A golpe de recuerdo.

Te amaré, te amaré, a golpe de recuerdo.

Te amaré, te amaré, hasta el último momento.

A pesar de todo siempre te amaré.

A pesar de todo.

Remus nunca antes había estado en Grimmauld Place. No era extraño eso realmente. Media sangre y licántropo, imaginaba que la única manera en que podría haber sido recibido ahí, y hasta con gusto y alegría, habría sido como alfombra.

Una vez que quemó el papel que le había dado el profesor Dumbledore para indicarle dónde estaba el Cuartel General, abrió la puerta, no sabiendo realmente qué esperar.

Telarañas colgaban de cada rincón posible del lugar, y una gruesa capa de polvo se desprendía mientras caminaba, tratando de captar los detalles con un sentimiento enfermo.

- ¿Sirius? – preguntó. Según había quedado todo planeado, su amigo iba a estar ahí. - ¿Sirius? – preguntó en voz más fuerte.

Las cortinas que habían estado en el vestíbulo se abrieron entonces, y el grito más espantoso que hubiese escuchado nunca corrió por toda la casa.

- ¡Basura¡Escoria¡Sucios mestizos y media sangre, mutantes, fuera de este lugar¡No te atrevas a ensuciar la casa de mis antepasados…!

Al parecer la madre de Sirius seguía siendo tan encantadora como la recordaba. Remus se tapó los oídos con las manos, sin saber que hacer. De lo que estaba seguro es que no importaba el Fidelius, esos gritos tenía que escucharse por lo menos hasta Escocia.

Sirius bajó las escaleras entonces, el cabello largo y una mirada harta que se iluminó un momento al verlo, para que se borrara casi inmediatamente cuando los gritos de la señora Black continuaron subiendo el volumen.

- Otra vez… ¡Moony, ayúdame a cerrar la cortina! – gritó, tratando de tirar de las cortinas. - ¡CÁLLATE DE UNA BUENA VEZ, BRUJA MALDITA!

- ¡TRAIDOOOR¡ABOMINACIÓN DE MIS ENTRAÑAS, VERGÜENZA DE LA SIEMPRE PURA CASA DE BLACK¡ESCORIA QUE…!

Con qué iba a comparar a su propio hijo nunca se enteraron, porque consiguieron cerrar las cortinas, quedando en un silencio casi total.

Gruñendo como lo haría un perro, Sirius lo tomó de la muñeca para que subieran las escaleras. Finalmente, en el primer piso, se dio la vuelta. Parecía aún molesto, pero trató de darle una sonrisa.

- Pues bien, Remus, bienvenido a Grimmauld Place. Mi casa es tu casa, Moony. Literalmente. Te la cambio cuando gustes. – dijo, sacudiendo la cabeza.

Forzó una sonrisa. Sirius aún no soltaba su muñeca, y no quería causar nada que rompiera con ese contacto. Había imaginado que todo sería difícil entre ellos luego de no haberse visto en dos años, pero no parecía así. Mentalmente le agradeció a la señora Black por eso.

Fingió considerar la respuesta.

- Mmmm… no, no, creo que rechazaré tu… ¿cuál sería la palabra?... amable oferta, Sirius. Pero gracias.

El Black tuvo la gracia para también fingirse sorprendido. Al momento de querer llevarse la mano al corazón, se dio cuenta de que sus dedos aún estaban cerrados en la muñeca del profesor. Remus vio cuando los dejó ir, y entonces se sintió cruelmente el silencio molesto de dos extraños mientras se veían y sonreían sin saber que decir o hacer.

Eso era lo que eran, al final. Luego de doce años y dos años más, eran extraños el uno para el otro. Remus observó los cuadros del vestíbulo, Sirius la alfombra gastada.

- Así que te mandaron a ti de elfo doméstico, Moony. – dijo Sirius, rompiendo esa pesada incomodidad que se había llenado.

El profesor soltó una leve risa. – Algo por el estilo. También vendrán Molly, Arthur y sus hijos de caballería.

- ¿Y Harry? – preguntó Sirius, ansioso.

Remus suspiró, encogiéndose levemente de hombros.

- No lo sé. El profesor Dumbledore no ha dicho nada aún.

El ansia de Sirius desapareció para cambiar a una mirada melancólica y bastante molesta, mientras pateaba, con bastante rencor, la madera roída de una pared.

Era difícil imaginarse a Sirius creciendo en esa casa, y sin embargo tenía que haber sido así. Era difícil de la misma manera en que pensar a Andrómeda ahí.

Sirius pasó la mano por su cabello, el rostro pesimista y serio.

- Estaba tirando cosas… entré al estudio pero decidí mejor tratar de quitar todas las bestiecillas posibles de las habitaciones.

Sonrió. – Suena como un plan. Te ayudo.

- Buckbeak está en el cuarto que era de mis padres, yo estaba tirando cosas de los cuarto cercanos. Escoge el que gustes.

Trabajaron en habitaciones separadas por un rato. Remus, con los brazos llenos de libros de artes oscuras que tendrían que ser revisados, se detuvo frente al estudio cuando vio al viejo elfo doméstico de la Casa Black, Kreacher, salir de ahí con varias cosas en brazos. Frunciendo el ceño, Remus entró.

Lo que le llamó la atención – o lo único que podía acercarse: la habitación estaba llena de objetos de plata- se encontraba un lienzo que parecía venir desde la época del medievo.

El árbol familiar de la Siempre Pura Casa Black.

Suspiró al ver los nombres de las personas que alguna vez había conocido, deteniéndose en las marcas quemadas. Tocó levemente el agujero donde debería de haber estado Sirius, frunciendo el ceño ligeramente.

Recordaba a Sirius, habiendo escapado de su hogar porque no seguía sus preceptos, sus ideas, y los Howler que, durante semanas, le habían llegado. Recordaba la tristeza de sus ojos, y su fuerza. Eso era lo único que se permitía recordar.

- ¡Moony, me comeré tu emparedado si no te apuras!

Salió de la habitación para entrar a la de la madre de Sirius. En la cama echado tranquilamente, Buckbeak, despedazando unos hurones muertos. Se sentó al lado de Sirius, aceptando uno de los emparedados. Le comentó el haber encontrado su árbol familiar, curioso.

- Horrible cosa. Recuérdame que debo de quemarla lo antes posible. – dijo Sirius con un escalofrío exagerado.

Remus sonrió levemente. Imaginaba que si él hubiese estado en la situación de su amigo, pensaría si no lo mismo algo muy parecido.

- Una vez la quites de la pared.

- Si no queda remedio… - dijo Sirius, aunque por su tono no parecía mala idea el demoler todo el lugar. Pero entonces el Black le sonrió, un recuerdo de aquél gesto que solía, con tremenda facilidad, aflojarle las rodillas durante buena parte de su vida.

Ahora fue sólo un leve sentimiento en el corazón, suave y calmado.

No era lo mismo, nunca lo sería. Pero el tenerlo ahí, vivo, saberlo inocente y saber que en un futuro quedaría libre de todo le daba suficientes esperanzas para esperar a ver en qué evolucionaba todo entre los dos.

Sólo necesitaban tiempo.