Capítulo 22:

Kagome lo miró despavorida, sus ojos inocentes demostraban ante el detestable hombre el miedo que de pronto la embargó. Se incorporó levemente sobre el asiento, mirando por sobre Naraku que sonreía abiertamente mostrando su blanca dentadura y viendo a Inuyasha que aún se revolvía en el cemento. Esa imagen le causó más pánico que el destino de su propia persona.

- Ya vámonos- Dijo con voz potente el hombre al tiempo que chasqueaba los dedos. Los dos que iban adelante rieron de buena gana cuando pasaron sobre la motocicleta dejándola totalmente destrozada sobre la calle. El ruido del pequeño vehículo destrozado, junto con el rechinar de los neumáticos, hizo que Kikyo saliera a mirar afuera para ver qué sucedía. Desde lo alto de las escaleras del templo vio al joven chico más muerto que vivo y corrió en su ayuda.

- Kagome... Kagome... - Murmuró casi en estado de delirio. Kikyo se agachó hasta él y le tomó la cabeza. El chico intentó levantarse al sentir las manos de la mujer sobre su cara, tratando de limpiar la sangre que aún brotaba de sus rotos labios.

- Tranquilo... tranquilo... – Respondió suavemente Kikyo. Inuyasha apoyó ambas manos en el cemento y levantó la cabeza pero las fuerzas de sus brazos fallaron y quedó nuevamente tendido en el suelo. Kikyo puso la cabeza del muchacho sobre su regazo mientras limpiaba la sangre.

- Kagome... debo ir...

- ¿Kagome?... ¿Qué sucede con ella?- Recién en ese momento ató cabos de lo que había sucedido. Sus ojos se posaron con un poco de inquietud sobre la motocicleta a mitad de la calle y luego miró seriamente a Inuyasha.- ¿Le pasó algo?

- Naraku... maldito...

Kikyo detuvo en seco su maniobra de limpiar la sangre. Lo miró abriendo de par en par los ojos.

- ¿Naraku? Dices... ¿Naraku estuvo aquí?

Inuyasha cerró los ojos y en su mente se agolparon los últimos sucesos. Él esperando a Kagome y luego, el secuestro.

- Maldición- Se dijo lleno se rabia entre dientes- la culpa... es de Sesshoumaru...

Kikyo se levantó lentamente y lo miró asustada.

- ¡Dónde esta Kagome?- Preguntó incrédula. Él la miró por primera vez, la verdad es que hasta le sorprendía un poco la reacción de la hermana mayor de Kagome. Ella lucía bastante preocupada.

- Él se la llevó... – Inuyasha se levantó al fin tambaleando un poco y se llevó las manos al estómago, mientras pasaba una vez más la manga de su casaca por los labios, quitando restos de sangre.- y todo... es por la culpa de ustedes... tú y Sesshoumaru...

Ella respiró profundamente.

- ¡Qué diablos tengo yo que ver en esto!

El chico dirigió su mirada hasta la calle, donde yacía su motocicleta.

- Venganza... es eso lo que el maldito cobró.- Sus ojos dorados se clavaron con rabia e impotencia sobre los de Kikyo, que intentó mostrar que a ella esa mirada no le intimidaba, pero no soportó mucho y desvió la vista, hacia lo alto de las escaleras del templo.

- Llamaré a la policía- Subió presurosa los escalones dejando al muchacho aún con el recuerdo de ver a Kagome en manos de un maldito que él conocía bien hasta dónde era capaz de llegar.

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A medio camino uno de los acompañantes de Naraku arrancó con brusquedad la cinta adhesiva de sus labios y tan pronto como lo hizo puso un pañuelo con formalina en su nariz lo que hizo que en segundos Kagome perdiera la conciencia.

Cuando abrió los ojos sentía un horrible dolor de cabeza y al intentar incorporarse se dio cuenta lo muy débil que se encontraba. Miró con detenimiento la habitación, lujosamente decorada e intentó recordar porqué ella estaba en un lugar así, que le era totalmente desconocido. Al recordar los últimos acontecimientos, abrió los ojos con pavor y volvió a incorporarse sobre la cama. El esfuerzo de mantenerse sentada la hizo de pronto sentir náuseas que la obligó a levantarse y caminar, apoyada en la pared, hasta la pequeña habitación que estaba en frente y que era el baño.

Lavó su cara y se miró en el espejo. Su estado, lo sabía, no era alentador. Metió la mano en el bolsillo de su abrigo y con algo más de alivio encontró aún la perla, que volvía a tornarse oscura. Suspiró nuevamente con algo de dificultad. Dirigió lentamente sus pasos hasta la puerta de la habitación pero, como era lógico, esta estaba asegurada.

- Oh, Inuyasha... - Murmuró sin poder evitar sentir un nudo en la garganta. Se abrazó a si misma mientras se dejaba caer en el piso y un intenso dolor en el pecho se clavó esta vez como una espina.-... tengo miedo... miedo... - Miró hacia la ventana desde donde se veía el cielo gris y la lluvia allá afuera arreciaba completamente.

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- Nada - Respondió el policía mirando a la Señora Higurashi que se encontraba sentada en la silla de la cocina y sostenía la mano de Kikyo, que permanecía de pie a su lado.

- ¡Pero qué demonios!!- Inuyasha se mordió el labio al ver la cara de desesperación de la mujer, que ahora se llevaba las manos al rostro y sollozaba inconsolablemente. Kikyo acariciaba su espalda mirando a Inuyasha enojada. El joven movió la cabeza exasperado mientras intentaba guiar al policía hacia el pasillo.

- Escúcheme bien... cómo es posible que aún no la hayan encontrado!! Le dije que la tiene ese hombre llamado Naraku!!

- Y esa es su versión...

Inuyasha lo miró con rabia.

- ¡¡¿Cree acaso que me golpeé solo??!!

- Escúcheme bien. Ayer le dijimos que esto podría tardar. Hemos buscado al señor Naraku pero en ninguna de sus residencias hemos encontrado algo.

El joven se llevó la palma de la mano hasta la frente mientras intentaba darse paciencia ante la incompetencia claramente evidente de la policía de Tokio. El policía dio por terminada su ronda de información y se marchó, dejando a todos con un dejo de desesperanza que aturdía y agobiaba enormemente. Inuyasha miró con dolor nuevamente a la madre de Kagome que lloraba sin cesar y salió deprisa.

Cuando llegó a su departamento hizo una llamada telefónica a Miroku, que luego de algunos cuantos minutos golpeó a su puerta mirándolo seriamente.

- Gracias por venir - Dijo Inuyasha dejándolo entrar y mirándolo con ansiedad.

- Soy tu amigo, sabes que te ayudaría... aunque sea... una locura- Las últimas palabras fueron dichas casi en un murmullo que hizo que Inuyasha detuviera en seco su ida y venida hacia la cocina.

- Sé... - Se paró en seco frente a su amigo-... que puede ser una locura el que quiera recuperar a Kagome con mis propias manos... pero... ¿acaso tú no harías lo mismo por la mujer que amas?

Miroku lo miró asintiendo levemente¿cómo no hacerlo si imaginaba a su querida Sango en las mismas circunstancias?? Apretó los puños con furia de sólo imaginar tal situación y luego miró a Inuyasha decididamente.

- Vamos.

Ambos se prepararon igual que aquella vez, bajo circunstancias totalmente opuestas, realizaron el mismo ritual, aunque con bastante más gana y nerviosismo que aquella lejana noche en que secuestraron a Kagome. Esta vez la situación era bastante diferente y demasiado peligrosa. Inuyasha sacó de un mueble con llave del comedor una pequeña arma que brilló a la luz de la ampolleta.

- ¿Y dónde iremos? Si la policía ha dicho que ha revisado todas las casas de ese maldito...- Preguntó Miroku colocando un pequeño cuchillo en su cinturón.

- Las volveremos a revisar... - Respondió apresuradamente el joven de dorado mirar, al tiempo que se colocaba una gruesa chaqueta negra y guardaba la pequeña arma dentro del bolsillo de la ésta. Se escuchó de pronto el timbre y ambos detuvieron su acción mirándose interrogativamente. Ninguno de los dos movió un solo músculo. El timbre volvió a sonar e Inuyasha caminó luego lentamente y abrió, para encontrarse con una mujer de anteojos oscuros e impermeable café largo hasta los talones. Arrugó el ceño no reconociéndola al principio hasta cuando esta se sacó las gafas y dio un paso hacia el interior.

- ¿Kikyo?- Preguntó sorprendido, luego miró a Miroku que levantaba una ceja demostrando al igual que él que estaba sorprendido. La mujer cerró la puerta tras de sí.

- Sé lo que pretendes... y si la policía dice que no encontró rastros en las casas de Naraku es porque es cierto... sin embargo... él tiene una casa que es conocida sólo por unos pocos... incluso no está a su nombre... sino al de su primera esposa... Kagura...

Los jóvenes la miraron detenidamente.

- ¿Vienes a decirme dónde esta esa casa?- Preguntó con ansias Inuyasha. La mujer sonrió un poco a medias.

- Es la primera vez que me sonríes- Reprochó ésta igual con una pequeña sonrisa. Inuyasha respiró profundamente.- pero no te lo diré... iré con ustedes... es difícil de llegar...

- ¡No! No irás...

- Iré... es mi hermana y le debo... le debo siquiera esto- Murmuró amargamente colocándose de nuevo las gafas. Los muchachos se miraron y luego Inuyasha asintió.

- Esta bien, vamos.

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Ya habían pasado dos días desde que estaba encerrada en aquella habitación. No había probado comida porque en cuanto una mucama llegaba y la dejaba sobre la mesita de escritorio, las nauseas volvían y corría directamente hasta el baño. De Naraku no había ni señas, al menos no la había molestado, había estado todo el tiempo sola y la mayor parte del tiempo se sentaba en el suelo con las rodillas flexionadas sobre la frente y la perla en su mano intentando orar por mantenerla pura con su poder espiritual. A veces se levantaba caminando lentamente hasta los ventanales y desde allí lo único que podía ver era un precipicio y el mar, en que allá, muy abajo, sus olas chocaban fuertemente sobre las rocas. La primera vez que lo vio recordó aquella terrible noche en que intentó suicidarse, para acabar con su dolor y tormento. Un escalofrío la invadió, se abrazó y reprochó a si misma por haber tenido semejante pensamiento aquella vez.

Otra vez llovía incesantemente y el rugir de las olas se escuchaba fuertemente que retumbaba a través de todo el lugar. Había tormenta.

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Bajaron del automóvil mirando hacia la colina que en su cima se establecía una moderna mansión de tres pisos, de estilo europeo. La noche era demasiado oscura y la lluvia y el viento chocaban sin piedad sobre los cuerpos de los tres jóvenes.

- ¿Aquí?- Preguntó nerviosamente Miroku. La verdad es que no podía evitarlo, todo se veía bastante peligroso.

- Vamos- Dijo Kikyo echándose a caminar rápidamente. Para llegar al lugar tuvieron que cruzar un pequeño sendero, puesto que según ella, si iban directo por el camino hasta la casa iban a ser sorprendidos por las cámaras de vigilancia que Naraku tenía en casi todas partes.

- ¿Cámaras de seguridad?- Repitió Inuyasha intrigado.

La mujer se detuvo justo cuando llegaron a un costado de la casa y miró seriamente a Inuyasha.

- Las hay por casi todos lados... déjame entrar primero... trataré de convencerlo... y averiguaré dónde esta Kagome... si él no cede... vendré a decirte para que la rescates, yo me ocupo de Naraku.

Inuyasha asintió y Kikyo los dejó, caminando hasta la entrada, tocó el timbre y enseguida la puerta se abrió.

- Este lugar es bastante siniestro- Murmuró Miroku abrigándose un poco aunque de nada servía si tenía la lluvia cayendo directo sobre su cabeza.

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- Kikyo... - Dijo el hombre sentado en un cómodo sofá con amplio respaldo, junto a una chimenea. La mujer estilaba agua a chorros y lo miró sin expresión.

- Quiero que dejes a Kagome libre, si quieres vengarte, hazlo conmigo.- La voz de Kikyo no demostraba emoción alguna, pero en verdad la mujer le temía a este hombre, había estado casi un año a su lado y conocía como actuaba.

Naraku se levantó sonriendo ampliamente y la miró con burla.

- Jajaja¿cree que me tomaré la molestia contigo nuevamente? Bastante cara me haz salido... y mentirosa...

Kikyo se pasó una mano por la frente sacando una gota de agua que había caído de su flequillo, lo miró sin expresión aun, quería demostrarle, como siempre, que ella no le temía.

- Pero el problema es conmigo, deja a mi hermana.

El tono de voz de ella era más de orden que de súplica y eso irritó en extremo al hombre, que cambió la sonrisa burlona de su rostro a uno más enojado, irritado. Se acercó a ella lentamente y Kikyo tragó saliva dolorosamente, pero enfrentó su mirada de odio con la suya, debía siempre demostrarle que no le temía.

- En verdad eres una basura... - Murmuró entre dientes Naraku cuando se acercó lo suficiente hasta ella y le habló junto al oído. Kikyo no pudo evitarlo y un involuntario temblor en su cuerpo la embargó. El hombre notó esta reacción y se alejó un poco sonriendo nuevamente, triunfal.- pero me he dado cuenta... que esa muchacha podría ayudarme a limpiar mi imagen...

La mujer frunció el ceño, enojada.

- ¿De qué estas hablando?

- La necesito... la quiero para mí... tiene mejor reputación que tú, mi querida Kikyo.

- No puedes obligarla a estar a tu lado.

- Yo lo puedo todo.

Kikyo lo miró esta vez con rabia.

- Déjame verla entonces.- Dijo al fin. Naraku la miró unos segundos, pensativamente, al final accedió.

- Te acompañaré... pero sólo la verás unos segundos.

Caminó hasta el pasillo seguido de ella y subió las largas escaleras hasta quedar frente a la puerta de un cuarto. Sacó las llaves que guardaba en el bolsillo y abrió.

La vieron sentada en el piso junto a la ventana, dormitando. Kikyo caminó presurosa hasta ella y se arrodilló a su lado.

- Kagome, Kagome... - Le tomó la cara y la chica comenzó a abrir lentamente los ojos. Parecía realmente enferma.

- Ki.. Kyo...

La mujer pasó una mano por la frente y la quitó enseguida.

- ¡¡Ella tiene fiebre!!!

El hombre apretó los puños con rabia.

- Ya fue suficiente, sal de aquí.

Kikyo lo miró enojada y desafiante.

- ¡No! No ahora que ella esta así! No la dejaré sola!

Naraku llamó a los guardaespaldas que enseguida aparecieron, tomando a Kikyo fuertemente por los brazos y obligándola a levantarse.

- No! Suéltame estúpido!!

La arrastraron hasta las afueras de la casa y cerraron las grandes puertas casi en sus narices. La lluvia caía intensamente y Kikyo caminó de nuevo presurosa hasta Inuyasha y Miroku.

- ¿La viste?... ¿Cómo esta?... ¿Esta bien?- Preguntó atropelladamente Inuyasha.

- La vi, esta en una de las habitaciones que da al acantilado. – Respondió seriamente.

- Ahhh, eso se hace más difícil, tendremos que rescatarla por la cornisa- Acotó Miroku demasiado preocupado.

- ¿Esta bien, verdad?... ¿Le dijiste que la vamos a sacar de allí...?- Preguntó ansioso Inuyasha, pero el rostro de Kikyo estaba demasiado serio. Ella se mordió los labios y desvió la mirada.- pasa... ¿algo?

- Tiene fiebre, no pude hablar con ella.

Inuyasha retuvo el aire impresionado, la miró con intenciones de hacerle mil preguntas, pero el silencio de ella le denotaba que no sabía nada más. Sintió deseos incontrolables de matar a aquel maldito por provocar en Kagome un sufrimiento más. Apretó los puños con mucha fuerza y luego de unos segundos miró a Miroku, decidido.

- Este es el plan.

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- Esta muy débil... - Sentenció una joven mirando a Kagome que yacía sobre la cama y que la miraba sin brillo en sus ojos.- debe ser porque no ha querido comer en los días que ha estado aquí.

Naraku sonrió.

- Que muchacha tan caprichosa, cree que con huelga de hambre podrá salir de aquí.- Se acercó hasta ella mientras la sirvienta se alejaba. Naraku se sentó al borde de la cama y le tomó la cara.- no creas que con estos berrinches vas a lograr librarte de mí... ya eres mía, no te dejaré escapar.

Se levantó sin decir más y salió de la habitación seguido de la sirvienta. Kagome sacó del bolsillo del abrigo que ahora estaba tendido sobre la cama, la perla de shikkon, que estaba muy purificada, con su verdadero color rosa pálido. Sonrió satisfecha, al fin la había vuelto a la normalidad, había dado toda su energía espiritual para lograrlo hasta quedar en las condiciones que se encontraba. Pero valía la pena, si era su guardiana, esa era su misión.

De pronto escuchó un fuerte golpe y la ventana se abrió arreciendo con un fuerte viento sobre la habitación que hizo a Kagome cubrirse la cara asustada.

- ¡Kagome!

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Kikyo volvió a tocar la puerta pero esta vez no iba sola, a su lado Miroku la acompañaba.

- Tengo un mal presentimiento- Dijo de pronto la ex sacerdotisa, esperando mientras tanto que las puertas fueran abiertas. El joven la miró pero antes de decir algo esta se abrió.

- He traído un médico para mi hermana.- Dijo cortante a una sirvienta y entró sin ser invitada seguida de Miroku.

A mitad del pasillo fueron interceptados por Naraku que la miró extrañado y con el ceño arrugado.

- ¿Kikyo?... ¿Qué hacen aquí?!- El tono de su voz era de sorpresa e irritación, el que sus medidas de seguridad fueran tan vulnerables como para permitir la entrada de aquella mujer con un extraño lo descolocó un poco.

- He traído un médico- Respondió apresuradamente.

- Pero veo que usted no luce muy saludable- Dijo de pronto Miroku mirando a Naraku y tratando de no aparentar miedo cuando vio que dos tipos se acercaban al siniestro hombre.

- Pero... ¡¡qué dice!!- Respondió exasperado, pero Miroku se acercó hasta él y le tomó la muñeca, aparentando tomarle el pulso.

- Espere, no hable... - Le dijo mientras hacía que contaba las pulsaciones de su muñeca, intentado de alguna manera ganar algo de tiempo mientras Inuyasha sacaba a Kagome de la habitación. Pero el hombre luego de unos segundos se soltó de su mano y los miró rojo de rabia.

- ¡Usted no es médico! Ni siquiera lleva maletín!

Kikyo suspiró derrotada, sabía que no iba a funcionar. Los hombres intentaron abalanzarse hacia ellos pero Miroku sacó rápidamente la cuchilla de su cinturón.

- Alto amigos, no se atrevan.

Hizo un gesto para que Kikyo se colocara detrás de él, pero de pronto vieron con horror que los hombres sacaban de sus chaquetas cada uno una pequeña pistola y les apuntaban directamente.

- Jaja, se nota la desesperación del que urdió este estúpido plan.- Dijo Naraku mirándolos con burla. Hizo una seña para que unos de los guardaespaldas lo siguiera mientras el otro se quedaba apuntando a los jóvenes.

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Ella abrió los ojos impresionada y de inmediato miró de donde venía la voz. Allí estaba Inuyasha, que saltaba del marco de la ventana y corría hasta ella.

- ¡¡Inuyasha!!

Apenas se incorporó en la cama pero Inuyasha se arrodilló a su lado, le tomó la cara con ambas manos y la besó fuertemente. Ella lloró de felicidad y se aferró a él respondiendo a sus ansiosos besos, acariciando su cara, como queriendo darse cuenta que él estaba ahí, que era realidad.

- Inuyasha, viniste.- Sollozó entre sus labios y el chico la miró fijamente.

- ¿Crees que te dejaría así tan fácilmente?- Le habló con una pequeña sonrisa para alentarla ya que al verla en las condiciones de salud en que se encontraba se había asustado.- Mi Kagome... sabes que jamás te dejaría...

Kagome sonrió aún llorosa pero agradecida y le acarició el largo cabello. Se escuchó de pronto voces que se acercaban en el pasillo e Inuyasha miró despavorido hasta la puerta.

- Es hora, vamos... - Tomó ambas manos y la obligó a ponerse de pie. Kagome lo hizo pero respiraba muy fuertemente, tomó rápidamente su abrigo y apenas alcanzó a poner una manga.

- ¿Por donde saldremos?- Pregunto preocupada, mirando a Inuyasha. El chico mantenía tensa la mandíbula y miraba aún hacia la puerta. Al escuchar la pregunta de Kagome la miró y cambió el rostro.

- Por la ventana, sólo debes seguirme.- Kagome lo miró sin decir palabra-... confía en mi.

- Claro que sí. - Respondió ella apresuradamente.

Inuyasha caminó hasta la ventana y luego salió por el mismo lugar donde había entrado. Se puso de pie junto a la delgada cornisa, afirmándose muy fuerte a la pared.

- Vamos Kagome.- Tendió su mano para que ella tomara impulso. Kagome se afirmó fuertemente hasta la pared, no podía evitar sentir vértigo al darse cuenta que las olas chocaban fuertemente contra los roquerios allá abajo. Sintió nauseas y cerró los ojos.

- Ahora no, ahora no... - Murmuró suavemente. Sintió la mano de Inuyasha sobre una de las suyas y ella trató de sonreír, en el instante que quiso avanzar escuchó que la puerta de la habitación se abría y entonces con horror, vio la cara de Naraku asomándose.

- Ah! Lo sabía!!- Gritó el hombre enojado. En eso llamó a Hakudoushi, su fiel guardaespaldas.- apúntale a él, a ella la quiero viva.

El otro sonrió maquiavélicamente mientras apuntaba con la mirilla hasta Inuyasha, y en el momento que hizo el disparo, que rozó la pared, pero muy cerca del muchacho, Kagome perdió el equilibrio pero alcanzó a sujetarse con la cornisa.

- Ah!, Kagome!- Inuyasha vio el rostro lloroso de la muchacha que se aferraba con sus dedos casi blancos por la presión de sujetarse en el cemento y el cuerpo entero colgando, si ella se soltaba, caería al acantilado. En un momento desesperado Inuyasha sacó el arma que tenía bajo su chaqueta y disparó, haciendo que ambos hombres buscaran protección dentro de la alcoba. Inuyasha se agachó lentamente y aferrando una mano a la ventana de otra alcoba y la otra ofreciéndosela a Kagome.

- Vamos amor, dame la mano, vamos, tú puedes.

Ella estiró su mano y logró alcanzarla, con un fuerte impulso él la tuvo en uno segundos de nuevo, a su lado, aferrado con una mano a su cintura y besándole la frente.

- Vamos... - Murmuró nervioso sobre su muy cálida frente, la miró luego asustado a los ojos, ella los tenía muy rojizos. Quiso preguntar si sentía bien pero el momento no lo ameritaba ahora. El viento de la tormenta los golpeó con fuerza y el abrigo de Kagome cayó volando hasta el mar. Ella suspiró pesadamente sin decir nada y enrolló sólo un brazo al cuello del muchacho, que intentaba avanzar con ella acuestas a duras penas. Se escuchó de pronto un nuevo disparo pero éste provenía del interior de la casa. Cuando salieron del costado del precipicio e Inuyasha vio que ya era hora de bajar, la cuerda que había puesto para subir aún estaba ahí así que intentó que ella bajara pero la Kagome se veía en extremo pálida y ya casi no podía mantenerse en pie.

- Vamos Kagome... sólo esto... ya falta poco... Kagome- Intentó hablarle y ella volvía a mirarlo con una pequeña sonrisa. Asintió levemente y con ayuda de él, bajó por la cuerda. Enseguida Inuyasha bajó y en el momento que puso un pie se escucharon sirenas que se aproximaron rápidamente hasta la mansión. Era la policía.

- Ahora estos malditos sabrán, llamé a la policía antes de... - Dijo Inuyasha, cuando miró a Kagome, la chica se aferró a él.

- Ya... ya no puedo... - Murmuró. Él la miró con ojos muy abiertos mientras ella perdía la fuerza en sus piernas, antes que cayera la tomó en brazos y luego vio con horror como la sangre corría por sus piernas, Kagome perdió el conocimiento.

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Junto a la madre de Kagome y Miroku, esperaron en sala de espera del hospital. Inuyasha sentía que si no sabía algo de Kagome moriría de angustia. La puerta se abrió luego de varias horas sin noticias.

- Doctor, doctor... - Suplicó la mujer al médico con ojos llorosos. El hombre la miró con tristeza, no podía evitarlo, una doble desgracia.

- Ambas estan en estado crítico... corren... peligro de vida...

La mujer se echó a llorar desesperada. Inuyasha sintió que el corazón se paralizaba.

- Y Kagome... – Prosiguió el médico.

Inuyasha lo escuchó atentamente, mirándolo ansioso, esperando lo que el galeno iba a acotar.

- No ha perdido al bebé... no sé... es un milagro que aún este con vida, dada las circunstancias.

Se produjo un profundo silencio, la madre de Kagome lo miró llorosa levantando la cabeza de su pañuelo.

- ¿Qué dice?!- Preguntó casi sin voz Inuyasha. El hombre los miró y se dio cuenta que nadie sabía lo que acababa de decir.

- Lo siento... pero tiene, al parecer, dos semanas.

Inuyasha no supo si reír o llorar. Kagome estaba en riesgo de vida pero estaba embarazada. Intentó sonreír pero en vez de eso un desconsolador llanto se escapó de sus labios y Miroku, viendo por primera vez a su amigo en esa forma, lo abrazó fuertemente.

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- Kagome...

Ella entreabrió los ojos débilmente y lo miró.

- Inu... yasha... - La voz de más muerta que viva hizo que al muchacho se le helara la sangre. Sintió deseos de llorar nuevamente, pero se mordió el labio y trató de sonreír.

- Oye... me contaron que...

- Un bebé... - Murmuró ella respirando dificultosamente. Lo vio esbozar una pequeña sonrisa y tomó una de sus ya heladas manos.

- Lo sabías.

- Quiero... quiero... decirte que... fui feliz... a tu lado...

Inuyasha sintió de pronto que las lágrimas se agolpaban a sus ojos, intentó mantenerse firme, pero ella, parecía que se despedía.

- Ya, no digas eso.- Respondió apenas ahogando un sollozo de dolor. Kagome sonrió débilmente.

- Tú... me salvaste... del... infierno... en que vivía...

El muchacho sintió las piernas temblar y se arrodilló en el suelo, sujetando su mano fuertemente, llevándosela a la boca, besándola repetidas veces.

- No hables así, Kagome, no fui yo quien te salvó, tú me salvaste, fuiste tú, siempre tú.

- No... tú... les demostraste... que no tengo... el corazón de... piedra... y me... lo demostraste... a mí... también.

- No, no hables así, no digas eso, todavía nos espera muchas cosas juntos, lo sabes. Yo ya lo había pensado, iba a pedirte, que te casaras conmigo... lo haremos ¿verdad que si¿Verdad?... Te casarás conmigo¿no es cierto?- Sus palabras salían precipitadamente de su boca e intentaba convencerse que todo lo que decía iba a ser verdad. Ella sonrió débilmente y luego cerró los ojos.

- No... - Murmuró Inuyasha con un dolor tan grande en la garganta que apenas podía hablar.- Kagome... ¡¡¡Kagome!!!!!!!!

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Bajó del elegante auto con un elegante e impecable traje negro y gafas oscuras que ocultaban aquellos hermosos ojos dorados adornados ahora por el rojizo de las lágrimas y la angustia vivida. Miró en dirección al grupo de personas, todas vestidas de negro, alrededor de un ataúd café de madera de roble y cubierto con muchas flores. Caminó a paso lento por el pasto del cementerio hasta llegar al grupo, que se encontraba dando una última oración, y luego, la madre de Kagome demacrada y llorosa, puso un clavel blanco sobre el ataúd. Inuyasha suspiró cansadamente mientras sentía que su mano era entrelazada por finos y cálidos dedos. Miró a su lado dando una pequeña sonrisa.

- Ella esta mejor, lo sé - Dijo el chico. Imaginó aquella escena como Miroku se lo había contado. La mujer abalanzándose hasta el guardaespaldas de Naraku que éste, nervioso, disparó y la bala se adentró en su pecho. Cayó al suelo y Miroku tomó el arma rápidamente. Momentos más tarde Naraku y Hakudoushi bajaron alertados por el disparo, pero Miroku ya los esperaba al bajar las escaleras y tomó muy fuerte a Naraku por el cuello, mientras le apuntaba con el arma en la espalda. Los segundos pasaron rápidamente hasta que la policía entró en el lugar, tomando a Naraku preso y Miroku en ayuda de Kikyo que ya estaba casi desangrada.

- Mamá nunca lo sabrá... me refiero... a lo de Kikyo... – Dijo Kagome levemente mirando de reojo a su madre.

La muchacha soltó su mano y avanzó un paso para colocar otro clavel en el ataúd, mientras éste bajaba lentamente. Miró con tristeza y pena como su hermana se iba definitivamente de este mundo. Comenzó a sollozar de pena y luego sintió como Inuyasha la abrazaba fuertemente mientras ella escondía la cara en su pecho.

- Tranquila... tranquila... – Murmuró el joven mientras acariciaba su cabello. Vio como cada una de las personas se fue marchando, hasta que quedaron solos, muy abrazados, frente a la tumba de Kikyo.

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Un mes más tarde un pequeño grupo de personas se encontraban reunidas frente a la inmensa laguna, en el bosque, en las afueras de la cabaña de Inuyasha. Ahí estaban Sango y Miroku, el anciano Myoga quien conversaba con la madre de Kagome, Kouga y Ayame junto a Tsubaki y otros compañeros más de curso, celebrando la pequeña boda. Los rayos de sol alumbraban débilmente en el horizonte pero la brisa era cálida y denotaba que el verano ésta vez si se sentiría sobre el país. Todos conversaban amenamente y algunos bailaban. Kagome e Inuyasha estaban de pie, uno frente al otro, sobre el pequeño muelle. Ella vestía un fino y vaporoso vestido blanco simple, y su único adorno era una flor que antes de la ceremonia, el muchacho que ahora era su esposo, había puesto en su negro cabello, dando un contraste tan exquisito que magnificaba aún más su belleza. Inuyasha vestido con el tradicional traje negro y corbata oscura, la miraba con una sonrisa radiante. Jamás había sido tan feliz y la adoraba. Besó su mano que ahora llevaba un anillo de bodas en el dedo y ella acarició su cabello.

- Pero sólo estaremos aquí en las vacaciones...

- Lo sé... el trayecto a la universidad sería bastante maratónico¿no?.

Kagome rió abiertamente.

- Eres un loco.

- Lo sé.

Con un ademán la atrajo hasta él y la abrazó fuertemente.

- Nunca te separes de mí... porque si eso sucede, moriré.

El tono de voz de Inuyasha dejó de ser bromista para convertirse en uno casi de suplica. Kagome asintió con una pequeña sonrisa, luego se incorporó para mirarlo igual con seriedad.

- No lo haré, jamás.

El muchacho sonrió abiertamente mientras colocaba una mano en su aún plano estómago, mirando a Kagome intensamente. Cuán ansiosos estaban para que el pequeño los colmara aún más de felicidad.

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La perla se mecía en los abismos del océano de un color muy pálido. Su misión, por esta época, había terminado, al fin su finalidad era concretada, unir dos corazones. En 500 años más volvería aparecer, porque como dijo el anciano, las historias se repiten... y la perla se hundió más en la arena fangosa del mar, para dormir por varios siglos, en las inconmensurables vastedades del océano pacífico.

FIN


N/A: Gracias por leer y por todos sus comentarios. Si alguien quiere publicar este fic en otra página o foro, ruego que primero me envien un mail para avisarme. De lo contrario luego me llegan noticias de "plagio" y eso realmente me enfurece, entiendan, escribir todo esto es bastante sacrificado y no es justo que después otras personas lo hagan pasar como propios.

Gracias por todo.

Lady Sakura Lee