Disclaimer: Los personajes no son míos. Sólo los que he aportado de mi propia cosecha. Tampoco recibo a cambio retribución alguna más que vuestros reviews.

CAPITULO I
La estrella de los Chudley Cannons

Descendió por las polvorientas escaleras entusiasmado, sin que a pesar de todo pudiera evitar un acceso de tos cuando imperceptibles partículas que impregnaban el ambiente se adhirieron a su garganta. Bajó el último tramo y se enfrentó al amplio sótano. Berton no le había dicho por dónde empezar a buscar. Pero las encontraría, ¡vaya si las encontraría! Aunque se ahogara en polvo. En el grandioso sótano bajo el estadio había de todo: desde partes de tribunas carcomidas por las termitas, viejas banderolas, polvorientos cojines de los antiguos asientos del estadio antes de que fuera remodelado, podridos y destripados por el paso del tiempo, viejos carritos voladores dónde los vendedores ambulantes transportaban sus golosinas, un viejo marcador, hasta aros en los que alguna vez habían brillado los colores del equipo. Su equipo.

Harry Potter sonrió para sí mismo, feliz. Por primera vez en su vida estaba haciendo lo que él deseaba, con la agradable sensación de haber recuperado el control de su existencia; más bien de haberlo asumido por primera vez, porque nunca antes había sido suyo. Semanas después de haber derrotado al Señor Oscuro se había sentido desorientado, sumido en una profunda depresión. La presión de los últimos meses; el agotamiento, físico y psíquico, como consecuencia de los intensos entrenamientos a los que había sido sometido; a la tensión previa a su enfrentamiento con Voldemort. A la dura lucha después, cuando peleó por los demás, sí, pero ante todo defendió su vida, porque era la del mago oscuro o la suya. Después, Harry se derrumbó. Parecía que una vez cumplido con lo que era el objetivo de su existencia, tras haber complacido a todo el mundo, no había nada que pudiera satisfacerle a él. Tenía diecisiete años, seguía vivo contra todo pronóstico y con toda una vida por delante. Pero no sabía que hacer con ella.

Desde el Ministerio intentaron convencerle para que tomara la carrera de auror o, por lo menos, se integrara en algún departamento del Ministerio donde pudiera aprovechar y desarrollar sus innatas cualidades para la Defensa contra las Artes Oscuras. Todavía quedaban seguidores de Voldemort que no habían podido ser capturados. Pero Harry Potter, el Niño que Vivió y el Joven que Venció, no sentía el menor deseo de seguir luchando. Deseaba paz. Olvidar. Quería sentirse libre. Levantarse por la mañana disfrutando de no sentir la responsabilidad de tener que salvar al mundo. Sin notar la garra que había estado durante tanto tiempo atenazando su garganta, ahogándole. Sin el peso que había soportado sobre sus jóvenes hombros durante demasiados años.

Harry nunca supo la preocupación que había acarreado su actitud. Las dudas, la inquietud de los que entonces se daban cuenta de que un muchacho que había logrado vencer al mago oscuro más poderoso de los últimos cien años, tenía que ser a la fuerza más poderoso que el vencido. Empezaron a no fiarse de su mirada, demasiado ingenua a pesar de todo, y de su actitud desvalida. ¿Qué pasaría cuando Potter se diera verdadera cuenta de lo que tenía al alcance de su mano, de lo que podía conseguir si se lo proponía? ¿Quién podría detenerle a él entonces si, por fin, caía la venda de inocencia que cubría sus ojos y los abría a todas las posibilidades que su magia le ofrecía?

Encerrado por propia voluntad en Hogwarts las semanas posteriores a la terrible lucha, bajo la protección de su Director, Harry se recuperaba de sus heridas físicas y psicológicas sin querer ver ni hablar con nadie que no fueran sus más allegados. Fueron vanos los intentos del Ministro de Magia para convencerle de que su futuro estaba en el Ministerio, ya terminados sus estudios. Estaban incluso dispuestos a darle el título de Auror sin haber cursado la carrera. Hasta llegaron a ofrecerle la posibilidad de ponerle al frente del departamento del Ministerio que él eligiera. Lo que fuera con tal de tener a Harry Potter atado y bien controlado. Sin embargo, él rechazó una oferta tras otra, no consiguiendo otra cosa que poner más nerviosos al Ministro y a su inefable corte de intrigantes que, una vez sintieron sus traseros definitivamente a salvo tras la desaparición del Señor Oscuro, estaban dispuestos a lo que fuera para que permanecieran así.

La Orden del Fénix, inquieta, había cerrado filas alrededor del Salvador del mundo mágico, a pesar de que éste lo ignorara.

- Harry no debe saberlo. -advirtió Dumbledore a los rostros que le contemplaban alrededor de la mesa- Ya está lo suficientemente deprimido como para enterarse de que el Ministerio empieza a considerarle una amenaza.

- ¡Están locos! -resopló Ronald Weasley con enojo- ¿Cómo pueden ni tan sólo imaginar que Harry pudiera hacer algo... inapropiado? - concluyó.

- Porque Fudge es un maldito neurótico. -intervino Arthur Weasley, su padre- Habrá que tener cuidado con él. Está apartando sutilmente a todos los que trabajamos en el Ministerio y formamos parte de la Orden, de forma que no tengamos acceso a demasiada información.

- Potter debería saberlo. -gruñó Snape desde su rincón- Debería saber a lo que se enfrenta ahora.

- No se enfrenta a nada, Severus. -le contradijo en tono amable el Director de Hogwarts- Esta vez lo haremos nosotros por él. Y mientras tanto, hay que intentar retenerle aquí el máximo tiempo posible. En Hogwarts no corre peligro.

- Albus, -intervino Remus Lupin por primera vez, después de escuchar todo lo que se había dicho en aquel despacho- creo que no habrás olvidado que en el pasado ya tuviste problemas con Harry, por ocultarle información que le atañía muy directamente.

- Lo sé, Remus. Pero ahora la situación es distinta. -razonó el anciano- Se trata de darle la oportunidad de poder vivir tranquilo y en paz por primera vez en su vida. No podemos pedirle más de lo que ya ha hecho.

- No, no podemos. Todos estamos de acuerdo en que merece la oportunidad de vivir, con todo lo que ello significa. -admitió Remus- Pero la verdad es importante para él, Albus. Lo sabes.

El Director de Hogwarts apartó la mirada de la persona que representaba para Harry el último nexo de unión con su desaparecida familia, sus padres y su padrino. Comprendía la preocupación de Lupin. Pero esta vez no le fallaría al muchacho. Harry tendría lo que se merecía: una vida. Y estaba dispuesto a apartar de ella cualquier cosa o a cualquier persona que pretendiera impedir que transcurriera de forma tranquila y feliz.

- Debemos enfrentarle al mundo de la forma menos traumática posible. -dijo.

Remus no replicó. Tan sólo se limitó a lanzarle una mirada de decepción.

- Si al menos el muchacho hubiera aceptado alguna de las posibilidades que el Ministerio le ofrecía, todo sería más fácil -señaló Kingsley Shacklebolt.

- Si quieres saber mi opinión, te diré que ha demostrado tener la cabeza sobre los hombros. -aseguró "Ojo Loco", cerrando el puño sobre la mesa y demostrando con ello que estaba completamente de acuerdo con la decisión tomada por Harry.

Snape emitió otra vez un gruñido desde su rincón.

- Todavía está por llegar el día en que Potter le ponga las cosas fáciles a nadie. -dijo.

- ¡Cómo puede decir eso de Harry! -le recriminó Hermione Granger con coraje.

Snape la miró con desdén y se cruzó de brazos, sin nada más que añadir de momento.

- Bien, -intervino Dumbledore en tono conciliador- el chico ya ha expresado sus razones para no aceptar ninguna de las ofertas del Ministro. Tal vez debiéramos buscar algo que le guste, con lo que se sienta cómodo.

El Director de Hogwarts esbozó una de esas sonrisas que Severus Snape conocía demasiado bien. Dejó escapar un pequeño bufido. Estaba seguro de que Dumbledore ya lo tenía todo planeado. En ese momento no pudo dejar de sentir algo de lástima por Potter. Por lo visto, ni después de haber cumplido con la misión de su vida, iba a tener cierto poder de decisión sobre ella. ¡Patético!

- ¿Algo sobre el Sr. Malfoy, Severus? -preguntó el Director, cambiando de tema inesperadamente.

El Profesor de Pociones se tensó imperceptiblemente en su asiento. Aquel era un tema doloroso para él.

- Me temo que no. -dijo intentando recomponer su máscara de frialdad- Lo único que puedo decir con seguridad a día de hoy, es que la sangre que había en la mazmorra era suya.

- ¿Estas completamente seguro? -insistió Dumbledore.

Por más que Snape se revistiera de su capa de indiferencia, el Director sabía lo que Draco Malfoy significaba para él; lo que había luchado para que el joven se apartara del camino que había seguido su padre y lo que le costaba aceptar el haberle perdido.

Snape le miró con enojo. ¡Claro que estaba seguro!

- ¿Crees que ha muerto, tal como insinúa el Ministerio? - preguntó Arthur Weasley.

La expresión del severo Profesor de Pociones se volvió amenazadora.

- Si me hubieran dejado hablar con su padre antes de... -apretó las mandíbulas con fuerza al recordar aquel desgraciado episodio- ...antes de ejecutar la sentencia, tal vez ahora sabríamos lo que pasó.

La versión oficial del Ministerio era que Lucius Malfoy se había vuelto loco después de la caída del Señor Oscuro. Que tras la muerte del líder que había seguido prácticamente toda su vida y mientras veía su mundo y sus ideales derrumbarse a su alrededor, en un momento de enajenación producto de su desesperación, había asesinado a su esposa y a su hijo. Aunque el cuerpo del joven Malfoy no había podido ser encontrado. Y se dio el asunto por zanjado. No tenían demasiado interés en averiguar el paradero del hijo de un mortífago.

Nada hacía sospechar que Draco Malfoy aparecería de repente un par de meses después, repartiendo maleficios letales a su paso, dejando un reguero de cadáveres tras de sí. La única explicación que Severus encontraría a tal comportamiento, era que su ahijado sí que se había vuelto completamente loco.

Casi al mismo tiempo que la sociedad mágica se estremecía con esta inesperada oleada de crímenes, la oferta de los Chudley Cannons llegaría como caída del cielo a solucionar el problema del futuro de Harry Potter. Harry era un excelente buscador y volar en su escoba era una de las pocas cosas que, incluso en los peores momentos, le habían ayudado a mantener la cabeza en sus sitio, a no volverse loco ¿Por qué entonces no hacer de una de las habilidades que había desarrollado y disfrutado con mayor intensidad en Hogwarts, su medio de vida? No era tan tonto como para no darse cuenta de que la oferta en sí, encerraba también la soslayada intención de aprovechar su indiscutible fama más que su innata habilidad para el Quidditch. La sola mención de su nombre llenaría el estadio.

Pero eso sólo había sido al principio. Sin lugar a dudas, Harry era el mejor buscador de todos los tiempos, y no tan sólo de Hogwarts. Bastaron un par de partidos para que el escéptico entrenador de los Chudley Cannons se diera cuenta de que, no sólo tenían un jugador que llenaba el estadio, precedido por su fama, si no que además era capaz de llevar a su equipo a la victoria levantando de su asiento a un público enardecido y devoto, cada vez que su mano se cerraba sobre la pequeña snitch. Y poco a poco, aunque estaba seguro de que nunca dejarían que lo olvidara completamente, el Harry Potter jugador, fue desbancando al Harry Potter que venció al Señor Oscuro. Su equipo no había perdido la liga durante los dos años que hacía que Harry jugaba con ellos y desde hacía uno, formaba parte también de la selección inglesa.

Y el hecho del tranquilo paso de esos dos años y de que Harry llevara una vida tranquila y sin sobresaltos, no hacía más que reafirmar a Dumbledore en su decisión; de que esta vez no se había equivocado. Sin embargo, ningún miembro de la Orden había bajado la guardia con respecto al héroe. En especial Ron y Hermione, que por ser los más allegados, los que menos sospechas podían levantar en Harry, eran los encargados de vigilarle más de cerca. Además, ambos trabajaban en el Ministerio y junto con el padre de Ron y Ninphadora Tonks, estaban siempre ojo avizor para detectar cualquier movimiento sospechoso de Fudge con respecto a su amigo. Ajeno a todo, Harry seguía con su vida, contento y feliz, sin sospechar de la tupida red que la Orden había tejido a su alrededor, aun y siendo conscientes de que no sería muy bien recibido por su protegido de llegar a enterarse. Neville Longbotton, contra todo pronóstico, se había convertido en un apreciado medimago y trabajaba en el hospital mágico. Cuidaba de vigilar atentamente cualquier ingreso de Harry en la institución, como consecuencia de lesiones o inesperadas caídas de escoba. Luna Lovegood estaba al frente del periódico de su padre, el Inquisidor, y desde su posición tenía fácil acceso a rumores y noticias que pudieran derivar en alguna acción en contra de su ex instructor del ED. Lo mismo que Fred y George Weasley, por cuya tienda de bromas pasaba lo más florido de la sociedad mágica, dándoles oportunidad de recoger chismorreos y habladurías de todo tipo. Ginny Weasley era auror, para enojo de su madre y orgullo de su padre. Junto con Kingsley Shacklebolt, Dédalus Diggle y Hestia Jones, se ocupaban de seguir y perseguir cualquier pista sobre los ex mortífagos todavía sedientos de venganza contra quien había acabado con su Señor.

Ahora, con veinte años, Harry sentía que sí tenía el mundo en sus manos y no de la forma en que el Ministerio había temido. Una carrera profesional que disfrutaba y le permitía vivir con holgura. El reconocimiento por ese trabajo y no tan sólo por quién era o más bien, había sido. Jamás contestaba preguntas sobre la anterior etapa de su vida y si algún entusiasta seguidor se atrevía a formularle alguna que no se refiriera única y exclusivamente a Quidditch, recibía una furibunda mirada y se quedaba sin autógrafo. Tenía por primera vez una casa que podía llamar suya, no muy lejos de la de sus mejores amigos. Y a pesar de que su estatus le hubiera permitido poseer incluso una suntuosa mansión, Harry sentía que no necesitaba más, que no quería más. Disfrutaba de las cosas sencillas y en lo único que era un poco manirroto era en su obsesión por conseguir siempre el último modelo de escoba, costara lo que costara. Aunque en la mayoría de las ocasiones los fabricantes se las regalaban. Que mejor reclamo publicitario que Harry Potter volando en una de ellas. Además, tenía una colección privada que era la envidia de coleccionistas mucho más expertos que él y en la que había gastado una pequeña fortuna. Ese había sido su único "vicio" hasta hacía poco. Porque su nueva y reciente afición era la que le había llevado hasta el polvoriento sótano aquella tarde después del partido. Cuando Berton, su entrenador, había mencionado casualmente en el vestuario que creía que el juego de pelotas con las que la selección inglesa había ganado el Mundial de Quidditch del 74, debían estar todavía por alguna parte el sótano del estadio, los ojos de Harry habían brillado de pura emoción.

- ¿Está seguro? -había preguntado.

Berton había sonreído. Sabía que la nueva afición de Harry en ese momento era coleccionar bludgers, snitchs y quaffles antiguas y de diferentes países.

- ¿Cree que puede haber algún problema si las busco? -había vuelto a preguntar, intentando no parecer demasiado ansioso- Si han estado tanto tiempo en ese sótano no creo que le importen mucho a nadie...

- Sí, Potter. -había dicho Berton, incapaz de negarle nada a su estrella- Si aún están ahí y eres capaz de encontrarlas, son tuyas.

A Harry le había faltado tiempo para acabar de vestirse, meter sus cosas apresuradamente en la bolsa de deporte y bajar al desmantelado sótano.

Consultó su reloj muggle una vez más. Ya iba con retraso Había quedado con sus compañeros en el callejón Diagon para festejar la victoria. Refunfuñó entre dientes porque tendría que dejar la búsqueda para el día siguiente y tenía tantas ganas de encontrar aquel juego de pelotas, que en ese momento festejar con sus compañeros de equipo no era lo que más le apetecía. Oh, me estoy volviendo un coleccionista paranoico, se reprendió a sí mismo, si están aquí seguirán estándolo mañana. Se detuvo frente a una extensa lona, que tenía toda la pinta de haber sido verde alguna vez, bajo la cual se adivinaban las formas de varios objetos. La última miradita, se dijo a sí mismo. Levantó con cuidado la lona, pero no pudo evitar la nube de polvo que envolvió su cabeza, obligándolo a toser violentamente. ¡Vaya! Más asientos de tribuna, se dijo decepcionado. ¿Por qué no tirarán todos estos trastos? Iba a volver a cubrirlos con la lona, ya decidido a seguir buscando al día siguiente, cuando algo llamó su atención entre dos filas de asientos desvencijados. Un momento, parecía... Harry extrajo su varita del bolsillo de su vaquero y volvió a mirar con más atención. Sí, sin lugar a dudas aquel bulto era un cuerpo. Se acercó con precaución a la forma inmóvil, cubierta por lo que parecía una capa oscura, que evidenciaba haber conocido mejores tiempos. Acercó lentamente su mano hasta tocarla de forma casi imperceptible. Si era un vagabundo que se había refugiado allí para pasar la noche, tampoco quería asustarle. No hubo ningún movimiento.

- ¡Eh! -dijo zarandeando a la figura con un poco más de vigor- No puedes estar aquí, amigo. -nada- Si el guarda te encuentra tendrás problemas, será mejor que te marches.

Dio la vuelta al cuerpo sin ninguna dificultad. Quien fuera debía estar en los huesos. Pero tan pronto acabó de hacerlo, sin apenas tiempo a poder reaccionar, se encontró con una varita clavándose en su garganta.

- Tranquilo amigo, puedes quedarte si quieres. A mi no me importa. -dijo, tomado por sorpresa.

Sin embargo, Harry siguió con su varita bien apretada entre sus dedos y sus ojos no perdieron ni un segundo de vista la figura que ahora estaba sentada, sin mostrar su rostro todavía, oculto bajo la capucha.

- Potter... -susurró una voz ronca- ¡Quién iba a decírmelo!

Continuará...