Hola a todo el mundo. Este es mi primer Fan Fic ^^ Se trata de la primera entrega de una larga saga que espero hacer. Antes de empezar, algunos avisos. Mis historias son "Link X Zelda", es decir, que Link y Zelda se tirarán los tejos mutuamente. Aunque en esta historia en concreto no habrá romance. Tendréis que esperar :P Segundo, que aunque ocurren en la época de OOT, hay algunos personajes que están sacados de otras entregas, especialmente "The Wind Waker". Puede que no entendais algunos nombres como "Orni", debido a que están cambiados en la traducción española. Concretamente, los "Orni" se llaman "Rito" en la traducción inglesa. Por el momento os vale con eso. ¿Que qué hacen personajes de TWW en la época de OOT? Lo siento, tendréis que esperar para saberlo :D Nada más por ahora. Feliz lectura. (Reviews, pliz)

LA LEYENDA DE ZELDA:

LOS HABITANTES DEL CIELO.

(The Legend of Zelda: Inhabitants of Sky)

Capítulo 1:

La niña que cayó del cielo.

La mañana se levantaba plácida sobre la Llanura de Hyrule. Poco a poco, el sol asomaba su dorado rostro por el este haciendo que las tinieblas retrocedieran impotentes ante su inabarcable presencia. La luz del astro rey tocó las copas de los árboles situados en el lindero del profundo Bosque Kokiri. A medida que avanzaba la luz encontraba cada vez más dificultad para atravesar las frondosas ramas de los árboles, pero siempre resultando triunfantes en este amistoso reto. Finalmente la luz llegó a un lugar donde no encontró impedimento alguno: el claro donde se hallaba el poblado donde vivían los Kokiri, los niños del bosque.

El interior de las pequeñas casas hechas dentro de troncos se mantenía aún tranquilo, sin que sus habitantes despertasen aún de sus sueños, aún inadvertidos de cómo un nuevo día llegaba a sus vidas. Una situación que no duró mucho más tiempo en la única casa que habías en lo alto de un árbol en lugar de a ras del suelo, como el resto de las casas del poblado. En aquella casa vivía un niño que era especial. Al contrario que el resto de los Kokiri, él no poseía un hada guardián que le acompañara siempre. Cuando dormía,  su redondeado rostro, adornado con un fino pero resistente cabello rubio oscuro, desprendía la inocencia habitual en alguien de su edad: 10 años. Pero en cuanto abría sus azules ojos uno podía ver en ellos una luz propia de la mirada de una persona que había tenido que madurar en muy poco tiempo.

Así era Link. Un niño que era más de lo que parecía a simple vista. Él era el Héroe del Tiempo. El guerrero que, armado de la legendaria Espada Maestra y guiado por la sagrada Ocarina del Tiempo, había vivido su propio futuro para destruir a Ganondorf, el Rey del Mal. Un ser malévolo que había intentado apoderarse de Hyrule robando la sagrada Trifuerza. La reliquia que las diosas Din, Nayru y Farore dejaron tras de sí cuando crearon el reino. Cuando cumplió con su cometido, Link fue devuelto a su época original y a los pocos meses, emprendió un nuevo viaje. Su objetivo era reencontrarse con una vieja amiga que la había acompañado durante su misión y que se separó de él cuando cumplió su destino. Aquel viaje sin embargo, acabó tomando un rumbo completamente inesperado y Link acabó en la tierra de Términa, donde tuvo que luchar una vez más para salvar el mundo.

Cuando la luz del sol entró por la única ventana de su casa, Link se despertó casi instantáneamente. Esto era algo poco común en él. Normalmente le gustaba quedarse acostado hasta muy tarde en su cama hasta que venía su amiga Saria a despertarle. Más ahora que nunca dado que durante su aventura no había tenido mucho tiempo para descansar. Pero aquel día tenía que hacer algo muy importante. Habían pasado dos días desde que regresó de Términa y ahora debía devolver la Ocarina del Tiempo a su legítima dueña.

Link se despojó de las sábanas, aún medio dormido, mientras se frotaba los ojos con la mano derecha. Aún tenía mucho sueño y tenía que hacer un esfuerzo considerable para no caer rendido de nuevo a la cama. Sin más demora, se dirigió hacia la palangana de agua que tenía sobre su mesa. Por un momento estuvo a punto de caerse de sueño, lo que hubiera acabado con la cabeza de Link completamente metida en el agua. Tomó el agua con sus manos y se lavó la cara lo más rápido que pudo. Cuando acabó, el sueño abandonó su cuerpo y se sintió con fuerzas para empezar el nuevo día.

En aquel momento, Link oyó un ruido en la puerta. Alguien estaba subiendo por la escalera de mano que daba acceso a su casa. Al poco rato alguien corrió la cortina que hacía de puerta. Al principio Link no pudo ver quien era debido a que le deslumbró un poco la luz que entró por ella, aunque suponía de quien podía tratarse. Cuando sus ojos se acostumbraron a la luz, Link vio a su amiga Saria, con una sonrisa de oreja a oreja y una cara de ligera sorpresa. Llevaba puesto el tradicional vestido Kokiri, de un vivo color verde. Su cabello corto era del mismo color, brillando al sol como la hierba del bosque.

-     ¡Vaya! ¡Al final no ha hecho falta que te levante yo!- Dijo Saria con un tono de ligero sarcasmo. - ¿Sabes? Esto casi podría considerarse como un milagro.

-     ¡No empieces otra vez, Saria!- Replicó Link ligeramente molesto. No le hacía mucha gracia que la gente le tomase el pelo cuando acababa de levantarse.

-     Oye, fuiste tú quien me pidió que viniera por la mañana a despertarte por que no te fiabas de que fueras capaz de hacerlo por ti mismo.

- ¡Bueno, vale! -Dijo Link con un tono reticente. Definitivamente no se había despertado con buen humor. - ¿Te importaría salir un momento? Tengo que cambiarme.

Saria no respondió. No era la primera vez que veía a Link cuando se levantaba temprano y sabía que no convenía hacerle enfadar cuando estaba así. Simplemente se apartó de la puerta y corrió la cortina, esperando en el balcón que había fuera.

Link se miró en el espejo. Estaba vestido con su pijama, compuesto por una simple camiseta azul y unos pantalones cortos amarillos. Su pelo estaba completamente alborotado, como todas las mañanas. Afortunadamente para él, su cabello era muy fácil de arreglar. Por el momento se contentó con adecentárselo con las manos y lavarse la cara una vez más para ahuyentar un sueño que estaba volviendo de nuevo.

Al lado de su cama, Link tenía un gran baúl donde guardaba su ropa, aunque no podía decirse que tuviera un repertorio muy variado. De hecho, tan solo poseía una colección de trajes Kokiri... todos exactamente iguales. Buscó uno que estuviera lo bastante limpio. No quería causar una mala impresión. Sin embargo encontrar uno que estuviera decente le estaba resultando más difícil de lo que esperaba. ¿Cuánto hacía que no hacía la colada? No era algo a lo que le prestara demasiada atención, de todas formas. La limpieza no era una de sus cualidades.

Cuando al fin encontró uno que le satisficiera, se quitó su pijama y comenzó a vestirse. Volvió a mirarse al espejo y terminó de peinarse. Por último, se colocó la capucha tradicional Kokiri en la cabeza. A decir verdad, no parecía que fuese hacer nada especial; iba vestido como todos los días. Pensó que quizás debería ponerse algo especial, aunque solo fuera para dar una impresión distinta a la habitual. Sin embargo, ¿qué podía llevar? Todas sus ropas eran idénticas y no conservaba ni la Túnica Goron ni la Túnica Zora. De todas formas le hubiesen venido grandes. Quizás una buena forma de mejorar esa impresión sería llevar algún tipo de presente, pero tampoco tenía muchas opciones para ello.

Mientras Link seguía intentando decidir qué llevar, Saria volvió a entrar en la casa.

- ¡Eoooh! ¿Sigues despierto o has vuelto a dormirte?- Dijo Saria sacando a Link de sus pensamientos.

- ¿Eh? ¡Ah! Perdona... creo que estaba ensimismado.- Link volvió a mirarse en el espejo, el cual ahora reflejaba también a Saria. – Oye... ¿puedo hacerte una pregunta? ¿Qué tal estoy?

Saria miró extrañada a su amigo. ¿Le había preguntado lo que creía que le había preguntado?

-     ¿Cómo dices?.

- Ya me has oído. ¿que qué tal estoy? - Repitió Link.

- ¡Vaya! ¡Esto sí que es nuevo! La princesita ha debido de darte fuerte para que ahora empieces a preocuparte por tu aspecto.

Link no pudo evitar sonrojarse. Sin darse ni cuenta empezó a mirar hacia el suelo, evitando la mirada de Saria reflejada en el espejo.

- ¿Pero de qué estas hablando? Hace poco que volví de Términa y tan solo quiero quitarme este olor de "salvador del mundo" de una vez.

- ¡Ja! ¡Te has puesto como un tomate! – Dijo Saria divertida.

Link empezó a sentirse incómodo. Le empezaron a entrar ganas de salir corriendo de su casa y acabar cuanto antes. Saria empezó a notar esa incomodidad en la cara de su amigo. Supuso que con eso ya había sido suficiente por el momento.

- Bueno, si tanto te interesa, te diré que estás como para parar una carrera de caballos.- Dijo Saria, intentando animarle. Link volvió a levantar la mirada.- Pero bueno, será mejor que vayamos yendo a desayunar para que te vayas pronto. No es bueno hacer esperar a la realeza.

- Lo sé, es solo que creo que debería dar una buena impresión. Es la primera vez que voy a entrar en el Castillo sin tener que evitar a los guardas.- Dijo Link sin acabar de creerse sus propias palabras.- Había pensado que ya que no tengo nada mejor que ponerme podría llevar algún presente.

¡Je, je...! Por más que intente ocultarlo lo que quiere es gustarle a Zelda pensó Saria para sus adentros. Link, viendo su mirada, empezaba a preguntarse si ella también dudaba de lo que acababa de decir.

- Bueno... ¡Olvídalo! ¡Tienes razón! ¡Será mejor que vayamos a desayunar!- Dijo medio riendo, mientras se dirigía a la puerta.

- ¡Ejem! Link...- Dijo Saria cuando ya se encontraba bajo el marco de la puerta de la entrada.

- ¿Sí?.- Deseó que no se tratara de otro intento de tomadura de pelo.

- Solo dos cosas.- Respondió Saria.- Lo primero, que si quieres darle una buena impresión a la princesa deberías por lo menos llevarle un ramo de flores. ¡Eso siempre funciona!

- Eeer... ¡Gracias! Lo tendré en cuenta.- Dijo Link. Siguió un momento de silencio en el que Saria le miraba de manera juguetona.- Bueno... ¿y lo segundo?.

- ¡Oh! Sí... lo segundo...- Saria observó un momento más a Link con la misma mirada y prosiguió.- ¿De verdad piensas desayunar llevando eso?.- Dijo señalando a su espalda.

Link entonces se dio cuenta. ¡Se había equipado con su espada y con su escudo sin darse ni cuenta!

- ¡Anda! ¡Lo he hecho inconscientemente! Supongo que estoy tan acostumbrado a llevar mis armas que...

- ¡No te preocupes, bobo!.- Le interrumpió Saria indulgentemente.- Pero yo que tú los dejaría aquí si de verdad quieres quitarte ese "olor a salvador del mundo", como tú lo llamas. Además, ya no tienes ejercer como tal, ni tampoco vas a hacer un viaje tan largo.

- Supongo que tienes razón.- Respondió Link sonriendo para si. A veces le costaba trabajo olvidar que ya no tenía que soportar sobre sus hombros el destino de todo el mundo, cosa que empezaba a disfrutar.

Link dejó sus armas al lado de cama y se volvió a dirigir hacia la puerta para después bajar por la escalera de mano. Al llegar abajo observó el día que se había levantado. Era un día soleado de finales de la primavera. Se notaba en el aire que el verano se acercaba. No había apenas nubes en el cielo, incluso la neblina que solía inundar el bosque había desaparecido. Soplaba un ligero viento que mecía tiernamente las ramas y las hojas de los árboles en un entrañable baile que realizaban al compás del susurro que ellos mismos producían. Las briznas de hierba aún brillaban con el rocío matinal cual estrías de esmeralda. En el aire se podía oler un ligero aroma a tierra mojada mezclada. Por lo visto había llovido durante la noche, a pesar de que el cielo no parecía indicarlo. La mayoría los niños Kokiri aún no se habían levantado. La tienda estaba abierta, así que el tendero era uno de ellos. Fuera en las calles del poblado, Link tan solo vio a las gemelas.

Saria bajó inmediatamente después. Los dos se turnaban para hacer el desayuno, cada uno en su casa. Aquel día le tocaba a Link, pero la noche anterior le pidió a su amiga que cogiera el turno aquella mañana para que pudiera salir temprano, prometiéndole que después haría él dos días seguidos.

- ¡Bueno! Espero que tengas hambre. Hoy he cocinado la panceta y los huevos que trajiste el día que llegaste.- Explicó Saria mientras caminaban hacia su casa, la cual estaba justo al lado.- También me queda algo de la leche esa... ¿"Rogani" era su nombre?

- Romani.- Le corrigió Link.

- ¡Eso! (¡Jo! ¡Que nombre tan raro!) Y también está el pan y la fruta de siempre.

- ¡Bien! Con un poco de todo lo que has dicho creo que será suficiente.

- Bueno, pero no se te olvide dejarme algo a mí. ¡Ayer por la mañana al final me dejaste con solo dos peras! ¡Te comiste todo lo demás que había preparado!

- Lo siento, no puedo evitarlo. No sabes lo que es estar tres días sin comer, más aún con todo el lío ese de viajar en el tiempo. ¡El estómago se te vuelve loco!

Saria le lanzó una mirada sarcástica.

- Sí, sí. Como si no antes de tus "pequeñas" aventuras temporales no comieras también así.

Link simplemente sonrió. No podía evitar sorprenderse de la naturalidad con la que hablaban de sus viajes en el tiempo. Saria aún recordaba su propio papel en aquel conflicto. Pero de alguna manera ella actuaba como si fuera algo lejano. Extrañamente a él también le daba esa sensación. Aunque su aventura en Términa la tenía aún muy reciente, la que vivió siendo el Héroe del Tiempo parecía lejana y distante. Como si le hubiera pasado en una vida anterior.

Cuando por fin entraron en casa de Saria, Link pudo oler el aroma de la panceta y los huevos, haciéndosele la boca agua. Estaba hambriento. Se sentó rápidamente a la mesa y se armó con el cuchillo y el tenedor. Cuando Saria le puso delante el plato con dos huevos fritos y dos tiras de panceta, Link se lazó cual depredador a por ellos, devorándolos con afán. Saria por su parte tomó un vaso de leche, una manzana amarilla, un trozo de pan y un huevo pasado por agua. Link terminó en seguida con su plato, agarrando después la botella de leche Romani y se bebió dos vasos.

- Desde luego, si alguien que no te conociera te viera comer seguramente pensaría que te morirías atragantado en cualquier momento. ¡Vaya manera de tragar!- Observó Saria.

- La gente que tiene que crecer debe comer mucho.- Respondió guiñando un ojo. A Saria no le molestó el comentario sobre el crecer de Link en absoluto. Ya hacía tiempo que lo había aceptado. Ella nunca iba a crecer por ser un Kokiri, mientras que Link sí lo haría, al ser un Hylian.- ¿Tienes más huevos y panceta?.-

- Espera un poco, so glotón.

Al poco rato, Link tenía delante de él un nuevo plato que devoró en el mismo tiempo que el anterior.

- ¡Bueno! Con esto ya tengo bastante por ahora. Será mejor que vaya yendo al castillo.- Dijo Link tras limpiarse la boca con la servilleta que tenía al lado del plato. A él le gustaba más limpiarse con la manga, pero en frente de Saria prefirió ser algo más educado.

- ¿A qué hora volverás?

- No lo sé. Supongo que como siempre, por la noche.

- ¿Pero por la noche de hoy o por la noche de mañana?- Dijo Saria con tono sarcástico. Link la miró extrañado.

- ¿A qué viene esa pregunta?

- No sé... tal vez sea porque la última vez que me dijiste eso volviste al día siguiente por la tarde.- Respondió Saria manteniendo el mismo tono.- No sé... me da la impresión de que cuando entras en el Castillo ya no quieres salir. ¿Tan interesante es para ti estar con la princesita?

Link levantó una ceja, en un gesto para intentar ocultar su vergüenza. Saria tenía razón. De hecho, Link había estado unas cuatro veces en el Castillo de Hyrule desde después de su aventura en su madurez; cinco si contaba cuando fue para despedirse antes de ir a Términa, y en cada una se había quedado cada vez más tiempo, siempre más del que había planeado. Siempre encontraba nuevos juegos a los que jugar con Zelda, o nuevos temas de los que hablar. Definitivamente le gustaba estar con ella.

- ¿Qué quieres que te diga? Yo... bueno... cuando estoy allí... yo... la verdad es que...- Dijo Link intentando decir algo con lo que salir del paso. Pero no hizo más que empeorar las cosas, ya que cuanto más hablaba, más le costaba ocultar su sonrojo, hasta que al final su cara se puso de nuevo como un tomate maduro.

- ¡Tranquilo, tontorrón! No tienes que excusarte. Mientras no tardes 7 años...

Saria parecía estar disfrutando avergonzando a su amigo. Y estaba teniendo éxito. Link volvía a tener esa necesidad de salir corriendo y enterrar su cabeza en un hoyo del suelo para no sacarla nunca después.

- Bueno... creo que será mejor que me vaya yendo ya.- Dijo levantándose de la mesa.- No vaya a ser que llegue tarde.

- ¿Al final qué vas a hacer con todo el asunto ese del presente?.- Le recordó Saria. Link se golpeó la frente con la mano derecha.

- ¡Lo había olvidado!- Dijo Link apresurado. Se quedó un momento pensativo.- Eeer... pues no se me ocurre nada... supongo que seguiré tu consejo y llevaré flores aunque... ¿estás segura de que es un buen presente que llevar a un castillo?

- Link... deja de hablar como si ese regalo fuera para todos los que viven allí. Los dos sabemos a quien se lo vas a regalar.- Esta vez Link simplemente apartó la mirada, incapaz de seguir conteniendo su sonrojo. Saria estaba inspirada aquella mañana sacándole los colores a Link, pero pensó que ya había tenido suficiente.- Bueno, ¿se te ocurre de algún lugar donde conseguir buenas flores? Esto es un bosque después de todo. Estoy segura de que conoces alguno.

Link volvió a quedarse pensativo. Nunca antes se había preocupado por encontrar flores en el bosque. Después de todo nunca le había hecho falta, a excepción de los cumpleaños de Saria, donde siempre le llevaba unas flores que crecían al pie del Gran Árbol Deku. Pero el Gran Árbol Deku ahora estaba marchito, aunque por fortuna le había salido un brote (el mismo que Link conoció cuando rompió la maldición que pesaba sobre el Templo del Bosque. Había empezado a crecer también en su propia época cuando volvió a ella), y las flores ya no crecían a su lado. Sin embargo, repasando su memoria, recordó un lugar donde crecían unas flores muy bonitas, aunque no se encontraba en el bosque.

- Hmm... Espera un momento... Sí... creo que sé de un lugar en el Mercado de Hyrule donde conseguir unas muy buenas. Me pasaré por allí antes de entrar en el castillo.- Respondió Link finalmente. – Bueno, ahora sí que me voy. Y tranquila, nos veremos esta noche.

- Sí, sí, ya, por si acaso, prepararé la cena para una sola persona.- Contestó Saria.

- Hasta luego.- Se despidió Link.

- Hasta luego.

Sin más demora Link se dirigió a la salida del Bosque Kokiri, atravesó el puente que pasaba por encima de una parte de los Bosques Perdidos y salió a la gran Llanura de Hyrule. Sin el cobijo de las sombras de los árboles, Link se dio cuenta de que aquel día hacía mucho calor. Si iba hacia el Castillo a pie, seguramente llegaría exhausto y sudoroso. Pensó que lo mejor sería ir hasta allí montando a caballo. Entonces Link sacó la Ocarina del Tiempo, que brillaba con una ligera luz azul que le daba un aspecto místico. Link se llevó la ocarina a los labios y tocó las notas de la Canción de Epona, que resonaron por toda la llanura.

Al poco rato Link escuchó un relincho a lo lejos. Epona, su fiel yegua, había escuchado su llamada desde el Rancho Lon-Lon. Sin embargo, mientras se acercaba notó algo raro. Su lomo se veía más blanco de lo normal, más teniendo en cuenta el pelaje rojizo del equino. Al principio pensó que podía ser que le había crecido mucho la crin, que era precisamente de ese color, pero después se dio cuenta de que eso no podía ser posible. No podía haberle crecido tanto el pelo en tan solo dos días. La respuesta llegó en cuanto la potrilla estuvo lo bastante cerca.

- ¡Oh, dioses! ¡Malon me va a matar la próxima vez que me vea!.- Pensó Link en voz alta llevándose una mano a la cabeza.

¡Epona estaba cubierta de espuma!. Seguramente tocó la canción cuando Malon le estaba dando su baño semanal. No esperaba que lo hiciera tan temprano. Había olvidado que Malon nunca seguía un orden específico cuando hacía sus tareas. Teniendo en cuenta que Epona siempre salía disparada hacia donde se encontraba él cuando tocaba la canción que llevaba su nombre, se imaginó a Epona tirando el barreño con el que la estarían bañando a la cabeza de Malon, empapándola. La verdad es que resultaba una visión bastante divertida.

- ¡Hola, Epona! ¿Has descansado bien?.- Saludó Link cuando la yegua llegó a su lado. La yegua dio un pequeño bufido. Link entendió el gesto como un "sí" y como una contestación a su saludo.

Sonriendo, Link le quitó la espuma de la grupa, se montó en ella y se dirigió hacia el castillo. Durante el viaje, Link pudo sentir el viento en la cara. Estaba cabalgando en la dirección opuesta en la que soplaba, lo que le refrescó la cara, algo que le venía de perlas en un día tan caluroso. Finalmente, Link llegó a las murallas que daban al pueblo. Se acercó a un grupo de caballos que estaban amarrados al lado del foso, aguardando la llegada de sus dueños. Link dejó allí a Epona, pero no la amarró. Sabía que no le hacía falta, ya que la yegua le esperaría el tiempo que hiciera falta.

Cuando desmontó, Link escuchó algo. Un ruido muy lejano, que parecía provenir de la Montaña de la Muerte. Parecía el rugido de una tormenta, aunque en el fondo era un sonido distinto. Al principio pensó que podía ser que la Montaña fuese a hacer una de sus pequeñas erupciones de rocas, pero no salió nada del cráter. Al cabo de un rato, el sonido menguó y desapareció. Link se quedó extrañado durante unos momentos por  qué cosa podría haber provocado aquel ruido, pero no le dio más importancia.

- ¡Hasta luego, Epona!- Dijo Link mientras se dirigía hacia el puente que daba acceso a la muralla. Epona relinchó como despedida.

Las tiendas ya habían abierto y los primeros compradores se dirigían a hacer sus compras matutinas. El ambiente era tan tranquilo y cotidiano que a Link le costaba creer que en ese mismo lugar se libró una gran batalla que dejó todo el pueblo arrasado. ¿O debería querer decir que "se librará"? No estaba seguro. Sus aventuras a través del tiempo habían sido muy confusas. Ni siquiera tenía muy claro qué es lo que ocurrió cuando Zelda le devolvió a su época. Por alguna razón, tan solo él y los 7 Ancianos Sabios recordaban la llamada Guerra del Encarcelamiento. Para el resto de Hyrule, Ganondorf simplemente había desaparecido. Después del ataque que el líder de las ladronas Gerudo lanzó contra el Castillo Real Hylian la noche que Link abrió la Puerta del Tiempo, nadie había vuelto a saber nada de él. Como si se hubiera evaporado en el aire. Nadie más sabía de lo que había ocurrido en realidad.

El hecho de que los 7 Ancianos Sabios aún recordaran la guerra era algo que también le comía la cabeza de vez en cuando. Por lo visto, después de que Link fuera devuelto a su época, ellos no recordaban nada referente a cómo habían vuelto a la época actual. Tan solo que un día se levantaron y tenían todos los recuerdos en su mente. O al menos ese era el caso de Zelda, Saria, Darunia, Ruto, Impa y Nabooru. No había tenido ocasión de volver a hablar con Rauru aún.

Estos pensamientos abandonaron su mente cuando pasó al lado de las escaleras que llevaban hacia el Templo del Tiempo. Allí era donde Link esperaba encontrar unas buenas flores para dárselas a Zelda. En la fachada oeste del templo crecían unos tulipanes rojos que le gustaban mucho, además de las clásicas margaritas. Link se acercó a las flores y las observó de cerca para elegir las mejores. No le llevó mucho rato elegir media docena de ellas y unirlas en un pequeño ramo.

Cuando estuvo listo volvió a encaminarse al castillo. Volvió a recordar el primer día que estuvo allí. Habían pasado solo unos meses, pero a él le pareció cosa de un año. Probablemente hubiera sido así realmente, teniendo en cuenta sus aventuras en el tiempo. Aquel día no le dejaron entrar, viéndose obligado a meterse en el castillo a hurtadillas. Infiltrándose. Y resultó casi insultantemente fácil. No sabía qué pensar; si que él era increíblemente bueno en pasar desapercibido o simplemente que los guardas eran unos incompetentes. De todas formas aquel día no tenía que preocuparse por ello. Por primera vez entraría de manera honrada.

Cuando llegó al portón que daba acceso al jardín exterior del castillo, Link sacó la Ocarina del Tiempo. Ese sería su pase de visita. Junto al portón se encontraba el mismo guarda que lo custodiaba el primer día que estuvo allí. De todas formas dudaba que él se acordara.

- Buenos días.- Dijo el guarda cuando Link por fin se acercó lo suficiente.

- Buenos días – Respondió Link.- Soy Link, del Bosque Kokiri. He venido a hablar con la Princesa Zelda.- Link esperó a la respuesta del guarda. Esperaba que no le diera con la puerta en las narices, burlándose de él una vez más.

- Hmmm... Entiendo... ¿Tienes invitación? Si eres quien dices ser sabrás a lo que me refiero.

Link respiró aliviado. Por lo visto Zelda ya había avisado a los guardas de su visita.

- Sí, la tengo. Es esto, ¿verdad?- Dijo mientras le mostraba la Ocarina del Tiempo.

El guarda acercó su cara a la ocarina para verla de cerca. En cuanto vio el símbolo de la Trifuerza que tenía en la boquilla ya no tuvo más dudas.

- Correcto. Puedes pasar.- El guarda fue hasta el mecanismo del portón y lo abrió.- Que tenga un buen día... Señor Héroe.

A Link no le hizo mucha gracia como le había llamado, y mucho menos el tono burlón con el que lo había hecho. "Señor Héroe" era como le llamaba el guarda que custodiaba la entrada a la Montaña de la Muerte en el pueblo Kakariko. Era un mote burlón que le puso después de enseñarle la carta que Zelda había escrito para él en el que decía que "estaba bajo sus órdenes para salvar Hyrule". Desde luego el guarda no se lo tomó en serio, de ahí el mote, a pesar de que le dejó pasar de todas formas. Se preguntó si aquel guarda no había hablado con el del portón del castillo de él.

Sin darle más importancia siguió el camino que llevaba al castillo. Esta vez los guardas simplemente le ignoraban, a excepción de un guarda joven que le saludó con la mano. Link le devolvió el saludo con un movimiento de cabeza.

En aquella ocasión la puerta del castillo estaba abierta. Esta vez no tendría que meterse por el canalón de desagüe que había en la pared este, como había hecho hasta ahora. El hall del castillo era impresionante. Una enorme escalinata de mármol se encontraba justo enfrente, bifurcándose en su parte más alta y llevando a las diferentes estancias del lugar. Sobre cada una de las dos escaleras de la bifurcación había colgado un cuadro. Sobre la escalera que llevaba al ala este había un enorme retrato del actual Rey, vestido con un manto rojo. Su cabello era grisáceo y su severo pero amable rostro se encontraba poblado por una barba del mismo color. Su cabeza estaba adornada con una sencilla pero elegante corona de oro. En la parte inferior del marco había una placa dorada, pero Link no podía leerla desde donde se encontraba. Probablemente sería el nombre del monarca: Daphnes Nohansen Hyrule. El otro cuadro, el de la escalera que llevaba al ala oeste, era una representación de la creación de Hyrule. En él aparecían las tres diosas, Din, Nayru y Farore, descendiendo al mundo y dándole vida con su soplo. En el arco de media punta que se encontraba sobre el centro de la bifurcación se podía ver una reproducción del emblema de la Familia Real Hylian labrada en piedra, aunque Link no pudo adivinar de qué piedra se trataba.

Las paredes estaban llenas de tapices con diferentes símbolos, destacando el emblema de la raza Hylian (Un fénix con una Trifuerza sobre su cabeza), todos ellos de colores dorados y escarlatas, con la excepción de algún tapiz color azul. En el piso de abajo había también algunos pequeños pedestales que lucían lujosos jarrones exquisitamente ornamentados y decorados. El suelo, al igual que la escalinata, era de mármol y en el centro del hall se encontraba una enorme representación de la Trifuerza dibujada en el mismo. El techo era realmente alto, adornado por tres enormes lámparas de araña, hechas de cristal. Ahora mismo sus velas estaban apagadas, quedando toda la estancia iluminada por la luz del sol que entraba por un enorme medallón de cristal que se encontraba sobre la entrada principal, además de otros ventanales más pequeños que se encontraban repartidos por las paredes. Resultaba una visión increíblemente majestuosa.

Al poco rato de permanecer allí, alguien comenzó a bajar por la escalinata. Se trataba de Impa, la cuidadora de la princesa. Perteneciente a la casi extinta raza de los Sheikah como así indicaban sus ojos color escarlata. Llevaba puesto su habitual traje de guerrero de su raza, adornado con el emblema del Ojo de la Verdad en el pecho. Su cabello blanco lechoso se encontraba recogido en una pequeña coleta. Su aspecto externo era fiero, casi amenazante, pero Link sabía que debajo de esa fachada de guerrera indomable se encontraba una agradable mujer de gran corazón.

- Buenos días, Link.- Dijo cuando casi había acabado de bajar las escaleras.

- Buenos días, Impa.- Respondió.

- ¿Ya has vuelto de tu viaje? Solo ha pasado una semana. Creía que te iba a llevar más tiempo.

- Eso mismo pensaba yo, pero al final decidí volver antes de lo planeado.- Mintió Link, intentando evitar la risa. Hasta ahora tan solo le había contado su aventura en Términa a Saria, así que Impa no sabía que para el resto de la gente había pasado una semana, pero que para él había sido bastante más. Ya se había acostumbrado a que el tiempo se comportara de manera distinta con él que con el resto del mundo.- ¿Está ya lista Zelda? He venido a devolverle la Ocarina del Tiempo.- Continuó Link alzando la mano con la que sostenía el instrumento.

- Y a juzgar por lo que llevas en la mano derecha diría que a darle algo más.- Dijo Impa al observar el ramo de tulipanes que había traído.- ¿Dónde has conseguido esas flores tan bonitas? ¡No te tenía yo por un experto en flores!

- ¡Oh! Al lado del Templo del Tiempo, en la fachada oeste. Me fije en ellas la primera vez que pasé cerca. Como es la primera vez que entro aquí sin colarme, - Impa levantó una ceja al oír aquella frase.- pensé que sería educado traer un presente.

- Entiendo…- Por el tono de voz en que Impa dijo aquello a Link le pareció que, al igual que Saria, ella tampoco se creía que lo de las flores era por cortesía o educación.- La princesa te está esperando en el "lugar habitual". Ella dijo que lo entenderías.

- Sí, lo entiendo. Gracias.- Dijo Link mientras se dirigía a la puerta que había bajo la escalinata, a la derecha.

El "lugar habitual" era el jardín interior donde se conocieron por primera vez. Era el lugar donde más les gustaba jugar. Link conocía la manera de llegar desde el hall debido a que la tercera vez que estuvo en el castillo, Zelda le enseñó a Link una de sus mascotas: un conejo blanco. Mientras le daban de comer, Link intentó buscar algo que darle en su cinturón. Aquel día llevaba su equipo y sin querer, su bolsa de bombas se cayó y una pequeña bomba salió rodando, con el seguro suelto. Explotó en el agua y dado su tamaño, no hizo mucho ruido, pero el conejo se asustó y, librándose de los brazos de Zelda, salió disparado del jardín, metiéndose en el castillo por una puerta entreabierta. Link y Zelda lo siguieron con mucho cuidado de que no les viera nadie. Seguramente se hubiesen metido en problemas si alguien hubiera visto a Link, dado que se había colado en el castillo. El animal llegó hasta el vestíbulo, donde sudaron la gota gorda para atraparlo sin que los pillaran. Afortunadamente tan solo habían un par de guardas custodiando la puerta, mirando hacia el jardín exterior. Link no podía explicarse como siendo un guerrero tan diestro como era él, podía ser tan torpe en prácticamente todo lo demás.

Acabó saliendo por una puerta que daba a un corredor de los jardines interiores. Link reconoció enseguida el lugar. Era el último corredor en el que tenía que evitar a los guardas. El lugar en el que le esperaba Zelda estaba justo a su derecha. Tan solo tenía que pasar por debajo de un pasillo encumbrado por un arco de media punta. Ya podía ver a lo lejos a Zelda, de espaldas, mirando por una ventana que había en uno de los muros del jardín. Justo en el mismo sitio donde la vio por primera vez. Su corazón comenzó a latir con más fuerza, aunque no más deprisa. Era una sensación que ya conocía. No sabía muy bien por qué, pero siempre reaccionaba así cuando veía a la princesa. Se preguntaba si pasaba siempre lo mismo cuando te gustaba alguien. Y es que, aunque nunca lo diría en voz alta, a Link le gustaba Zelda de veras desde la primera vez que la vio. Naturalmente nunca había tenido valor para decírselo todavía. De todas formas tampoco le preocupaba. Le gustaban las cosas tal y como estaban ahora y no veía necesidad de cambiar nada diciéndoselo, aunque también es cierto que tenía cierto temor por recibir una respuesta negativa.

Cuando por fin se decidió a entrar en el jardín, una malévola idea se le pasó por la cabeza. La cuarta vez que vino al castillo se habían citado en los jardines exteriores, cerca de un árbol. Aquel día llegó antes de la hora prevista y se le ocurrió subirse al árbol para, cuando llegara Zelda, colgarse con las piernas de una de las ramas bajas y aparecérsele boca abajo de repente y así darle un susto. La idea resultó, y pensó que esta vez podría repetir la hazaña. Pegándose a las paredes y con una maquiavélica sonrisa en los labios, Link se acercó con cuidado y se metió en el pequeño foso que circundaba el jardín, con cuidado de no hacer ruido. Después se acercó al lugar donde estaba Zelda por el foso, yendo lo más agachado posible, procurando no mojarse demasiado ni estropear las flores. Sabía que si se acercaba directamente por la espalda, aunque fuese sin hacer ruido, Zelda sentiría su presencia y le descubriría. Cuando por fin llegó al lado de la plataforma elevada donde estaba ella, Link salió con cuidado del agua y se acercó despacio. Cuando al fin estaba justo detrás de ella, llenó sus pulmones todo lo que pudo, dispuesto a pegar un gran grito que la sobresaltara. Ella seguía de espaldas... ¡Era ahora o nunca!

- ¡Ni se te ocurra!- Dijo Zelda en voz alta.

Link, de la sorpresa, se tragó parte del aire que había inhalado, haciéndole toser con fuerza un par de veces. Entonces Zelda se giró, mostrando una agradable sonrisa de oreja a oreja. Llevaba puesto un vestido parecido al que llevaba la primera vez que se vieron, solo que esta vez era de mangas cortas y de color rosa y blanco, en vez de color lavanda, y no llevaba puesto aquel extraño tocado en la cabeza, revelando su precioso y dorado cabello, cuya longitud le llegaba hasta los hombros. Lo que sí llevaba puesto era una diadema de color azul que le sujetaba el pelo, especialmente el flequillo, que lo llevaba apartado hacia atrás para que no le molestara la cara. Link volvió a sentir aquella punzada en el corazón cuando la miró a los ojos, de un profundo color azul zafiro. Había oído a la gente decir que los ojos son el espejo del alma, pero para él, en el caso de Zelda eran más bien una ventana hacia su alma. Brillaban intensos con una luz que desprendía una alegría y bondad capaz de contagiar a todo aquel que estuviese cerca de ella. Su mirada era dulce e inocente, pero la profundidad que había en ella revelaba madurez, valor y determinación. Unas características que eran el reflejo de sus experiencias durante la Guerra del Encarcelamiento.

Cuando Link se dispuso a hablar, notó que todavía no le salía el aire, lo que le hizo volver a toser, esta vez con más fuerza que antes, haciéndole agachar la espalda, apoyándose en sus rodillas. Creía que se le iba a salir la tráquea por la boca.

- ¡Respira, respira!- Dijo Zelda divertida mientras le daba unas palmadas en la espalda.- ¡Te lo tienes merecido! ¿Creías que me iba a dejar asustar una segunda vez? ¡Qué poco me conoces!

Link aún tosió unas cuantas veces más, hasta que por fin se recuperó. Al incorporarse, Zelda pudo ver que tenía los ojos un poco rojos y bastante llorosos, debido a la tos.

- ¡¿Cómo demonios sabías que estaba ahí?! ¡Te vigilaba atentamente y me aseguraba de que no pudieras verme u oirme!.- Dijo Link todavía sin salir de su sorpresa.

Zelda le lanzó una mirada entre irónica y misteriosa, con la intención de confundirle un poco más

- ¡Oh! ¡Yo puedo sentir todo lo que ocurre a mi alrededor, querido Link! Ni aunque te entrenaras en las antiguas artes de la infiltración de los Sheikah conseguirías sorprenderme…

Link la miró incrédulo.

- ¡Anda ya!- Fue lo único que se le ocurrió decir en aquel momento.

- Va en serio. Mientras te acercabas, yo ya estaba haciendo algunas cosas que me advirtieron de tu presencia.- Contestó Zelda.

- ¿Cómo cuales?

- ¡Oh! Muchas de ellas son secretas… pero la más determinante de todas…- Zelda hizo una corta pausa que a Link se le hizo eterna. Pudo notar que Zelda estaba haciendo un gran esfuerzo por no echarse a reír.- ¡fue que te vi reflejado en la ventana!- Dijo al fin, sin poder contener más la risa.

Link miró la ventana que estaba a la espalda de Zelda, por la cual la princesa estaba mirando antes. Vio que la habitación a la que daba estaba bastante oscura, por lo que el cristal reflejaba una imagen bastante nítida de todo el jardín. ¡No cayó en eso!

- Bueno, supongo que con esto ya estamos en paz por lo del árbol.- Dijo Zelda cuando había dejado de reír.- ¡Hoy has sido muy puntual! Temía que se te pegasen las sábanas otra vez.

- Oye, tampoco me retrasé tanto en aquella ocasión. Tan solo fue que se me pasó la hora un poco.

- Una hora y media no es que sea precisamente "un poco". Y por lo que me has dicho de tu afición a dormir debes de hacerlo bastante a menudo.- Respondió Zelda en un tono un poco burlón.

Link se sonrojó un poco. La verdad es que no tenía muchas posibilidades de ganar ese debate después de haberle hablado a Zelda de su apego a las sábanas cuando se trataba de levantarse temprano. Afortunadamente para él, la princesa bajó la vista y vio el ramo de tulipanes que llevaba en la mano. Al hacerlo, se le iluminó la cara

- ¡Oh! ¡¿Y esas flores que llevas ahí?! ¿Son para mi?.- Dijo con voz alegre.

- Eeer… yo… bueno, esto… sí, toma.- Respondió Link tartamudeando y tratando de no sonrojarse aún más mientras le entregaba el ramo. Tanto pensar en hacerle un regalo no le había dado tiempo a pensar en qué decirle cuando se las diera.

- ¡Gracias! ¡Son preciosas! ¡Y son mucho más grandes que los tulipanes que crecen en el castillo! ¿Dónde las has conseguido? ¡No te tenía no por un experto en flores!-

Link no pudo evitar dejar escapar una ligera y breve risa al oír a Zelda repetir las mismas palabras que le había dicho Impa hacía tan solo unos momentos.

- En el Templo del Tiempo. Pensé en traer un regalo y Saria me recomendó las flores.- Link dudó un momento si volver a decir lo de que el regalo era por educación. Probablemente tampoco ella se lo creería, y eso podría hacer a Zelda sospechar de sus sentimientos. Pero si dejaba la frase como la había dejado también lo haría. Finalmente le vino una idea a la cabeza.- Lo normal después de volver de un viaje es traer regalos a los amigos, ¿no?

- ¡Muchas gracias! ¡Me encantan!- Dijo Zelda. Se inclinó (ella era ligeramente más alta que Link) y le dio un beso a Link en la mejilla.

Tras ese gesto, Link ya no pudo seguir controlando el color de su cara, que se volvió de un color rojo intenso. Su mente se bloqueó por un momento. No quería ni pensar en como acabaría la cosa si seguía ahí mucho rato con la cara como un tomate. Sin saber muy bien lo que hacía, se palpó el bolsillo y sintió el bulto donde estaba la Ocarina del Tiempo. Casi de manera brusca, Link sacó el instrumento sagrado y se lo tendió a Zelda.

- Eeer... toma. Como te dije, aquí te traigo la Ocarina del Tiempo... gracias por dejármela. ¡No sé que hubiera hecho sin ella!

- ¿Te fue útil, verdad? Ya te dije que así sería. ¡Bueno! Cuéntame. ¿Cómo fue tu viaje? ¿Encontraste lo que buscabas?

Link recuperó el color normal de su cara, pero también se tornó en una expresión de ligera tristeza. Su viaje a Términa le había dejado algunos recuerdos buenos, pero también recuerdos tristes. Además no pudo encontrar a quien estaba buscando.

- Bueno... es una historia un poco larga... y la verdad es que ni yo la entiendo del todo...- Dijo Link, añadiendo la última frase recordando sus viajes en el tiempo.

- Tenemos tiempo. Ven, vamos a poner las flores en agua y me lo cuentas todo.- Dijo Zelda cogiéndole a Link de la muñeca.

Los dos salieron del jardín y entraron en el castillo. No tardaron mucho tiempo antes de que llegaran a las cocinas, una enorme sala con varias fogones y hornos de piedra, además de una pila de agua potable con varios cubos al lado para llenarla cuando hiciera falta. Al fondo había tres grandes puertas que Link supuso que daba a las despensas. Aún faltaba bastante para la hora de la comida, por lo que no había nadie allí de momento. Zelda cogió un vaso grande de cristal que había en una alacena enfrente de los fogones, lo llenó de agua en la pila y puso las flores en él.

- Ahora debería encontrar un jarrón.- Dijo Zelda pensativa. Se quedó mirando a las flores por un momento con misma expresión, preguntándose donde podía haber uno libre.- ¡Ya lo tengo! En mi cuarto hay uno que podría valer... ¡Y ahora que me doy cuenta, tú todavía no has visto mi habitación!.

- ¡Anda! ¡Pues es verdad! Como siempre me metía en el castillo a escondidas nunca he podido ver mucho del interior.

- ¿Pues a qué esperamos?

Zelda volvió a cogerle de la mano y volvieron al recibidor. Allí subieron las escaleras que llevaban al ala oeste. Después de recorrer un pasillo cuyo suelo de piedra estaba cubierto por una alfombra azul con bordados dorados en sus bordes, llegaron a la puerta de la habitación de Zelda. Era de madera, con un diseño sencillo. Tan solo tenía el dibujo de la Trifuerza grabado en ella. Cuando la traspasaron Link se encontró en una habitación muy espaciosa, de un tamaño considerable, aunque mucho más sencilla de lo que imaginaba. Si no fuera por el tamaño de la estancia, nadie diría que se trataba del lugar de descanso de una princesa. Como mucho, el de una niña de familia acomodada, pero nada más.

Las paredes eran de un color azul pastel pálido, con una cenefa dorada a media altura. El techo era algo más elaborado. Había varias vigas que formaban una especie de cuadrícula. En cada uno de esos cuadrados se encontraba un relieve con dibujos de varios motivos, siendo el de la Trifuerza el más abundante. Apoyada en la pared de la izquierda según se entraba había una mesa de madera pintada de blanco con dos sillas del mismo material y color, con asientos tapizados en color verde hierba. También muy sencillas. A parte de unas patas algo abombadas, no había nada a destacar en su diseño. No muy lejos de la mesa se encontraba la cama de Zelda. Era de tamaño mediano, con una gran cabecera de bronce, redonda, con motivos florales y una Trifuerza como motivo principal. Las sábanas eran de color rosa pálido, casi blanco. En las faldas había varias Trifuerzas bordadas con hilo blanco brillante. Casi parecía que fuera hilo de diamante. La almohada era blanca, alargada y parecía muy mullida. Link pensó que debía de ser realmente fantástico dormir en una cama como esa. Al contrario de lo que él se imaginaba, no tenía cortinas ni nada parecido a lo que había leído en algunos cuentos de hadas.

En la pared del fondo había un enorme ventanal que casi ocupaba toda la pared en su mitad superior, con un asiento mirador. Por lo que Link llegaba a ver, se podía ver la Montaña de la Muerte con bastante claridad, pero nada más. Al menos desde donde estaba. Hacia la pared de la derecha había una mesa redonda blanca con cuatro sillas a su alrededor. Sin embargo cuando Link miró aquella mesa, algo llamó su atención. En la esquina de al fondo había un enorme armario con cuatro puertas. Era de color crema y, al contrario que el resto de muebles en la habitación, era de un diseño elaborado, con muchos motivos florales grabadas en la madera, sobre todo en la parte superior, también coronada con la parte superior con la Trifuerza. Era el armario más grande que jamás había visto. Prefirió no imaginarse cuanta ropa debía de tener Zelda ahí guardada. Por último, en la misma pared de la derecha, cerca de la puerta, había un tocador con un espejo redondo y varios cepillos y peines sobre él, también de aspecto sencillo, pero sin pintar, mostrando una madera barnizada que Link supo reconocer como caoba, material del que también estaba hecha la silla, con un asiento tapizado en rojo. En el suelo había una gran alfombra de varios colores. La luz que ahora entraba por la ventana no era muy intensa, ya que la habitación estaba orientada hacia el oeste, pero aún así la habitación casi parecía brillar por sí misma. Para por la noche había varias lámparas de aceite y velas repartidas por las paredes.

- ¿Qué te parece mi habitación? ¿Te gusta?- Dijo Zelda extendiendo un brazo con la palma abierta, señalando con ella toda la estancia.

- ¡Wow! ¡Es enorme!- Dijo Link sorprendido. Puede que no fuera como se la había imaginado, pero aún así su tamaño le impresionaba.- ¿Cómo es tienes un armario tan grande? ¡Casi es tan ancho como mi casa!

Zelda sonrió. La verdad es que su armario la llenaba de orgullo. Una de sus aficiones preferidas era la ropa, aunque desde después de la Guerra del Encarcelamiento no le había prestado mucha atención.

- Pues nada, un par de cosillas.- Dijo finalmente

Zelda se acercó al armario, seguida de Link y abrió las dos puertas de la derecha, mostrando una cómoda con nueve cajones y una barra de perchas llena de vestidos de todos los colores que Link podía imaginar. Después abrió las otras dos puertas y vio más vestidos, pero estos de un aspecto más principesco, con diseños muchos más elaborados. En la parte superior había una tabla donde había montones de lo que parecían ser sábanas. En el suelo del armario había una amplia colección de zapatos. Link prefirió no contarlos, pero calculaba que deberían ser por lo menos cincuenta. Habían de todos los diseños posibles. Los más sencillos estaban más a mano que los más elegantes, que estaban hacia el fondo del armario. La variedad de ropas le impresionó de veras. Después de todo, él estaba acostumbrado a que tanto él como el resto de los Kokiri llevaran ropas idénticas día tras día.

- ¡¿"Un par de cosillas"?! ¿A qué llamas tú entonces a un almacén de ropas saturado hasta explotar?-

Zelda rió ligeramente. Después giró su cabeza, buscando el jarrón en el que había pensado antes. Se encontraba en el ventanal, en una pequeña repisa. Era de color azul, con bandas blancas, y de forma alargada. Se acercó allí, tomó el jarrón, echó el agua del vaso en él y después colocó las flores. Mientras olía su perfume, Zelda se acercó a su mesilla de noche, que estaba a la izquierda de la cama. Estaba hecha de madera de pino, y tenía un candelabro dorado de seis velas sobre ella. Dejó allí el jarrón y admiró la vista por un momento.

- ¡Queda preciso! Además el color de los tulipanes hace juego con el de mi cama. ¡Muchas gracias!- Le dijo Zelda a Link con una sincera sonrisa. Link volvió a sentir aquella punzada en el corazón al verla sonriendo. Se preguntó cuantas veces más sentiría aquella sensación antes de que acabara el día.

- De nada.- Dijo intentando controlar su sonrojo otra vez. Lo hacía ya tantas veces que se preguntó si acabaría teniendo control absoluto sobre el color de su cara si seguía así.

- ¡Bueno, cuéntame! ¿Cómo te fue en el viaje?

Ambos se sentaron en la cama y Link comenzó a relatarle su historia en Términa.

-     Ya te dije que la Ocarina del Tiempo te resultaría útil... ¡pero si te digo la verdad no me esperaba que fuera a serlo tanto!- Dijo Zelda sorprendida cuando Link le contó como la Ocarina se transformó en una gaita, permitiéndole tocar la Canción del Tiempo para regresar al primer día de la cuenta atrás.

Al principio todo fue bien, pero cuando le empezó a contar la parte en la que empezó a hacer viajes en el tiempo, notó que le costaba más de lo normal contarlo de una manera entendible. De hecho, había partes que ni siquiera él entendía muy bien. Zelda escuchaba muy atenta todo lo que contaba. Le interesaron mucho las historias de cómo Link iba ayudando a toda aquella gente (y que aquella gente fuera físicamente idéntica a algunas personas de Hyrule) Ella ya conocía la amabilidad desinteresada de Link, pero oír que la seguía poniendo en práctica incluso en un país extranjero la maravillaba aún más.

Cuando Link comenzó a contarle la historia de Anju y Kafei, Zelda mostró un interés aún mayor. Sin embargo, fueron interrumpidos poco después. Alguien llamaba a la puerta.

- ¿Quién es?- Preguntó Zelda en voz alta.

- Zelda, cariño, soy yo. ¿Puedo pasar?- Contestó una voz grave que Link no conocía.

- ¡Papá! Pasa.- Dijo Zelda

- ¿Tu padre?- Dijo Link sorprendido. Zelda asintió

Durante un momento que pareció especialmente largo, Link se sintió muy nervioso. ¡Iba a conocer al mismísimo Rey de Hyrule! A pesar de que conocía a Zelda bastante bien, nunca había coincidido con él. Ya le había visto en su retrato, por lo que sabía como era físicamente, pero siempre se preguntó cómo sería en cuanto a personalidad. Nunca supo lo que fue de él en la Guerra del Encarcelamiento. Probablemente murió, puesto que el Castillo Real fue destruido y no se supo nada de él. Ahora que había vuelto a su infancia, era como si aquel futuro terrible nunca hubiera sucedido, lo que incluía la "muerte" del Rey.

Finalmente abrió la puerta y Link pudo observar el mismo rostro severo pero amable, poblado de una barba canosa. Sin embargo el resto de su cuerpo era distinto a como se lo imaginaba. Su cuerpo rebosaba energía. Era fuerte y bastante corpulento, incluso podría decirse que joven, a pesar de que su cara parecía ser el de un hombre que acababa de entrar en la mediana edad. Sus ropas también eran muy sencillas. Tan solo llevaba unos sencillos pantalones verdes y una toga corta color dorado. No llevaba corona alguna, como Link esperaba, lo que dejaba a la vista una media melena canosa como su barba, que le llegaba hasta la misma altura de los hombros. Entonces Link pudo ver algo que no notó cuando vio su retrato: sus ojos. Eran exactamente del mismo color que los de Zelda, e igual de profundos, pero estos desprendían una fuerza incluso superior al que desprendía su cuerpo, como un mar embravecido por un fuerte viento. Desprendía un aura que era una mezcla de sencillez y fuerza. Como un trueno no precedido de rayo alguno. Así vio Link a Daphnes Nohansen Hyrule, Rey de su patria.

- ¿Interrumpo algo?- Dijo el monarca con voz amable.

- Nada importante, Papá. Mira, este es Link, el niño del que te hablé. Me estaba contando como fue su viaje. Por lo visto estuvo en un país llamado Términa.-Dijo Zelda con una amplia sonrisa. Link entonces notó que Zelda le llamaba "Papá" y no "Padre". Le resultó extraño. Incluso entre muchas familias del populacho Link había oído llamar "Padre" y "Madre" a sus progenitores los hijos de las mismas. Solo en las más sencillas había oído usar "Papá" y "Mamá". Esto le dio a entender que la Familia Real de Hyrule debía de tener también costumbres sencillas a pesar de su posición social.

- ¿Términa? Es la primera vez que oigo hablar de ese país…- Dijo el Rey curioso casi para sí mismo. El monarca se acercó a la cama con una agradable sonrisa. Aquello hacía que sus rasgos se endurecieran más, pero a Link en cierto modo le alivió ver como el Rey de Hyrule no tenía reparo alguno en realizar un gesto tan amigable como la sonrisa ante un desconocido.- Se bienvenido, Link.- Dijo estrechándole la mano. Link notó que sus manos eran grandes y fuertes. Casi le dio la sensación de que era capaz de estrangular a un Gran Moblin con ellas.- Zelda me ha hablado mucho de ti. Es agradable ver que mi hija hace amigos.

Link se quedó un momento pensativo. ¿Cómo debía tratarle al Rey? ¿De vos? ¿O sería suficiente con tratarle de usted?

- Eeer… Gracias… su Alteza… hmmm…- Link se puso otra vez nervioso. ¡Había sonado como un completo idiota! Lo último que quería en aquel momento era darle una mala impresión al padre de Zelda. Sin embargo, el Rey se rió ligeramente. No era una risa burlona sino una risa amistosa.

- Ja, ja, ja. No te preocupes por las formalidades, pequeño. En la dinastía Nohansen nunca nos ha gustado el protocolo, y nosotros no somos la excepción. Quien quiera que inventara esas reglas de conducta parece que lo único que pretendía era poner barreras entre las personas. A decir verdad, lo que único que tenemos nosotros de distinto son nuestras responsabilidades como monarcas, pero nada más. Por eso siempre nos consideramos como personas normales. Puedes llamarme simplemente Daphnes.

Link no entendió del todo lo que quería decir, pero sí comprendió que el Rey le consideraba un igual. Eso hizo que su nerviosismo desapareciera y sonriera con franqueza. Casi de repente, empezó a sentir la misma sensación de estar en un lugar amigable que tenía cuando estaba en casa de Saria.

- Bien Daphnes. Me alegro mucho de conocerle. Siempre me preguntaba cómo debía de ser un Rey… aunque debo decir que su aspecto es algo diferente del que me imaginaba.- Dijo finalmente Link, acabando el apretón de manos.

El monarca volvió a reír amigablemente. Pareció gustarle la sinceridad de Link.

- Sí, sé que no estoy vestido con mis mejores galas precisamente, aunque tampoco te creas que las llevamos siempre puestas. No son demasiado cómodas, y mucho menos para llevarlas todo el día. En cualquier caso, sí que debo ponerme mi traje real ahora mismo, y era de eso de lo que quería hablarte, Zelda.- Dijo el Rey, dirigiéndose ahora a su hija.- Supongo que recuerdas que hoy iban a venir los representantes de un país extranjero, Nordaeron. De momento es tan solo una visita de cortesía, por lo que no hace falta que asistas- Link vio la cara de Zelda. Casi parecía respirar aliviada al oír que no tenía que ir- pero posiblemente estemos un largo tiempo recorriendo el castillo y no podáis hacer muchas cosas aquí. Quizás sería mejor que tú y Link continuarais vuestro día aquí en los jardines exteriores.

- Muy bien, Papá, pero… ¿podemos ir por nosotros mismos o vas ponerme otra vez una escolta?- Respondió Zelda con un tono un tanto desdeñoso.

- Estaréis vigilados, aunque técnicamente no llevaréis escolta. Habrá guardias repartidos por todo el jardín. Su misión principal será vigilar los alrededores del Castillo durante la estancia de nuestros invitados, pero también se ocuparán de tener un ojo sobre vosotros.

A Zelda definitivamente no le gustaba la idea de estar vigilados. No había más que mirarla a la cara después de lo que dijo su padre para darse cuenta. Zelda tenía un gran sentido de la responsabilidad debido a su educación, pero había veces que le daban ganas de salir corriendo y escapar del castillo. Antes de la Guerra del Encarcelamiento había salido del castillo muy pocas veces, y desde que esta terminó, ni una sola vez. En cierto modo echaba de menos la libertad que tenía durante aquel conflicto, y además se moría de ganas por ver como era Hyrule sin la presencia de Ganondorf. De todas formas, aunque consiguiera salir de aquel lugar, sin lugar a dudas su padre le pondría una escolta debido a su edad, lo que no le permitiría disfrutar al máximo.

- Bueno, de todas formas aún queda algo así como hora y media hasta que lleguen los embajadores. Podéis seguir aquí mientras tanto si queréis.- Dijo el rey.

- No, no, saldremos ahora mismo. ¡Con el día tan bueno que hace hay que aprovecharlo! ¿Vamos, Link?- Dijo Zelda mostrando de nuevo su sonrisa más encantadora. El corazón de Link se volvió loco por un momento una vez más al verla. Empezó a desear que aquella sensación dejara de "molestarle" cada vez que veía a Zelda sonriendo.

- Por mí de acuerdo.- Respondió finalmente.

- Bueno, entonces os dejo. Voy a seguir preparándome.- Dijo el monarca.

- ¡Espera, Papá! ¡Mira que flores más bonitas me ha regalado Link!- Dijo Zelda entusiasmada señalando al jarrón donde las había puesto. El Rey las observó asombrado.

- ¡Caramba! ¡Son muy bonitas! ¿Dónde las has encontrado, Link? Zelda me ha dicho muchas cosas de ti, ¡pero no te tenía yo por un experto en flores!

Link casi estaba con la mosca detrás de la oreja. Ya eran tres las personas que le habían dicho prácticamente la misma frase, lo cual no dejaba de ser gracioso.

Link y Zelda salieron de la habitación y recorrieron de nuevo todo el camino hasta el recibidor. Empezaron a notar un cierto ajetreo. Los sirvientes empezaban a ir de aquí para allá, aunque Link y Zelda no llegaban a adivinar qué hacían exactamente.

- Para ser un hombre tan importante, tu padre parece una persona muy sencilla.- Dijo Link mientras atravesaban el pasillo del ala oeste.

- Ya le has oído. A él no le gusta eso de comportarse de forma altiva por ser el Rey. Le gusta estar con gente normal y trata con mucho respeto y educación a los sirvientes. Incluso estos le invitan a las fiestas que organizan para ellos de vez en cuando. También visita a algunas familias de nobles de bajo rango. De hecho, mi madre era la hija de un hidalgo compañero de caza de mi abuelo.- Relató Zelda. Link quedó intrigado por la última frase.

- Ahora que la mencionas… ¿Y tu madre? Es la primera vez que siquiera me la mencionas.

El rostro de Zelda se ensombreció de repente y desvió su mirada hacia el suelo. Aunque no parecía especialmente triste Link comprendió al instante que le había hecho rememorar un recuerdo doloroso. No le costó mucho trabajo adivinar cual era.

- No… no me digas que ella…- Dijo Link casi murmurando.

- Sí. Está muerta. Murió cuando yo tenía 5 años de una enfermedad que contrajo  poco después de mi nacimiento.- Respondió Zelda con una sonrisa melancólica.

- Lo siento mucho.- Dijo Link con tono casi avergonzado.

- No te preocupes. De eso hace ya mucho. De hecho, yo era muy pequeña, así que no recuerdo mucho de ella. No llegué a conocerla del todo… aunque me hubiese gustado. Era muy bella. Tenía el cabello rubio como yo y los ojos de color verde (por lo visto yo heredé los de mi padre). Su piel era muy blanca, más incluso que la mía, y su cuerpo era esbelto y hermoso.-

Aquella descripción le recordaba a Link a la propia Zelda de adulta. Recordó lo maravillado que se quedó con la belleza de la princesa con su cuerpo crecido. Seguro que su madre era igual de hermosa.

-     De su personalidad no recuerdo muchas cosas. Pero sí me acuerdo que era muy cariñosa. Ella e Impa me arropaban todas las noches y por las mañanas me despertaba con un beso en la frente. También me dejaba dormir la siesta es sus brazos cuando yo se lo pedía.

Aunque sabía que no tenía por qué, Link no podía evitar sentirse incómodo oyendo a Zelda hablar de su madre de aquella manera. Le hizo recordar lo que el brote del Gran Árbol Deku le dijo cuando liberó el Templo del Bosque sobre la suya propia, sobre como dio su vida para llevarle al Bosque Kokiri. De todas formas su curiosidad aún le impulsó a hacer otra pregunta sobre el tema.

-     ¿Qué enfermedad era?- Preguntó al fin

- Tuberculosis.- Respondió la princesa. Link levantó una ceja al oír aquella palabra tan extraña.

- Y… ¿eso qué es?

- Yo tampoco estoy muy segura. No me explicaron en qué consistía exactamente, pero sí recuerdo sus síntomas. Por lo visto eran parecidos a los de un catarro  solo que… al toser… ella…- Zelda hizo una breve pero intensa pausa en la que Link pudo observar en su cara un fugaz gesto de dolor.- Escupía sangre. A veces incluso la vomitaba.- Dijo Zelda por fin.

Link se sintió mal consigo mismo al oír eso. No le hizo ninguna gracia hacerle hecho recordar eso a Zelda. Además pudo imaginar como debió de ser aquello para su madre. Él mismo había escupido sangre en alguna de sus batallas. La más reciente fue durante el combate final en Términa, contra el Mago de Majora, El mago le atrapó con sus brazos-látigo y le estampó contra una pared. Cuando lo soltó, Link escupió sangre un par de veces. No era una sangre que proviniera de un corte en el labio o en el interior de la boca, sino una sangre que venía desde lo más profundo de su garganta, como si estuviese vomitando. Era una sensación muy desagradable. A pesar de todo, Link pensó que Zelda era muy afortunada al haber tenido ocasión de conocer a su madre.

- Sabes… si te digo la verdad, te envidió.- Dijo queriendo compartir ese sentimiento. Zelda volvió a mirarle a la cara.- Yo no tuve ocasión de conocer a mis padres.

- Ah, sí. Ya me lo contaste una vez. El Gran Árbol Deku te dijo como murió tu madre intentando salvarte.- Dijo Zelda.

- Así es. Sin embargo no sé qué fue de mi padre. Quizás murió él también en aquella guerra.

En aquel momento salieron al jardín, haciéndose el calor patente de nuevo. Aquello les hizo olvidar por el momento sus tristes pasados. Después de todo en un día como aquel no había por qué estar triste. Link se alegró de no llevar consigo su espada y su escudo. Aún tenía pesadillas con sus incursiones al Coloso del Desierto, al oeste de Hyrule, y más todavía con las que hacia al cráter de la Montaña de la Muerte. El calor se hacía especialmente intenso en su espalda debido a su equipo. Acababa tan sudada que casi parecía que la hubiera puesto debajo de una catarata, aunque el resto de su cuerpo tampoco salía muy seco.

- ¡Buf! ¡Qué calor hace hoy!- Dijo Zelda pasándose la muñeca por la frente.

- Pues sí. Mejor será que nos pongamos a la sombra. ¿Qué te parece ese árbol que hay enfrente de la verja?- Dijo Link señalando al árbol en cuestión. Este se encontraba al otro lado de la mencionada verja, en mitad de la hierba. Proyectaba una sombra que parecía muy acogedora.

- Sí. Buena idea.- Respondió Zelda

Los dos niños cruzaron el puente que salvaba el foso del castillo y atravesaron el corto trecho hasta el árbol. Ambos se sentaron junto al tronco del mismo. En aquel momento su sombra no era demasiado alargada, puesto que faltaba poco para el mediodía. Por suerte las ramas del árbol eran lo bastante anchas y frondosas como para que su sombra les cubriera incluso cuando el sol estuviera justo sobre sus cabezas.

- ¡Bueno! ¿Por donde iba antes de que nos interrumpiera tu padre?- Dijo Link.

- Me estabas empezando a contar lo de la historia de esos dos amantes, Anju y Kafei.- Dijo Zelda, casi entusiasmada. Aquella historia le estaba gustando mucho.

- ¡Ah! ¡Sí! Bueno, pues sigo.

Link siguió contándole la historia. Cómo encontró a Kafei, como consiguió colarse en su escondite. Como le dio su carta a Anju. Como los dos entraron en la guarida del ladrón que le había robado la Máscara del Sol a Kafei. A medida que Link iba relatando sus experiencias, el rostro de Zelda se iba iluminando cada vez más y más, como una niña a la que le están contando por primera vez el que será después su cuento favorito. Casi pareció contener las lágrimas cuando le contó como Kafei se presentó en la habitación de Anju justo media hora antes de que la Luna de Majora se estrellara contra Términa.

- ¡Qué bonito! ¿De veras no le importó a Anju el tamaño de Kafei?- Dijo Zelda con tono casi soñador.

- ¡Para nada! De hecho parecía que ni se había dado cuenta de la diferencia. La verdad es que era una visión bastante divertida. Como dijo Taya, eran amantes, pero parecían una madre y su hijo, je, je, je…- Respondió Link.

- Me lo imagino… pero debe de ser tan bonito eso de estar enamorado de alguien con tanta fuerza. Hasta el punto de no importarte para nada su aspecto y más aún, ser capaz de hacer todo lo posible por estar con la persona que quieres y hacerla feliz, como hicieron Anju y Kafei. Ojalá yo también encuentre a alguien así.

Aquella última frase le sentó a Link como si le hubiesen tirado un jarro de agua fría encima. ¿Significaba eso que Zelda no sentía el mismo tipo de interés por él como el que sentía él por ella? Su mente se quedó en blanco, a excepción de aquella pregunta que se repetía una y otra vez.

- ¡Link! ¿Te pasa algo? ¡De repente has puesto una cara…!- Dijo Zelda.

Link enseguida procuró tener la misma expresión que tenía antes de oír aquella frase. Tenía que tener más cuidado. Seguramente Zelda empezaría a sospechar. No es que quisiera ocultarlo exactamente, pero tampoco quería que se enterara de esa forma.

- ¡Nada, nada! ¡Tan solo es que me había dado de repente dolor de tripa! ¡Pero ya se me ha pasado! ¡Debe ser que tengo gases! ¡Ja, ja, ja!- Tras terminar de decir eso le entraron ganas de pegarse un puñetazo a sí mismo. ¿Cómo podía haber dicho eso? ¡¿Y además con ese tono tan idiota?!

Miró a Zelda a los ojos, que ahora mostraba un rostro serio, casi perspicaz. Se había inclinado ligeramente hacia a él, como vigilando cada facción de su cara, intentando buscar algo anormal. Aquel gesto le disipó a Link las dudas: definitivamente Zelda había notado que trataba de ocultar algo.

- Oye… ¿seguro que estás bien?- Dijo muy seria, acentuando aún más aquella expresión.

- - Sí, sí… Tranquila. No le des más vueltas al asunto.- Dijo Link defensivamente. Deseó con todas sus fuerzas que cambiase de tema.

Zelda levantó una ceja y se quedó así por un momento. Después volvió a apoyare en el tronco del árbol y recuperó el rostro relajado de antes.

- Bueno, ¿Y qué hiciste después de aquello?- Dijo Zelda recobrando también el tono de voz desenfadado y soñador.

Link respiró aliviado para sus adentros. Por lo visto Zelda había perdido interés en su extraña reacción. Entonces prosiguió con su historia, que ya tocaba a su fin. Solo le restaba contar como entró de nuevo en la Torre del Reloj, invocó a los cuatro gigantes y libró la batalla final en el interior de la luna. Zelda pareció bastante extrañada cuando Link le describió aquella pradera con un único y enorme árbol con 4 niños jugando alrededor de él, llevando las máscaras de los monstruos de los templos de Términa. Realmente fue una experiencia muy surrealista.

Cuando por fin acabó con la historia, Zelda acabó muy impresionada.

- ¡Es increíble! ¡No solo salvaste Hyrule en su momento, sino que además salvaste también esa tierra de Términa! ¡Ya has tenido más aventuras que muchas generaciones de héroes juntas!- Dijo Zelda impresionada.

Link era consciente de aquello, pero no le hacía sentirse especialmente orgulloso. Aunque no consiguió el objetivo que se había marcado en un principio en aquel viaje, consiguió ganar mucho más de lo que él creía.

- Lo malo es que al final no pude encontrar a Navi… pero creo que encontré otra cosa. En este viaje he comprendido que salvar una tierra no significa evitar que los edificios queden destruidos o que los campos queden arrasados. Ni mucho menos destruir a muchos monstruos.- Dijo con seriedad. Como queriendo hacer comprender a Zelda el verdadero significado que se encontraban tras esas palabras.- Sino preservar la vida y la felicidad de los que viven en ella.

Zelda miró aun más asombrada a Link. Pero no era una cara de asombro lo que se dibujaba en su rostro. Era algo más. Había comprensión y complicidad. Incluso orgullo. Orgullo por él. Link supo por aquella cara que, definitivamente, Zelda le había entendido. Era una mirada que no necesitaba ser acompañada de palabras.

- ¡Bueno! ¿Y tú qué has estado haciendo durante mi ausencia?- Preguntó Link

- ¡Buah! Nada interesante. Desde que he vuelto a ser una niña ya no puedo hacer nada que merezca la pena. Es maravilloso que la paz volviera a Hyrule como si nada hubiera pasado, pero la verdad es que echo de menos la libertad que tenía antes. Cada vez que quiero salir, mi padre me monta el numerito de la escolta. Ni siquiera funcionó cuando le pedí que Impa fuera mi escolta. Consideró que no debía de tener menos de dos personas a mi cargo. Con Impa podría haber ido a mi aire, ya que ella confía en mi. Después de todo ella también recuerda la Guerra del Encarcelamiento. Pero con otro guarda más… ¡No sabes cuanto me gustaría poder ver Hyrule en su esplendor! Lo único que impide que me muera del aburrimiento son los libros de la biblioteca.

Link no pudo evitar que le entrara la risa floja.

- ¡Ja, ja! Lo siento mucho. Imagino que ser princesa no debe de ser fácil.

- No exactamente. Lo que no es fácil es ser una "niña princesa". Espero que cuando crezca las cosas cambien.

En aquel momento, Link y Zelda escucharon un sonido que se oía a lo lejos. Al principio no era muy audible. Parecía como una tormenta de verano que se había formado lejos de allí. Pero a medida que pasaban los segundos se iba haciendo cada vez más fuerte. Entonces Link reconoció el sonido. Era el mismo que escuchó cuando dejó a Epona en la muralla de la cuidad, solo que esta vez era mucho más cercano.

- ¿Qué es ese ruido? ¡Creo que lo he oído antes, pero no sé qué es lo que es!- Dijo Link. Zelda se encogió de hombros como respuesta.

Los dos escucharon más atentamente. El ruido parecía venir desde detrás del castillo. Enseguida el sonido era tan fuerte que casi había que taparse los oídos. Entonces apareció. Su enorme silueta se iba mostrando poco a poco desde detrás de las torres más altas del castillo. Su forma era ovalada. Su tamaño era casi tan grande como dos veces la plaza del Mercado de Hyrule. A Link le pareció un globo gigante, como el que sostenía a Tingle, el vendedor de mapas de Términa, en el aire, pero mucho más grande. En la parte central del globo había una gran estructura de hierro y madera que ni Link ni Zelda pudieron ver con claridad. En la parte trasera, que parecía ser el verdadero origen del ruido, giraban lo que parecían ser unas aspas.

- ¡¿Qué diablos es eso?!- Preguntó casi gritando Zelda.

- ¡No tengo ni idea! ¡Parece una especie de globo gigantesco!.- Respondió Link.

Entonces oyó a Zelda pegar un grito. La miró y vio que estaba señalando a la parte trasera de la estructura de madera y metal. Link entonces vio horrorizado como una persona, probablemente un niño dado su tamaño, caía del globo. Lo único que se veía bien de él o ella era una larga melena de cabello castaño, atado en una coleta, que le llegaba hasta la parte de atrás de las rodillas; y unas ropas de colores oscuros. Tras unos angustiosos segundos que se hicieron eternos, el niño acabó cayendo, por fortuna, en el foso del castillo.

La mente de Link reaccionó como si de un acto reflejo se tratara. Salió corriendo de debajo de la sombra del árbol en dirección al foso. Casi todos los guardas que se encontraban en los jardines interiores también vieron la escena e hicieron lo mismo. Zelda dudó un momento. Miró hacia el cielo para ver como el enorme globo se alejaba, mostrando ya de forma clara las aspas en su parte trasera. Proyectaba una enorme sombra que envolvía en ligeras tinieblas todo suelo que estuviera bajo él. Cuando el globo se alejó considerablemente del castillo, Zelda corrió hacia el lugar donde había caído el niño.

Cuando Link llegó al foso, en el lugar donde cayó el infeliz, su cuerpo funcionó de manera casi automática. Detectó el cuerpo con la vista y saltó al agua de cabeza. La corriente lo había llevado hasta la esquina del foso, donde había un árbol en la orilla. Aunque no llevara puesta la Máscara Zora, su experiencia en el Templo de la Gran Bahía le había ayudado a mejorar su estilo como nadador. En pocas brazadas llegó hasta el lugar donde estaba el niño, que se había hundido hasta el fondo. Buceó hasta él y sacó a la superficie, acercándolo a una orilla. Cuando lo agarró notó algo extraño en el tacto de su piel, pero no tenía tiempo para pensar en ello. Al sacar la cabeza del agua, Link escuchó aliviado como el niño respiraba desesperado, al poder hacerlo de nuevo. Sin embargo su voz sonaba especialmente aguda y suave. Uno de los guardas que se encontraba allí agarró de los brazos al niño y lo sacó del foso. Link salió por su propio pie. En aquel momento llegaba Zelda.

- ¡Link! ¡¿Cómo está el niño?!.- Dijo Zelda alarmada cuando llegó.

- No lo sé. Tiene la piel muy rara. No sé si eso tendrá algo que ver.- Respondió Link intentando secarse un poco las ropas, retorciéndolas.- De todas formas he oído su voz cuando salimos del agua, al intentar respirar. Yo diría que es una niña y no un niño.

Zelda se acercó al cuerpo de la niña, que se encontraba tendida en el suelo. Estaba prácticamente boca abajo, por lo que no se le veía bien la cara. Por fortuna se veía que aún respiraba, pero por lo visto estaba inconsciente, probablemente por el golpe al darse con el agua y por el esfuerzo de volver a respirar. Se inclinó hacia ella y tocó su brazo. Le resultó muy extraño el tacto de su piel, al igual que el color de la misma. Era de color ocre claro y era muy suave, pero en el mismo sentido en que puede ser suave la piel de un Hylian. Parecía más bien como…

- No hay duda… ¡Esto son plumas!- Dijo Zelda finalmente. Efectivamente, parecían plumas. Más concretamente plumones, aunque eran bastante pequeños y finos.

- ¿Plumas?- Respondió Link muy extrañado.

- ¡Majestad! ¡Miradle la cara!- Exclamó uno de los guardas señalando la parte del rostro de la niña que alcanzaba a ver.

Zelda, con mucho cuidado, le dio la vuelta. Casi saltó hacia atrás del susto al verle el rostro. ¡En el lugar de la boca sobresalía lo que parecía ser el pico de un ave! Su cara era muy redonda y del mismo color que sus brazos. Tenía unas orejas cortas pero puntiagudas y por lo que se podía notar a pesar de que estaban cerrados, sus ojos parecían ser bastante grandes. A parte de las pequeñas plumas que lo recubrían, el resto de su cuerpo parecía ser el de una niña Hylian normal y corriente. Llevaba puesta una túnica color gris oscuro, una especia de bufanda blanca y un extraño peto rojo en el pecho que tenía bordado en hilo dorado un símbolo muy parecido al emblema de la raza Zora. En sus pies llevaba unas sencillas zapatillas amarillas. Entre los cabellos de su flequillo se podía ver una fina cuerda dorada en la frente, puesta a modo de cinta, que quedaba prácticamente oculto en el pelo de color castaño.

- ¿Qué clase de raza es esta?- Preguntó Link. Supuso en seguida que esta niña debía de pertenecer a una raza que no había visto nunca antes.

- No estoy segura. Es la primera vez que veo a alguien así. Aunque… tal vez…- Dijo Zelda casi para ella misma. Durante un momento se quedó pensativa, buscando en lo más profundo de su memoria. De alguna manera, creía haber oído anteriormente una descripción que se ajustaba con bastante fidelidad a la de aquella niña. Sin embargo pospuso aquella búsqueda momentáneamente.- ¡Rápido! ¡Llamad al médico! ¡Que preparen una cama en la enfermería! ¡Ahora!- Dijo a los guardas con un tono autoritario y tajante.

Tres guardas salieron corriendo y entraron en el castillo. Por su parte, Link se ofreció para cargar con la niña. La tomó en brazos y él y Zelda entraron también en el castillo. A Link le sorprendió mucho que aquella niña fuese tan ligera incluso fuera del agua. Su peso apenas superaba el de un cucco.

- ¿Por donde se va a la enfermería?- Preguntó Link cuando entraron en el recibidor.

- Por aquí. Tú sígueme.- Dijo Zelda.

Ambos se metieron por la puerta que había debajo de la escalera que llevaba al ala este. Se metieron en un pasillo que no tenía ventana alguna. Las paredes tenían algunas lámparas de aceite que iluminaban de manera bastante clara el camino. En el suelo había una tupida aunque sencilla alfombra de color rojo oscuro, casi marrón. Las paredes estaban pintadas de color blanco, sin más adornos que algunos esporádicos cuadros de diversos paisajes. Link y Zelda, seguidos de dos guardas más, atravesaron corriendo aquel pasillo, el cual giraba un par de veces primero a la izquierda y después a la derecha, hasta que Zelda se paró en un lugar donde el pasillo se ensanchaba y había una gran puerta doble a la derecha con un cartel encima que ponía "Enfermería" en los caracteres clásicos Hylianos.

Zelda abrió la puerta y se encontraron en una espaciosa sala muy iluminada por grandes ventanales que había en el techo y las paredes de color blanco. Había una fila de unas seis camas a la izquierda y otras tres a la derecha. Sobre la cabecera de cada cama había una reproducción de la Trifuerza hecha en madera. La zona del fondo a la derecha estaba reservada para lo que parecía ser una mesa grande de piedra, probablemente para atender a los pacientes. Al fondo a la izquierda había unos cuantos escritorios y estanterías, probablemente con libros de medicina. En el fondo al centro, pegados a la pared, había unos cuantos armarios. Link no adivinó que debían de contener.

Al lado de la mesa de piedra se encontraba un doctor vestido con una toga blanca y dos enfermeras, vestidas con túnicas parecidas del mismo color. El doctor llevaba gafas, tenía el pelo castaño canoso y barba de tres días, también con canas. Era de complexión delgada, pero sus manos se veían grandes y fuertes. Su rostro tenía unas cuantas arrugas en la comisura de los labios y sus ojos eran de un color azul celeste claro.

Las enfermeras parecían ser jóvenes. Ambas eran de estatura media. Una tenía el pelo negro y largo, atado en una coleta, y la otra el pelo rubio oscuro y de media melena, con un corte redondeado. La enfermera morena tenía el rostro redondeado, casi bonachón, con grandes ojos color azabache y nariz respingona. La enfermera rubia tenía la cara algo alargada, ojos pequeños de color verde y nariz poco prominente. Sus labios eran bastante carnosos. Destacaba que llevaba pendientes redondos de distinto color en las orejas, uno dorado y otro plateado.

- ¡Doctor Yenshin! ¡Aquí traemos a la niña! ¿Dónde la ponemos?- Dijo Zelda resoplando un poco por la carrera.

- Primero traedla aquí, majestad.- Dijo el doctor Yenshin mientras las enfermeras colocaban unos delgados cojines sobre la mesa para taparlos después con una sábana blanca, improvisando así una cama.

Link se acercó con la niña aún en brazos, seguido de Zelda. Cuando llegó al lado de la cama, la enfermera morena la recogió y la tumbó en la mesa.

- Zibahn. Tráeme el estetoscopio por favor.- Dijo el doctor Yenshin a la enfermera rubia.

Zibahn se acercó al armario que había al fondo de la sala y abrió una de sus puertas, sacando de allí el instrumento que le había pedido el doctor. Link entonces comprendió que en aquel armario debían de guardar los instrumentos médicos. El estetoscopio parecía ser una especie de caña hueca color pajizo, muy flexible (estaba enrollado como si de una cuerda se tratara). En uno de los extremos tenía colocada una especia de trompetilla.

- Mirin, apártale la ropa del pecho para que pueda oscultarla.- Le dijo el médico a la mujer morena.

Mirin le quitó a la niña la bufanda y el peto y le bajó la túnica por el cuello, el cual podía abrirse desde el mismo por unos botones que se extendían por el hombro izquierdo. Cuando Zibahn trajo el estetoscopio el doctor se colocó el extremo delgado en la oreja derecha y colocó el otro, el de la trompetilla, sobre el pecho de la niña. Escuchó durante un rato y cambió el extremo de posición. Tras repetir la operación un par de veces más, dejó el estetoscopio a un lado.

- Muy bien Mirin, puedes volver a colocarle el vestido.- Dijo el doctor cuando terminó de oscultar a la niña.

Entonces el médico le abrió los párpados a la niña. Link y Zelda pudieron ver entonces que sus ojos eran de color escarlata, exactamente igual que los de la raza Sheikah, y que tal y como imaginaron en un principio, eran bastante grandes. El doctor observó el ojo abierto de la niña de cerca durante unos momentos, inclinando ligeramente su cabeza hacia la luz que provenía de las ventanas para ver si sus pupilas reaccionaban.

- Muy bien. Esta niña se encuentra bien. Tan solo está inconsciente.- Dijo finalmente. Todo el mundo respiró aliviado.- Tuvo suerte de caer en el foso. De no haber sido así la caída seguramente la hubiese matado, aunque por lo visto se golpeó el hombro derecho contra el fondo a juzgar por este cardenal que le ha salido ahí. Seguramente se hará un poco más grande. A parte de eso está bien. Tan solo necesitan que la sequen y que descanse.

Las enfermeras trajeron un par de toallas. Zibahn fue a preparar una de las camas mientras Mirin se ocupó de secar a la niña. Mientras ellas seguían con su trabajo, Link se acercó al doctor Yenshin.

- Doctor, disculpe. Hay algo que quiero preguntarle. ¿De qué raza es esta niña?

- Sí. Yo también quisiera saberlo. Por su aspecto y por las plumas que recubren su cuerpo yo diría que es una raza voladora. ¿Una Watárara quizás?- Dijo Zelda también llena de curiosidad.

- No, alteza.- Contestó el doctor Yenshin.- No es una Watárara. Es una Onri.

- ¿Onri?- Preguntó Link

- Una raza voladora que vive en países situados hacia el norte de Hyrule.- Dijo una cuarta voz femenina a las espaldas de Link y Zelda. Ambos se volvieron y vieron a su espalda a Impa, con el rey Daphnes a su lado.

- ¡Impa! ¡Papá!- Exclamó Zelda.

- Hemos venido en cuanto nos han avisado. ¿Qué ha ocurrido exactamente? ¿Qué fue aquel ruido infernal que se oyó hace un rato?- Preguntó el rey. Se había puesto su manto real de piel roja, pero aparte de eso no parecía haberse puesto mucho más de sus ropajes reales.

- El ruido lo provocó una especie de globo gigante que sobrevoló el castillo hace nada.- Explicó Zelda.- Vimos a esta niña caer de ese globo al foso del castillo. Link consiguió sacarla del agua y después la trajimos aquí.

- Así es, pero hay algo que no entiendo. Si esta niña es de una raza voladora como decís, ¿cómo es que no se puso a volar cuando cayó de aquel globo?- Preguntó Link curioso.

- Tengo entendido que los Onri tienen que pasar por una especie de prueba de madurez para conseguir que les salgan las alas. ¿No es así doctor?- Respondió Impa.

- Así es.- Dijo el doctor Yenshin.- Normalmente deben de ir a ver a la deidad de su tribu y tras superar la prueba, reciben el don para poder volar. Probablemente esta niña no ha recibido sus alas todavía.

Nadie habló durante un momento. Todos observaron como Zibahn y Mirin llevaban a la niña Onri a una de las camas del lado izquierdo de la habitación. Cuando llegaron, corrieron una cortina que había al lado de la misma, hasta que rodeó la cama entera. Al cabo de unos momentos, la volvieron a correr y todos pudieron ver que le habían quitado la ropa mojada y que en su lugar le habían puesto una fina y larga túnica color azul pálido. Mientras Mirin se llevaba las ropas de la niña, Zibahn acababa de arroparla. La imagen de la pequeña durmiendo en la cama resultaba de lo más serena. Entonces el rey se volvió hacia Link.

- ¡Link, muchacho! ¡Estas empapado!- Dijo el monarca.

Link se miró a si mismo. En efecto, estaba mojado hasta los huesos pero no se había percatado.

- ¡Ja, ja! ¡Pues sí! Estoy tan acostumbrado a meterme y a salir del agua con ropa y todo en mis viajes que no me había dado ni cuenta.- Dijo Link con tono divertido.

- Pues no deberías. Así se cogen catarros, pequeño.- Dijo el doctor Yenshin. Entonces se dirigió al armario y sacó otra toalla y otra túnica azul pálido. Volviendo hacia el grupo, se las tendió a Link.- Toma. Sécate, quítate la ropa y ponte esta túnica.

A Link esto no le hacía ninguna gracia. Él. El Héroe del Tiempo. Aquel que había sobrevivido a la más cruel de las tormentas de arena, al más crudo de los hielos, a los mares más profundos… ¿Tenía que preocuparse solo por estar un poco mojado? De todas formas lo mejor era guardar las apariencias, por lo que cogió la toalla y la ropa, se acercó a la cama más próxima, corrió la cortina y se cambió allí. Al cabo de un rato salió con la túnica azul, que le llegaba hasta las rodillas. Llevaba en la mano el resto de su ropa, que fue recogida por Mirin, quien las colocó al lado de las de la niña. Sin embargo había algo raro. Link notó que Zelda estaba riéndose por lo bajo mientras le miraba.

- ¿Qué pasa, Zelda? ¿Tengo monos en la cara?- Dijo Link ya con la mosca detrás de la oreja.

- Pues sí, Link. ¿No crees que te has olvidado de algo?- Dijo la princesa señalando a su cabeza.

Link, extrañado, se llevó la mano a la cabeza y entonces comprendió. No se había quitado todavía la capucha Kokiri. Pero no porque se le hubiese olvidado. Simplemente porque no quería quitársela.

- ¿Lo dices por mi capucha? Pues no, no me olvido de nada. Es que no quiero quitármela. ¡Me siento raro si no la llevo puesta! Solo me la quito para dormir y para bañarme. El resto del tiempo siempre la llevo encima.- Dijo Link con sinceridad. Sin embargo, tanto Zelda como Impa, el rey y el doctor Yenshin rieron al oír aquello.- ¿Qué pasa? ¿Tan raro os resulta?- Preguntó Link un poco molesto.

- ¡Oh! ¡No te enfades, Link! Es que eso que dices es tan… mono… ¡ji, ji, ji!- Dijo Zelda divertida.

Link frunció el ceño. ¿Se estaba quedando con él o qué? No pretendía ser "mono" ni mucho menos. Era simplemente una de sus costumbres.

- Bueno, dado que la llevas en la cabeza y teniendo en cuenta el calor que hace hoy supongo que no te hará daño llevar la capucha puesta.- Dijo el doctor Yenshin liberando un poco la tensión.

- Bueno, yo debo seguir preparándome para recibir a los embajadores de Nordaeron. Impa, ¿puedes ocuparte tú de averiguar qué era aquel globo que dejó caer a esta niña?- Dijo el Rey Daphnes.

- Sí, no te preocupes. Yo me encargo.- Respondió la guerrera Sheikah.

A Link le sorprendió mucho como se había dirigido Impa al rey. ¡Le había tuteado! Desde luego el monarca tenía muchas confianzas con sus sirvientes y al parecer esa confianza era recíproca.

- Zelda, cielo, ¿vosotros que vais a hacer?- Le preguntó el monarca a su hija.

- No sé… después de esto creo que lo mejor será quedarnos aquí a ver si la niña se despierta. ¿Tú que piensas, Link?- Dijo la princesa.

- Sí, yo también pienso que será mejor que nos quedemos.

- Bueno, como queráis. Aquí os dejo entonces. Portaos bien y no arméis mucho alboroto.- Dijo el rey antes de abandonar la sala.

Cuando se marchó, Link y Zelda cogieron un par de sillas y se sentaron al lado de la cama de la niña. Su rostro era sereno, aunque no podían evitar tener una sensación extraña al ver aquel pico sobresaliendo de su cara y el color ocre de sus plumas. En la enfermería se respiraba una gran tranquilidad. Los rayos del sol del mediodía entraban por los ventanales inundando de luz la estancia, casi como si no hubiera techo alguno. El color blanco de las paredes casi parecía brillar al reflejarla. No se oía ningún ruido en la sala, aparte del murmullo de una conversación que mantenía el doctor con sus enfermeras en su escritorio.

- ¿Qué crees que era aquel globo gigante?- Preguntó finalmente Zelda, rompiendo el hielo.

- No lo sé. Nunca antes había siquiera oído hablar de globos de ese tamaño. De hecho, si no fuera por la forma como hinchada que tenía aquella cosa, nunca habría adivinado lo que era.- Respondió Link, todavía mirando a la niña Onri.

- Sin embargo, es posible que en aquel globo hubiera más gente dentro de aquella estructura que había en la parte de abajo del globo. De hecho, me recordaba a la quilla de un barco. Si no, ¿cómo es que siguió el globo volando? Y aún así no creo que algo tan grande como aquello pudiera ser manejado solo por una persona. ¡A lo mejor la tiraron de allí! ¿No te pareció muy raro que después de que ella se cayera el globo pasara de largo en lugar de pararse a recogerla?- Dijo Zelda casi preocupada.

- Hmmm…. Es posible… pero eso es algo que tendremos que preguntarle a ella cuando se despierte. También cabe la posibilidad de que se cayera ella sola y no hubiera nadie cerca de ella que lo viera.- Dijo Link sin acabar muy convencido de sus propias palabras. De alguna manera, había empezado a tener una extraña sensación de peligro inminente que ya había tenido en otras ocasiones, aunque esta vez en menor medida.

En ese momento Link volvió su cara hacia Zelda y vio que esta le estaba dedicando de nuevo una amplia sonrisa. Link ya había perdido la cuenta de cuantas veces había sentido aquella punzada en el corazón aquel día al mirar a Zelda a los ojos o al verla sonriendo, pero podría haber vuelto a empezar a contar en aquella ocasión.

- Sabes, es admirable como reaccionaste ante aquello. En cuanto viste como la niña caía al agua no te lo pensaste dos veces y fuiste a ayudarla.- Dijo Zelda con franqueza.

- Bueno… no es que no me lo pensara dos veces; es que ni siquiera pensé. Fue algo así como un acto reflejo.- Respondió Link.

- Después de contarme tu viaje a Términa no creo que sean solo reflejos. A decir verdad siempre he notado en ti ese deseo de querer ayudar a los demás. Esa amabilidad desinteresada. Si hay alguien cerca de ti que necesita ayuda, haces lo que está en tu mano por ayudarle. Es una de las cosas que más me gustan de ti.- Dijo Zelda.

Link se sonrojó ante aquel cumplido, pero al mismo tiempo se animó mucho. Quizás sí que podría llegar a gustarle a Zelda después de todo.

- Eer… Gracias.- Es lo único que llegó a decir, aunque notó que se sonrojaba aun más mientras lo decía.

En aquel momento, se empezó a escuchar de nuevo el mismo ruido de antes, el del globo. Link se levantó de la silla al instante, intentando averiguar de donde procedía. Sin embargo, al cabo de un rato el ruido desapareció.

- A pasado por aquí cerca.- Dijo Link, con un aire extraño. Como un animal en alerta que esperara el ataque de un depredador.- Esto me da mala espina.

- ¿Qué quieres decir?- Dijo Zelda extrañada.

Sin darse ni cuenta, Link frunció el ceño, pero esta vez mostrando una mirada distinta. Él no se daba cuenta entonces, pero estaba poniendo la misma mirada penetrante que solía poner cuando estaba a punto de enfrentarse a un enemigo mortal.

Zelda ya había visto a Link poner esa mirada otras veces. Aquella mirada alcanzó su mayor intensidad cuando luchó contra Ganon. Ella la llamaba en su fuero interno "la mirada del Héroe del Tiempo" ya que le daba la impresión de que cuando la ponía, quería decir que el alma de guerrero que tuvo cuando era adulto despertaba y se manifestaba a través de dicha mirada.

- Tengo la sensación de que nos toparemos con ese globo en el futuro. Y que no será un encuentro agradable…- Dijo finalmente Link.

No sabía por qué estaba diciendo todas esas cosas, pero en lo más profundo de su ser sabía que era cierto. Algo malo estaba a punto de suceder. Quizás no tan fuerte como fue lo de Ganondorf, ya que la sensación de peligro no era tan grande, pero aún así no sería agradable.

Para disgusto de Link, lo único que podían hacer por el momento, era esperar.