El Don De Ra

Capítulo 8: Las Piezas Perdidas Del Faraón

Existen sonidos tan fuertes y ruidos tan ensordecedores que son capaces de impedirnos actuar o siquiera pensar. Así como también existen silencios capaces de poner incómoda a la misma muerte. Silencios tan profundos que el tiempo se niega a correr, la sangre a fluir, el corazón a latir. Silencios tan poderosos que podrían dejar sin respirar incluso a un dios.

El Faraón era verdadero Don de Ra, un dios para quien pudiera gozar de su presencia, y Seth nunca había gozado más de ella que en aquel momento. Aún incluso bajo la presión de aquel silencio que anunciaba el fin de los tiempos.

La vida se había paralizado y era imposible pensar en la existencia de vida fuera de aquella habitación. Pero el Faraón era portador de vida y tarde o temprano todo volvería a fluir. Sólo si él lo permitía, claro está.

El silencio se cortó y los tres parecieron salir de aquel trance insufrible. Pero no se cortó con algún sonido sino por un gesto, un simple gesto del Faraón para que todo volviera a la "normalidad" o lo más cercano a ella. El Faraón parpadeó lentamente, como si hacer el más mínimo gesto pesara más de lo que podría cargar, y al abrir los ojos fijó su mirada en Seth y no en la escena en sí.

-Seth -dijo lentamente y con tranquilidad, pero su mirada ordenaba lo que sus labios no habían logrado pronunciar.

-Mi Señor -respondió el sacerdote girando completamente para verlo de frente y dar una pequeña reverencia-. Mis disculpas -dijo, mientras se erguía en toda su estatura y se relajaba, como dándole poca importancia al asunto-. Debí echarlo antes pero no lo creí necesario. Supuse que no querría más compañía de la que ya poseía -agregó con un leve gesto de la mano, gesto que el Faraón sabía que él hacía cuando algo no tenía importancia. En ese caso, Mahaado.

El Faraón maldijo en silencio sin estar seguro quién era aquél que merecía tan prodigiosos deseos. Se maldijo a sí mismo por tener el poder de controlar todo lo que existiera sobre Egipto, menos a quién más deseaba. Maldijo al tiempo, a los celos y por sobre todo a Seth.

Desvió su mirada de Seth. Ya había tenido bastante tortura con lo anterior como para poder soportar verlo por más tiempo, sin poder controlar el pedir más explicaciones. Tampoco quiso perderse en todo aquello que estaba sintiendo y pensando. No iba a a hacerlo, y no particularmente frente a Seth.

Jouno, quien aún parecía no salir del trance, logró reaccionar al notar que el Faraón lo miraba, pero no pudo comprender lo que su mirada expresaba... oorque parecía que se esforzaba por no expresar nada. Y fue cuando el pánico y la culpa se apoderó de él.

-¡Faraón! -gritó mientras se ponía de pie de un salto y se acercaba torpemente a él-. ¡Yo...! -trató de hablar, trató de tartamudear, trató de pensar algo inteligente pero no pudo. No sabía en qué se había metido. Se arrepintió de haber aceptado la propuesta de Seth. ¡Seth! Quizo culparlo y confesarlo todo para no perder el don del Faraón, pero sabía que Seth tenía más poder que él y que el Faraón creería lo que dijese aquél. Sabía que no podía echarse para atrás-. Faraón... No me dejará aquí, ¿verdad? -logró tartamudear en tono de súplica.

Hasta ese momento el Faraón no se había percatado de que había fijado su mirada en Jouno sólo para no tenerla sobre Seth. Miró sus profundos ojos y supo que esa súplica era verdad: no quería permanecer más tiempo con Seth. También notó el miedo en su mirada: miedo a perderlo. El Faraón comprendió que Seth sólo lo usaba y que había aceptado porque no podía negarse a él.

-De todos modos no creo que soportes más tiempo -respondió al fin.

El Faraón no sentía celos de Seth, sabía que Jouno, si bien no lo odiaba tanto como a Mahaado, tampoco le era de su agrado. Sabía que Jouno no tenía la culpa y mucho menos se atrevería a cometer suicidio al hacer cualquier cosa que ameritara perder el don y los privilegios que le había dado a un simple esclavo como él.

Pero tampoco estaría tranquilo porque estaba celoso de él.

Nunca en todos los años que llevaba conociendo a Seth lo había visto o sabido de alguien que le interesara, ni siquiera por capricho o placer de una noche. El único a quien Seth le rendía interés, obediencia y lealtad era a él, pero sólo por ser el Faraón. No podía evitar sentir celos de Jouno por ser el único que le provocara sentimientos de algún tipo a Seth. Así sea sólo por el placer de usarlo.

-Podría estar equivocado mi Señor -comentó Seth, al tiempo que se cruzaba de brazos-. Debido a su -hizo su clásico moviento con la mano- buena compañía esta noche, parecía estar disfrutando el estar aquí.

El Faraón miró a Seth y maldijo el haberle permitido a Mahaado ir a sus aposentos.

-¡No! ¡Ignórelo por favor! ¡Quiero ir con usted! -gritó Jouno, al ver que el Faraón parecía estar pensando en el comentario del sacerdote.

-Mahaado -hizo el gesto con la mano-. ¿Aún está en sus aposentos? -preguntó Seth, torciendo una sonrisa-. Porque si lo está no veo porqué necesite llevárselo.

El Faraón estrechó los ojos. ¿Estaba Seth pidiéndole que le deje a Jouno? ¿Estaba pidiéndole tener compañía? Miró en de esos ojos azules y no encontró dudas o sarcasmos. Conque sí le estaba pidiendo a su esclavo. El Faraón no notó lo fuerte que apretaba los dientes. Trató de relajarse; no quería expresar el mínimo de los sentimientos, no frente a Seth. Pero le costaba esconderlos. ¡Ahí estaba Seth! Habiendo besado a Jouno le pedía que lo dejara con él, ¡más aun! Se lo pedía sabiendo que al irse regresaría a su lecho en donde lo esperaba Mahaado. ¡No le importaba dejar que fuera con otro!

Por primera vez, el Faraón quería alejarse de Seth. Por primera vez, quería que dejara de verlo cuando siempre había deseado que Seth no dejara de hacerlo. Tenía demasiado en la cabeza, demasiado de muchas cosas y no quería, no iba a darle el placer a Seth de verlo así. Aunque ni siquiera le importaran sus motivos.

-Vine por él, Seth -soltó al fin, girando para darle la espalda y disponerse a irse.

Jouno no perdió tiempo y se adelantó a las puertas para abrírselas a su Señor e irse tan pronto como pudieran de ahí.

Oh Seth, Seth... Ni la más despreciable de todas las conversaciones de Mahaado podrían quitarle el placer que sentía en esos momentos. Amaba al Faraón y amó estar ahí con él haciéndole sentir lo que su Señor le provocaba cada día: celos.

-Faraón -comenzó a decir; no pretendía insistirle con el asunto puesto que ya había dicho que se lo llevaría. Pero se percató que ya había hecho bastante y que no debería jugarlo todo apenas empezaba el juego. Hizo una pequeña inclinación de la cabeza a modo de despedida y el Faraón y su esclavo salieron de sus aposentos.

Tan pronto Jouno dio vuelta al cerrar las puertas notó que su señor ya estaba pasillo abajo, y corrió hasta ponerse detrás de él y seguirle el paso. Estaba caminando muy rápido; apretaba los puños y estaba seguro sus fuertes pisadas podían escucharse por todo el palacio. Jouno comenzó a pensar miles de cosas, miles de disculpas que nunca hubiera podido decir: jamás había visto así al Faraón. Ya no estaba seguro si lo mejor había sido abandonar los aposentos de Seth.

El Faraón no dejó que su guardia pudiera reaccionar: los pasó rápidamente y abrió casi a golpes las grandes puertas de sus aposentos. Mahaado seguía ahí; lo había olvidado. Se sobresaltó y se acercó a él tan pronto entraron.

-¡Mi Señor! -dijo al tiempo que las grandes puertas se cerraban.

-Que las abran -ordenó el Faraón. Jouno se apresuró a abrir las puertas tan rápido como pudo que incluso golpeó a la guardia que hacía unos segundos las había cerrado.

Mahaado entendió que el Faraón no quería que estuviese allí. No pretendía desobedecerlo pero tampoco quería irse así, sin saber qué sucedía, sin saber porqué estaba así.

-Fuera -dijo el Faraón con suavidad, pero de todas formas su voz no podía esconder la rabia con la que había dado la orden al ver que Mahaado no pretendía irse.

-¡¿Qué se ha atrevido a hacerle Seth?! -preguntó Mahaado. Estaba seguro que Seth era el culpable de todo aquello. Nunca había visto al Faraón así pero estaba seguro que si alguien era capaz de enojar incluso a los mismos dioses, ése era Seth.

-¡No tengo porqué repetir una orden! -gritó el Faraón, mirando fijamente a su sacerdote con el peor de los sentimientos guardados dentro de él.

Mahaado no tuvo más remedio que obedecer. Hizo una reverencia y salió. Jouno no sabía si salir con él o quedarse. Decidió permanecer con su Señor porque moriría de todos modos ahí con él o afuera a manos de Mahaado.

El Faraón sintió algo de alivio al gritarle a Mahaado no porque fuese él, sino por el placer de hacerlo. Quería gritar, caer de rodillas y maldecir a Seth. ¡Seth! Pero no lo haría, ni incluso así, ni nunca; no importaba cómo se sentía no iba a arrodillarse ni siquiera por Seth. ¡Por Seth! No podía creerlo. No quería hacerlo. Se arrancó con violencia la tiara dorada que llevaba en la frente y la lanzó, estrellándola con fuerza contra una pared. El sonido agudo que provocó al dar contra la pared y luego al caer al suelo lo sacó de aquel estado. Se quedó ahí, inmóvil, pensando.

Jouno estaba de pie, sin moverse, sólo mirando a su Señor, no sabía qué hacer o si debía hacer algo. Pensó que era mejor no tratar de mejorar las cosas por miedo a arruinarlas más.

El Faraón podía sentir la respiración agitada de Jouno detras de él y cómo la suya se calmaba lentamente. Cerró los ojos. ¿Por qué Seth...? Seth, maldito. Sabía que Seth haría lo que él le pidiera. Sabía incluso que cualquiera de sus caprichos era más importante que cualquier cosa y que si para complacerlo Seth tendría que dar su vida, lo haría. Todo porque él era el Faraón y sólo eso: el Faraón. No podía ser más para él porque ser su Faraón lo era todo para Seth. Él era el Don de Ra y lo poseía todo sobre Egipto menos lo que más quería, y quería a Seth. Sabía que lo tendría si así lo ordenara, pero quería que Seth fuera a él. Tanto tiempo, tanto, y nunca se había sentido como entonces. Nunca había sentido celos, nunca nadie se había acercado de esa forma a Seth y él nunca se acercaría a nadie, o eso había creído.

-Jouno... -comenzó a decir el Faraón; quería preguntarle qué pasó y sabía que no le mentiría, pero a la vez no quería saber.

Jouno se quedó esperando que su Señor terminara pero... no lo hizo. Pensó que quizá no quería decirle algo, sino simplemente echarlo.

-Faraón... Yo quisiera quedarme con usted pero si me echa, lo esperaré afuera.

-No -dijo, volteando a mirarlo y mostrando una sonrisa por primera vez desde hacia bastante rato-. No quiero que te vayas...

La sonrisa se le borró del rostro. Se quedó quieto. Acababa de darse cuenta de lo inevitable.

-¡Mahaado! -gritó.

Jouno no entendió bien, pero vio el rostro de su Señor; nunca lo había visto así. Esa noche había visto mucho de su Señor que no conocía, pero ese grito no era de enojo como el anterior: era de miedo. Lo acababa de entender.

-¡Seth! -gritó Jouno.

Mahaado no podía perder tiempo, ni siquiera por él mismo. Había sido echado a gritos por el Faraón de esa manera y estaba seguro de que la culpa era de Seth. Sabía que no debió dejar que el Faraón saliera de sus aposentos y fuera hasta los del maldito de Seth para buscar a su esclavo. Incluso se ofreció él mismo, pero su Señor quería ir personalmente y nadie podría impedírselo. Con cada paso que daba para dirigirse a buscar a Seth más creía que alguien como él no merecía ser sacerdote ni servir al Faraón.

-¡No! ¡Mahaado me arruinará!

Jouno se acercó a su Señor. Veía por primera vez miedo en sus ojos. Entendió que Seth tenía razón, todo lo que dijo, cada cosa... El Faraón estaba perdiendo en su propio juego. Jouno no notó hasta ese momento todo lo que su Señor había estado soportando para no mostrar todos esos sentimientos a Seth, enojo, celos, porque era el Faraón y no podía perder su postura por algo como aquello y sobre todo porque no lo haría... No frente a Seth. Y Mahaado estaría en camino o ya habría llegado y confrontado a Seth diciéndole todo por lo que había luchado por ocultar.

Si hubiera caído al suelo el Faraón no lo habría notado. Estaba demasiado frustrado tratando de pensar en algo, ¡cualquier cosa! Ya era demasiado el tener que aceptar todo lo que sentía, ¡¿cómo iba a soportar que Seth lo supiera?!

-Yo iré -dijo Jouno-. Lo detendré... No sé cómo... ¡pero lo haré!

Jouno salió corriendo tan pronto terminó de decir aquello. Ya estaba pasillo abajo esperando distinguir a Mahaado, rogando para encontrarlo en camino y no con Seth. No sabía qué iba a hacer, pero tenía que hacer algo. Sabía que el Faraón no podía hacerlo, no después de que le ordenara largarse. Más aun: no podía ir a buscar a Mahaado porque sería peor. Aquello le daría más placer a Seth y más desgracia al Faraón.

-Oh, Mahaado -dijo Seth al escuchar que éste le ordenaba a su guardia personal no interferir y entraba casi a patadas a sus aposentos.

-Seth -dijo, cerrando las grandes puertas con la misma violencia con la que las había abierto.

Seth no esperaba menos. De hecho, se preguntaba porqué había tardado tanto. Deseó reírse; reírse era poco en verdad... Nunca había podido imaginarse la noche en que ver a Mahaado en sus habitaciones le causaría placer, el placer de saber que estaba ahí porque estaba seguro de que el Faraón lo había echado cual vil perro de su lado y acudía a él dispuesto a atacarlo, poseído por la rabia.

-Sabes porqué estoy aquí.

-Sí -contestó Seth, disfrutando por primera vez una conversación con Mahaado-. Lo que no significa que no quiera escucharte decirlo.

-Déjate de juegos, Seth. Ésto no es por nosotros; es por el Faraón.

-No hables como si pudieras decirme lo que tengo que hacer -respondió, acercándose a él-. Y claro que es por nosotros.

-No haría nada por ti -dijo Mahaado sin moverse ni un poco, desafiando cada palabra de Seth-. Es por el Faraón y por lo que le hiciste.

-Pues yo no veo al Faraón aquí. ¿Dices que es por él? ¿Acaso fue él quien te envió aquí o...?

Seth no pudo terminar. Estaba tan fascinado de poder desquiciar a Mahaado con la sola idea de existir que no pudo preveer que Mahaado se lanzaría sobre él y lo empujaría contra la pared.

-¿Qué le hiciste? -preguntó Mahaado, teniéndolo contra la pared.

Seth se sorprendió; pero más que eso, estaba aturtitdo. Aturdido de que la reacción de Mahaado lo haya tomado por sorpresa. Le sorprendió el notar que se había sorprendido.

-Nada que debas saber -respondió, con tranquilidad y sarcasmo.

A Seth no le importó la situación. No intentaba librarse de él. Al contrario: quería seguir así un poco más. No imaginaba qué había sucedido con el Faraón y Mahaado para que éste último reaccionara a ese extremo. Ambos sabían que atacar a un sacerdote o provocar una pelea entre miembros de la corte en el palacio era algo que ni Ra podría perdonar, y aun así Mahaado lo había hecho. Seth quería saber, tenía que saber qué había sucedido; no importaba si para ello tendría que darle ese gusto a Mahaado.

-No voy a repetirlo, Seth.

-Como si pudieras hacer alguna otra cosa -se burló Seth al percatarse que Mahaado necesitaba ayuda para desquiciarse un poco más y hacerlo hablar.

Las puertas se abrieron con brusquedad. Y se cerraron tan pronto y tan ruidosamente como se habían abierto.

Jouno entró en las habitaciones de Seth esperando encontrarlos hablando, pero aquello fue demasiado. No podía creer que estuvieran... En realidad, no estaban haciendo nada más que mirarlo. Pero él suponía había interrumpido una pelea. Estaba seguro ése era el último lugar sobre Egipto en el que debería estar: entre una pelea de Seth y Mahaado. Más aun porque estaba seguro de que ambos harían una alianza bajo el único propósito de matarlo a él.

-¡...El Faraón! -logró soltar, creyendo que el Faraón era el único que podría detener a ambos.

Mahaado soltó a Seth y se acercó a él. Seth también cambió de expresión al escucharlo.

-¿¡Qué pasa con él?! -preguntó Mahaado.

Jouno trató de zafarse a Mahaado pero ya lo tenía encima, exigiéndole una respuesta. Respuesta que no tenía idea de dónde sacar. Jouno lanzó una mirada de súplica a Seth, pero éste no entendía qué hacía él ahí.

-Está mal -tartamudeó Jouno, pensando que sólo el estado del Faraón importaba más que cualquiera en esa habitación-. Se puso mal en cuanto te fuiste.

-¿¡Qué?! -soltó Mahaado al tiempo que salía de las habitaciones de Seth y se dirigía a las de su Señor.

-¡¿Qué sucede?! -preguntó Seth una vez que Mahaado salió cogiendo a Jouno por los hombros.

-¡No, no! ¡Mentí! Está bien. ¡En realdiad, no! ¡No está bien! Está bastante alterado -dijo Jouno, cayendo en la cuenta de que por más que quería no podía negarle algo a Seth. Era eso o morir-. Pero tú no deberías saberlo. ¡Tienes que detener a Mahaado!

-¡¿Qué?!

-¡De prisa! -gritó Jouno con brusquedad-. ¡Él no debió estar aquí! El Faraón no puede saber que hablaron. ¡Él cree que no sabes!

Seth entendió todo. El Faraón aún creía tener el juego de su lado y que lo perdería si Mahaado lo buscaba, puesto que era decirle lo mucho que todo aquello lo había afectado.

Seth salió tan aprisa como pudo y divisó a Mahaado pasillo abajo. No podía creerlo: nunca había corrido tras alguien, ni siquiera por el mismo Faraón. Y lo hacía por Mahaado.

-Mahaado -dijo, casi como una orden más que como un llamado.

El otro sacerdote lo escuchó pero no le hizo caso. Seth se acercó a él, lo cogió por un hombro y tiró de él con brusquedad y violencia, poniéndolo contra la pared del pasillo.

-Escucha -ordenó Seth-. ¿Qué pretendes decirle al Faraón?

-No es algo que te importe -le respondió Mahaado, aún un poco aturdido por el golpe.

-Te echó, ¿no es así?

Mahaado entrecerró los ojos sin responder, pero eso ya era suficiente respuesta para Seth.

-Y ahora que escuchas que te llama corres a él -continuó Seth, viendo que tenía la atención de Mahaado-. ¿Qué le dirás cuando te pregunte por qué demoraste? ¿O cuando le pregunte a su querido esclavo dónde te encontró y qué vio?

Mahaado maldijo a Seth en silencio. Tenía razón; el muy maldito tenía razón. Si su Señor le preguntaba, no tendría la fuerza para tratar siquiera de mentirle. Le diría la verdad. Le diría que fue a buscar a Seth para sacarle la verdad como fuese. Cómo reaccionaría el Faraón al saber que lo había desobedecido de esa forma. Él no tenía el derecho de preguntarle nada a su Señor, mucho menos exigirle una respuesta que, al no tener, fue a sacar de Seth a sus espaldas. Era suficiente para perder más que el don del Faraón.

Seth torció una sonrisa al ver que Mahaado comprendía su situación, su triste situación.

-¿Qué quieres? -preguntó al fin Mahaado. Sabía que Seth no lo decía aquello para ayudarlo, sino para hundirlo.

-Quizá por primera vez quiera algo de ti- dijo Seth, disfrutando hacer sentir tan mal como pudiera a Mahaado-. Si haces lo que quiero el Faraón no sabrá lo que no tiene que saber.

-...

-Dile algo inteligente -continuó Seth, haciendo cada segundo insufrible para Mahaado-. Que su esclavo no te encontró en tus habitaciones y que le dejó el mensaje a tu guardia personal. Que por ellos te enteraste. Que él sigue por ahí, perdido por el palacio buscándote. Yo me encargo de hacerlo callar.

Dicho eso Seth dio media vuelta y regresó sobre sus pasos a sus habitaciones, dejando a un muy desdichado Mahaado maldiciendo su mala fortuna y por sobre todo, a él. Pero Mahaado podría soportarlo si por ello no perdía el don del Faraón.

El Faraón se sorprendió al escuchar a su guardia personal anunciando a Mahaado, quien hizo una reverencia luego de cerrar las grandes puertas.

-Faraón, lamento mi actitud -se disculpó-. Gracias por mandarme llamar. !uería disculparme adecuadamente.

El Faraón parpadeó un par de veces. Todo estaba... extrañamente tranquilo y eso lo preocupaba más.

-¿No trajiste contigo a Jouno?

-No me encontró -mintió Mahaado-. Dejó el mensaje diciendo que Usted me llamaba. En cuanto lo escuché de mi guardia, vine.

Eso le decía al Faraón que Jouno no había dado con Mahaado porque fue primero a buscarlo a las habitaciones de Seth y, al no encontrarlo allí, lo buscó por todo el palacio. No podía creer que se hubiese equivocado; pensaba conocer bien a Mahaado y juraba que tan pronto pusiera un pie fuera de sus aposentos iría por Seth. Por primera vez sentía alivio de estar equivocado. Aquello le trajo tranquilidad y hasta sintió que debía disculparse con Mahaado por haberlo echado de esa forma, pero era el Faraón y no le debía disculpas a nadie.

-Está bien. No ha pasado nada grave. Sólo no quería quedar así -mintió el Faraón.

Seth casi chocó con Jouno al entrar en sus aposentos. Al abrir las puertas el rubio casi se le abalanzó encima, haciendo un millón de preguntas.

-¿¡Y Mahaado?! -preguntó como si su vida dependiera de ello.

-Mahaado -respondió Seth, cerrando las puertas tras él- está lo suficientemente amaestrado como para no arruinar nada más.

-¿No le dirá nada?

-Lo hará -comenzó a explicar Seth; extrañamente, no le molestaba estar respondiendo las preguntas de Jouno. Más bien disfrutaba al hablar con él y de cómo iba el juego-. Dirá que no lo encontraste, que lo buscaste por todo el palacio hasta que Mahaado escuchó el mensaje y fue a verlo.

Jouno lanzó un fuerte suspiro y fue hasta el lecho de Seth a dejarse caer con brusquedad boca abajo.

-¡Por Ra! Creí que moriría -gritó, ahogando sus gritos entre las sábanas.

-No puedes -dijo Seth, más como una orden que como un comentario.

-¿Ah? -preguntó Jouno, levantando la cabeza de las sábanas.

-Eres importante para el Faraón -comenzó a decir Seth, más como diciéndoselo a él mismo y pensando en el juego-. Se supone eres tú quien impidió que Mahaado viniera a decirme lo obvio. Significa que no deberías estar aquí.

-Y no lo estoy -dijo Jouno, poniéndose de pie con rapidez y caminando hacia las puertas.

-Da unas vueltas por el palacio antes de llegar -ordenó Seth-. Se supone te has demorado buscando a Mahaado. Necesitamos testigos que acrediten mañana que te vieron dando vueltas.

-Sí. De todas formas no tengo prisa por llegar -respondió al irse.

Seth prefirió por un segundo decirle que, por el contrario, debía darse prisa. Pero podía entenderlo. No lo creía posible, pero sentía empatía por él. No lo mandaría con el Faraón sabiendo que lo encontraría con Mahaado. Ese idiota... No merecía estar cerca del Faraón. Seth dejó de pensar en ello. No se permitía sentir celos de Mahaado. No de él.

La noche avanzaba como las nubes sobre Egipto. Seth se detuvo unos minutos en su balcón. Debía pensar el doble por cada decisión en adelante. Ya dos piezas del juego del Faraón eran suyas: Mahaado no le importaba mucho pero Jouno sí. No podía entender cómo en una sola noche había cambiado tanto su opinión sobre él. Pensó en lo que le dijo Isis, pero no tardó mucho en dejar su mente en paz. No se permitía pensar en nadie que no sea el Faraón.

Seth lo amaba por encima de todo lo que pudiera existir bajo el cielo de Egipto, pero ser su amante no era suficiente: tenía que ser el único o no ser de él. Seth no se permitiría tener que compartir al Faraón y a su lecho con alguien.

(Continuará...)


Notas de RavenTears, o sea: mis notas.
Actualicé después de ¿6 años? Gracias por la espera (en verdad más bien diría yo resignación porque otra no les quedaba). Gracias por los reviews y por leerme. Descuiden, tardaré menos en subir el siguiente capítulo.