridad abrumadora.


Un par de peniques repicaban en la taza de unicel que sostenía el viejo Walt, en una de las tantas plazas de la ciudad de Londres.

De todo a todo, en el atardecer de ese húmedo día, Walt sabía que estaba apunto de juntar el dinero suficiente para la cena.

Una pareja pasó mirando sobre sus hombros, aceleraron el paso con miradas preocupadas dirigidas a sus costados.

También paso Kenneth, el hombre de la librería de la esquina de Vauxhall Road, con la tez pálida y andar nervioso.

Y después de eso… nada, la plaza se había sumido en un silencio expectante, solo se oía el débil susurro de las palomas que se paseaban frente a la fuente.

Walt sintió un escalofrío en su espalda y escuchó como la bandada de palomas abandonaban la plaza. Cuando giró la cabeza, lo último que vio fue un guapo joven de pelo castaño y un destello esmeralda.


Harry abrió los ojos y se encontró la nada. Una nada blanca e iluminada… una ceguera extraña: ¿la muerte?

¿Fallé?

El roce de una tela arrastrada en el piso… un suave tintineo de dos metales encontrándose.

Harry giro sobre si mismo y miró a la parte que se encontraba detrás de él.

La figura envuelta en mantos grises contemplaba una balanza de oro con dos refulgentes gemas a los lados. Una negra como el ónix y otra blanca cual diamante.

El muchacho se puso de pie con dificultad observando todo su alrededor. No había forma de huir, no había cielo ni tierra, era como estar flotando en la nada, sin horizonte definido.

Pero se podía ver a si mismo…

Y podía distinguir a la figura y a la balanza.

– Tu sola presencia ha alterado nuevamente la balanza. Algo que hemos intentado desde hace semanas – dijo retirándose la capucha de la cabeza.

Y apareció una chica menuda, de cabello negro corto y lacio, de tez pálida y ojos violáceos.

– Yo te recuerdo – dijo al fin Harry después de contemplarla. Y parecía recordarla como en sueños, con una plumilla en la mano, garabateando datos en un pergamino.

Era la misma chica menudita que acompañaba a Scarlet el día de su llegada.


Un trueno se escuchó en las revueltas y oscuras nubes sobre la plaza. El cuerpo de Walt, quieto y con la mirada vidriosa, yacía aún tibio sobre las baldosas húmedas junto a la fuente.

Lord Voldemort se paseaba a su alrededor. Contemplaba un libro que había adquirido en esta misma calle años atrás, libro que había convertido en diario de su juventud. Curioso, hojeo el cuadernillo contemplando las páginas blancas… sus memorias había desaparecido.

¿O es acaso que había tomado otra forma?

Pero no se sentía nada diferente… ya había matado antes. Y estaba seguro de haber ejecutado con éxito el ritual.

Su rostro se desvió por momentos sobre la cristalina superficie de la fuente junto al cuerpo, y en ella se reflejaron dos refulgentes gemas rojas: ¡sus ojos! Y justo debajo de ellos una sonrisa triunfal enmarcando su rostro.

Unas gotas distorsionaron la imagen: la lluvia que comenzaban a caer sobre la ciudad de Londres.


– ¿Por qué estás aquí? – dijo una voz dulzona y misteriosa detrás de él.

Sirius alzó la mirada encontrándose con dos ojos azules muy abiertos detrás las gafas de fondo de botella.

– ¡Hola chiquilla! – contestó Sirius reconociéndola como a una compañera de primero. – si buscas a Jhastrom puedes sentarte, como verás hay cola para verlo.

Sybill se encogió de hombros y se sentó junto a Sirius que esperaba junto a la puerta de roble que llevaba al despacho de Harry. Después de un momento Sirius notó que estaba intranquila y jugueteaba con la chalina que tenía sobre los hombros.

– ¿Estás bien?

La chica parpadeo y lo miró como si acabara de descubrir que se encontraba sentada junto a él, debajo de sus túnicas comenzó a barajar un mazo de cartas, después se lo tendió a él.

– Lo siento, eso no es lo mío. Siempre he pensado que cada uno construye su propio destino.

Sybill le sonrió y guardó las cartas, mirándolo fijamente. A lo lejos se escuchó el ruido que hacía la varita transfigurada de Harry, ambos alumnos se pararon de inmediato y lo vieron avanzar penosamente desde el fondo del corredor hacia donde se encontraban ellos.

Casi a la mitad de caminó, Harry se detuvo recargando todo su peso sobre el báculo, Sirius y Sybill se acercaron corriendo al muchacho, justo a tiempo para detener su caída.

– ¿Te encuentras bien? – preguntó la chica al agitado mago, quien solo pudo asentir, mientras era cargado prácticamente por el Gryffindor.

Sirius pasó uno de sus brazos sobre sus hombros, movimiento que descubrió su muñeca. La niña dejo caer el mazo de cartas, esparciéndolas frente a sus pies, mientras cubría su boca y su ahogado grito.

Sirius no lo notó pues apenas había logrado acomodarse al profesor en sus hombros.

– Niña, ayúdame, tómalo del otro lado…. ¡Ey, te estoy hablando!

Sybill, pálida, asintió evitando tocar los brazaletes plateados que ahora llevaba Harry en sus muñecas.

Juntos entraron en el despacho, que curiosamente se había abierto por si mismo cuando los tres se aproximaron a la puerta. Harry se dejó caer en el sofá frente a la chimenea, recargando su peso sobre las rodillas, cubrió su rostro con ambas manos, tratando de recuperar el aliento.

– ¿De verdad no quiere que llame a la enfermera?

– ¡No! – gritó la chiquilla colocándose frente al profesor en posición defensiva.

– Señor Black… – dijo Harry en un susurro – Nuestra reunión… vuelva mañana… lo mismo señorita Trelawney.

Sybill se inclinó junto a él estrechando su rodilla, mirándolo preocupada. Sirius se sorprendió, ya no recordaba que unas horas atrás había ido a antagonizar al maestro, pidiéndole explicaciones sobre el mapa del merodeador.

Pero eso era antes…

Antes de que el hombre arriesgará su vida por proteger a Lily Evans…

Quien prácticamente era ya una merodeadora… aunque ella no lo supiera.

– De eso nada – dijo Sirius cruzándose de brazos – No se puede quedar solo en ese estado tan lamentable, no señor. Tú… niña, ve por…

– ¡Qué le hiciste Black! – gritó una voz iracunda desde la puerta. Severus Snape estaba en la puerta apuntándole a los dos Gryffindor con la mirada enloquecida – ¡Suéltalo, dónde está el resto de tu pandilla!

– Quejjjj… Snape… tranquilo, no le hicimos na…

– Aléjate… despacio… – Sirius comenzó a avanzar hacia atrás lentamente, levantando los brazos – Y tú mocosa, apártate también, junto al traidor.

La chica paseo su mirada por unos segundos entre el maestro y Severus, finalmente, como deliberando que era lo mejor para el joven sobre el sofá, la niña se acercó al merodeador tomándole una mano y arrastrándolo hacia fuera del despacho.

– Por favor, cuida bien de él – agregó con voz dulzona, cerrando la puerta tras de si.


17 de noviembre de 1975

– ¡Luciérnagas blancas! – el retrato de la señora Gorda se abrió justo antes de que Sydney Bullard entrará como un bólido a la sala común de Gryffindor.

– ¡Hubo otro ataque, hubo otro ataque! – dijo la chiquilla extendiendo un periódico sobre una de las mesas donde estaban sus amigos.

James dejo de botar su pelota muggle sobre la pared, mientras Peter y Remus levantaron la cabeza del libro de encantamientos que ambos repasaban.

– Esta vez fue en Leeds, ¿qué no es ahí donde vivían los Kaplan?

– ¿Leeds? – dijo una vocecilla tímida desde las escaleras de las chicas.

Una chica de tercero, pelirroja y con mejillas sonrosadas se llevo las manos a la boca con la carra llena de incredulidad.

James se levantó de inmediato del mullido asiento y sostuvo a la chiquilla antes de que resbalara por las escaleras.

– Mis padres… vivimos en Leeds… mis padres, mi hermano y yo… vivimos en Leeds…

La puerta de la sala común se abrió y por ella atravesó la profesora McGonagall con el semblante grave y una larga lista en sus manos.

Todos los alumnos sabían lo que significaba, era el funesto aviso que confirmaba todos los rumores en la prensa. Después del aviso no había vuelta atrás.

Y así McGonagall inicio la terrible encomienda.


El último de los alumnos salió de su despacho ya bien entrada la tarde. Dumbledore se retiró las gafas y afligido se llevo la mano al rostro.

Los últimos rayos de sol se posaron sobre su barba dándole un brillo etéreo. Era un mago fuerte, más fuerte que el promedio de aurores que ahora laboraba en el Ministerio, y eso ya era decir bastante… pero aún así…

Pensaba en sus alumnos, tan jóvenes y tener que sobrellevar tan terrible noticia. Con ellos ya sería casi la mitad de las familias de sus alumnos con parientes mestizos que eran atacadas.

– Dumbledore… – dijo una voz abatida desde la chimenea.

– Ministro – dijo el viejo mago mientras se colocaba las gafas sobre la nariz torcida.

– Por favor Dumbledore, no ponga esa cara, no usted, no ahora.

– ¿Qué han encontrado?

– Nada señor. Ningún indicio desde finales del mes pasado. Sabemos que fueron ellos – agregó con ironía – bueno, eso no es nada difícil. Ellos mismos dejan su marca bastante visible...

La mujer bajo la mirada en una expresión doliente.

– Dumbledore… hay algo más… gigantes… Dumbledore… tres gigantes estuvieron en Leeds el día de ayer… Barty esta reuniendo voluntarios para ir a las montañas. Pensábamos contar contigo para deshacernos de ellos.

– ¿Matarlos? – respondió asombrado el director.

– Dumbledore, estamos hablando de gigantes – dijo la mujer desesperada – seres con mucha fuerza, llenos de violencia.

– Aún asi...

– Comprendo, Dumbledore. Pero no hay remedio y ya tenemos dos grupos vigilándolos ¿Quizá alguno de tus profesores, crees que quieran ayudarnos?

– Puedes consultarlos, aunque estoy seguro de que perderás tu tiempo.


La puerta del despacho se abrió y el inconfundible olorcillo a poción pimentónica lleno la ganchuda nariz de Severus Snape.

Detrás del escritorio, Harry estaba sentado, leyendo sobre varias hojas de pergamino, aún con vapores saliéndole de las orejas.

– Toma demasiadas pociones – agregó serio contemplando al inefable. Aunque a pesar de ello no adquiría un mejor aspecto que en días pasados.

Harry miró fijamente a Severus, parecía meditar en silencio, tomando una decisión importante. Severus lo había encontrado de la misma manera las últimas semanas.

Su relación habían cambiado mucho desde Halloween. En apariencia parecían distantes, pero Severus ya no se sentía indiferente con respecto al profesor.

Sabía que aquello era solo conveniencia, después de todo, el hombre se beneficiaba de sus habilidades mágicas, tal como lo hacía todo el mundo, sin embargo, al mismo tiempo, parecía ponerse a mano con él. Haciéndole pequeños favores.

Como cuando le ayudaba a escabullirse cuando su señor lo convocaba.

Severus seguía sospechando que el profesor tenía alguna conexión con el Señor Tenebroso, aunque esto lo negara vehemente, pues sino, ¿por qué no lo habría delatado con el Director?

Ahí esta otra vez, pensó el muchacho. Severus sentía el peso de la mirada del maestro y sabía que buscaba algo, algo dentro de él que parecía muy importante.

Harry por su parte, sabía que lo que estaba a punto de hacer era muy riesgoso. Y podía sentirlo en lo pesados que se volvían los brazaletes en sus muñecas. Sus ojos se desviaron hacia las mangas que cubrían sus brazos, mismas que no había dejado de utilizar desde el momento en que había abandonado aquella habitación en la nada.

Nuevamente el verde brillante de sus ojos se topo con el ébano profundo de los de Snape. El profesor había tomado una decisión.

– Creo… que puedo contar contigo – sentenció el joven profesor finalmente, y una mueca de dolor apareció en su rostro – Si – daba la impresión intentaba convencerse –, puedo confiar en ti.

Severus pudo ver como Harry se levantaba del escritorio, dirigiéndose hacia un anaquel, del cual tomó varias hojas, permisos para la biblioteca, aunque el movimiento de sus manos se le antojaba torpe al Slytherin.

– Quiero que vayas con la señorita Pince – le dijo mientras las llenaba –, ella te dará 2 libros. Leerás los 5 primeros capítulos de cada uno para la próxima semana.

Severus se quedo de una pieza, no había esperado esas palabras, aunque en realidad daba la impresión de que el profesor había pensado en voz alta, y a la vez se sentía contrariado; sin querer admitirlo, extrañaría el refugio en el cual se había convertido su castigo con el señor Jhastrom.

– Creí que quería verme diario – replicó Snape con el entrecejo fruncido.

A Harry le sorprendió el comentario, pues miró extrañado al muchacho mientras le tendía las hojas que el chico seguía sin tomar.

– ¿Y que hay de las pociones? – insistió Severus, quien sabía que éstas eran consumidas durante el resto del día por su adicto profesor.

– Ya me ocuparé yo de conseguirlas de otra manera. Tú solo debes concentrarte en aprender el material.

Harry regresó a su escritorio y resopló harto de leer deberes. El Slytherin tomó la mochila que había hecho a un lado un tanto dolido y listo para abandonar la habitación.

– ¿Por qué no dejas eso aquí? Te prometo no husmear en tus cosas en lo que regresas con lo que te encargué – dijo Harry sin apartar la mirada de los papeles.

Severus dejó caer la mochila conmocionado – Creí que no me quería aquí.

– ¿Qué te hizo pensar eso? Sólo cambiaremos un poco tus actividades, pero sigue siendo un castigo – dijo Harry, aunque ambos sabía que hacia semanas que no era así.

Un calorcillo surgió desde le pecho del adolescente y afloró hacia sus mejillas. Sin mas, el muchacho abandonó el despacho cerrando suavemente la puerta tras de si.

– Nunca te has preguntado – dijo una voz dulzona desde la cornisa de la ventana – ¿cuál es el inicio de la paradoja?

Harry se giró sobre si mismo, ya con la varita lista para atacar, ¡No había sentido a nadie ahí hacia un momento!

El fantasma de una mujer rubia, de ojos grandes y cabello rizado se deslizó desde la ventana.

– Veo que dejaste a la señorita Trelawney – dijo Harry guardando la varita.

– Por ahora – susurró el fantasma, flotando hacia Harry – Hubo un cambio, supe que actuarías la próxima vez que me vieras.

– Por eso te has ocultado de mi – Harry apuntó con la varita al espectro, una halo dorado la rodeo, mismo que se extendió por una hebra que salía hacia el piso superior.

– Aún no te has deslindado como te lo pedí, y ahora tengo libertad de actuar – Harry volvió a apuntar con la varita.

– ¿Estás seguro que quieres hacer eso? – dijo confiada la fantasma sonriéndole indulgentemente – ¿Qué te dicen esos útiles brazaletes?

La mano de Harry que apuntaba con la varita tembló ligeramente, como si hubiera cambiado nuevamente el peso de su muñeca. Harry bajó la varita estupefacto.

¡¿Cómo es que sabía de eso?!


La muchacha del ministerio le sonrío apacible, el manto gris se transformó en la túnica oficial del ministerio y en sus manos apareció el mismo pergamino y pluma con las que había escrito información la noche de su llegada.

Normalmente les toma más tiempo recordarnos, pero tú siempre fuiste un caso especial. Aún en nuestros pasados encuentros.

Veo que recuerdas nuestra última vez Harry Potter, no muchos tienen esa habilidad, es una pena que sea nuestro último contacto, por una cosa o por otra.

No comprendo, puedes… yo creí que…

Oclumancia, es buena con tus semejantes, pero nosotros no somos afectados por ella – la chica comenzó a cambiar de forma, el manto gris la cubría, casi por completo, solo sus manos y rostro al descubierto. Las señales inequívocas de su sexo desaparecieron y su estatura menuda se alargó para quedar exactamente a la misma altura y complexión de Harry.

La naturaleza de nuestra existencia nos ayuda con mortales como tú – agregó, ya no con la voz de chica, sino con una mezcla de voces de hombre y mujer – Harry Potter, estamos aquí para guiarte a devolver el equilibrio…

Sus manos, con suaves movimientos apuntaron hacia la balanza de platino, que también mudaba de forma y masa. Con un suave movimiento guió la sustancia parecida al mercurio hacia Harry, quien se había quedado paralizado.

Una brisa retiró las mangas de su túnica, dejando al descubierto sus muñecas.

... una vez más.

Harry sintió como su cuerpo se entumecía, y la vista se le nublaba. A lo lejos, alcanzó a escuchar el eco de la chica

Y cuando hayas recuperado la estabilidad, te dejaremos en libertad.

Al despertar, se hallaba en el pasillo del Departamento de misterios donde había sido atacado, sin ningún rasguño adicional y con dos pesados brazaletes de platino aprisionándole las muñecas.